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26/1/22

¿Por qué los españoles tienen peor opinión de su país que los extranjeros? Entre los países europeos más grandes, España es el que se percibe más positivamente desde el exterior, por delante de Alemania, Italia, Francia y el Reino Unido... España es uno de los pocos países que ha pasado de una renta media a una alta. Pero se vende mal y no desprende la confianza que merece... Nadie es más duro con los españoles que ellos mismos... Es como si los españoles hubieran creado una especie de leyenda negra moderna sobre ellos mismos

 "España vuelve a ser mejor percibida en el exterior que por sus propios ciudadanos, según un informe del Real Instituto Elcano y la empresa RepTrak (ver gráficos 1 y 2). En 2020 fue al revés por primera vez desde que se inició el estudio anual en 2014, a pesar del impacto inicial de la pandemia del COVID-19.

 Se encuestó a veinticuatro países para conocer su percepción interna y la de otros países. En casi todos ellos la percepción interna era superior a la externa, con la excepción, además de España, de Argentina, Japón, Sudáfrica y Brasil. Los dos países latinoamericanos y España tienen algo en común: todos han sido dictaduras (también Sudáfrica, si se cuenta el apartheid como una forma de dictadura), pero es imposible saber si ésta es una de las causas de la baja autoestima.

Los tres países más "orgullosos" (es decir, los que más se sobrevaloran a sí mismos, en comparación con la percepción externa que se tiene de ellos) son Rusia, Turquía y -no es sorprendente- mi propio país, Gran Bretaña (una diferencia positiva de más de 9 puntos entre la percepción interna y externa).

El Reino Unido ha conseguido durante mucho tiempo estar por encima de su peso a nivel internacional y trata de hacerlo después del Brexit con el mantra sin sentido de la "Gran Bretaña Global", repetido sin cesar por el gobierno, ignorando la paradoja entre los Brexiters que impulsan un Reino Unido comprometido internacionalmente y el hecho de que el Brexit ha significado la desvinculación con la UE, el mayor bloque comercial del mundo.

Las puntuaciones de la encuesta se basan en 17 atributos que incluyen el estilo de vida, la calidad de los productos y servicios, la cultura, el sistema educativo y el entorno económico. Entre los países europeos más grandes, España es el que se percibe más positivamente desde el exterior, por delante de Alemania, Italia, Francia y el Reino Unido. España sube en el ranking en aspectos como los países más atractivos para visitar (9º frente al 14º de la encuesta anterior) y en cultura (6º, frente al 9º) y es el 10º país más recomendado para vivir (17º para trabajar e invertir).

 Pero cuando se trata de la autoevaluación de los españoles en cuestiones como "ética y transparencia", "uso eficiente de los recursos" y "entorno institucional y/o político" hay una diferencia de entre 15 y 20 puntos con las puntuaciones que otros países asignan a estas mismas características.

La oleada de casos de corrupción, sin embargo, no ha dañado significativamente la imagen de España en el exterior, pero en el interior sí influye mucho más en la visión que los ciudadanos tienen de su país. Lo que es muy importante para nosotros se vive con gran intensidad y dramatismo en casa, mientras que recibe una atención muy limitada fuera de nuestras fronteras", dice mi colega Carmen Enríquez González, que dirige el Observatorio de la Imagen de España de Elcano.

En mi experiencia de haber vivido en España durante los últimos 35 años, los españoles tienden a dramatizar en exceso sus problemas y también a pasar del excesivo pesimismo al excesivo optimismo.

Este año, el país ha seguido siendo duramente golpeado por la pandemia, pero es probable que éste sea sólo un pequeño factor que contribuya a la visión negativa de los españoles sobre su país. España ha afrontado el COVID mucho mejor que países como Estados Unidos y el Reino Unido, cuyas muertes por cada 100.000 habitantes a finales de octubre eran respectivamente 226 y 210, frente a las 185 de España. Y el porcentaje de población española doblemente vacunada es uno de los más altos del mundo (alrededor del 80%, frente al 67% del Reino Unido y el 57% de Estados Unidos). Pero este éxito no parece haber calado entre la población.

El sistema de salud pública español ha recibido una paliza, pero está en mucha mejor forma que el británico, según los parámetros internacionales habituales (por ejemplo, el 7º en la clasificación de la Organización Mundial de la Salud, frente al 18º del Reino Unido). La mayoría de los españoles, sin embargo, no lo saben. España también supera al Reino Unido en esperanza de vida media: 83,5 años frente a los 81,2 de 2019 antes de la pandemia, que redujo la esperanza de vida en ambos países. Hace 50 años, la esperanza de vida de España era de 71,6 años y la del Reino Unido de 72,3.

España puede y debe estar orgullosa de los más de 40 años de democracia y de los logros económicos, sociales y culturales, aunque siempre se puede mejorar. España es uno de los pocos países que ha pasado de una renta media a una alta. Pero se vende mal y no desprende la confianza que merece. Nadie es más duro con los españoles que ellos mismos, y además son especialmente sensibles y tienen la piel muy fina con lo que dicen los extranjeros sobre ellos. Pocos países son más autocríticos. Es como si los españoles hubieran creado una especie de leyenda negra moderna sobre ellos mismos.

Este complejo de baja autoestima/inferioridad se remonta, de forma simplista, a la decadencia del vasto imperio español, una historia sangrienta de 53 golpes de Estado, siete constituciones y tres guerras civiles carlistas entre 1812 y 1935, seguidas de la Guerra Civil de 1936-39 y la dictadura franquista de 36 años hasta 1975. Partes del pasado son idealizadas por los dos extremos del espectro político, la derecha dura de VOX y la izquierda dura de Unidos Podemos, para sus propios intereses particulares.

Feria, la novela autobiográfica más vendida de Ana Iris Simón, se nutre de la nostalgia por un pasado reciente que se romantiza. "Tengo envidia de la vida de mis padres a mi edad", dice la frase inicial de la autora de 30 años.

El régimen franquista, con su nacionalcatolicismo y su exclusivo discurso anti-España (todos los contrarios a una determinada idea de España), desvirtuó el patriotismo natural que todos los países muestran. Como resultado, las muestras de patriotismo se han asociado a ese régimen. En general, los españoles, salvo los partidarios del nacionalismo de extrema derecha, son reacios a hablar abiertamente de la patria o a ondear la bandera nacional, aunque ésta sea de todos.

¿Cómo se puede superar la baja autoestima? A principios de este año, el Ministerio de Asuntos Exteriores lanzó una segunda entrega de la campaña "Spain for Sure" para reforzar la reputación del país en el extranjero y la autoestima de los españoles. A diferencia de la primera campaña, en la que participaron españoles conocidos como el campeón de tenis Rafa Nadal y el cocinero estrella José Andrés, la segunda entrega incluyó a personalidades extranjeras que viven y trabajan en España como el bodeguero danés Peter Sisseck, que ha llevado el vino español a lo más alto del mundo, la cantante cubana Lucrecia Pérez y el entrenador de fútbol argentino del Atlético de Madrid.

Este esfuerzo, sin embargo, tuvo poca repercusión. Que unos famosos digan cosas bonitas de un país con un telón de fondo de lugares emblemáticos durante unos segundos no va a cambiar la percepción de la gente, ni dentro ni fuera del país.

En mi opinión, hay dos factores fundamentales que deben cambiar: un sistema educativo (hasta los 16 años) que dedica poco tiempo a explicar los avances del país desde el final de la dictadura franquista y a situarlos en un contexto internacional, lo que ha hecho que los menores de 30 años desconozcan en gran medida los logros alcanzados, y una clase política permanentemente en guerra y, por tanto, incapaz de forjar consensos y compromisos plurianuales duraderos en cuestiones clave.

Entre estos temas se encuentran la educación (altas tasas de abandono escolar y repetición de curso), las pensiones (un déficit estructural insostenible), el mercado laboral (disfuncional) y el federalismo asimétrico. Y cuando se aprueban las reformas, con demasiada frecuencia se deshacen cuando toma posesión un nuevo gobierno de distinto color político.

El cortoplacismo de los sucesivos gobiernos desde 2015, cuando se rompió el sistema esencialmente bipartidista de los gobiernos del Partido Popular o de los socialistas con la llegada al parlamento de dos nuevos partidos -Podemos y el pretendidamente centrista Ciudadanos (agravado en 2019 con la entrada de VOX)- ha dejado al país parado.

La sociedad española, con la excepción de Cataluña, no se ha radicalizado como lo ha hecho la clase política. Está dispuesta a hacer sacrificios, como hizo durante la Gran Recesión de 2008-14, si está convencida de que son los mejores (y a largo plazo) intereses de la mayoría. Pero lo que ven es el deprimente espectáculo de los diputados bramando unos contra otros.

Manuel Valls, ex primer ministro francés que también tiene la nacionalidad española, dice que los españoles deben preguntarse qué significa ser español para forjar un proyecto común como nación.

En el polarizado y fragmentado clima político actual, eso es casi imposible, pero, como dice la expresión española, "la esperanza es lo último que se pierde".   
           (   , Real Instituto Elcano, 18/11/2021)

29/11/21

España es un país muy vivible, con una sociedad, pese a todo, muy sana, líder en estadísticas internacionales de tolerancia, de generosidad y respeto hacia el otro, de ausencia de chovinismo. Como apunta Diego Díaz, los erasmus que vienen en masa nos suelen percibir como un país más bien progre... Si lo que quieres es una involución autoritaria, tienes que negarte a reconocer todo eso.

