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3/8/23

Por qué Bélgica puede estar a punto de separarse... porque la creciente preocupación por la inmigración está impulsando a los partidos independentistas flamencos de cara a las elecciones del año que viene (POLITICO)

 "Más pronto que tarde, Bélgica podría dejar de existir.

El pequeño Estado de Europa Occidental que alberga las sedes de la UE y la OTAN tiene desde hace tiempo una vida política nacional disfuncional. Ostenta el récord mundial de mayor tiempo empleado en formar gobierno durante unas conversaciones de coalición: más de 500 días.

Ahora las tensiones entre Flandes, de habla neerlandesa, en el norte, y Valonia, de habla francesa, en el sur del país, amenazan con una crisis mucho mayor.

Las elecciones están previstas para junio de 2024. Según el Poll of Polls de POLITICO, el partido de extrema derecha Vlaams Belang -que quiere convertir Flandes en un estado escindido totalmente independiente- es ahora la mayor fuerza política del país. 

Tom Van Grieken, que llegó a la presidencia de su partido con sólo 28 años y ha sido clave en su reciente éxito, se ha mostrado firme sobre sus planes independentistas si gana.

"Creemos que Bélgica es un matrimonio forzado", dijo Van Grieken a POLÍTICO en su despacho cerca del barrio comunitario de Bruselas. "Si uno de ellos quiere el divorcio, lo hablaremos como adultos (...) tenemos que llegar a una división ordenada. Si no quieren venir a la mesa con nosotros, lo haremos unilateralmente".

Incluso para muchos de los 12,6 millones de habitantes del país, el inminente final de su país puede resultar sorprendente.

Las reñidas batallas entre el norte de habla flamenca y el sur de habla francesa se han enfriado en los últimos años.

Los flamencos, antaño los desvalidos pese a superar en número a sus homólogos francófonos, tienen ahora los derechos lingüísticos y las competencias políticas que pedían desde hace tiempo.

"Para muchos, la batalla está algo reñida", afirma Karl Drabbe, editor con raíces en el movimiento flamenco. Dentro del Estado federal belga, las regiones tienen ahora amplias competencias en materia de educación, política agrícola y transportes.

"Pero esto no ha supuesto un gran avance, sino todo lo contrario", afirma Drabbe. Por tanto, las ganas de montar "las barricadas" para dar "grandes pasos en la reforma del Estado" son limitadas, dijo.

Pero los líderes de Vlaams Belang no sólo se apoyan en su política independentista.

En toda la UE, la extrema derecha ha aumentado en los últimos meses mientras el bloque lucha contra la inmigración, el lento crecimiento y la alta inflación. Los partidos populistas y antisistema han ganado apoyos en este contexto.

Bélgica es uno de los países europeos que se enfrenta a una mayor afluencia de solicitantes de asilo, con cifras de llegadas similares a las de la crisis migratoria de 2015.

En Flandes, la migración se considera la principal preocupación de los votantes, según estudios recientes. "Vlaams Belang posee el tema de la migración, que es muy importante para muchos votantes flamencos", dijo Nicolas Bouteca, profesor asociado de la Universidad de Gante. "Esa es la principal razón de su éxito".

Para Bart De Wever, presidente del partido nacionalista flamenco N-VA, "la misma tendencia se está dando en toda Europa en estos momentos".

Hay "una ola de tremendo malestar" entre los ciudadanos que se sienten "económicamente abandonados por sus propias élites", dijo a POLITICO. "Y por injusto que te parezca, la extrema derecha lo está capitalizando". En las encuestas, su partido, el N-VA, es ahora el segundo más grande en Flandes, después de Vlaams Belang.

Los votantes potenciales de Vlaams Belang ven la inmigración como la cuestión política más importante, seguida de los impuestos y la economía. Una reforma del Estado belga es bastante menos relevante para ellos, según la misma investigación.

Bélgica se creó de forma caótica e imprevista: en stoemelings, en dialecto bruselense. ¿Podría la desaparición del país producirse también por accidente como resultado del simple deseo de los votantes de hacer frente a la inmigración?

Van Grieken afirma que nadie puede pasar por alto el apoyo de su partido a la independencia flamenca. "No es que la gente no lo sepa. Es el primer punto de nuestro programa", dijo. Van Grieken reconoce que no todos sus votantes pueden sentirse emocionalmente conmovidos por la idea de la independencia. "Pero sí sé que alguien que es antiindependentista no votará a mi partido, ni a N-VA".
El camino hacia el divorcio

La estrategia de Van Grieken es convertirse en el mayor partido de Flandes en las elecciones del próximo junio, lo que le daría la prerrogativa de elegir a su socio de coalición para el gobierno flamenco. Lo ideal para él sería la N-VA. Entonces, el gobierno flamenco emitiría una declaración de soberanía para obligar a los socios de coalición francófonos a negociar el fin de Bélgica tal y como existe actualmente.

Hay obstáculos, incluso si gana Van Grieken. En el seno de la N-VA hay fuertes discrepancias sobre la conveniencia de formar gobierno con Vlaams Belang. Un paso así rompería una promesa de hace una década de la clase política belga de no gobernar con la extrema derecha. Incluso si N-VA diera el fatídico paso de aliarse con la extrema derecha, es probable que la parte francófona de la política belga no se presente en la mesa de negociaciones, al menos al principio.

Aun así, cada uno de estos pasos crearía más inestabilidad política en Bélgica, y eso por sí solo podría ayudar a promover la causa de la independencia.

El primer ministro belga, Alexander De Croo, que actualmente lidera una difícil coalición de siete partidos, llegó al poder tras las elecciones de 2019.
El primer ministro Alexander De Croo ha estado luchando para mantener a los partidos gobernantes en la misma página en muchas cuestiones clave | Jonas Roosens/Belga Mag via Getty Images

A esa votación le siguió una tortuosa búsqueda de 500 días para alcanzar un acuerdo de coalición, y desde entonces De Croo ha estado luchando por mantener a los partidos gobernantes en la misma página en cuestiones clave.

Un nuevo declive de los partidos de centro en las elecciones del año que viene dificultaría aún más la formación de un gobierno de coalición nacional. Ivan De Vadder, veterano periodista político autor de varios libros sobre la política belga, teme que esto cree un círculo vicioso.  

"La mayoría de la gente se fija en el gobierno flamenco, porque se puede hablar de esas jugadas en términos ajedrecísticos comprensibles", dijo. "Para mí, lo que ocurrirá a nivel federal es mucho más explosivo, porque te arriesgas a un bloqueo total de las instituciones políticas... Eso es mucho más explosivo para la supervivencia de Bélgica que la idea de que Flandes proclame la independencia".

Van Grieken toma la palabra. "No es porque haya un partido nacional flamenco por lo que Bélgica está implosionando. Es porque Bélgica no funciona por lo que hay un partido nacional flamenco".              (Barbara Moens  , POLITICO,21/07/23; traducción DEEPL)

25/6/20

Evaluando el impacto de Covid-19 en los movimientos de independencia en Cataluña, Flandes y Escocia

"Para tres estados europeos en particular, la pandemia de Covid-19 ha servido para catalizar disputas territoriales preexistentes y potenciar los movimientos nacionalistas periféricos. Si bien el Reino Unido, España y Bélgica han tenido respuestas muy diferentes a la pandemia, en los tres casos las acciones del gobierno central y regional han puesto a prueba las estructuras existentes de autonomía regional.

