Mostrando entradas con la etiqueta b. Historias nacionalistas: Guerra Civil española: traicion nacionalista. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta b. Historias nacionalistas: Guerra Civil española: traicion nacionalista. Mostrar todas las entradas

18/1/22

Aires de superioridad.. El catalanismo de los años 30 ya diferenciaba "la cívica y letrada Cataluña frente a la bárbara y analfabeta España”

 "Si la historia se repite -y eso dicen- el libro del profesor David Martínez Fiol (Barcelona, 1962) demuestra que muchos de los tics del proceso se produjeron también durante la Generalitat republicana.

El profesor asociado de la UAB y colaborador de la UOC publicó en el 2019 “Leviatán en Cataluña” (Editorial Renacimiento) y tengo la sensación que el libro ha pasado relativamente desapercibido.

Si hubiera dado otra visión de la historia de Catalunya seguramente lo habría entrevistado Xavier Graset en su programa de TV3 y habría tenido más eco en medios oficiales.

Al fin y al cabo la historiografía catalana siempre de debate entre Ferran Soldevila y Rovira i Virgili por una parte y Vicens Vives o John Elliott, por otra. El libro, como reza en la portada, describe en efecto “la lucha por la Administración de la Generalitat Republicana” entre los diferentes partidos.

Por ejemplo, algo que probablemente les sonará: “De siempre, el catalanismo había resaltado la fuerza moral de Cataluña respecto al resto de España en el terreno cultural, la cívica y letrada Cataluña frente a la bárbara y analfabeta España”.

El nacionalismo catalán de los años 30 se nutrió, en parte, de comerciantes y botiguers “que aspiraban a servir a la Catalunya Lliure prometida por Macià”.

El propio Macià -que acabó decepcionando a los sectores más radicales por su evolución “autonomista y pactista- consideraba a “sus seguidores, simpatizantes y fieles como los ‘nuestros’”.

Esquerra consiguió su hegemonía durante ese período -frente a la Lliga o el Partido Republicano Radical- invocando la “solidaridad nacional” ante el “peligro exterior catalán”.

También explica que el propio gobierno catalán, como en la actualidad, primó el sector de la educación: “los profesores numerarios de los institutos escuela de la Generalitat recibían una gratificación de 7.000 pesetas anuales".

Describe igualmente la profesionalización de los intelectuales republicanos -muchos de los cuales se hicieron funcionarios- o como hubo ascensos profesionales sociales por razones políticas. “Los intelectuales fieles a la República alcanzaron la categoría de empleados de la Generalitat”, explica el autor.

“En el último término -añade-, la revolución republicana de la primavera de 1931 reabrió muchísimas expectativas de promoción, pero no sólo para los intelectuales-profesionales, sino para todos”.

Como la obra abarca todo el período republicano -incluido el 6 de octubre y la Guerra- tampoco esquiva otros temas puntiagudos como la indisciplina de las columnas anarquistas durante el conflicto. “Cada columna hacía lo que quería y no se coordinaba con otras. Las asambleas de milicianos constituían una jaula de grillos”.

También se detiene en la Generalitat tras el 6 de octubre. Como el general Domingo Batat rechazó el cargo tras la aplicación del 155 de la época y este fue desempeñado sucesivamente por su subordinado, el coronel Jiménez Arenas; luego por Pich y Pon y finalmente Portela Valladares.

O las deslealtades de la Generalitat durante la guerra como la creación de una consejería de Defensa -para la que no tenía competencias, según el Estatut- o la sindicación obligatoria, que disparó el número de miembros de UGT y CNT.

Martínez Fiol, profesor asociado de la UAB y profesor colaborador de la UOC, tiene una amplia biografía sobre la participació catalana en la Primera Guerra Mundial, la Semana Trágica o la Generalitat de los años 30. En algún caso con el también historiador Joan Esculies."    (Xavier Rius, e-notícies, 19/11/21)

11/6/21

Josep Pla: espía de Franco y de los aliados

 "Josep Pla i Casadevall (1897-1981) fue un periodista y escritor natural de Palafrugell, Girona.

Su obra literaria fue esencial en la modernización de la lengua catalana.

Sus artículos de opinión, sus crónicas periodísticas y sus reportajes de numerosos países constituyen un testimonio único de la historia del siglo XX. Sus viajes a innumerables países en varias etapas de su carrera como periodista y escritor le ayudaron a crear una obra literaria inmensa y a escribir algunos de sus libros más notables.

Pero Josep Pla fue, además, otras muchas cosas: un catalanista de la Lliga Regionalista que fue elegido diputado de la Mancomunidad de Cataluña en 1921, un exiliado durante la Dictadura de Primo de Rivera, un desencantado de la II República española, un espía de Franco, un desencantado de su régimen y un espía de los Aliados.

En 1980, en el tramo final de su vida, el presidente de la Generalitat de Catalunya Josep Tarradellas le impuso la Medalla de Oro de la Generalitat en reconocimiento a su monumental obra escrita.

Uno de los temas más espinosos de la biografía de Josep Pla es su relación con el espionaje, tanto franquista como Aliado.

En septiembre de 1936, Josep Pla huyó de la Cataluña republicana en compañía de su pareja Adi Enberg al temer por su vida. Al llegar a Marsella, Pla y Enberg se instalaron en el número 37 de la calle Cours Joseph-Thierry, el piso contiguo a la sede del SIFNE (Servicios de Información de la Frontera del Noreste de España), e iniciaron una importante colaboración con este servicio de espionaje franquista.

El SIFNE fue creado en agosto de 1936 por el general Emilio Mola, tras el Golpe de Estado contra el Gobierno de la II República española del 18 de julio de 1936. El responsable de este servicio de espionaje franquista fue José Bertrán y Musitu, antiguo carlista, fundador de la Lliga Regionalista, Ministro de Gracia y Justicia con Alfonso XIII, jefe del Somatén de Barcelona.

En los documentos oficiales del SIFNE, Josep Pla aparece citado como agente número 10 en Marsella, junto al periodista Carlos Sentís (agente número 7).

