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22/6/23

"En Euskadi, hubo una realidad de exterminio. No sé qué hay que reconciliar"... A ver, yo sí entiendo y respeto la idea de reconciliación, aunque no sé muy bien qué hay que reconciliar si lo que hubo aquí fue una parte de la sociedad vasca que decidió que otra parte de la sociedad vasca no encajaba en su proyecto político independentista... En el País Vasco, lo que hubo fue una realidad de exterminio, en todas sus variedades, expulsándolos de tus fronteras, enmudeciéndolos o asesinándolos. Esas tres formas de exterminio fueron las que practicó ETA y amparó la izquierda abertzale. Muchísima gente enmudeció aterrorizada, muchos fueron expulsados, tuvieron que irse, y muchos fueron asesinados. No sé muy bien qué hay que reconciliar ahí... yo lo que digo es, "oye, que ya está bien, hemos convivido con vosotros cuando nos amenazabais, qué más queréis que hagamos, que nos abracemos…". No, mire, esto ya es una exageración: la convivencia cívica es esto, que nadie sea amenazado, que nadie sea asesinado, aunque discrepemos políticamente. Más que eso, no sé qué podemos hacer

 "Hace 20 años, un domingo de diciembre, al salir de una manifestación, Imanol Zubero se preguntó cómo sería el día después, cuando todo se acabase. En la pregunta, quizás estaba ya impregnado el escepticismo o la sospecha de que aquella unidad no duraría y, sobre todo, la incertidumbre sobre cómo se tendría que construirse una sociedad acostumbrada al miedo, al terror. Cómo pasar del tiro en la nuca y de los chivatos en el piso de al lado a la normalidad de poder discutir de ideas políticas en el mercado o en el bar. Imanol Zubero Beaskoetxea (Bilbao, junio de 1961) contempla esa desazón con el padecimiento personal de quien estuvo 12 años amenazado por ETA y la distancia profesional de un doctor en Sociología. 

Fue uno de los promotores de Gesto por la Paz y solo ha estado en política en una ocasión, en una de esas ofensivas finales de ETA en las que machaba las Casas del Pueblo a bombas. En marzo de 2008, ETA asesinó a un concejal socialista, Isaías Carrasco, cuando salió de su casa en Modragón, camino a su trabajo de cobrador en la autopista AP1, y Zubero aceptó, como gesto de apoyo, que el PSOE le incluyera en las listas del Senado como independiente por Vizcaya. Salió elegido, “un accidente electoral”, dice bromeando, y ahí se agotó la experiencia: “No sirvo para la disciplina política, por eso me expedientaron varias veces”. 

PREGUNTA. He llegado hasta usted por un artículo de prensa de hace 20 años en el que, tras una pancarta, "ETA kanpora" (ETA, fuera), se preguntó qué quedaría de esa unidad cuando ETA desapareciera. Y expresaba un deseo: “Que lo que ETA ha unido, que no lo separe nadie”. ¿Tiene respuestas hoy o alberga más dudas incluso que entonces?

 RESPUESTA. Lo que sé hoy es que contra ETA, los demócratas vivíamos mejor, en el sentido de que nos llevábamos mejor. Cuando todo el mundo se sentía amenazado, cuando se defiende la vida frente a la muerte, había líneas rojas de la disputa política que no se traspasaban, la solidaridad era cierta, no impostada, y eso ha desaparecido. Cuando se recuerdan aquellos años, los enfrentamientos políticos de hoy son muy tristes. La pregunta, por tanto, ya está contestada. 

Cuando Rajoy acusó a Zapatero de haber traicionado a los muertos y en el PSOE le decían que el PP estaba deseando que volviera ETA, significó pasar una frontera que nunca se debía haber pasado. Si tengo que contestar hoy a aquella pregunta, mi respuesta es que el terrorismo, y hasta el recuerdo de lo que pasó, se ha convertido en un arma política arrojadiza. Estamos en una especie de proceso sumarísimo global en el que se llega a que unas víctimas de ETA les digan traidoras a otras víctimas de ETA. Es terrible, una brutalidad. Y no tengo ninguna esperanza de que el terrorismo deje de ser objeto de confrontación política. 

P. También hace 20 años, nos hacíamos una pregunta que todavía no se ha contestado: ¿cómo tiene que ser la reconciliación en la sociedad vasca? Ni siquiera estamos seguros de que la palabra sea reconciliación, porque, como dice mi compañero Ignacio Varela, en el País Vasco no hubo una guerra civil. Quizá convivencia, pero ¿cómo?

R. A ver, yo sí entiendo y respeto la idea de reconciliación, aunque no sé muy bien qué hay que reconciliar si lo que hubo aquí fue una parte de la sociedad vasca que decidió que otra parte de la sociedad vasca no encajaba en su proyecto político independentista. Eso incluye también a la sociedad española. La cuestión es que determinó que era una parte sobrante de la sociedad y, por tanto, exterminable. En el País Vasco, lo que hubo fue una realidad de exterminio, en todas sus variedades, expulsándolos de tus fronteras, enmudeciéndolos o asesinándolos. Esas tres formas de exterminio fueron las que practicó ETA y amparó la izquierda abertzale. Muchísima gente enmudeció aterrorizada, muchos fueron expulsados, tuvieron que irse, y muchos fueron asesinados. No sé muy bien qué hay que reconciliar ahí. Es más, Euskadi nunca ha sido el Ulster; aquí no había dos comunidades enfrentadas. Cuando ETA asesinaba, ya existía una convivencia cívica de la sociedad vasca, bien es cierto que muy pervertida, porque la sociedad aterrorizada hacía un esfuerzo por convivir.

P. Entonces, ¿en qué debe consistir el siguiente paso, a partir de que ETA deja de asesinar?

R. Ya le digo que lo de la reconciliación no sé muy bien en qué consiste… La izquierda abertzale dice eso de que tenemos que conseguir la auténtica convivencia, yo lo que digo es, "oye, que ya está bien, hemos convivido con vosotros cuando nos amenazabais, qué más queréis que hagamos, que nos abracemos…". No, mire, esto ya es una exageración: la convivencia cívica es esto, que nadie sea amenazado, que nadie sea asesinado, aunque discrepemos políticamente. Más que eso, no sé qué podemos hacer.

P. ¿Usted entiende la estrategia de pactos y de acercamiento a Bildu del presidente Pedro Sánchez?

R. Yo entiendo esa estrategia en términos políticos y electorales. Además, es un debate viejísimo: cuando existía ETA, también nos planteábamos constantemente qué hacer con Herri Batasuna o Euskal Herritarok. Y tampoco es algo exclusivo de España, también se plantea en Europa con grupos radicales que cuestionan los derechos y, sin embargo, están en las instituciones porque los votan los ciudadanos, qué hacemos, los aislamos, los ignoramos… Y en todo caso, lo de aislarlos o ignorarlos siempre será relativo, porque es una fuerza política que ya está ahí. Yo creo que Pedro Sánchez piensa en las políticas socialistas, que son políticas democráticas, y busca apoyos donde los tiene. Lo que podremos entender es que no renuncie a ese apoyo para fortalecer a quienes le hacen oposición. ¿Aceptaría el PP que un número igual al de los diputados de Bildu se abstuviera en cada votación para que el Gobierno sacara adelante sus políticas? Parecería un juego infantil…

 P. Hombre, hay un punto medio, pactar con Bildu siempre que no afecte a políticas de los presos etarras ni del pasado etarra, o que no se quiera decir nada para no ofenderlos, como ha ocurrido en esta polémica de asesinos en listas electorales. Pactar con líneas rojas muy claras.

R. Si mira usted hacia atrás, verá que la polémica surge cuando nos alertan las víctimas del terrorismo, gracias a su vigilancia permanente, porque el debate era otro, otros temas. En realidad, incluso, podemos decir que nuestra capacidad de atención hacia el pasado terrorista de este país está bastante desactivada. Y cuando la polémica salta a los medios de comunicación, e insisto de nuevo en que tenemos que estar agradecidos a las víctimas, no creo que nadie haya dicho que estaba bien que Bildu pusiera a condenados de ETA en sus listas. Lo importante es el resultado final, que las personas con delitos de sangre se hayan visto forzadas a renunciar, cuando salgan elegidas. Me quedo con que la democracia ha triunfado y la democracia ética, también. Quiero detenerme en eso, me interesa más que el análisis sobre quién lo ha hecho mejor o peor desde su posición política. Yo quiero centrarme en Bildu y hacerles ver que ahora están exigiendo lo mismo que ellos amenazaban, aterrorizaban y asesinaban. En vez de deslegitimarnos nosotros, pongamos el foco en Bildu.

P. No sé si le entiendo con eso de que Bildu hace ahora lo mismo que hacían las fuerzas democráticas frente a ETA…

R. Otegi decía el otro día que son víctimas de una campaña para impedirles hacer política. En ese momento es cuando hay que decirles, pues eso mismo es lo que pedíamos nosotros y la respuesta era el asesinato. Me parece terrible y tendríamos que centrarnos en hacérselo ver. Qué mayor deslegitimación del terrorismo podemos encontrar que en esto que ha pasado. Esta debería ser la demostración para ellos de que ETA nunca debió existir. Los asesinados por ETA lo que reclamaban es lo que Bildu pide ahora, libertad para hacer política. Eso es terrible.

