"Francesc de Carreras (Barcelona, 1943) fue Catedrático de Derecho
Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona. Antes de
emprender la carrera académica, fue secretario de redacción de la
revista Destino. Comprometido con el socialismo y la resistencia anti-franquista,
se filió al PSUC en 1967. El acercamiento de la izquierda catalana al
nacionalismo provocó su alejamiento de la política de partidos.
Perteneció al grupo de intelectuales que en 2005 impulsaron la
plataforma Ciudadanos de Cataluña. Se define como racionalista, liberal y
socialdemócrata. Ha colaborado en diarios como El País, El Periódico de Cataluña, La Vanguardia y actualmente tiene un columna en THE OBJECTIVE.
PREGUNTA. Empecemos por tu infancia, ¿dónde naciste y en qué ambiente te criaste?
RESPUESTA. Nací
en Barcelona. Mis padres eran de un pueblo que se llama La Bisbal
d’Empordà, y llegaron a Barcelona en la segunda mitad de los años 20. Mi
padre era maestro en Sant Just Desvern, un pueblito al lado de
Barcelona, y desde allí hizo la carrera de Derecho por libre. En esa
época empezó también a hacer política en la universidad, era la época de
Primo de Rivera, y después conectó con Francesc Cambó y estuvo muy
ligado a él hasta su muerte.
P. ¿Cómo se estableció la relación de tu padre con él?
R. A
principios de los 30, mi padre estuvo un tiempo en la Secretaría
Política de Cambó. Después se casó y montó un despacho con un compañero.
Vino la Guerra Civil y tuvo que huir antes de que lo detuvieran,
precisamente por su relación con la Lliga. Pasó buena parte de la guerra
en San Sebastián. Mi madre se quedó en Barcelona, embarazada; mi
hermano mayor nació en plena guerra, en el 37. Después de la guerra, ya
exiliado, Cambó le volvió a llamar, y del 39 al 47, año en que muere
Cambó, mi padre fue su persona de confianza en Barcelona. Esto se sabe
poco, pero Cambó vino a España una vez y se entrevistó con Serrano
Suñer. Y murió una semana antes de hacer su retorno definitivo a España
desde su exilio en Buenos Aires. Cambó fue mi padrino, aunque yo no le
conocí nunca. Y me llamo «Francesc» por él, y esto me marcó. Se hablaba
mucho de Cambó en casa y mi padre lo tenía por un personaje
extraordinario, «de aquellos que salen sólo una vez en un siglo», una
cosa absolutamente exagerada. Yo me he leído parte de la obra de Cambó,
aunque tenía cierto rechazo a leer sus memorias porque me parece una
persona muy vanidosa. Simpatía personal no le tengo, aunque creo que
políticamente era una persona muy inteligente.
P. ¿La afinidad de tu padre con Cambó era más personal que política, o se sentía ideológicamente cercano a la Lliga?
R. Sí,
mi padre fue de la Lliga. En San Just había un teórico del
independentismo más ardiente, que era Daniel Cardona, y tuvo contacto
con él y con su grupo. Era un mundo muy nacionalista, diría casi
parafascista. Allí se empapó de ese pensamiento, pero le parecían muy
radicales y no siguió en esa línea. En la universidad fue presidente de
los estudiantes católicos, que estaban relacionados con el Cardenal
Herrera Oria y el Grupo de Propagandistas Católicos. Mi padre tenía una
virtud, y es que hablaba muy bien, era un orador a la antigua, un poco
florido, y en los mítines debía entusiasmar. Eso llegó a oídos de Cambó,
y le ofreció trabajar con él y así empezó, por sus propios medios,
porque mis abuelos no pudieron darle ni el bachillerato. Mi abuelo se
había arruinado totalmente. A los 20 años, cuando murió su padre, el
hombre de confianza de su padre le estafó. Yo conocía mucho a mi abuelo,
porque vivía en casa con nosotros, y el pobre nunca consiguió
restablecerse. Mi padre, en cambio, era una persona de un gran ímpetu
personal.