Mientras Adi Enberg ejercía de secretaría del SIFNE, Josep Pla desarrollaba su trabajo de espía, elaborando informes sobre el movimiento de barcos en el puerto de Marsella, las negociones del Gobierno de la República y la Generalitat de Catalunya con las potencias extranjeras y la situación interna de Cataluña. Los informes sobre estas dos últimas cuestiones se basaban en los testimonios de los exiliados catalanes. 

 En 1937, el gobierno francés decidió acabar con el espionaje franquista instalado en Francia y ordenó la detención de agentes del SIFNE. Adi Enberg tuvo que huir y Josep Pla inició una serie de movimientos por Francia e Italia para que le perdiesen la pista.

En 1939, Josep Pla regresó a Barcelona tras la entrada de las tropas franquistas, fue subdirector de La Vanguardia e inició sus colaboraciones con la revista Destino, renegando finalmente de Franco y su régimen. Con Franco, no podía escribir en catalán y en libertad. Y eso fue definitivo para la renuncia de Pla.

Sobre Franco, escribió que era el responsable de “un sistema dictatorial monolítico castellano, copiado del nacionalsocialismo alemán”. Y de la España de Franco escribió que era “un embalse de mierda de unas proporciones generales fantásticas”.

Al poco tiempo, Josep Pla, su hermano Pere y una red de colaboradores empezaron a colaborar con los servicios de inteligencia de los Aliados. Ayudaron a huir de los nazis a combatientes aliados durante la Segunda Guerra Mundial, utilizando pasos fronterizos y la playa Platja del Castell, situada en el término municipal de Palamós. El historiador Josep Clara relató que, además, los Pla «enviaban informes políticos y militares a los aliados”.

En diciembre de 1944, la Guardia Civil de Palafrugell fue alertada de que se iba a celebrar una reunión de extremistas en casa del hermano de Josep Pla, Pere. Tras sus investigaciones, tuvo pocas dudas sobre la reunión. El informe de la Guardia Civil hablaba de los asistentes (los hermanos Pla, empresarios de la zona, etc.) y aparecía coronado con un título escrito a mano: servicio americano. Todo dicho.

En las mismas fechas, los hermanos Pla también socorrieron con su red a judíos perseguidos por el nazismo. La cobertura para esas ocasiones fue la orquesta de jazz del Hotel Ritz de Barcelona, según relató Cristina Badosa, catedrática de literatura catalana y autora del libro Josep Pla (Edicions 62, 1996).

 Y es que la relación de Josep Pla con el pueblo judío e Israel fue duradera. Pla tuvo como pareja de juventud a la hebrea Aly Herscovitz, asesinada en Auschwitz. Pla ayudó con su red a muchos judíos huidos del nazismo. En 1957, Pla viajó a Israel. Llegó a Tel Aviv en uno de los barcos procedentes de Marsella, repleto de judíos de la diáspora. En Israel, observó fascinado la construcción de las nuevas ciudades e infraestructuras hebreas en pleno desierto. Dejó un testimonio único para la posteridad sobre los primeros años de existencia del Estado judío: su libro Israel 1957, un reportatge (Destino, 1958).

Josep Pla fue esencial en la modernización del catalán y su obra es única. Su técnica sencilla dejó escuela. Su biografía aún no ha sido escrita con la profundidad deseada, aunque poco a poco algunos investigadores han desvelado parte de lo que no se conocía. Hay temas que aún están por profundizarse. Estoy convencido de que hay información desconocida y sorpresas. Probablemente, esa biografía definitiva de Josep Pla no acaba de ser escrita, no acaba de llegar a las librerías, porque es laberíntica e incómoda para demasiados."                 (Gabe Abrahams , Rebelión, 04/06/2021)

12/4/19

Azaña y Negrín se indignaron con los nacionalistas vascos y catalanes por traicionar a la República buscando una paz por separado con Franco

"(...) Azaña, al igual que Bonaparte, pasó del amor al odio en menos de una década. Aunque la culpa no la tuvo el adulterio, sino tristes sucesos como la proclamación ilegal del Estado Catalán en 1934 por parte de Lluis Companys o la obsesión de los políticos independentistas por firmar la paz con Francisco Franco durante la Guerra Civil a espaldas de la Segunda República. Una causa, esta última, que se recoge en la obra colectiva «La Guerra Civil española, 80 años después. Un conflicto internacional y una fractura cultural» (Tecnos, 2019).

 «El conocimiento de las actuaciones exteriores de catalanes y vascos consiguió enfadar tanto a Azaña como a Negrín», desvela Josep Sánchez Cervelló en el capítulo de este libro dedicado al secesionismo periférico («El separatismo catalán y vasco durante la guerra»). En ese punto se rompió su relación.  (...)

Tras la proclamación de la Segunda República y su llegada al gobierno, Manuel Azaña se convirtió en uno de los mayores artífices del Estatuto de Cataluña. Durante meses trabajó y debatió para que se firmara el Estatuto de Nuria (el que aprobaría este gran paso). El político defendió a capa y espada su postura en discursos como el del 27 de mayo de 1932: «Señores diputados, con este sentimiento de colaboración, con este sentimiento de unidad profunda e interior de todos los españoles, es con el que yo invito al Parlamento y a los partidos republicanos a que se sumen a esta obra política [la autonomía catalana], que es una obra de pacificación, que es una obra de buen gobierno». El 8 de septiembre de ese mismo año, sus deseos se hicieron realidad.

 

Embajadas, representación internacional y paz


En ojos de nuestro protagonista, todo aquel trabajo por el Estatuto quedó destrozado el 6 de octubre de 1934, cuando Lluis Companys (presidente de la Generalitat y líder de Esquerra Republicana) proclamó el Estado Catalán aprovechando la tensión que reinaba en España debido a la Revolución de Asturias.

 «Cataluña enarbola su bandera, llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas», afirmó a la multitud que se reunió aquella jornada en Barcelona. Aunque aquello fue cortado de raíz de la mano del presidente Alejandro Lerroux y del general Domingo Batet poco después, fue el inicio del desamor entre ambos.