 "Con algunas excepciones, escribe Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987), la bandera de España es actualmente una enseña partisana vinculada a las derechas. En su ensayo Los nuevos odres del nacionalismo español (Trea, 2021), traza un camino desde el gol de Iniesta en el Mundial de Sudáfrica hasta las concentraciones negacionistas del virus en la Plaza de Colón de Madrid.

 Por ese sendero, pretendidamente oscilante entre lo inspirador y lo victimista para sus protagonistas pero exclusivo y poco iluminado para cualquiera en sus márgenes, discurren Hernán Cortes, Blas de Lezo, Elvira Roca Barea, el programa Masterchef o C. Tangana.

Habla de “la década –esta última– prodigiosa del nacionalismo español”. ¿Cuáles serían sus características y momentos decisivos

En el libro acuño una metáfora religiosa para referirme a los tres niveles de distinta complejidad propagandística en los que tiene que ser eficaz cualquier fe -y el nacionalismo es una fe, una religión secular- para expandirse: se necesitan teólogos, misioneros y catequistas. Se necesita la apología compleja del teólogo, al Tomás de Aquino que escribe decenas de páginas abstrusas sobre la Santísima Trinidad, pero también la capacidad del catequista y del misionero para encapsularlas en formas contundentes e inmediatamente eficaces: el San Patricio que explica la Trinidad enseñando un trébol de tres hojas a los paganos irlandeses; tres hojas en una misma planta.

En los últimos diez años hemos visto al nacionalismo español encontrar un éxito fastuoso para Imperiofobia, de María Elvira Roca Barea, un libro con treinta y tantas ediciones, para los cuadros de Augusto Ferrer-Dalmau o un boom de la novela histórica y, en el límite, para los gritos y consignas fanfarronas provenientes del deporte: “soy español, ¿a qué quieres que te gane?”. Todos esos productos vehiculan el mismo mensaje, la excepción de lo hispano, a distintos niveles de complejidad y todos son exitosos.

¿Cómo resumiría la importancia del gol de Andrés Iniesta en el Mundial de 2010, y la de la selección española de fútbol en general, para la pérdida de complejos a la hora de agitar la bandera rojigualda?

Eric Hobsbawm decía, para ilustrar la potencia nacionalizadora del fútbol, que el aprendizaje de la nación es más fácil cuando la reduces a once tipos de los que te conoces los nombres. Once tipos que, además, proceden de todos los rincones del país. Después de aquella victoria, hubo una cobertura periodística que a mí ya me llamó la atención entonces, convertir en platós los pueblos pequeños de los que procedían los futbolistas: Fuentealbilla, Tuilla, Arguineguín, Camas. 

Y cuando un futbolista no era oriundo de un pueblo, se le buscaba. Casillas es de Móstoles, pero los periodistas se van a Navalacruz, siempre con el interés de realzar un origen humilde: los primeros partidos en descampados o los trabajos proletarios de los padres. Once aldeanos unidos en pos de una gesta de alcance universal es un arquetipo mitológico muy viejo que el nacionalismo ha instrumentalizado también, y que el español utiliza en ese momento en el que hay una euforia que nos arrastra a casi todos. Se rompe un hechizo.

Alejandro Quiroga explica muy bien que había una narrativa de la furia y del fracaso sobre la Selección que trascendía el fútbol y se convertía en una narrativa sobre la propia nación española. Los comanches hablaban de la luna del gusano que, en marzo, veían que hacía emerger los gusanos del fondo de la tierra, que removían y renovaban así para la práctica de la agricultura. El gol de Iniesta fue eso, un revulsivo que renovó la tierra para la agricultura nacionalista española. Después, el Procés, que resignifica en sentido agresivo cosas festivas que el Mundial había sacado a la luz, como la cuelga de banderas de los balcones o el “a por ellos”, iría echando el abono.

Pone ejemplos acerca de cómo el nacionalismo español ha preferido construir un relato victimista, como el de Annual. Un mundo al revés, apunta, donde el invadido persigue al invasor, la metrópoli a la colonia o idiomas minoritarios a grandes lenguas mundiales. Hemos visto también, no hace mucho, a la fundación y familia Franco presentándose como “víctimas de un atropello” de la democracia. ¿Esto es un caso peculiar si lo comparamos con otros países? ¿Por qué sucede?

Daniele Giglioli explica bien cómo la víctima se ha convertido en el arquetipo heroico de nuestro tiempo, frente a épocas anteriores que ensalzaban al combatiente. La condición de víctima es codiciada, porque ennoblece, porque apaga las críticas que pudieran hacerte, y los opresores buscan hoy la manera de presentarse como oprimidos. El coche perseguido por el peatón, los blancos por los negros o, sí, la familia Franco por la memoria histórica. Y el nacionalismo español también hace eso.

En el límite, Roca Barea dice en Imperiofobia que hay una fobia a los imperios que es un “racismo hacia arriba” tan repugnante como el “racismo hacia abajo”, y que el odio al Imperio español es a ese racismo hacia arriba lo que el antisemitismo al racismo hacia abajo. En cuanto a Annual, hay un resurgimiento del mito del Regimiento Alcántara, un regimiento que se vuelve contra los insurgentes rifeños que perseguían al Ejército español en desbandada para sacrificarse por sus compañeros protegiendo su huida. Guillermo Díaz, de Ciudadanos, pedía en el Congreso una celebración oficial y la pedía caracterizando la gesta en términos victimistas.

Pero España no era víctima en el Rif: aquella fue nada menos la primera guerra colonial en la que se utilizó gas contra población civil. ¿Es esto peculiar en relación con otros países? En realidad, no: esta tendencia al ensalzamiento de la víctima en detrimento del combatiente sucede en todas partes. Que lo que sucede en España no es especial en nada, sino que para todo se inserta en oleadas mundiales, es otra cosa que procuro transmitir en el libro.

En cuanto al feminismo, llama la atención, de nuevo, otra paradoja: la de un victimismo nacionalista español integral que sin embargo hace una excepción con las mujeres, a las que, apunta en el libro, no se les suele conceder el rol de víctimas.

En el libro hablo del feminismo antifeminista, algo que se detecta, sobre todo, en la novela histórica, que asiste a un boom: un discurso de liberación femenina que lo que dice es que acá en España las mujeres son libres desde siempre, e incluso gobernantes; que España se caracteriza por el matriarcado. Esto te lo encuentras en Javier Santamaría o en Isabel San Sebastián, que hace una instrumentalización islamófoba de todo esto como la que Sara R. Farris nos advierte en En nombre de los derechos de las mujeres, un libro sobre cómo las ultraderechas envuelven su discurso antiislámico de un falso discurso feminista.

En los últimos días se ha hecho público que en la empresa que desde el ultraconservadurismo se ha identificado con cierta progresía como La Españita Movistar, lo que existían eran presiones contra chistes de Vox y la Casa Real. ¿Cree que este tipo de revelaciones pueden pasarle factura social y electoral al partido que, también con un relato de perseguido y rebelde, se autoerige como representante del nacionalismo español? 

Soy pesimista. Decía Victor Hugo que no hay nada tan poderoso como una idea a la que le ha llegado su hora. Cuando eso sucede, no hay revelación que te arruine el paseo triunfal. A esta idea parece haberle llegado su hora. Y tenemos experiencia histórica en que desmontar los bulos de los fascistas no arruina el progreso de los fascistas.

En un subcapítulo del libro comparo nuestro 11-M con el Caso Dreyfus: un trauma nacional, inserto en odios tradicionales, al islam en España, a Alemania en Francia, que reduce la complejidad de la pugna política a dos bandos irreconciliables. Y en base al cual tratan de justificarse involuciones autoritarias que apelan a una idea de contubernio del que formaría parte la izquierda, entendida como una quintacolumna de ese enemigo atávico. Y que utiliza bulos; embustes aberrantes. Bulos contra los masones en aquella Francia, por ejemplo, que propagaban cosas disparatadas en las que sin embargo la gente creía, y, como advertían desesperados algunos intelectuales lúcidos, seguía creyendo después de que se demostrara que eran embustes.

El nacionalismo español, algunas veces, parece amar España pero reventarle los españoles. Esta cosa de que España maltrata a sus héroes, de que somos un país de envidiosos. Es algo que se puede ver hoy en el carácter amargo, malencarado, reaccionario en el sentido literal de la palabra, que tiene casi todo enarolamiento de la bandera. ¿Se oculta en el fondo del nacionalismo español una paradójica desconfianza hacia lo español?

Eso se ve bien en alguien de quien hablo bastante en el libro. Arturo Pérez-Reverte, una persona con un discurso tremendista sobre la nación española, que en sus textos se regodea siempre, de una manera febril, en esa cosa de que somos un país cainita, fratricida, incorregible, irreformable, etcétera. El lloro ese de que “España maltrata a sus héroes” también hace aparición por doquier, por ejemplo, en las entrevistas a novelistas históricos, convertido en un sonsonete plomizo.

Albert Camus pensaba en todo esto cuando decía que amaba demasiado a su país para ser nacionalista. El amor nacionalista, amor es, pero un amor posesivo, celoso, un amor de maltratador. No ama el país real, sino el ideal que quisiera construir y al que el real se empeña en no parecerse. El corolario lógico de todo esto es el autoritarismo, el anhelo de un cirujano de hierro. Puesto que el país se niega a parecerse a su versión ideal por las buenas, habrá que hacerlo alcanzar ese ideal por las malas. No en vano Reverte demoniza, también en tonos febriles, la política parlamentaria, pero siempre habla bien del mundo militar.

