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6/11/20

El concierto económico vasco y el convenio navarro, que constituyen no sólo un indudable privilegio, sino un verdadero agravio comparativo respecto a todos los demás españoles ¿Cómo se puede criticar, con razón, el autonomismo neoliberal e impresentable de la Comunidad de Madrid y defender las transferencias constantes de competencias esenciales a las Comunidades Autónomas (vasca y navarra) en base a supuestas singularidades identitarias?

 "Todavía hay algunos que me miran extrañado cuando insisto en la importancia de la integridad territorial del Estado. Cuando subrayo la importancia de su fortaleza, indisociable de dicha integridad territorial. A decir verdad, lo único que debería extrañarles es su torpe extrañeza. 

Hablo de gentes que se dicen de izquierdas. Algunos, incluso, se arrogan el monopolio de la izquierda, aunque creo que traducen lo anterior por el monopolio de los buenos sentimientos. (...)

Y es que la izquierda, si puede tener voz hoy, es reivindicando necesariamente el Estado. No queda otra. El Estado frente a sus múltiples amenazas. Dos, principalmente. La erosión de soberanía que de facto supone una unión montería que le impide hoy tener margen de maniobra alguno en uno de los ejes centrales de la política económica: la política monetaria. 

Esa cesión de soberanía no fue a cambio de una verdadera integración política, con una unión fiscal, con un presupuesto común en el que las transferencias fueran incondicionales e imperativas, no gravosos y pírricos préstamos con una condicionalidad espantosa.

 La unión monetaria que supuso Maastricht redujo a la mínima expresión imaginable el poder de los Estados, o para ser más exacto, el poder de algunos Estados. Otros, claro, hegemonizan la unión monetaria, sacando rédito comercial y productivo de ello. Hubo quien dijo que la unión fiscal vendría por añadidura, pero más bien vinieron políticas de austeridad indiscriminada en 2008, esa que vino a llamarse expansiva y que fue más bien espantosa.

Hoy seguimos tan lejos como entonces, o con la perspectiva del tiempo tal vez más, de una mínima armonización fiscal, sumidos en un mar de deslocalizaciones y paraísos fiscales. En España, el modelo productivo imperante, hegemónico desde entonces, es uno de servicios, basado en el turismo y la hostelería, de paupérrimos salarios. Los ajustes que vienen impuestos se hacen a través de la devaluación interna, esto es, de la bajada lacerante de salarios. Y así llevamos décadas. Mientras tanto, la presión fiscal sigue lejos de la media europea, y cuando no hay otro remedio que subir los impuestos, a pesar del populismo transversal del que unos y otros son devotos, las subidas que se prescriben son de todo menos progresivas, a través de los impuestos indirectos, los más regresivos e injustos de todos.

No es ésta la única amenaza que enfrenta el Estado en España. No solo nos enfrentamos a la financiarización de la economía y a la libre circulación de los capitales en el frente exterior, sino que, además, existe un frente endógeno de debilitamiento del Estado. La centrifugación del Estado que trae causa en el propio diseño del Estado de las Autonomías. Desde el mismo momento en que se dio carta de naturaleza a las reivindicaciones del nacionalismo en la Constitución, cristalizadas en el reconocimiento de las nacionalidades (artículo 2) y en la Disposición Adicional Primera con su blindaje de los regímenes forales, se certificó la quiebra de la unidad fiscal dentro de España, y por tanto de la igualdad entre españoles.

De ahí emanan los regímenes del concierto económico vasco y el convenio navarro, que constituyen no sólo un indudable privilegio, sino un verdadero agravio comparativo respecto a todos los demás españoles. Por eso, una de las exigencias del nacionalismo catalán, antes de andar en dirección al monte golpista, fue el pacto fiscal que el inefable Mas puso encima de la mesa. Un pacto fiscal que, emulando a País Vasco y Navarra, hubiera supuesto la implosión de las arcas públicas del Estado. 

Una insostenible excepción al deber redistributivo de todo Estado medianamente social, aunque en el caso catalán, por su peso sobre el PIB nacional, hubiera sido una excepción absolutamente insostenible en términos cuantitativos. Porque si nos ceñimos a los cualitativos, cualquier privilegio debería ser descartado de inicio; al menos si nos importa mínimamente la igualdad.

