Mostrando entradas con la etiqueta b. Historias nacionalistas: Guerra Civil española: España contra los vascos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta b. Historias nacionalistas: Guerra Civil española: España contra los vascos. Mostrar todas las entradas

6/2/20

Franco contaba con el apoyo de un alto porcentaje de la burguesía y las clases populares y la adhesión del carlismo vasco... en el País Vasco... la represión franquista causó 1.800 víctimas mortales en todo el País Vasco... sólo en Málaga 7.471, en Badajoz 8.914, en Sevilla 12.507... está claro a quién Franco consideraba su principal enemigo...

“No hay una relación causal entre la represión franquista tras la Guerra Civil y el nacimiento de ETA y su opción por las armas”, sostiene el historiador Gaizka Fernández Soldevilla. “De hecho, en el País Vasco, la represión franquista causó entre 1.660 y 1.800 víctimas mortales. 

Se trata de una cantidad de asesinatos muy inferior a la registrada en Málaga (7.471), Badajoz (8.914) o Sevilla (12.507), por nombrar las tres provincias más castigadas por los sublevados”, asegura el historiador bilbaíno.

 En su libro La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA, Gaizka Fernández desmonta el mito invocado recientemente por ETA de que Euskadi fue víctima de una limpieza étnica, idea que conecta con la tesis del ultranacionalismo vasco según la cual “España” —no el franquismo, parte de los españoles y de los vascos y catalanes, sino España—, sumó el genocidio lingüístico y cultural al militar y policial con el propósito de borrar a la nación vasca de la faz de la tierra. Para el historiador, la dictadura nunca fue un régimen ajeno al País Vasco y a Navarra. 

“Contaba con la bendición de la jerarquía eclesiástica, el apoyo de un alto porcentaje de la burguesía y las clases populares y la adhesión del carlismo vasco. No estuvo empeñada en un genocidio contra los vascos, objetivo imposible, sino en la persecución de los disidentes. Pretendió acabar con la diversidad política, identitaria, cultural y lingüística en toda España. La idea de que ETA empezó a matar por imperativo histórico es una (consoladora) falsedad”, asegura.

 Mientras los mitos nacionalistas reverdecen de la mano de propagandistas nada escrupulosos disfrazados de historiadores —se vuelve a la teoría de que las guerras carlistas fueron un enfrentamiento entre vascos y españoles y, en un ejercicio de desvergüenza intelectual, se atribuye en última instancia a los españoles la quema de San Sebastián llevada a cabo por las tropas anglo-portuguesas en 1813—, empiezan a rellenarse poco a poco las grandes zanjas de la filiación ideológica que dividen a los vascos.

 En las poblaciones pequeñas y medianas la retirada de ETA libera poco a poco caudales de relación estancados, habilita espacios de contacto antes prohibidos, pero es en las familias divididas donde la distensión restaura afectos congelados y resulta más provechosa. La normalización es una montaña menos accesible y útil ya para las generaciones maduras que tienen sus canales de relación construidos y consolidados.

 Que la espita abierta no quede cegada dependerá en buena medida de la honestidad con que se comporte el nacionalismo a la hora de interpretar lo que les ha ocurrido a los vascos, y de prefigurar el futuro común. Puede que la paz vasca no sea otra cosa que lo que ahora mismo se respira: alivio por la retirada de ETA, ganas de vivir horizontes más abiertos e interés en enterrar estas décadas, pero, como señala Gaizka Fernández, “antes de pasar página, convendría leer bien ese pasado trágico para evitar que pueda volver”.

 El nacionalismo vasco, en sus dos versiones, no tiene interés en abordar descarnadamente las razones que explicarían la persistencia de ETA a lo largo de siete lustros de democracia. No quiere interpelarse sobre su acción o omisión y en eso conecta bien con una gran mayoría social que prefiere no mirarse en el espejo del pasado.

 “Como historiador, me preocupa la versión equidistante que va a quedar de esta historia trágica que ha costado 845 víctimas mortales, un mínimo de 2.533 heridos (de ellos, 709 con gran invalidez), 15.649 amenazados (solo en el período 1968-2001) y un número desconocido de exiliados forzosos y damnificados económicamente. 

Discrepo de esa idea de reconciliación que se está difundiendo, según la cual todos somos víctimas y todos somos culpables”, indica José Antonio Pérez, autor junto al también historiador Fernando Molina de la obra El peso de la identidad. Mitos y ritos de la historia vasca. Florencio Domínguez, periodista y director de la fundación Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, observa en los planes que desarrolla la Dirección de Paz y Convivencia del Gobierno vasco cierto empeño en que se llegue a la reconciliación personal entre las víctimas de ETA y los GAL.

 “Puede que todo sea más sencillo, ahora que han desaparecido los agresores. Puede que lo que las víctimas demandan sea simplemente respeto y que no necesiten reunirse y buscar que les quieran. El problema no ha estado ni está en las víctimas, sino en sus agresores”, subraya. (...)"               (José Luis Barbería, El País, 12/04/16)

24/11/17

La gran traición a la II República cuando en el verano de 1937 unos 30.000 soldados vascos se negaron a combatir fuera del País Vasco y se rindieron a los italianos en Santoña

"(...) el PNV hizo caso omiso del espíritu de conciliación reinante en España durante los años de la transición a la democracia. 

