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18/6/18

Gure Esku Dago reclamó el 10% de su recaudación a los bares de Vitoria durante la cadena humana... lo que cuesta abandonar las viejas tácticas terroristas

 "Gure Esku Dago pide perdón a los bares de Vitoria a los que reclamó el 10% de su recaudación durante la cadena humana.

 Voluntarios de la plataforma Gure Esku Dago (GED) entregaron a lo largo de la pasada semana una carta en varios locales del Casco Viejo de Vitoria para pedirles el 10% de la recaudación del pasado domingo, jornada en la que organizó la cadena humana en favor del derecho a decidir. La plataforma ha pedido disculpas por si «alguna persona se ha sentido molesta» con la misiva, ya que aseguran que «de ninguna manera» ha sido esa la intención de GED. 

En la misiva, los organizadores apuntaban que la movilización iba a concluir en la capital vasca y que «por lo tanto, iban a hacer hincapié en generar ambiente festivo» en esa zona de la ciudad. «Garantizamos decorar las calles y los bares, a parte de organizar diferentes actividades».

Por lo tanto, GED «quería dar la oportunidad» a los hosteleros del Casco Viejo de «colaborar con la dinámica del derecho a decidir». Un apoyo económico que en la carta se cuantificaba directamente en el «10% de las ganancias de ese día» a la plataforma.

 De hecho, en la misiva se avisaba que entre el miércoles y el sábado colaboradores de GED «se pasarían para conocer la respuesta» de los dueños del local. A cambio de esa «colaboración» económica, la plataforma entregaría al bar «material de decoración».      (Koldo Domínguez, El Correo, 13/05/18)


" (...)  Para Sémper esta carta “evoca los años más oscuros y asquerosos de la extorsión que han sufrido hosteleros de la comunidad autónoma” para “no ser señalados como quienes no colaboraban” con la izquierda abertzale.

“Esto es diferente, es obvio, pero evoca y suena a tácticas sucias que creíamos felizmente superadas en la comunidad autónoma”, ha lamentado.
En declaraciones a los periodistas ha asegurado que le consta que ha habido hosteleros en la ciudad que se “han sentido extorsionados y violentados” y que han aceptado pagar ese 10 % “por miedo a ser señalados”.

“En este país, con lo que hemos vivido y lo que hemos pasado, este tipo de iniciativas a mucha gente le acojonan”, ha advertido el dirigente popular, quien ha demandado una “reacción” contundente de las instituciones vascas. (...)"     (Norte Exprés, 13/05/18)

10/5/18

Cartas de extorsión, sentencias de muerte...

"Cómo y por qué ETA extorsionó, aterrorizó y asesinó a empresarios vascos y navarros.

El destino trágico de José Legasa comenzó a fraguarse en noviembre de 1976 cuando recibió una carta de extorsión de ETA. A este empresario de Irún le exigían 10 millones de pesetas, 520.000 euros de hoy. En la misiva se le pedía que cruzara la frontera hasta la localidad francesa de Bayona y entregara el dinero en el bar Euskaldun a un tal Otxia.

El constructor guipuzcoano lo denunció a la Policía Nacional y acompañado de varios agentes se dirigió cierto día al encuentro del tal Otxia, que resultó ser Francisco Javier Aya Zulaica, jefe del aparato de extorsión de ETA. Lo halló jugando tranquilamente a las cartas en el bar. El terrorista fue detenido allí mismo y posteriormente fue condenado a tres años de prisión en Francia.

José Legasa fue valiente en tiempos de pocas heroicidades. No solo denunció y colaboró para condenar a un terrorista, sino que también evitó que su oro lo convirtiera ETA en plomo. Pero lo pagó caro porque la venganza no se hizo esperar. 

“Después del juicio en Francia, mi tío cambiaba de hábitos y horarios constantemente porque era consciente del peligro. Protegía como podía a su familia, pero él tenía claro que no quería emigrar, quería ser libre en su tierra a pesar del miedo”, cuenta su sobrina Lourdes Legasa a este diario. Su padre Miguel trabajaba con José en el negocio familiar y siempre andaban juntos.

Uno de los empleados de la empresa resultó ser confidente de ETA y facilitó la información necesaria para que se consumara la tragedia. Corría noviembre de 1978 cuando el francés Henri Parot, el etarra más sanguinario con 26 asesinatos a sus espaldas, llegó a Irún acompañado de otro pistolero. Sorprendieron a José y a Miguel a pie de obra. “Mi padre forcejeó con Parot y recibió un tiro en la pierna. A mi tío le dispararon hasta la muerte”, narra Lourdes.

 “La familia ha estado muy callada, pero es el momento de hablar porque no podemos dejar que este caso y otros muchos se queden en el olvido. Ojalá hubiera habido más valientes como mi tío”, explica con templanza Lourdes.

En un nuevo libro, con igual mesura y mucho rigor también nos cuentan nueve autores cómo y por qué ETA aterrorizó a los empresarios, principalmente vascos y navarros. En ‘La bolsa y la vida. La extorsión y la violencia de ETA contra el mundo empresarial’ se lee que entre 1993 y 2010 fueron 10.000 las personas a las que exigieron el ‘impuesto revolucionario’. 

Se sabe por el descifrado de los códigos alfanuméricos que la organización terrorista añadió a las cartas a partir de 1993. Hablar del número de extorsionados antes de ese año “es pura especulación”, apunta el periodista Florencio Domínguez, quien viene a ser como la ‘enciclopedia de ETA’. 

El estudio de Domínguez le lleva a asegurar que las fuentes de financiación de ETA fueron principalmente los secuestros (106 millones de euros), los atracos (19 millones) y la extorsión (21 millones). Los valores están actualizados. Asegura este periodista, ahora director de la Fundación Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que “la aportación de los simpatizantes, según la documentación analizada, es irrisoria".

"El ‘merchandising’ de pulseritas y medallitas apenas les aportó fondos”. Dada la ‘omertà’ impuesta por el miedo a ETA y el silencio mayoritario de los afectados, la cifra conservadora obtenida mediante el ‘impuesto revolucionario” la fundamenta Domínguez en el análisis de la documentación incautada en la empresa Sokoa de Bayona (1986), en la localidad francesa de Bidart (1992) y a Mikel Antza en 2004.

Otra de las cifras llamativas que aporta el libro es que el terrorismo de ETA tuvo un impacto negativo de 25.000 millones de euros en la economía vasca, actualizado el valor a hoy. El coordinador del libro, Josu Ugarte, afirma que “ese coste directo estimado ha sido pagado en su mayor parte por el conjunto de los españoles”. 

Añade Ugarte: “Tan solo la paralización que provocó ETA de la central de Lemóniz supuso un sobreprecio de entre 6.000 y 7.000 millones de euros en los recibos de la luz pagados por los ciudadanos”. El coste de la incidencia en el PIB del País Vasco y Navarra es incalculable, sostienen los autores.

Respecto a las causas de la violencia sistemática contra el empresariado, Ugarte señala que “la búsqueda de fondos para llevar a cabo su actividad terrorista es la causa que prevaleció en la práctica de la extorsión”. ETA colocó bombas contra las instalaciones de las compañías, realizó atracos, envió miles de cartas de extorsión, secuestró a 86 personas entre 1973 y 1997 y cometió 55 asesinatos en sus atentados contra el empresariado.

El coordinador del libro cuenta a El Confidencial que “en los primeros años de ETA, su ideología anticapitalista y de odio hacia los empresarios en tanto que explotadores y enemigos del pueblo vasco provocó ciertos episodios de violencia, pero ya desde finales de los setenta lo que marcó la extorsión fue conseguir dinero”.

