"Cataluña rozó el colapso. Fue el decenio largo del procés,
desde 2012 hasta anteayer. Políticamente se precipitó en él.
Experimentó un insólito derrumbe por la pérdida temporal del soñado
autogobierno —al que se despreció por ser un autonomismo “pasado de
pantalla”—, la ruptura estatutaria y constitucional, la fractura social,
la anemia de proyectos políticos, las suicidas carreras de muchos
gobernantes, el rechazo de su propósito histórico en la gobernanza
española, el desorden: todo eso se ha enderezado en buena medida durante
el último trienio gracias a esfuerzos de distinto origen. Esfuerzos de
catalanes redescubridores del pragmatismo (ERC) y de otros españoles
practicantes del reencuentro (socialistas, comunes). “Per la concòrdia”, bautizó Francesc Cambó su libro de 1930, de contenido discutido y título memorable.
Económicamente,
no se alcanzó la tragedia, pero sí el drama, lo cual es pernicioso,
pues el esplendor catalán contemporáneo se fraguó siempre en la dupla
comercio (economía) y cultura. El 12-M ofrece alguna ventana de
oportunidad para revertirlo. Con todo, el inicial empujón oficial al
traslado de empresas señeras; los intentos de boicot de la pintoresca
Assemblea Nacional Catalana a empresas desafectas al secesionismo (ya
condenados por la Audiencia barcelonesa); la memoria de las huelgas
generales por motivos partidistas decretadas desde la Generalitat; el
vacío al jefe del Estado en inauguraciones empresariales (del Mobile, a
la SEAT en 2021, semicorregido el pasado día 5 de abril) aún exhiben
rescoldos.
Amén del deshilachamiento de la cohesión
social, que se contagia a un desprestigio del idioma propio ―antes
inclusivo, estimulante del ascensor social; ahora asociado con ribetes
de lo excluyente― y en grado descendente, pero palpable aún, a los
déficits de servicios sociales provocados por los recortes austeritarios
que compartieron Convergència/Junts y Esquerra tanto en sus gobiernos
coligados como desde sus alianzas parlamentarias. Son fenómenos de largo
alcance, y percance, aunque afortunadamente ya bajo sordina.
El más sonoro es la fuga de sedes sociales empresariales.
Es del todo irrelevante la excusa de que no ha derrumbado el PIB, al no
extenderse a fábricas y otros centros de producción y distribución.
Pero la competencia internacional por atraer sedes corporativas es, como
han estudiado Andreu Mas Colell y Xavier Vives, sustancial. Y es que el
domicilio de una compañía absorbe sus mejores empleos directivos,
estratégicos, institucionales, tecnológicos, jurídicos; es decir, el
talento de Estado Mayor. También es inane la hipérbole que de ellas hace
la caverna centralista, evocando 8.000 traslados eventualmente causados
por el procés. En puridad hay que referirse al saldo neto
(salidas menos llegadas) en los fatales y más migratorios años de 2017 y
2018: las salidas, detrayéndoles las entradas, ascendieron a 3.880. En
los demás ejercicios apenas han registrado algún centenar. Y causados
por factores múltiples: la capacidad de atracción de las capitales de
Estado desde el inicio de la última globalización; la radialidad de la
red viaria española; la permanente subejecución de las inversiones
estatales regionalizables previstas en la comunidad periférica y la
inversa sobreejecución en la central; la función aspiradora de la
desleal competencia fiscal madrileña, bien radiografiada ―en Madrid:capitalidad, economía del conocimiento y competencia fiscal― por
el Institut Valencià d’Investigacions Económiques en 2021 y que sin
embargo resulta autopunitiva para la recaudación de los tramos altos del
IRPF, como ha demostrado el Instituto de Estudios Fiscales en su
estudio sobre las migraciones de profesionales de la España vaciada a
Madrid entre 2016 y 2019.