P. Tu padre fue también presidente del F.C. Barcelona. ¿Es cierto que inventó la frase «Més que un club»?
R. Mi
padre fue durante año y medio, en el 68, presidente del Barcelona. Le
interesaba ya muy poco el fútbol, pero le presionaron para evitar
enfrentamientos entre grupos. A partir de 1945 hubo una cierta
tolerancia para que el presidente del Barcelona no lo eligiera el
gobernador civil, sino que se presentaban a votación los candidatos que
el gobernador civil autorizaba. Y entonces se presentó un gran amigo
suyo, un fabricante textil del que mi padre era abogado, Montal; después
fue Martí Carreto y hasta el caso Di Stéfano, estuvo ahí. En aquella
época, se entraba en el Barcelona por política, es decir, no era un mero
club de fútbol, sino que había que entrar en lugares donde se pudiera
hacer «catalanismo», el catalanismo más tradicional y conservador de la
Lliga. Y tiempo después de ser presidente, mi padre dijo esta expresión
en un discurso, después lo repitió en una entrevista y dijo algo tan
concreto como «son mes que un club y representamos lo que
representamos».
P. ¿Recuerdas que considerara su identidad catalana incompatible con su identidad española?
R. Mi
padre no las veía incompatibles en absoluto. Siempre decía que lo que
teníamos que hacer los catalanes era ir a Madrid a hacer política, cosa
que él hacía continuamente. Se publicó en un libro que mi padre era una
persona prominente de la burguesía catalana, y no es así: mi padre era
abogado de burgueses catalanes de textiles. Tenía un despacho con mi tío
y tenían como clientes a unos doscientos fabricantes relacionados con
el textil, que pagaban una iguala cada mes. Y esto refleja también lo
que era el franquismo: ser abogado de los fabricantes textiles consistía
en ir a Madrid y obtener cupos de algodón o de lana, permisos de
importación, etcétera. El franquismo tenía un punto de vista
intervencionista de la economía, y así tenía controlada a la gente, si
alguien se portaba mal no le daba el cupo.
P. ¿Cómo describirías la relación entre esa burguesía catalana y el régimen?
R. Esta
burguesía textil se benefició enormemente del franquismo por el
proteccionismo. Por ejemplo, el ejército necesitaba uniformes, y los
fabricantes se disputaban a ver quién los hacía. Lógicamente, la
burguesía se adapta a cualquier sistema, y estaba perfectamente
acomodada.
P. ¿Hasta qué punto estaban reprimidas la lengua y la cultura catalana?
R. Por
un lado, es cierto que había cierta represión. Había una única lengua
oficial que era el castellano, por tanto, los actos públicos se tenían
que hacer en castellano, con algunas excepciones, como los Juegos
Florales que se hacían en catalán. Pero sí que se editaban libros en
catalán, en la editorial Selecta, y había un teatro en Barcelona que aún
existe, el Teatro Romea, que desde el año 46 sólo representa teatro en
catalán. Piensa que cuando acaba la Guerra, Franco, que era una persona
muy inteligente, se encuentra con que se le asocia con Mussolini y con
Hitler. Entonces lo que busca es incluir a católicos en el gobierno,
como Martín Artajo; en Cataluña quiere buscar apoyos dentro de la
burguesía catalanista; y también busca que vuelvan los exiliados
españoles. Muchos vuelven entre el 45 y el 50, pero él quería que
volvieran muchos más porque tiene que recolocarse en Europa y en el
mundo. Y este plan lo culmina en el año 53 con el Concordato con el
Vaticano, y con los pactos con Estados Unidos. Lo que no estaba
permitido era publicar periódicos en catalán, tan solo revistas. Por
ejemplo, se admitió una revista en la que yo trabajé dos años y medio,
de la que tengo unos extraordinarios recuerdos, que era la revista Destino.
Sus primeros números se hicieron en Burgos, y agrupaba a gente como
Ridruejo o Laín Entralgo, este grupo de falangistas que después
evolucionaron, pero entonces todavía no habían evolucionado. Y después
se empezó a publicar en Barcelona, con Josep Vergés como editor. Fue la
primera revista que se hizo fuera del Movimiento y tuvo una cierta
independencia. Incluso un grupo de falangistas la asaltó en el año 43 y
destrozaron el local porque estaban en contra de esta apertura. Pero ya
el régimen permitía ciertas cosas, en consonancia con la situación
mundial, porque ya se veía que la Segunda Guerra Mundial la ganarían los
aliados.