Florencio Domínguez añade que también hubo otros motivos por los que ETA atentó contra el mundo empresarial. Señala, por ejemplo, que hubo ataques contra intereses económicos franceses para que París dejara de cooperar con Madrid en la lucha antiterrorista. O casos en los que la banda terrorista se arrogó la defensa del ecologismo, como en el caso de la central nuclear de Lemóniz que paralizó o el de la autovía de Leizarán que uniría Navarra y Guipúzcoa, proyecto este último cuyo sobrecoste por la amenaza terrorista fue de casi 100 millones de euros.

A más terror, mayor recaudación

“Mi secretaria captaba con la mirada qué quería el empresario extorsionado cuando venía a entrevistarse conmigo porque el terror se le veía en los ojos”, explica José Manuel Ayesa, que fuera presidente de la Confederación de Empresarios de Navarra entre 1989 y 2010 y que vivió con escolta durante 14 años por las amenazas de muerte recibidas.

El terror facilitaba el pago del chantaje. Así, desde finales de los setenta la banda le dio una gran importancia estratégica a crear un aparato de extorsión que perfeccionó en los ochenta y que se profesionalizó del todo en los noventa con un archivo informático cifrado. 

La jefatura de ese aparato siempre estuvo en Francia, pero “necesitaba una red de personas legales vinculadas a la trama política de ETA [Herri Batasuna y sindicato LAB] que hacían las labores de inteligencia, además de una red de informantes entre trabajadores de la banca que registraban los movimientos de las cuentas o empleados públicos que proporcionaban datos clave para el chantaje”, explica Josu Ugarte.

Luego había otra red de colaboradores que mantenían los primeros contactos con los extorsionados y también una trama de intermediarios que negociaban los pagos que se realizaban normalmente en el País Vasco francés o que directamente recogían el sobre y lo llevaban al país vecino.

Una correlación siniestra que funcionó: a más terror, más ingresos por extorsión; y a más pago del ‘impuesto revolucionario’, mayor capacidad asesina

ETA entendió muy pronto que la intimidación sistemática y la violencia extrema favorecían el pago del ‘impuesto revolucionario’, un ingreso básico para los terroristas. “Hubo factores que interactuaban: a mayor violencia, más ingresos; a más ingresos, más recursos humanos para atentar y más capacidad de conseguir dinero de la extorsión. De modo que sí, hubo una relación directa entre el miedo y la capacidad de recaudar”, detalla Florencio Domínguez.

Así, no fue casualidad que en 1977 ETA secuestrara, torturara y asesinara a sangre fría al importante industrial y político Javier de Ybarra y Bergé. Cinco días después de su secuestro, la familia Ybarra recibía una carta que rezaba: “La oligarquía de los Ybarra entregará a ETA la cantidad de mil millones de pesetas [50 millones de euros hoy]. En caso contrario, J. Ybarra será ejecutado”.

Gaizka Fernández, historiador y coautor de ‘La bolsa y la vida’, explica lo siguiente: “El secuestro y asesinato de Ybarra fue un mensaje para la oligarquía de Neguri, que era la oligarquía española en contraposición con la burguesía del PNV, la aliada nacional: ‘Si no pagáis, os vamos a matar’. Eso aceleró el proceso de extorsión y de pago”.

Fue un punto de inflexión. Como consecuencia, desde finales de los setenta y durante la década de los ochenta el presupuesto de ETA se incrementó exponencialmente gracias en gran parte a los ingresos por el ‘impuesto revolucionario’. Sus acciones terroristas sufrieron un gran auge. No en vano solo entre 1980 y 1989 los terroristas asesinaron a 412 personas del total de 858, número del balance mortífero de su medio siglo de acción violenta. Una correlación siniestra que funcionó: a más terror, más ingresos por extorsión; y a más pago del ‘impuesto revolucionario’, mayor capacidad asesina.

Esa relación también se ve claramente en 2000 tras el asesinato con coche-bomba del empresario José María Korta, entonces presidente de la patronal guipuzcoana Adegi. Florencio Domínguez comenta a este diario que esa acción “conllevó un efecto de intimidación entre los empresarios extorsionados, lo que llevó ingresos a las arcas de ETA”. Un documento intervenido en 2004 a la jefa de extorsión, Soledad Iparraguirre, confirmaba esa correlación: “En el 2000 el efecto Korta tiene su influencia; hay dos años buenos, fructíferos”.

El desamparo del empresariado

Todas las víctimas de la extorsión con las que ha hablado este diario —unas quieren aparecer, otras no— manifiestan una queja común: el desamparo que sufrieron por parte del conjunto de las administraciones del Estado mientras hacían frente al chantaje y la violencia de ETA.

“No tengo ninguna duda de que el silencio de los empresarios, que no denunciaran y el hecho de que muchos pagaran, es consecuencia del desamparo que sentían ante el comportamiento de los medios gubernamentales”, explica José Manuel Ayesa.

Este expresidente de la patronal navarra sostiene que, salvo la Guardia Civil, que tenía un equipo contra le extorsión, los gobiernos e instituciones no dieron importancia alguna al sufrimiento de los empresarios chantajeados y sus familias: “Mientras mis hijos no me dejaban pasear con mis nietos por temor a que pasara algo, los diferentes cuerpos policiales no eran capaces de coordinarse para ayudarnos”.

Hasta los ochenta, Francia era la retaguardia segura de los etarras, que celebraban reuniones a cara descubierta en los bares con los extorsionados

Cuenta Ayesa una anécdota que le ocurrió en la Semana Santa de 2007 mientras compartía hotel con Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces ministro de Interior. “Un amigo mío —relata Ayesa— había recibido una carta de extorsión esos días y aparecí en todos los telediarios nacionales para denunciar la situación, aunque estuviera de vacaciones. 

Pérez Rubalcaba sabía que desayunábamos a cinco metros uno del otro, pero me miraba y no decía nada. Una mañana quise acercarme a él para comentar el asunto, pero no dio permiso a su escolta para que me dejara hablar con él”. Concluye Ayesa: “No les interesaba en absoluto el sufrimiento de los empresarios”.

A finales de los setenta y los ochenta, el panorama era peor. Francia era la retaguardia segura de los etarras, quienes celebraban reuniones a cara descubierta en los bares con los extorsionados, y en el País Vasco aún no había una conciencia social e institucional para combatir a los terroristas.

“Tras el asesinato de mi tío, no sufrimos una especial estigmatización social, pero tampoco sentimos un apoyo de las instituciones”, asegura Lourdes Legasa. Cuando ocurrió el atentado, a los pocos días ETA exculpó a su padre (herido) en un comunicado de la denuncia de su tío que había propiciado la condena de un terrorista. “En ese momento pensé que ya estábamos vacunados, pero en los ochenta, que fueron muy duros, me volvió la inquietud: ‘A ver si estos vuelven a por nosotros”, confiesa Lourdes.

Carta de extorsión. ETA impone un recargo del 5% por demora en el pago (2002).

La diáspora

La situación de violencia y falta de protección institucional que sufrieron los empresarios llevó a no pocos a emigrar a otras regiones de España y al extranjero. La tentación de irse era muy grande.

Los Ortuzar emigraron a Reino Unido tras el asesinato de Javier de Ybarra y Bergé en 1977. Una de las personas que encabezaron el grupo familiar de negociadores para intentar su liberación fue Gaizka Ortuzar, casado con una de las hijas del empresario vizcaíno e hijo del fundador de la Ertaintza en 1936, Luis de Ortuzar.

 “Cuando mi padre estaba negociando la liberación de mi abuelo, los etarras le dijeron que el siguiente sería él. Nos obligaron a mudarnos y varios familiares míos siguieron apareciendo en las listas de objetivos de la banda terrorista”, contó su hijo Iban a El Confidencial.