España, Cataluña y coronavirus

La respuesta del gobierno español, liderado por Pedro Sánchez del PSOE de centroizquierda, ha sido volver a centralizar ciertos poderes, especialmente la salud y la policía, para una respuesta en toda España, en marcado contraste con el Reino Unido, que ha visto a los gobiernos delegados operar en gran medida independientemente de Westminster.

 Tal respuesta descentralizada hubiera sido preferida por el gobierno catalán independentista, y el presidente catalán Quim Torra y otros miembros prominentes de su partido Juntos por Cataluña (JxCat) han adoptado una actitud altamente conflictiva hacia el gobierno de Sánchez, pidiendo un bloqueo mucho más estricto, (incluido el cierre de las fronteras de Cataluña) como parte de una narrativa de que una Cataluña independiente habría proporcionado una respuesta más competente. 

Torra y su partido también han criticado el despliegue del ejército español en Cataluña y han lamentado que Cataluña se vea obligada a pagar desproporcionadamente por la recuperación de España, un argumento que recuerda temas centrales en el nacionalismo catalán.

Los socios de izquierda de JxCat, la Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), se han entregado a esta línea de ataque en cierta medida, pero su actitud ha sido bastante más conciliadora, apoyando las solicitudes de Sanchez de extender el estado de alarma.

Al parecer, una elección regional rápida, que se había programado aproximadamente para mayo, antes del brote de Covid, aparentemente iba a ver a ERC triunfar sobre JxCat y reivindicar su estrategia de negociaciones bilaterales con el gobierno español para una mayor autonomía. Pero la pandemia ha servido para fortalecer el ala más dura de JxCat.

 El partido ha visto un pequeño rebote en la encuesta, posiblemente atribuido al efecto global de "agruparse alrededor de la bandera", pero lo más importante es que Covid-19 ha socavado la estrategia de diálogo del ERC.

 Las conversaciones bilaterales se han detenido, y el partido ha perdido su fuerza de negociación en el Parlamento español después de que Sánchez encontró un aliado adicional e inesperado en Ciudadanos,  liberal y pro-centralización. Esto ha dejado al ERC sin otro lugar a donde ir sino caer firmemente en el campo pro independencia o rendirse ante JxCat. En resumen, el conflicto secesionista de Cataluña puede estar a punto de calentarse nuevamente, cuando había indicios y tentativas de que podría enfriarse.

 Desafíos al federalismo en Bélgica

En Bélgica ha pasado más de un año desde las últimas elecciones, y todavía no se ha formado un gobierno a largo plazo a nivel federal. Los principales partidos lucharon durante casi un año para formar una coalición de partidos capaces de comandar una mayoría de escaños en el parlamento federal, hasta que el proceso fue sacado de su miseria por la pandemia, que obligó a los parlamentarios a brindar su apoyo a la minoría. gobierno provisional durante la crisis. Pero el gobierno de emergencia dirigido por Sophie Wilmès se tambalea, y la perspectiva de otra ronda de tortuosas negociaciones se vislumbra a fines de junio.

 La formación de coaliciones se ha vuelto tan difícil debido al abismo entre un Flandes de tendencia derechista y cada vez más secesionista y una Valonia de izquierda sin interés en una mayor descentralización. Esta división ha llevado a disputas regionales en cada etapa del cierre, incluso con la construcción de un carril bici en Bruselas para reducir el uso del transporte público generando una disputa territorial. Y como en Cataluña, los nacionalistas flamencos alegan que tendrán que pagar la factura de la recuperación de Valonia, menos próspera, cuyo gobierno de centroizquierda parece exigir una solución redistributiva a las consecuencias económicas de la pandemia.

 El Interés Flamenco separatista de extrema derecha (VB) está liderando las encuestas de opinión en Flandes, y su rival nacionalista más moderado, la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), está comenzando a sentir el calor ya que su posición dominante se ve amenazada. En parte en respuesta, y en parte en línea con su propio compromiso de larga data con la disolución gradual del estado belga, el N-VA ha estado intentando usar la crisis para traer más poderes del nivel federal a las regiones. 

Argumentando que la división en las responsabilidades de atención médica entre niveles ha obstaculizado la respuesta a la pandemia, pide que la salud se convierta en una responsabilidad exclusivamente regional y ha publicado sus propuestas para otra ronda de reformas estatales para transformar a Bélgica en una confederación. Si bien es poco probable que estos planes se implementen en el corto plazo, su intransigencia en este tema, combinada con el abismo que ya bosteza de derecha a izquierda, hace que la formación de una coalición estable sea aún más difícil.

 El reino desunido

 Para el Reino Unido, la pandemia ha puesto al descubierto la divergencia en términos de política y comportamiento electoral que ha aumentado en las últimas dos décadas desde los acuerdos de devolución en Escocia y Gales. A diferencia de España, los poderes descentralizados no fueron devueltos al gobierno central, y los líderes regionales tuvieron la oportunidad de "superar" a sus homólogos nacionales.

  El gobierno escocés, dirigido por el Partido Nacional Escocés (SNP) independentista de centroizquierda, ha sido impulsado por la agrupación en torno a la bandera común a otros estados. Y a diferencia del impulso dado al gobierno conservador en Londres, este efecto no ha disminuido, tal vez indicando la aprobación pública del enfoque más cauteloso y medido del gobierno escocés para enfrentar la pandemia.

La intención de voto más reciente para las elecciones parlamentarias escocesas tiene al SNP en el 48 por ciento de los votos, lo que casi les garantizaría una mayoría absoluta y la aprobación de un proyecto de ley para un segundo referéndum de independencia.

Las próximas elecciones al Parlamento escocés están programadas para mayo del próximo año, y algunos ya han calificado el asunto como el más importante de la presidencia de Boris Johnson.

La única forma realista para que el campo independentista obtenga permiso para un referéndum vinculante de Westminster (que hasta ahora se ha negado a otorgar permiso para dicha votación, argumentando que el asunto se resolvió en 2014) es ganar a lo grande en estas elecciones y presentar un mandato popular irrefutable para tal plebiscito. 

 Antes de la pandemia, si bien el SNP era definitivamente el claro favorito para formar el próximo gobierno escocés, las posibilidades de una victoria tan enfática parecían mucho menos probables, especialmente dado que el SNP habría estado en el gobierno durante 14 años en el momento del las elecciones de 2021 y las preguntas sobre su competencia en el gobierno han comenzado a surgir. 

Pero el manejo capaz de la pandemia de la primera ministra Nicola Sturgeon (al menos en relación con el gobierno de Westminster) ha aumentado seriamente las perspectivas electorales de su partido y la probabilidad de un segundo referéndum de independencia."             

3/3/20

El interminable rompecabezas belga... El mayor punto de fricción es la posibilidad de convertir el país en un Estado confederal... los socialistas valones no van “a discutir de confederalismo, del fin de Bélgica o de la separación de la Seguridad Social porque pensamos todo lo contrario”

"(...) La situación política belga es endemoniada pero no explosiva. La casi total ausencia de diálogo directo entre las fuerzas mayoritarias, los nacionalistas flamencos (Nueva Alianza Flamenca-N-VA) y los socialistas valones (PS), francófonos, ha bloqueado la formación del ejecutivo. Pero que nadie espere salidas extemporáneas o reclamaciones fuera de la legalidad vigente. 