P. Tú te crías en un ambiente de clase media alta de
Barcelona, y con veinticuatro años te afilias al PSUC. ¿Cómo se produce
ese despertar político?
R. Bueno, en
casa se hablaba mucho de política. En casa se recibían cada día 11
periódicos, y a la semana, seis o siete revistas, más algún periódico
deportivo. Y se recibían periódicos tanto de Madrid como de Barcelona,
como Le Monde o Paris Match…una enorme cantidad. Y yo
me aficioné absolutamente a esto. Mi abuelo, que estaba jubilado, se
pasaba el día leyendo periódicos; era poco hablador y decía que era
sordo, aunque no nos lo creíamos mucho porque por las noches ponía la
radio, las informaciones de la BBC de Londres en castellano, no de Radio
Nacional de España. Entonces, en casa se hablaba de política. Y ya en
el colegio empecé a leer cosas de política y de historia. Tenía un
hermano mayor que en aquella época compraba libros de Camus, de Sartre,
compraba historias de España que no se vendían aquí, o algún libro sobre
la Guerra Civil, y tenía conversaciones con él. Así que cuando llegué a
la universidad, en el año 60, ya tenía cierta formación política. Y mi
padre tenía muchos libros del mundo catalanista, de Prat de la Riba,
Cambó, Estelrich. Leí La nacionalitat catalana de Prat de la
Riba a los dieciséis años, y me entusiasmó. Quedé fascinado por el libro
y pensé que tenía que salvar Cataluña. Pero después, leyendo otras
cosas y hablando con gente mayor, me di cuenta de que esto del
nacionalismo era simplemente una tontería intelectual y que lo
importante eran la libertad y la igualdad, como grandes valores que se
podían canalizar a través de sistemas democráticos liberales, a través
de sistemas socialistas. Y creo que entré en la universidad sintiéndome
socialista. En la facultad enlacé con un joven profesor, gran amigo, que
era Juan Ramón Capella, catedrático de Filosofía de Derecho. Él me pasó
el discurso de Carrillo, Después de Franco ¿qué?, y me
identifiqué mucho. Venía de una cierta formación marxista, había pasado
un verano en París, junto con mi primo Narcís Serra, y allí compré más
de 30 libros, todo lo que aquí no podíamos encontrar. Y después,
efectivamente fui del PSUC, pero no entré hasta el año 67, dos años
después de dejar la facultad.
P. ¿Sigues siendo socialista?
R. Yo
digo que soy racionalista, liberal y socialdemócrata. Desde luego, he
cambiado a lo largo de los años. Cuando yo me hago del PSUC, acababa de
volver de Cuba. Allí conocí una revolución cubana tremendamente
idealista, había que crear el hombre nuevo; eso que ahora me parece
desastroso, y que fracasó absolutamente, en aquel momento me contagió y
pensé que, aunque en Europa esto no podía funcionar porque funcionaba la
vía socialista -con el Partido Comunista Italiano y las ideas de
Gramsci de ir tomando esferas de poder-, la guerrilla en Latinoamérica
era un sistema válido. Esto lo creí por lo menos hasta los años 70.
Después regresé a Cuba pero ya con ojos críticos. Pero hubo un momento
en Europa que me hizo dudar, y fue Portugal. Portugal tenía un sistema
relativamente parecido al franquista, eran dos sistemas no democráticos y
allí da un golpe de Estado el Ejército, y no pasa nada, es pacífico y
se produce un cambio brutal. Pensé que quizás había una Europa de
Francia, Italia, Alemania, Gran Bretaña y otra que era Portugal, España,
quizás Grecia, que era una Europa con una cultura política distinta.
Esto era en el año 74, y en España iban a producirse la muerte de Franco
y la Transición, que ahora se habla como si estuviera medida, como si
se supiera todo lo que iba a pasar, cuando había muy pocas certezas. Y
fui un entusiasta de la Transición, no puedo decir que fuera
protagonista, en absoluto, pero sí que la seguí muy de cerca con algunos
de sus protagonistas.
P. ¿No tuviste algo de protagonismo en la Constitución?
R.
Bueno, Jordi Solé Tura fue ponente constitucional. Yo estaba ya en la
Autónoma, por lo tanto no estaba con él, pero sí que formó un grupo que
coordinaba Eliseo Aja, discípulo suyo, y yo estaba en ese grupo. Y por
otro lado, yo era discípulo de Manuel Jiménez de Parga, que fue Ministro
de Trabajo y estuvo en la UCD; conecté mucho con él, lo considero
maestro en muchas cosas, entre otras en periodismo.