Que el virus, aunque semicongelado, sobrevive lo certifica la reciente amenaza del sector fundamentalista indepe (Junts) con multar a las empresas fugitivas que no regresen de su “exilio” madrileño o valenciano,
amenaza que no es más que un incentivo para no volver jamás, porque ¿a
qué infierno intervencionista y despótico regresarían? ¡Y el dislate
proviene de los herederos de la Convergència que se presentan como business friendly!
El
declive relativo de la economía catalana durante el decenio de
parálisis no es opinable. Es un dato. La comparación con la tradicional
rival interna lo subraya. El peso de la Comunidad de Madrid (CAM) en el
PIB español siempre fue, entre 2000 y 2010 a remolque de Cataluña ―bajo
gobiernos nacionalistas moderados o del tripartito de izquierdas―, según
datos del INE. En 2012, el Govern de Artur Mas quedó ligeramente
detrás, con vaivenes, hasta que desde 2017 los de Carles Puigdemont,
Quim Torra y Pere Aragonès vieron consolidarse una distancia negativa de
medio punto o más. Las oscilaciones del ciclo —como región más
industrial, Cataluña es muy sensible a las crisis y reacciona mejor a
las recuperaciones— han generado algún volantazo, pero no en el conjunto
del período: lo grave de este declive suave es que ha implicado
la pérdida del liderazgo, de la primogenitura económica de España,
posición no solo simbólica sino de amplios efectos prácticos.
El
desfase macroeconómico, sin embargo, no es abrumador, y sí recuperable.
El paro catalán en 2023 ha reculado al 9%; el madrileño, al 9,7%. El
empuje exportador (26,2%) duplicó al capitalino (13,4%), claro que se
debe más a la resiliencia de la empresa manufacturera que a ningún
programa autonómico específico. A la contra, la inversión directa
extranjera en el periodo 2019/2023 en la CAM (62,8%) ha quintuplicado la
destinada a su rival (12,7%). Queda lejos del siglo XX y del principio
del XXI, cuando los dirigentes catalanes viajaban a Japón en busca de
inversiones industriales que equilibrasen las financieras recibidas por
Madrid.
Donde Cataluña resiste mejor es en la industria
del conocimiento, la tecnología, la innovación, en suma, del talento.
Financiado sobre todo por empresas privadas y por la inversión pública
europea, y menos, ay, por el sector público interno. Cataluña y la CAM encabezan la creación de empresas emergentes, startups,
apoyadas en su 80% por capital exterior, pero la ciudad de Barcelona es
la quinta del ranking europeo, y la capital, la sexta (ICEX,
TBS-Business School). El Mobile ha generado un parque de un centenar de
centros de desarrollo tecnológico de multinacionales extranjeras. El
Sincrotrón Alba y la nueva plataforma científica apoyan la
investigación. Además, Cataluña genera un tercio de las patentes, por un
quinto su rival.
En lo inmediato, por tanto, casi todo
es feo, pero nada hay irreversible. El peligro atenaza el largo plazo,
el horizonte. Porque, como sucede con el derrumbe del modelo económico
alemán causado por la invasión de Ucrania, el procés y el inmediato posprocés
estrangulan las bases del crecimiento catalán acumuladas en dos siglos.
La manufactura se impuso en el Principado casi en solitario, pese a
pobreza natural, como describió Jordi Nadal en El fracaso de la revolución industrial en España (Ariel, 1984).
Por varias causas. Una, la energía (los saltos
hidroeléctricos del Llobregat que hicieron florecer el despegue textil;
seguidos desde los sesenta por el gas de Argelia traído por Pere Duran
Farell, y de las centrales nucleares en las últimas fases de la
revolución industrial). Dos, el agua del Besós-Rec Comtal que alimentó
el Poblenou, hoy barrio tecno barcelonés. Tres, la conectividad,
marcada por el vanguardismo ferroviario (primer tren peninsular, el de
Barcelona-Mataró, en 1848); viario (las primeras autopistas españolas) y
aéreo (El Prat, primer aeropuerto comercial, desde 1927, seguido de
Barajas en 1931). Y cuatro, amén del liderazgo de la burguesía, la
innovación y el empuje profesional de ingenieros, encarregats, contramestres y obreros especialistas (véase Enginyers industrials, modernització económica i burgesia a Catalunya, Ramon Garrabou, L’Avenç, 1982).