P. ¿Usted cree que podemos esperar que Bildu diga una vez eso, que ETA nunca debió existir? ¿Ha cambiado realmente la izquierda abertzale?

R. Para afirmar que ha cambiado, no hay más que fijarse en lo que ya no hay. El cambio objetivo es evidente. Ahora bien, que lleguen a decir que ETA nunca debió existir es otra cosa. Pero no podemos dejar de reclamarlo: desde el primer asesinato del guardia civil José Antonio Pardines, ETA fue un horror y nunca debió existir. Desde el minuto uno. ¿Lo van a decir? Pues no creo, aunque igual llega el momento. Tampoco me esperaba que retirasen a los candidatos con delitos de sangre, porque el sector más duro no creo que lo tolere. En Sortu, lo ocurrido les parecerá una traición, una bajada de pantalones, porque para ellos son héroes. 

 P. En fin, que usted no piensa que los pactos del PSOE estén blanqueando a Bildu…

R. Lo que pienso es que hay que ser especialmente escrupulosos con esto, que los pactos sean todos con luz y taquígrafos, y que hay que analizarlos uno a uno, porque si son pactos democráticos, son legítimos. No son esos pactos del PSOE los que blanquean a Bildu, sino las polémicas en las que se les atribuye el mérito de ser más listos que nadie y de estar ganando. Ellos son los representantes del fracaso histórico de la izquierda abertzale, porque apostaron por el asesinato en vez de por la democracia. Y los blanqueamos, aunque no me gusta esa expresión, cuando decimos que todo lo que hacen es un éxito. No les digamos más que triunfaban cuando ETA asesinaba y que han seguido triunfando después, no les demos ese protagonismo. Porque no es verdad, no han dejado más que dolor y daño y es la democracia la que se impone siempre.

P. La renuncia de los terroristas a estar en los ayuntamientos hay quien lo interpreta como una jugada estratégica de Bildu para acaparar más electorado del PNV.

R. Es evidente que el objetivo de Bildu es sustituir al PNV, eso está en su raíz histórica de izquierda abertzale, pero su ambición no es atraer al electorado del PNV sino al electorado nuevo que se incorpora a las urnas, sin memoria del pasado reciente. El caladero de votos que busca Bildu es el que, en su día, votó a Podemos y fue la primera fuerza política en Euskadi en unas elecciones generales, incluso en Bilbao. Por eso, cada vez refuerzan más el perfil de medidas sociales, que es el trabajo que hacen en el Congreso de los Diputados. Por eso le digo que, desde mi punto de vista, ha sido un error de Bildu, una banalización del daño que han causado, porque pensaban que ya podían hacer cualquier cosa, que se había pasado página. Y no esperaban esta reacción contraria de la sociedad. Ahora están en medidas sociales y han dejado a un lado el discurso nacionalista, hasta que lo tengan que sacar otra vez.

P. Pues pensar que sea mayoritaria una Bildu así, que se camufla con medidas sociales pero sigue considerando héroes a los asesinos, es un panorama aterrador.

R. Hombre, aterrador… Moralmente es desasosegante, desde luego, pero es el monstruo al que debemos mirar a los ojos, es el abismo que se ha construido en esta sociedad. Pero al margen de eso, y nunca debemos desatender la consideración moral, en el único aspecto en el que yo veo un riesgo serio para la convivencia en Euskadi en el futuro es en la gestión del idioma, del euskera. Ahí es donde veo yo un peligro importante de aceptación de la diversidad creciente de esta sociedad, que cada vez se ahonde más en esa idea de que el idioma es la esencia de un pueblo. La mayoría de la gente en Euskadi tiene como idioma el castellano, incluyendo familias vascas de muchas generaciones. En todo lo demás, como el sueño independentista, sinceramente no veo que pueda prosperar. Ni Euskadi tiene escala para ser independiente ni el nacionalismo responde a ese delirio, porque cuanto más se aprieta la identidad nacional, menos gente hay, como se vio en Lizarra con Ibarretxe.

P. Dígame una cosa, como sociólogo: ¿qué pasa en la sociedad vasca para que haya un porcentaje tan alto de gente que apoyaba a ETA cuando mataba y ahora la sigue ensalzando?

R.No creo que haya una antropología vasca y una moral vasca distintas a las que son genéricas del ser humano. En otras circunstancias históricas, como el nazismo o el franquismo, se reproducen comportamientos así, de gente que calla, que mira hacia otra parte, que colabora… Piense en algo distinto, que no tiene nada que ver con lo que estamos hablando: una playa en España en la que se ven los cadáveres de algunos inmigrantes al lado de gente que está tomando el sol. Yo recuerdo muchas concentraciones de protesta, a lo mejor después de un asesinato, en las que estábamos 20 personas con una pancarta y por delante de nosotros pasaban miles que ni siquiera nos miraban. Eso es terrible. La primera vez que salimos en mi pueblo con Gesto por la Paz, éramos dos personas. O se ponía un grupo numeroso enfrente de vecinas y vecinos, que luego nos íbamos a encontrar por la calle, que nos insultaban. Y si alguien hubiera dado la orden de ir a por nosotros, nos hubieran machacado. Ese fenómeno evidente de inmoralidad tiene que ver con el fanatismo. ¿Se hubiera dado el mismo porcentaje en otras sociedades que hubieran vivido lo mismo? No lo sé, no lo sé… En todo caso, lo que demuestra la inmoralidad de ahora, cuando ya no está ETA, es que la sociedad vasca ha salido profundamente dañada del terrorismo.

P. Acabo con otra de las preguntas que se hacía hace 20 años: ¿cómo convivir con las víctimas, con el dolor, con el sufrimiento? Decía usted entonces que las víctimas de ETA tienen que ser incómodas.

R. Sí, sí, claro. La función fundamental de las víctimas no es decir qué hay que hacer o no en política o en economía; la misión principal de las víctimas de ETA es ser incómodas, porque deben recordarnos siempre que en esta sociedad hay una enorme grieta. Nos tienen que recordar, no solo el pasado, sino el futuro, porque esa es la historia de Euskadi, la que ellos representan, la de gente que estaba de sobra. Y cada vez que se hacen políticas, tienen que recordar que podemos volver a caer en eso. La sociedad vasca puede llegar a ser muy autocomplaciente, porque tiene las mejores ratios en muchas materias, pero también tiene víctimas. Y eso deben recordarlo permanentemente, que en nombre de Euskal Herria a ellos los convirtieron en víctimas. Consuelo Ordóñez, presidenta de Covite, el colectivo de víctimas del terrorismo, me parece un ejemplo, la admiro, capaz de criticar a unos y a otros, a todos, pero siempre incómoda porque nos recuerda el dolor y la dignidad. Si una víctima no es incómoda es una víctima domesticada.

P. En estos años, se da la paradoja de que existe una producción literaria y audiovisual como nunca sobre la barbarie etarra y, sin embargo, el temor es justo el contrario, que se está olvidando lo ocurrido.

R. Es cierto, hay muchísimas publicaciones, como nunca, pero todo esto es narrativa y es historia, y no siempre tiene que ver con la memoria. La memoria tiene que ser una memoria vivida y la historia es como una memoria externalizada. Existe una disonancia real entre la abundante narrativa sobre ETA y la memoria sobre ETA, que se está perdiendo. Y, de hecho, no sé si es posible enmendarlo. Hay una memoria que se vive como espectáculo y otra que funciona como espejo; esta segunda es la importante, en la que nos vemos reflejados. Una vez más: por eso es tan importante el papel de las víctimas de ETA, para que nos incomoden con la memoria de lo que sufrieron. Sería bueno, incluso, que cada vez más nos detuviésemos en el detalle de cada víctima de ETA, de cómo se llamaba, de cuál era su familia, de cómo lo mataron…"                 (Javier Caraballo, El Confidencial, 18/05/23)

30/11/21

ETA ha sido la banda terrorista que ha durado más tiempo, la más letal y destructiva, la que más víctimas mortales y heridos ha ocasionado, también la que mayor número de secuestros llevó a cabo y la que más daño económico ha hecho al país. Además, “ha sido la única que ha contado con un entorno que le daba cobertura social y política”, y fue la clave en la génesis y el desarrollo de otras bandas terroristas, así como la némesis contra la que actuó otro tipo de terrorismo de signo contrario: el parapolicial y el de la extrema derecha violenta

Asesinato de Juan Atarés Peña en Pamplona 23 de diciembre de 1985. Fuente: José Luis Larrión. Diario de Navarra.