Es llamativo el poco pecho que saca el nacionalismo español con respecto a cuestiones que también apunta en el libro, como podrían ser una cohesión social (pone el ejemplo de las insurrecciones de los suburbios en Francia) o un funcionamiento de la justicia (el ejemplo mira en este caso a cómo esta acabó con el narco gallego o el gilismo) más afinados que en otros países. Tampoco ha pasado con una vacunación que sí ha sido alabada en la prensa internacional. ¿Cómo se explica ese fenómeno?

Es que, frente a ese paisaje funesto que pinta Reverte, España es, por el contrario, un país muy vivible, con una sociedad, pese a todo, muy sana, líder en estadísticas internacionales de tolerancia, de generosidad y respeto hacia el otro, de ausencia de chovinismo. Como apunta Diego Díaz, los erasmus que vienen en masa nos suelen percibir como un país más bien progre. Pero aquí sucede un poco aquello de “que la realidad no te estropee un buen titular”. Si lo que quieres es una involución autoritaria, tienes que negarte a reconocer todo eso. Tienes que inventarte un incendio para presentarte como el bombero. Si convences a la sociedad de que es una fortaleza asediada, con una quintacolumna dentro además, la podrás convencer de tomar medidas que no aceptaría si no estuviera asediada.

Como asturiano, una tierra frecuentemente reivindicada en la idea de España, ¿qué papel ha cumplido ese nacionalismo centralista allí y qué cosas están cambiando a tenor del movimiento que se percibe desde fuera en favor de la oficialidad de la lengua asturiana?

Asturias es la región española que menos rompió con el relato de ella que había hecho el franquismo; con la misión que el franquismo le había asignado. Hay un regionalismo franquista que asigna a cada región una gloria y una misión nacional. La gloria de Extremadura son los conquistadores, la de Aragón los Sitios de Zaragoza, la de Granada su toma… Hoy Vox recicla eso cuando reclama cambiar fiestas oficiales y que, por ejemplo, la de Badajoz sea su conquista cristiana y no su fundación islámica, o la toma de Granada pase a ser la de Andalucía.

Y la gloria de Asturias, claro, es Covadonga, ser la cuna de la nación española, y su misión ser la Covadonga de cada momento histórico; algo así como la reserva espiritual de España; el lugar que se alzará en defensa de la nación y la reconquistará cuando todos los demás hayan claudicado. Una idea que incluso reciclará la izquierda: el mito de octubre del 34 no deja de parecerse a una Covadonga obrera. Asturias, “sola en mitad de la tierra” como dice el poema de Garfias y la canción de Víctor Manuel, hace la revolución que iba a ser española, a salvar España del fascismo, pero los demás no han tenido el valor de hacer.

Asturias, en esa cosmovisión, como buena madre, debe ser abnegada; no pensar nunca en sí, sino solo en sus hijos. Cuando nuestro anterior presidente, Javier Fernández, rechazaba oficializar la lengua asturiana apelando a una idea de responsabilidad, de no importunar a España añadiéndole una lengua cooficial y un nacionalismo más -con esa idea imbécil de que una cosa lleva necesariamente a la otra-, cuando incluso se negaba a exigir infraestructuras y transferencias a las que tenemos derecho porque eso sería egoísta, bebía un poco de eso. La oficialidad que ahora el PSOE sí apoya ha pasado a ser posible gracias a un cambio generacional que ha empezado a desprenderse de esos lastres mentales.

Tanxugueiras, grupo del que habla en el libro, ha anunciado que presentará candidatura a Eurovisión. Tres pandereteiras jóvenes que rehacen con perspectiva feminista y en su lengua el folclore gallego pueden representar a España en ese festival. ¿Cree que vivimos un momento especialmente dulce en cuanto a la recuperación de raíces no necesariamente, ni precisamente, alineadas con la idea de lo español? Pienso en Rodrigo Cuevas, Califato ¾, Tarta Relena o la recuperación del músico castellano Agapito Marazuela a través de los Hermanos Cubero o reportajes en la televisión pública.

Hay, en general, un momento de interés en la tradición y el folclore que tiene las dos vertientes que Jean Jaurès veía en la reivindicación de la tradición y expresaba con una frase preciosa: tradición, decía, no es preservar las cenizas, sino mantener encendida la llama. Hay un tradicionalismo de las cenizas, reaccionario, que venera una tradición embalsamada, y un tradicionalismo de la llama, progresista, que bebe de la tradición pero la renueva. Tanxugueiras es un ejemplo particularmente bueno de ese tradicionalismo progresista que muchas veces, en efecto, no se alinea con “lo español”, sino que abarca un radio más pequeño, más local, más de proximidad. Pero hay propuestas cuyo ámbito sí es español, solo que de una España construida desde abajo, a partir de la yuxtaposición de propuestas locales que mantienen su identidad diferenciada, no de derramar desde arriba un imaginario castizo que lo homogeneíce todo. El Joaquín Díaz que hace cincuenta años hacía un disco maravilloso, Recital, con canciones populares asturianas, navarras, catalanas, castellanas o hasta sefardíes. O, ahora, Rodrigo Cuevas, que renueva el folclore asturiano pero, en sus discos, también integra muñeiras gallegas o fandangos manchegos.

Habla también de una serie como El Ministerio del Tiempo. En ella, un actor que interpreta a Federico García Lorca llega a decir que “ha ganado él”, no quienes le asesinaron. Aparece Clara Campoamor, pero no Federica Montseny. En el ensayo se alude también al programa Masterchef. ¿Qué papel nacionalizador cumple este tipo de productos?

Aquella escena entusiasmó a la mayor parte de mis amigos de izquierda, pero a mí me pareció deleznable. Significaba presentar, no al Lorca que firmaba un manifiesto en defensa del Frente Popular, sino a un Lorca ególatra, a quien ver que en 1979 se pone música a sus poemas basta para reconciliarse con su propio asesinato de, textualmente, “dos tiros en el culo, por maricón”, y con cuarenta años de dictadura. En esa serie en la que Suárez sale un par de veces por temporada y Franco sale varias, Azaña, Largo Caballero, Negrín, Federica Montseny, ni están ni se los espera, y cuando hace aparición un personaje republicano, es para validar el discurso de la Transición, como Lorca ahí o Clara Campoamor en otros momentos.

Y yo hablo de eso en un capítulo sobre la Cultura de la Transición en el que también me fijo en la gastronomía. Masterchef, un concurso muy atractivo y con mucha audiencia, hace también pedagogía patriótica: rueda, por ejemplo, en exteriores en escenarios que permiten hacer una defensa de instituciones tradicionales como el Ejército, la Iglesia o la tauromaquia. Hay una gastropolítica al servicio del correr un tupido velo delante de los problemas y heridas de la sociedad del que el mejor ejemplo es peruano: allá se utiliza la peculiar gastronomía nacional, resultado de una fusión europeo-amerindio-asiática, y el éxito internacional de cocineros como Gastón Acurio, para vehicular un discurso de paz social, de mestizaje feliz, que ocluye las grandes divisiones racistas y clasistas que siguen atravesando a la sociedad de ese país. En España también hay una gastropolítica que utiliza el éxito de José Andrés o Ferran Adrià y que se utiliza para lanzar un discurso de unidad y orgullo patrióticos muy parecido al que instrumentaliza la selección de fútbol en un momento en el que arrecian las tensiones interterritoriales: sentémonos todos a la misma mesa; cocinemos todos en la misma cocina.

Siguiendo con la cocina, menciona también el popular meme o canon de la paella o la omnipresencia de la añoranza alimentaria en Españoles por el mundo. Escribe “junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia del salchichón”. ¿Qué relación guarda, si es que alguna, el nacionalismo más derechizante con la carne y la reacción a una pretendida amenaza vegetariana? No es extraño ver un paralelismo a la reacción machista contra el avance del feminismo en las fotos de carne por lo demás maltratada, casi calcinada, que recorrieron no hace mucho las redes.

Me fijo en cómo algunos cánones férreos que hoy creemos antiquísimos son del otro día, como quien dice. El de la paella valenciana se fijó a principios de los noventa, y hoy atizamos a Jamie Oliver por echarle chorizo, pero en el siglo XIX, el autor de un recetario enumeraba los ingredientes canónicos de la paella, contaba entre ellos el chorizo y decía que cualquier alternativa era un sacrilegio. Y me fijo también en la relación que existe hoy entre esa clase de talibanismo gastronómico y la emigración, en un momento en que se ha obligado a la juventud del país a emigrar masivamente.

Cuando ves Españoles por el mundo, no hay persona a la que entrevisten que no exprese una añoranza gastronómica, algo con respecto a lo cual hago yo esa broma parafraseando el famoso salmo: “junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia de Sion”. El país del que uno ha tenido que irse es el Templo perdido para esos emigrantes que gestionan esa pérdida del mismo modo que el rabino Yohanan ben Zakai resolvió el dilema de cómo ser judíos sin Templo después de la destrucción del de Jerusalén: convirtiendo la Torá, la Ley, en un Templo portátil que, para serlo, para seguir unificando la diáspora judía y evitar que se disgregase, que se diluyese, tenía que tener leyes muy férreas.

En general, en un mundo que se licúa, en el que todo lo sólido se desvanece en el aire, fijamos cánones a los que aferrarnos. En cuanto a lo que me preguntas sobre la carne, cito un apunte muy bueno de Esteban Hernández sobre la épica del chuletón; cómo el nacional-populismo convierte algunos alimentos en marcadores castizos. La carne, pero no solo la carne: cuando se señaló, con toda la razón, que la imagen promocional de los Conguitos era racista, toda la ultraderecha en pleno se volcó a hacerse fotos comiendo Conguitos.