Todo el mundo sabía que el dinero que ingresaba ETA era para matar, un castigo terrible para la conciencia de quien pagaba

Unos años más tarde, en 1987, la hoy galerista Blanca Soto montó un espacio multicultural en la céntrica calle donostiarra de Urbieta. Pero al día siguiente de la inauguración, ella y su socio oyeron unos ruidos que les sobresaltaron mientras trabajaban. “De repente, nos vimos rodeados por ocho chicos de Jarrai, habían entrado en el local y echado el cierre”, afirma Soto. 

“Nos interrogaron sobre nuestras personas, el origen del dinero para abrir el negocio y qué actividades pretendíamos hacer. Nuestras explicaciones no les convencieron, así que destrozaron el local en apenas cinco minutos y nos dieron una paliza de muerte”, explica esta empresaria hoy afincada en Madrid.

Los socios denunciaron los hechos ante la Policía Nacional, cuyo caso llevó personalmente el inspector jefe de San Sebastián, Enrique Nieto.

“A los pocos días identifiqué a los ocho jóvenes en una rueda de reconocimiento. Entonces comenzaron a pasar por el negocio los padres pidiéndome que los perdonara, a lo que me negué, por lo que también ellos me amenazaron”, narra Soto. A continuación, comenzaron a llegarle cartas que incluían amenazas de muerte, hasta siete. 

“Me sentía aterrorizada. No podías hablar con nadie porque la gente allí estaba acostumbrada a la violencia y a la muerte, solo podía hablar de esto con el psiquiatra, como tantas otras víctimas”, cuenta atribulada. La banalidad del mal también afectó a la sociedad del País Vasco.

Una de las cartas para ella le llegó al político del Partido Popular Gregorio Ordóñez cuando estaba en el Ayuntamiento de San Sebastián. “Pensaban que era mi amigo —señala la galerista—, pero no lo era. Entonces, Gregorio me dijo: ‘Tú eres una ciudadana normal, no te inquietes’; pero yo tenía mucho miedo porque las cartas también llegaban al buzón de mi casa”.

La mayor parte del tiempo los empresarios extorsionados se vieron solos ante el peligro
La violencia continuó. Con la misma pistola, en 1995, ETA segó las vidas del inspector Enrique Nieto y de Gregorio Ordóñez. “En 2000 me marché, tenía por entonces dos hijos muy pequeños y el ambiente seguía siendo insoportable. Además, no quería que ellos crecieran en una sociedad enferma como aquella”, dice Blanca Soto.

La mayor parte del tiempo los empresarios extorsionados se vieron solos ante el peligro. La sociedad, las instituciones y las propias patronales les dieron la espalda en demasiadas ocasiones. El que no pagaba, se sumía en la angustia; el que lo hacía, arrastraba el sentimiento de culpa. “Todo el mundo sabía que el dinero que ingresaba ETA era para matar y eso era un castigo terrible para la conciencia de quien pagaba”, concluye José Manuel Ayesa."                        (Marcos García, El Confidencial, 05/02/18)


"Reconozco que no era nada valiente. Cada vez que llegaba una carta no paraba de llorar”.

“Reconozco que no era nada valiente. Cada vez que llegaba una carta no paraba de llorar”. La empresa de pinturas de Carlos, en Vitoria, tenía once personas en nómina. Las cartas le comenzaron a llegar en 1994 y no pararon, en varias oleadas hasta 2008

 La posibilidad de que le asesinaran si no contribuía a alimentar la maquinaria sangrienta de ETA pesaba demasiado. La sensación de estar jugando a la ruleta rusa cada vez que trituraba una carta de ETA le torturaba. Cada carta del mal llamado “impuesto revolucionario” le acercaba al de la ejecución de la sentencia de muerte que le había impuesto ETA.

En cinco décadas de violencia fueron asesinados 49 empresarios y directivos, otros 52 fueron secuestrados, y entre 10.000 y 15.000 fueron extorsionados, alguno más de un millar en Navarra, según informes prácticamente coincidentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y de la Universidad de Deusto. Creen que en torno al 8% de media de los extorsionados pagaron, en Gipuzkoa más.

Como Carlos, muchos empresarios no se lo decían ni a la familia. Preferían sufrirlo solos, ocultarse en segundas residencias alejados de sus seres queridos, o marcharse de Euskadi. El miedo se cebó hasta tal punto en ellos que tuvieron que pasar seis años desde que la banda anunciara el cese de sus acciones violentas, en octubre de 2011, para que los empresarios comenzaran a verbalizar sin tapujos que fueron víctimas de las cartas de extorsión de la banda. 

En octubre de 2017 la patronal Confebask, y las tres asociaciones provinciales, Cebek, Adegi, y SEA, homenajearon en un acto en Bilbao a todos los que murieron por no pagar, a los que sobrevivieron con la angustia de contar los días que les quedaban, y a quienes se ocultaban entre los muros de sus casas para pasar inadvertidos en un contexto en el que significarse era como ponerse en la primera línea.

El terror y el miedo se trufaron además con la desconfianza. Cualquiera podía ser el soplón de la banda que describía tus rutinas en la empresa, en los trayectos en coche a casa, o el que te hacía los seguimientos y avisaba a loa asesinos cuando y donde estabas solo, para pegarte un tiro o secuestrarte

. Al principio los pagos se hacían sin problemas, en los "círculos abertzales habituales", hasta que la presión policial desmanteló varios comandos dedicados al cobro.



De los 52 secuestros de empresarios y directivos de empresas, ETA asesinó a dos, Angel Berazadi en 1976 y Javier Ybarra en 1977. Pero fueron secuestrados muchos más. 

 El propietario de Avidesa, Luis Suñer fue secuestrado en 1981 y un año después José Lipperhide y Saturnino Orbegozo. Diego Prado y Colón de Carvajal cayó en manos de ETA en 1983, Juan Pedro Guzmán Uribe en 1985, Lucio Aguinagalde en 1986 y Emiliano Revilla en 1989. 

Este último fue liberado tras el supuesto pago de algo más del equivalente en pesetas a siete millones de euros. En noviembre de 1989 fue secuestrado Adolfo Villoslada y el último fue Cosme Delclaux, hijo del presidente de Vidrieras de Álava, que coincidió algunas semanas con José María Aldaya, quien sufrió el secuestro más largo de los sufridos por empresarios, desde el 8 de mayo de 1995 al 14 de abril de 1996. Algunos estudios cifraron en 115 millones de euros el dinero recaudado por ETA entre 1978 y 2008 a través de los secuestros.

Todavía a día de hoy es un tema incómodo. “Algún día se lo diré a mis tres hijos, y al resto de mi familia, pero no pueden enterarse por el periódico”, explica Carlos durante un paseo por la zona de la Universidad, junto al monolito en recuerdo del socialista Fernando Buesa, asesinado por ETA en 2000. 

En una de las misivas ETA le acusaba de promover la corrupción para, “en descarada connivencia con los diferentes sectores políticos en el poder y sectores de la burguesía regionalista vasca, arrojar sin escrúpulo al paro y a la miseria a miles de ciudadanos vascos”. Las cantidades que pedían oscilaban

Otros se han atrevido a decir, con mucho pesar, que habían pagado a la banda. Jesús Mari Korta, de Grúas Goierri vio cómo asesinaron a dos de sus amigos, el empresario de la construcción, Isidro Usabiaga, en 1996 y al presidente de la patronal guipuzcoana, Joxe Maria Korta en 2008, y claudicó. “No pude más”, reconoció con motivo del homenaje a los empresarios en octubre de 2017.

 Una de las conclusiones del estudio sobre el chantaje de ETA realizado por la Universidad de Deusto es que además del terror que generaban las cartas, sometían a los industriales a un terrible dilema: no pagar y arriesgarse a morir, o pagar para otros siguieran muriendo."                       (Pedro Gorospe, El país, 02/05/18)

12/5/17

«Si no financiabas a ETA te convertían en objetivo militar»... la banda extorsionó a más de 9.000 empresarios entre 1993 y 2008

"Las cartas se convirtieron para ETA en un arma tan peligrosa como las propias balas. De hecho, fue el instrumento que la banda terrorista utilizó para extorsionar a más de 9.000 empresarios entre 1993 y 2008.