Los nacionalistas flamencos van paso a paso y, en medio siglo, han conseguido darle la vuelta al país. Ahora plantean una nueva reforma constitucional para crear un Estado confederal, al que se oponen radicalmente los socialistas y el resto de los partidos valones. (...)

La realidad es que los nacionalistas flamencos no se han esforzado en resolver el problema: creen que las circunstancias les favorecen. Bélgica cuenta con 11,4 millones de habitantes de los cuales casi el 60 por ciento vive en Flandes; es la región más productiva, con menos paro y transfiere una parte sustancial de sus recursos al sostenimiento del país (según sus cálculos, del orden de 6.500 millones de euros al año, dato no oficial). 

Las ciudades de Brujas, Gante y Amberes y toda la costa están en su territorio. Su presencia en un Gobierno federal no es imprescindible, pero obliga a pactos complejísimos y contra natura. Si acceden a negociar será para buscar una solución confederal. Escocia y Cataluña son sus referencias, pero no echarán un pulso a la legalidad vigente, esperarán para aplicar sus propuestas.

El país está dividido, tras seis reformas constitucionales, en tres comunidades (flamenca, francófona y germanófona) y tres regiones (Flandes, Valonia y Bruselas) y tiene seis presidentes: el federal ocupado interinamente por Sophie Wilmès; el de Flandes que es Jan Jambon de la N-VA en coalición con democristianos de CD&V y liberales de Open VLD; el de Valonia, Elio di Rupo del Partido Socialista (PS), en coalición con los liberales del MR y verdes de Ecolo; el de Bruselas, Rudi Vervoort del PS, en coalición con Ecolo, Défi y Open VLD; el de la comunidad francófona, Pierre Yves Jeholet, liberal del MR, en coalición con PS y Ecolo; y el de comunidad germanófona (muy pequeña y nada significativa, no llega a los cien mil habitantes), Oliver Pasch de un partido local. (...)

Todos ellos han sido elegidos después de los comicios del 26 de mayo tras complejas negociaciones. Pero queda pendiente el gobierno federal tras más de 220 días (hay que recordar que Bélgica tiene el récord mundial de un gobierno democrático en funciones, 541 días entre 2010 y 2011).  Es imprescindible que en la coalición estén flamencos y francófonos dada la dispersión de formaciones políticas. 

No hay más que ver la composición del Parlamento nacional (150 diputados) para entender el bloqueo: N-VA, nacionalistas flamencos, 24 escaños; PS, socialistas francófonos, 20; Vlaams Belang, extrema derecha flamenca, 18; MR, liberales francófonos, 14; Ecolo, verdes francófonos, 13; CD&V, democristianos flamencos, 12; Open VLD, liberales flamencos, 12; PTB, izquierda radical francófona y flamenca, 12; PS.A, socialistas flamencos, 9; Groen, verdes flamencos, 9; CDH, democristianos francófonos, 5; Défi, federalistas independientes francófonos, 2). 

Armar una mayoría es muy complicado. Muchos expertos interpretan la exigencia de la N-VA de un Estado confederal como el penúltimo paso antes de la separación total. Algo que los socialistas rechazan de plano. Su líder, Paul Magnette, alcalde de Charleroi, ha dejado claro que no van “a discutir de confederalismo, del fin de Bélgica o de la separación de la Seguridad Social porque pensamos todo lo contrario”. Idea compartida, más o menos, por los francófonos.  (...)

Si hubiera una nueva reforma constitucional sería en el mismo sentido que las anteriores: descafeinar el gobierno federal, dar competencias a las regiones y desmantelar poco a poco el Estado que durante más de un siglo fue controlado por los francófonos, cuando Valonia (Lieja, Charleroi, Mons, Namur) era poderosa gracias al carbón y al acero. 

Desde los años 60 del siglo pasado la economía y el equilibrio financiero se han revertido totalmente: crisis en la Valonia francófona con el cierre y desmantelamiento industrial, nueva pujanza de Flandes, una de las regiones más ricas de Europa. Hoy de Bélgica solo quedan, según Bart de Weber, alcalde de la productiva Amberes y líder de la N-VA, algunos signos identitarios simbólicos: “el chocolate, los mejillones con patatas fritas, el Atomium, los diablos rojos (selección de fútbol) y la Casa Real” y, habría que añadir, la cerveza. En su opinión no es que se separen de Bélgica, es que se disuelve sola. 

Al Gobierno federal le quedan pocas pero poderosas competencias: asuntos exteriores, seguridad y ejército, justicia, investigación, sanidad, seguridad social, finanzas (más 90% de los impuestos) y grandes empresas públicas: correos, ferrocarriles, energía atómica. Y la deuda, que es una de las más altas de Europa, en torno al 100% del PIB. Con el Estado confederal habría que dividir todo eso y resolver el caso de Bruselas, la capital y los 19 municipios que la rodean que forman una región propia oficialmente bilingüe (aunque es muy mayoritario el francés que entiende el 87% de la población frente al 16% del flamenco, superado ya por el inglés con un 34%, según el último barómetro lingüístico de una entidad independiente) y sede de la mayoría de los órganos oficiales de la Unión Europea. Un asunto nada baladí.   

Es cierto que son dos comunidades que viven de espalda una de la otra, encerradas en sus límites lingüísticos (hay muchos más flamencos que hablan francés, que valones que hablen flamenco) pero según Eurostat, no obstante, ocho de cada diez belgas se sienten bien en su país y con su vida, uno de los índices más altos de Europa. 

Quizá sea porque tienen unos salarios consistentes (3.558 euros brutos mensuales de media según el último dato, de diciembre, de la Oficina de Estadística, y son más altos en Bruselas y en Flandes). Pero la división sigue ahí, esperando el momento de ejecutarla sin estridencias ni golpes sobre la mesa.  (...)"             (Mario Bango, CTXT, 24/02/20)

19/2/18

Nacionalismo de los Ricos: partidos separatistas en Cataluña, Flandes, Italia del Norte y Escocia...

"Este libro promete. Espero recibir en breve una copia de esta novedad editorial de la prestigiosa editorial académica Routledge:


La descripción:
Basado en un análisis riguroso de la propaganda de cinco partidos separatistas de Europa occidental, este libro ofrece un examen en profundidad del "nacionalismo de los ricos", definido como un tipo de discurso nacionalista que busca poner fin a la "explotación" económica sufrida por un grupo de personas representadas como una nación rica y supuestamente llevadas a cabo por las poblaciones de las regiones más pobres y/o por administraciones estatales ineficientes.
Muestra que el nacionalismo de los ricos representa un nuevo fenómeno peculiar de las sociedades que han establecido sistemas complejos de redistribución de la riqueza y han adoptado el crecimiento económico como el principio principal de la legitimidad del gobierno.
El libro argumenta que el nacionalismo de los ricos puede verse como una estrategia retórica que retrata la independencia estatal como una solución al dilema entre la solidaridad y la eficiencia surgida en Europa occidental desde el final de los gloriosos años treinta.
Sugiere además que su formación se puede explicar mejor mediante la siguiente combinación de factores:
(1) la creación, desde el final de la II Guerra Mundial, de formas extensas de redistribución automática a una escala previamente sin precedentes;
(2) el comienzo, desde mediados de la década de 1970, de una era de "austeridad permanente" exacerbada, en contextos específicos, por situaciones de fracaso grave de la política pública;
(3) la existencia de divisiones nacionales/culturales que se ajustan de forma aproximada con un desarrollo desigual y fuertes diferencias de ingresos entre las áreas territoriales de un estado determinado . (...)"               (Salvador López Arnal, , Rebelión,  10/02/18)

19/1/18

El nacionalismo flamenco buscaba una especie de limpieza (¿étnica?) de la universidad de Lovaina, buscaba convertirla en una universidad monolingüe... al grito de ¡Valones fuera!