Más País no se llamó Más España. ¿Se puede resignificar la bandera rojigualda, España misma, desde la izquierda?

Es un debate interesante sobre el papel y que a mí ha llegado a seducirme en algún momento. Pero hoy soy muy escéptico. Quienes primero lo lanzaron se fijaban en las experiencias latinoamericanas que conocían bien, y donde lo nacional-popular tiene una fuerza tremenda. Pero las mitologías nacionales latinoamericanas son muy distintas de las europeas. Allá están vinculadas a insurrecciones republicanas, libertad, igualdad, fraternidad; acá, a construcción de imperios, limpiezas étnicas, que todos los países europeos han hecho en algún momento.

Pinochet tuvo que convocar un plebiscito sobre su propia continuidad, que perdería, obligado en parte por esa mitología que él había instrumentalizado, presentándose como un libertador, pero cuyo chicle no podía estirar indefinidamente para justificar una dictadura muy larga: la gente sabía que los libertadores se habían alzado por lo que se habían alzado.

Acá sucede todo lo contrario: en materia de simbología nacionalista, somos nosotros, la izquierda, los que jugamos en el campo del rival. Es cierto que la rojigualda fue la bandera de Riego y la de la Primera República, pero hace ya demasiado tiempo de eso. En cuanto apareció el movimiento obrero, rechazó esa enseña, y todos nuestros mártires morirían después envueltos en otra. Tampoco hay que olvidar una cosa: la bandera ya fue resignificada por la derecha. Durante los primeros veinte años de la democracia restaurada tras la muerte de Franco sí fue una bandera más o menos transversal, que si era rechazada era rechazada en base a un “nada de banderas” que también se desentendía de la tricolor. Pero a finales de los noventa, la coincidencia de una serie de factores hizo que la bicolor pasara a ser una bandera de parte. Habría que resignificar la resignificación, y eso es más difícil que apropiarse de un símbolo neutral."                    

(Entrevista a Pablo Batalla Cueto, colaborador de 'La Marea' y autor del ensayo 'Los nuevos odres del nacionalismo español', Ignacio Pato, la Marea, 25/11/21)

16/6/21

James Rhodes, pianista: "Inglaterra es cara, sucia y racista"... "España es de puta madre"

 "El pianista James Rhodes ha asegurado en una entrevista en La Contra de La Vanguardia que "como país España es de puta madre". "Tienes de todo y el ritmo de vida, la gente, siempre están con los brazos abiertos. Para mí es flipante, inspiradora: aquí tengo lo que quiero y mucho más", ha destacado.

Rhodes, al que el Gobierno español le concedió la nacionalidad por ser "símbolo de la nueva España", ha explicado "he vivido toda mi vida en Inglaterra" y, según ha dicho, "es cara, sucia y racista". "Comparado con Londres, esto es mi Disneylandia. Aquí todo es sencillo", ha sentenciado.

Finalmente, el pianista ha afirmado que aquí "todo es posible". "Políticamente en España estamos jodidos, pero al igual que en Inglaterra, Alemania, EEUU ... Como en todas partes", ha alegado."         (e-notícies, 11/06/21)

15/10/20

La guerra de banderas asfixia al patriotismo cívico español... la izquierda de ámbito estatal se caracteriza por su patriotismo social: "“A mí me gusta que todos los españoles tengamos los mismos derechos en todos los rincones de España, que haya una misma sanidad, una misma educación, que no haya discriminación”

 "¿España? ¡Puf…! ¡Qué pregunta más graciosa! A mí España no me gusta. O sea, a mí me gusta la gente de España”. La respuesta, que sintetiza ese afecto por la patria sin suplemento trascendental que abunda entre los españoles desconfiados del nacionalismo, está incluida entre bastantes más del mismo tenor en el artículo Patriotas sociales. La izquierda ante el nacionalismo español (Revista de Sociología, 2017), de Antonia María Ruiz, Luis Navarro y Elena Ferri. 

Los tres son investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, donde se desarrolla un singular proyecto, Nacionalismo español: praxis y discursos desde la izquierda, trabajo apoyado por el Gobierno, la Junta de Andalucía y el CIS que pretende “rellenar una laguna” de conocimiento sobre los porqués de la tirante relación entre la izquierda y la idea de España y sobre las dificultades para la conformación de un patriotismo de acervo cívico que rivalice con el esencialismo nacionalista. 

A tenor de las conclusiones del proyecto, la extendida indiferencia entre las “gentes de izquierdas” –en expresión que utilizaba Gaspar Llamazares– hacia la liturgia y la simbología nacional imperante no implica, como a menudo se da por hecho desde la otra acera ideológica, una ausencia de patriotismo ni de vínculo afectivo con España. Eso sí, se trata de un patriotismo más difuso y difícil de transmitir a las masas, que hasta la fecha no ha logrado competir en el imaginario de lo español con el nacionalismo de bandera al viento.

Con motivo del 12 de Octubre, Fiesta Nacional de España, infoLibre analiza con el apoyo de investigadores de los campos de la sociología, la politología y la historia el fenómeno del patriotismo cívico y social, así como los motivos de su limitado tirón popular.

Patriotismo social y cuestión territorial

“¿España? ¡Puf…! ¡Qué pregunta más graciosa! A mí España no me gusta. O sea, a mí me gusta la gente de España”. La respuesta, que sintetiza ese afecto por la patria sin suplemento trascendental que abunda entre los españoles desconfiados del nacionalismo, está incluida entre bastantes más del mismo tenor en el artículo Patriotas sociales. La izquierda ante el nacionalismo español (Revista de Sociología, 2017), de Antonia María Ruiz, Luis Navarro y Elena Ferri. 

Los tres son investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, donde se desarrolla un singular proyecto, Nacionalismo español: praxis y discursos desde la izquierda, trabajo apoyado por el Gobierno, la Junta de Andalucía y el CIS que pretende “rellenar una laguna” de conocimiento sobre los porqués de la tirante relación entre la izquierda y la idea de España y sobre las dificultades para la conformación de un patriotismo de acervo cívico que rivalice con el esencialismo nacionalista.

 A tenor de las conclusiones del proyecto, la extendida indiferencia entre las “gentes de izquierdas” –en expresión que utilizaba Gaspar Llamazares– hacia la liturgia y la simbología nacional imperante no implica, como a menudo se da por hecho desde la otra acera ideológica, una ausencia de patriotismo ni de vínculo afectivo con España. Eso sí, se trata de un patriotismo más difuso y difícil de transmitir a las masas, que hasta la fecha no ha logrado competir en el imaginario de lo español con el nacionalismo de bandera al viento.

Con motivo del 12 de Octubre, Fiesta Nacional de España, infoLibre analiza con el apoyo de investigadores de los campos de la sociología, la politología y la historia el fenómeno del patriotismo cívico y social, así como los motivos de su limitado tirón popular.

Patriotismo social y cuestión territorial

A partir del análisis de discursos e hitos políticos y de una treintena de entrevistas a cargos medios de partidos progresistas, los autores de Patriotas sociales acaban perfilando valiosas conclusiones. “Se ha afirmado que la izquierda no se siente vinculada con España, con lo cual se caracteriza por su apatía patriótica. Esta afirmación necesita ser matizada”, señalan los autores. “Nuestro hallazgo es que la izquierda de ámbito estatal se caracteriza por su patriotismo social”, añaden. 

Se trata, en palabras de Navarro, responsable del área académica de Sociología de la Olavide, de “un patriotismo con elementos propios de la izquierda y diferenciado del expresado por otros grupos e ideologías”. Es “un patriotismo hecho de una actitud de pertenencia a España” basada en “afecto, lealtad y preocupación fundamentalmente por el grupo, los españoles, entendidos con una fuerte connotación de clase”, añade.

Volvamos a las repuestas recabadas para Patriotas sociales. Uno de los entrevistados explica: “A mí me gusta que todos los españoles tengamos los mismos derechos en todos los rincones de España, que haya una misma sanidad, una misma educación, que no haya discriminación”. 

Hay un material que, en contacto con esta visión igualitarista de España, provoca una inmediata combustión: la cuestión territorial, los nacionalismos periféricos. Es un debate que acaba desembocando en otros, igualmente incandescentes: los símbolos, la bandera rojigualda –con los mismos colores que en el franquismo y también que en la Primera República, por cierto–, la llegada de la democracia a través de una transición y no de una ruptura, la jefatura del Estado ocupada por un rey...

Ahí empieza a encontrar problemas de encaje simbólico ese patriotismo progresista. Incomoda a menudo la palabra “nación”, o “patria”, o “patriotismo”, o incluso “España”. Chirría el himno. Se acepta a regañadientes –si se acepta– la Corona. Y, como apuntan los investigadores, el discurso progresista se vuelve “reactivo”, es decir, se conforma mediante el rechazo a la visión unívoca, autoritaria y centralista del nacionalismo español. 

Pero sigue sin resolver una cuestión central: con qué simbología adornar el patriotismo social. Difícil solución, desde luego. Este problema ha conducido a parte de la izquierda –partidos y bases sociales– a frecuentes estrategias de “evitación” de la cuestión nacional. No gratuitamente Navarro tituló su tesis La nación evitada.

España pasa así a ser un tema, una palabra, una idea dominada por la derecha y soslayada por la izquierda.