Seamos claros de una vez por todas: ¿cómo se puede, en nombre de la izquierda, querer barrer los vestigios decorativos y nominales del Antiguo Régimen mientras se abrazan los sustantivos? ¿Cómo se puede repudiar al rey pero no a los virreyes de los derechos históricos y otras infames patrañas para camuflar insolidaridad y privilegio? ¿Cómo se puede criticar, con razón, el autonomismo neoliberal e impresentable de la Comunidad de Madrid y defender las transferencias constantes de competencias esenciales a las Comunidades Autónomas en base a supuestas singularidades identitarias? ¿Cómo se puede, en nombre del socialismo, hablar de balanzas fiscales o del principio de ordinalidad cuando está visto que la competencia autonómica en materia fiscal ha deteriorado a la baja, y hasta su práctica desaparición, instrumentos tan progresivos como el Impuesto de Patrimonio y el Impuesto de Sucesiones y Donaciones?

Hoy, España es un Estado con una situación geopolítica endeble y constreñida: dentro de la UE, a rebufo de la hegemonía alemana en lo económico, y en la órbita de influencia de EEUU. Sin soberanía monetaria. Expuesto a que los ajustes económicos se hagan recaer sobre los ya maltrechos salarios de los españoles. Con una precariedad generalizada, íntimamente relacionada con un modelo productivo de servicios, desindustrializado, el que tocaba aceptar como precio por la convergencia europea.

Sin duda, hay margen – aunque muy estrecho – para hacer las cosas mejor. En el ámbito fiscal, para que el Estado no siga diluyéndose en su faceta redistributiva, sería exigible que las fuerzas políticas teóricamente de izquierdas se tomasen en serio la reforma del IRPF para acabar con la inaceptable brecha entre la tributación de las rentas del trabajo y las del capital, recuperasen un Impuesto de Patrimonio y uno de Sucesiones y Donaciones dignos de tal nombre – incompatibles, subráyese las veces que haga falta, con el bazar de las transferencias autonómicas y la competencia a la baja entre las mismas –, revisasen deducciones y bonificaciones del Impuesto de Sociedades, y trabajasen en serio por garantizar una verdadera progresividad del sistema fiscal en su conjunto.

Otra de las cosas que puede hacerse, sin pedir permiso a nadie, es frenar la centrifugación interna del Estado. Si el Estado de las Autonomías ha mermado el acento social del Estado, es de justicia reconocerlo y enfrentarlo. No podemos vivir permanentemente mirando hacia otro lado. No podemos dejar que las cosas se arreglen solas, ni aceptar que los gobiernos autonómicos puedan operar a espaldas del gobierno central, sin la menor coordinación, en un clima de absoluta competencia y hostilidad, con el perjuicio que ello comporta para el interés general y para el bien común.

Parece que, entre tanto ruido de sables, se advierte una caótica pero funcional pinza para mantener el actual estado de cosas: por un lado, los neoliberales que constantemente nos advierten sobre los excesos de “papá Estado”, más aún ante un gobierno “social-comunista” – ese que sólo habita sus fantasías más disparatadas -; por otro, cierta izquierda posmoderna e indefinida – no es izquierda, de acuerdo, pero sociológicamente esa identificación sigue funcionando, tristemente – que se muestra perezosa ante el Estado, reticente a aceptar su imperiosa necesidad como si aquel siguiese siendo una imposición autoritaria y oscura. Y, por último, por obvio no menos importante, los nacionalistas que de forma explícita buscan la quiebra de ese Estado.

De los primeros y terceros se entiende su compromiso contra el Estado, por mucho que en ambos casos se esgrima el concepto de nación, bien sentimental o plebiscitaria, pero siempre en frente del Estado y de su integridad territorial, siempre repudiando al único instrumento que puede ser garante real de la igualdad. De quien se entiende menos es de una izquierda que sigue siendo rehén de sus delirios anarquizantes – que le acercan desde luego más al anarcocapitalismo que al marxismo -, de la tentación por reconocer singularidades antes que tutelar equidad y solidaridad, de la obsesión particularista contra la igualdad.

Ante tantas amenazas solo nos queda el Estado para llevar adelante la agenda social. Quienes desprecian al Estado, desprecian en el fondo dicha agenda, y bloquean su posibilidad de implementación. Y es que sin Estado no tenemos nada."             (Guillermo del Valle, Crónica Popular, 02/11/20)

19/12/19

Xavier Marín, portavoz de la corriente 'Rojos' del PSC: eso que llaman 'hecho diferencial', se basa en el rechazo a la solidaridad entre territorios. Es por lo tanto contrario al principio de igualdad de las izquierdas... En Alemania se recoge por escrito que no se podrán presentar a las elecciones los partidos que pretendan fracturar el país...