Walen buiten!”. Ese fue el grito que empezó a circular en la Universidad Católica de Lovaina (UCL) entre los estudiantes flamencos a mediados de los años 60 del siglo XX. “¡Fuera los valones!”, decían.

Bélgica vivía entonces una de sus más duras querellas internas. El nacionalismo flamenco concentraba sus reivindicaciones en temas precisos. En este caso, pasaba por una especie de limpieza (¿étnica?) de la universidad: la movilización buscaba convertir a Lovaina en una universidad monolingüe.


Muchos flamencos, que pensaban haber sufrido discriminación –desde 1831, en las primeras etapas de independencia plena del Estado belga– en la enseñanza, dominante en francés; en la justicia y los tribunales; en la administración en general, habían avanzado y ganado terreno políticamente. Lo suficiente como para asumir incluso lo impensable sólo unas pocas décadas (o años) antes. Así que tampoco podemos considerar repentino el estallido que siguió en la UCL y en otros lugares.  

Pasada la primera mitad del siglo XX –e  incluso después de que se aprobaran las leyes lingüísticas de 1962-1963, que confirmaron el carácter monolingüe de las regiones de Bélgica, excepto Bruselas–, la Universidad de Lovaina (situada en Flandes) seguía ofreciendo clases en francés (entonces también en neerlandés o flamenco). 

Constituía una excepción tras el trazado de una inflexible frontera lingüística interior (ya existente). Para diseñarla, unos pocos años antes, las zonas de mayoría francófona habían sufrido un claro asedio militante (con disturbios en la zona de los Fourons, por ejemplo).


El resultado final fue una situación de complejidad política, educativa e institucional de todo el país, que no se conoce demasiado bien en el resto de Europa. 

El 10 de marzo de 1960, los universitarios flamencos de Lovaina impidieron el desarrollo de una conferencia del ex primer ministro Jean Duvieusart. Para muchos, esa acción militante fue el primer acto de las hostilidades entre las comunidades neerlandófona (flamencos) y francófona (valones y mayoría de los bruselenses).

Cuando el Walen buiten se empezaba a extender, los profesores francófonos de la Universidad de Lovaina fueron a ver al Rector (flamenco), para protestar y pedir su amparo. Según un testigo de la época, éste les respondió educadamente pero con frialdad, y les acusó de exagerar los incidentes. 

La UCL es una institución fundada en 1425, inscrita en los genes de la cultura europea. Es algo más que una institución en Bélgica. Nada de eso cambió su destino. En 1963, la UCL situada en la Lovaina histórica (en Flandes), ya fue dividida sin que los francófonos tuvieran (aún) que cambiar de municipio. Pero las facultades se partieron en dos. Y cada comunidad (lingüística) tenía ya su propio rectorado y su propia administración. 

Pocos años después, en 1971, la sección francófona de esa universidad abrió sus puertas en un nuevo lugar, Lovaina la Nueva (LLN), a 30 kilómetros de su corazón histórico, en el territorio francófono de la región de Valonia. En ese divorcio hubo que dividir todo: los aparatos administrativos y la biblioteca, libro a libro. Terrible.


La separación física se había decidido en 1968, tras las numerosas demandas de los más extremistas y las masivas manifestaciones flamencas de 1967, que reclamaban “la expulsión” de los francófonos. 

El día 5 de noviembre de 1967, la prensa habló de 120.000 manifestantes en Amberes. Entre ellos estaban 35 diputados conservadores, democristianos, también grupos de extrema derecha (Volksunie y el grupúsculo fascista Vlaamse Militanten Orde). Incluso algunos diputados socialistas flamencos.

En el debate sobre dónde debían situarse las distintas facultades participaron también voces francófonas que empezaron a asumir la lógica de la escisión. Se trata, además, de un período en el que la Universidad en sentido amplio empezaba a convertirse en una institución de masas.

La dirección nacionalista, por parte de los flamencos, no era ajena a discursos precursores de la globalización propios de 1968: el planeta es de todos, abajo el autoritarismo, viva el Tercer Mundo porque se rebela contra la colonización y “nosotros” también. 

Es decir, había una extrema derecha, digamos, pura, que recuperaba las ideas de quienes habían colaborado con los nazis durante la ocupación de Bélgica; también había una renovación de las reivindicaciones por parte de otros. Éstos se adaptaban a los nuevos tiempos manteniendo lo esencial del nacionalismo flamenco.

En este ambiente, la posición de la Iglesia Católica belga pasó de la defensa de la unidad de la UCL (como principio) a sostener la necesidad de la separación. Y no hay que olvidar el adjetivo histórico (católica) de la UCL desde su fundación. Esa crisis precarizó la estabilidad de los sucesivos gobiernos belgas.

 El país se convirtió en un Estado frágil e inestable, socialmente muy tenso. El socialcristiano Pierre Harmel, que fuera jefe de Gobierno, ministro de Asuntos Exteriores y presidente del Senado, dijo una famosa frase dirigida a la clase política de entonces: “Seremos los enterradores de Bélgica”. 

Por fortuna, Bélgica existe; pero la UCL quedó dividida. La Lovaina histórica es flamenca y LLN tiene otra universidad con el mismo nombre (y el Museo Tintín, eso sí). La primera piedra de la Universidad de LLN se puso en 1971 en una pequeña población, Ottignies, que pasará a ser Ottignies-Louvain-la-Neuve. No todos los francófonos deploraron el cambio, lo que incita a reflexionar dos veces sobre aquella crisis.

Los partidos belgas terminaron –a su vez-- escindidos y el país un poco más, cada día un poco más. Hasta llegar a una especie de congelación del conflicto lingüístico y a unas estructuras federales altamente complejas. Las tensiones se reproducen de vez en cuando, pero sin llegar aún a derribar el statu quo.

 Después del punto álgido del conflicto de Lovaina, hubo un auge del voto federalista, pero esa reacción no ha logrado nunca que –en lo esencial– las cosas vuelvan atrás. ¿Es deseable? Quizá tampoco.

Naturalmente, las falsas noticias jugaron –ya entonces– un gran papel en la excitación de unos y otros. La rumorología (término en desuso) decía entonces que el presidente francés Charles de Gaulle atizaba el conflicto para poder ofrecer más tarde la ruptura de su vecino del norte para integrar a la Bélgica francófona en Francia. 

 Las autoridades belgas no habían olvidado tampoco su famoso y provocador grito de “Vive le Quebec libre!” que el general-presidente había pronunciado en Canadá, también agitada por un conflicto similar entre anglófonos y francófonos. De Gaulle intentó entonces que le invitaran a Bruselas en visita oficial. El ya citado Pierre Harmel, ministro de Exteriores, y muchos más se negaron. De Gaulle fue declarado persona non grata por el Gobierno belga.

Bélgica se ha adaptado a su reacomodo y la UCL también. A sus escisiones y divisiones, que a veces semejan a una mini guerra fría interior. Las viejas querellas nunca han desaparecido del todo. Siguen ahí, enterradas, entre múltiples detalles y matices. Pero, para la mayoría, el éxito de la convivencia es evidente en el nuevo modelo. 