Sin embargo, lo que de verdad logró corroer a Manuel Azaña fue la puñalada trapera que parte de Cataluña y del País Vasco le dieron en la Guerra Civil al solicitar, a espaldas de la Segunda República, la paz a Franco. Según narra Sánchez Cervelló en «El separatismo catalán y vasco durante la Guerra Civil», todo comenzó el 17 de julio en el Protectorado de Marruecos

En sus palabras, el «derrumbe del Estado central permitió que tanto Cataluña como Euskadi llenaran el vacío dejado por la administración y asumieran competencias que no estaban contempladas en los respectivos estatutos de Autonomía». En el caso de Companys, por ejemplo, la creación de la Consejería de Defensa y el Comité de Milicias Antifascistas. Dos organizaciones destinadas a «disponer de una industria de guerra propia» y «asumir el control del orden público».

Por si estos movimientos no fueran lo suficientemente llamativos, ambos gobiernos iniciaron los contactos necesarios para obtener representación internacional. Por descontado, sin contar con el gobierno central. 

En diciembre, aquella idea vaga se hizo palpable cuando el político del PNV Manuel de Irujo escribió al presidente del directorio de su partido en los siguientes términos: «España no tiene solución. Euskadi y Cataluña deben aspirar a tener embajadas y consulados y un agregado junto al cónsul o embajador, que permita su representación coordinada, pero con personalidad propia, peculiar. De no tomar esta medida no avanzaremos en la vía confederal». En la misma misiva incidía en que la Generalitat aprobaba aquella política.

Aunque el caso más sangrante fue el de Euskadi (Irujo mantuvo contacto con cónsules extranjeros para lograr su objetivo) en Cataluña sucedió otro tanto. De hecho, el autor confirma en la mencionada obra que, según la Brigada Especial de Información (una suerte de servicio secreto que pendía de la CNT-FAI), por entonces diferentes grupos de catalanistas exiliados ya intentaban, «inspirados por elementos facciosos o incluso con las directrices perturbadoras emanadas del campo fascista», buscar «una paz separada y acabar con la revolución». Siempre según Sánchez Cervelló, también trabajan ya en ello organizaciones como la Lliga Catalana. «Cambó [miembro de la Lliga] reveló un conocimiento exacto de esta supuesta maniobra secesionista», añade. De entrada, estos acertados rumores aumentó la tensión con el gobierno central.

Las sospechas se confirmaron el 9 de febrero de 1937, día en que el redactor jefe del «Daily Telegraph» de Londres envió un telegrama a Lluis Companys en los siguientes términos: «Según periódico tarde inglés: Sección del Gobierno catalán ha establecido contacto con Franco objeto evitar conflicto directo con los rebeldes, en caso de vencer Gobierno de Valencia. Agradeceríamos muchísimo información autorizada de Su Excelencia a este sujeto. Gracias anticipadas» [SIC].

La respuesta fue una negativa. «La información es absurda y la sola suposición nos duele». Pero la realidad era bien distinta a lo que se explicaba desde los organismos oficiales. Algo que quedó claro cuando Manuel Carrasco i Formiguera (de la nacionalista Unió Democrática de Catalunya) se reunió con el embajador británico para que empezara a mediar con los franquistas «con el beneplácito vasco y catalán».

 

Más movimientos


A lo largo del año 1937 se desarrollaron más movimientos de los gobiernos catalán y vasco para acercarse a la política internacional y separarse, poco a poco, de la Segunda República. Así lo afirma el autor, quien señala que se llevaron a cabo mediante los embajadores culturales (encargados de organizar, por ejemplo, exposiciones en el extranjero para mejorar su imagen). Cuando se descubrió el pastel, la ira cundió en Azaña y Juan Negrín. «La desafección de Cataluña (porque no es menos) se ha hecho palpable.

 Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de la Generalitat y consortes, aunque no en todos sus detalles de insolencia, han pasado al dominio público», escribió el primero en sus diarios. Al segundo (presidente de la Segunda República a partir de 1937) le ocurrió otro tanto cuando descubrió que Companys se había entrevistado con Édouard Daladier e Ybon Delbos, ministros de Guerra y de Asuntos Exteriores de Francia.

 Aquello solo fue el principio. En las mismas fechas, Cataluña se desmarcó todavía más del gobierno central distribuyendo entre sus soldados un emblema con el escudo de la Generalitat con la palabra Catalunya. Estas fueron acompañadas del siguiente lema: «¡Combatientes catalanes! Cuando vayas a luchar hazlo en nombre de Cataluña, cuando vayas a luchar hazlo pensando en Cataluña. Es necesario también que se vea que es en nombre de Cataluña». Cuando, el 1 de noviembre, el gobierno de la República se estableció en Barcelona, la tensión aumentó. 

Ejemplo de ello es que, durante una reunión, Negrín ordenó a Companys que se abstuviera de toda intervención en política internacional y le reprochó sus esfuerzos porque Cataluña y España fueran entendidas como entidades diferentes. El primero criticó estos movimientos políticos poco después: «No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos reviva en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino».

 Aunque ni Cataluña ni Euskadi lograron una paz pactada con Franco, sí consiguieron que Azaña perdiera la fe en los separatistas. El 17 de noviembre de 1938 lo dejó claro en su diario: «Llamo la atención del gobierno sobre los amigos oficiosos que hacen gestiones diplomáticas en París y Londres, sembrando el desconcierto y rebajando la autoridad del gobierno. Hacen daño. Necesidad de terminar con eso. Desautorizarlo».

 Poco después, Negrín fue todavía más claro: «Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarán por dar la razón a Franco».      (Somatemps, 05/04/19)

13/9/18

La represión en el País Vasco no llegó a la décima parte de la de Andalucía. En Bilbao muchos juicios contra nacionalistas ni siquiera se instruyeron. En 1944 no quedaba ningún nacionalista vasco en prisión...

"(...) ¿Fueron los nacionalistas los mártires de la dictadura?

En su prefacio al libro de Gisèle Halimi sobre el proceso de Burgos, calificó Sartre de ‘pueblo mártir’al vasco. Asumía así la tesis del genocidio que había elaborado el nacionalismo ya al final de la guerra pero, sobre todo, en el exilio. 