"(...)Ustedes en el congreso del PSC se han opuesto a que Cataluña se defina como nación.
Porque no lo es. Hay un principio jurídico universal: no se puede considerar un territorio 'nación' si no tiene soberanía. Y en España la soberanía reside en el conjunto de la población española. Cataluña ni tiene ni es deseable que tenga soberanía. Y eso lamentablemente no lo defiende Iceta. Además, el sentimiento de identidad, ligado en algunos casos a la lengua, en otros a la cultura, en otros a eso que llaman 'hecho diferencial', se basa en el rechazo a la solidaridad entre territorios. Es por lo tanto contrario al principio de igualdad de las izquierdas. 
Que Cataluña es una nación es uno de los dogmas intocables de la sociedad catalana.
 
Y fruto de ese dogma, el separatismo ha ido construyendo una mayoría, con el adoctrinamiento y el engaño en las escuelas y los medios públicos y subvencionados. (...)
Otro dogma es el de la inmersión lingüística como modelo de consenso. 
 
El catalán ya se ha normalizado, es de uso mayoritario, y ahora el independentismo quiere lapidar el castellano. ¿La respuesta? Cumplir con la Constitución, que dice que hay cooficialidad de lenguas. El equilibrio perfecto es un 50% en castellano y otro 50% en catalán. La realidad, no obstante, es que la Generalitat incumple incluso la cuota del 25% de clases en español. 
¿Cuál es la solución de Rojos para la crisis catalana?
 
No consentirle más al separatismo. Este se fue creciendo al ver que se le toleraba en exceso. Es necesario, para ello, que cuando se reforme la Constitución se dejen claras las competencias estatales, como pasa en Alemania, Francia o Estados Unidos. 
¿Un blindaje competencial?
 
Imprescindible. Cada cuatro años no pueden ser moneda de cambio los seis diputados del PNV o los 13 de ERC. Para eso hay que dejar claro que la independencia no va a ser posible nunca. Ni la izquierda ni la propia Constitución se lo dice de forma alta y clara. En Alemania se recoge por escrito que no se podrán presentar a las elecciones aquellos partidos que pretendan fracturar el país. (...)

(Entrevista a Xavier Marín, portavoz de la corriente interna Rojos del PSC., Iñaki Ellakuría, El Mundo, 15/12/19)

9/11/15

¿Se puede ser al mismo tiempo de izquierdas y nacionalista? ¿Cuando el derecho a decidir es solo una trampa de los nacionalistas que oculta la aspiración de una región rica a separarse de las pobres? ¿Cómo sostener que Extremadura o Andalucía oprimen a Cataluña, País Vasco o Navarra?

"¿Se puede ser al mismo tiempo de izquierdas y nacionalista? La izquierda siempre ha proclamado su vocación internacional, pero en la práctica, a menudo, ha asumido la causa nacionalista. 

En nuestro país, la crítica radical a toda autoridad y la desconfianza hacia el Estado condujeron a una parte muy importante de la izquierda a inclinarse por el federalismo; en versiones más extremas, por el cantonalismo, e incluso por posiciones casi comunales. 

El juego político, basado en la alternancia de partidos burgueses y en el caciquismo, marginaba a los movimientos populares y a la izquierda. No es extraño por tanto que parte de esta -en algunos sitios como Cataluña casi en su totalidad- se recluyese en el sindicalismo y en el anarquismo adoptando aptitudes apolíticas, y considerando que cuanto más dividido estuviese el poder político, mejor. 

Esta desconfianza ante el Estado se vio mantenida e incluso acrecentada durante la dictadura. El Estado era franquista y opresor, opresor no solo de las libertades individuales sino también de las de los pueblos. La lucha, la resistencia, eran en primer lugar frente al poder político, frente al Estado.

Tales recelos pueden tener su razón de ser ante un Estado liberal, y por supuesto ante regímenes dictatoriales, pero carecen de todo sentido cuando se trata de un Estado social y democrático de derecho. A una parte de nuestra izquierda le cuesta comprender que el único contrapeso posible al poder económico y a las desigualdades que derivan del mercado se encuentra en el Estado. 