En un pequeño apartado está también la pequeña comunidad germanófona, que suele jugar un papel de acercamiento entre unos y otros. No obstante, la división lingüística radical es un hecho (excepto en Bruselas, que sigue siendo multilingüe). También persiste la separación tajante de los partidos políticos. Y de casi todas las instituciones, en función de la lengua. 

De mi época bruselense guardo toda clase de anécdotas ilustrativas y –no pocas-- delirantes. Otras casi insultantes o estúpidas para un francófono no-belga como yo. Está claro que no faltan las que fueron –o son– íntimamente dolorosas para los ciudadanos de aquel país, sean de una u otra comunidad. (...) "               (Paco Audije, CTXT, 17/01/18)

10/1/18

"Antes Valonia era la parte rica porque tenía la siderurgia y las minas de carbón... El paro está ahora en el lado valón y los flamencos no quieren pagar los subsidios de desempleo de nuestros parados, aunque cuando era al revés nosotros les dimos trabajo"

"(...) Ronse (Flandes), con unos 25.000 habitantes, es un pueblo con facilidades lingüísticas para los francófonos. En Bélgica hay 15 pueblos de este tipo: cinco en Flandes, cuatro en Valonia y seis en la periferia de Bruselas. 

En estas ciudades la Administración funciona en el idioma de la región en la que se encuentran (neerlandés si están en Flandes, francés si están en Valonia) aunque si el ciudadano lo solicita, están obligados a ofrecerle los servicios en cualquiera de las dos lenguas. 

Según cuentan los vecinos de Ronse, el bajo precio de la vivienda, la cercanía a la frontera y el hecho de ser un municipio con facilidades lingüísticas han atraído en los últimos años mucha inmigración, que habla mayoritariamente francés.

Ignace Michaux es concejal del Ayuntamiento de Ronse por el partido democristiano, ganador de las últimas elecciones municipales del pasado mes de noviembre. Explica que hay un 20% de extranjeros de 70 nacionalidades y, para él, el problema es que estas personas no aprenden neerlandés cuando van a la ciudad a vivir. 

No opina lo mismo Murol, un turco que regenta un restaurante de kebabs, quien dice dominar el flamenco y cuenta que se ven obligados a aprenderlo para poder trabajar.

 La cafetería de la Grande Place de Ronse tiene una interminable barra de madera iluminada con una luz cálida que contrasta con el frío helador que hace en la calle. Llueve, pero amenaza con nevar.

 Cuatro miembros de la Asociación de Mujeres Jóvenes de Ronse charlan y toman un chocolate caliente. Pese al nombre de la asociación, tres de ellas están jubiladas: Jeannette, Ginette y Monique. A la cuarta no le cierra la chaqueta a la altura del ombligo. Es Isabelle. Tiene 38 años y le queda un mes para dar a luz.

 Cuenta que "los recién llegados" están obligados a recibir cursos de flamenco para aprender el idioma y poder así acceder a ayudas públicas. Dice que no tienen inconveniente en viajar a Valonia (a solo tres kilómetros) e incluso dice que de vez en cuando va en coche a comprar a un supermercado valón.

 Las demás reconocen que prefieren no comprar allí. "Aquí tenemos de todo así que no necesitamos ir a Valonia. De hecho son ellos los que vienen aquí porque nosotros tenemos más servicios", dice Jeannette (67 años) tras dar un sorbo a su chocolate.

 Las vecinas niegan que el conflicto lingüístico tenga traslación en el plano social. "El separatismo no es un problema en la calle. Es un problema de los políticos. A nosotras nos da igual qué idioma hablar, ya lo ves", dice en francés. 

Durante la conversación repiten hasta 15 veces términos que dejan ver que la frontera entre Flandes y el resto del país, aunque no sea física, es mental. De sentimiento. "Alóctono", para referirse a un valón que viene a Ronse, "extranjero", "recién llegado"... Separarse es una alternativa no exenta de riesgos.

 "La independencia es una opción pero hay que pensar más allá. Si fuéramos independientes ¿Flandes sería tal y como lo conocemos ahora? Más rico, con recursos... y además ¡tendríamos que decidir con quién se va la región de Bruselas!", reflexiona Jeannette. Uno de los mayores problemas es repartirse el pastel de la región de la capital.

 En Nukerke, un pueblo de 800 habitantes en el interior de Flandes, a unos 10 kilómetros de la frontera con Valonia, nadie utiliza el francés en su vida diaria. No hay tiendas ni bares. La vida está hoy concentrada en el local parroquial. 

Celebran el tradicional Sinterklaas (San Nicolás) y los niños del colegio católico hacen allí una fiesta en la que cantan y bailan para sus padres y sus abuelos. "Para nosotros cruzar a Valonia es normal, porque vivimos muy cerca y no tenemos problema en ir al otro lado, pero no solemos ir a comprar allí", explica Steven Wieleman, profesor de gimnasia, que domina perfectamente inglés y francés. 

"Estamos cansados de la lucha política, la mayoría no se quiere separar. Los políticos hacen los problemas más grandes de lo que son", añade. Mientras los asistentes a la celebración dan palmas, los niños siguen bailando, esta vez, una versión del famoso Gangnam Style traducida al neerlandés.

Aunque los ciudadanos están de acuerdo con Wieleman, hay razones que aumentan la distancia y hacen que flamencos y valones estén tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Al otro lado de la frontera, en la ciudad de Lessines (Valonia), Eugène, ingeniero jubilado aficionado a la fotografía, reflexiona sobre las causas que han llevado a Flandes a votar al Nueva Alianza Flamenca (NVA, el centro derecha nacionalista) en las últimas elecciones.

 "Antes Valonia era la parte rica porque tenía la siderurgia y las minas de carbón. Cuando las minas se cerraron, fueron los flamencos quienes se aprovecharon del sistema de ayudas y ahora tienen el poder económico porque se han enriquecido trabajando mucho. El paro está ahora en el lado valón y los flamencos no quieren pagar con su aportación al Estado los subsidios de desempleo de nuestros parados, aunque cuando era al revés nosotros les dimos trabajo".

"Hace 40 años, cuando veíamos a los obreros trabajando un sábado, eran siempre flamencos que habían venido a trabajar", cuenta Philippe.

 Los vecinos reconocen que los valones no dominan el neerlandés y el conflicto lingüístico ligado a las diferencias económicas alimenta la distancia. "Flandes quiere que Bélgica sea una confederación: cada uno a lo suyo y cuando haya que tomar una decisión que afecte a todos nos reunimos puntualmente y la tomamos en común. Ser casi independiente sin independizarse", dice Eugène. "Bélgica es como un divorcio amistoso: por los hijos nos ponemos de acuerdo", concluye Philippe. (...)

El hijo del que habla es la región de Bruselas, donde se encuentra la capital del país. Bruselas incluye los organismos oficiales, los órganos de representación europeos y la sede de la OTAN. Una isla bilingüe rodeada de territorio flamenco que resulta un punto estratégico por ser la capital financiera del país. 

Mayoritariamente se habla francés, pero hay detalles que siempre recuerdan el bilingüismo. Al pedir un billete de metro en una máquina, aunque la pantalla esté en francés, el tique se imprime en ambos idiomas.