 Pero la cifra podría ser muy superior, según el estudio «Misivas del terror», realizado por investigadores del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto que será presentado este martes en Madrid.

Su coordinadora, la socióloga Izaskun Sáez de la Fuente (Bilbao, 1970), destaca que la intimidación resultó muy efectiva para la organización, que obtuvo de esta forma la mayor parte de sus ingresos.

P—¿Cómo surgió el «impuesto revolucionario»? 

R—Al principio ETA buscaba contribuciones voluntarias, pero ¿hasta qué punto contribuye uno voluntariamente o contribuye por si acaso para que no se te personen en la empresa dos o tres y te digan: «Oye, estamos luchando por la libertad del País Vasco y tú tendrás que dar una cuota de lo tuyo»? 

El mal llamado «impuesto revolucionario» se acuña tras la muerte de Franco, a partir del 75, que es cuando comienzan a llegar las primeras cartas.

P—En su libro explican que las misivas iban adquiriendo un tono distinto con el paso del tiempo. ¿Cómo se producía esta evolución? 

R—El tono de las cartas iba cambiando a medida que ETA se daba cuenta de que con la primera no conseguía el efecto intimidante y el doblegamiento de la voluntad de las personas a las que extorsionaba. Si una decidía no pagar, empezaba a aumentar la dosis de amedrentamiento. Hay gente que ha recibido hasta siete u ocho cartas. 

Evidentemente, el miedo que pretendían inocular era cada vez mayor, de tal manera que si en un principio se pedía una contribución voluntaria, al final se hablaba de que tanto la víctima como sus bienes y su familia se habían convertido en objetivo militar.

P—¿Qué otros mecanismos utilizaba ETA para inculcar el miedo en sus víctimas? 

R—En el momento en el que descubrían que no había manera de doblegar la voluntad de los extorsionados, las cartas eran más frecuentes y se diversificaban los mecanismos. Primero, las misivas ya no llegaban directamente a ellos o a sus empresas, sino a sus familiares. Incluso a sus hijos menores de edad.

 Entonces empezaban a verse en la diana: los violentos hacían pasquines en la calle que los señalaban como fascistas, realizaban concentraciones amedrentadoras frente a sus domicilios o incluso les dejaban animales muertos en las puertas de sus casas.

P—¿Qué sentían las víctimas cuando recibían una de esas cartas? —Cuando uno recibe la primera carta se hace al menos dos preguntas. La primera es: «¿Por qué me ha tocado a mí?». Esa pregunta adquiría matices diferentes si uno pertenecía al colectivo nacionalista, porque ellos entendían que se ponía en entredicho su compromiso con la causa vasca. 

Y la siguiente era: «¿Quién se ha chivado?», porque tenían la sensación de que había «gente de campo» en su entorno más o menos próximo que había contado a ETA cuál era su situación personal. Es decir, cómo vivía, si tenía o no dinero, si su empresa poseía dividendos o no…

P—«Gente de campo», «impuesto revolucionario»… Parece que ETA consiguió establecer e imponer su propio lenguaje. 

R—Sí, por supuesto. Desde la perspectiva ética nosotros hemos denunciado el uso perverso del lenguaje que realiza ETA, que de alguna manera alimenta lo que fue la justificación o la legitimación social de la extorsión. Hasta los medios de comunicación usaban estos términos. En lugar de hablar de secuestros se hablaba de arrestos. En lugar de asesinatos se hablaba de ejecuciones en manos del «tribunal del pueblo».

P—¿Cuáles eran las consecuencias de no pagar? 

R—Si no hacías caso a las cartas, evidentemente te situaban en el punto de la diana. Podías ser objeto de un secuestro o directamente ser asesinado. Hay gente que, más que las secuelas personales, subraya el sentimiento de culpa que ha sentido por haber colocado a su familia en el punto de mira de los violentos. 

Son familias que han sufrido secuelas después del shock experimentado. Además, hay que tener en cuenta que, en general, no estamos hablando de familias pobres, sino de personas con recursos que parecía que no tenían derecho a sufrir porque tenían dinero. «¡Pero si es un capitalista, que se pague un spa!», decían.

P—¿Consiguió ETA que pagaran muchos empresarios? 

R—Por los estudios que se han hecho hemos podido comprobar que la mayoría no pagó ni se marchó de la Comunidad Autónoma. Pero con el dinero de los que pagaron fue suficiente como para mantener a ETA durante más de 40 años."                   (Entrevista a ENTREVISTA IZASKUN SÁEZ DE LA FUENTE, ABC 25/04/17, en Fundación para la Libertad)

8/9/15

En la retina de muchos aún perdura esa imagen de gente pagando el chantaje terrorista en bares de Bayona o San Juan de Luz a plena luz del día

"Florencio Domínguez (Caparroso, 1956) es probablemente el periodista que más sepa de ETA en España. Estudioso del fenómeno terrorista, este doctor en Comunicación Pública por la Universidad de Navarra analiza en esta entrevista la situación actual de ETA y desgrana el estudio que está realizando, junto a otros expertos, historiadores y economistas, de la incidencia de la extorsión etarra.

– Ha muerto Charles Pascua. Con él al frente del Ministerio del Interior se inició el fin del ‘santuario francés’ de ETA. 

Llegó al ministerio en 1986 con el gobierno de cohabitación de Chirac. Eliminaron el santuario francés, la situación de comodidad que había en Francia en donde los miembros de ETA no estaban escondidos, y lo hicieron con detenciones y expulsiones masiva: entre 1986 y los primeros meses de 1988 expulsaron a 189 miembros de ETA. Y obligó a ETA a dispersar a su gente por toda Francia, enviarla a América y, sobre todo, a hacerse más clandestina.

- Algunas personas han vinculado esta reacción tardía del Gobierno francés con la actividad del terrorismo de los GAL en suelo francés. Hasta entonces ETA era un problema interno de España.

Hay una interpretación del que fue embajador francés en España Pierre Guidoni, que dice justo lo contrario. Sostenía que a finales de 1983 ya había un acuerdo entre los gobiernos español y francés para poner en marcha medidas policiales contra ETA. Y que la aparición de los GAL lo dificultó. 

Hubo además otro factor en esta política de mano dura de Pascua ajeno por completo al terrorismo de ETA: una campaña de atentados en París de un grupo libanés que creó una gran inquietud en la opinión pública francesa. El Gobierno no conseguía contener esa oleada terrorista y transmitió firmeza contra el terrorismo golpeando a otro cuyos miembros estaban a la vista en Francia.

– En la retina de muchos aún perdura esa imagen de gente pagando el chantaje terrorista en bares de Bayona o San Juan de Luz a plena luz del día.

Es que lo del ‘santuario francés’ no era solo una imagen periodística, era una situación real que daba grandes facilidades a un grupo terrorista que en España estaba en la clandestinidad, pero al otro lado sus dirigentes operaban a la luz del día: se sabía dónde vivían, estaban registrados en las oficinas de empleo, cobraban ayudas sociales del gobierno, tenían trabajo. Organizaban cursillos de adiestramiento a los que iban hasta 30 personas simultáneamente a un caserío hasta 15 días.

– Hoy en día parece impensable.

¡30 personas allí metidas! Les permitía dirigir los comandos, etc. Y sobre todo para la extorsión: no hacía falta más que cruzar la frontera e ir a determinados bares o domicilios para pagar.

– La reacción social ante el terrorismo etarra fue muy tardía, a pesar de que ETA ha matado sobre todo en democracia. ¿En el caso de la extorsión, ocurrió igual?