P.
Ahora que lo mencionas, a ti se te conoce sobre todo como catedrático
de Derecho Constitucional, pero antes fuiste periodista.
R. Como
te decía, los once periódicos que llegaban a casa a diario, me los
leía, en lo fundamental, pero me los leía. Cuando terminé la carrera, mi
padre me preguntó qué quería hacer, y lo que tuve claro es que de
abogado en su despacho no quería entrar.
Pensándolo después, creo que le quité un peso
de encima porque el despacho de mi padre, ligado a la industria textil,
empezó a entrar en decadencia súbita con el plan de estabilización.
Tras la liberalización, de las doscientas empresas textiles, quebraron
todas en un plazo de dos años. Por lo tanto, el despacho iba francamente
mal. Y yo lo que quería era ser profesor de universidad, pero era muy
difícil, tanto entrar en el mundo académico como vivir con un sueldo de
ayudante, que era exactamente de 1.815 pesetas al mes. Mi segunda
vocación era periodista, y la tercera, editor. Y empecé por esto último,
entré en la Editorial Blume y en la revista Destino. Y esta revista que
hoy en día es poco recordada, excepto por los que somos mayores, para
mí fue una escuela fundamental, de literatura, de humanidad -conocí a
unas personas extraordinarias- y de periodismo, porque yo entré de
secretario de redacción, y ahí empecé a escribir. La revista tenía una
figura central, que escribía cada semana, que era Josep Pla, al que
conocí mucho; y había muchos otros escritores, no sólo catalanes,
también de otras zonas de España, como Delibes, Azorín, Camilo José
Cela… la nómina era interminable. Y allí aprendí a coger confianza para
escribir artículos de noticias candentes que tenían que salir antes del
cierre, es decir, que podía tener una hora para escribirlos. Aprendí
mucho y escribía artículos de todo tipo.
P. ¿Cuál fue tu relación con Josep Pla?
R. Para
mí era un ídolo literario. Mi padre era un gran aficionado, tenía las
obras completas y lo había leído mucho. Recuerdo que en el verano del
plan de estabilización, en el año 59, Pla visitó La Bisbal, se formó una
mesa en la terraza de un bar, y yo me metí allí para escuchar. Y uno de
los que allí estaba era el director de la sucursal de La Caixa en La
Bisbal, un hombre muy inteligente. Y Pla le preguntó cómo veía el plan
de estabilización, porque le interesaba escuchar la opinión de todos, la
de sus amigos economistas, como Juan Sardá, pero también la del
director de una sucursal en un pueblo. Y cuando yo trabajaba en la
editorial Destino, me encargaba de Pla cuando venía a Barcelona, y
salíamos a cenar. Era un personaje con muchas peculiaridades, entre
ellas que no pagaba en los restaurantes. Íbamos a un restaurante bueno
de Barcelona, y allí pedía de todo, comíamos, bebíamos… y cuando llegaba
la cuenta, que podía estar en torno a las 3000 pesetas de la época, Pla
se sacaba 100 pesetas y decía que con eso estaba todo pagado. Y el
maître le contestaba que estaban encantados de tenerle ahí, que volviera
cuando quisiera. Así iba por toda Cataluña.
P. ¿Cómo vives la llegada al poder de Pujol en 1980?
R. Yo
lo vivo fatal. Conocí a Pujol en los años 60-70, y tenía claras dos
cosas de él. Primero, que era un hombre muy inteligente y con una
cultura más vasta que la inmensa mayoría de políticos. Y segundo, que
era un nacionalista radical. Y esta mezcla me daba miedo, por el
fanatismo y por el nacionalismo. Y la verdad es que lo recuerdo muy
bien, aquella noche fue una noche muy triste. Tan es así que al cabo de
unos días surgió la posibilidad de un viaje a Italia por un congreso
universitario y me fui para alejarme del tema.
