"Catalunya, año 2011. Dos mujeres jóvenes saltan a la comba en una
plaza de un pueblo al ritmo de una canción tradicional catalana. De
repente, las protagonistas se transforman y aparecen cubiertas por un
burka, saltando igual que las anteriores, pero con una música árabe de
fondo. Esta sería la Catalunya de 2025, según este anuncio electoral de
la ultraderechista Plataforma per Catalunya (PxC), liderada por Josep
Anglada. Esta formación logró aquel año 67 concejales y estuvo a punto
de entrar al Parlament de Catalunya, con una campaña que se resumía en
dos frases: ‘primero los de casa y ‘no al islam’. Aunque Anglada era un
viejo fascista españolista, ex miembro de la Fuerza Nueva de Blas Piñar,
en su pueblo, en Vic, ya había cosechado cierto éxito entre sus vecinos
con sus discursos contra las personas migrantes y bajo otra marca, la
Plataforma Vigatana, con la que ya había sido concejal.
Anglada supo no entrar en conflicto sobre a qué casa se refería. No
metió en la ecuación hasta pasados unos años el nombre de España, y supo
así ganarse a una parte del electorado de Vic y de otras ciudades
catalanas, con un prejuicio transversal que comparten ámbitos tanto
catalanistas como españolistas, algunas izquierdas y no pocas derechas:
el racismo y la islamofobia, que son hoy el nuevo antisemitismo, como
decía el historiador italiano Enzo Traverso. Esta fórmula había sido
probada ya con éxito en otros países años atrás, y el propio Anglada
gozaba de muy buenas conexiones internacionales en Europa, con pesos
pesados de la ultraderecha como el Frente Nacional francés o el FPÖ
austríaco, además de con un multimillonario sueco que financiaba a gran
parte de estos partidos, Patrick Brinkmann. Anglada obtuvo el mejor
resultado electoral que había obtenido nunca un partido de extrema
derecha en España desde la marcha de Blas Piñar a mediados de los años
80.
La historia del ascenso y la caída posterior de PxC podría ser
material de una serie cinematográfica. El partido acabaría despeñándose
los años sucesivos a su mayor éxito debido a múltiples escándalos,
deserciones y hasta supuestos intentos de asesinato de algunos miembros
del partido contra su líder. El activismo antifascista hizo también una
gran labor pedagógica pueblo por pueblo, y los periodistas hicieron su
trabajo, retratando constantemente las falsedades de sus discursos y la
verdadera cara de sus candidatos, algunos de ellos abiertamente
neonazis. Aunque el caso de PxC fue anecdótico e inédito en el conjunto
del Estado español antes de la entrada de Vox años después, el aviso era
evidente: había una parte de la sociedad que estaba dispuesta a comprar
el discurso del odio de la extrema derecha.
Las últimas elecciones municipales han permitido a la ultraderecha
española de Vox asentarse todavía más en España, y también en Catalunya,
donde ha pasado de tres a ciento veinticuatro concejales. El voto
españolista y de extrema derecha en Catalunya siempre ha existido, pero
también el racismo, la xenofobia y la islamofobia. Siempre ha existido
una extrema derecha catalanista, pero hasta ahora había sido muy
marginal, hasta el punto en el que se la ha echado en no pocas ocasiones
de los actos y las conmemoraciones más importantes de Catalunya por
parte de otros grupos independentistas. Hasta ahora. (...)
Es el caso de los dos partidos ultraderechistas que acaban de
irrumpir en varios municipios catalanes, y que se han convertido en
objeto de polémica estos días: Aliança Catalana (AC) en Ripoll y en
otras dos localidades y el Front Nacional de Catalunya (FNC) en Manresa y
en La Masó. Especialmente la primera, con un lema idéntico al que usó
PxC en 2011, ‘primer, els ripollesos’, y sin mencionar en
ningún momento el marco nacional: ninguna alusión ni a Catalunya ni a
España. Ni siquiera a la independencia. La de esta formación lideresa
lleva tiempo popularizándose en redes sociales con discursos calcados al
resto de extremas derechas contra migrantes y musulmanes, y con el
especial ingrediente del desencanto tras el procés, que se ha
convertido en una cantera de la antipolítica y en un caladero para
mesías, salvapatrias y chamanes varios, sirviendo, además, de ariete
contra la izquierda y contra el independentismo existente.
Desde las pasadas elecciones, Silvia Orriols, la candidata de AC por
Ripoll, que ha ganado las elecciones con seis concejales de diecisiete,
ha conseguido ser el foco del debate. Ha recibido el apoyo de otros
independentistas popularizados por su histrionismo tras el procés y que
comparten sus fobias contra determinadas comunidades, ha sido
entrevistada por Pilar Rahola en 8TV, acompañada por otros políticos y
periodistas, y legitimada por líderes como la ex presidenta del
Parlament, Laura Borràs, que sugirió en Twitter que se la dejara
gobernar y matizó posteriormente tras un alud de críticas.
