"Uno de los males españoles, que explica en buena medida nuestro declive, ha sido la incapacidad de sus élites para trabajar juntas, una tendencia que se ha agudizado durante la pandemia. Conviene advertir que la utilización del término 'élites' no se ciñe a su expresión política.
Somos conscientes de la división, cada vez más acentuada, entre unas y otras opciones ideológicas y de sus dificultades para lograr puntos de encuentro, lo que suele subrayarse con mucha frecuencia. Pero se hace mucho menos énfasis en las élites económicas, que tienen una importancia crucial en este momento de la Historia, y que han vivido una extraña transformación funcional.
Una de los aspectos menos tenidos en cuenta de la globalización es la forma en que ha quebrado los lazos preexistentes. Los Estados han visto cómo parte de su poder se les escapaba de las manos, por las dinámicas internacionales o por la pertenencia a la UE, lo que ha supuesto la externalización de una serie importante de decisiones relativas a nuestra vida. Esa pérdida también ha conducido al debilitamiento de los vínculos nacionales.
En el viejo Estado, precisamente por constituir un territorio bien delimitado y con una dirección política propia, el norte de Italia se veía obligado a convivir con el sur, Cataluña con Extremadura, País Vasco con Andalucía o la Isla de Francia con Occitania, y en términos que compatibilizasen las necesidades de unos y otros. Al perder soberanía, se fragilizan también esos lazos obligados, de modo que cada región comienza a pensar en nuevas alianzas fuera de su Estado, mucho más que en los vínculos con los cercanos.
Un terreno en el que este hecho se ha manifestado de manera clara ha sido el comercial, con regiones que buscaban conectar con mercados extranjeros mucho más que con el nacional, pero ha ocurrido en muchos otros sentidos.
España es un país en el que esta tendencia ha sido particularmente evidente, ya que las élites territoriales han creído de firme en las opciones del mundo global y se han centrado en situarse en el nuevo escenario, olvidándose de colaborar con quienes tenían cerca.
El caso de las élites catalanas está en la historia española de los últimos años. Nuestro país ha tenido dos ciudades globales, Madrid y Barcelona, que compitieron entre sí por ganar pujanza global. A partir de 2007, Cataluña comienza a perder peso y sus élites, que habían optado por replicar casi de manera exacta la estructura de poder madrileña, fueron conscientes de que iban perdiendo la partida. En ese instante, trataron de acelerar sus conexiones exteriores, comenzó a ganar peso la tentación secesionista y años después se abrazaron de una manera fantasiosa a ella.
Madrid, en las últimas décadas, ha mirado hacia el exterior permanentemente, y la misma España vaciada es consecuencia de estas dinámicas globales animadas en España por su capital. Su modelo rentista, ligado a empresas oligopólicas, al ladrillo y al Ibex, es un problema cuyas deficiencias comenzaron a manifestarse con la crisis de 2008, y permanece sin resolver desde entonces. He analizado en diferentes ocasiones el papel de las tendencias globales, cómo han afectado a Madrid y Barcelona, y las relaciones entre ambas, por lo que no me extenderé más acerca de este asunto.
El tercer grupo de poder territorial en España, las élites vascas, también emprendió su particular huida. A finales del siglo pasado, exhibieron cierta inteligencia a la hora de reconstruir el País Vasco tras la oleada de desindustrialización de los ochenta, pero han trabajado siempre en términos propios. Han sacado partido de sus fortalezas, también de las que les permitían presionar al Estado para obtener más recursos, pero siempre con la vista puesta en sí mismas, en un aislamiento temporalmente provechoso.
El resultado final es que ninguno de estos tres grupos ha expresado un proyecto común. Han corrido mucho, pero siempre para alejarse de sus vecinos. Han pretendido proyectarse en el exterior y conseguir réditos de las oportunidades que existían fuera, sin ser conscientes de que la mejor opción pasaba por la colaboración entre todos ellos. Sus fantasiosos sueños de grandeza explican también la debilidad de España.