 "Para el historiador español Gaizka Fernández Soldevilla, historiográficamente, aunque no sólo, lo más correcto a la hora de hablar de terrorismo es usar esa palabra cuando uno se refiere al “tipo de violencia que busca un efecto psicológico político y simbólico superior al de los daños materiales y humanos directamente producidos por sus atentados”. Como dirían los terroristas radicales de izquierdas italianos de las Brigadas Rojas, el terrorista golpea a una víctima para asustar a cien.

 Fernández Soldevilla es el autor de un libro perteneciente a la colección ‘La Historia de…’, dirigida por Ricardo García Cárcel para la editorial Cátedra, aparecido en 2021, una obra imprescindible para conocer la actividad terrorista en España: El terrorismo en España: de ETA al Dáesh.

El fin justifica los medios

El objeto del pormenorizado y a la vez sintético estudio al que se dedican las páginas del libro son las bandas terroristas. Es decir, aquellas “organizaciones de pequeño tamaño que carecen de control sobre un territorio y que emplean los atentados terroristas como principal estrategia para conseguir sus objetivos”; organizaciones que se diferencian de las guerrillas en que sus integrantes no van uniformados ni dominan determinadas zonas en las que el Estado esté ausente. Lo que es común a todos los grupos terroristas, a los terroristas modernos, que no comparten ideología alguna, es que tienen el mismo método y el mismo principio elemental: el fin justifica los medios.

 Respaldado por el conocimiento histórico, el libro de Fernández Soldevilla (quien documenta toda la bibliografía que le ha permitido pergeñar este clarísimo y comprensible estado de la cuestión) se apoya por supuesto en las cifras constatadas y reconocidas y admitidas, pero no es solamente un libro de cifras, es muchísimo más que un libro de cifras, datos y análisis: es, además, un libro de “biografías con nombres y apellidos”, las biografías, los nombres y los apellidos de (una representación reducida pero solvente) de los seres humanos asesinados por terroristas: Begoña Urroz, José Antonio Pardines, Javier de Ybarra y Vergé, Enrique Casas, Gregorio Ordóñez, Emilia Aldomà Sans, Enrique Valdevira Ibáñez, Adolfo Cotelo, Idoia Rodríguez Buján… Porque El terrorismo en España es de alguna manera también un libro sobre las víctimas del terrorismo.

Resulta excelente el recorrido histórico que podemos leer en el volumen a lo largo y ancho del doloroso trayecto de las actividades terroristas y su influencia en la realidad social y política española, y en la obra es habitual que el análisis del pasado bombardeado por la crudeza cruel de los violentos se explique con irreprochables demostraciones de la comprensión de cuanto ha ocurrido propia de los historiadores, como esta:

"La violencia política no fue, como se ha llegado a insinuar, producto de la Transición sino de quienes pretendían abortarla: terroristas y golpistas".

Conclusiones

Considero absolutamente necesario prestar atención a las conclusiones a las que llega Fernández Soldevilla en El terrorismo en España

Primera. Las bandas terroristas que ejercieron su actividad durante los 60 años que transcurren desde 1960 hasta 2020 “comparten algunos rasgos esenciales: uno, su clandestinidad, su reducido tamaño y su carencia de un territorio propio; dos, una radicalización fanática e incivil; tres, un imaginario épico y un discurso del odio; cuatro, el uso de la violencia terrorista como principal método de acción; y cinco, la idea de que las víctimas son un precio necesario. En definitiva, para los terroristas el fin justifica los medios sangrientos”.

Segunda. Para Fernández Soldevilla, “la razón última por la que algunos individuos se convierten en terroristas es sencilla: porque deciden hacerlo. Hay un hecho que avala dicha teoría: pese a soportar idénticas condiciones, tener los mismos modelos internacionales y estar condicionados por similares parámetros ideológicos, la mayoría de las personas no optaron por la violencia”. Se trata de lo que ha dado en ser llamado el paradigma de la elección deliberada. Los terroristas son responsables de sus propios crímenes e “independientemente de las circunstancias, hacen uso de su libre albedrío”.

Tercera. La tercera oleada de terrorismo, a la que pertenecen ETA, GRAPO y tantas otras organizaciones terroristas, “fue un fenómeno universal”, pero ninguno de esos grupos nacionalistas o de extrema izquierda nacieron para derrocar a la dictadura franquista; antes bien, la mayoría de sus acciones violentas tuvieron lugar durante la democracia: “su antifranquismo fue accidental”, lo que hicieron fue oponerse frontalmente al proceso democratizador llevado a cabo durante la Transición.

Cuarta. Cuando tienen que justificar sus crímenes, los terroristas recurren habitualmente a la denominada transferencia de culpabilidad, es decir, pretenden hacer creer que la responsabilidad de la violencia no recae en quien la ejerce sino en el otro: el Estado, las fuerzas de seguridad, la oligarquía, la derecha, la izquierda, los judíos, los cruzados…

 Quinta. “El terrorismo ha sido campo abonado para las teorías de la conspiración”. No es extraño que en ocasiones se niegue o relativice la existencia de las bandas terroristas, de manera que “se reinterpretan sus acciones violentas como producto de fuerzas misteriosas que maquinan en las sombras”. El ejemplo paradigmático de este fenómeno está relacionado con la masacre yihadista del 11-M en Madrid (11 de marzo de 2004), que se llegó a presentar “como un atentado de falsa bandera en el que estaban envueltos ETA, servicios secretos extranjeros e incluso partidos políticos”: todavía hoy “hay quien se resiste a creer que esa matanza llevaba la firma del yihadismo”.

Sexta. La importancia en la historia reciente española de la existencia de ETA es descomunal. De hecho, sus acciones violentas condicionaron el pasado más inmediato de España, de manera muy especial en los denominados años de plomo, entre 1976 y 1982. ETA ha sido la banda terrorista que ha durado más tiempo, la más letal y destructiva, la que más víctimas mortales y heridos ha ocasionado, también la que mayor número de secuestros llevó a cabo y la que más daño económico ha hecho al país. Además, “ha sido la única que ha contado con un entorno que le daba cobertura social y política”, y fue la clave en la génesis y el desarrollo de otras bandas terroristas, así como la némesis contra la que actuó otro tipo de terrorismo de signo contrario: el parapolicial y el de la extrema derecha violenta.

 Séptima. Es evidente que para los terroristas las víctimas no importaban, eran solo unos instrumentos y su sufrimiento una forma de atemorizar a la población y presionar al Gobierno. Además, hasta la segunda mitad de los años 90, las víctimas también fueron ignoradas por la sociedad. No obstante, “aunque todavía queda mucho por hacer, gracias a las asociaciones y a las instituciones, actualmente España es pionera en las políticas vinculadas a las víctimas del terrorismo”.

Octava. No es cierto que ETA dejara de matar por el rechazo unánime de la sociedad vasca. Aunque el grueso de la población estuvo contra el terrorismo, “sólo una exigua minoría se atrevió a demostrarlo acudiendo a los actos de protesta tras cada asesinato: la mayoría de los vascos y navarros se quedaron en sus casas. Por ese mismo motivo es necesario homenajear a los valientes que sí denunciaron el terror a cara descubierta”. Entre los principales grupos del movimiento pacifista vasco cabe destacar a Gesto por la Paz, que nació en 1985, siete años después del primer acto de protesta contra el terrorismo.

Novena. La modernización y perfeccionamiento a lo largo del tiempo de la legislación española, la Audiencia Nacional, los servicios secretos, la Policía Nacional y la Guardia Civil son las principales causas del final de ETA y los demás grupos terroristas de la llamada tercera ola, así como de la reducción del daño causado por el resto del terrorismo doméstico.

Décima. Ninguna de las organizaciones terroristas que han estado activas en España y que han sido estudiadas en este libro consiguió sus objetivos: causaron eso sí un inmenso dolor y miles de víctimas pero se puede afirmar que incluso llegaron a perjudicar sus fines fundacionales. Aunque es innegable que ETA ha logrado algunos de sus objetivos secundarios (como dividir a la ciudadanía vasca o debilitar a los partidos no nacionalistas, por ejemplo), no ha sido capaz de alcanzar su meta última: una república vasca independiente, socialista y monolingüe en euskera.

Decimoprimera. Como en el caso de otros países que han sufrido la violencia política, en España una de las características del terrorismo ha sido la impunidad. No total, por supuesto, pero sí de muchos de aquellos crímenes. No menos de 362 víctimas mortales han dejado de encontrar una justicia reparadora.

Decimosegunda. Si bien meditar sobre lo que pasó es deber de todos, no todas las narraciones acerca de la historia, acerca del pasado, son igual de legítimas. No puede ser admisible, no debe serlo, que cada uno tenga su propia narración, su propio relato del pasado. Éste no puede ser estudiado desde la fabulación del propagandista, cuyo trabajo no puede colocarse a la misma altura que el estudio académico. Únicamente desde la Historia y las ciencias sociales “conseguiremos acercarnos a la verdad por medio del método científico y el estudio serio y riguroso” de cuantas fuentes estén a nuestra disposición. Ni las mentiras ni los mitos deben prevalecer: es absolutamente fundamental la función social divulgativa de los historiadores, por encima de quienes defienden y justifican aquel movimiento generador de tanto odio fanático que animó a los miembros de ETA a matar. No debemos olvidar que el ciclo de violencia puede reactivarse en el futuro.