Algo parecido ocurrió en Cataluña, donde Josep Benet patentó la idea del ‘genocidio cultural’ que Torra extendió hasta 1714 al referirse al Born como la zona cero de los catalanes.

Victimismo militante, irredentismo emocional y falsificación histórica se trenzan. Hubo represión de las formas culturales específicas, desde luego,  pero no de una manera distinta a la que afectó a otras expresiones de pluralismo.

Si arrancamos de la Guerra Civil, debemos recordar donde se reclutaron mayoritariamente carlistas y requetés, la rendición de los batallones vascos en Santoña, el tercio de Montserrat, el papel de los Gomá, Pla y Deniel y Tusquets, o los ‘catalanes de Burgos’.

 Sin entrar en detalles. La Antiespaña no era la España nacionalista sino la España roja. La represión se ensañó con ella. En Bilbao muchos juicios contra nacionalistas ni siquiera se instruyeron, como ha estudiado el historiador Javier Gómez Galvo y la represión en el País Vasco no llegó a la décima parte de la de Andalucía. 

En 1944 no quedaba ningún nacionalista vasco en prisión. Sólo desde finales de los 60, con motivo de las movilizaciones obreras y los atentados de ETA, la situación empezó a cambiar. Pero esa memoria se ha borrado.  (...)

El mismo trato preferencial tuvieron los nacionalistas catalanes según el testimonio del tristemente famoso comisario franquista Antonio Juan Creix, en palabras de Antoni Batista: 

“[A finales de los 50] Creix continuaba implacable con los comunistas, pero comenzó a bajar la guardia con catalanistas, estudiantes e intelectuales” 

(https://www.sapiens.cat/epoca-historica/historia-contemporania/guerra-civil-i-franquisme/antonio-juan-creix-el-gran-torturador-franquista_10386_102.html, 21/06/2018).

Que estos datos hayan quedado opacados es un buen ejemplo del éxito de la nacionalización mental, que queda de relieve en una noticia reciente referida a las estribaciones del franquismo. Un medio vasco titulaba: “Europa pide a España que ‘restañe’ las heridas del 3 de marzo en Vitoria” (El Correo, 12/07/2018). 

El artículo respondía a la presencia de una delegación vasca en la Eurocámara en relación a los cinco trabajadores asesinados en 1976. La reclamación entraba en el corsé victimista de España contra Euskadi y mostraba el empeño de, además de distorsionar, internacionalizar el victimismo.

¿Quiénes presidían la delegación? Gorka Urtaran (alcalde del PNVen Vitoria) y Mirren Larrion (portavoz municipal de EH Bildu). Ninguna presencia de la izquierda. Y repárese en la diferencia entre la onomástica de los demandantes y la de los asesinados a los que reivindicaban: Pedro María Martínez, Francisco Aznar, Romualdo Barroso, José Castillo y Bienvenido Pereda. Un buen ejemplo de cómo una reivindicación obrera es instrumentalizada por el nacionalismo y blandida como agravio ante la mirada internacional. (...). 

Esta diálisis de la historia que ha permitido la nacionalización del antifranquismo tiene su punto de inflexión en el Proceso de Burgos, que tuvo una réplica parcial en la Asamblea de Montserrat. Vale la pena transcribir las palabras con que las que lo formula el historiador Javier Corcuera:

 “Burgos es el comienzo de la nacionalización del antifranquismo: ETA demuestra la desmesura de la opresión hecha a los vascos como tales, porque nadie, en caso contrario se jugaría la vida por nada; simétricamente, por parte de los partidos de izquierda no nacionalistas, ETA es ocasión de intentar conquistar carta de ciudadanía vasca que rompiera el histórico foso entre nacionalismo y socialismo, y que posibilitara la ampliación del movimiento contra el régimen. En esa dinámica, la lucha emprendida desde organizaciones obreras (que en lo fundamental habían sido las únicas actuantes hasta entonces) se convierte en lucha de los obreros vascos, o sea, en lucha de los vascos, o sea, en lucha vasca contra el franquismo, o sea, en lucha que demuestra la vitalidad de los vascos contra la opresión nacional, o sea, de una opresión tan grave que ha dado lugar al nacimiento de ETA”.

Hay que completar este lado interno con el exterior. Porque, como sentencia atinadamente el historiador José Antonio Pérez, Burgos, no solo lo cambió todo en el País Vasco sino que contribuyó también a cambiarlo todo dentro de una izquierda antifranquista española que, a partir de ese momento, identificó la lucha de ETA con la lucha (con la causa) del Pueblo Vasco. 

Hasta el punto de que si un antifranquista vasco era detenido perdía automáticamente su condición de izquierdista para convertirse en un ‘vasco represaliado’. (...)"                              (Martín Alonso, Crónica Popular, 28/07/18)

15/5/18

Los antecedentes de Torra... toda la fascistada del Estat Català... todos los traidores a la República... pero pronto nos dará lecciones de democracia...

"El candidato a president,Quim Torra, admira a los líderes de Estat Català y asiste a sus homenajes: los hermanos Badia son “los mejores ejemplos del independentismo”, dijo en 2011. Daniel Cardona, uno de los “pioneros de la independencia”, ensalzó en 2014.

A Miquel Badia i Capell, el “capità collons”, le placía la violencia. Atentó contra Alfonso XIII en 1925, en el Garraf. En 1931, organizó los escamots (milicias de uniforme verde), “fascistas” y “aprendices de nazis”, de Estat Català, para “la lucha violenta” contra sus rivales (Joan B. Culla). Eran unas “escuadras de acción de pura esencia fascista” (Arnau González Vilalta).

Como comisario de Orden Público desde 1934 interrogaba “personalmente a los detenidos mediante palizas, amenazas o reclusiones forzadas” (Eduard Puigventós). En verano de ese año, arrestó sin mandato judicial al fiscal de la Audiencia de Barcelona; el president Companys le destituyó, pero luego le repuso.