1. El desprecio a España
Estas élites tienen en común mucho más de lo que las separa, y en general para mal. Uno de los aspectos más significativos es su alejamiento de España (y no solo de la misma idea de España), producto de una mirada desalentadora sobre nuestro país.
Quienes han expresado esta percepción de manera más desinhibida han sido las élites catalanas. La idea encontró un altavoz evidente en los partidos secesionistas, en especial los derivados del pujolismo, pero ERC también ha entrado gustosamente a ese trapo. En síntesis, desde su perspectiva, España es irreformable, está corroída por los vicios del pasado, ha quedado atrasada y la única manera de prosperar es fuera de ella. Esa es la mirada todavía dominante, aun cuando la realidad haya venido a corregir sustancialmente las intenciones secesionistas.
Las élites vascas poseen una mirada de superioridad semejante, en la medida en que, cuando se miran al espejo, se ven libres de las grandes patologías ibéricas, pero tratan de ser más pragmáticas y razonables, con sus objetivos siempre en mente. Hasta ahora, esa posición les ha funcionado, ya que tienen uno de los mejores niveles de vida del Estado, pero es más que probable que, en los próximos años, que traerán cambios, su suerte se invierta si no operan con nuevos aliados.
La cuestión es que, más allá de sus críticas, ninguna de estas élites complementa su consideración negativa de España con un plan para solucionar los problemas generales. Y cuando esbozan alguna receta, es deudora de las malas ideas del pasado. Lo que tienen en mente es reformar y estilizar; someter a dieta y ejercicio el cuerpo social para que gane fuerza. Sin embargo, se olvidan del para qué. Utilizando su perspectiva, tendríamos más capacidad adaptativa, pero sin nada en lo que emplearla.
Lo que hace falta no es un régimen de adelgazamiento económico, sino
construir nuevas opciones para nuestro país. Se centran en eliminar los
pecados españoles, salvo el peor de ellos, el de no ser capaces de poner
en marcha estructuras que generen trabajo, prosperidad y futuro. Es
momento de generar empleos, de reconstruir, de desarrollar las opciones
existentes y de inventar algunas nuevas, no de entrenar en el gimnasio para después pasar los lunes al sol." (Esteban Hernández, El Confidencial, 25/01/21)
Sr. Presidente (nota: de Extremadura), por si alguien no se ha enterado, le comento una perfecta descripción gráfica del pensamiento nacionalista, la de Lluís Suñé .
Porque el lenguaje gráfico descubre (inconscientemente) sus miserias (fascistas).
Utiliza los códigos de un mensaje altruista (el de las ONGs, con su prestigio) para dorar el mensaje del odio. La misma imagen, distinto mensaje, el de “si las ONG tienen razón, también la tiene el expolio fiscal catalán, que sufrimos por culpa de los gallegos”. El ¡Nos roban! El eterno grito de los ricos.
El mensaje subyacente de las balanzas fiscales de Montilla . El de la furia contra el sensato “Manifiesto por la lengua común”.
¿Qué es lo que se ve en esta imagen? Si se cambian los niños extremeños/gallegos, por niños judíos/gitanos, estaremos ante un cartel nazi. En eso estaba pensando Suñé ¡En Berlusconi! Porque jamás admitirá que la influencia viene directamente de Goebbels. Es que es ¡De ICV!
Por eso lo borró rápidamente. Porque muestra la conexión rápida que va del nacionalismo al fascismo.
En mi opinión, son las ONGs las que deben acusar a este señor de utilizarlas para difundir la xenofobia. No la Junta de Extremadura.
En resumen, puro capitalismo. También Esperanza Aguirre piensa que los ricos deben tener mejores hospitales que los pobres (gallegos o de Móstoles). Un Suñé madrileño propondría que los gallegos, a cambio de beneficiarse de su déficit fiscal, deberían trabajar gratis un mes al año, en las obras de los hospitales privados madrileños.
Así piensan los Berlusconis, los Finis, los Suñés, los Montillas, las Esperanzas Aguirres, los Botines… lo de siempre.
Un saludo a todos… y ahora sí, me despido hasta septiembre