Y, así, mientras las antiguas asociaciones de ex combatientes franquistas pasaban prácticamente a mejor vida y las organizaciones de izquierda renunciaban a resucitar las suyas a fin de no reabrir las viejas heridas, los nacionalistas reorganizaron sus propias milicias y comenzaron a rememorar año tras año -y lo acaban de hacer el pasado sábado en el monte Bizkargi- las escasas hazañas bélicas que protagonizó su ejército de gudaris durante la Guerra Civil.

 Quizá quieran ocultar así su gran traición a la II República cuando en el verano de 1937 unos 30.000 soldados vascos se negaron a combatir fuera del País Vasco y se rindieron a los italianos en Santoña. Este insólito hecho facilitó el derrumbamiento del frente de Santander y Asturias y produjo un golpe mortal a la causa republicana.

Es cierto que, durante el franquismo, los dirigentes nacionalistas mantuvieron vivo el recuerdo de la contienda. Sin embargo, no pudieron evitar que un grupo de jóvenes militantes del partido (“esos chicos descarriados”, los solía llamar el histórico Manuel de Irujo) decidiera en los años 60 pasar a la acción violenta ante la pasividad de sus mayores. Así surgió ETA, que ha escrito una de las páginas más negras de nuestra historia contemporánea.

Tras la aprobación del Estatuto de 1979, transferidas las competencias educativas al Gobierno vasco, vendría el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, a las que se enseña desde entonces que en julio de 1936 España invadió Euskadi y acabó con las libertades vascas e, incluso, que separó a Navarra de Euskal Herria.

 Una cantinela constantemente repetida, aunque las cosas no fueran así. Hubo más vascos y navarros en las tropas nacionales que en las republicanas. Muchos de los que militan hoy en las filas abertzales son hijos o nietos de requetés. Lo cierto es que la guerra en el País Vasco como en el resto de España fue una trágica contienda fratricida.  (...)"                (Juan Ignacio del Burgo, El Mundo, 22/04/17)

19/7/16

Los «traidores a Euzkadi», es decir, los «ex combatientes vascos franquistas».... Álava y Navarra fueron dos de las provincias que más voluntarios aportaron al ejército franquista. Es un dato a borrar de la Historia, por el nacionalismo

"ETA surgió en 1958 con el objetivo último de continuar la Guerra de 1936, que la banda no entendía como una contienda civil sino como el último episodio de una supuestamente secular lucha de independencia contra el ocupante español.  (...)

 Dos años después, ETA anunciaba que «la Resistencia Vasca se prepara para una nueva fase de gigantescas proporciones. Preparémonos todos para la gran hora que se acerca». El 18 de julio de 1961, hace ahora 55 años, los etarras quemaron tres banderas rojigualdas en San Sebastián y sabotearon la línea férrea por la que iba a pasar un tren de ex combatientes franquistas que acudían a la capital guipuzcoana para conmemorar el 25º aniversario del Alzamiento Nacional. Fue un fiasco.(...)

Ahora bien, el sabotaje tenía un gran valor simbólico: suponía una tentativa de venganza contra quienes en 1937 habían derrotado a los gudaris, de los que los autoproclamados nuevos gudaris de ETA se reclamaban herederos.

El frustrado descarrilamiento tiene otra lectura. Y es que el ataque estaba dirigido contra aquéllos a los que la organización definió como «traidores a Euzkadi», es decir, los «ex combatientes vascos franquistas». 

Su sola existencia cuestionaba la interpretación de la Guerra Civil como una conquista española, ya que recordaba que una parte de los vascos había apoyado la sublevación del 18 de julio: Álava y Navarra fueron dos de las provincias que más voluntarios aportaron al ejército franquista. Era un dato que había que borrar de la Historia.  (...)

La Dictadura reaccionó con contundencia contra aquellos novatos adversarios. Las detenciones realizadas por las fuerzas policiales tuvieron un alto precio a nivel organizativo, lo que propició que un puñado de etarras cuestionaran la idoneidad de la «lucha armada», prefiriendo tácticas de resistencia civil.  (...)

El hecho de que hubiese miembros de la organización contrarios a la violencia demuestra que ésta no era inevitable. Cuando los etarras comenzaron a matar no estaban cumpliendo con su ineludible destino, que no estaba escrito. Sus atentados no eran el último episodio de un milenario «conflicto» étnico entre vascos y españoles, porque éste sólo existía en el imaginario bélico del nacionalismo radical. 

Y, desde luego, los integrantes de ETA no respondían como autómatas a una coyuntura concreta. Es cierto que el marco dictatorial, que abocaba a los disidentes a la cárcel o a la clandestinidad, volvía muy atractiva la «lucha armada» a ojos de las fuerzas antifranquistas, pero la casi totalidad de ellas se enfrentaron a Franco sin mancharse las manos de sangre.