Ni grandilocuencia, ni movilización

Navarro escribe en su tesis sobre esa idea todavía pendiente de que llegue su momento que es el patriotismo progresista, una forma de compromiso con la patria que “no implica discursos grandilocuentes o movilización de masas”. Pero, claro, ese patriotismo basado en “igualdad, solidaridad y justicia social”, sin el pegamento de un afecto por la bandera, sufre para rivalizar con otras expresiones más desinhibidas, épicas y simbólicas de españolidad. La alergia a las exhibiciones de orgullo nacionalista en la izquierda es observable en respuestas recabadas para Patriotas sociales

“La patria es que nuestros ciudadanos estén bien, en paz, conviviendo en paz, con servicios públicos, y que vivamos felices y con cohesión social”, dice un entrevistado. Otro: “Entonces, yo todo esto del nacionalismo, la patria y tal y todo eso, bueno, lo pongo siempre en suspenso. O sea, a mí la patria o la nación es aquella que me permite vivir, que me garantiza derechos, que me garantiza libertades. Esa es mi nación y esa es mi patria”. Lo dicho: no es un discurso que vaya a galvanizar a las masas, ni que una escuadra de soldados vaya a escuchar con el mentón alzado antes de pegar un sonoro golpe de talón.

Los anteriores son retazos de discursos blandos que entroncan con el concepto, popularizado por el filósofo Jürgen Habermas, de “patriotismo constitucional”. Así lo explica el sociólogo Imanol Zubero, profesor de la Universidad del País Vasco: “Este tipo de patriotismo genera una vinculación con la nación que no pasa por los elementos clásicos del nacionalismo, que generan exclusión y homogeneidad. Al contrario, apelan a una nación cívica que te constituye como ciudadano que goza de derechos y libertad”. Luego, reflexiona: “Es un intento interesante, pero el propio Habermas reconocía que el patriotismo constitucional ofrecía una vinculación fría con una nación o un Estado, que suelen reclamar emociones más cálidas”.

He ahí una clave: es más cálida una bandera que una enumeración de valores cívicos en estilo recitativo.

Tanto Navarro como el resto de investigadores consultados para este artículo coinciden en que los defensores de formas de patriotismo alternativo no han logrado popularizar un imaginario español progresista que rivalice con el evocado por los sectores conservadores, más cómodos con las connotaciones inherentes al himno, la bandera y el trono. ¿Por qué? Jordi Muñoz, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona, responde: “La derecha nunca ha renunciado a su nacionalismo tradicional. Durante el franquismo la derecha monopolizó el patriotismo. 

Después se construyeron elementos de un nuevo patriotismo español, a partir de la mitificación de la transición y la Constitución del 78 y de una idea de unidad matizada para aceptar una cierta diversidad. Sin embargo, la derecha nunca renunció a su bagaje nacionalista tradicional”. Según Muñoz, los “conflictos nacionales” en Euskadi y Cataluña “seguramente han favorecido la persistencia de la respuesta nacionalista más explícita desde el centro”.

A juicio del autor de La construcción política de la identidad española: ¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático? (CIS, 2012), los términos del debate nacional sitúan a la izquierda en una encrucijada endiablada. “Una idea verdaderamente progresista de España sólo puede ser plurinacional. Pero eso genera un rechazo muy fuerte en la derecha, y en una parte importante de la izquierda de tradición más jacobina. Esa contradicción es insuperable, creo”, afirma.

De Carrillo al PSOE y Podemos

El historiador Diego Díaz Alonso ha estudiado con lupa este singular fenómeno. Uno de los resultados de su trabajo es el ensayo Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones nacionales (Trea, 2109), donde se detiene en algunas de las coyunturas en las que se ha ensayado un patriotismo español que rompiera el trinomio “Dios, Patria y Rey” o conectara con reivindicaciones de la izquierda. 

Díaz Alonso menciona la primera y la segunda repúblicas, el “discurso patriótico” y soberanista del PCE contra el Plan Marshall y la OTAN, la Política de Reconciliación Nacional inaugurada por los comunistas en los 50, el “patriotismo constitucional” carrillista tras tragar con la rojigualda y la Corona, el autonomismo de la Transición, el federalismo –siempre dubitativo y sin excesivo brío, pero visión de España alternativa al fin y al cabo– de las últimas décadas...

Su análisis alcanza hasta a Podemos, que “entonó un nuevo discurso nacional-popular, patriótico-progresista, poco elaborado en profundidad, pero con mordida en superficie”. “Así –escribe Díaz Alonso– se reivindicó la soberanía nacional secuestrada por instituciones internacionales que dictaban los estrechos márgenes de un presupuesto nacional [...]. Así se denunció a los defensores en España del patriotismo constitucional que cambiaron la Constitución de la noche a la mañana [...]. O así se criticó el patriotismo identitario de quienes, al tiempo que se envolvían en la bandera, se llevaban su dinero, y a veces también el dinero público, a paraísos fiscales”.

Fuego cruzado

En conversación con infoLibre, Díaz Alonso recalca también cómo desde el campo del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero, con su “patriotismo constitucional”, o Pedro Sánchez, con su “España plurinacional”, han tratado en algún momento de configurar un imaginario nacional propio con ingredientes progresistas. ¿En vano? Díaz Alonso, que cree que el peso del ala del PSOE con una visión de España más similar a la del PP ha limitado el alcance de estas apuestas, apunta a dos grandes problemas. 

Uno, los símbolos. “La derecha los tiene muy claros, pero la izquierda tiene un problema con los símbolos, porque la bandera no se ha quitado sus connotaciones en 40 años”. Y dos, lo que el historiador llama el “fuego cruzado” en el que queda atrapada la izquierda, entre “los nacionalismos periféricos, que asocian España a todo lo retrógrado y reaccionario, llegando a la caricatura, y una derecha española con una visión excluyente de España”.

Ahí en medio, ilustra el autor de Disputar las banderas, se queda atrapada la izquierda, irritada entre los que dicen que es España no tiene arreglo y los que dicen que sólo ellos son los verdaderos españoles. “Una parte de las izquierdas han comprado el relato de los nacionalismos periféricos, y otra, especialmente una parte del PSOE, tienen una visión de España no muy distinta a la de la derecha”, señala.

Ventaja competitiva de la derecha

Uno de los entrevistados para Patriotas sociales aún dice: “Yo creo que hay mucha gente que si no fuera por la selección española de fútbol pues seguiría avergonzándose de la bandera española. Yo tenía once años cuando murió Franco, pero cuesta mucho trabajo olvidar que era la misma bandera y el mismo himno del dictador”. ¿Por qué el éxito de estos discursos en la izquierda, 45 años después de la muerte del dictador? No hay una sola respuesta. Ha sido un proceso. El nacionalismo español, avergonzado por su hegemonía en su versión nacionalcatólica durante casi 40 años, pasó una larga década latente, pero en los 90 fue saliendo del armario.

 “Los debates suscitados a partir de los gobiernos de Aznar (1996-2004) tuvieron un efecto divisor y volvieron a emerger diferencias significativas entre los ciudadanos de izquierdas y de derechas en sus niveles de orgullo español”, apunta Navarro. Las “guerras culturales” en campos como el laicismo y la memoria histórica fueron exacerbando la cuestión. Y por supuesto el estallido del procés, unido al avance de la polarización, ha estrechado los márgenes para discursos patrióticos más basados en la apelación cívica que en la exaltación nacionalista. El resultado es que, en 2020, sectores de izquierdas mantienen o han renovado su desconfianza hacia las manifestaciones de lo español.

¿Quién ha perdido con ello? A juicio de Navarro, la izquierda ha cedido a la derecha “una ventaja competitiva”. Los conservadores han aprovechado esta división para intentar patrimonializar la idea de España y sus símbolos. Un detalle significativo: este jueves el senador del PP por Ceuta David Muñoz recibió al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, con una bandera nacional, una reproducción de una corona y un retrato del rey. Los símbolos nacionales usados como atrezo de un recibimiento hostil a un miembro del Gobierno. Singularidades españolas. Íñigo Errejón suele contar que, en la calle, alguna vez lo han intentado provocar gritándole, simplemente, “viva España”.

“Nación por construir”

El “patriotismo social” de la izquierda no ha logrado poner sobre la mesa, a juicio de Navarro, una idea de país tan comprensible para las grandes masas como la del nacionalismo conservador, que agita la bandera española como si fuera su patrimonio exclusivo y repite la palabra fetiche: España. “Los conceptos a los que apela la izquierda están tan manoseados que muchos no los entienden: solidaridad, educación, sanidad... Todo el mundo dice defenderlos”. Mientras tanto, otros hablan de España, España y España. Y ahí hay un significativo porcentaje de la población que se siente incómoda.

“Quedan muchas cosas por superar para que todo el mundo se encuentre bien ahí. Todo el problema de las fosas comunes, o las relaciones con la Iglesia”, explica Navarro. A eso se suma la falta de sintonía con la bandera o con la institución de la monarquía. Es ahí donde, para salir del paso, entra en juego la estrategia de la “evitación”. Una “evitación” difícil en días como este lunes, Fiesta Nacional, cuando la bandera es peaje obligado.

El sociólogo Imanol Zubero cree que el obstáculo para el surgimiento de un patriotismo alternativo convincente y mayoritario no está en que la democracia española sea formalmente menos digna de respeto y adhesión que otra, sino en la historia de una “nación” que durante siglos se ha construido “contra la Ilustración, contra la ciencia, contra la pluralidad interna”. “España sigue siendo una nación por construir, esa mater dolorosa de la que habla José Álvarez Junco. Ha habido intentos de darle la vuelta con nuevos significados. 