Bien es verdad que hoy en día estamos inmersos en un proceso involutivo que pretende retrotraernos al Estado liberal, pero la forma de combatirlo nunca puede estar en propugnar menos Estado, sino en, por el contrario, reclamar más Estado; la manera de superarlo jamás podrá centrarse en un proceso disgregador que trocea el Estado en comportamientos estancos.

El Estado constituye el único ámbito en el que, mejor o peor, se cumple el juego democrático, y en el que resulta posible establecer contrapesos al poder económico.(...)

No existe ninguna contradicción, todo lo contrario, en que la izquierda abrace la causa de las naciones o de los pueblos pobres y oprimidos por la dominación colonial; pero cuando en Estados teóricamente avanzados, como Italia o España, el nacionalismo surge en las regiones ricas, enarbolando la bandera de la insolidaridad frente a las más atrasadas, la izquierda difícilmente puede emparejarse con el nacionalismo sin traicionar sus principios. 

En este ámbito, izquierda y nacionalismo son conceptos excluyentes. ¿Cómo mantener que la Italia del norte, rica y próspera, es explotada por la del sur, que posee un grado de desarrollo económico bastante menor?

 ¿Cómo sostener que regiones tales como Extremadura, Andalucía o Castilla-La Mancha oprimen a otras como Cataluña, País Vasco o Navarra? ¿Puede la izquierda dar cobertura al victimismo de los ricos? ¿No resulta contradictorio escuchar a una fuerza que pretende ser progresista quejarse del déficit fiscal de Cataluña?

Hoy, esta contradicción no solo ha hecho presa en la mayoría de las izquierdas de Cataluña y del País Vasco, sino que se ha trasladado de manera edulcorada a los partidos nacionales. Tanto IU como Podemos se han dejado enmarañar en el concepto del derecho a decidir, eufemismo empleado por los nacionalistas catalanes para eludir hablar del derecho de autodeterminación, del que saben perfectamente que no es aplicable a Cataluña, según la extensión que de él hace el ordenamiento jurídico internacional.

El derecho a decidir presenta, además, el atractivo de revestirse de la apariencia de democracia y libertad. Es fácil tachar de antidemócratas a los que se opongan. Se olvidan, no obstante, al igual que lo hacen los defensores del neoliberalismo económico, de la paradoja de la libertad, que viene a recordarnos que la libertad, como ausencia de todo control restrictivo, termina destruyéndose a sí misma y convirtiéndose en la máxima coacción, ya que deja a los poderosos vía libre para esclavizar a los débiles. 

Sin Estado, sin ley, no hay libertad. Precisamente lo que cada individuo pide al Estado es que proteja su libertad, pero en contrapartida tiene que renunciar a una parte de esa libertad, aquella que se opone a la libertad de los demás. Mi derecho a mover mis puños en la dirección que desee queda constreñido por la posición de la nariz del vecino. Es de la limitación de la libertad de donde emerge la propia libertad. La carencia de leyes limitativas de la libertad hunde a la sociedad en el caos, imponiéndose la ley de la selva, la ley del más fuerte.

Todos tenemos el derecho a decidir. Es más, estamos compelidos, como dirían los existencialistas, a un sinfín de elecciones, pero también hay otras que nos están vedadas.  (...)

¿Serían capaces de mantener que un grupo social, el constituido por los ciudadanos de mayores rentas, tiene el derecho, si lo decidiese por mayoría (la mayoría sería aplastante) de excluirse del sistema público de pensiones, de la sanidad y de la educación pública, por ejemplo, con la correspondiente rebaja proporcional en sus impuestos? El supuesto no es tan forzado como pudiera parecer si tenemos en cuenta que las regiones que proponen la autodeterminación son de las más ricas de España.

 ¿Cuál sería su postura si la Moraleja (una de las urbanizaciones de más altostanding de Madrid) pretendiese (ya lo intentó) independizarse del municipio de Alcobendas (municipio de clase media), creando su propio ayuntamiento? Amparados en el derecho a decidir, ¿estarían a favor, por ejemplo, de convocar un referéndum sobre la pena de muerte?

La independencia de Cataluña no solo afectaría a esta región sino a toda España. El derecho de un grupo de catalanes aunque fuese mayoritario (ahora no lo son) chocaría con el derecho de otros catalanes e incluso con el derecho del resto de españoles. ¿Puede la mitad de Cataluña cambiar sustancialmente las condiciones de vida de la otra mitad, obligándole a separarse de España, a la que se encuentran unidos desde hace muchos siglos? 

