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5/3/24

Mientras que el mundo se une en una aparente aldea global, las fracturas nacionales asoman con una celeridad cada vez mayor. Las crisis acentúan ese furor nacionalista... El nacionalismo pasa a ser un fenómeno esencialmente excluyente. Se vuelve, en definitiva, un salvoconducto político. Basta observar cómo, a pesar de la globalización, tras la crisis de 2008 surge un auge nacionalista. Y lo hace a través de las dos vías posibles: la secesionista –como muestran el caso catalán y el escocés– y la del reforzamiento del Estado-nación, como ejemplifican países como Estados Unidos, Italia o Brasil...

 "La ignorancia es lo que envuelve el extraño manto de la nación, ese concepto etéreo, aunque no se trata de esa clase de ignorancia relativa a la estupidez. Lo que ocurre, en realidad, es que el término «nación», tan sólido como pretende, parece siempre endeble. ¿Es, acaso, imposible de definir? «Sabemos lo que es cuando no nos lo preguntáis», defendía el politólogo Walter Bagehot en el lejano año de 1887. Y su sorna era una declaración precisa acerca de la propia imprecisión del concepto. Al fin y al cabo, ¿qué es una nación sino una comunidad imaginaria y, por tanto, arbitraria?

El problema surge en su raíz: hay tantos aspectos que crean la nación que, en realidad, se podría argüir que no hay ninguno. Desde la geografía hasta la lengua o las creencias religiosas, las comunidades se han establecido a partir de elementos que, dependiendo del país, difieren de forma radical. No solo los símbolos son distintos, sino también los criterios: mientras que en la formación de la nación alemana la lengua era un eje esencial, en Francia, aunque importante, no adquiría tamaña trascendencia. Algo que, si bien aparentemente pueda resultar paradójico, es básico para la coherencia del concepto: las naciones deben diferir entre sí y, a su vez, deben tener ciertos rasgos inmutables a lo largo de la historia, tal como intentaron argumentar los filósofos alemanes decimonónicos con la idea del Volkgeist, el «espíritu del pueblo».

Ideas que, no obstante, constituyen artificios intelectuales: la nación no antecede al nacionalismo, sino al revés. Es decir, no existe como un fenómeno invariable y espontáneo surgido a través del paso de la historia: es el nacionalismo, en cuanto fenómeno histórico, el que crea las naciones y sus correspondientes Estados. El nacionalismo sí es definible con cierta sencillez, como «un principio que afirma que la unidad política y nacional debería ser congruente», en palabras del filósofo checo Ernest Gellner. Así, según explica Marc Sanjaume, profesor de Ciencias Políticas en la Universitat Pompeu Fabra, «las naciones no aparecen ex nihilo, contienen un elemento de construcción cultural sobre una base preexistente trabajada y mitificada». En el caso de España, por ejemplo, la Reconquista y sus batallas míticas «son hechos históricos que el nacionalismo se encargó de incorporar a un acervo nacional común», como defiende Sanjaume.

¿No son estos mitos, por tanto, los que en realidad forman el esqueleto de la idea donde descansa el país? Es una impresión que también señala el adagio del viejo historiador Ernest Renan: «Interpretar mal la historia forma parte de ser una nación». Y así es: los símbolos, tradiciones y relatos históricos son, en gran medida, «tradiciones inventadas», en palabras del historiador británico Eric Hobsbawm. «Las naciones modernas buscan estar enraizadas en la antigüedad más remota. Buscan ser comunidades humanas tan “naturales” que no necesiten más definición que la explicación», explicaba, lo que incluye desde los bailes populares a los símbolos nacionales más destacados. Incluso la vestimenta: las faldas escocesas no lo eran hasta que, a la hora de dotar de una raison d’être particularmente escocesa, adquieren tal categoría: pasan a representar la identidad estética.

El triunfo popular de la nación en cuanto a concepto, sin embargo, puede resultar naturalmente atractivo: «El tejido social, desde las amistades a cualquier institución, descansa sobre una base de identidad construida e imaginada», sostiene Sanjaume. «Necesitamos pertenecer a algo y el nacionalismo es la comunidad ganadora en la modernidad por encima de vínculos antiguos», apunta.

¿Un nacionalismo por la libertad?

«El nacionalismo es un fenómeno que se da en casi toda Europa a lo largo del siglo XIX, si bien se parte normalmente de uno de corte más liberal, con concepciones más cívicas y vinculadas a las constituciones del momento», explica Alejandro Quiroga, profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Esta primera forma de nacionalismo –que surge de manera integradora, al contrario que los modelos posteriores– es el fenómeno que alumbra los primeros Estados-nación, da paso al liberalismo político y acaba con el Antiguo Régimen (es decir, con las formas políticas de las viejas monarquías europeas). 

No obstante, se trata de algo limitado. «A partir de la segunda mitad del XIX y principios del siglo XX, los nacionalismos étnicos van ganando terreno en casi toda Europa. Aunque la división entre cívico y étnico nunca es pura, las concepciones biologistas y racistas se van afianzando», relata Quiroga. La razón, según defiende el profesor, recae en las motivaciones del escalón más alto de la jerarquía: «Según se va ampliando el sufragio, la manera de integrar a las masas sin pagar un precio democrático es a través de la nación. Algo que sirve también como contrapeso contra el auge del movimiento obrero»

Así, el nacionalismo pasa a ser un fenómeno esencialmente excluyente. Se vuelve, en definitiva, un salvoconducto político. Basta observar cómo, a pesar de la globalización, tras la crisis de 2008 surge un auge nacionalista. Y lo hace a través de las dos vías posibles: la secesionista –como muestran el caso catalán y el escocés– y la del reforzamiento del Estado-nación –como ejemplifican países como Estados Unidos, Italia o Brasil–. Ocurre, además, ante una realidad que parece cada vez más hostil a las ambiciones y poderes políticos. «Ambas se plantean como marcos de solución a una crisis económica. Se ofrece nación a cambio de mantener un modelo económico en crisis», explica Quiroga. El caso catalán es ilustrativo, según señala el profesor. «Es a partir de 2010 cuando empieza a aumentar el apoyo al independentismo. Es entonces cuando se da un paso más allá y esas élites que no eran abiertamente independentistas acaban en el movimiento como marco de salida a la crisis económica de la que en muchos casos ellos son partícipes», explica. «También como respuesta al 15M: no hay banderas cuando rodean el Parlamento de Cataluña y los políticos salen en helicóptero», añade.

El mundo actual genera una paradoja: este es un momento en el que «la mayor proximidad global genera más necesidad de pertenencia local», tal como sostiene Sanjaume, que señala que estamos ante un «repliegue» a un nacionalismo que recuerda al del siglo pasado. Y no es la única y retorcida ironía: la expansión de las ideas democráticas, esas sobre las que algunos decidieron proclamar el fin de la historia, ha llegado a favorecer la proliferación de nuevos Estados y nuevas demandas estatales. Las tensiones crecen hasta puntos insospechados: «El populismo se sirve hoy de los nacionalismos incluso hasta erosionar los pilares del liberalismo democrático». Sin embargo, ¿cuán grande puede llegar a ser una bandera?"              (Pelayo de las Heras , ethic, 09/05/23)

23/2/24

El nacionalismo, políticamente hegemónico desde el año 1980 en Cataluña, nos ha llevado a la debacle actual. No es una cuestión de siglas -CDC, UDC, PDECat, JxCat, ERC, CUP…- es una cuestión de concepto, de mentalidad y, sobre todo, de una manera de hacer y de gobernar... Jordi Pujol se llegó a identificar con Cataluña y la evidencia es que todo aquello que construyó ha acabado hundido, incluido el “país ideal” que imaginó

 "(...) El ideal de una Cataluña “libre, rica y próspera”, segregada de España y de la península Ibérica, ha marcado a las generaciones de catalanes que han nacido y vivido en esta tierra después de la muerte de Franco. Pero este ideal se ha basado sobre un gravísimo error: obviar que la realidad social es compleja y que hay una parte muy importante de la población que no tiene raíces catalanas y que también tiene derecho a expresarse en su lengua y a vivir su cultura con normalidad y plenitud.

La Generalitat, restablecida gracias a la tenacidad del presidente en el exilio, Josep Tarradellas, no ha sido percibida como la institución de “todos”, sino de solo una parte y esta falta de identificación ha entorpecido el proceso de integración. Hoy, más que nunca, hay que ratificar y defender que los 8 millones de habitantes de Cataluña, vengamos de donde vengamos, hablemos como hablemos, somos un solo pueblo, con los mismos derechos y los mismos deberes. 

 El nacionalismo catalán, además de su vertiente excluyente, ha cometido dos otros errores de gran calibre: caer en la lacra de la corrupción y, lo que es peor, intentar justificarla; y poner en marcha el delirante proceso independentista para intentar tapar el lado más oscuro y más sucio de su gestión. De este modo, hemos pasado del supuesto “oasis” pujolista -donde la “omertà mafiosa tapaba todas las críticas- al estallido de las cloacas y al actual desierto, en el cual estamos perdidos y desorientados.