Por ejemplo, el intento de IU con el federalismo, que el PSOE nunca se ha tomado en serio. O Podemos. Recuerdo una entrevista a Juan Carlos Monedero en la que reivindicaba la España de Buñuel, de Picasso... Tenía mucho sentido. Pero es muy difícil”, añade Zubero, que recuerda el déficit que supone que el actual Estado español carezca de épica fundacional antifascista.

El viento de la historia, además, sopla en contra del patriotismo cívico y social. En el mundo de hoy la nación cotiza al alza como reclamo popular, como prueban el éxito de fenómenos identitarios como Donald Trump ("America first") y el Brexit. Todo el debate nacional se ha cargado en España de palabras rotundas, sobre las que no caben medias tintas: bandera, identidad, patria, historia, traición... En España, el procés y la emergencia de Vox han sobrecargado de identidades el debate público.

La opción de la cultura

Lo que ha demostrado no ser un pegamento afectivo para un patriotismo cívico y social fuerte es la Constitución. Otra vez, como ocurre con los fenómenos complejos, los motivos son muchos. Para empezar, que es un campo arrasado por la polarización. Además, tras amagar con convertir el 6 de diciembre en la Fiesta Nacional, el PSOE inclinó la balanza hacia el 12 de Octubre, lo cual limitó el alcance del Día de la Constitución. Como atestiguan los debates en el Congreso en 1987, los socialistas tenían la esperanza de que la combinación del 6D y el 12O forjase una genealogía nacional mixta de compromiso cívico y orgullo histórico. Aquel empeñó no salió bien, a juicio de Díaz Alonso.

 “El patriotismo constitucional propugnado inicialmente por las fuerzas progresistas en la Transición como una posible alternativa cívica y democrática al nacionalismo español más esencialista y conservador ha terminado derivando con los años en una suerte de culto acrítico a la Constitución y un arma arrojadiza para cerrar cualquier debate político incómodo”, señala Díaz Alonso en un artículo en El Salto. A su juicio –compartido por los investigadores de la Olavide–, ha faltado una idea consensuada de patriotismo progresista.

 “No se han generado mecanismos de identificación alternativos”, explica Díaz Alonso, que inscribe en esta carencia los bandazos de las fuerzas progresistas, siempre dudando cuánto, cómo y cuándo usar los símbolos nacionales, con exhibiciones tan llamativas –y sin continuidad estética– como la gigantesca bandera del acto de Pedro Sánchez en 2015.

¿Qué queda? Fernando Flores, profesor de Derecho Constitucional, cree que, dejando a un lado el deporte, la vía posible para una cohesión profunda está en la cultura. “En la cultura España tiene muchísimo campo para cohesionar. En la educación, en la formación, en la estela de las misiones pedagógicas, que podrían ser un buen referente. 

O el teatro popular, que tenía una vocación muy patriótica en el mejor de los sentidos. Ahí hay ideas para pensar en una identificación”, señala Flores, que lamenta la “hipocresía” de España con la cultura, tan citada en los discursos como despreciada en las políticas reales, donde no tiene consideración de gran asunto de Estado.

 En las respuestas recabadas para Patriotas sociales sí aparece la cultura como foco emocional: “Mi familia es inmigrante, mi madre es cordobesa, mi padre de Almería, con lo cual mi identidad cultural tiene mucho que ver con España. Yo a Cervantes pues lo siento mío y a Machado. Por tanto, yo me siento… Hay una identidad cultural con España, ¿no?”.

Cervantes y Machado, precisamente, mueven a nuevas preguntas sobre una cuestion que es, como la propia idea España, fuente inagotable de controversia. ¿Qué opinaría el Manco de Lepanto de los fastos del Día de la Hispanidad? ¿Queda simbólicamente resuelta con la Fiesta Nacional la negra disyuntiva de las dos Españas de Machado? "                 (Ángel Munárriz, Info Libre, 11/10/20)

12/6/20

España ha sido declarado el mejor país del mundo para nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su territorio. Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia... España es el país de menor violencia de género en Europa, muy por detrás de las socialmente envidiadas Finlandia, Francia, Dinamarca o Suecia; el tercero con menos asesinatos por 100.000 habitantes, y junto con Italia el de menor tasa de suicidios

"Por organismos internacionales de toda solvencia España ha sido declarado el mejor país del mundo para nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su territorio. 

Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia. Pese al masoquismo antropológico de los españoles, este país es líder mundial en donación y trasplantes de órganos, en fecundación asistida, en sistemas de detección precoz del cáncer, en protección sanitaria universal gratuita, en esperanza de vida solo detrás de Japón, en robótica social, en energía eólica, en producción editorial, en conservación marítima, en tratamiento de aguas, en energías limpias, en playas con bandera azul, en construcción de grandes infraestructuras ferroviarias de alta velocidad y en una empresa textil que se estudia en todas las escuelas de negocios del extranjero. Y encima para celebrarlo tenemos la segunda mejor cocina del mundo.

Frente a la agresividad que rezuman los telediarios, España es el país de menor violencia de género en Europa, muy por detrás de las socialmente envidiadas Finlandia, Francia, Dinamarca o Suecia; el tercero con menos asesinatos por 100.000 habitantes, y junto con Italia el de menor tasa de suicidios. 

Dejando aparte la historia, el clima y el paisaje, las fiestas, el folklore y el arte cuya riqueza es evidente, España posee una de las lenguas más poderosas, más habladas y estudiadas del planeta y es el tercer país, según la Unesco, por patrimonio universal detrás de Italia y China.

Todo esto demuestra que en realidad existen dos Españas, no la de derechas o de izquierdas, sino la de los políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan."                (Manuel Vicent, El País, 18/11/18)

4/3/20

Kamen: No hay ninguna evidencia histórica de que los reyes godos existieran, ni Don Pelayo, ni la convivencia de cristianos, moros y judios en la Edad Media... pero los mitos fortalecen las identidades,

"Henri Kamen se siente una mezcla de civilizaciones. “Nací en Oriente (en la antigua Birmania), me formé en Reino Unido y vivo en España”, resume el historiador de 83 años en un perfecto español, con acento británico y deje catalán, al preguntarle de dónde es. Los orígenes de un país también son siempre una mezcla mucho más compleja de lo que reflejan sus mitos. 

Sobre esta idea Kamen acaba de publicar, 'La invención de España' (Espasa, 2020), libro en el que trata de separar cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en la historia de este país, que lleva más de medio siglo estudiando. Una gran parte de lo que los libros de texto nos han enseñado a los españoles como hechos históricos son leyendas imposibles de verificar.  (...)

No hay ninguna evidencia histórica de que los reyes godos existieran. Para empezar, ni siquiera el titulo de rey existía en aquella época”, sentencia el hispanista (...)

PREGUNTA. ¿Es la lista de reyes godos un invento?

RESPUESTA. A finales del siglo XIX, cuando se empieza a instituir el sistema de enseñanza obligatoria en los colegios, se llegó a un acuerdo sobre de qué materias había que educar a los niños. Lo más fácil era memorizar reyes y presidentes, y ahí se optó por simplificar muchos capítulos de la historia de España, a menudo con criterios políticos.
En su libro cita a Ramiro de Maeztu, ensayista de la Generación del 98, que dejó escrito que “España comienza a ser al convertirse Recaredo en la religión católica”, una idea que se popularizó en la España franquista. Según Kamen, la falta de documentación para estudiar a los visigodos, a quienes Franco alababa por su “amor nacional a la ley y el orden”, permitió crear la ilusión de una unidad y continuidad histórica “de la que no hay constancia alguna”.

Kamen también desmiente en su libro que haya certeza histórica de batallas heroicas como la de Clavijo, la figura de Santiago 'matamoros'. Analiza también la España de los conquistadores, el papel de los piratas del Caribe y hasta el papel de Gibraltar en el nacionalismo español. Todos estos episodios, algunos más ficticios que otros, juegan un papel importante en lo que el historiador llama la invención de España.

 “Los mitos fortalecen las identidades”, explica, pero reclama la importancia de separar la realidad (lo que “aparentemente” sucedió), del mito (lo que “debería haber sucedido”). Ciertas o no, opina que todas estas leyendas son importantes para entender la historia de un país: "Tienen un papel en la forma en que elegimos construir, es decir, inventar, el pasado”. Su libro es un recorrido por la historia española a través de los intereses políticos de quienes fomentan una u otra versión de los hechos en cada momento.

P. ¿Es entonces la historia de España una sucesión de 'fake news'?

R. Sí. Podríamos decir que la historia de España así contada es una sucesión de 'fake news', pero toda historia de un país lo es en cierto modo, porque es una reconstrucción interesada. Cuando existe un currículo obligatorio, hay que idear una cosa concreta. No se les puede dar a los niños tres o cuatro teorías de cada episodio. Se simplifica y enseña de modo tan exagerado que puede resultar falso. La enseñanza basada en grandes protagonistas y unas cuantas gestas heroicas necesariamente implica una distorsión de la realidad.

P. Muchos de estos mitos nacen de un interés político que va cambiando según la época. Una de las construcciones políticas que más han calado en el imaginario colectivo español, según cuenta en su libro, es la idea del crisol medieval de las tres culturas. ¿También es falso?

R. Efectivamente, a lo largo de la historia, los políticos adaptan la historia con fines políticos. Fomentar el mito de la España medieval de las tres culturas como una época pacífica e idealizada es una leyenda que sale de la boca de los políticos españoles del siglo XIX y XX. Querían proyectar una imagen del país de que aquí albergábamos no solo una cultura como ingleses y franceses, sino tres: la cristiana, la judía y la musulmana. 