Estoy plenamente de acuerdo con el cierre magnífico que ha escrito para este imprescindible libro su autor, Gaizka Fernández Soldevilla:

“Los historiadores somos conscientes de nuestras limitaciones, de nuestra subjetividad, por lo que procuramos aparcar nuestras propias ideas: al fin y al cabo, nuestra finalidad es el avance del conocimiento; hacer Historia, no hacer patria, clase o cualquier otra identidad”.

Un apunte final a cargo del autor

En conversaciones con el autor tras haber leído su libro, Fernández Soldevilla me dijo que, “si bien en el libro, publicado en abril de este año, explico que desde 1960, fecha de inicio que marca la Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo, 1.451 personas han sido asesinadas en atentados y 4.983 heridas, justo ese mismo mes las cifras quedaron desactualizadas, pues un grupo yihadista afiliado a Al Qaeda asesinó en Burkina Faso a los reporteros españoles Roberto Fraile y David Beriain, con lo que el número total de víctimas mortales asciende ya a 1.453. Ese crimen nos recuerda que el terrorismo no solo es historia sino que, por desgracia, forma parte de nuestro presente. Y que es una realidad cotidiana en otros países no muy lejanos al nuestro”.

No cabe duda de que “eso hace más importante si cabe la cuestión de la educación y de la prevención de la radicalización, para lo que es indispensable realizar no sólo trabajos de investigación, sino también de divulgación, a un público lo más amplio posible, especialmente el juvenil. La Historia no debe ser solo cosa de eruditos: es una herramienta útil para desactivar los discursos del odio”.

Así es."                  (José Luis Ibáñez, Nueva Tribuna.es, 29/11/21)

27/10/21

“El paso del franquismo a la democracia ha ido acompañado de la extensión del miedo en la sociedad vasca, miedo manifestado en la inhibición moral generalizada ante la violencia, en la insolidaridad colectiva ante la muerte, en la aceptación silenciosa del algo habrá hecho que culpabilizaba a cada víctima precisamente por haber sido asesinada, en el drama de los allegados de muchos asesinados pidiendo a ETA pruebas de sus acusaciones para evitar que la infamia se extienda a toda la familia”

 "(...) ETA dejó de matar hace 10 años, pero el discurso y la retórica y las justificaciones que sostuvieron durante tanto tiempo su actividad terrorista siguen circulando por las venas de amplios sectores de la sociedad vasca, y todavía hay quienes conservan esa jactancia que les permite actuar ante los que siguen considerando enemigos como perdonándoles la vida. No es fácil quitarse de encima el odio que se fue alimentando con tanto fervor, y hará falta todavía mucho tiempo. (...)

La profunda degradación que produjo la barbarie etarra en el País Vasco tras la conquista de la democracia la resumió bien el director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, Florencio Domínguez, en un texto que escribió para un volumen colectivo sobre la violencia política en la España del siglo XX. 

 “El paso del franquismo a la democracia ha ido acompañado de la extensión del miedo en la sociedad vasca, miedo manifestado en la inhibición moral generalizada ante la violencia, en la insolidaridad colectiva ante la muerte, en la aceptación silenciosa del algo habrá hecho que culpabilizaba a cada víctima precisamente por haber sido asesinada, en el drama de los allegados de muchos asesinados pidiendo a ETA pruebas de sus acusaciones para evitar que la infamia se extienda a toda la familia”. 

Las cosas han ido cambiando desde hace 10 años, pero retirarse de una atmósfera envenenada por el terror es una tarea que exige generosidad y valentía, y entender que hay que romper con la rutina heredada de la lucha contra el otro.

“Es preciso otorgar todo su peso a la evidencia de que la patria es rigurosamente un Yo, y el más prepotente y desaforado de todos ellos”, escribió Ferlosio en unas notas sobre el terrorismo. Y apuntaba: “Para dar realidad a la Causa y hacer verdadero su dios, nada mejor que una buena carga de hechos, y de entre los hechos, nada mejor que una buena carga de muertes”. Así operó ETA a lo largo de mucho tiempo.(...)"                    (José Andrés Rojo, El País, 22/10/21)

9/3/21

Da la sensación de que el alto el fuego definitivo anunciado por ETA hace casi una década se ha tomado como una amnistía al deber moral de volver la vista atrás con rigor histórico y ético. Eso no conlleva ánimo de revancha, solo voluntad democrática

 "(...) Albert Camus llevó al teatro el microcosmos del terrorismo en los últimos compases del régimen zarista y su debate interno sobre las líneas rojas. “Y si el pueblo entero, por el que luchas, se niega a que maten a sus hijos, ¿habrá que castigarlo a él también?”, pregunta un personaje a otro, el más frío y radical, que responde: “Si es necesario sí, hasta que comprenda”. 

ETA cruzó todas las líneas rojas y no hizo comprender ni mucho menos. Ahora a sus exmiembros —y a quienes los justificaron— les queda completar el camino de regreso al otro lado. Se trata de ir hasta el fondo de las palabras y de las ideas para reconstruirlas. Es algo más que acatar unas reglas de juego para participar en elecciones y ocupar cargos públicos. A las personas se las juzga por sus acciones, recordaba Tolstói, y se descuida que la palabra también es acción: el discurso de una persona es un espejo de sí misma. (...)

Una manera de reconocer y dignificar a las víctimas del terrorismo habría sido el fortalecimiento cualitativo de la democracia, aposentándola en “la imaginación, la generosidad, la transacción y el consenso”, como defendía Ernest Lluch. Saco esto a colación tras haber visto dos series documentales sobre ETA y haber revivido mi infancia y juventud con el telón de fondo de los años de plomo. 

Es doloroso, pero necesario, recordar que hubo un tiempo en el que no eran una anomalía los casquillos en la acera y las mantas sobre cadáveres, las cartas de extorsión que ponían en un dilema perverso a gente trabajadora, nombres escritos en dianas, féretros de inocentes a veces poco arropados, columnas de humo sobre coches en llamas, edificios reventados donde vivían familias o se iba a hacer la compra. Y ojos que se bajaban o miraban a otra parte, todo envuelto en silencio, toneladas de silencio que impregnaban el alma como una fina lluvia tóxica. 

Cada acto criminal tuvo un primer radio de acción devastador en el círculo de la víctima, para luego propagarse por las calles y la intimidad de las demás casas, inoculando el temor y la división. No solo se aniquilaron personas y se rompieron vínculos: también se arrebató todo lo que este país pudo haber sido sin violencia después de la dictadura. He oído la voz de familiares y víctimas que no conocía, he vuelto a ver las caras de quienes tuvieron coraje para movilizarse y he rememorado las manos pintadas de blanco, millones de ellas, que exigían “¡basta ya!”.

Una encuesta difundida antes del estreno de El desafío: ETA indica que entre los jóvenes hay un enorme desconocimiento de lo que ocurrió. En un capítulo de ETA, el final del silencio, se le pregunta a un grupo de universitarios si saben quién fue Miguel Ángel Blanco. La respuesta de la mayoría es el silencio. Da la sensación de que el alto el fuego definitivo anunciado hace casi una década se ha tomado como una amnistía al deber moral de volver la vista atrás con rigor histórico y ético. Eso no conlleva ánimo de revancha, solo voluntad democrática. 

Lo contrario significa pasar página en falso, no distinguir lo blanco de lo negro, olvidar que el presente es la encrucijada entre el pasado y el futuro. ¿Sabemos hoy en qué punto estamos? ¿Hemos elegido el camino fácil, que consiste en sostener juicios categóricos con énfasis sentimentales, en romper la comunicación con enunciados reiterativos o en aferrarse a una opinión para librarse de todo razonamiento posterior (como alertaba Karl Jaspers)? ¿O hemos emprendido la vía difícil y necesaria, la que penetra en el fondo de la verdad y no pone trabas a la pregunta siguiente?"           (Marta Rebón, El País, 29/11/20)

21/7/20

Jan Carson: “El legado más preocupante del conflicto de Irlanda del Norte se aprecia en la salud mental”

"(...) En la novela se habla del sentimiento de culpa. ¿Sigue existiendo, quizá en esas generaciones mayores de 40 años, algo así como cenizas psicológicas de lo que pasó en los años más duros del conflicto?

Totalmente. Y no solo son los de más de 40 quienes soportan el impacto de la herencia de los Troubles. Para mucha gente, algunos aspectos del conflicto no se han resuelto nunca. En Belfast todavía tenemos barrios segregados y un sistema educativo también segregado, y largos tramos del llamado Muro de la Paz dividiendo a las comunidades nacionalista y unionista. 

La violencia sectaria continúa, aunque rara vez llega a aparecer en las noticias fuera de Irlanda del Norte porque no es a la misma escala o frecuencia que la violencia perpetuada que hubo hasta 1998.

