"(...) Un barrio pobre, el Raval, hija…
Yo era casi del cuarto mundo avant la lettre. Era del gueto
de los murcianos. ¿No sabías que había un gueto en Barcelona de los
murcianos? Desde principios del novecientos. Mis padres llegaron cuando
ya eran mayores, cada uno por cuenta propia, con sus familias. Por parte
de madre, venían a Barcelona por la Exposición de 1929. Todos eran
carpinteros de Cartagena, donde se había cerrado todo. Fue entonces
cuando vivieron en la zona entre las murallas de la Rambla y Montjuïc.
Allí se construyeron barracas y después el barrio Chino:
comisarías de la Guardia Civil con caballos, lavabos públicos,
lavanderías públicas, las fábricas ‘con sus gentes’, como diría Julio
Iglesias.
Hablando de tus orígenes, escribes: “Éramos el barrio. Hijos
de una posguerra y de una geografía concretas, veníamos de fábricas en
donde abrasó sus pulmones el proletariado surgido de aquella
industrialización”. Y cierras así: “Veníamos de las aguas fecales, de la
ropa perennemente húmeda porque ni el sol se atrevía a acercarse a
nosotros. La tercera muralla, que dio origen a la Ronda y al Paralelo,
nos emparedó, consumó la segregación; éramos propiedad ajena y esa nueva
barrera resultó determinante para retenernos, para que nuestro hedor de
Barrio sur no alcanzara las orondas pecheras del naciente Ensanche”. No
veas.
Tal cual. Yo todavía desconozco cuáles eran los propietarios de nuestras casas del barrio Chino,
¿sabes? Por lo que yo sé, era un marqués con una masía en Esplugues de
Llobregat. Cuando después viví en el Eixample, ya me di cuenta. Son como
putos dueños. Esta es la mierda, ¿lo entiendes? Pero, a mí, me suda el
coño. Todos estos han vivido de rentas toda la vida y todos son, ya no
digo de Puigdemont, sino de más allá…
¿De Quim Torra?
Más aún, aún más. Te perdonan un poco que seas charnega, pero no que
no pienses como ellos. Mira, yo me he equivocado con los hombres; pero,
al no firmar papeles, me iba. Uno pertenece a aquello a lo que
pertenece, pero uno mismo debe saber que él es el responsable de sus
actos y no de los actos de los demás. Yo comprendí que, si seguía en mi
familia, no saldría adelante, como sí lo estaba haciendo el país.
¿Hablas de no conformarse?
Sí, de no sentirse a gusto en la mierda, en la ignorancia. Hablo de
leer y viajar y saber que existen otros mundos. Me parece que luchar por
cambiar de vida ha sido lo mejor que he hecho. Hablo de que, si miras
atrás, te das cuenta de que todo aquello es un peso muerto y que es
necesario cortar, cortar los pesos muertos.
En este sentido, dices que leer bien te salvó. ¿Por qué? Explícamelo.
¡A mí me salva, sí, sí! Mira, leer bien es como… ¡como votar bien! [Maruja estalla a reír mientras se agarra las rodillas y se echa atrás en el sofá pies arriba.] A ver, si tú acumulas doscientos libros de Corín Tellado [escritora española de novelas rosa y románticas],
tu vida no va a cambiar. Quizás te ayuda a hacerte pajas o incluso a
equivocarte en el matrimonio. Pero, si buscas a otros autores, la cosa
puede cambiar. Coño, si estoy hablando de las afinidades selectivas,
¡se-lec-ti-ves! Tienes que tener instinto. Te lo digo porque yo no tenía
maestros, ¿qué coño tuve yo? Yo ya estaba bien encaminada, porque solo
quería hablar de libros, leía todo lo que caía bajo mi nariz. ¿Cómo?
Escogía por identificaciones, por instinto. Dostoyevski, Dickens, Dos
Pasos, Steinbeck. Y cuando te decían que había una habitación cerrada de
libros prohibidos, como lo eran, entrabas. Pero, claro, permanecer en
la mediocridad es mucho más fácil, querido.
¿Tú crees que uno de los problemas de ahora es que no se lee?