También muy tardíamente. La extorsión era una cosa que se llevaba en la intimidad, tanto si el extorsionado decidía pagar, como si decidía lo contrario. En las entrevistas que hemos hecho en el estudio se ve que muchos de ellos ocultan a su familia que han recibido la carta. No tenía trascendencia pública. Solo mucho después comienza la movilización desde las organizaciones empresariales.

– ¿Cuándo se produce ese cambio? En el caso de la movilización social contra ETA el nacimiento de Gesto fue un factor importante para activar esa reacción.

En el caso de la extorsión había un hándicap para arropar a los extorsionados que era la existencia de una mentalidad poco solidaria con los patronos que decía aquello de “son empresarios, serán ricos y además son unos explotadores”. En los años 90 en el Goierri hay algunas plataformas que se mueven y activan y hacen declaraciones públicas en contra de la extorsión. Pero estamos hablando de la década de los 90.

 - ¿Qué parte del presupuesto de ETA, que llegó a ser de hasta seis millones de euros en los 80, llegaba de la extorsión y de los secuestros?

A valor actual, de los secuestros realizados entre 1973 y 1997 ETA recaudó entre 101 y 104 millones de euros. Pero hacer una estimación de lo que ha supuesto la extorsión es imposible.

– Usted ha afirmado que cuando ETA dispuso de menos dinero su capacidad terrorista quedaba mermada. ¿Qué tipo de reproche, moral, político, penal…, se les puede hacer a los que cedieron al chantaje?

Es complejo. No todas las situaciones fueron las mismas: no es lo mismo un empresario que puede irse, que uno que tiene un pequeño negocio y no se lo puede llevar y vive en un ambiente social muy presionado por el mundo del terrorismo; no es lo mismo tener un negocio en el Goierri que en Bilbao. 

Probablemente la mayoría de los extorsionados no ha pagado, aunque es verdad que han pagado los suficientes para que se mantuviera y financiara el aparato terrorista. En similares condiciones ha habido muchos que no han cedido. ¿No tenían más remedio que pagar? Algunos habrán pensado que pagando se quitaban el problema.

– Algunas organizaciones como el Grupo Mondragón no cedieron al chantaje, ¿por qué le parece destacable?

Porque es un grupo simbólico en la economía y sociedad vascas. Tiene un valor ejemplar que no dudaran. Muchas veces se le ha criticado por su afinidad con el nacionalismo, incluso con la izquierda abertzale, y ha sido objeto de campañas. Cuando les llega la extorsión no dudan, en el minuto uno la rechazan sin vacilar.

– Dibuja usted a una organización muy metódica con el dinero, que obligaba a los terroristas a apuntar el gasto de un bocadillo.

No les pasaban una. Si había un desfase de dinero, la dirección pedía explicaciones. Los gastos eran al euro. Si comían un bocadillo, si fumaban, cada uno lo tenía que registrar. La obsesión burocratizadora con Soledad Iparragirre, ‘Amboto’, llegar a ser tremenda: hace unas tablas para controlar los gastos día a día por conceptos como comida, casa, material, ropa, transporte…

– En lo que sí han tenido éxito fue en el tema del lenguaje: por ejemplo al colocar el concepto del ‘impuesto revolucionario’.

Sí, es evidente. Lo del impuesto revolucionario viene de la influencia de los Tupamaros, que desarrollaron las ideas de un Estado paralelo: ellos tienen prisiones, nosotros ‘cárceles del pueblo’, ellos cobran el IRPF con su Hacienda, nosotros cobramos el ‘impuesto revolucionario’. El término con el que han tenido más éxito es el de zulo, incorporado por la Real Academia.

– ¿Dónde estamos ahora en este proceso unilateral de fin del terror que inició ETA en octubre de 2011?

No hay que olvidar que ETA ha sido llevada del ronzal hasta esa decisión. Pero su objetivo sigue siendo tratar de negociar el desarme con los gobiernos. Diferencia dos escenarios: el sellado de las armas y el desarme. Para el sellado está dispuesta a hacer cosas, con acompañamiento y teatro internacional. 

Pero manteniendo el control de las armas, sin un control exterior. Pero el desarme, la destrucción de las armas los siguen condicionando a la negociación con los gobiernos; a esa parte no han renunciado. Están haciendo tiempo a que acabe la legislatura de Rajoy.

– ¿Cree que ETA ha podido vender parte de su arsenal?

La guerrilla salvadoreña ocultó parte de sus arsenales a las brigadas de desarme de la ONU, y se descubrieron en 1993 cuando se produjo una explosión en Managua en un taller en Santa Rosa que precisamente estaba gestionada por ETA, en concreto por Eusebio Arzallus, ‘Paticorto’. Cuando el IRA negocia sus acuerdos de paz, una parte de sus armas las vende. Y lo sabemos porque una parte se la vende a ETA. 

Después de firmados los acuerdos, vende material. Es una práctica que se ha producido, luego no se puede descartar -porque ETA necesita dinero- que, al final, recurra al mismo sistema.

27/3/15

Manifiesta que, habiendo sido requerido para satisfacer un impuesto revolucionario y amenazado de muerte en caso de no satisfacerlo, no está dispuesto a entregar un solo céntimo en tal concepto

"El 25 de marzo de 1980 ETA asesinó a Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, con un tiro en la nuca. Dos fueron las razones para su «ajusticiamiento» según un comunicado de la banda asesina: tratarse de un «representante cualificado del gran capital» y «haberse negado a contribuir económicamente a modo de impuesto revolucionario».

Treinta y cinco años después me decido a contar la verdad para desnudar la mentira de terroristas, cómplices y políticos oportunistas. Tenemos la obligación moral de desenmascararlos a todos. Mi padre (Q.E.P.D.) trabajaba como agente de seguros. El entorno de ETA había descubierto que si creaba una agencia de seguros podía conseguir grandes comisiones, en base, como siempre, a amenazas y coacciones. 

Y él tuvo la valentía de denunciar públicamente la argucia en el Colegio de Agentes de Seguros de Vizcaya. Al terminar su intervención, un compañero y amigo que estaba sentado a su lado le dijo: «Enrique, acabas de firmar tu sentencia de muerte».

Meses más tarde, recibió una carta exigiéndole el pago del mal llamado impuesto revolucionario. Después de leerla me dijo: «No van a conseguir echarme de mi tierra porque si me matan me enterrarán en Gordejuela». Para quienes no están familiarizados con la zona, Gordejuela es un entrañable pueblo de Vizcaya. Sabía que lo iban a matar y no quería protección para evitar más muertes inocentes. Redactó un acta ante un notario de Bilbao que transcribo:

«En Bilbao a 7 de febrero de 1979, yo, notario del Ilustre Colegio de Burgos con residencia en esta Villa, por la presente, hago constar:
Que comparece ante mí, don Enrique Aresti Urien, conde de Aresti, mayor de edad, viudo, abogado, vecino de Bilbao, con domicilio en Gran Vía, número 26, tercero y con DNI número X.

El señor (…) conde de Aresti manifiesta: Que nació en Gordejuela (Vizcaya) el 7 de octubre de 1917 y declara su condición de católico, vasco y español. Como católico, apostólico y romano, pide a Dios perdón por el mal que haya podido hacer y sobre todo por el bien que haya dejado de hacer. No admite discusión en su condición de vasco y de español con cualquier advenedizo que pudiera discutir estas realidades.

Manifiesta que, habiendo sido requerido para satisfacer un impuesto revolucionario y amenazado de muerte en caso de no satisfacerlo, no está dispuesto a entregar un solo céntimo en tal concepto porque el hacerlo supondría una traición a su condición antes declarada de católico, vasco y español.