En la revuelta del 6 de octubre, se quedó quieto mientras detenían y encarcelaban a Companys. Huyó despavorido por la alcantarilla del Palau, al exilio. Junto a su conseller y jefe político, Josep Dencàs, que acababa de declarar al diplomático italiano Alessandro Masseroni “su entusiasta admiración por la ética del fascismo, cuyos principios sustanciales espera poder realizar un día en Cataluña” (Arnau González).

Brillaban otros líderes, como Manuel Blasi (igual que Cardona, de la corriente Nosaltres Sols, Sinn Féin), que organizaría un complot a fin de 1936 contra el repuesto Companys. Viajaban a Berlín y a Bruselas para ver al criminal de guerra Alfred Rosenberg (colgado en Núremberg) y otros capitostes nazis (Enric Ucelay) y pactar “ejercicios de entrenamiento”.

Estat Català “se financió secretamente mediante el tráfico de refugiados” antirrepublicanos (Ucelay): les esquilmaban pero mataban a quien hurtase parte del botín. Cardona fue interrogado en Aragón sobre los contactos con la Auslands-Organisation, NSDAP, la sección extranjera del Partido Nacional Socialista alemán.

Y Dencàs fue a Italia a pedir al Duce su “apoyo” para “un Estado ¿fascista? catalán”, según un telegrama diplomático de Roma.

(Los nombres entre paréntesis corresponden a los historiadores que han estudiado este santoral).                   (Xavier Vidal-Folch, El País, 14/05/18)

23/3/18

No ha sido La Moncloa la que ha triunfado frente al separatismo catalán. Ha sido el Estado el que ha logrado encauzar la situación sin necesidad de recurrir a la violencia

"Desde que irrumpió en escena, allá por la última década del siglo XIX, una constante del catalanismo político ha sido su propensión a dar un paso adelante cada vez que percibía una debilidad, una crisis, en el Estado español.

 Ocasiones no han faltando, tratándose de un Estado más o menos liberal, caracterizado por sus imprevisiones, lentitud, pobreza y timidez, como lo definió Manuel Azaña en su primer texto sobre “la cuestión catalana”, publicado en 1918. Ha transcurrido un siglo desde entonces, pero el catalanismo nunca ha renunciado a su idea de que cualquier avance en la autonomía de Cataluña era una concesión arrancada a un Estado débil.

Fue lo que ocurrió cuando más que a una pasajera debilidad del Estado, los nacionalistas catalanes asistieron al derrumbe de un régimen, la Monarquía de la Restauración, en abril de 1931. A pesar de lo pactado meses antes con el conjunto del republicanismo español, el máximo dirigente del recién creado partido de Esquerra Republicana proclamó hacia las dos de la tarde del 14 de abril la República catalana, trasmutada unas horas después en el Estat Català, sota el regim republicà

 Fue necesario que el recién instaurado Gobierno provisional de la República española enviara a toda prisa a tres ministros para convencer a los nacionalistas catalanes que aceptaran la reinstauración de la Generalitat y presentaran un estatuto de autonomía a las futuras Cortes constituyentes.

Tres días duró el experimento, pero en otro momento de crisis, esta vez en la República, y mientras los socialistas declaraban la revolución en los primeros días de octubre de 1934, aparecía en el balcón de la Generalitat su presidente Lluís Companys para proclamar un Estat català dins la República federal espanyola.

 Rápidamente liquidado por el general Batet i Mestres, esa experiencia no fue óbice para que desde los primeros meses de la Guerra Civil menudearan los memorandos dirigidos en nombre del presidente de Cataluña y del presidente de Euzkadi a Reino Unido y Francia para alcanzar una paz separada, presentándose en octubre de 1938, como una tercera fuerza en la Peninsular War. 

Pensaban que con el apoyo de las dos potencias democráticas podrían establecer una zona francófila al sur de los Pirineos y poner a disposición de los británicos las bases navales necesarias —en Barcelona, Valencia o Cartagena— para equilibrar el creciente poderío naval de la Italia fascista en el Mediterráneo. Era el eje Bilbao-Barcelona al que Manuel Azaña dedicará uno de sus últimos escritos.

Batallas de otros tiempos, se dirá. Y, desde luego, lo fueron, pero no es puro azar que cuando todo el exilio vivía en 1944 y 1945 la expectativa del fin de la dictadura y la restauración de la República como resultado poco menos que ineluctable del triunfo aliado contra nazis y fascistas, una delegación en Estados Unidos del Consell Nacional Català presentara ante las Naciones Unidas El cas de Catalunya ilustrado con un mapa de cinco Peninsular nationalities: Galicia en su rincón, Cataluña extendida por tierras de Valencia, Baleares y franja de Aragón, Euskadi ampliada con la anexión de Navarra, equilibrando así entre las tres el peso de la nación más extensa, Spain, para que Portugal se sintiera cómodo ante el proyecto de Confederación de Naciones Ibéricas.

Esta historia pareció entrar en una nueva era cuando, en medio de la crisis final de la dictadura franquista, un renacido catalanismo político reivindicó el derecho a la autonomía para todas las nacionalidades y regiones de España como condición inexcusable de su participación en el pacto constitucional. 

Nacionalidad, por cierto, que era ya, a la altura de 1978, un concepto de tradición más que centenaria en el léxico político catalán, como Josep Benet se encargó de informar a Julián Marías, que lo consideraba un anglicismo de recentísima moda. 

No lo era, en absoluto, sino, junto a regiones, la fórmula debatida y finalmente pactada por toda la oposición democrática como expresión de la identificación, tan catalana y española en los años setenta, de la democracia con la libertad, la amnistía y los estatutos de autonomía

Y así fue hasta ayer mismo, cuando ante una nueva y profunda crisis de Estado, el paso adelante del catalanismo político se convirtió en un salto al vacío. Desde que Artur Mas anunciara, con toda la solemnidad que el asunto requería, la refundación del catalanismo muy poco antes de que la Gran Depresión abriera sus fauces, se extendió entre los nacionalistas catalanes la convicción de que el Estado español construido sobre la Constitución de 1978 había entrado en barrena.

 Más aún, que no había Estado en España, sino, por un lado, una asociación de políticos corruptos bien afincados desde 2011 en el Gobierno y, por otro, una multitud indignada, dispuesta a dar en la calle la batalla contra el muy pronto denostado régimen del 78.