 Para más inri, hemos perdido la empatía y la complicidad de los vecinos. El estropicio del 1-O no solo ha fracturado, todavía más, la sociedad catalana. Ha provocado una reacción de rechazo en la Cataluña Norte, en las Islas Baleares, en la Comunidad Valenciana y en Aragón, donde las últimas elecciones han instaurado gobiernos de derecha y de extrema-derecha, muy refractarios a la colaboración con la Generalitat y con todo aquello que tenga relación con el nacionalismo catalán.

La incapacidad y la impotencia para hacer frente a la sequía; el devastador informe PISA sobre la educación y los reiterados y brutales episodios de inseguridad ciudadana que sufrimos marcan el punto más bajo de Cataluña desde la recuperación de la democracia. Este desbarajuste coincide con un Gobierno, el de Pere Aragonès, que solo tiene 33 diputados en el Parlamento.

 Jordi Pujol, el “padre padrone del nacionalismo contemporáneo, tiene que ver cómo otra de sus obras -a la cual dedicó mucho dinero y esfuerzos-, la Gran Enciclopèdia Catalana (GEC ), también cae a pedazos. Esta empresa editorial arrastra una deuda de 15 millones de euros, ha tenido que vender el edificio corporativo al dueño de Bon Preu, Joan Font, y tiene previsto hacer un ERE de su plantilla.

La crisis de la GEC, fundada en 1968, se añade a las del grupo financiero Banca Catalana, al cierre del diario El Correo Catalán, de la revista Destino -de los que Jordi Pujol era propietario- y de Cadena 13, a la desintegración de Convergència Democrática por corrupción y a la imputación de toda la familia Pujol por esconder una fortuna en paraísos fiscales. Jordi Pujol se llegó a identificar con Cataluña y la evidencia es que todo aquello que construyó ha acabado hundido, incluido el “país ideal” que imaginó.

 Con el descalabro de la GEC culmina este desastre permanente que, bajo las consignas de “hacer país” y “esto ahora no toca”, hemos tenido que soportar el conjunto de los catalanes en las últimas décadas. Dando por sentado que en la iglesia nacionalista, presidida por el pantocrátor de Jordi Pujol, los convergentes eran los padres de esta gran familia mal avenida; los republicanos son los hijos; y los de la CUP, los nietos.

Es evidente que el edificio está en ruinas y que hay que hacer un “reset” con urgencia, pero el PSC, que tendría que liderar la alternativa, está atado de pies y manos por el apoyo que ERC da a la estabilidad de Pedro Sánchez. Mientras en Madrid, el PSOE necesite imperiosamente los escaños de los nacionalistas catalanes para poder gobernar, Salvador Illa se quedará sin la presidencia de la Generalitat. (...)

El nacionalismo ha llevado Cataluña al precipicio. Estamos en caída libre y todavía no hemos tocado fondo."            (Jaume Reixachs, elTriangle, 11/12/23)

15/11/23

Moreso, ex-rector de la Pompeu Fabra: "El soberanismo ha jugado a crear una realidad alternativa, como Matrix... Pero, ¿qué pasaría al día siguiente? ¿Las grandes empresas pagarían sus impuestos a la Generalitat? No lo harían"... creo que ahora tampoco se pueden entender las razones de un conflicto que ha llevado a tantas personas a un lado y a otro, a personas con las que hemos tenido relaciones estrechas... Es un problema, sí, existen dos comunidades. Para abrir una negociación si no hay diálogo, a partir de algo compartido, será imposible... Lo que se debería hacer es una clarificación de competencias, con impuestos federales

 "Josep Joan Moreso (Tortosa, 1959), fue rector de la Universidad Pompeu Fabra (2005-2013) y es catedrático de Filosofía del Derecho. Respetado por la comunidad académica y política, Moreso se ha involucrado en el problema político catalán, buscando un consenso que parece todavía lejano. Centrado en el estudio de los fundamentos filosóficos de la Constitución, es autor de Constitución, modelo para armar (Marcial Pons, 2009). Presidente de la agencia para la calidad de las universidades catalanas, AQU, y buen conocedor de la política italiana, Moreso considera que se necesita "mitezza", que no tiene una traducción exacta, pero que es una especie de mezcla entre “paciencia más templanza”, o “la capacidad de evitar la ira, y si llega, la capacidad de atemperarla”. Para un profesor centrado en la filosofía del derecho, lo que ha ocurrido es difícil de comprender, y señala que “el soberanismo ha jugado a crear una realidad alternativa, como en Matrix”. En una entrevista con Crónica Global, Josep Joan Moreso apuesta por una reforma constitucional, y por recomponer la situación, sin dejar de criticar a los “intelectuales orgánicos” que han sustentado el proceso, pero también a los que han confiado únicamente en la capacidad del derecho y han “olvidado” la fuerza de la política.

--En todos estos años en Cataluña se han constituido relatos propios que han servido para justificar las posteriores acciones. ¿Cómo se construyen los relatos, que son, además, antagónicos?

 --Soy filósofo del derecho y utilizamos el lenguaje, que es algo esencial. Y, ciertamente, se han creado relatos a medida que se iba avanzando en el conflicto político, y eso ha sido determinante. El Gobierno central, desde hace años, ha decidido afrontar el problema aplicándolo sin apostar por la política, y eso plantea muchas carencias, porque existe un problema político. Hay, también, un incumplimiento constitucional de un principio democrático en contra de todas las voces, en un Estado que es claramente protofederal. Se veía venir desde 2012, pero se acelera con las decisiones en el Parlament en los días 6 y 7 de septiembre. Entonces se decide lo contrario: hacer política marginando el derecho. Yo digo que el derecho sin la política está vacío, pero la política sin él es ciega, y sobre eso estamos. Obviamente, el relato del proceso soberanista ha mostrado mucha resiliencia ante la realidad, porque las cosas que prometía y que eran centrales no se han cumplido. No ha habido reconocimiento internacional, por ejemplo. Muchos decíamos que sin eso no se podía hacer nada, pero parece que no es suficiente para que cambie ese relato.

--El movimiento soberanista ha ido reivindicando la existencia de una doble legitimidad, basada en una nueva legalidad. ¿Cómo se crea una legalidad?

 --Es verdad que la legalidad se soporta sobre la aceptación social, sobre hechos que están más allá de la cuestión jurídica. En la transición, el acuerdo es aceptado por la población, y eso da legitimidad, al margen de la calidad política que existía. Pero aquí se ha jugado con eso. El filósofo Herbert Hart, un intelectual de primera, explicó en su libro El concepto del derecho (1961) que para que un derecho exista en una sociedad es necesario una regla compartida para saber las que rigen el sistema. En España es la Constitución y lo que emana de esa Constitución. Por eso digo y he comentado de forma reiterada que no hay dos legalidades, porque todas las asociaciones de jueces y fiscales, todos, dijeron que la única regla era esa, la Carta Magna. En ningún momento hubo dos legalidades.

--¿Cómo se puede superar esa legalidad, entonces?

--Una legalidad se puede superar a través de una ruptura revolucionaria, cambiando a los jueces. No veo otra forma. Pero, ¿qué pasaría al día siguiente? ¿Las grandes empresas pagarían sus impuestos a la Generalitat? No lo harían. El soberanismo ha jugado a crear una realidad alternativa, como en Matrix. Cuando la CUP dice que se debería aplicar la república, yo pregunto, ¿se dan las condiciones? No se daban, ni se dan, pero eso parece que no cambia la voluntad política.

--Pero el movimiento independentista reclama que se le ofrezca una vía posible cuando tenga una mayoría suficiente. ¿Cambiarían las condiciones con mayorías más sólidas?

--Yo creo que sí, que eso puede ser determinante. Si un día el independentismo tiene el 60% de apoyo, por poner un porcentaje importante, eso creo que provocaría un cambio de otros elementos y facilitaría una opción negociada, como no puede ser de otra manera dentro de la Unión Europea, forzando al Gobierno español a negociar, que podría pasar, incluso, por un referéndum pactado o por otra fórmula. Yo soy muy partidario de la opinión consultiva del Tribunal Supremo de Canadá, de 1998, un documento extenso, serio, bien fundamentado. Responde a tres preguntas del Gobierno del Quebec, sobre si tiene derecho a la autodeterminación según la Constitución del Canadá, o de acuerdo a la legalidad internacional, y, en caso de respuestas diferentes a las anteriores preguntas, ¿cómo resolver el conflicto? La respuesta es no, en los dos casos, y entonces la tercera no se plantea. Pero ofrece una salida: si se reitera en el tiempo esa petición, el Gobierno de Canadá debería abordar la cuestión, y plantear un referéndum con una pregunta clara. Pero se insiste en que no sería vinculante y que se debería negociar, junto con el resto de provincias del Canadá. Las lecciones canadienses lo que nos dicen es que aquí no se ha hecho bien, que se ha apostado por una vía unilateral, pero también nos dicen que el Gobierno central no ha aceptado el problema político, que existe.

--Es decir, que el Gobierno español no se ha tomado en serio lo que ha ocurrido en los últimos años en Cataluña.