Lógicamente de dicha oposición pueden derivarse dos consecuencias: a) La muerte. b) La retención para obtener, bajo amenazas, lo que voluntariamente no está dispuesto a dar. En el supuesto a) que, antes o después a todos llega, no se necesitan instrucciones especiales. En el supuesto b) ordena a todos sus familiares que se atengan a su deseo expreso y terminante de no entregar cantidad ninguna por su liberación a pesar del mucho cariño que le puedan tener y precisamente en aras de ese cariño.

 Esta orden la hace extensiva a todos los que a través de cualquier relación económica pudieran sentirse obligados a hacerlo y manifiesta que no reconocerá como válida ninguna deuda que en su nombre ni en el de sus familiares se pudiera contraer con ninguna entidad bancaria en orden a su liberación.

Al agradecer a Dios el regalo de la Fe, le pide que le ayude, en cualquier circunstancia que surja, a cumplir con su deber. Se despide de sus hijos agradeciéndoles el cariño que siempre le han tenido y lo mucho que le han acompañado y les anima a que, con alegría, sigan el camino que haga posible que un día se vuelvan a encontrar con su madre bajo el amor de Dios (…)».

El 25 de marzo de 1980 lo mataron, obviamente por la espalda. Con el alma desgarrada lo velamos en casa junto con los innumerables amigos de verdad, que afortunadamente eran muchos, y a quienes desde aquí repito nuestro más profundo agradecimiento.

En aquella fecha el Consejo General Vasco tenía su sede en la Gran Vía de Bilbao, justo enfrente de nuestra casa. Su presidente era Carlos Garaicoechea (uno de los políticos oportunistas) que no consideró oportuno ni siquiera cruzar de acera para manifestar su pesar. Él sabrá los motivos. Al día siguiente, después del funeral, lo enterramos rotos de dolor en su querida tierra de Gordejuela.

Tres años más tarde, el Ayuntamiento de Bilbao presidido por el alcalde José Luis Robles (otro político oportunista) decidió cambiar el nombre de la plaza del Conde de Aresti (abuelo de mi padre y diputado general de Vizcaya entre 1898 y 1902), aumentando gratuitamente nuestro dolor e intentando borrar parte de la historia de Vizcaya.

Mi padre nos enseñó, entre otras muchas cosas, a no odiar a nadie. Siempre nos decía: «Breve o larga, la vida sólo vale algo si en el momento de entregarla no tenemos que sonrojarnos de ella». Nosotros estamos orgullosos de tu ejemplo y eso no nos lo puede quitar nadie.

Los asesinos no encontrarán nunca la paz interior y vivirán atormentados. Muchas veces esa vida es peor que morir."              (CARLOS ARESTI LLORENTE, EL CORREO – 24/03/15, en Fundación para la Libertad)

26/3/15

Ni siquiera la tienda de fruta del barrio o la panadería de la esquina quedaban exentas del pago del impuesto revolucionario de ETA

"(...) Gracias a la investigación del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto, se empieza a hablar ahora de todos esos empresarios –grandes, pequeños y medianos– que un buen día recibieron una carta de ETA exigiendo el ‘impuesto revolucionario’ y que en muchos casos les arruinó la vida. Tenían, en efecto, que elegir entre pagar o vivir, con la consecuencia añadida de que pagando financiaban el terrorismo.

Hasta ahora no se quería hablar de ello. Ni se consideraba al extorsionado una víctima ni tampoco se consideraba la extorsión una expresión propia del terrorismo, sino un asunto menor y colateral.

Lo cierto es que no es asunto menor. Se calcula que fueron al menos unos 10.000 los chantajeados por la banda terrorista. No es fácil calcular lo recaudado pero las cifras conocidas son elocuentes: entre el año 1980 y 1986, más de mil millones de pesetas; en los primeros años del presente siglo, dos mil millones de euros anuales, sin contar las cajas B.

 Habría que valorar también el empobrecimiento acarreado por esta práctica amedrentadora que, según algunas estimaciones, podría estar en torno al 10% del PIB del País Vasco. Desde el punto de vista económico, la extorsión fue una catástrofe para el conjunto de la sociedad vasca, sin olvidar la tragedia que supuso en cada caso tener que hacer frente en solitario a la amenaza de los pistoleros.

Nos podemos preguntar por qué un asunto mayor como éste ha tenido tan escasa presencia y significación. Hay un par de explicaciones que vienen a cuento. En primer lugar, por un prejuicio de clase. Se creó la imagen de que solo afectaba a los ricos y un empresario, al fin y al cabo, es un explotador y no merece compasión. Era por cierto una falsa imagen porque el chantaje alcanzaba a modestos autónomos. 

Ni siquiera la tienda de fruta del barrio o la panadería de la esquina quedaban exentas. Hasta allí llegaba el sobre que alguien deslizaba sobre el mostrador para que se rellenara con el «donativo voluntario», en el más puro estilo de la mafia siciliana. La segunda razón se debe al ocultismo del chantaje. 

ETA pedía discreción. Que se supiera de su existencia pero no quiénes eran los extorsionados. Las víctimas también callaban por vergüenza o por miedo o pensando que sería mejor.

Las otras razones tienen que ver con lo complejo del asunto. La gente necesita planteamientos simples para manifestarse a favor y si el problema exige discernimiento, pasa de largo. Y la extorsión es un asunto complicado porque sitúa al afectado ante un dilema: si paga, salva su vida, pero contribuye a financiar las balas que mañana pueden matar a un ser inocente.

 Si no paga, cumple con su deber como ciudadano, pero se juega su vida o la de su familia. Ese es el dilema que el extorsionado tiene que resolver en la más absoluta soledad. Que no espere de la sociedad mucha comprensión. Esta aplaudirá a los pocos empresarios que plantaron cara y puntuará de insuficiente la actitud de quienes acabaron pagando. 

A este dilema personal habría que sumar otro de índole política: ¿cómo el Estado, encargado constitucionalmente de velar por la vida y hacienda de sus ciudadanos se permite castigar por ley a quien pague por ‘colaboración con banda armada’? El Estado, consciente de su debilidad, optó de hecho por desviar la mirada y dejar hacer.

Ha llegado el momento de hablar y de aclarar las cosas. Lo primero que establecen los autores del informe provisional, Xabier Etxeberria Mauleón, Galo Bilbao y J. M. Ruiz Soroa, es que los chantajeados eran víctimas y, por tanto, inocentes. Unas víctimas muy especiales pues el extorsionador jugaba con su libertad, esperando que ‘cooperara’. No podemos juzgar a los extorsionados echando mano de un código ético, el nuestro, pensado para otras circunstancias.

 Hubo héroes pero para la mayoría «no valía dentro la ética de fuera», como decía Primo Levi pensando en la conducta de los deportados. Ellos merecen no enjuiciamiento sino justicia y, por tanto, reparación de lo reparable y memoria de lo irreparable.

El foco crítico hay que dirigirlo a los extorsionadores, calificando el chantaje como una forma de terrorismo, y al extorsionador, de terrorista. También habría que analizar la figura del mediador, distinguiendo entre el que estaba más con el victimario que con las víctimas, o iba a su negocio, o se presentaba predicando equidistancia, que de todo ha habido. 

Y, sobre todo, habría que analizar a los espectadores: ¿qué hacíamos la mayoría de nosotros mientras el día a día estaba lastrado por prácticas que tanto sufrimiento causaban? Los mismos que entonces no quisieron enterarse se permiten ahora mirar por encima del hombro a los que pagaron porque no tuvieron el valor de enfrentarse a la extorsión.