Es una mezcla de ignorancia y desmemoria. Hay una juventud más
acostumbrada a tener que reflexionar; tampoco quiero generalizar, porque
yo nací en una España donde los hombres se rascaban la bragueta en
público, aunque luego cambió. Son procesos educacionales… Ahora bien, si
nos olvidamos y bajamos la guardia, los de Vox impondrán de nuevo
rascarse la bragueta. (...)
En este país triunfó el fascismo, y esto no se produjo en Italia ni
en Francia ni en Alemania. Y, por supuesto, pasa factura. Mira a la
Iglesia tan fuerte en Italia y, en cambio, los italianos no son como
nosotros. Aquí, el nacionalcatolicismo ha hecho aún más daño.
¿Cataluña se salva de esto?
Yo creo que también sufre de un catolicismo carlista… Diría que tiene
más salvación porque queda más cerca de la frontera; pero tampoco te
fíes mucho de los católicos franceses. No podemos simplificarlo.
Cataluña, en los años setenta, se salvaba. Pero debemos estar atentos
porque, a la que te descuidas, te insuflan los aromas de Montserrat y ya
estás jodido.
Háblame de tus padres. ¿Tu madre era modista?
Limpiaba, lo que fuera. Yo nací en 1943, y ella tenía 39 años. Mi padre era un hombre que, si dejamos de lado que le hostiaba… [Maruja se gira y desde el sofá alarga la mano y coge una foto pequeña en la que sale ella, de niña, en medio de sus padres.] Mira,
que elegante, cinco minutos antes de salir de casa. Esta foto es una
impostura. Mi padre tenía casi 50 años y este era su segundo matrimonio.
Su primera mujer, la madre de mis dos hermanastras, murió en el
bombardeo de los italianos, donde murió también la madre de Juan
Goytisolo. Él pilló una buena cogorza, durmió la mona y me dio de alta en
la vida el 30 de marzo de 1943; pero yo nací el 17 de marzo, y ahora
tengo dos cumpleaños. Él era un camarero, un alcohólico y era violento.
Mi madre no se separó porque en aquella época la justicia estaba a favor
de los hombres, y a una mujer se le podía acusar de adulterio en
cualquier momento con dos falsos testigos y se le quitaba al hijo o la
hija. A pesar de cómo está la justicia ahora, esto ha cambiado. Mis
padres son hijos de su época, productos de ese tiempo.
Escuchándote, recuerdo que mi abuela me hablaba de casas de beneficencia, donde acogían a niños y niñas abandonados.
¿Sabes qué? En uno de los paseos moralistas de mi madre,
ella me decía, mirando una de esas casas: “Qué suerte has tenido de que
no te jodieran en el turno”. Esas eran las alegrías familiares. Mi
madre, pobre mujer, la casaron porque se le había pasado el arroz y le
presentaron un viudo de buen ver; pero el viudo de buen ver era un
alcohólico de esos que no lo parecen.
En la foto sale bien peinado, vestido, elegante.
Sí, peinado y elegante… y la primera hostia, cuando cierras la puerta de casa. Fueron víctimas de la Guerra Civil.
¿En qué crees que te ha marcado todo eso como escritora y periodista?
En todo, los orígenes te marcan en todo; pero es necesario saber
vivir porque es muy ridículo ser adulto y llorar por los orígenes. Y,
además, cuando viajas un poco, se te quitan las tonterías de encima. (...)
En la portada de tu libro Esperadme en el cielo,
salís los tres abrazados a las butacas de un cine, mirando la pantalla,
tú en medio de Manolo y Terenci. En aquella infancia de posguerra, ¿el
refugio y el sueño era el cine?
No solo era nuestro refugio, sino que era mejor que el de hoy, cuando
todavía el cine vivía de los talentos europeos emigrados, cuando los
estudios tenían productores fuertes y los agentes de los actores todavía
no controlaban todo; no como ahora, que pagan un huevo a un tipo para
hacer una megapelícula para un megapúblico y exigiendo que deben
venderse muchas camisetas y palomitas. (...)
Sobre tu generación de los setenta, la de los escritores
catalanes que escribís en castellano, como Juan Marsé y otros, hubo una…
Mira, me aburre a muerte este tema. En los años setenta ya me
preguntaron por qué no escribía en catalán, y la última pregunta que me
hicieron en Cataluña fue la misma. Me aburre. ¡Cada uno es hijo de su
lengua y de su historia! Ya está bien, coño, yo no elijo mi lengua: es
la lengua la que me elige a mí. Me importa un coño, hostia. [Maruja resopla y mueve los brazos arriba, como si asustara demonios.]