--Eso es. Porque hay que analizar el por qué hemos llegado hasta aquí, cuando históricamente el secesionismo nunca ha superado el 20%, y ahora se ha llegado el 48%. Hay muchos factores en juego que no se han tenido en cuenta. La sentencia del Estatut de 2010 es uno de ellos. Pero también una cuestión que resultó muy negativa, y que se ha dejado de lado: las condiciones en las que el PSOE llega al poder en 2004, tras los atentados terroristas. El PP nunca aceptó esa victoria como normal, y negó su legitimidad. En ese momento, se centró en dos frentes, en que los atentados se podían relacionar con ETA, algo indefendible, y en Cataluña, que se dibujaba en el horizonte. En el PP se estableció un debate, mientras el PP catalán quiso participar, con enmiendas a la propuesta del Estatut en comisión, desde Madrid se consideró que era mejor abandonar. El PP catalán argumentó que en ese caso perdería la centralidad, pero en Madrid el PP determinó que, en cambio, lograría la centralidad en el conjunto de España.

--¿Y el PSOE qué responsabilidad tiene?

--El PSOE llega un momento que abandona, que no puede resistir, y decide que el trabajo lo haga el Tribunal Constitucional, que frene el Estatut, y eso tuvo consecuencias importantes. Pero todo se incendia con la crisis económica. Hay que decir, además, que en el relato independentista se ha ido abandonando el discurso economicista. Pero no ha habido autocrítica sobre aquellos mensajes tan duros, que nos hacía a los catalanes muy poco estimables en Europa, donde el independentismo sólo ha conseguido el apoyo de los partidos xenófobos, de ultraderecha. Pero no ha habido autocrítica.

 

--¿Se puede vislumbrar una salida ahora?

--Se ha creado un clima preocupante. Releí en verano El mundo de ayer, de Stefan Zweig, y me provocó una reflexión profunda. Zweig no podía entender que se creara un ambiente prebélico, que provocaría la I Guerra Mundial. No veía las razones por las que se matarían los jóvenes europeos. Y creo que ahora tampoco se pueden entender las razones de un conflicto que ha llevado a tantas personas a un lado y a otro, a personas con las que hemos tenido relaciones estrechas.

--Las decisiones judiciales, ¿lo complican todo más, imposibilitan una solución?

--Hay un uso excesivo de la prisión provisional. Es necesario un gobierno, pero todo está condicionado por los jueces, que impiden cuestiones básicas a Carles Puigdemont o a Oriol Junqueras que les concede la Constitución y que el juez no ha tenido en cuenta. La representación política es el núcleo de la democracia. Creo que los delitos que se imputan no se sostienen. Se intenta construir un relato, porque eso es una instrucción, y se basa en anotaciones en la libreta de un alto cargo, y en el documento Enfocats y distintas reuniones, y creo que eso es frágil.

--Para encontrar soluciones, es necesario antes compartir un diagnóstico, ¿es posible?

--Es un problema, sí, existen dos comunidades. Para abrir una negociación si no hay diálogo, a partir de algo compartido, será imposible.

 --¿Se debería recurrir, aunque parezca algo superado, a aquellas conversaciones entre intelectuales de Madrid y Barcelona de los años cincuenta?

--Tal vez. Particularmente me gusta releer aquellas conversaciones que se produjeron entre un Dionisio Ridruejo y Carles Riba, por ejemplo. En mi etapa de rector de la Pompeu Fabra lo intenté, con la colaboración de cuatro universidades, la Autónoma de Madrid, la Carlos III, la Autònoma de Barcelona y la Pompeu Fabra. Por ejemplo, se puso en marcha un grado compartido de filosofía política y economía para 60 estudiantes. Y fue realmente sorprendente y muy positivo. He sido profesor en este grado, en un seminario he planteado directamente el problema de la secesión. El conocimiento que los estudiantes tienen entre ellos ha hecho, sin duda, que los catalanes comprendan mejor la opinión de los no catalanes y viceversa. También lo intentó el exconsejero Antoni Castells, reuniendo gente como Josep Maria Colomer con Daniel Innerarity o Álvarez Junco y Emilio Lamo de Espinosa.

 --¿Se debe implicar, por tanto, mucho más la sociedad civil?

--Yo creo que sí. Personalmente me he sentido interpelado por esa responsabilidad. La academia, a veces, se ha distanciado, pero en mi etapa de rector fui muy consciente de llevar nuestras reflexiones al foro público. La filosofía política es un refinamiento del debate político, pero está conectada, debe estarlo. Si no somos capaces de establecer esa conexión, no tendremos una sociedad vigorosa. En la Pompeu Fabra, en mi etapa de rector, en 2013, se hizo con debates en los que estuvieron presentes todos los posicionamientos: Ángel de la Fuente y Jordi Galí, con Ferran Requejo y Félix Ovejero, por ejemplo. 

--La llamada clerecy, intelectuales, profesores, altos cargos de la administración, ¿qué papel cree que ha jugado?

--Hay una clerecy que ha jugado a favor del proceso, es una evidencia. Pero mi impresión es que en Cataluña hay una sociedad plural, con voces diferentes, algo que se ha negado desde el soberanismo. Y ese mismo soberanismo, ciertamente, ha impulsado una serie de intelectuales orgánicos que sólo aplauden y ponen la letra a la música que suena. Pero no es la única. Desde el soberanismo se insiste en que España es plural, como si Cataluña fuera monolítica, y desde el constitucionalismo se insiste en que Cataluña es plural, como si España fuera monolítica. Afortunadamente la pluralidad está en los dos lados, y esa idea se debe recuperar y potenciar.

 --¿Y por parte de la izquierda española? ¿Se ha impuesto un "contra Rajoy vale todo" que comporta abrazar la causa independentista?

--La izquierda española ha vuelto a reflejar sus contradicciones, con un alma jacobina y una federalista. Es la historia de la España contemporánea. Pero además se ha sumado la idea de que contra el PP todo vale, y es cierto, también, que el cansancio contra el PP es muy grande. Recuerdo a una persona que me dijo que estaba muy contenta de haber votado a la CUP, porque consiguió echar a Artur Mas. Ahora todo vale para echar a Rajoy, pero se ha llegado a un punto en el que el PP no sabe cómo gestionar la corrupción, con un horizonte de gran incertidumbre por la irrupción de Ciudadanos, que ha entrado de nuevo en el debate de la lengua, cuando parecía que lo había superado.

--¿Se puede confiar en una reforma de la Constitución con esa situación?

--Creo que sí, que se deberá resolver con una reforma constitucional. Muchas cuestiones no se podían decir en 1978, cuando no se sabía cuáles serían las autonomías, cuando sólo se tenía en cuenta la provincia. A partir de ahí, se podría entrar en una reforma del Senado y del título VIII de la Constitución en clave federal. Lo que se debería hacer es una clarificación de competencias, con impuestos federales. Un Estado federal, en definitiva. (...)"           (Manel Manchón, Crónica Global, 04/03/2018)

24/2/23

Retorno a Pujol... Jordi Pujol siempre estuvo aquí, pero sufrió un eclipse en la memoria colectiva de Cataluña durante una década... Se mantuvo la pátina de respeto porque a la familia -a la familia en general, como en Sicilia- se le acaba perdonando todo... Es lo que tiene el nacionalismo de los sentimientos; puede sancionarte, robarte, cancelarte, hacerte la vida imposible…pero no cree hacerlo por nada tan material como la apropiación indebida y el fraude sino por algo tan inconsútil como el sentido de pertenencia, la identidad o las ansias de ser algo sin parangón en la historia

 "Jordi Pujol siempre estuvo aquí, pero sufrió un eclipse en la memoria colectiva de Cataluña durante una década. Fueron los años volcánicos que siguieron a su confesión de 2014, cuando el fantasma del “avi Florenci” entró en escena y se descubrió lo que todos sabían pero nadie se atrevía a señalar. El viejo President hacía trampas en el juego participativo de corrupción y reparto que había durado veinte años. Se mantuvo la pátina de respeto porque a la familia -a la familia en general, como en Sicilia- se le acaba perdonando todo. Lo que vino a suceder luego fue un a modo de “Retorno a Brideshead” de Evelyn Waugh. Sin embargo no era una novela sino una realidad sin pizca de talento más allá del arte de someter a una sociedad con las artimañas que él mismo había fabricado. Un hipócrita contumaz como rey del juego.

Cautivo y desarmado el ejército pujoliano siguió ganando la batalla. Ninguno de los corruptos convictos y confesos asumió su responsabilidad. Todos y cada uno lo hicieron por defender el indeclinable derecho de familia, es decir, “la patria catalana”. Por Cataluña ya se había hecho rico Cambó y la letanía siguió hasta esa señora inmune al ridículo llamada Laura Borràs. En el medio hubo de todo; un festín con algún fiambre memorable y digno, del que sus herederos hicieron buena pitanza.

Para afirmar que “el Procés” ha terminado habría que precisar antes cuándo empezó, que sería el mejor modo de llegar a la conclusión de que no ha pasado nada porque nadie considera haberse equivocado, ni menos aún ser un golpista desenfadado. Es lo que tiene el nacionalismo de los sentimientos; puede sancionarte, robarte, cancelarte, hacerte la vida imposible…pero no cree hacerlo por nada tan material como la apropiación indebida y el fraude sino por algo tan inconsútil como el sentido de pertenencia, la identidad o las ansias de ser algo sin parangón en la historia.