Ha llegado la hora de hablar con franqueza de un tema vergonzante pero no porque los chantajeados sucumbieran al chantaje sino porque la extorsión tuviera esa magnitud y durara tanto tiempo."           (REYES MATE / Filósofo e Investigador del CSIC, EL CORREO – 25/03/15, en Fundación para la Libertad)

3/3/15

ETA llegó a extorsionar a cerca de 15.000 personas

"La extorsión es el fenómeno más oculto y olvidado de la tragedia acarreada por el terrorismo etarra. Un equipo interdisciplinar del Centro de Etica aplicada de la Universidad de Deusto está tratando de aflorar la verdad oculta de la extorsión a través de una investigación, que finalizará en un año, y de la que EL PAIS ofrece un avance.

 Como cuestión previa, resulta relevante que, cuando han pasado más de tres años del cese definitivo de ETA, sólo 60 de 220 víctimas de sus extorsiones (empresarios, directivos, profesionales, etcétera) consultadas por los investigadores han accedido a ser entrevistados a fondo; otros 130 lo han hecho anónimamente por Internet. 

También resulta relevante que la presencia de Gipuzkoa, el territorio de mayor presencia abertzale, sea proporcionalmente menor que la de Bizkaia y que predominen los altos directivos sobre los pequeños empresarios, menos protegidos.

Los investigadores encuentran difícil evaluar el alcance de la extorsión. Un informe policial estima en 9.000 el número de extorsionados de 1993 a 2008, con lo que los investigadores calculan que las víctimas de chantaje en los 50 años de historia de ETA son entre 10.000 y 15.000. La inmensa mayoría pertenecía al País Vasco, pero unas 1.100 personas vivían en Navarra. Es muy difícil calcular cuantos se resistieron al chantaje. Entre los encuestados son mayoría, pero los investigadores reconocen, también, que los que cedieron a la extorsión son más reticentes a hablar.

El estudio concluye que los empresarios y directivos de grandes corporaciones tenían más facilidad para resistirse que los profesionales individuales o los pequeños empresarios, sobre todo, en los municipios con fuerte presencia abertzale. “Muchos directivos de grandes corporaciones se negaron a pagar. Estaban más protegidos al disponer en sus empresas de equipos de seguridad muy profesionalizados y al haber podido compartir su angustia”.

Tampoco es uniforme el cobro de la extorsión en la historia de ETA. Su época más intensa y generalizada, con una presión personalizada y sobre el terreno, se produjo en los años setenta y ochenta. “ETA tenía entonces arraigo social; la figura del empresario estaba desprestigiada y el Estado tenía otras prioridades contra la banda” señala uno de los investigadores.

 Los papeles de Sokoa, intervenidos a ETA por las Fuerzas de Seguridad en 1986 en su escondite de Hendaya (Francia), contabilizaban 1.200 millones de pesetas (7,2 millones de euros) ingresados por la banda terrorista entre 1980 y 1986 como fruto de la extorsión. Pero había una segunda contabilidad, que nunca fue incautada, y que aumenta considerablemente la cifra conocida. (...)

A partir de 1993, ETA modernizó sus métodos con medios informáticos, guías empresariales y comerciales con las que elaboró una base de datos, sin abandonar el chantaje sobre el terreno.

 El asesinato del empresario guipuzcoano, José María Korta, vinculado al PNV, en agosto de 2000, implica un repunte en el cobro de extorsiones por el pánico que genera. La decadencia se inicia con la detención en Francia, en octubre de 2004, de Mikel Antza y Soledad Iparraguirre, que controlaban el aparato de extorsión. Los datos son relevantes: de 2000 a 2004 la media anual de ingresos por chantajes rondaba los dos millones de euros.

Los investigadores de Deusto destacan cómo tanto ETA, como las víctimas de la extorsión y el Estado tenían interés en mantener el ocultismo. “ETA quería que se supiese que existía la extorsión, pero no la identidad de sus víctimas; las víctimas tampoco querían que se les identificase y el Estado prefería ocultar su fracaso”, señalan. 

El resultado fue que no se abrió un debate público sobre los chantajes, los problemas jurídicos y éticos que planteaba a las víctimas el pago de un dinero que financiaba a una banda terrorista. De tal modo que desde la sociedad, empezando por las organizaciones empresariales y el Estado, no hubo ni siquiera amparo.

“Ante la extorsión, la legalidad fue por un lado y la realidad por otro”, señalan los investigadores. La cesión a la extorsión está tipificada en el artículo 576 del Código Penal como grave delito de colaboración con el terrorismo. Pero el Estado lo aplicó en un único caso, el de las hermanas Bruño, condenada una de ellas por la Audiencia Nacional y absuelta por el Tribunal Supremo en junio de 2012 por “miedo insuperable”. El tribunal reconoció, además, que “no había antecedentes”.

“La cuestión de fondo es que al no poder garantizar el Estado la seguridad de las personas extorsionadas, tampoco las perseguía”, señalan los investigadores. “Si alguien denunciaba ante la policía, esta se limitaba a aconsejarle medidas de autodefensa. Pero ni la policía abría un caso ni un juez iniciaba una investigación. La autoridad se abstenía y el Estado reconocía su impotencia. El combate contra la extorsión, por sus dificultades, nunca fue una prioridad del Estado en sus frentes de lucha contra el terrorismo”.

Tampoco las organizaciones empresariales estuvieron a la altura, aunque hay matices. Así, la patronal navarra, ya en la etapa final de ETA, en el mandato de Julio Ayesa, llegó a atender a un tercio de las 1.100 víctimas de la comunidad foral. También en el País Vasco, en el último mandato de Guillermo Zubia, aumentó la receptividad tanto de las víctimas como de la patronal.

Es prácticamente imposible cuantificar el impacto de la extorsión en la economía vasca y navarra. Algunos han especulado con un impacto del 10% del PIB, pero los investigadores no lo asumen. Consideran que el Gobierno central, consciente del fenómeno, se volcó en auxilio de la economía vasca. “Era una manera de compensar las deficiencias del Estado frente a la extorsión”, señalan.

Esta investigación no agota las posibilidades de un fenómeno tan complejo. Por ejemplo, queda pendiente la microextorsión —campañas de recogidas de dinero en pequeños comercios como las de “apoyo a los presos”—, cuya importancia no radicaba en su impacto económico sino en socializar el miedo. O la complicidad de personas vinculadas a la izquierda abertzale en centros de trabajo con los extorsionadores, sobre todo, en los años de plomo."                     (   , El País 1 MAR 2015)

17/2/15

No se investigó la extorsión de ETA a empresarios. Fueron chantajeadas más de 9.000 personas y costó un 10% del PIB vasco

"En la historia del fenómeno terrorista de ETA existe un concreto aspecto que puede calificarse como de verdadero agujero negro, es decir, como una parte de la realidad que se resiste a dejarse conocer y que atrapa en su oscuridad a todo lo que la rodea. Se trata de la extorsión económica practicada durante decenios por ETA en contra de empresarios, directivos y profesionales. 

(...) para la propia sociedad vasca en cuyo seno tuvo lugar, que nunca quiso afrontar un debate abierto sobre los complejos dilemas humanos, éticos y jurídicos que la extorsión encaminada a financiar al terrorismo planteaba.

 Pero también fue un punto ciego para la justicia, que prefirió no investigar ni eventualmente sancionar las cesiones al chantaje, por mucho que objetivamente una tal cesión pudiera constituir un delito de colaboración con el terrorismo. 

Un grupo interdisciplinar de investigadores coordinado inicialmente por Bakeaz y ahora por el Centro de Ética aplicada de la Universidad de Deusto tratan hoy en día de hacer luz sobre ese fenómeno de la extorsión que, a pesar de la dificultad para obtener datos empíricos contrastados y fiables, supuso un desplazamiento patrimonial realmente importante: limitándonos a la época dorada de la extorsión (los años ochenta), no menos de 9.000 personas fueron en el País Vasco objeto de chantaje (de las que parece que la mayoría no cedieron a ella), y ETA obtuvo en esos años, según la “contabilidad” de los papeles de Sokoa, más de 1.100.000.000 pesetas de financiación para atentar, constatándose una retroalimentación cruzada entre financiación y capacidad de atentar: a más financiación, más atentados, pero también al revés.