En la periferia de la región de Bruselas, hay seis municipios flamencos con facilidades lingüísticas para los francófonos. Uno de ellos es Kraainem, cuyo alcalde no ha sido investido desde octubre por enviar algunas convocatorias electorales en francés en lugar de exclusivamente en neerlandés como exige la normativa. La ciudad es una especie de enorme urbanización de chalets de lujo. En su interior, funcionarios europeos, trabajadores de la OTAN y familias adineradas. 

Arnold d'Oreye, del partido Federalista Demócrata Francófono, gobierna esta ciudad flamenca y, aunque su partido defienda a los francófonos, el Ayuntamiento debe celebrar los plenos en neerlandés, ofrecer los servicios al ciudadano en flamenco y emitir los informes y documentos oficiales completamente en neerlandés. "Ha sido mi pequeña batalla personal", decía reclinado en uno de los sillones del salón de su casa, un chalet decorado con muebles antiguos y cuadros del renacimiento.

Pero el lenguaje le delata y plantear un gobierno en clave de batalla no es lo que los ciudadanos dicen necesitar, aunque le voten. Dos colegios, uno en cada idioma, duplicidad de asociaciones, dos clubes de tenis... todo en paralelo para satisfacer tanto a neerlandófonos como a francófonos. Juntos pero no revueltos. 

"A algunos políticos les viene bien escudarse en el conflicto lingüístico porque así no tienen que ocuparse de los problemas reales de la población", cuenta Bertrand Waucqet, representante de Kraainem Unie, el segundo grupo político que ha aparecido con fuerza en la ciudad y ha obtenido el 20,6% de los votos en las últimas elecciones municipales. 

Kraainem Unie promueve el bilingüismo activo y la convivencia, con el objetivo de centrarse en los problemas reales de la ciudad.
Los esfuerzos de quienes todavía creen en la unión se concretan a pequeña escala, en los detalles de todos los días, porque parece que la pareja entre Flandes y Valonia quiere cada vez más independencia y menos reconciliación.

 "Yo creo que es bueno que siga la región de Bruselas, no para garantizar la unidad de Bélgica sino porque es una zona de contacto de idiomas y de culturas y de esta manera podemos pensar más allá de los problemas locales", dice Bertrand Waucqet. Su compañero, Carel Edwards no es tan optimista: "Bélgica es como unos gemelos siameses, unidos extrañamente por alguna parte, que querrían ir cada uno por su lado pero se ven obligados a caminar así".                  (El País, 17/12/12)

2/1/18

Tabarnia muestra que no debe despreciarse la poderosa idea de las particiones internas como fórmula de respuesta defensiva a la posible separación de un territorio en donde conviven importantes bolsas de partidarios y detractores de la ruptura... como pasó en Bruselas, como podría pasar en Quebec, siguiendo la ley de la Claridad canadiense

"A pesar del tono solemne que algunos de sus protagonistas han intentado imprimirle, el procés se va conformando -con permiso del Brexit- como la gran tragicomedia política europea de los últimos años. 

(...) la resaca post-electoral y los días de fiesta habrían traído un momento de relajación propicio para recuperar el lado medio cómico que ya ha caracterizado la función en otros episodios. 

En ese contexto distendido podría interpretarse la ocurrencia de Tabarnia: una nueva iniciativa de secesión que, reproduciendo los argumentos del adversario, pretende desgajar de la Cataluña más nacionalista y rural al litoral urbano, próspero y mayoritariamente constitucionalista que va de Tarragona a Barcelona ¿Pero se trata solo de un efímero divertimento navideño o es una nueva derivada del conflicto con recorrido por delante? (...)

Pero, más allá de la burla, lo cierto es que la teoría y práctica del secesionismo también muestra que no debe despreciarse la poderosa (y, en su caso, inquietante) idea de las particiones internas como fórmula de respuesta defensiva a la posible separación de un territorio en donde conviven importantes bolsas de partidarios y detractores de la ruptura.


Para esas situaciones, Hans Morgenthau formuló hace mucho tiempo la paradoja A-B-C del nacionalismo según la cual una comunidad “B” que invoque la autodeterminación con respecto a otra “A” (a la que pertenece), no dudará en negársela luego a la “C” (que está en su seno y querría a su vez emanciparse o seguir en “A”). 

La aplicación de esa paradoja a los Balcanes llevó al célebre analista a concluir que en determinados contextos plurales podría no haber ningún límite basado en la razón o la voluntad popular que pueda evitar una lógica infinita de liberación nacional, de modo que ésta solo se interrumpirá a partir de factores tan realistas como el poder de los actores o los intereses exteriores.


En el panorama comparado del independentismo en democracias occidentales no son pocas las Tabarnias que pueden mencionarse. La más citada entre nosotros durante los últimos días remite a Quebec y la alusión indirecta que hace la Ley de la Claridad canadiense a que una provincia que decida embarcarse en un proceso de abandono de la federación no tiene su propia integridad territorial asegurada; sobre todo por lo que respecta a las enormes extensiones habitadas por poblaciones aborígenes o “first nations” pero que también podría extenderse al área metropolitana de Montreal donde los muchos bilingües, anglófonos e inmigrantes tienden a rechazar la idea de una secesión. 

El nacionalismo quebequés siempre ha negado la posible amputación de aquellas zonas que no le acompañasen en el hipotético camino hacia la independencia, pero la combinación entre ese riesgo y la evidencia de que no existe mayoría clara han ido atrasando sine die la propuesta de un nuevo referéndum. Como se ha dicho antes, medir las fuerzas propias y ajenas, y hacerlo con realismo, parece un consejo sabio en el camino a Ítaca.


Otro ejemplo, que recoge de manera aún más nítida los enormes problemas de la autodeterminación en contextos identitarios muy plurales, apunta a la partición de Irlanda, incubada entre 1892 y 1922 y que, como es tristemente sabido, sigue sin estar bien digerida un siglo después. 

Aquí de nuevo se constata que si es la voluntad democrática la que determina la separación de una parte del Estado, resulta muy difícil no aceptar que esa misma lógica se aplique al nuevo Estado. Pero, además, Irlanda ilustra bien que solo desde una óptica puramente nacionalista se puede predeterminar quién conforma la comunidad política soberana. 

E incluso en el caso de que expresamente se desee atribuir esa decisión a la ciudadanía (o, al menos, dar una apariencia de ello) siempre será arbitrario el criterio sobre el que fundar la expresión de la voluntad. En este caso: ¿debía hacerlo todo el Reino Unido, la isla en su conjunto, cada una de sus cuatro provincias históricas, sus 32 condados, o sus cientos de municipios? Acudan de nuevo a Morgenthau para saber la respuesta.


El tercer caso que merece la pena mencionar es el de Bruselas; un curioso referente si se considera el protagonismo reciente de la capital belga en la crisis catalana. Si la división de Quebec sirve como una amenaza nebulosa que aconseja aplazar un nuevo proceso soberanista para el que no existen “winning conditions” realistas y si el Ulster vale como recordatorio de las fracturas y controversias infinitas que pueden acompañar la independencia cuando la sociedad está tan dividida (incluso si se tiene éxito parcial en la empresa de crear un nuevo Estado), Bruselas es una Tabarnia todavía más turbadora para el nacionalismo catalán. 

Al fin y al cabo, Quebec no se ha independizado pero sigue íntegra mientras que Irlanda se rompió en dos pero al menos una parte se constituyó en República.


Bruselas, en cambio, era hasta hace pocas décadas parte integrante de Flandes. La zona más urbana, rica, progresista, conectada al mundo y bilingüe (aunque con mayoría francófona) de la región histórica. 