Deberían importarnos una higa las palabras emotivas y menos aún el juicio postrero de los historiadores; una falacia. Para los sentimientos el tiempo no aclara las cosas sino que las complica y siempre aparece quien descubre las buenas intenciones ocultas en Hitler o Stalin, qué no dirán del amor por Cataluña de Jordi Pujol padre, Jordi Pujol hijo, Artur Mas el de Ítaca, el abacial Junqueras, o el autoexiliado Puigdemont. Si va bajando usted en la lista del escalafón podrá llegar hasta el funcionario abrevador del erario público. Nadie en Cataluña se ha preguntado nunca por qué desde el President de la Generalitat hasta los “mossos de esquadra”, pasando por “consellers” y asesores de a puñado, todos ellos se remuneran a sí mismos con cantidades muy superiores a las de sus homólogos españoles. Habrá que entender que es porque tienen una idea tan alta de Cataluña que se la cobran en euros.

Si Jordi Pujol menudea las apariciones en público después de años de silencio es porque su mundo sigue y no se ha extinguido como cabría suponer de un líder letal para la sociedad catalana. Ni la economía, ni la cultura parecen echar cuentas de la degradación que supuso su largo reinado. Menos aún la política. Desde Artur Mas a Pascual Maragall le emularon y por eso subieron unos grados el horno; la pieza amenazaba gusanera y tenían menos tiempo para hacerla servir. Olvidamos que fue Felipe González quien distrajo el asunto de Banca Catalana para poder cobrárselo algún día. Lo mismo repitieron Aznar y Rajoy, solo Zapatero y Sánchez por necesidades de supervivencia pasaron de socios a cómplices; lo uno y lo otro.

¿Y ahora, qué tenemos? Variantes del pujolismo, unos con más calorías que otros, pero todos seguidores de las vías que marcó el Padrino. No es nada personal, solo negocios, por más que los recubra ese velo de romanticismo sentimental que nos sale cuando contemplamos las cuitas de aquel Marlon Brando de Coppola, achacoso y febril, tratando de mantener su imperio delictivo. La torticera ambición de retirar el castellano del espacio público desde la infancia no es más que la consecuencia del fracaso de la inmersión lingüística que convirtió en sufrimientos individualizados lo que no era sino una represión social supremacista. Incluso han logrado convertirlo en principio obligatorio para sobrevivir en una sociedad inclinada a la servidumbre de los sentimientos que cotizan en bolsa.

¿En qué se diferencia el president Aragonés del aspirante Illa? En “el tarannà” que dirían por aquí; en la actitud. Esta sociedad que se miraba en espejos socialdemócratas o liberales, o eso decían, se deslizó hacia el catalanismo como coartada identitaria. Cambian los tonos pero la canción pegadiza sigue la misma, por eso si echamos la mirada a los cánones culturales percibiríamos que las personas son idénticas pero diversifican sus disfraces y a algunos les da por creer -es menos incómodo- que los tiempos se clarifican. 

Los frágiles iconos mediáticos no se desdicen del ayer. Tan solo varían sus posturas. Se puede pasar de la CUP al Círculo de Economía con la mirada puesta en Illa, como en el caso de Josep Ramoneda. De escribiente promotor del editorial acrisolado “La dignidad de Cataluña” a Podemos, sin que se mueva un pelo ni una coma, caso de Enric Juliana. O dar un salto de la crianza servil con Lluis Prenafeta, -jefe de la fontanería del Padrino y fundador de la nunca citada “Cataluña Oberta”- a vocero del palatino “El País” como Jordi Amat. Son los aquilatadores de lo políticamente correcto. No pasa nada, ni nadie les va a señalar si no es con argucias metafóricas orsianas -si se entiende demasiado, complíquelo-.

Pocos signos tan simbólicos como la candidatura de Xavier Trías a la alcaldía de Barcelona. Este médico de la política siempre estuvo allí, como el dinosaurio de Monterroso, pero ahora se aparece como las esencias de antaño sin la pestilencia del Palau, el secreto de familia. Volver a Pujol sin disimular que nunca se ha ido. Nada del PDCat, solo el viejo embrujo del seny autocomplaciente. La batalla de Barcelona del próximo mayo tiene mucho de Juegos Florales que esconden una realidad viciada, en la que los contendientes hacen ejercicios sobre un caballo que no es otra cosa que nuestros propios lomos. Por eso se han sumado todos con aviesa complicidad a considerarle un adversario que da el tono. Los Comunes de la izquierda institucional, los socialistas disociados en el último minuto, la Esquerra que hace como que gobierna y la derecha hirsuta que ni sabe quién será su candidato. Todos a una se felicitan por volver a lo de siempre. "                     (Gregorio Morán  , Vox Populi, 18/02/23)

14/12/22

El Reino Unido se españoliza... los ingleses sienten un fuerte agravio comparado contra lo que consideran los privilegios de los escoceses... Un tipo de nacionalismo parecido al de los conservadores en España... ¿Está, por tanto, condenada Escocia a seguir el camino de Cataluña? No necesariamente. Es probable que la distinción más importante entre estas regiones sea la menos enfatizada; que Escocia solo tiene un partido independentista mientras que Cataluña tiene dos La negativa del actual Ejecutivo británico a celebrar otro referéndum y la esperada sentencia del Tribunal Supremo de ese país, en la que niega que el Gobierno escocés tenga competencias para celebrar una consulta sin el consentimiento del Parlamento británico, parecen acercar el Reino Unido a un modelo de conflicto territorial parecido al español... A medida que la amenaza se convierte en real, no es raro ver que las soluciones arriesgadas se dejan de lado y que el discurso sobre la unión cambia también. El Reino Unido es un Estado claramente plurinacional, pero sigue siendo un Estado y se dotará de un discurso que lo legitime si se ve en peligro... Nicola Sturgeon. Ha aprendido bien las lecciones de Cataluña y no quiere optar por vías ilegales. Pero al mismo tiempo ha aprendido bien las lecciones de Quebec. Perder dos referendos en tan poco tiempo sería mortal para el movimiento independentista escocés como lo fue para el quebequés

 "La mayoría de las comparaciones entre Cataluña y Escocia versaban sobre la distinta respuesta entre el Gobierno español y el Gobierno británico a sus respectivos desafíos independentistas. La negativa del actual Ejecutivo británico a celebrar otro referéndum y la esperada sentencia del Tribunal Supremo de ese país, en la que niega que el Gobierno escocés tenga competencias para celebrar una consulta sin el consentimiento del Parlamento británico, parecen acercar el Reino Unido a un modelo de conflicto territorial parecido al español.

Por un lado, tenemos un Ejecutivo regional decidido a lograr la secesión, pero cuya población está partida por la mitad en la cuestión de la independencia. Por otro lado, tenemos a un Gobierno central conservador impopular, pero al que siempre le ha ido bien al defender el nacionalismo británico. Esta “españolización” del Reino Unido nos permite cuestionar dos lugares comunes sobre los conflictos territoriales y entender cuál es la verdadera diferencia entre Escocia y Cataluña.

El primer lugar común es que los conflictos nacionales se podrían solucionar reconociendo la plurinacionalidad de un país. El problema con esta idea es que un Estado plurinacional sigue siendo un Estado, no una unión voluntaria. El unionismo británico ha defendido tradicionalmente que, al ser el Reino Unido una unión de partes, cualquiera de estas podría independizarse si quisieran. Sin embargo, esas posiciones son fáciles de mantener cuando el riesgo de secesión no es real. Hasta muy recientemente, el apoyo a la independencia era minoritario en Escocia, ya que era la devolution (descentralización) la opción más apoyada entre los escoceses durante la segunda mitad del siglo XX. El entonces primer ministro británico David Cameron permitió el referéndum de 2014 en gran parte porque estaba convencido de que lo iba a ganar y que acabaría así con las aspiraciones independentistas.

Sin embargo, desde el referéndum del Brexit hasta ahora no estamos en esa situación. 

 Los escoceses votaron mayoritariamente por permanecer en la UE, lo tomaron como una violación de su voluntad nacional y a medida que se han ido viendo los estragos de la salida de la UE, el sí y el no a la independencia se han ido repartiendo casi a medias en la población, al igual que pasa en Cataluña. Ningún líder británico tiene hoy en día la confianza de ganar un nuevo referéndum y, después del fiasco del Brexit, ninguno quiere jugársela. A medida que la amenaza se convierte en real, no es raro ver que las soluciones arriesgadas se dejan de lado y que el discurso sobre la unión cambia también. El Reino Unido es un Estado claramente plurinacional, pero sigue siendo un Estado y se dotará de un discurso que lo legitime si se ve en peligro.

 De hecho, el cambio más importante en la identidad de los británicos no está quizá en la de los escoceses, sino en la de los propios ingleses. Los trabajos de Ailsa Henderson y Richard Wyn Jones ponen de manifiesto que los ingleses sienten un fuerte agravio comparado contra lo que consideran los privilegios de los escoceses. El Partido Conservador ha azuzado esta identidad para ganar elecciones y desde entonces ha desarrollado un unionismo muy cerrado (hyperunionism), que no permite la celebración de nuevos referendos. Un tipo de nacionalismo parecido al de los conservadores en España.