Los liberales del siglo XIX querían identificar en esos valores de la convivencia su idea de España y trataron de crear una imagen de una España posible contra los franceses y al absolutismo de Fernando VII. Querían transmitir que hubo una vez una España donde la tranquilidad y coexistencia de gente muy diferente eran posibles.

Kamen atribuye al historiador novecentista Américo Castro (1885-1972) el desarrollo de esa imagen ficticia de un Al-Ándalus dichoso y pacífico con la implantación del concepto de 'convivencia'. Sin embargo, esa visión, heredera del romanticismo, sostiene, “lo que trata es de ocultar los problemas reales de la época medieval, porque no se encuentra evidencia alguna de que esa coexistencia fuera pacífica”.

Y añade: “Hay más documentación de las crueldades que las tres culturas cometieron entre sí que de la idealizada armonía”, y la describe como una época muy sangrienta en la que hubo decapitaciones masivas, tanto de cristianos como de musulmanes, muchas crucifixiones “y los judíos fueron perseguidos por todos los regímenes, tanto visigodos como árabes. Podía haber episodios de convivencia a nivel popular, pero muy limitada. La vida normal de los árabes era la misma que tenían los cristianos. Trabajaban en los campos, eran vecinos… En ese sentido de la vida del pueblo sí que había convivencia, pero nada más”.

Un ejemplo mucho más reciente de la tentación de los políticos de reescribir la historia con fines políticos, según Kamen, lo tenemos en la invención que hizo el presidente Rodríguez Zapatero, hace una década, de la Alianza de Civilizaciones: “Es un mito reciente que él mismo inventa”, afirma este historiador, que trabajó 12 años en el CSIC antes de jubilarse. “Zapatero piensa en una coalición de las culturas cristianas y musulmanes como respuesta a la agresión de Al Qaeda y otros movimientos violentos de nuestra época, pero fue tratar de crear un mito de convivencia que no funcionó”.

Don Pelayo es una ficción

A la derecha política, este hispanista también le atribuye una instrumentalización de la historia, centrada sobre todo “en la invención de una España que habría existido desde siempre con la cristiandad como eje vertebrador”. Pero igual que no encuentra Kamen evidencias de que los numantinos resistieran heroicamente el asalto de los romanos, tampoco de que lo hiciera la ciudad de Sagunto, no halla tampoco evidencias de que Don Pelayo existiera. Cuenta que es a finales del siglo XIX y principios del XX cuando aquellas batallas legendarias “se empiezan a convertir en episodios heroicos de la patria”.

Ocurre con todos los mitos fundacionales. “Don Pelayo es, en esencia, una ficción, porque no hay forma de documentar ni su existencia ni sus hazañas”, apunta Kamen sobre el héroe asturiano (o visigodo o cántabro, según qué crónicas se consulten). Muchas de las crónicas disponibles sobre el supuesto inicio de la Reconquista en las que se sustenta el mito están escritas varios siglos después de los hechos. “No hay documentación fiable de aquella época ni evidencia de que sucediera. No podemos saber si Pelayo existió o no”.

Kamen, sin embargo, se reconoce “gratamente sorprendido por la honestidad de la Oficina de Turismo de Asturias, porque en su página web reconoce que no disponen de ningún dato comprobable de Pelayo ni de su relación con la supuesta batalla de Covadonga, y esa honestidad histórica no es habitual en la utilización que hacen de la historia muchas otras instituciones públicas”.

En la cueva de Covadonga, según la leyenda, los rebeldes a las órdenes de Don Pelayo hace 1.300 años fueron inicialmente derrotados por los musulmanes y se refugiaron hasta que se les apareció la Virgen María, lo que les ayudó a ganar la batalla. Cuenta que no hay ninguna evidencia ni siquiera de la batalla de Covadonga. “Aunque tampoco se puede descartar que hubiera algún incidente militar, pero no está documentado con fiabilidad”, insiste el hispanista, que apunta a que quienes primero promovieron la leyenda de Don Pelayo fueran los cronistas a las órdenes del rey de León Alfonso III, que quiso liderar un siglo después la lucha contra los musulmanes. 

De lo que no le cabe duda histórica es de que los símbolos que hoy podemos visitar los turistas “son exclusivamente producto de la imaginación y la inversión de los católicos del siglo XIX”. Fue en 1941, el año que regresó a España la Dama de Elche del Louvre, cuando se instaló en el santuario asturiano una imagen de Nuestra Señora de Covadonga y Franco dio pleno apoyo a la leyenda de Pelayo. (...)

P. ¿Es España una de las naciones más antiguas de Europa?

R. No, eso es una actitud subrayada por la derecha española. Insisten en una España política que existió antes de todos los tiempos. Es una visión absurda. También hay una exageración de la idea de una España que exista desde la Reconquista. Eso es falsificar el pasado. La idea misma de Reconquista evoca que había una unidad previa a los siete siglos que estuvo el islam en la península Ibérica. Y no existía tan cosa. Ni siquiera en el siglo XVIII existe todavía una administración central. España como tal nace a principios del siglo XIX, tras la Guerra de la Independencia.

P. ¿Qué papel tiene el cristianismo en la identidad española? En su libro, sostiene que España no es tan católica como se ha contado.

R. El papel del cristianismo en España depende de cómo se interpreta. Hay que diferenciar la espiritualidad y las creencias del pueblo de la cristiandad como manifestaciones culturales de la vida pública, con la presencia de las catedrales, por ejemplo, que es un reflejo del poder institucional de la Iglesia. Los obispos ya se lamentaban de la falta de religiosidad del pueblo español en el siglo XVI. La Iglesia tenía mucho poder, pero no dirigía la creencia íntima de los españoles. 

Por eso importaban misioneros jesuitas y cartujos italianos a la Península con el propósito de convertir al pueblo español a la fe católica. Hay que diferenciar esos dos niveles de la religión. Hay una España cristiana, sí, pero formalmente, a nivel político, no tanto a nivel popular. No se trata de negar que fueran cristianos, que lo eran, pero en un nivel cultural más que espiritual.

 Los ataques contra la Iglesia también son parte de la historia de España. Ya los tuvimos en el siglo XIX con la desamortización y también en el siglo XX. El anticlericalismo está en todas las épocas de lo español. La hostilidad a los privilegios del clero no es nueva. España ha sido tan cristiana como anticlerical. Necesitamos contar la historia con más perspectiva para entenderla. Por eso la historia debería reflejar más la vida de la calle y la vida diaria, y no la que los políticos se inventan, porque ellos necesitan constantemente inventarse enemigos, vencedores y vencidos.


P. Cuenta en su libro que los españoles a menudo hemos preferido acercarnos a la imagen del pasado del país a través de las novelas. ¿Nos importa dónde acaba la realidad y dónde empieza la ficción?

R. Las obras de ficción también tienen ideología y, por tanto, también tergiversan el pasado. Son parte de la idea que una nación se hace de sí misma. A veces, los novelistas gustan más a los lectores que los historiadores. Y si los historiadores somos aburridos y la gente no nos lee, es nuestra culpa. Pero a veces los novelistas tienen tanto éxito que la imagen distorsionada del pasado que proyectan se queda para siempre en las mentes. Hay historiadores que admiran a Arturo Pérez-Reverte. Y eso está muy bien, pero el problema es que su imagen de las guerras de Flandes se acepta como verdad histórica y no es así. Él escribe ficción, con mucho éxito, pero ficción.

Los historiadores, sin embargo, tenemos una obligación de investigar de forma fiable lo que ha pasado, los novelistas no. Y después de las novelas de Pérez-Reverte, muchos españoles tienen la idea de que Flandes estuvo en rebelión contra España. No es cierto. Los Países Bajos tuvieron problemas con la administración del rey de España, pero no por ser rey de España, sino por ser rey de Flandes. No fue una revuelta contra los españoles, fue una rebelión contra Felipe II, porque era su rey en ese momento. 

Flandes luchaba contra su propio régimen. En la Corte de Madrid había ministros que le decían al rey que Flandes tenía razón en sus reivindicaciones. Hay textos que muestran la simpatía con los rebeldes de Flandes. Eso no lo capta Pérez-Reverte. Tiene todo el derecho de no hacerlo porque él es novelista, y le deseo que tenga mucho éxito, pero la gente debe saber que no transmite una imagen histórica real.

P. Usted es un gran estudioso de la monarquía española. En su último libro, asegura que la monarquía española ha sido una institución siempre en entredicho. ¿Cree que llegará a reinar la princesa Leonor?

R. Espero que sí, que Leonor llegue a ser reina. Pienso que tener un símbolo de unidad como tienen los británicos es importante. Aunque la monarquía no tenga un papel activo en la vida política su labor es importante porque cohesiona y actúa como símbolo de las aspiraciones del pueblo, sin que este tenga que identificarse ni aceptar las doctrinas de los partidos políticos. 

En Reino Unido, hay británicos sin preferencia hacia laboristas ni conservadores que creen en la monarquía. Es un símbolo poderoso y los países necesitan símbolos. Otros países no tienen estos símbolos y es una pena, porque en la monarquía veo una gran esperanza para la estabilidad del sentimiento público que trasciende los conflictos de la vida política."             (Entrevista a Henri Kamen, Marta García Aller, El Confidencial, 24/02/20)

28/2/20

Henry Kamens: No hubo Reconquista. Ninguna campaña militar dura ocho siglos... ni la Inquisición tuvo un papel relevante... ni el pueblo español era religioso,,, “Los políticos de ahora no tienen ni idea de qué es una nación"

"A este historiador le irrita el debate entre políticos sobre si España es una nación o si hay varias naciones en ella, hay quien dice que son ocho. También le irrita la tendencia del poder político a manipular el pasado, desde la Reconquista a la derrota catalana de 1714, para dar un barniz histórico a su (pobre) discurso. “Los políticos de ahora no tienen ni idea de qué puede ser una nación, o qué sería una nación de naciones.