Ya sé, que te enfada, lo sé, es la parte más pesada de la entrevista. ¿Es literatura catalana la que se escribe en español?
Claro. Como si fuera un italiano que nació en Barcelona hijo de un
camello y una lactante, qué sé yo. Lo que puedo decirte es que soy un
mamífero bípedo y punto. Ya no tengo más definición. ¡Estoy hasta el
mismísimo coño de que intenten que interiorice las identidades, hasta el
coño! Mira, cuanto más nos dividamos, más débiles seremos, ¿lo
entiendes? Y la lucha de clases a tomar por el culo. Pero… [de repente, Maruja empieza a reír pícara y divertida], si tú sabes,
querido, que en pocos años y no falta mucho, cuando tú salgas a follar,
llevarás un chip dentro y decidirás en ese momento qué eres y con quién
te lo pasas bien… ¡Si vamos todos de cabeza hacia Blade Runner!
Sí, sí, lo sé, lo sé.
Si yo seré una replicante, a mí qué coño me importa en qué idioma
escribo. Si recibo mensajes en mi teléfono que me dicen “aprende a
dictar en vez de escribir”. Se me ponen los pelos de punta con solo
pensarlo.
Para cerrar este tema: en la primera entrevista en CRÍTIC, decías que no eras independentista, pero que no te molestaba. Ahora, después de todo lo que hemos vivido, ¿cómo lo ves?
A mí me pareció que prometían algo que no podían cumplir, y es lo que
me parece más grave. Y la división es una tontería. Yo siempre he
sostenido -desde mi libro Mujer en guerra–
que, cuando llegó Pujol a la Generalitat, todo se provincianizó. Fue un
trabajo lento que ha dado su fruto, y ahora estamos en un punto que ya
no me interesa nada. Yo he conocido una Rambla que ahora da pena. ¿Qué
culpa tenéis vosotros de no haber vivido los setenta?
Sí, fue una época cultural fantástica, de creación, de
ambiente liberal… Tú has dicho que a la “charnega” muchos se la querían
llevar a la cama.
A las charnegas, se las querían follar todos, pero no casarse con
ellas, claro, ¡no me jodas! ¡Afortunadamente! Un compañero que trabajaba
en la revista Por Favor decía que, para casarse, mejor una
Roseret o una Montserrat o una clueca catalana con garantías. Las
charnegas íbamos a nuestro aire… Pero, fuera coñas, algunas catalanas,
hay que decirlo, también eran muy liberales. Fue una época magnífica;
aunque no me parece que esta sea mala.
Has dicho que es una de las mejores épocas para contar al mundo. ¿Seguro?
Es interesante; otra cosa es vivirla, por supuesto. (...)
Dices que el relato de la Transición le pesó mucho a vuestra generación. ¿Por qué?
De la Transición, opinas poco cuando la vives. Murió mucha gente.
Había ese grupo de falangistas, como los de ahora; la derecha era
brutal y ETA —todo hay que decirlo— mató a gusto cuando murió Franco.
Estábamos en una fragilidad permanente, intentando proteger lo poco que
estábamos consiguiendo; por tanto, ni beatos ni hostias, se hizo lo que
se pudo en un país donde Franco ganó en 1939 y, encima, murió en la
cama. Además, las potencias no ayudaron; más bien al contrario: ayudaron
a los demás. No había caído el muro, y eso fue fundamental, porque los
fachas y la derecha española -que es la propietaria de la finca- no
sabían en ese momento que la URSS era un tigre de papel.
¿Y después?
Que los españoles votaron a la UCD. Y, ¿qué quieres que te diga? En
eso estamos y nunca saldremos de ahí. Ahora miras atrás y ves que
Suárez, pues bien; pero, en su momento, nos parecía un zoquete.
Queríamos pasar a la izquierda dominante y todo se fue al garete, como
en la vida misma. Hay que leer a Scott Fitzgerald para darse cuenta de
que el fracaso es la constante en la vida. (...)" (Entrevista a Maruja Torres, Txema Seglers , La Marea, 03 mayo 2022)