 Aun así, quizá el mayor legado, y el más preocupante del conflicto, puede verse en el área de la salud mental, donde tenemos unas tasas de suicidio increíbles y problemas permanentes con la depresión, especialmente entre hombres jóvenes. Esta es una sociedad que todavía tiene que arreglar las cosas terribles de las que fue testigo en la cumbre del conflicto. (...)"                   (Entrevista a Jan Carson, Ignacio Pato, Apuntes de clase, 16/07/20)

4/3/20

Borja Sémper: “Estoy vivo porque no fui a clase el día que iban a matarme”... así indica el informe del 'comando' que planeó atentar contra él... impresiona verlo por escrito, negro sobre blanco, los nombres de los que me querían matar, gente de Irún, de mi quinta, con conocidos en común...

"Hace unos días, una víctima del terrorismo contactó con Borja Sémper a través de Twitter. Quería enviarle algo. El exportavoz del PP en el Parlamento vasco, que dejó la política el pasado enero, le dio su dirección de correo y recibió un documento que le estremeció. 

 Era un informe de la Guardia Civil sobre la actividad de un comando de ETA, el Ibarla: “febrero de 1997, explosión de coche bomba contra Bodegas y Bebidas Savin; 22 de abril de 1997; explosión de un artefacto en el buzón propiedad de Eduardo Iglesias y en el de Carlos Calparsoro”. En el último párrafo explicaba cómo había intentado matarle pegándole un tiro en la facultad donde entonces estudiaba Derecho. La persona que se lo envió disponía de ese documento porque ese mismo comando mató a su padre cuando él tenía 12 años.

“Yo me libré porque ese día no fui a clase”, recuerda Sémper. “Ya conocía ese intento de atentado porque en su momento me lo contó la Guardia Civil y tuve que irme de mi casa y dormir diez días en la delegación del Gobierno en Vitoria, pero impresiona verlo por escrito, negro sobre blanco los nombres de los que me querían matar, gente de Irún, de mi quinta, con conocidos en común...”. 

Una de las etarras del comando Ibarla cumple ahora condena en Francia y tiene otras causas pendientes en España. El resto también está preso. “No siento odio hacia ellos, pero sí quiero que respondan ante la justicia. También me gustaría un cara a cara para preguntarles por qué querían matarme; qué creen que habría cambiado conmigo muerto”.

Durante mucho tiempo, Sémper trató de ocultarle a sus padres la situación, con escaso éxito. “También a ellos les acosaban y les insultaban. Y mi hermano no podía poner Sémper en la camiseta del equipo de fútbol con el que jugaba”. Estaban las pintadas con dianas con su nombre. Luego llegaron los escoltas. “A lo largo de mi vida he tenido más de 100. El primero me lo puso el PP, con 19 años, después de que nos agredieran a mi prima y a mí en las fiestas de Irún, donde entonces yo  era ya concejal. Aguanté pocos meses con el escolta, me daba vergüenza. Hasta 1997, cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco y me lo volvieron a poner”. 

Al principio eran escoltas privados, luego de la Ertzaintza y finalmente, de la Policía Nacional. “Eran muy jóvenes, porque entonces no había agentes suficientes para proteger a todo el mundo y la Policía Nacional tenía que traer a gente de fuera o recién salida de la academia. Venían conmigo a clase, a la biblioteca, a la discoteca... En aquel Euskadi donde todo estaba invertido, éramos nosotros los que generábamos incomodidad cuando llegábamos a un sitio, y no los que nos querían matar. La relación con los escoltas era muy estrecha. Sabíamos que si iban a por mí, caíamos todos”.

Los agentes de la Policía Nacional se los asignaron después de saber, por documentos incautados a ETA, que habían intentado matarle con una bomba en un contenedor cerca de casa. "El informe decía que desistieron porque no veían clara la huida". El miedo iba "por rachas". “Había momentos en los que te sentías vigilado, tenías cerca a gente que no conocías, pero cuyas caras habías visto más veces, y nunca sabías si era sugestión o realidad”. 

Hoy ese temor ha desaparecido, como la banda, y a Sémper le incomoda que algunos políticos sigan hablando de ETA como si la sociedad no hubiera ganado esa batalla contra el terrorismo. Pero tiene muy presente a las víctimas que no tuvieron la misma suerte, las que no hicieron pellas ese día, como el padre de la persona que le hizo llegar ese informe estremecedor, imposible de olvidar."                  (Natalia Junquera, El País, 21/02/20)

21/10/19

Los 'indepes' solo paralizan la enseñanza. Cerca del 90% de los universitarios secunda la huelga, que registra un bajo seguimiento en la mayoría de sectores

"Escaso seguimiento de la huelga convocada por sindicatos independentistas en Cataluña. El paro general se queda por debajo del 50% en la mayoría de sectores, excepto en la universidad, donde registra el 90%, y el comercio, que supera el 60%.

 El escaso impacto de la convocatoria lo demuestra el consumo eléctrico en el territorio que, según ha informado el ministro del Interior en funciones, Fernando Grande-Marlaska, solo se ha reducido el 7% --mientras que la Generalitat cifra en el 10% la caída de este indicador--.  (...)"       (Elena Burés, Crónica Global, 18/10/19)

"Indignación sindical: es un ‘paro patronal’, no una huelga.

 Huelga general, no. Paro patronal, sí. Este es el mensaje que los sindicalistas catalanes repiten en las últimas horas en Cataluña, el arranque de una nueva protesta independentista convocada por las organizaciones minoritarias Intersindical-CSC e IAC, dos entidades con una representatividad testimonial con ascendencia limitada en el sector público.

Los primeros datos de afectación real en las empresas los ha dado la patronal de Terrassa (Barcelona) Cecot sobre una muestra de 200 compañías de su demarcación, una de las zonas más industrializadas de la segunda corona metropolitana de Barcelona. Allí, el 50% de los centros de trabajo están cerrados este viernes pero por este paro patronal, tal y como remarca la organización adscrita a Foment del Treball

 Los comités de empresa y direcciones de las compañías han pactado compensaciones para recuperar en otras jornadas las horas en que las líneas de producción estén cerradas este viernes o se ha dado un día de fiesta (retribuido) extraordinario. Por lo que no se puede hablar de una huelga laboral al uso.


Seat, el ejemplo de la huelga


“Esto es una huelga política encubierta, a las cosas se les debe llamar por su nombre”, asegura el presidente de UGT de Cataluña y del comité de empresa de Seat, Matías Carnero. La automovilística del grupo Volkswagen se ha convertido en el principal ejemplo de esta batalla entre los independentistas que defienden el seguimiento masivo de su protesta y los sindicalistas reclaman que se blinde lo que consideran que es su derecho más sagrado, frenar la actividad para conseguir mejoras laborales.


Ha sido el secretario general de la sección de CCOO en el mismo grupo, Rafael Guerrero, el que ha reclamado de forma más vehemente en redes sociales que se deje de “instrumentalizar y banalizar la huelga”, incluso con un inercambio de impresiones con la exdiputada de la CUP Mireia Boya

Recuerda que los cinco turnos de producción que se han desconvocado tanto en la sede central, situada en Martorell (Barcelona), como en la Zona Franca se debe por la previsión de una “falta de suministro de materiales” debido a que dos de las llamadas Marxes de la Llibertat convocadas por la ANC y Òmnium Cultural han pasado la noche en la localidad vallesana. Su llegada al municipio coincidía con el cambio de la turno nocturno y su salida hacia Barcelona con la entada al trabajo del grueso de los trabajadores.

“La policía no garantizaba la movilidad de los autocares y de los camiones hasta la fábrica”, añade Carnero. Por esto se cerró el acuerdo con la cúpula liderada por Luca de Meo en que se decidía frenar las líneas de montaje y reforzar la actividad en los próximos días para recuperar los 3.000 coches que se dejarán de ensamblar este viernes.
Con todo, la factoría de Martorell, la principal fábrica de Cataluña, está abierta este viernes. “Cerca de 2.000 personas han venido a trabajar”, puntualiza el presidente del comité de empresa. (...)"               (Cristina Farrés, Crónica Global, 18/10/19)

17/4/19

Director de e-notícies: La próxima Guerra Civil parece inevitable... en Cataluña. Ahora ya no es un sol poble. Ahora son dos comunidades irreconciliables, impermeables y enfrentadas... Hay un sector del independentismo que cree que la independencia bien vale una guerra corta. A veces parece que quieran un muerto para poder echarle la culpa al contrario...

"La Guerra Civil en Catalunya parece inevitable. Al menos si no se le pone remedio. No quiero ser alarmista.

Y ojalá me equivoque. 

Si fuese budista me quemaría a lo bonzo en medio de la Plaza Sant Jaume. Como aquellos monjes que protestaban contra la Guerra de Vietnam. Por suerte soy agnóstico. Estoy seguro de que alguno hasta encendería con gusto la cerilla.

Pero cada vez estoy más pesimista. 
No es que sea yo la alegría de la huerta. Ya tengo una vena existencial que ustedes habrán percibido a través de mis escritos. Pero es que Catalunya se ha ido a la mierda.