Como explica Karlo Basta, cualquier concesión a una región provoca una reacción (backlash) de la nación mayoritaria. Es necesario, por tanto, calibrar bien y preparar tanto a la población de la región minoritaria como a la población mayoritaria de los cambios que se vayan a hacer. Eso es altamente difícil si un partido considera que le beneficia movilizar los agravios de la mayoría contra una definición plurinacional del Estado.

 Tanto el nacionalismo catalán como el español se definen como europeístas y demócratas y acusan al otro de ser étnico y excluyente. En el conflicto entre estos dos nacionalismos que se dicen cívicos se han roto muchos consensos y normas de la convivencia que no deberían haberse roto (discurso de doble legalidad, referendos ilegales, conflictos en la calle, aplicación del 155, juicios, despliegue policial sobredimensionado, etcétera). Los nacionalismos escocés y británico también se arrogan ser cívicos y liberales, pero en nombre de la democracia se pueden romper muchas normas democráticas. Es el comportamiento concreto de cada político, partido, asociación e intelectual el que debe ser juzgado en cada caso. En un libro reciente, varios investigadores analizamos el auge del nacionalismo alrededor del mundo y concluimos: “En un momento en el que el nacionalismo étnico está en auge no hemos de olvidar que el nacionalismo cívico también lo está. Y eso no es necesariamente algo que celebrar”.

 ¿Está, por tanto, condenada Escocia a seguir el camino de Cataluña? No necesariamente. Es probable que la distinción más importante entre estas regiones sea la menos enfatizada; que Escocia solo tiene un partido independentista mientras que Cataluña tiene dos.

 Como explican Juan Rodríguez-Teruel y Astrid Barrio, la división dentro de un bloque identitario produce un proceso de outbidding por el que cada partido quiere mostrarse más radical que el otro para llevarse a los votantes de ese bloque y es este proceso el que lleva a una escalada de las tensiones. Esto es precisamente lo que sucedió entre ERC y CiU. Sin embargo, el SNP parte de la ventaja de ser el único partido importante entre las filas independentistas y, por ello, puede permitirse calibrar cómo de lejos lleva el desafío.

Esto ayuda a explicar, de hecho, la estrategia de la líder nacionalista escocesa, Nicola Sturgeon. Ha aprendido bien las lecciones de Cataluña y no quiere optar por vías ilegales. Pero al mismo tiempo ha aprendido bien las lecciones de Quebec. Perder dos referendos en tan poco tiempo sería mortal para el movimiento independentista escocés como lo fue para el quebequés. La división por la mitad de la sociedad escocesa hace que un referéndum sea una opción arriesgada tanto para el Gobierno central como para ella.

 No obstante, el conflicto entre el SNP y los conservadores les beneficia a ambos y es probable que sigamos viendo escalar las tensiones. Por eso, la hoja de ruta de Sturgeon parece ser la de mantenerse en una calculada tensión con el Gobierno británico que contente a sus bases independentistas sin hacer explotar la situación. Una tensión que le permita ganar las siguientes elecciones y mantenerse en el poder. La esperada negativa del Tribunal Supremo le permite culpar a otros de la no celebración del referéndum mientras justifica elevar el tono y enmarcar las siguientes elecciones como plebiscitarias, tal y como hicieran los partidos catalanes en 2015. La apuesta es muy arriesgada, ya que el Reino Unido se parece más a España de lo que solía pensarse. Sturgeon sabe que está jugando con fuego. Esperemos, por el bien de Escocia, que no se queme."                   

(Javier Carbonell es investigador doctoral en Edimburgo y colaborador de Agenda Pública. El país, 08/12/22)

24/6/22

Pau Guix: el nacionalismo es algo que es objetivamente contrario al bien como concepto absoluto, algo que destruye la sociedad en la que se produce, algo que rompe amistades, familias y trabajos, algo que trata de eliminar una lengua ─la española─ por motivos ideológicos, algo que atenta contra el bien común y los principios más básicos de la democracia, algo que destruye la libertad y la igualdad, algo que convierte la educación en adoctrinamiento y la cultura en propaganda, algo que reduce nuestro estado del bienestar, algo que perturba tan profundamente la paz social y la democracia, no me diga que no lo considera usted también el mal.

 "Conversación tranquila de @jmfrancas con Pau Guix (@PauGuix), productor y director de espectáculos y articulista de opinión. (...)

JMF: Hola Pau. ¿Cómo te presento?

PG: Como mal catalán. ¡Ja, ja, ja!

JMF: ¿Mal catalán? ¿Quién cataloga?

PG: Los separatistas.

JMF: ¿Y te han catalogado?

PG: Sí, claro. Si no formas parte de la tribu pierdes tu condición de catalán.

JMF: ¿Qué méritos te atribuyen?

PG: Pues especialmente el de traidor porque, en su obsesión supremacista enfermiza, alguien con un apellido catalán como el mío (según los parámetros nacionalistas) no puede pensar como pienso yo.

JMF: ¿Y cómo piensas tú que les escandaliza?

PG: Como un hombre libre. No lo toleran. Además, para ellos es una mala propaganda el apellido: si te llamas García eres un colono pero si te llamas Francàs, Casamitjana o Guix el relato étnico supremacista no les funciona. Por cierto, que no hay apellido más catalán (y español) que García.

JMF: ¿Son mayoría o van a la baja?

PG: Nunca han sido mayoría, empezaron siendo un 10% a lo sumo, 4 gatos como ya describió Pla en su momento. Pero gracias a la ingeniería social, y a los esfuerzos aplicados a la escuela y a la comunicación, ahora son más, aunque sea un sentimiento inducido. Lo peor es que los líderes y los partidos separatistas son inasequibles al desaliento, ya que jamás encontrarán un modus vivendi más ocioso y de pingües beneficios que este. Actualmente están rearmándose, con paciencia, mientras nosotros, cuál desierto de los tártaros, esperamos y envejecemos esperando su ataque final.

JMF: En cuanto a representación política sí son mayoría, justita, pero mayoría…

PG: Sí, gracias a no desarrollar una ley electoral autonómica y seguir usando la estatal ya que esta les da mayoría independentista en Lérida, Tarragona y Gerona: con muchos menos votos que en Barcelona obtienen muchos más diputados (por voto). La triste realidad es que cuesta mucho menos votos obtener un diputado en Lérida que en Barcelona.

JMF: Y de eso viven…

PG: Exacto. Es el gran mal de nuestra sociedad. Son una clase ociosa, de inútiles, de zánganos y, esencialmente, extractiva. Su sustento depende de su grado de totalismo: cuanto más totalistas, más se aseguran su modus vivendi.

JMF: Recientemente has publicado “El nacionalismo es el mal. Reflexiones de un catalán libre de nacionalismo”. ¿Qué pretendes decir?

PG: Ni más ni menos lo que indica su título, sin ambages, sin edulcorar ni un gramo la realidad maligna del nacionalismo.

JMF: ¿Maligno por?

PG: Le diré lo mismo que le contesté a Sergio Fidalgo en una entrevista para ElCatalán.es. Algo que es objetivamente contrario al bien como concepto absoluto, algo que destruye la sociedad en la que se produce, algo que rompe amistades, familias y trabajos, algo que trata de eliminar una lengua ─la española─ por motivos ideológicos, algo que atenta contra el bien común y los principios más básicos de la democracia, algo que destruye la libertad y la igualdad, algo que convierte la educación en adoctrinamiento y la cultura en propaganda, algo que reduce nuestro estado del bienestar, algo que perturba tan profundamente la paz social y la democracia, no me diga que no lo considera usted también el mal. (...)

JMF: ElCatalán.es y Dolça Catalunya, un oasis en un monólogo nacionalista, ¿Qué pasa en Cataluña con la prensa?

PG: Que hay casi 400 medios, digitales del odio la mayoría, viviendo de subvenciones y de publicidad institucional de la Generalitat nacionalista… sin contar los medios del Conde de Cobró, que se llevan la parte del Gran Capitán. Cuando no hay prensa libre, no existe la democracia.

JMF: En el resto de España tampoco hay demasiada…

PG: Pero aún no se publican editoriales conjuntas, que yo sepa…

JMF: Conjuntas no, pero muy parecidas sí…

PG: Comparar siempre lo que se hace mal en Cataluña buscando un émulo en España es lo habitual de la perversidad nacionalista. Yo no voy a hacerlo… En España, especialmente en Madrid, hay muchos medios con líneas editoriales muy diversas, y creo que usted los conoce bien… Nada a ver con la uniformidad del embudo nacionalista en Cataluña. Y sin subvenciones… (...)

JMF: Volvamos a Cataluña. El separatismo sigue en sus trece, pero ¿no se ha disfrazado de oveja?

PG: Junqueras se ha disfrazado de oveja, sí, y ERC también, pero solamente es una época de barbecho, han vuelto a aquello que decían los convergentes al inicio de la era Pujol, “primer paciència i després independència”. Pero lo dejan claro con su mantra de “ho tornarem a fer” cada vez que les ponen un micro o una cámara delante. El nacionalismo es como el bacilo de la peste, que puede dormir años o décadas en las páginas de un libro o en una sábana, pero que siempre está ahí, acechante, amenazando con reactivarse en cualquier momento. (...)