La
insurgencia política de la década perdida ha agostado la reproducción
de esas fuentes de progreso. Respecto a las energías del futuro, las
renovables, Cataluña no es locomotora sino colista: suponen el 15% de su
suministro; por el 45% del conjunto de España; solo aporta el 4,5% de
la energía estatal (según datos de Red Eléctrica); los Governs indepes
solo han dispensado el 1,4% de la subvenciones previstas a las placas
solares y abonado el10% de las ayudas al coche eléctrico. La República
catalana es, al respecto, una colonia de Aragón.
El agua
se agota por la sequía. Empresas como la cavista Freixenet tramitaron
ERTE que la Generalitat obstaculizó. Los hoteleros de la Costa Brava
alquilan minidesaladoras portátiles para salvar la industria turística. Y
es que la más reciente respuesta oficial de envergadura al clima la dio
en 2009 el tripartito de izquierdas, con la segunda y última gran
desaladora, la del Llobregat. Luego, cero integral. Otras dos quedaron
aparcadas. Valencia triplica su número. Mientras, e Govern de Esquerra
se arrastra en ocurrencias: primero amenazó con multar a los municipios
que más gastan, sin arreglar ni el canal del Urgell ni las viejas
tuberías por las que se dilapida un 23% del agua potable, según la
Agència Catalana de l’Aigua (que sabe sumar, pero alzas y alzas del
canon sin aplicarlas más que al exceso de tesorería); luego prometió
traer agua por barco; y al final opta por el invento saudí de
desaladoras sobre barcazas… Los colegios profesionales técnicos
prefieren las interconexiones: usar el agua del Ebro sobrante en
Tarragona, para Barcelona: pero eso ¡nunca! que puede molestar al
“territorio”.
El aeropuerto El Prat-Josep Tarradellas
lleva también un vía crucis. En 2009 se acabó la terminal 1, luego hubo
la nada. En 2021 AENA propuso una nueva ampliación de pistas, apoyada
por el empresariado: así podría competir con (y complementar a
Barajas-Adolfo Suarez ―orientada hacia el Oeste― como “hub”
internacional ―hacia el Este―. Pero la ampliación interfería con una
idílica laguna biodiversa, La Ricarda, con 541 especies (que serían
transportables). Ganaron las aves a los 1.700 millones de inversión y
los miles de empleos subsiguentes. Cataluña quedó presa, protestó el
Cercle d’Economia, “en una espiral de irrelevancia económica”. Hasta que
los socialistas impusieron una reconsideración y la patronal vehiculó
media docena larga de alternativas… Todo acaba de culminar en una
apuesta sardónica del Govern: ¡redoblar los vuelos más ruidosos sobre
las zonas más pobladas, sin ampliar pistas, para salvar del traslado a
unos cuantos animales! Una animalada de decrecimiento y de ambición provinciana que por fortuna ni AENA ni el Gobierno de España validan.
Último pero esencial: el olvido del factor humano. Por el sistema
sanitario: la comunidad ha caído hasta la cola nacional de las listas de
espera hospitalarias: han pasado de 40 minutos en 2.010 a 62 en 2.023.
Por el desplome del sistema educativo, que ha relegado a Cataluña a peor comunidad española y europea en 2021, según el Informe PISA,
cayendo tres veces más que todo el alumnado español. También por los
cuellos de botella en la formación profesional: parcheada la falta de
plazas con ofertas de enseñanza digital (¡en oficios casi siempre
manuales!). Y queda ahora lo más avieso, el abandono de un 40% de
alumnos en los ciclos medios. Si Enric Prat de la Riba, el presidente de
la Mancomunitat que en 1914 inauguró la legendaria Escola de Treball,
resucitase por un instante, volvería presuroso al cenotafio." ( Xavier Vidal-Folch , El País, 06/05/24)