A veces tengo la sensación de que estamos sentados en un barril de pólvora.

Lo de siempre: ¿qué pasará cuando lazos y anti-lazos se encuentren en una calle desierta en una noche oscura? De hecho ya ha habido agresiones y momentos de tensión. Recuerden que a Pere Navarro, la agredieron a la salida de una iglesia. El independentismo tomó el asunto con escepticisimo, incluso con incredulidad. Leías las crónicas de alguna prensa digital y parecía que el entonces primer secretario del PSC se lo había inventado o se había agredido a sí mismo.
Estas cosas no pasan en la Catalunya actual, decían.

Y, en la manifestación contra la sentencia del Estatut, el entonces pesidente de la Generalitat, José Montilla, tuvo que salir escoltado por la agresividad de algunos manifestantes. Han sido indicios. Señales de alarma. La opción menos mala no es un conflicto abierto sino enquistado.

Como en Irlanda del Norte, por ejemplo. Han avanzado mucho desde la primera que estuve a finales de los 80. Se siguen odiando intensamente pero al menos ya no se matan por las calles.

¿Es eso lo que queremos?

Porque, en el fondo, lo del oasis catalán es un mito. Estamos jugando con fuego. Catalunya ha sido con frecuencia tierra de guerras, revueltas y conflictos. Incluso de guerras civiles aunque ahora nos parezcan lejanas y remotas. Es casi una tradición. Como la crema catalana.  (...)

Y, sin ir más lejos, en el siglo XIX hubo tres guerras civiles: las guerras carlistas.
Sin olvidar que la Guerra 1714, en el fondo, también fue una guerra civil. Había catalans en los dos bandos.  (...)

El historiador Carles Puigferrat se preguntaba en una entrevista en El 9 Nou el año pasado: “¿Qué tendencia tenemos los catalanes? Hermos sido unos violentos de cuidado” (2).
Y Vicens-Vives, en su clásico “Noticia de Catalunya·”, revela que ha habido más guerras y revoluciones en Catalunya que en Castilla, Francia, Países Bajos o Inglaterra (3).
Catalunya ya no es un pueblo, como decía. Ahora son dos.

Los indepes han vuelto a empezar. Sin apenas autocrítica. Y convencidos de que defienden una “causa justa”. “Estamos en el lado correcto de la historia”, ha afirmado en más de una ocasión el presidente Torra.

Mientras que los no indepes están hartos de que los culpen de todos los males, incluido el 155.
Al fin y al cabo -dicen- quién ha puesto a los dirigentes independentista en la cárcel no ha sido el PSC, el PP o Ciudadanos sino un juez por mucho que estas fuerzas políticas votaran a favor de la aplicación del citado artículo de la Constitución.

Sí, ya sé que hablar de guerra civil en Catalunya puede parecer descabellado. Incluso una temeridad.
Pero las guerras se saben cómo acaban -generalmente por agotamiento- pero no cómo empiezan.
Y ya sé que aquí presumimos de oasis, de ser superdemócratas, de madurez democrática.
Pero Sarajevo celebró unos Juegos Olímpicos de Invierno en 1984. Apenas ocho años antes de que empezaran a matarse.

El diplomático español Enrique Criado (Madrid, 1981), que acaba de publicar un libro sobre su experiencia en los Balcanes, recuerda que Yugoslavia era "un portentoso ejemplo de convivencia" antes de la guerra.

Incluso menciona una familia croata emigrada que tras regresar a su país desde Alemania poco antes el conflicto, les pregunta por qué volvieron y contestan: "No nos podíamos imagianr todo lo que ocurriría después. Era impensable. Impensable." (4)

 Percibo, por otra parte, demasiados coqueteos con la violencia. Las palabras de Torra sobre Eslovenia. La polémica de los muertos de Marta Rovira.

Hace años, en un acto independentista, ya me encontré a un periodista digital que me dijo que íbamos hacia una guerra civil. Me quedé atónito. Cuando le pregunté si se refería a una nueva guerra civil española me aclaró para mi sorpesa que no, que entre catalanes. 

Hay un sector del independentismo que cree que la independencia bien vale una guerra corta. Hace unos meses un padre que conozco -de buena posición económica y prejubilado de una entidad bancaria- me dijo que esto se arreglaba con treinta mossos muertos. De nuevo me quedé pasmado. Tuve que preguntarle qué pasaría si uno de los muertos era su hijo. No contestó.

Lo único que me consuela saber -y que felizmente podrían dar al traste con tan dramáticas previsiones- es lo que he dicho otras veces: las revoluciones las hacen los sans culottes, los hambrientos, los que no tienen nada que perder.

No gente que veranea en la Cerdaña o en Cadaqués. Ya lo dijo aquel consejero de la Generalitat antes de ser cesado fulminantemente: “el patrimonio que no me lo toquen”. 

Toquemos madera. Nunca mejor dicho valga la redundancia. 

A veces parece que quieran un muerto para poder echarle la culpa al contrario."                        (Xavier Rius, director de e-notícies, 15/04/19)

3/5/18

Javier Mariscal: “El ‘procés’ me parece salvaje, una chapuza bestial hecho con muchas trampas. No tiene ningún sentido”

"(...) Ahora se oye más eso de que España sale de la crisis.

Sí, pero lo que pasa es que, con esta temporada larguísima del procés y que todavía no tenemos gobierno, te das cuenta que por una parte tampoco es tan importante, pero por otra sí que lo es. Yo soy de los que piden a gritos ‘por favor, necesitamos un Govern’. 

Porque vivo en una Comunidad, o en una pre república, que necesita que haya un orden mínimo y que se gestione. Porque pago todos los meses mis impuestos. Encantado de pagarlo, pero que no vaya a los bolsillos de Bárcenas, de Rajoy o de los hijos de Pujol.  (...)

Ahora que habla del ‘procés’ y de Catalunya, tengo apuntadas algunas frases suyas que llamaron en su momento la atención –y algunas aún se repiten hoy en boca de otros. Por ejemplo: ver Torrespaña como el kilómetro cero, antiguo y casposo de España; a Madrid como un pueblucho en un desierto. ¿Lo que significa Madrid y lo que significa Barcelona, ha cambiado?

Claro, muchísimo.

¿De dónde cree que parte entonces el darse tanto la espalda?

Todas estas cosas que dije son tonterías y maneras de hablar de una forma muy informal y siempre para buscar lugares comunes. No es nada científico. Pero sí, creo que que todavía estamos en un momento de falta de comunicación. 

Aunque al mismo tiempo es mentira. Cada vez que viajas, vuelves y te das cuenta de que el país o la ciudad donde vivo es maravillosa, donde todo funciona muy bien. Somos unos enchufados y no lo valoramos. Yo estaba convencido de que a estas alturas ya tendríamos un presidente que realmente fuera el presidente de Europa.

 Que los gobiernos de París o de Berlín o de Madrid o de Lisboa no podrían poner trabas y tomar decisiones, sino al revés; que fuéramos muchísimo más una federación de Estados realmente con muchísima más sinergia entre todos. Que la mayoría de personas hablarían como yo, más o menos inglés, francés, italiano, un poco de portugués, catalán y español. Cuatro o cinco idiomas es lo suyo.

El debate sobre la independencia parece que –digamos– lo pone todo en pausa.

Sí, pero lo que me parece tristísimo y muy primitivo es que estemos todavía con unos problemas de identidad tan fuertes y además haciéndolo tan mal. Yo soy el primero al que ya le parece bien una república. Con el que ahora es Rey tuve la suerte de tener una audiencia hace años, y lo primero que le dije fue: ‘Perdona, te lo digo con todo el respeto, Felipe, pero el día en que tu padre te haga Rey preséntate a elecciones, que es lo lógico, y además es que te votaremos, porque eres una persona preparada, sabes cómo funciona el ejército, todo el cuerpo diplomático, hablas idiomas…’ 

Pero vaya, tal y como se ha planteado todo lo del procés, me parece salvaje, muy mal hecho. Yo he venido a Barcelona con la feina ben feta y eso es una chapuza bestial además de haberse hecho con muchas trampas. Aparte de que no tiene ningún sentido. No me interesa tener miles de Estados. 

Yo personalmente creo que el futuro es muchísimo más, no solamente de un presidente de Europa, sino tener una organización como la ONU que realmente funcione y hacer políticas muchísimo más globales. Mi país es un país muy pequeñito, molt chicotet, molt petit: es el planeta tierra. Y es muy importante que pensemos a nivel global. Lo que pasa es que son procesos pues que no son de cuatro días. (...)"                 (Entrevista a Javier Mariscal, Alexis Rodríguez-Rata, La Vanguardia, 30/04/18)

13/7/17

Hicimos lo que nos aconsejó Xabier Arzalluz que hiciéramos. Nos dijo: “Idos, idos, que ancha es Castilla”. Que nadie se engañe: hicimos bien en emigrar, en dejar de ser judíos en tierra de exterminio social

"El 12 de julio de 1997* —mañana hará 20 años—, el que este texto suscribe era director de ‘El Correo’, el primer diario del País Vasco y uno de los de mayor difusión y audiencia de España. Viví el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco con una ansiedad nunca antes sentida, porque se percibía de modo irremediable la brutalidad del crimen del joven concejal del PP de Ermua. 