Ahora o nunca, se dijeron. Esa fue toda la estrategia. Basados en un inamovible 47,7% de electores, pero sostenidos en un amplio entramado de asociaciones, institutos, ateneos, academias, ONG, intelectuales, docentes, emisoras de radio y televisión, con un poder de convocatoria excepcional y bien engrasado con dinero público, el Gobierno de Cataluña y los diputados que formaban con una minoría de votos la mayoría parlamentaria dieron por hecho que un referéndum ilegalmente convocado sería suficiente para declarar un nuevo Estado.

 Lo mismo que Macià en 1931 cuando se hundía la Monarquía, lo mismo que Companys en 1934 cuando el Gobierno de la República hacía frente a la revolución socialista, ahora, en 2017, sería Puigdemont quien, ante la crisis de régimen, asumiría para la coalición secesionista todo el poder en Cataluña. Una gesta o, como esperaba la CUP, comienzo de una revolución que abriría el camino de la liberación al resto de nacionalidades y pueblos de España.

Las expectativas se dispararon cuando el Gobierno del Estado decidió, en un día aciago, ocultar su debilidad tras una mostrenca exhibición de fuerza. No el Gobierno, que con su pasividad, primero, y su desventurada actuación, después, solo remediada a última hora con la aplicación pacífica del ya famoso 155 y la convocatoria de elecciones, ha dado alas al movimiento por la independencia, pero sí el Tribunal Supremo, el Consejo de Estado y el Tribunal Constitucional, que con sus autos, informes y providencias han mostrado que el Estado conservaba la fortaleza necesaria para contener el asalto perpetrado desde instituciones del mismo Estado.

 No ha sido La Moncloa, que ya ha comenzado a pagar su cúmulo de errores y corrupciones, la que ha triunfado en esta desgraciada confrontación, como gime Puigdemont; ha sido el Estado, ese dinosaurio que seguía allí, quien, por el momento, ha logrado encauzarla sin necesidad de recurrir a la violencia."                        (Santos Juliá es historiador. El País, 05/02/18)

28/11/17

Carta de un "mursianu" de la CNT a Gabriel Rufián.

"(...) Carta de un "mursianu" de la CNT a Gabriel Rufián.

Ilustrísimo tuitero y diputado (por este orden).

Me llega al más allá un tweet de su señoría de hoy 20 de Noviembre que reza los siguiente: "42 años de la muerte en la cama de Franco y 81 del asesinato en el frente de Durruti. Que no fuera al revés ayuda a entender alguna cosa.". 

Dicho tweet me hace removerme en mi tumba, más que nada porque yo llevo muerto de antes que naciera usted y se algo más de lo que usted de lo que pasó hace 81 años y me duele profundamente que representando a quien representa reinvidique una figura como Buenaventura Durruti. Así que permita que le explique algo que entiendo que usted desconoce o peor pervierte y manipula.

Le voy a hablar de un pueblecito de Girona, a apenas 15 km de la capital, en un entorno idílico en el valle de un río rodeado de montañas. Allí caí yo a principios de los 30 siendo un adolescente que huía de la miseria, el hambre y la incultura de su tierra natal. 

Primero pasé por Barcelona y allí me dijeron que en aquel pueblo había unas minas y necesitaban mano de obra y para allá que me fui. No sabía leer ni escribir. Recuerdo que con 6 años ya iba al campo a llevar la comida a mi padre jornalero. El cambio que encontré en aquel pueblo a mi tierra era como cambiar de siglo. En el pueblo ya existía una industria importante, la fuerza del agua del río era fundamental y en la España seca no tenemos ese don de la naturaleza. 

La fábrica Burés, cuyos propietarios eran la familia Juncadella (pata negra de la burguesía barcelonesa), emparentados directamente con la familia Salisachs, no sé si le sonara señoría, pero si juntamos los apellidos Samaranch y Salisachs seguro que sí ¿verdad?, todo queda en familia en Catalunya, en eso no existe hecho diferencial, salvo que aquí nunca gustaron los títulos nobiliarios. Pues bien en esas fábricas trabajaba la clase obrera del pueblo. No podemos hablar de condiciones laborales idílicas pero si al menos de sueldo, cobijo y en muchos casos incluso escuela. 

Esas industrias hacían que prácticamente todo el pueblo tuviera ocupación y por lo tanto se necesitaba mano de obra para los trabajos más rústicos y duros. Ahí entramos nosotros, gentes que desde los años 20 llegaron de otros lugares de España. Fue destacable la diáspora de murcianos (mursianus) tanto que a todos los forasteros de fuera de Catalunya se los conocía popularmente como "mursianus" aunque muchos eran castellanos o aragoneses.

Pues bien señoría cuando se alumbró la II República, muchos de aquellos parias de la tierra pensamos que era nuestra oportunidad por fin, aunque muchos como yo no creyésemos en ella. Una corona o un mujer enseñando los pechos y enarbolando una bandera no dejan de ser dos caras de la misma moneda: el puño opresor del estado. 

Unos solo querían cambiar el estado, invertir los términos y que los opresores pasaran a ser los oprimidos. Otros como yo creímos siempre en el ser humano, con la capacidad de autoregularse y convivir en paz sin la necesidad del estado como árbitro, sin oprimidos ni opresores. 

A los anarquistas nunca nos gustó la segunda república que tanto venera, la consideramos un mal menor, una transición a la verdadera revolución, que eliminase el estado como rector de la vida, pero primero había que derrotar a la reacción y después ya vendría el marxismo y el comunismo a las órdenes de la URSS. Si queríamos derrotar al fascismo debíamos unir fuerzas y así lo hicimos, creamos las milicias antifascistas y allí había una amalgama de enemigos irreconciliables. 

Nada más doloroso para un anarquista que tener que pactar o al menos hacer ver que se toleraban con los nacionalistas identitarios de ERC, los cuales en su mayoría eran pequeños burgueses con negocios capitalistas. Ya sabe: en los pueblos todo el mundo se conoce.