Por otra parte, ¿quiénes son los catalanes?, ¿los que ahora residen en la Comunidad Autónoma aunque hayan llegado ayer o todos los nacidos en Cataluña vivan donde vivan? ¿Por qué pueden votar los catalanes residentes en Costa Rica y no los residentes en Madrid?

Tanto IU como Podemos deberían preguntarse quién es el sujeto de ese derecho a decidir que se invoca.  (...)

¿Qué ocurriría si la mayoría en Barcelona y Tarragona se pronunciase en contra de la escisión aunque la mayoría de la Comunidad se mostrase a favor?, ¿se independizarían tan solo Lérida y Gerona? ¿Y qué sería de los municipios que se pronunciasen en contra de lo decidido por sus correspondientes provincias?

El derecho a decidir es solo una trampa (y tanto Podemos como IU harían bien en no caer en ella), pergeñada por los partidos nacionalistas detrás de la cual se oculta únicamente la aspiración de una región rica de separarse de las de peor fortuna. Es una trampa parecida a la que crean las clases altas cuando invocan el término libertad aplicándolo a la economía. 

En cuanto se rasca un poco en el discurso nacionalista, debajo de las palabras democracia, pueblo, libertad, decidir, se encuentra siempre el “España nos roba”. Acabo de leer uno de esos comentarios en prensa en los que los independentistas son tan asiduos; después de no sé cuántos alegatos el autor termina diciendo que los niños extremeños tienen en la escuela ordenadores gratis y los catalanes no.

 No sé si es cierto o falso, pero en cualquier caso debería preguntarse si tiene algo que ver el 3% y que el presidente de la Generalitat sea el presidente de Comunidad que más gana en España, y el que percibe, por cierto, casi el doble que el presidente del Gobierno."                  (La izquierda y el derecho a decidir, de Juan Francisco Martín Seco en República de las ideas, en Caffe Reggio, 07/11/15)

18/7/14

Los nacionalistas no son ni serán federalistas

"(...)  Aunque Arcadi Espada no quiso entrar a valorar el texto firmado, entre otros, por Baltasar Garzón, Ángel Gabilondo o José Antonio Zarzalejos, sí deja caer, acaso como premeditada boutade: “Estoy seguro de que los nacionalistas no son ni serán federalistas”. Sobre este y otros aspectos del debate sobre Cataluña, entre ellos el papel de los hombres de letras como ciudadanos, comentó en esta entrevista concedida a Vozpópuli.

-El manifiesto no puede ser más directo: “el nacionalismo es una derrota a la democracia”. No da cuartel al tema independentista. No se plantea siquiera la negociación.

-España ha contemporizado demasiado con el nacionalismo, no solo desde le punto de vista político sino desde el punto de vista moral e intelectual. No hay nada de inteligente en el nacionalismo. Es una ideología agresiva, siempre antidemocrática y profundamente reaccionaria.

-Si comparamos el manifiesto Libres e Iguales con el otro, el que aboga por la reforma federal, pues es obvio que ambos están en las antípodas.

-He leído muy por encima ese otro manifiesto. Yo creo, sin entrar en discusiones conceptuales, que lo interesante es que, por fin, en España, los españoles hablen de este asunto. Hasta que no sacamos el manifiesto, el debate del nacionalismo parecía pertenecer sólo a Cataluña, como si ese debate se circunscribiese solo a una parte de España.

Lo fundamental para empezar a discutir es que quienes estén directamente implicados en esa hipótesis fantasmagórica participen en el debate. Estoy seguro, sin embargo, de que los nacionalistas no son ni serán federalistas, pero más allá de eso, hay que hacer entender que el nacionalismo es el problema más grave que ha tenido España en 30 años, incluyendo el terrorismo de ETA.

-El manifiesto reprocha a las élites un excesivo pasividad y “resignación”. ¿Es una queja dirigida a Mariano Rajoy?

-No. En realidad hablamos de las élites. No se trata de rebajar la culpa que pueda tener yo o cualquier otro, y aunque creo que el gobierno tiene una actitud política correcta, no tiene una actitud pedagógica adecuada sobre lo que el nacionalismo significa para España. Sacamos el manifiesto porque ni el gobierno ni la oposición han llevado a España la intensidad del problema en toda su dimensión.