JMF: Por cierto, ¿sigue el Estado ausente en Cataluña?

PG: A la vista está. El Estado ha renunciado en favor de las taifas autonómicas, en mayor o menor grado, a sus competencias estructurales como la educación, la sanidad, la educación, la seguridad y la cultura. Y este es el resultado, la ausencia del Estado y la indefensión de la mayoría de los ciudadanos catalanes frente al apartheid nacionalista que sufrimos a diario en nuestra maltrecha región del nordeste.

JMF: ¿Qué pasará con la sentencia del 25% del español en la enseñanza, ¿papel mojado?

PG: El Estado de Derecho se desvaneció hace lustros en Cataluña. Lo novedoso sería que se cumpliera una sentencia judicial.

JMF: ¿A qué juega el PSC en todo esto?

PG: La definición del PSC de los amigos de Dolça Catalunya es insuperable: la chacha del nacionalismo. Poco más hay que decir. Lo único es añadir que, finalmente, muchos periodistas a nivel nacional se han dado cuenta de que el PSC no es el principal problema de Cataluña sino de España, por esa condición servil. Sin un abanico parlamentario constitucionalista que rechace frontalmente cualquier ideología nacionalista, y que abarque plenamente de la derecha a la izquierda, ni España ni Cataluña tienen solución. No puede fiarse todo a los votos de la derecha y el centroderecha, ya que aunque los dirigentes de la izquierda sean filonacionalistas muchos de sus votantes ni lo han sido ni lo son ni lo serán.

JMF: ¿Es explicable el abandono de Ciudadanos de Cataluña?

PG: Sí, perfectamente, a ello dedico uno de los artículos de mi libro, “Réquiem por un sueño”. Las ambiciones personales y el opulento modus vivendi de sus dirigentes (Rivera, Arrimadas, Carrizosa, Espejo, Páramo, etc.) destruyeron una idea que tardó 20 años en materializarse en partido político. Además, Albert y su banda construyeron, mediante la segregación y expulsión de la “intelligentsia”, una oficina de colocación política en vez de un partido de resistencia al nacionalismo. Por ello abandonaron Ciudadanos la práctica totalidad de sus fundadores… y no sólo ellos sino mucha gente honesta y comprometida con la lucha contra el Leviatán nacionalista.

JMF: ¿Y quién puede recoger el ‘testigo’?

PG: El problema es que si no obtenemos representación parlamentaria transversal (de izquierda a derecha no nacionalista) no sirve de nada que un partido tenga 36 diputados, como quedó demostrado con Ciudadanos. Si Comuns y PSC fueran constitucionalistas, se sumaría junto con VOX, PP y Cs (si este último sigue existiendo después de las siguientes elecciones) la mayoría absoluta requerida para gobernar… Si no se llega a 68 diputados no se gobernará jamás… y con la izquierda catalana actual (la chacha del nacionalismo y los populistas nacionalcomunistas) es impensable. (...)"                (Josep Maria Francas, No entiendo nada, 29/05/22)

10/6/22

Lledó: La idea de que somos mejores que otros es negativa. Hay que luchar por ser mejor, pero todos como conjunto. El nacionalismo no tiene por qué ser un mal, a no ser que te creas superior al otro, porque eso crea los fascismos de cualquier tipo

 "(...) P. Uno de los pocos momentos de su libro en que parece realmente enfadado es cuando habla del nacionalismo ¿Es realmente algo que le irrita tanto?

R. Esa última parte es más agresiva, pero creo realmente que tengo razón. Los principios del egoísmo, que son el prejuicio a la alteridad, el prejuicio racial, el prejuicio de que somos superiores a otros… No somos superiores. Ahí me he metido un poco en política y he resumido cosas que tenía pensadas. Eso del nacionalismo no lo entiendo, tal y como me lo dan a entender. 

Estoy orgulloso de mi lengua, pero eso me lleva a querer comunicar, como los alemanes que están orgullosos de Goethe. La idea de que somos mejores que otros es negativa. Hay que luchar por ser mejor, pero todos como conjunto. El nacionalismo no tiene por qué ser un mal, a no ser que te creas superior al otro, porque eso crea los fascismos de cualquier tipo.

P. ¿Cree que la palabra identidad que aparece en el título de su libro ha sido muy mal interpretada, como algo excluyente?

R. Un principio que está en los orígenes de la filosofía es conócete a ti mismo. Hay un concepto en la filosofía moderna, concretamente en Kant, que es el sujeto transcendental, que me parece maravilloso. Se trata del conocimiento libre, lúcido, lleno de luz, de uno mismo, y eso es lo que quieres transmitir a los demás. Eso es lo que crea la polis, lo que crea la sociedad, lo que crea la cultura… (...)"            (Entrevista a Emilio Lledó, Guillermo Altares, El País, 28/05/22)

3/3/22

El procés como tal, el intento urgente de construir el nuevo Estado .Cat ha fracasado. Pero no cabe afirmar lo mismo si nos referimos al procesismo, a la cosmovisión que alimentó el intento y que sigue viva y coleando, y con la misma fuerza de siempre

"(...) procés y procesismos se dicen también de muchas maneras. Podemos intentar acordar un sentido que podamos compartir. Este por ejemplo: el procés fue el intento, real, nada ficcional por errónea e “ingenuamente” que estuviera pensado, planificado y ejecutado, de construir un Estado propio, de levantar un muro de separación con el resto de España, amparándose, calculando, creyendo a un tiempo, en la debilidad del Estado y en la propia fortaleza.

El procesismo sería, en cambio, la ideología, el marco conceptual (que venía de muy de atrás), la organización, la movilización, que ha alimentando (y que ha sido alimentada a su vez) todo el proceso y que ha penetrado profundamente (con éxito) entre amplios sectores de las clases medias catalanas (y en sectores minoritarios de las clases trabajadores, especialmente en las catalanohablantes), muy tendentes desde hace décadas (el papel transmisor de la familia ha sido y es esencial) al nacionalismo, al catalanismo excluyente (que no es todo el catalanismo) y a una destacada hispanofobia.

A estas alturas de la jugada, puede afirmarse que el procés como tal, el intento urgente -tenim pressa, tenim pressa!- de construir el nuevo Estado .Cat ha fracasado. Pero no cabe afirmar lo mismo si nos referimos al procesismo, a la cosmovisión que alimentó el intento y que sigue viva y coleando, y con la misma fuerza de siempre.

Poco o nada ha cambiado. Recordemos su reacción ante la sentencia del 25% de las clases en castellano, por ejemplo, o declaraciones como las del portavoz de Junts en el Parlamento de Cataluña: diga lo que diga, rechazarán, así lo han afirmado, cualquier propuesta parlamentaria redactada en castellano.

Mil ejemplos más son posibles.

En síntesis, como ha comentado recientemente el médico de familia Antonio Navas de Espai Marx: “OC es solo una más, grande, pero una más, de esas cosas que ellos tienen y nosotros no: un tremendo y apabullante entramado organizativo socio-cultural trabajado con paciencia y esmero durante décadas. Por eso nos han dado, dan y darán sopas con honda. Nosotros dejamos todo eso para tener concejales y algunos diputados.”

¿Qué hacer entonces? Entre muchas otras tareas, no abandonar la lucha cultural, la deconstrucción de falsas conjeturas e hipótesis que siguen pasando aquí como “verdades incuestionables, de toda la vida”.

Tal vez aquí resida un cambio en la situación de estos últimos años: que colectivos que estaban enmudecidos, casi sin existencia social, han decidido no callar más. ¡Basta ya! ¡Somos! ¡Tenemos voz, hablamos, existimos!"                (Salvador López Arnal, blog, 25/02/22)

18/2/22

Jordi Pujol y Vox coinciden... el patriotismo indepe catalán: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo»... el patriotismo españolista: La condición de español ya no se adquiere a partir de un trámite sino de nebulosas ficciones más o menos racistas: «proyecto histórico, unidad de destino, querer serlo»... para los fascistas indepes catalanes, para los fascistas españolistas, la identidad nacional dejó de ser una circunstancia objetiva para convertirse en una segregación ideológica del poder

 "La condición de español ya no se adquiere a partir de un trámite sino de nebulosas ficciones más o menos racistas: «proyecto histórico, unidad de destino, querer serlo»

Uno de la voxemia dijo el martes en el Congreso que para ser español no basta con tener el Dni. Y aún añadió, intelectual: «España es un proyecto histórico que no puede estar abierto a cualquiera».(...)"                                 (Arcadi Espada, El Mundo, 16/02/22) 


 "A mediados del siglo XX, en plena dictadura de Franco, Jordi Pujol dejó dicho quién era catalán: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña». 

La definición venía muy inspirada por la realidad. En aquellos años Cataluña estaba protagonizando la mayor inmigración conocida en Europa en tiempo de paz, que le llevaría a doblar su población en pocos años. Es cierto que Pujol compatibilizaba esa declaración con definiciones algo abruptas del hombre andaluz, en el que veía a alguien «insignificante, incapaz de dominio, de creación». 

