La superioridad moral del nacionalismo
Ese discurso tiene su traducción práctica: la exclusión de la ciudadanía no nacionalista, la fractura de la sociedad, el empobrecimiento general, y la contaminación política, cultural e ideológica.
............................... las cosas de la clase media ..........................
De San Ignacio, "nuestro gran patrón celestial", procede la viga maestra de la construcción, la distinción entre el creyente, el patriota, y "el enemigo", quien se opone a Dios y a la libertad de Euskadi, merecedor por ello de ser destruido, con el recurso a la violencia si hace falta.
El radicalismo inherente a esa dualidad implica que el partido, como la Compañía, asuma una organización de tipo militar, donde todo debate interno queda excluido apenas el creyente da el paso decisivo de ingresar en ella: una vez hecha "la gran elección", "nadie debe guiarse por su cabeza".
La maleabilidad es entonces extrema: un partido con un 10% de independentistas en 1990, asume el fin de la independencia unánimemente sin debate alguno en 2000. El Superior, el órgano de dirección, marca la pauta y so pena de expulsión los militantes asumen disciplinadamente sus decisiones.
Lo propio de su autoridad no es explicar, sino elaborar un sistema de designaciones -actitudes, símbolos, códigos de comunicación- que acote el espacio identitario de la comunidad nacionalista y la separe de un exterior hostil, o al que es preciso hostilizar.
Ejemplos: el lehendakari tiene que ser llamado "López", el País Vasco, Euskalherría. Y por fin, lo que es esencial, el absolutismo de los principios ha de conjugarse con el pragmatismo de los medios. Incluso, advierte Ignacio, cabe entrar con el enemigo, siempre que salgamos con nosotros mismos.
Vale aceptar la autonomía, si es plataforma para la soberanía, convirtiendo el ideario nacionalista, con su lógica de exclusión incorporada, en elemento hegemónico de la mentalidad vasca." (ANTONIO ELORZA: Del PNV a Bildu. El País, 18/06/2011, p. 14)
‘[…] Algunos de los más desesperados luchadores por la lengua catalana, por ejemplo, suelen escribir (en castellano) que hay que ser más duros, más radicales, más monolingües. Lo que están diciendo es: “Los catalanes son menores de edad, no quieren ser como YO, y hay que obligarles”. El narcisismo de los nacional-estalinistas que identifican territorio y espíritu místico (”no admitiremos la asfixia de Catalunya”, siendo “Catalunya” el periodista del ramo o el Gobierno del mes) conduce a una conclusión melancólica: ¡Qué insumisos son los catalanes con sus gobernantes! ¡Se niegan a hablar la lengua de los jefes! Son infieles que viven entre cristianos.
La consecuencia bruta (y destructiva) es el recurso autoritario. José Montilla acaba de decretar que todas las películas que se exhiban en Catalunya vayan dobladas mitad por mitad en castellano y en catalán. Y los subtítulos, también. Espléndida medida de dirigismo estatal que llenará de gozo al sector de cines comerciales y distribuidoras: ese grupo de ciudadanos que simula ser catalán, pero en realidad es criptojudío. Duro con ellos’. (lavozdebarcelona, 07/03/2009)