Uno de los campos de más difícil estudio, dada la ausencia de una metodología econométrica contrastada, es el del impacto que tuvo el fenómeno terrorista sobre la economía del País Vasco y sobre su discurrir a lo largo de los 50 años que duró. Trabajadas hipótesis (inevitablemente basadas en comparaciones diseñadas con precisión discutible) sugieren un impacto negativo de hasta un 10% del PIB en los años ochenta y noventa, lo que da una idea de la importancia económica del terrorismo para la región que principalmente lo sufrió.

 Y, sin embargo, no es menos sugerente otra hipótesis: la de que, gracias a la negociación política en Madrid del sistema Concierto Económico-Cupo, una negociación en la que el argumento terrorista siempre dio juego, y que conllevaba una significativa sobrefinanciación en recursos públicos para ese mismo País Vasco, la política vasca consiguió compensar el daño que el terrorismo causaba, lo que trajo consigo al final un proceso de globalización o socialización sobre toda España de buena parte del impacto económico del terrorismo. (...)

Ahora bien, lo que los datos macroeco-nómicos no ponen de manifiesto como se merece es el gran sufrimiento humano experimentado por las víctimas de esta particular clase de violencia, las cuales (salvo el caso de las grandes empresas capaces de establecer redes de atención para sus directivos) tuvieron que gestionar en angustiosa soledad (y sin percibir comprensión alguna por parte de un entorno social que malconsideraba sistemáticamente al empresariado en aquella época) la toma de unas decisiones que eran humana y éticamente profundamente perturbadoras: porque para una mínima sensibilidad el ceder al chantaje implicaba comprar la seguridad propia pagando el precio de la próxima bala de 9 milímetros parabellum que acabaría con la vida de otro.

 Cada pequeño empresario, y cada abogado o médico interpelado por este terror, tuvieron que decidir solos y sin más ayuda que su conciencia, la línea de conducta a seguir. (...)

Pero las víctimas del terror chantajista, además de sufrir, tenían que tomar decisiones difíciles que dejarían huellas futuras en su sensibilidad. Y se sentían abandonados, pues no sólo no existía solidaridad con ellas, sino que existía expresa insensibilidad. Además del agobio de percibir al colaborador de ETA en su propio entorno laboral o vecinal. Sufrimiento humano en bruto, el material con que se construye el proyecto totalitario.

 Y es que, visto el asunto desde hoy, lo que más llama la atención del estudioso de aquellos años no es sólo lo que sucedió, sino sobre todo lo que no ocurrió: es clamorosa la ausencia del más mínimo debate público o institucional sobre los criterios a seguir en el caso de la extorsión terrorista, sobre los valores en juego, sobre las normas éticas a aplicar, sobre la forma de ponderar el valor de la seguridad personal y el disvalor de sostener el terror. Cómo compatibilizar el miedo humano y el valor cívico. (...)

En 2012 (¡nada menos que en 2012!), la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo dictó su primera y única sentencia sobre un caso en que dos empresarias habían cedido al chantaje. Porque sucedía que, objetivamente considerada, la cesión al chantaje era y es un delito de colaboración con organización terrorista que sólo por aplicación de la eximente de miedo insuperable puede quedar impune. 

Para lo cual hay que investigar y sopesar las circunstancias de cada caso. Pues bien, en esa sentencia de 2012, el Tribunal Supremo constata como dato ciertamente asombroso que no existen precedentes judiciales de enjuiciamiento o investigación sumarial de pagos de chantajes, a pesar de que era un dato obvio que desde 1975 se había generalizado la extorsión. Pero en la maquinaria judicial no existían antecedentes de ello. (...)

Pues bien, esta ausencia de precedentes no pudo ser una casualidad, sino que respondió a una deliberada y constante abstención por parte de la policía/fiscalía/justicia en cuanto al seguimiento/control/enjuiciamiento de las extorsiones en su lado pasivo. 

Abstención que, curiosamente, no fue tampoco fruto de un proceso deliberado de decisión sino más bien de una “no-decisión”: las instituciones nunca se plantearon qué debían hacer; sencillamente, no hicieron.  (...)

Esta inhibición de las autoridades ¿fue acertada o no desde el punto de vista de la lucha contra el terrorismo? ¿Se le dieron demasiadas facilidades a ETA para financiarse? Una política policial y judicial más estricta y un debate público visible ¿hubiera ayudado a las víctimas del chantaje o les hubiera causado padecimiento adicional?

Cuestiones que son también contrafácticas, pues plantean las consecuencias hipotéticas de unas decisiones que nunca existieron. Y no es fácil: si el Estado de derecho hubiese adoptado una vigilancia activa contra la financiación, interfiriendo incluso en la decisión de las víctimas, podría muy bien haberse deslegitimado más aún ante una opinión pública vasca que no quería saber nada de un asunto sin solución cómoda. O quizás no. 

Al final, se trata de una luz que nunca se alumbró, pero que no está de más, ahora, intentar encender."                (   , El país 2 FEB 2015)

10/12/13

ETA reclamó 134 millones de euros en 'impuesto revolucionario' de 2005 a 2007

"ETA reclamó unos 134 millones de euros a 1.025 víctimas en concepto del llamado "impuesto revolucionario" en 2005, 2006 y 2007, según el análisis de la policía francesa a partir de documentos requisados en mayo de 2009 al etarra Ekaitz Sirvent.

El teniente de la brigada financiera Benoît Auger Latife ha dado este lunes esas cifras ante el Tribunal de lo Criminal de París que juzga a Sirvent y a otros dos presuntos miembros de la estructura de extorsión, y ha dicho que en los archivos informáticos que se le aprehendieron se encontraron trazas de más de 1.600 cartas a empresarios en esos tres años para el cobro.

El fiscal, Jean-François Ricard, precisó que el monto global de la extorsión que llevó a cabo la organización terrorista es una extrapolación de los títulos de una lista de documentos que estaban encriptados y cuyo contenido no ha podido ser descodificado por las fuerzas del orden.

A partir de otro correo, que sí que se pudo leer, dirigido al empresario Miguel Catalán al que se reclamaban 75.000 euros, y cuyo título en el soporte informático terminaba con las cifras 75 se entendió que los otros títulos respondían a un código alfanumérico que respondía a la misma lógica.

Los 134 millones de euros salen de la suma de las cantidades que los policías han extraído de esos códigos que supuestamente identifican a los empresarios a los que la organización terrorista se propuso extorsionar, pero a los que no se ha podido relacionar con nombres y apellidos.

En otros ficheros también en posesión de Sirvent al ser capturado en París el 10 de abril de 2009, que no estaban codificados, y que se referían a abril, mayo y junio de ese año, con 55 cartas de extorsión que iban a ser enviadas durante esos meses, la banda exigía entre 60.000 y 300.000 euros por empresario.

De media, ETA se disponía a reclamar un millón y medio de euros cada mes en ese periodo. (...)

Auger Latife ha dado cuenta de otros archivos requisados al acusado, y en particular de uno con el nombre de Uría dentro del directorio dedicado a la estructura de extorsión de la banda "Gezi", y referido al empresario Ignacio Uría Mendizábal, asesinado por ETA el 3 de diciembre de 2008.

De acuerdo con el análisis del teniente de la brigada financiera, la presencia del nombre del directivo de la compañía Altuna y Uría hace pensar que el atentado que le costó la vida tuvo que ver con su negativa a pagar el "impuesto revolucionario" y no con que su empresa trabajara en las obras del tren de alta velocidad en la llamada "Y" vasca. (...)"          (eldiariovasco, 02/12/2013)