Muy probablemente señoría fueron aquellos pactos contra natura, quienes nos llevaron a la derrota en el 39. Es más. Le aseguro que muchos de aquellos que pactaron con nosotros respiraron aliviados cuando Franco entró por la Diagonal, quemaron cualquier recuerdo de su pasado reciente y estiraron el brazo para gritar "Arriba España" con acento del interior de Girona. 

Y cuando llegó la Guardia Civil a los pueblos a preguntar quien había sido, con ese mismo acento y sus 8 apellidos catalanes, fueron muchos quienes dijeron: "han sido los "mursianus" de la CNT mi alferes". 

Los que tenían pasta se fueron al exilio y los que no culparon de todo a los forasteros, quienes fueron en su mayoría quienes acabaron en los batallones de castigo o peor, en las cunetas. ¿A quién creer? ¿A un pobre labrador o minero o al "señor" de bien que regentaba un negocio?

Los del negocio, los que votaban a ERC, volvieron a abrir la persiana el 2 de Abril del 39, la burguesía recuperó su fábrica y los "mursianus" de la CNT al trabajo forzado, las palizas y la miseria. 5 años después pude volver al pueblo, pero nadie me daba trabajo además de tener que ir cada semana a "fichar" al cuartel hasta la amnistía de los 25 años de paz. 

Mientras sobreviviendo como podía haciendo los trabajos más duros, con los sueldos más míseros. La construcción de los pantanos de Sau, Susqueda y el Pasteral fue mi salvación. Me casé y tuve hijos nacidos ya en Catalunya, cuando todo parecía por fin ir bien enfermé gravemente de silicosis. 

Años de tragar polvo y, tal vez mi ignorancia, lo achaca un poco también a las condiciones en el batallón de castigo de después de la guerra. Empecé a tener que pasar temporadas en el hospital del tórax en Terrassa hasta que al final fallecí sin haber conocido a la mayoría de mis nietos, ni tan siquiera tuve derecho a una pensión y los últimos años viví gracias a mis hijos.

Usted señoría representa a un partido burgués, que de izquierda solo tiene el nombre, de gente de bien, de misa dominical y que le pagaba el desayuno en el bar del pueblo a la guardia civil, de chivatos por salvar su culo y sobre todo un partido que hace de la identidad nacional su razón de ser, todo lo contrario de lo que fue la CNT/FAI. Durruti jamás quiso saber nada de ERC. 
Es más la mantuvo a raya, sabía perfectamente quienes eran y de donde venían, del fascismo reaccionario de Estat Catalá.

Le voy a pedir una cosa: visite el pueblo. Se llama Anglés en Girona, si nunca va verá un pueblo de clase media, de funcionarios y pequeños burgueses que cuelgan la estelada, presuntos oprimidos, cuando pase por la ahora abandonada fabrica Burés verá a continuación un seguido de casas baratas construidas en los años 50, muchas de ellas ya abandonadas y la mayoría que amenazan ruina, en una de ellas verá la única bandera española de todo el pueblo, en el lugar más humilde del pueblo. 

Después si quiere pase a verme. No tiene perdida. Es el único nicho del pueblo en cuya lápida hay siempre un adhesivo de la CNT. Mi nieto viene una vez al año a reponerlo."            (Santi Ledesma 20 de noviembre a las 10:15 , en Rebelión, 25/11/17)

24/11/17

La gran traición a la II República cuando en el verano de 1937 unos 30.000 soldados vascos se negaron a combatir fuera del País Vasco y se rindieron a los italianos en Santoña

"(...) el PNV hizo caso omiso del espíritu de conciliación reinante en España durante los años de la transición a la democracia. 

Y, así, mientras las antiguas asociaciones de ex combatientes franquistas pasaban prácticamente a mejor vida y las organizaciones de izquierda renunciaban a resucitar las suyas a fin de no reabrir las viejas heridas, los nacionalistas reorganizaron sus propias milicias y comenzaron a rememorar año tras año -y lo acaban de hacer el pasado sábado en el monte Bizkargi- las escasas hazañas bélicas que protagonizó su ejército de gudaris durante la Guerra Civil.

 Quizá quieran ocultar así su gran traición a la II República cuando en el verano de 1937 unos 30.000 soldados vascos se negaron a combatir fuera del País Vasco y se rindieron a los italianos en Santoña. Este insólito hecho facilitó el derrumbamiento del frente de Santander y Asturias y produjo un golpe mortal a la causa republicana.

Es cierto que, durante el franquismo, los dirigentes nacionalistas mantuvieron vivo el recuerdo de la contienda. Sin embargo, no pudieron evitar que un grupo de jóvenes militantes del partido (“esos chicos descarriados”, los solía llamar el histórico Manuel de Irujo) decidiera en los años 60 pasar a la acción violenta ante la pasividad de sus mayores. Así surgió ETA, que ha escrito una de las páginas más negras de nuestra historia contemporánea.

Tras la aprobación del Estatuto de 1979, transferidas las competencias educativas al Gobierno vasco, vendría el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, a las que se enseña desde entonces que en julio de 1936 España invadió Euskadi y acabó con las libertades vascas e, incluso, que separó a Navarra de Euskal Herria.

 Una cantinela constantemente repetida, aunque las cosas no fueran así. Hubo más vascos y navarros en las tropas nacionales que en las republicanas. Muchos de los que militan hoy en las filas abertzales son hijos o nietos de requetés. Lo cierto es que la guerra en el País Vasco como en el resto de España fue una trágica contienda fratricida.  (...)"                (Juan Ignacio del Burgo, El Mundo, 22/04/17)

10/11/17

La izquierda española ha sido siempre demasiado cuidadoso con los nacionalistas... a gente que había sido capaz de las mayores traiciones durante la guerra civil, pese a lo cual, vendieron que fueron los mayores enemigos de Franco

"Quizá la izquierda española tiene un problema para comprender la transversalidad. Eso podría explicar su timidez y, en ocasiones, su inoperancia ante grandes retos políticos como el que estamos viviendo en España por el llamado desafío catalán, que debería llamarse el desafío de los nacionalistas catalanes.