Hace ahora cincuenta años, cuando el nacionalismo flamenco irrumpió con fuerza denunciando el maltrato económico al que le sometía Bélgica y reclamando el neerlandés como única lengua o un amplísimo autogobierno que estaría condenado a adaptarse a las preferencias ideológicas del Flandes tradicional, la capital pudo desgajarse y constituirse en región aparte. 

Ni siquiera una inminente secesión, sino el auge de un nacionalismo conservador y uniforme movilizó a los bruselenses. Hoy, pese a los atascos y los problemas de la capital, se muestran orgullosos de su identidad propia y apenas un 15% se considera flamenco. 

La ironía es que, como Flandes sí que sigue considerando a Bruselas como propia (hasta el punto surrealista de haberla elegido como sede de sus instituciones), la región-capital constituye el antídoto más eficaz contra la ruptura de Bélgica.


Y ahí volvemos a Tabarnia. A esa humorada que hace a la mayoría de los urbanitas catalanes constatar –gustándose por ello como no lo hacían desde hace tiempo- que viven en un espacio más cosmopolita, productivo, de izquierdas, europeísta y plural que el de las comarcas de interior. 

Puede que la idea no tenga recorrido político pero sí sirve para constatar el cansancio de los no independentistas tras cinco años de procés

Y, más allá de evitar nuevas escenas de tractores por la Diagonal o de alcaldes con varas por el Parlament (que sus promotores sabrán juzgar a partir de ahora como totalmente contraproducentes), coloca en la agenda de cualquier posible solución al conflicto catalán que gran parte de la Barcelona metropolitana tiene sus demandas: una ley electoral más justa, mejor aceptación de las identidades cruzadas, un espacio público más bilingüe o la garantía de que no corre peligro la conexión de Cataluña con el mundo globalizado. 

Tabarnia es, en fin, el molesto recordatorio de que quien hoy vota a los partidos constitucionalistas no tiene por qué ser, ni mucho menos, defensor del status quo sino un nuevo protagonista en el escenario de esta larga función. También quiere profundos cambios en Cataluña pero no precisamente los que había previsto el soberanismo."                (Ignacio Molina, Profesor de Ciencia Política de la Autónoma madrileña, Agenda Pública, 28/12/17)

15/12/17

Queridos amigos catalanes, ¿sabéis que desfiláis bajo la bandera de las Waffen SS flamencas y sus colaboradores de la Segunda Guerra Mundial?

 La bandera del flamenquismo de extrema derecha: sobre fiondo amarillo, león erguido mostrando lengua y garras negras. REUTERS)

“Queridos amigos catalanes, ¿sabéis que desfiláis bajo la bandera de las Waffen SS flamencas y sus colaboradores de la Segunda Guerra Mundial? El león de garras negras. ¿Conocéis a vuestros aliados?”.

Esta alerta de Eddy en Twitter quizá provoque alguna reflexión a la honesta gente indepe, de buena fe. Viene a cuento de la pancarta “Catalans, som el mateix poble!” exhibida por una muy relevante y nutrida delegación ultra flamenca el pasado jueves día 7 bajo el arco del Cincuentenario en Bruselas, durante la masiva manifa encabezada por Carles Puigdemont.

La pancarta reproducía la bandera del flamenquismo radical: sobre fondo amarillo, agresivo león erguido mostrando lengua y garras de color negro, a diferencia de la bandera oficial flamenca, en la que aparecen rojas.

Este flamenquismo se divide en dos ramas. Una es la Alianza Neoflamenca o NVA, el partido ultraconservador (actualmente el más votado en Bélgica), de signo xenófobo: partidario de imponer el neerlandés como única lengua de relación con la Administración y de condicionar el acceso a las viviendas protegidas al conocimiento del idioma. 

Fue fundado en 2001 como rama escindida del Volksunie. Disfraza su ultraderechismo con el apoyo al matrimonio gay, las energías renovables y el transporte público.

El otro es todavía peor, el Vlaams Belang (Interés Flamenco), la refundación del Vlaams Blok (también heredero del Volksunie), que en 2004 fue prohibido por los jueces dada su homofobia, racismo y xenofobia. Es el parafascismo separatista.

La raíz de este flamenquismo ultra y del Volksunie es la Unión Nacional Flamenca (Vlaams Nationaal Verbond), fundada en 1933 por Stefan de Clercq, “el Líder”, pariente pronazi del rexismo valón de Léon Degrelle.

Este movimiento buscaba la independencia y posterior unificación de Flandes con Holanda bajo los auspicios del III Reich; colaboró con las fuerzas de ocupación nacionalsocialistas; envió una unidad militar (10.000 soldados) semejante a la División Azul para ayudar a Adolf Hitler; y contribuyó eficazmente al pogrom judío de Amberes en abril de 1941, al Holocausto.
Usaba el león erguido con garras negras, sobre fondo amarillo."         (Xavier Vidal-Floch, El País, 11/12/17)

29/9/15

Los nacionalistas flamencos, que desean un modelo confederal y pretenden repartirlo todo, sin embargo no reclaman la caja de las pensiones... ¿por qué será?

"(...) Sorprende, por ejemplo, la frivolidad con la que los líderes de Junts pel Sí afirman que no solo se podrían mantener las actuales pensiones tras la independencia, sino que habrían «más y mejores» prestaciones. Romper la caja única de la Seguridad Social es de una extraordinaria complejidad, incluso en el mejor escenario imaginable. 

El caso belga es ilustrativo. Las discusiones sobre la segregación del sistema de Seguridad Social entre valones y flamencos, después de muchos estudios, han acabado en un mutuo convencimiento sobre la dificultad de abordar un proceso que exigiría años de preparación y que implicaría costes de transición significativos para las dos comunidades. 

Los nacionalistas flamencos, que desean un modelo confederal y pretenden repartirlo todo, sin embargo no reclaman la caja de las pensiones. Para Catalunya lo razonable es pensar que los costes económicos de la separación, incluso aunque fuera acordada, conducirían a un empeoramiento de las pensiones. 

Y si viviremos una secesión a las bravas, la incertidumbre y la inseguridad jurídica podrían extenderse muchos años. Sencillamente, el sistema de pensiones quebraría. Puede que a algunos lo de la independencia les parezca un video juego divertido y estimulante, pero créanme, es un juego muy serio."           (Joaquim Coll, El Periódico, 18/09/2015)

11/8/15

La independencia de Cataluña no se producirá por la misma razón que la de Flandes, los costes del divorcio.

"La posibilidad de que Cataluña se independice ha pasado de ser una comida gratis (manifestarse por la independencia puede que no tenga coste alguno) a una cuestión respecto de la que no se sabe si alguien saldría ganando, al margen de los políticos regionales.
 
De todo lo que he leído en la prensa en las últimas semanas he sacado una conclusión añadida a las que había alcanzado antes del comienzo de la campaña electoral. Y es esta que, aunque, a largo plazo, una Cataluña independiente sería un Estado viable, separar a Cataluña de España es una tarea de extraordinaria dificultad si no imposible.  

Cuando se mira a los “comparables” (procesos de secesión o escisión que no se hayan producido inmediatamente después de unos hechos traumáticos como una guerra o un cambio de régimen político que es lo que ocurrió en los países del centro y este de Europa) se comprueba que, probablemente, los procesos de secesión (Quebec, Escocia) o de división (Bélgica) no han culminado porque los costes de la separación son elevadísimos y lo son porque las economías y las sociedades del tronco y de la extremidad que pretende separarse están extraordinariamente entrelazadas. (...)