Sea por su moral oscilatoria sea porque cayera en la cuenta de los trastornos que podía acarrear al nacionalismo una demografía mutante, lo cierto es que al cabo de poco tiempo introdujo un estrambote decisivo en la definición: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo». De ahí ya no se movió. Hoy es la definición canónica que emplea el nacionalismo (...)

El centro de interés de la definición es el concepto de «voluntad». Como cualquiera en su sana lógica comprenderá «y quiere serlo» solo es un eufemismo de «y sigue las instrucciones». La prueba más dolorosa que da la historia sobre esa voluntad es la de aquellos judíos, pobrecitos, que se empeñaban en ser alemanes y se presentaban en Auschwitz con el pecho esmaltado de condecoraciones ganadas por su heroísmo en la Primera Guerra Mundial. Su voluntad, obviamente, la fijaban otros. Fue de este modo brutal como la identidad nacional dejó de ser una circunstancia objetiva para convertirse en una segregación ideológica del poder. (...)

  Así, dada la vigente definición pujolista, cualquiera puede abstenerse de ser catalán y, sobre todo, cualquiera puede dejar de serlo, por más que los reglamentos de la vida le obliguen a vivir y trabajar en Cataluña. Basta con no quererlo. Yo mismo no lo quiero. Hace tiempo me quité, y es absurdo que se empeñen en seguir considerándome catalán en cualquiera de sus formas, incluida aquella de traidor que tanto me ilusionó de niño."                   (Arcadi Espada, El Mundo, 05/04/16)

18/11/21

Steven Forti considera que el partido de Puigdemont defiende un "etnicismo identitario”

 "El historiador italiano y profesor de la UAB, Steven Forti, publica el libro ‘Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla’ (Siglo XXI), prologado por el periodista de La Vanguardia, Enric Juliana.

En él, Forti compara a Junts con la ultraderecha, lo que ha provocado un enfrentamiento entre partidarios y detractores en las redes sociales, con algunos insultos y amenazas para el historiador.

“Si bien es una excelente noticia que una formación de derecha nacionalpopulista como JxCAT se haya sumado al cordón sanitario, no se puede obviar que dentro del partido liderado por Carles Puigdemont hay un número nada desdeñable de dirigentes y diputados que comparten ideas ultraderechistas, haciendo público su etnicismo identitario, aunque con otra afiliación nacional respecto a la de Vox”, explica Forti en el libro.

También en una entrevista en El Periódico días atrás, el historiador añade que “Junts es una mezcla nacional-populista y no sería acertado definirle como un partido del todo de extrema derecha 2.0, pero comparte muchos rasgos con estas formaciones”.

“Ha habido candidatos expulsados por declaraciones xenófobas, racistas y machistas y, cambiando las referencias geográficas, algunas declaraciones del ex presidente (Quim) Torra podrían ponerse en boca de (Matteo) Salvini o de (Viktor) Orbán. Muchas de las de Joan Canadell, número 3 de la lista de la lista de Junts, se enmarcan claramente en el discurso de la extrema-derecha 2.0”, concluye."
          (e-notícies, 17/11/21)

17/11/21

Los nacionalismos ahora expresan y amalgaman el descontento de las sociedades por las desigualdades que se han multiplicado tras la crisis de 2008

"(...) Toda su obra ha oscilado en torno a la reflexión sobre el nacionalismo. ¿De cuánto predicamento social diría que goza en esta época?

El nacionalismo es una formación proteica, por eso su persistencia. Me reconozco mucho en la visión de Tony Judt, que dice que los mayores horrores del siglo XX han sido producidos por los nacionalismos. Creo que hemos ido perdiendo conciencia del daño que han llegado a producir y por eso están volviendo, aunque no de la misma manera.

Hay elementos que sí remiten a elementos del pasado y otros que aparentemente tienen pelaje nuevo: los nacionalismos ahora expresan y amalgaman el descontento de las sociedades por las desigualdades que se han multiplicado tras la crisis de 2008.

Hay un caldo de cultivo peligroso en el que aumentan los escépticos con respecto a la democracia y la memoria de los horrores del siglo XX se difumina, se renueva el culto a las banderas y a las tribus. Tienen un notable peligro y, como decía Orwell, los ídolos caídos pueden volver a levantarse. Con independencia del punto en el que cada uno se sitúe ideológicamente, tendríamos que abogar por una sociedad en la que quepamos todos; algo que no es posible con los nacionalismos, que son en última instancia ideologías de suma cero.

Entiende entonces usted, como Fernando Savater, que el nacionalismo es "el gran problema de España".

Sí, pero no solo de España. Sería una especie de nacionalismo ver ahí un hecho diferencial. En España ha habido momentos en los que se ha procesado la situación de manera que no tuviera tanto peso en el diseño de las políticas públicas, pero luego han confluido ciertas condiciones que en su momento no se previeron que tuvieran este alcance.

En el diseño autonómico, por ejemplo, las competencias se delegaron confiando en el sentido de lealtad constitucional. Pero hay comunidades autónomas donde han gobernado los partidos nacionalistas que han sido desleales con la Constitución. Ha habido una excesiva confianza en esa concesión para acabar con el centralismo que luego ha sido instrumentalizada por los nacionalismos para buscar los hechos diferenciales y fomentar los particularismos identitarios. 

¿Existe el nacionalismo español?

Sí. En cierta manera ha estado reprimido por su asociación con el franquismo. En Vox confluyen desde un blanqueo del nacionalcatolicismo hasta la vuelta a algunos de los tópicos que aquel blandió, pero que son transversales. El nacionalismo, como diría Anderson, es una teoría filosóficamente pobre, y ahí está la paradoja: cómo una doctrina tan filosóficamente pobre tiene ese atractivo y ese poder político tan enorme.

Deme razones para ese auge nacionalista en sociedades supuestamente modernas, globalizadas y abiertas como la nuestra.

Hay varios elementos, uno de ellos es la forma en que se ha producido la globalización. El individualismo favorecido por el neoliberalismo, más allá de las estructuras económicas, ha propulsado la instalación de un egoísmo consumerista cuando toda la Filosofía Política descansa sobre la noción del bien común: ¿cuándo es la última vez que hemos oído hablar del bien común?

Toda la acción política estaba orientada hacia lo que compartimos, no hacia lo que nos diferencia para buscar un agravio comparativo y de ahí sacar un derecho. Los nacionalismos convierten el derecho a la diferencia en una diferencia de derechos.  

La búsqueda del hecho diferencial se suma a la desafección a la democracia y a la desasistencia del Estado: los procesos de privatización y el aumento de las desigualdades han hecho que parte de la población se haya sentido abandonada y que no conciba el Estado como proveedor del bien común. 

Hay una confluencia de elementos. Algunos son imputables al sector ideológico de la izquierda y otros a la derecha, pero ambos confluyen en el debilitamiento del zócalo en el que se ubica la ciudadanía, que tiene la igualdad y el bien común como horizontes normativos. Lo cuenta bien para el caso norteamericano Arlie Russell Hochschild en Extraños en su propia tierra.

Usted señala que tanto el nacionalismo como el neoliberalismo son dos "religiones" que avanzan por Europa y que amenazan con debilitar sus Estados miembros. No son pocos, sin embargo, quienes creen ver en el liberalismo una suerte de antídoto frente al nacionalismo.

Ambos son ingredientes que contribuyen a la patología que antes señalaba: desafección hacia la democracia. Si entramos en una caracterización politológica hay muchas diferencias: el liberalismo parte del sujeto, de una concepción individual que llevada al extremo de Thatcher ("la sociedad no existe") es peligrosa. Por otro lado, el nacionalismo busca un sujeto colectivo: la tribu, la nación, la bandera. Si partimos de ahí, son elementos claramente opuestos.

Pero desde el punto de vista de la pedagogía pública ambos acaban confluyendo en la destrucción del bien común. Para el neoliberalismo lo que importa es lo privado, no lo público. Y para el identitarismo lo que importa es lo propio, no lo compartido. En ese sentido, aunque pareciendo posiciones polares, su impacto sobre la democracia es no solo aditivo sino factorial.

La comunicación pública, con independencia de la preferencia ideológica del emisor, debe  priorizar un discurso en el que haya sitio para todos. Tenemos que caber todos en esta España que es nuestro ecosistema político. 

¿Cómo recuperamos esa noción de bien común? ¿Cómo construimos una España en la que quepamos todos?

Debemos partir de las experiencias que tenemos. Cuando alguien nos ha ayudado, cuando hemos ayudado a alguien, cuando hemos compartido, cuando hemos sido solidarios o hemos disfrutados del calor social sentimos bienestar. Y no lo digo en un sentido hedonista. Sucede lo contrario cuando nos encontramos con conductas egoístas o narcisistas. 