 El caso más reciente y llamativo es el de una formación tan joven como Podemos. Carolina Bescansa, una de sus líderes más conocidas, denunciaba a principios de esta semana que su partido se dirigía a los independentistas y muy poco a los españoles.

Esa bronca es muy similar a las que se producen constantemente en el PSOE, donde es muy difícil encontrar una postura definitiva que dure más de 24 horas en asuntos de nacionalismo. (...)

Históricamente el PSOE, como también le sucedió al PCE, ha sido siempre demasiado cuidadoso con los nacionalistas. Unas veces para dar estabilidad a Gobiernos que no la tenían por falta de votos. 

Pero otras por ese complejo absurdo que es obra no solo de la astucia de los políticos nacionalistas, sino también de la herencia terrible del franquismo, que con su larga sombra convirtió en demócratas a gente que había sido capaz de las mayores traiciones.

 Por ejemplo, la del PNV en Santoña, durante la Guerra Civil, o la actitud derrotista de los nacionalistas catalanes, que dejaron a Manuel Tagüeña al mando de milicianos comunistas madrileños para defender la Barcelona que sus habitantes no defendieron. 

Pese a todo, los nacionalistas vendieron que fueron los mayores enemigos de Franco. Y siguen vendiendo que todo lo que huela a español es franquista. Y con bastante éxito. 

Hoy asistimos a la postura equívoca de Podemos y las piruetas de los dos sindicatos de clase, CC OO y UGT, dando apoyo a una coalición imposible entre los antisistema de la CUP y las formaciones de masas de la burguesía catalana.

Al PSC toda esta política de duda le ha costado con los años convertirse en una formación catalana con muy pocas posibilidades de reconstruir su pasada hegemonía.  (...)"                (Jorge M. Reverte, El País, 27/10/17)

19/9/17

El PNV traicionó a la República

"A menos de dos meses de que se cumpla un nuevo aniversario del denominado “Pacto de Santoña”, el histórico dirigente del PNV Iñaki Anasagasti y el historiador Koldo San Sebastián han lanzado un libro dirigido a contrarrestar las críticas de quienes definen aquel hecho como una traición a la Segunda República. 

Bajo el título El otro pacto de Santoña (Ed. Catarata), sus autores dedican 224 páginas a narrar minuciosamente este episodio, basándose en distintos documentos y testimonios.
 
“La historiografía dominante asumió el carácter de traición intrínseco a la rendición, por el simple hecho de que fue un acuerdo alcanzado sin mediación del gobierno republicano, refugiado en Valencia. 

No hay más Pacto de Santoña que aquel, pero era preciso contar los acontecimientos desde otra perspectiva”, puede leerse en la sinopsis de la obra, donde se destaca que aquella capitulación “alcanza una complejidad mayor de lo que hasta ahora hemos podido conocer”.  (...)

Los hechos se remontan al 24 de agosto de 1937 en Guriezo, una pequeña localidad próxima a Santoña. Los gudaris vascos se rindieron allí ante los fascistas italianos, lo que supuso la caída definitiva del Frente Norte. Muchos historiadores –a la izquierda y a la derecha- han utilizado en innumerables trabajos la palabra “traición” para definir aquel pacto, que ni siquiera fue firmado y que fue incumplido por el bando franquista, lo que se tradujo en fusilamientos y penas de cárcel.  (...)

"Sí, fue una traición"


Ese punto es uno de los pocos en los que el veterano dirigente nacionalista y el periodista asturiano Xuan Cándano están de acuerdo. “El PNV tiene derecho a mostrar su versión del pacto, pero se trata de una versión interesada, que responde a los intereses históricos de ese partido para salvaguardar la memoria en lo que concierne al papel de los nacionalistas en aquella época”, reflexiona Cándano, quien en 2006 publicó El Pacto de Santoña. La rendición del nacionalismo vasco al fascismo (La Esfera de los Libros).

Tras leer el libro de Anasagasti y San Sebastián, el autor asturiano ha llegado a la conclusión de que “se trata de una respuesta” a su trabajo. “Es cierto que la Segunda República fue traicionada hasta por los suyos, pero eso no puede ocultar que hubo una negociación a espaldas del gobierno y del ejército republicano”, afirma. 

En ese contexto, Cándamo recuerda que “el Euzko Gudarostea (Ejército Vasco) funcionaba con autonomía absoluta, al margen del ejército republicano”, por lo que resulta “absolutamente incontrovertible que hubo una negociación entre los nacionalistas vascos a través del Padre (Alberto) Onaindia en el sur de Francia con los italianos, para dejar las armas cuando cayese el territorio vasco, que fue exactamente lo que ocurrió”. “En ese sentido, sí se puede hablar de una traición”, subraya.


Del mismo modo, el periodista asturiano considera de justicia “reconocer al PNV que no abandonó a los suyos”. Cita concretamente a Juan de Ajuriaguerra, presidente de esa formación en el exilio, quien “viajó desde Francia hasta Cantabria para ponerse al frente con los italianos, arriesgando su propia vida”.

"Entregaron a otros"


El investigador e historiador libertario José Ignacio Orejas también cree que Santoña encarnó una traición. “Fue un pacto que empezó a trabajarse mucho antes, desde una perspectiva nacionalista, como si el Gobierno Vasco fuese un ente independiente: querían negociar con otro estado, que fue el fascista italiano”, describe. 

En esa línea, Orejas (quien recientemente publicó junto a Miguel Iñiguez las memorias del histórico militante anarcosindicalista Félix Padín) se muestra muy crítico con aquellos dirigentes peneuvistas que promovieron la rendición. “No es que ellos se entregaran, sino que de paso entregaron a batallones comunistas, socialistas y anarquistas”, afirmó.

Del mismo modo, el historiador rechaza tajantemente que CNT apoyara aquel acuerdo, tal como han señalado los autores de El otro Pacto de Santoña en algunas entrevistas. “Pudieron embaucar a algún capitán de algún batallón, pero de ahí a que toda la organización estuviera a favor, ni hablar”, remarcó Orejas. Ochenta años después, la batalla por el relato continúa."            (Danilo Albin, público, 09/06/17)