 Pues bien, esos artículos sobre los efectos económicos de la independencia me conducen a pensar que hay pocas regiones en el mundo cuya Sociedad y Economía estén tan vinculadas entre sí como la catalana y la española en su conjunto.  (...)

Las empresas catalanas tienen España como su mercado natural (aunque se haya avanzado mucho en la construcción de un mercado interior europeo) y su dimensión y estructura se corresponden con ese pre-juicio y las empresas españolas que no tienen su sede central en Cataluña incluyen a Cataluña como una parte más del mercado español. Cataluña es el “cluster” de sectores industriales españoles (farmacia, editorial y muchos productos de consumo). (...)

 La red de fibra óptica y, en general, de telecomunicaciones es propiedad de Telefonica. Los gasoductos que pasan por territorio catalán, de Enagas y la red eléctrica de alta tensión, de REE. No es ya que se convirtieran en empresas “extranjeras” sino que se trataría de empresas “reguladas” por un Estado extranjero. 

Por no hablar de las centrales nucleares. No quiero decir que sea imposible deshacer los lazos o, mejor, reenlazar todas estas infraestructuras con las nuevas fronteras del Estado catalán. Digo que sería costosísimo hacerlo sin contar, ni siquiera, con que haya expropiaciones que elevarían exponencialmente dichos costes. 

Si de las “cosas” pasamos a las personas, el coste de la independencia catalana – repito, el coste de la separación – es todavía mayor. ¿Podría España considerar que los residentes en Cataluña perderían la nacionalidad española? La respuesta no es obvia. Puede ser deseable para España, mantener la nacionalidad española para todos. Pero plantearía problemas muy serios. 
Uno no baladí es el de que esos españoles en Cataluña tendrían derecho a votar en las elecciones generales en España y siendo tan elevado el número de españoles “residentes en el extranjero”, las elecciones en España podrían venir decididas por lo que votaran quienes han elegido no ser parte de España. 
Muy raro. ¿Es imaginable que varios millones de catalanes cambien su residencia y abandonen Cataluña en caso de independencia? Puede ser. No es probable que sean millones pero sí unos cientos de miles. ¿qué pasaría con el precio de las viviendas en Cataluña?
Los residentes en Cataluña que cobran pensiones de la Seguridad Social podrán estar más o menos entusiasmados con el nuevo Estado pero pretenderán seguir cobrando sus pensiones de la Seguridad Social española aunque solo sea porque “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. 
Arreglar sólo esta cuestión (¿garantía española y pago por la SS catalana?) obliga a olvidarnos de la posibilidad misma de una separación unilateral y por las bravas por parte de los políticos catalanes. Simplemente, no podrían hacer la transición sin dejar de pagar a muchos de sus pensionistas. 

Los residentes en Cataluña están familiarmente relacionados con el resto de España mucho más que con cualquier otro país del mundo. Aunque no tengo datos, probablemente más que otras regiones españolas con el resto como consecuencia de la inmigración andaluza sobre todo, pero también gallega, aragonesa y castellana de los años sesenta. (...)  ¿Qué coste tendrá la independencia al respecto?
Muchos de los funcionarios que sirven en Cataluña son de otras regiones. Desde la Universidad a la judicatura pasando por la Administración del Estado por no hablar del Ejército. Puedo imaginar que muchos de ellos pedirán al Estado español que los “repatríen” en caso de independencia y, en todo caso, querrán conservar su puesto en el cuerpo nacional al que pertenecen. 
Y, obsérvese, que España no tiene que hacer nada para mantener el statu quo de los “activos” y de los catalanes en España. Desde las autorizaciones administrativas a las ayudas públicas. Ni siquiera tendría que dar permisos de residencia o de trabajo a los catalanes que quieran vivir o trabajar en cualquier otro punto de España si los catalanes conservan la nacionalidad española. 
Pero Cataluña tendría que hacerlo con todos los activos de las empresas constituidas en cualquier Registro Mercantil situado fuera de Cataluña. Las “buenas maneras” al respecto (respetando absolutamente la “legalidad española”) se acabarán cuando el Gobierno de Cataluña quiera cobrar el impuesto de sociedades a todas estas compañías que tienen actividad en Cataluña pero su sede en otros puntos de España y el Gobierno de España pretenda seguir cobrando el impuesto de sociedades como hasta la independencia. 
Si lo del País Vasco y Navarra es un follón (y son, en conjunto, 2 millones y pico), imagínense lo que sería hacerlo con Cataluña mediante una negociación a cara de perro o, aún peor, unilateralmente por parte del Estado catalán. Por no hablar de que las ventas de empresas catalanas en España y viceversa dejarían de ser ventas interiores para convertirse en exportaciones o importaciones.
¿Qué se deduce de todo lo anterior? Que el sentimiento independentista tiene que ser tremendamente fuerte para que compense tamaños inconvenientes. Para que la independencia aumente el bienestar, habrá que comparar los beneficios que obtienen los independentistas (en su autoestima o en su felicidad por vivir ahora en un Estado catalán) y todos los residentes en Cataluña (si el Estado catalán es más eficiente que el autonómico español) con los costes que impone a los catalanes (si el Estado catalán es menos eficiente que el autonómico español); a los catalanes no independentistas (en forma de infelicidad por vivir en un Estado independiente de España) y al resto de los españoles en forma de “infelicidad” por la separación y en forma de pérdidas económicas por la reducción del mercado interior, el efecto frontera etc. 
Pues bien, si hacemos esa comparación, hay que atribuir un valor muy, muy alto al aumento de felicidad de los independentistas catalanes para que el saldo neto sea positivo. 
No solo porque hay que descontar fuertemente las posibilidades de que el Estado catalán sea mucho más eficiente que el autonómico español (los gestores son los mismos y las políticas aplicadas por el Gobierno catalán en estos treinta años no han sido mejores que las españolas, en media) o porque los costes para la economía española sean también muy elevados sino también porque los costes del divorcio o de la liquidación, como tantas veces ocurre en los concursos empresariales, se puede “comer” la totalidad de los activos de la empresa.
 Este tipo de razonamiento es el que justifica que se exijan mayorías muy claras a favor de la independencia para reconocer a los nuevos Estados.
¿Por qué Flandes no es un Estado independiente? Lleva 30 años separándose de Valonia y podría forzar la desaparición de Bélgica si quisiera. Bélgica es un Estado mucho más artificial que España (sólo tiene 180 años) y los lazos entre las dos comunidades mucho menos intensos que los que tiene Cataluña con el resto de España, sin contar con que los valones se sienten muy próximos a Francia y los flamencos – aunque menos – a Holanda. 
Pero los números no les deben de salir a los flamencos, incluso aunque atribuyan – que lo hacen – un elevadísimo valor a su sentimiento nacionalista (el estatuto de Bruselas no es una cuestión menor). 
¿Por qué los catalanes habrían de ser menos sensatos? España no es la Yugoslavia de Milosevic y los catalanes tienen acceso a toda la información necesaria y saben que los políticos catalanes son tan (o tan poco) corruptos, ineptos y oportunistas como los del resto de España. 
Naturalmente, podemos equivocarnos porque, como dicen los juristas, las decisiones democráticas, como las contractuales, no se someten a un control de razonabilidad (stat pro ratione, voluntas)"                   ( , Almacén de Derecho, 19/11/2012)