La normalidad con la que ha entrado este nuevo actor político en
Catalunya viene en parte al haber extendido el mantra de que no puede
ser de extrema derecha si se llama independentista, como si esto fuese
una especie de vacuna. Como si los países que también sufrieron el
fascismo, como Francia, Italia o Alemania, no hubiesen sufrido igual el
ascenso y la normalización de aquellas viejas ideas que nunca se fueron.
La extranjerización del fascismo que se ha hecho en Catalunya, atribuía
a España y a los españoles su exclusiva en Catalunya. El fascismo viene
de fuera, decían. Como si los habitantes de una nación sin estado no
pudiesen ser racistas, o como si no pudiesen decir exactamente lo mismo
que la ultraderecha española sobre el feminismo, los derechos LGTBI, las
personas migrantes, los judíos, los gitanos o los musulmanes, y
enarbolar, como ya hacen abiertamente, teorías de la conspiración sobre
un supuesto plan para reemplazar a la población autóctona por migrantes y
poco a poco islamizar Occidente. Las extremas derechas españolas y
catalanas comparten enemigos comunes (...)
Hay que tener en cuenta que en Catalunya existe una parte de la
sociedad que no tiene ninguna identificación política más allá del
independentismo, como si esta fuese ya de por si una ideología. Esta
carcasa supuestamente vacía de ideología ha sido el contenedor en el que
se ha colado esta extrema derecha, que ha sabido navegar en aguas
turbulentas en un momento clave: la normalización de las ideas de
extrema derecha en todo el mundo y el contexto catalán de desafección
política. A todos los ingredientes clásicos de la ultraderecha contra
determinados colectivos, a los que pretende quitar derechos, hay que
sumar el discurso antipolítico, la supuesta traición de los partidos y
líderes del procés, y toda la épica y el mesianismo propio del populismo
identitario que dice representar al pueblo y que promete hacer lo que
los demás no han hecho, envolviéndose en banderas e himnos y arrogándose
la representatividad del auténtico patriotismo.
Estos días han sido principalmente otros independentistas quienes han
denunciado la banalización de esta extrema derecha por parte de
personas del mismo entorno, alertando de que nada, excepto el idioma y
el marco nacional, la diferencia del resto de ultraderechas. Marc
Ferrer, un bombero catalán, hizo un excelente hilo en Twitter mostrando
las coincidencias de esta extrema derecha catalana con el resto de
extremas derechas, adjuntando capturas de las declaraciones calcadas
de los diferentes líderes, de cuyo mensaje tan solo se diferencia el
idioma. También periodistas que llevan años siguiendo a la extrema
derecha por toda Europa, como Jordi Borràs o Alba Sidera, han puesto en
bandeja numerosas evidencias para quienes todavía hoy niegan que esto
encaje en la extrema derecha, o sencillamente lo acepten como otra
opción política respetable. La respuesta ha sido en muchos casos el
insulto, la descalificación, la etiqueta de traidores y hasta la
amenaza.
No hay que obviar en estos análisis las características propias de
las localidades donde ha anidado y han tenido éxito estas formaciones, y
buscar también en qué han fallado las políticas públicas para que haya
germinado la semilla del odio. Qué problemas existen en el municipio,
qué respuestas institucionales se les ha dado y qué se podría hacer
mejor. Qué ha hecho la izquierda y el resto de la sociedad ante los
problemas y ante la proliferación de los discursos de odio. Y qué ha
fallado en el independentismo para que haya dejado de ilusionar a una
parte de la ciudadanía, que se ha lanzado en brazos del trumpismo
catalán. Aunque este fracaso no pueda ser excusa para aceptar las
consignas y las fórmulas mágicas que promete siempre la ultraderecha
para solucionar problemas complejos, ni tampoco para que, ante el éxito
de estos discursos, el resto de los partidos copien o avalen estos
discursos.
Es lo que ha pasado con la normalización de Vox en España, y lo que
está pasando ahora en Catalunya cuando líderes de otros partidos y
medios de comunicación dan la bienvenida a esta otra ultraderecha. Y es
que no hay que desligar lo que sucede en Catalunya hoy con lo que viene
sucediendo en el resto de países de Europa desde hace años, y es por
ello que, aunque busquemos respuestas locales a este fenómeno, no hay
que obviar que la ola reaccionaria es global, y que existen múltiples
canales por donde estas ideas van calando en una parte de la población. (...)
Esta infección es quizás el mayor éxito de quienes siempre han tratado
de vincular este movimiento con el supremacismo, y les va como anillo al
dedo para presentarlo como racista y excluyente. (...)" (MIquel Ramos, Público, 13/06/23)