Los jóvenes activistas de ETA estaban sometidos a la influencia de otros factores. En el orden externo, además del ultranacionalismo español y del centralismo del régimen, cabe mencionar el sentimiento agónico que les causaba el retroceso del euskera y la llegada de miles de inmigrantes, vistos como colonos, así como la adopción como modelo de los movimientos anticoloniales del Tercer Mundo.

 En el plano interno hay que señalar el nacionalismo vasco radical, el odio derivado de una lectura literal de la doctrina de Sabino Arana, el ya mencionado relato acerca de un secular «conflicto», el deseo de vengar a los viejos gudaris de 1936 y las ansias de superar al PNV.

Sin embargo, por mucho que condicionaran a los etarras, tales elementos no determinaron su actuación. Basta comparar la trayectoria de los miembros de ETA y la de los de EGI –las juventudes del PNV– o incluso la de Los Cabras de Xabier Zumalde, la primera escisión militarista de la banda. Unos y otros estaban influidos por todos los factores que se han enumerado en el presente párrafo, pero sólo los etarras decidieron matar. (...)"           (GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA, El Mundo, 15/07/16)

13/1/14

Este mito se basa en que la Guerra Civil fue española, pero no vasca, que fue una guerra de España contra Euskadi

"En el caso de Euskadi, y dejando de lado nuestra historia desde el paleolítico, el nacionalismo vasco, más allá de las cuatro batallas de Sabino Arana, quiere fundar la comunidad vasca en el mito de haber ganado la paz aun habiendo perdido la Guerra Civil. 

Y si Euskadi ganó la paz en la Guerra Civil, los vencedores no la ganaron, sino que se quedaron con la guerra y con la mala conciencia. Este mito se basa en que la Guerra Civil fue española, pero no vasca, que fue una guerra de España contra Euskadi, creando la dicotomía fundamental que ha dado sentido a la visión nacionalista.

El nacionalismo de la izquierda radical vasca asume esta dicotomía como punto de partida, y la asume basada en el mismo mito de que los vascos preservaron la buena conciencia frente a la mala que anidaba en el alzamiento nacional y en la dictadura de Franco.

 La dicotomía Euskadi-España creada tras la guerra se radicaliza con ETA y se convierte en elemento estructural de la mentalidad de muchos vascos. España es una cosa y Euskadi es otra. Y en Euskadi no hay, ni debe haber rastro de lo que se llama y denomina España. Sólo entonces se dará la verdadera Euskadi, que ahora vuelve a llamarse Euskal Herria, y sólo entonces se podrá decir que existe por parte de España el verdadero reconocimiento de la nación vasca.

En estos juegos con la historia suele gustar a los nacidos más tarde dotarse de una genealogía aceptable. A los nacionalistas de hoy les interesa subrayar que ya sus padres fueron antifranquistas, y que ya sus abuelos lucharon por una Euskadi independiente. El problema radica en que la sociedad vasca es una sociedad pequeña y en muchos casos se conoce la historia de las familias desde hace varias generaciones. 

Y la supuesta limpieza genealógica que funda la buena conciencia de los actuales no siempre es posible sustentarla. De carlistas fueristas pudieron surgir franquistas, y de éstos radicales nacionalistas. Lo que permanece en el tiempo es la voluntad de definir el conjunto de la sociedad vasca desde una visión exclusiva de parte. 

Del euskaldun=fededun al euskaldun=abertzale o nacionalista. Sólo hay, sólo debe haber una única forma de ser vasco. En la historia de la Iglesia católica hubo una fórmula que expresaba esta idea a la perfección: «extra ecclesiam nulla salus», fuera de la Iglesia no hay salvación, fuera de la visión de Euskal Herria de la izquierda abertzale radical no hay identidad posible, no hay forma posible de ser o llamarse vasco.

 Y a esta fórmula respondía la otra que hablaba del ‘compelle intrare’, de obligar a entrar en la Iglesia, en la comunidad. Estás fórmulas sirvieron de base a la Inquisición, y sirven a todos los planteamientos totalitarios. 

Hace algún tiempo que el dirigente de la izquierda nacionalista radical Pernando Barrena, preguntado por un periodista si no reconocía que hubiera en la sociedad vasca personas que no veían a Euskadi o Euskal Herria de la misma forma que ellos, contestó diciendo que «ya los convenceremos», es decir, ya los convertiremos.

Y es que el totalitarismo cuando eleva la parte a totalidad realmente sueña con una totalidad, con construir la totalidad, dar forma al conjunto tal y como lo ve él. Y quiere que esa totalidad, ese conjunto contenga a todos. Pero para ello primero tiene que hacer que todos sean como ellos, los tiene que convencer, los tiene que convertir, los tiene que transformar, tienen que dejar de ser distintos a él para que entren en la homogeneidad sin la que son incapaces de pensar la totalidad. (...)"                   (JOSEBA ARREGI, EL CORREO 12/12/13, en Fundación para la Libertad)