Por primera vez llevé a mis hijos, entonces muy pequeños, a la manifestación para reclamar su liberación, por primera vez observé en las calles de Bilbao a ciudadanos anónimos con lágrimas en los ojos, por primera vez escuché en las calles de la capital de Vizcaya el silencio fúnebre de una sociedad consternada, sobrecogida y anonadada. Por primera vez no sabía cómo tenía que escribir el editorial que publicaría mi periódico. 

Veinte años antes —en junio de 1977—, la banda terrorista ETA asesinó también a Javier de Ybarra y Bergé en una zona boscosa próxima a Bilbao después de mantenerle cruelmente secuestrado durante un mes. Era entonces presidente del consejo de administración del periódico que yo dirigía en 1997. Y su espíritu estaba presente, aunque cuando los etarras martirizaron a Javier de Ybarra, no hubo manifestaciones, ni ‘espíritus ciudadanos’. (...)

 El 12 de julio de 1997 se empezó a acabar toda la bazofia moral colectiva, ese silencio cómplice, ese lodazal ético en el que chapoteaba una parte importante de la sociedad vasca. Y nació el ‘espíritu de Ermua’.

Pero arraigó en muchos vascos un horror irreversible, un sentimiento de frustración insuperable, una desesperanza definitiva. Pensamos entonces que si la banda terrorista ETA era capaz de asesinar a Miguel Ángel Blanco con una crueldad matarife, ya no merecía la pena seguir allí, más aún cuando poco más de un año después (septiembre de 1998) el PNV, Herri Batasuna, los sindicatos nacionalistas y el entorno etarra se reagrupaban en el llamado Pacto de Estella, cuyo objetivo no era otro que tratar de salvar la hegemonía del nacionalismo en el País Vasco después de la reacción popular tras el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.

El 12 de julio de 1997, muchos vascos decidimos que nos exiliábamos de nuestra propia tierra, que no era posible educar a nuestros hijos en una sociedad que había consentido un monstruo terrorista como era ETA, que, españoles por vascos, debíamos hacer exactamente lo que nos aconsejó Xabier Arzalluz que hiciéramos. 

Nos dijo: “Idos, idos, que ancha es Castilla”. Nos abrió la puerta y, sí, entonces, salimos, y salimos a manta de Dios y nos vinimos a Madrid, a Valencia, a Sevilla, a La Coruña, a Canarias. Declinamos en aquel julio de 1997 toda esperanza de poder ser ciudadanos en plenitud en nuestra propia tierra. Pensamos entonces que si la barbarie de ETA era capaz de perpetrar aquel horrendo crimen —después de haber cometido tantos otros sin cansancio ni conmiseración—, nuestro país no tenía futuro.

 No pudimos intuir aquel malhadado 12 de julio que tendrían que pasar todavía muchos años, más crímenes, provocar más huérfanos, más viudas y más padres inconsolables, antes de que la banda, carcomida por su vesania, dijese que dejaba de matar y que dejaba las armas.

Que nadie se engañe: hicimos bien en emigrar, en dejar de ser judíos en tierra de exterminio social y de riesgo mortal, porque todavía se regatea a Miguel Ángel Blanco —con argumentos supuestamente equitativos— el homenaje que merece por su sacrificio y por lo que significó su sacrificio. Siguen aún en el País Vasco y en Navarra —con honrosas excepciones— las mismas euforias de los ‘bildutarras’ y algunas insoportables ambigüedades. 

Son estas excrecencias restos del oprobio del 12 de julio de 1997. De hace 20 años, cuando tantos y tantos decidimos el exilio interior y encontramos en él —sí, Arzalluz, ‘ancha es Castilla’— la libertad y la ciudadanía que ETA, con tantas complicidades, nos negó. Honor a las víctimas y honor a Miguel Ángel Blanco."            ( , El Confidencial,  11/07/17)

20/2/17

Una descripción muy sutil de la degradación moral que provoca ETA en una sociedad, corroyendo sus valores, enemistando y envileciendo a la gente, destruyendo las instituciones y las relaciones humanas

"Debo haber leído decenas de artículos sobre ETA, y muchos ensayos, pero sólo Patria (Tusquets Editores), la novela de Fernando Aramburu, me ha hecho vivir, desde adentro, no como testigo distante sino como un victimario y una víctima más, los años de sangre y horror que ha sufrido España con el terrorismo etarra. (...) 

La acción transcurre en un pueblecito innominado, cercano a San Sebastián, donde dos familias, hasta entonces muy unidas, se van enemistando, trastrocando la amistad en odio, por culpa de la política. Mejor dicho, de la violencia disfrazada de política.

 Al principio, se diría que todos los vecinos hacen causa común con la subversión; eso indicarían las pintas, las pancartas, las manifestaciones ante el Ayuntamiento pidiendo la liberación de los presos, los cupos revolucionarios que pagan los pudientes a Patxo, el patrón de la taberna, discreto responsable político de ETA, los insultos y el asco que inspiran los despreciables “españolistas”.

Pero, a medida que nos vamos acercando a la intimidad de las familias, y las escuchamos hablar en voz baja, sin testigos, comprendemos que la gran mayoría de los vecinos disfraza sus sentimientos porque tiene miedo, un pánico que los acompaña como su sombra. 

No es gratuito, porque la pandilla de los que sí creen, los convencidos, son unas temibles máquinas de matar, implacables cuando toman represalias y ahí están como prueba irrefutable los cadáveres que de tanto en tanto aparecen en las calles.

Que lo diga Txato, un empresario empeñoso y buena gente, que, además de su familia, adora jugar al mus y hacer dominicales travesías en su bicicleta. ETA le pide cada vez más dinero y él lo entrega, para llevar la fiesta en paz, pero las demandas son cada vez mayores y, pasado cierto límite, deja de hacerlo.

 Entonces, todas las paredes del lugar se llenan de inscripciones llamándolo traidor, vendido, cobarde y miserable. La gente deja de saludarlo; el repugnante párroco, don Serapio, le aconseja marcharse. Hasta que una tarde lluviosa le clavan cinco tiros por la espalda.

Su viuda, Bittori, irá al cementerio a conversar con su cadáver a lo largo de los años, a contarle los avatares de su destrozada familia y su angustiosa duda respecto al etarra que lo mató: ¿será Joxe Mari, el hijo de su ex íntima amiga Miren, al que de niño el pobre Txato enseñó a montar en bici y acostumbraba comprarle chocolates? Joxe Mari, personaje estremecedor, muchacho forzudo, inculto y un tanto bestia, se hace terrorista no por razones ideológicas —su información política no va más allá de creer que España explota a Euskal Herria y que sólo la lucha armada logrará la independencia— sino por amor al riesgo y una confusa fascinación por los violentos

. Seguimos muy de cerca su educación de terrorista, en la clandestinidad de Bretaña, su aburrimiento con la teoría y su excitación con las prácticas donde le enseñan a fabricar bombas, preparar emboscadas y matar con rapidez. 

Estamos con él, dentro de él, cuando comete su primer asesinato, cuando la policía lo captura y es torturado, y durante los largos, lentos años de una cárcel de la que, acaso, nunca saldrá vivo.

Las gentes de Patria no son héroes epónimos ni grandes villanos, sino seres comunes y corrientes, pobres diablos algunos de ellos, que no tendrían el menor interés en otras circunstancias. 

Los más interesantes no lo son porque posean virtud excepcional alguna, sino por la ferocidad con que se abate sobre ellos la violencia física y moral, condenándolos a unas rutinas hechas de hipocresía y silencio en “este país de los callados”, y por la estoica resignación con que soportan su suerte, sin rebelarse, sometiéndose a ella como si se tratara de un terremoto o un ciclón, es decir, una tragedia natural inevitable. (...)

El libro, una historia tan infeliz como hechicera, es también una clara toma de posición, una rotunda condenación de la violencia, de los fanatismos e ignorancias que la suscitan. Y una descripción muy sutil de la degradación moral que ella provoca en una sociedad, corroyendo sus valores, enemistando y envileciendo a la gente, destruyendo las instituciones y las relaciones humanas. 

Pero evita, con buen tino, las disquisiciones ideológicas, limitándose a mostrar, a través de episodios escuetos y siempre seductores, cómo, sin quererlo ni saberlo, toda una sociedad de gentes sanas, sin misterio, va siendo arrastrada poco a poco, concesión tras concesión, a la complicidad y a veces a las peores vilezas.