 No han investigado qué se quiere decir al hablar de nación. Es solo un juego de palabras”, afirma vehemente Henry Kamen (Rangún, Birmania, 1936), hispanista británico residente en Barcelona, doctorado en Oxford, miembro de la Royal Historical Society de Londres, autor de una treintena de libros sobre España y amigo de la polémica. La mayoría de expertos, advierte, han abandonado el debate de qué es una nación porque no hay forma de llegar a una conclusión indiscutida. Los políticos harían bien en hacer lo mismo.

Kamen publica ahora La invención de España (Espasa), un ensayo demoledor para todos los mitos sobre los que se ha querido construir la identidad nacional. Dicho sea lo de invención sin ánimo de ofender: todos los Estados modernos han tenido que crear su identidad en los últimos dos siglos con lecturas fantasiosas de su pasado. Solo que algunos (Francia) han tenido más éxito que otros (España). 

“También Francia acusaba, en el siglo XIX, problemas de cohesión, sentimiento nacional y unidad lingüística. Aún en 1870, no lograban reclutar campesinos para el Ejército porque no entendían su habla. No había motivos para que España no pudiera seguir el mismo camino”.

El problema de fondo, defiende en su libro, es que “para unir España ha habido que inventar la nación, procurando, al mismo tiempo, aceptar en ella mil años de diversidad y contradicción”. El autor británico rebate sin tapujos todos y cada uno de los mitos nacionales: desde Sagunto y Numancia a Covadonga y Lepanto, figuras tan ambiguas como El Cid, conceptos tan difusos como la raza hispánica o el discurso de la decadencia inexorable.

El mayor mito de todos quizás sea la Reconquista. Henry Kamen explica por qué no puede considerarse un mismo fenómeno todo lo ocurrido en la Península ibérica a lo largo de ocho siglos. “Ninguna campaña militar en la historia de la humanidad ha durado tanto”. El mismo término Reconquista no aparece hasta 1796. Y se utiliza desde entonces por los conservadores “para subrayar la supuesta gloria de España, usando un concepto equivocado para servir a una ideología”, opina.

Las circunstancias de la toma de Granada en 1492 no tienen nada que ver con las que decidieron la batalla de Navas de Tolosa, casi tres siglos antes y en el contexto de una cruzada internacional. “Fernando e Isabel no reanudaron un proceso que se había interrumpido, sino que dieron comienzo a una etapa diferente”, dice. 

Por no remontarse más allá, a la rebelión de Pelayo en Covadonga, nunca documentada y probablemente ficticia. Kamen tampoco compra el relato de un Al-Andalus idealizado, obra de los románticos extranjeros del siglo XIX fascinados por la herencia islámica en España. El esplendor de Al-Andalus, dice, se limita a un periodo muy breve en Córdoba, en el siglo X, y otro posterior en Granada.



Los Reyes Católicos han sido un símbolo nacional para unos y para otros: para los liberales del XIX eran monarcas ejemplares en contraste con los que les sucedieron, que eran extranjeros, incompetentes y absolutistas; luego es Franco el que pone en su altar particular a Isabel la Católica. 

“Cuando era estudiante no me gustaba estudiar a Isabel, creía que era una reina fascista”, bromea. “En los ganadores de la Guerra Civil no había cultura, salvo algunos falangistas inteligentes como José Antonio. Tampoco esperaban llegar al poder, así que tuvieron que buscar en el pasado las esencias de una ideología que no existía. Franco no tenía ideología porque no sabía nada de nada”.

El autor se niega a aceptar la unión dinástica de Castilla y Aragón como el momento fundacional de la nación española. “En realidad, no creó ni siquiera un Estado. En los más de dos siglos que siguieron a la unión de las coronas de Isabel y Fernando, no se tomó ninguna medida para lograr la unión política de la Península”. Es a partir de 1700 cuando los Borbones emprenderán la unificación política, en un principio solo administrativa. Fue un proceso lento.

“Hasta las Cortes de Cádiz de 1810 no estalló en España la chispa del patriotismo, pero incluso entonces la fusión de las provincias en una sola nación fue un proceso que dependió mucho del mito y la leyenda”. España no tuvo bandera hasta bien entrado el siglo XIX, y la Marcha Real no se adoptó como himno hasta el XX, lo que para el hispanista es un indicador de un débil sentimiento nacional.

La unificación borbónica no acabó de aplastar, en su opinión, los localismos tan arraigados en la Península. Kamen comparte la crítica de que la identidad española se construyera alrededor de la de Castilla, pero discute que la centralización borbónica fuera tan represiva. El catalán, por ejemplo, seguía siendo la lengua común en la calle y las iglesias tras imponerse el castellano a nivel administrativo.

El británico se niega a participar en la polémica entre Imperiofobia e Imperiofilia, los libros de Elvira Roca Barea y José Luis Villacañas, respectivamente, con visiones opuestas de la leyenda negra. Y la corta de raíz: “No veo ningún motivo para usar ese concepto de la leyenda negra. No tiene sentido. Si pasaron cosas desagradables en un país, habrá que analizarlas. Y muchas de las críticas más fuertes y contundentes fueron hechas por españoles”.

Sin embargo, Kamen niega que la Inquisición desempeñara un papel tan relevante como suele considerarse. Calcula que el Santo Oficio no llevó a cabo más de 3.000 ejecuciones en España en toda su historia, que nunca se desplegó en todo el territorio y que su papel era sobre todo de control social. No cabe ver ahí la razón del atraso cultural y científico de España: miren mejor en la educación. Incluso relativiza la influencia de la religión católica en la edad moderna. En el siglo XVI, recuerda, los obispos lamentaban en sus escritos la ignorancia del pueblo de su propia religión.

 “La Iglesia tenía poder y riqueza, pero el pueblo tenía poco de devoto”, más allá de las manifestaciones folclóricas, dice. El relato de una España profundamente católica se debe a pensadores como Marcelino Menéndez Pelayo, quien a finales del XIX “exageró la realidad sobre la religiosidad de los españoles para enfrentarse a los liberales anticlericales”.

Tiene una visión crítica del Imperio español, pero rechaza que pueda hablarse de la “conquista de América”. “Existe la idea equivocada de que todos los imperios se basan en la conquista, cuando después del romano ninguno fue así”. La colonización no era una conquista, sino una empresa con participación internacional. 

Del lado de Hernán Cortés luchaba población local contra sus enemigos en América; del mismo modo que en Flandes combatían tropas de muchas nacionalidades; o la presencia española en Filipinas nunca pasó de una porción pequeña del territorio. "Tampoco Inglaterra conquistó la India, pues no habría podido. Hoy EE UU domina el mundo sin haberlo conquistado”, zanja la discusión.

El libro resulta irreverente con la idea de una nación española, pero no lo es menos con el independentismo catalán. Le irrita particularmente el mito del 11 de septiembre de 1714, la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión presentada como una heroica resistencia de los catalanes frente al absolutismo castellano. “Han preparado una versión mítica de la sublevación masiva del pueblo; eso nunca ocurrió, es una falsificación total”. Lo que sí hubo fue “un complot, concebido por un puñado de dirigentes catalanes, para invitar a los británicos a ocupar Cataluña y ayudar a separarse de España”.

 Y añade: “¿Encontraron los británicos a un pueblo ansioso por liberarse de sus opresores Borbones? De ninguna manera”. Aquel conflicto, dice, fue más bien un enfrentamiento civil entre catalanes dentro de una guerra internacional.

Pero lo mismo cabe decir de la Guerra de Independencia. “Esos dos conflictos tienen en común que el elemento decisivo fue la intervención extranjera”. Solo que a partir de 1808 los intereses ingleses se impusieron a los franceses, al revés que en 1714. Destruyamos otro mito: las Cortes de Cádiz. Kamen se remite a José María Blanco White para calificar la Constitución de 1812 como “una fantasía en un trozo de papel”.

Residente en Barcelona desde los años noventa, Kamen se sorprende por la evolución reciente del catalanismo desde el nacionalismo al separatismo, lo que, opina, nunca fue lo mismo. Una aspiración clásica del nacionalismo era “ejercer un papel fuerte en el destino de España, ser importantes en Madrid”. 

No esto. Lamenta que el sistema electoral en Cataluña beneficie al campo sobre la ciudad, y asegure así el dominio nacionalista del Parlament. Como lamenta la debilidad del Gobierno central por la fragmentación política, que en su opinión dificulta hallar soluciones que estabilicen el país.

Y, tras estudiar a todos los reyes que han pasado por España, ¿cree que tiene futuro la monarquía hoy? “Opino que la actual funciona muy bien. Hace lo que tiene que hacer”. Tiene una historia complicada detrás, sí, porque los españoles “van siempre expulsando a reyes, invitando o rechazando a familias reales, y declarando repúblicas”. De modo que la monarquía española “no tiene tanto apoyo como la del Reino Unido, es una pena, pero es una institución importantísima que hay que mantener”.                 (Entrevista a Heri Kamens, Ricardo de Querol, El País, 25/02/20)