Recordemos lo que nos decían los griegos. A quienes se preocupaban exclusivamente de los intereses privados les llamaba idiotas. Los ciudadanos son quienes se ocupan de los asuntos públicos. Hay que recuperar una ética pública mínima, un interés por la vida colectiva que pasa por ciertos supuestos básicos: un diálogo respetuoso que distinga entre discrepar y escupir, bajar los decibelios, eliminar el tacticismo político, aceptar que no somos enemigos aunque seamos diferentes. El abecé de la Filosofía y la Política para construir una cultura cívica para una sociedad habitable. "            

(Entrevista a Martín Alonso, Marcos Ondarra, El Español, 01/11/21)

20/10/21

La burguesía catalana, entre los que había muchos que apoyaron a Franco, siempre fue supremacista. Ese supremacismo se proyectó especialmente contra los emigrantes que vinieron a trabajar a Cataluña... El procés ha reforzado ese supremacismo, ignorando y ninguneando a media Cataluña

 "Profesor de francés y catalán. Fue concejal de Sabadell por el PSC, forma parte de Greenpeace y otras plataformas ecologistas. Se siente muy identificado con Federalistes d’Esquerras. Desde hace una década colabora en el diario digital iSabadell.cat

Siendo rectora de calidad y política lingüística en la UPC, Nuria Pla, lanzó un tuit, en vísperas del 11S, diciendo “Tengo ganas de fuego, quemar contenedores y aeropuerto colapsado” ¿Cómo interpretar esto? ¿Se trata quizás de una llamada de la selva?

Los que pudieron creer que el independentismo era un movimiento pacífico se equivocaban. Lo vimos en los hechos de septiembre, quemando la Vía Layetana… Hay gente que reivindica esta violencia, pero, claro, no cuentan con el apoyo de la sociedad catalana, en su conjunto. Entre otras cosas, porque todos sabemos que esto es una revuelta burguesa. Se entendería que gente que gana 400 euros al mes saliera a la calle, pero quienes disponen de ingresos altos, con su torrecita, hablen de revolución solo son palabras. Seguro que la ya ex-vicerrectora que escribió eso sería incapaz de participar en lo que dice desear. Es la arenga a los de la CUP, que yo creo empiezan a olerse que se aprovechan de ellos.

Más allá de las ganas de violencia, no deja de sorprender que en pleno siglo XXI, con más de 200 años de Ilustración a la espalda, personas a las que se les supone un bagaje intelectual muy por encima de la media, se alineen con algo tan irracionalidad como el procés, sin cortarse un pelo…

Todos podemos tener impulsos irracionales, pero como ahora es tan fácil transitar desde ellos al mensaje, vía móvil, nada tiene de extraño que lo primero que pase por la cabeza pase de inmediato a los dedos. No hace mucho, cuando se veía en la tele algo que no gustaba se le gritaba a la pantalla sabiendo que no iba a responder. Sin, no es raro que gente que sin pensárselo lanza lo primero que se le ocurre, y cuando ve lo que se le viene encima lo borra. Se trata casi de un acto reflejo, que tenemos que aprender a controlar. Porque por ahí se cuelan no solo los prontos sino manipulaciones y trolas como aquélla muy celebrada de la mujer, que en los sucesos del 1-O, dijo que un antidisturbios le había roto los dedos, uno a uno. Tengo que confesar que yo mismo me alarmé. En la época de las redes digitales, de las que la propia autora del tuit parece ser una experta, tendríamos que recomendarnos algo más de prudencia.

Por añadidura, esa persona, como responsable de política lingüística de una Universidad, también se presupone que algo tiene que saber del valor de las palabras…

Ella forma parte de un movimiento visceral, emocional, en el cual no prima, sino todo lo contrario, la inteligencia, la sensibilidad, el saber estar… El sentido común da paso al fanatismo y en ese terreno no hay reglas. Se recurre al insulto. Conmigo lo han hecho muchísimas veces. Fascista y falangista es lo más suave que se me ha dicho solo por pensar diferente. Hay gente fría, calculadora, que ha promovido la utilización de determinadas palabras, sin ninguna legitimidad, pervirtiendo su sentido originario. Cuando se dice, por ejemplo, “exiliado”, refiriéndose a Puigdemont, llama la atención la tergiversación del término. Y así, “democracia”, “libertad”, «presos políticos”, “amnistía”, etc.

Pero, en definitiva, toda esta terminología viene prestada del pasado, y utilizada de manera torticera, claro… Pero nada nuevo bajo el sol.

Utilizan en favor propio conceptos, valores, reivindicaciones…, que tuvieron gran valor en el pasado y que, por cierto, no fueron ellos precisamente quienes los compartieron. Fundamentalmente, para tapar la gran corrupción que han protagonizado. Había gente que vivía muy bien, con Jordi Pujol a la cabeza. De hecho, Aznar no tocó ni una coma de la inversión, ni de nada, en Cataluña. Cuando sale a la luz la corrupción, el engaño, el robo (porque no es España quien roba, si no ellos) tienen que inventarse algo, y aparece el procés. Reivindican cosas imposibles, sabiendo que lo son, pero tienen que aguantar como sea.

¿Cómo, por ejemplo, ahora, la amnistía?

O son extremadamente listos, o extremadamente tontos ¿Cuándo alguien se lanza a lo que se lanzaron se puede pensar acaso que el Gobierno español no iba a hacer nada? ¿Alguien podía creer que no habría que pagar por lo que se hizo? Y ahora piden una amnistía ¿Para Puigdemont? Ha habido un indulto y carece de sentido tratar de borrar el pasado, diciendo que no hubo delitos. De hecho, Junts no está en la mesa de negociación entre otras cosas porque plantearon que en ella se hablara sobre los políticos huidos, y de su posible retorno. Resulta surrealista que, a ojos de una parte del independentismo, los “traidores” fueron a la cárcel y los que huyeron los “héroes”. Puigdemont es el héroe y Junqueras el traidor. Cataluña es el mundo al revés.

En este mundo al revés ocupa un lugar muy significativo lo que se ha llamado “supremacismo”, eso que según Wikipedia defiende la superioridad de un colectivo humano frente a los demás por razones étnicas, biológicas, culturales, religiosas o de origen…

La burguesía catalana, entre los que había muchos que apoyaron a Franco, siempre fue supremacista. Ese supremacismo se proyectó especialmente contra los emigrantes que vinieron a trabajar a Cataluña. Prueba de esto son, por ejemplo, cosas como que, en el centro de Sabadell, donde yo vivo, se le considere y se le llame Sabadell, propiamente dicho, y “los barrios”, de gente emigrante, son otra cosa. Eso pervive aún. El procés ha reforzado ese supremacismo, ignorando y ninguneando a media Cataluña. Resultó sorprendente que medio Parlamento se ausentara en una votación y ellos siguieran a lo suyo, como si nada. Cosas como asociar el “poble de Catalunya” a los suyos es intolerable.

En este estado de cosas ¿Qué paisajes se vislumbran?

Parece que Cataluña no tiene solución. La mesa de diálogo, si prospera, llegaría un nuevo estatuto, en el que naturalmente no se abriría la puerta a la autodeterminación, ni a la amnistía. Preveo un estatus a lo belga, donde los flamencos viven separados de los francófonos. Puede haber gobiernos independentistas para rato, porque el constitucionalismo no reúne condiciones para hacerle frente al nacionalismo.

En cualquier caso, el ramalazo independentista no desprende un cierto aroma de fin de época… ¿No hay algo o mucho de agónico en el nacionalismo catalán?

Parece que Pere Aragonés, por fin, podría “peneuvizarse”. Convertirse en un partido pragmático, capaz de pactar, más allá de su ideología o sus fines a largo plazo. Podría, por ejemplo, pactar con el Partido Socialista, como hace el PNV. Cosa que, nadie duda, le va muy bien. El nacionalismo siempre ha sido más mayoritario en el parlamento vasco que en el catalán y, sin embargo, eso nunca ha llegado a desembocar en un frente nacionalista. Urkullu, que encabezó en su partido la salida de la crisis de Ibarretxe, se comprometió a fondo en la salida del atolladero de Puigdemont. No hubo nada que hacer. Les da igual que todo se vaya a pique. La educación se hunde, la economía se evapora… Estamos cada vez más a la cola en los rankings. Esquerra parece que está intentando encauzar algo, y está por ver hasta dónde puede llegar, a la vista de las enormes presiones que soporta. Parece que lo más sensato sería llegar a un pacto con Salvador Illa. Seguramente, algún día llegará. Porque lo de Vía Layetana ha quedado atrás. Habrá quien añore que el 1-O no hubiera algún muerto, pero serán cada vez menos.

Pero la función del procés, como en los espectáculos de magia, se acaba. Se encienden las luces, y se vuelve a la realidad…

Soy defensor de la lengua catalana, porque me he ganado la vida dando clases de catalán. Pero es verdad que el catalán se ha instrumentalizado políticamente tanto, asociándolo al nacionalismo, que acabará pagando por ello. Cuando yo enseñaba catalán en barrios castellano-hablantes había pasión por aprenderlo, porque para muchos significaba una forma de acceder a otro estatus. De ahí, que la inmersión fuera apoyada por los inmigrantes. El propio Jordi Pujol se oponía a ello, porque temía que el catalán saldría perdiendo. Elegir la lengua podía contribuir a separarse. Aunque también es verdad que la buena inmersión tendría que haber sido en una doble dirección, bilingüe. Y eso no ha ocurrido. El catalán se haya asimilado tanto al nacionalismo que yo mismo he recibido insultos por hablar en catalán. Laura Borrás diciendo que no contestaba a una pregunta en castellano le está haciendo un flaco favor al catalán."                      (Entrevista a Josep Asensio, El Triangle, 03/10/21)