Cuando Patria termina, ETA ha renunciado a la lucha armada y decidido actuar sólo en el campo político. Es un progreso, por supuesto. ¿Pero, se vislumbra alguna solución al problema de fondo, el condenado nacionalismo? El libro resulta más pesimista de lo que el autor quisiera. En la página final, las dos examigas, Miren, la madre del terrorista, y Bittori, la madre del asesinado, se abrazan, reconciliadas. Es el único episodio de esta hermosa novela que no me pareció la vida misma, sino una pura ficción."               (Mario Vargas Llosa, El País, 05/02/17)

31/10/16

Unos decidieron matar... otros no... esa es la única cuestión

"(...) El historiador Gaizka Fernández Soldevilla explica de forma muy didáctica en La voluntad del gudari cómo el 7 de junio de 1968 Txabi Etxebarrieta decidió de forma “libre y voluntaria” asesinar al guardia civil José Pardines Arcay, que estaba tratando de comprobar la matrícula falsa de su Seat 850 Coupé. 

Aquel primer crimen fue a su vez el desenlace de toda una serie de decisiones anteriores que se justificaron apelando al franquismo, a Argelia, a Indochina, al proletariado, al euskera o a la batalla de Roncesvalles, pero en aquel escenario hubo otras muchas personas que se sintieron interpeladas por las mismas injusticias, idénticos ideales y parecidos agravios históricos —reales o ficticios—, y que sin embargo trataron de alcanzar sus aspiraciones sin utilizar la violencia y sin necesidad de matar a nadie.

Esa diferencia radical se hizo aún más manifiesta cuando llegaron la democracia, los partidos políticos, la Constitución y las autonomías: ETA prefirió volcarse entonces en la “acción” para postergar cualquier debate de carácter ideológico, como ha afirmado en alguna ocasión Florencio Domínguez. 

Aunque ya no hay vuelta atrás para tantas personas asesinadas, es preciso que los asesinos -y también quienes alentaron o justificaron sus fechorías- se enfrenten de verdad a sí mismos, a su pasado, a sus crímenes, por mucho que la mayoría siga prefiriendo no verlos, como admitía Ibon Etxezarreta.

Ese sí que podría ser el comienzo de una nueva etapa."             (Javier Marrodán, El Español, 20/10/16)

26/9/16

En el País Vasco la gente esté dispuesta a reírse con el personaje de Carmen Machi, sin conciencia de lo que puede significar una mujer viuda de un guardia civil en un pueblo abertzale

 Edurne Portela

"En el camino entre el silencio y la neolengua que se apropió de buena parte de Euskadi hay otras estaciones legítimas, y son las que explora Edurne Portela en El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg). 

 Portela aporta un libro complejo a una realidad compleja, huyendo del maniqueísmo y de la equidistancia y navegando con una precisión difícil pero certera en el territorio que abrió Primo Levi cuando defendió conocer lo complejo para comprender, no para justificar. (...)

Portela, doctorada y profesora de Literaturas Hispánicas en EE UU, dedicó muchos años a investigar la violencia en Argentina o la Guerra Civil en la ficción hasta que se dio cuenta de que miraba hacia otro lado para no mirar al propio, a la sociedad silenciosa y cómplice del País Vasco en el que nació y creció. Y decidió ocuparse de ello. (...)

Pero Portela no solo había acumulado kilómetros de tinta sobre la violencia y el País Vasco, analizado películas, novelas, exposiciones y trazado una visión crítica sobre la responsabilidad de la sociedad civil. Sino que había nacido en Santurtzi en 1974, había bailado a Kortatu o La Polla Records, había recibido algún porrazo policial y crecido bajo la icónica mirada de Lasa y Zabala, dos desaparecidos a manos de los GAL

“Intenté abordarlo desde un punto de vista académico pero era imposible para mí hacerlo desde esa frialdad. Me di cuenta de que había sido testigo de experiencias que no había elaborado y que formaban parte de mis afectos, de mi ética y de mi forma de entender el mundo”. (...)

“He construido de una forma más personal, también más difícil y dolorosa, se trata de que los que no hemos sido víctimas ni perpetradores nos demos cuenta de que nuestra participación también ha sido fundamental”.

El secreto con el que pasaba a Francia con su familia para visitar al tío cura amigo de “los barbudos”; la ignorancia sobre el sufrimiento de la señora que les vendía anchoas, de la que solo con el tiempo supo que era viuda de un asesinado; o aquella vez en que unos chicos le enseñaron la cría de un gato que metieron bajo el felpudo para saltar encima mientras reían. 

Después nunca se atrevió a mirar debajo y lo recordó años después cuando otros hombres pisotearon a un ertzaintza en una calle de Bilbao. Tampoco entonces se atrevió a mirar bajo el felpudo, otro felpudo, el que cubría de silencio sucio la violencia rutinaria.

“La actitud de la sociedad vasca ha sido de complicidad y la complicidad tiene la idea de culpa implícita. Pero esta complicidad es muy compleja porque puede venir del miedo, de la connivencia o también de la ignorancia, una ignorancia activa, preferir no saber por ese terrible algo habrá hecho”, afirma Portela. “La participación de la sociedad vasca en el problema ha sido inconsciente, pero también ha sido responsable”.

Portela defiende un “cambio imaginativo que utilice las herramientas de la cultura, una cultura que nos haga despertar de la indiferencia, el silencio, la complicidad de estos años, que nos provoque una imaginación ética de ver al otro en toda su complejidad”. Y señala el papel constructivo que tienen en este sentido obras de Fernando Aramburu, González Sainz, Jaime Rosales, Clemente Bernad y muchos otros. 

Pero critica a fondo la falsa normalización que exhibe una película como Ocho apellidos vascos, paradigma para ella de lo que no debe ocurrir. “Salí enferma, muy afectada de la película, porque se ha pasado del silencio absoluto, de la negación, a la carcajada y eso no es decente”. El humor es legítimo sin duda, afirma, “pero hay un tiempo de reconocimiento de la profundidad del daño. 

Que guste fuera del País Vasco y se rían puede ser comprensible, es una comedia, aunque me parece retrógrada e insultante, pero que en el País Vasco la gente esté dispuesta a reírse con el personaje de Carmen Machi sin conciencia de lo que puede significar representar a una mujer viuda de un guardia civil que ha vivido en un pueblo abertzale; que se rían del ambiente de la herriko taberna cuando hace cinco años cambiábamos de acera para evitarla. 

Nos estamos saltando un paso fundamental: si no hay autocrítica, si no hay reconocimiento del daño, si no hay elaboración no podemos pasar al humor. No nos lo hemos ganado todavía”.

Diferencia esta película del humor de Vaya semanita, al que atribuye un grado de inteligencia que no está en Ocho apellidos... “Vaya semanita no solo se ríe de ETA y los pasamontañas, sino de todo el discurso nacionalista, hay una autocrítica que implica un concepto social más amplio, una sutilidad en el humor y un reconocimiento de que estamos hablando de algo más complejo que la caricatura. 

Es la diferencia entre una caricatura y una representación paródica de algo más complejo. El negociador, también de Borja Cobeaga, es brutal y tiene humor, pero un humor que reconoce la complejidad y es responsable, te puedes sonreír y reír, pero también reflexionar; te deja destrozado, sin ningún sentido de superioridad como el de Ocho apellidos... y esa sensación de menos mal que no soy de esos”.

El ejercicio que propone Edurne Portela es más complejo y pasa por hacerse consciente de la neolengua orwelliana que la izquierda abertzale logró imponer en el País Vasco y que actuó como impulsora del silencio de quien no se reconocía en ella. Esa izquierda se apropió de todas las causas que un joven como ella podía abrazar, desde el rock radical vasco al feminismo, los movimientos de liberación en América Latina o la insumisión, y le dio un sentido etnicista que implica exclusión automática. 

En el otro lado, el de las víctimas, se impuso de facto un veto a las obras que ayudaran a entender al terrorista o sus defensores. Y autores que fijaron su cámara en ellos como el fotógrafo Bernad o el cineasta Rosales sufrieron duros ataques por una supuesta equidistancia que, dice, también ha hecho daño. “Milan Kundera dice que la novela destapa la complejidad de lo real.

 Debe romperse el tabú de representación por el que ese mundo violento se presenta como unidimensional y ajeno, cuando en realidad ese mundo lo hemos construido todos”. Por ello defiende también una política de víctimas que contenga la verdad, la reparación y la justicia, pero no solo en el plano de la justicia sino el de la empatía social. 

Y no solo en el cauce de los partidos. La vía Nanclares de encuentro entre terroristas y sus víctimas es el camino, sostiene, y debe ser voluntario, cuidadoso, privado. “Los tribunales no son la única solución”.

La cultura y la información son el camino. Escuchar a los líderes de ese bando como Otegi decir que estaba en la playa cuando mataron a Miguel Ángel Blanco o como Iñaki Recarte, que ni supo el nombre de su asesinado y aún sigue sin saberlo “es perfecto; déjales hablar”.

La verdadera normalización no será mantener “lo normal”, que es seguir evitando los temas, ni considerar el conflicto superado porque hayan cesado los muertos. “Todos estamos implicados y el relato no puede quedar solo en manos de los abertzales, de los partidos y de las víctimas. Esto lo tenemos que hacer entre todos”.                   (Entrevista a Edurne Portela, El País, 22/09/16)