 Este asunto rebasa la cuestión gubernamental para trasladarse a los ciudadanos. Entre los ciudadanos existe incluso una inesperada apatía. De ahí que el primer objetivo de nuestro manifiesto fuera la movilización, porque más allá de la discusión en tertulias y debates, entre la gente impera una especie de cansancio y hartazgo ante el avance del nacionalismo.  (...)"        (Entrevista a Arcadi Espada, Karina Sainz Borgo, Vox Populi, 17/07/2014)

16/7/14

Que Rajoy y Mas hablen…¿de qué? En Cataluña hace mucho tiempo que ciertas cosas entran por una oreja y salen por la otra

"Hay cosas que tienen solución y cosas que no la tienen. Las cosas que no tienen solución, o que no parece que la tengan, dan más miedo. Cuestan más de aceptar. (...)

Pretender a estas alturas que Mariano Rajoy y Artur Mas van a sentarse a hablar, o que si lo hicieran iban a arreglar algo, es de una simpleza tan fantástica, tan catatónica, que sólo se explica desde la imperiosa necesidad de todo un establishment carcomido hasta el nervio (el actual establishment político-mediático-intelectualoide catalán…) de justificar el mantenerse tal cual, el que aquí nadie quiera admitir que han metido la pata hasta el fondo. Que se han equivocado.

La idea es que desde la Moncloa les echen una mano y les digan, bueno, pero nosotros también, ni tú ni yo, pelillos constitucionales a la mar…¿en serio creen que va a ocurrir eso? ¿Tanto gilipollas hay? No es humanamente posible, ni siquiera en la Cataluña actual.

 O les han drogado con algo, o se pinchan cada día antes de salir de casa con una especie de insulina autocegadora, de autoopio. Y así se convencen de tener razón y de tener razones veinticuatro horitas más.

En menos de veinticuatro horas entrevisto en Madrid a Albert Boadella para ABC y me siento a hablar con un abogado muy inteligente, que se llama Raúl Ochoa. Me llama mucho la atención que dos personas que no tienen nada que ver, que no se conocen de nada, me vengan a decir en esencia lo mismo: que ellos no se creen que aquí tenga ninguna viabilidad ni ningún sentido sentarse a hablar de más o menos federalismos o más o menos ganas de reformar la Constitución. 

Que todo eso puede estar la mar de bien en sí mismo (como la abdicación de Juan Carlos I, como el 15-M…) pero no va a modificar ningún elemento central del paisaje. Que en Cataluña hace mucho tiempo que ciertas cosas entran por una oreja y salen por la otra (de los de siempre).

Boadella y Ochoa, insisto en que sin conocerse de nada, coinciden en que aquí la única solución, o por lo menos amenguamiento del problema, pasa porque el Estado se cuadre. Porque se deje sentir. Porque no tenga miedo de aplicar la ley.

 ¿Sacar los tanques? No, quién propone eso, a no ser que los saquen del otro lado…(pero como en el otro lado no hay, no parece probable el órdago). Simplemente no tener complejos de ser Estado, no tener complejos de ser. No tener miedo a existir.

¿Cuánta gente no se habrá dado cuenta ya de que eso es así? ¿De que Rajoy y Mas no van a hablar, no pueden hablar, porque no tienen nada qué decirse?
Hace tiempo que el problema no tiene solución. Sólo tiene, y cuán a duras penas, remedio."                (Anna Grau, Crónica Global, Lunes, 14 de julio de 2014)

18/2/08

Lo de no matarse es un buen comienzo, es que si no...

"Flamencos y valones vivimos juntos sin violencia, sin bombas".

P. ¿Hasta dónde debe llegar la transferencia de competencias?

R. Las regiones en Bélgica tienen ya una gran autonomía por ejemplo en educación, cultura, infraestructuras y algunos aspectos de la política industrial y económica. Lo que queremos es transferir competencias de forma homogénea en el nivel federal y en el regional. Por ejemplo, en política económica, laboral y empresarial las competencias pasarían a las regiones, pero si transferimos sin reforzar el Estado, el país se rompe.

P. ¿Cómo reforzar el Estado?

R. Flamencos y valones podrán tener competencias por ejemplo sobre el mercado laboral, pero en un marco definido por el Estado. Es como el pacto de estabilidad en la zona euro, donde los países son responsables de su política presupuestaria pero con las obligaciones de déficit o endeudamiento que marca el pacto. Otra de mis propuestas es crear una circunscripción federal, es decir, que haya políticos a los que los elijan los electores de todo el país, la idea es crear una opinión pública federal, absolutamente necesaria.” (GUY VERHOFSTADT, entrevista, El País, ed. Galicia, Internacional, 15/02/2008, p. 5)