P. ¿Fue un error que el PSOE no se implantara en Cataluña?
R. Sí,
visto desde el presente, creo que fue un error. En aquel momento no
recuerdo qué opinaba yo de esto, pero el Partido Socialista de Cataluña
se organizó bastante mal, porque quería por encima de todo preservarse y
no confundirse con el PSOE. A Felipe y a Alfonso Guerra, no los veían
para Cataluña, y sí veían a Joan Reventós que era una gran persona, un
luchador antifranquista de verdad, de la burguesía catalana.
P. Pero no atraía al votante natural de un partido socialista.
R. Ni
siquiera era un gran político. Estaba también Raimon Obiols, que era su
segundo, también un gran luchador y excelente persona, pero no
conectaban con lo que podía ser la base de los socialistas, los que
votaron en el 77 a Felipe, los que votaron en las municipales a Narcís
Serra cuando salió de alcalde. En las autonómicas se plantaban allí,
iban a un pueblo de los alrededores de Barcelona, del entorno industrial
donde todos hablaban castellano, y ellos les hacían el discurso en
catalán porque tenían que demostrar que vivían allí. El PSC siempre ha
estado contagiado de nacionalismo, y cuando ha estado a punto de no
estarlo, ha vuelto a caer, como por ejemplo ahora.
P.
En ese momento existía la ficción, dentro del PSOE de Alfonso Guerra y
Felipe González, de que ellos podrían controlar al PSC, y finalmente ha
sido al revés: ha sido el PSC quien ha tenido mayor ascendencia sobre el
PSOE.
R. Es posible, sí. Yo siempre he
oído decir a Alfonso Guerra que se habían equivocado. Es un partido
que, teniendo un potencial brutal, no ha sabido triunfar. Es verdad que
ahora ha sacado 33 diputados y aunque está empatado con Esquerra, tiene
más votos. Pero es que en estas últimas elecciones en Cataluña votó el
51%, o sea, casi nadie. Y pasa que al PSC le han votado los
irreductibles, pero también muchos que seguramente habían votado a
Ciudadanos la vez anterior. La desaparición de Ciudadanos ha sido una
tragedia en Cataluña porque los nacionalistas se han quedado casi sin
oposición.
P. Ahora juzgamos el pujolismo con perspectiva, como un
régimen longevo que sembró buena parte de los problemas que hemos
sufrido después. ¿Pero esto se vio venir?
R. Desde
el minuto uno se sabía. Hay que leer el discurso de investidura del año
80, que empieza más o menos así: «Nosotros somos un partido
nacionalista. Este será un gobierno nacionalista por encima de todo.
Nosotros somos muy distintos del resto de España, tenemos una
personalidad propia, tenemos una lengua propia». Ahí está ya el germen
de por dónde iba a ir todo, ahí se empezaba la construcción de una
nación. Y es lo que se hizo en los años 80 y 90, pero la clase política y
periodística de Madrid no se enteraba. Yo estuve muchos años en un
organismo de la Generalitat, en el Consejo Consultivo. Éramos siete
miembros y nos ocupábamos de dictámenes jurídicos, pero me sirvió mucho
para ver la capacidad de odio a España que había en gente estupenda,
normal, culta. También asistí a algunas cenas con Pujol en aquella época
y lo veía en expresiones suyas o de su mujer. Y en el programa de
gobierno del año 80 ya está contemplada la reforma del Estatuto de
Cataluña. Quizá eso fue por presión de Esquerra Republicana, porque
Pujol necesitaba los votos, también los de UCD, que apoyó la investidura
de Pujol. Y en el primer gobierno de Pujol había varios miembros, el
propio Pujol incluido, aunque nunca lo dijo claramente porque era un
hombre muy hábil, cuya finalidad era la independencia de Cataluña, o
dicho de otra manera, la plenitud de la soberanía. Se han utilizado
muchas fórmulas para decir lo mismo y creo que sigue siendo así.
P.
¿En qué momento se te hace intolerable el proyecto nacionalizador de
Pujol? Porque Ciudadanos no se crea hasta el año 2005, tras dos décadas
de incomparecencia de los partidos de izquierda frente al nacionalismo.
R. Absolutamente.
Incomparecencia durante los 80, 90 y primeros 2000, con el tripartito.
El detonante de la fundación de Ciudadanos es cuando el tripartito se
dispone a hacer un nuevo Estatuto elaborado por PSC y Esquerra
Republicana como motores principales. Podían llegar a acuerdos con
Esquerra Republicana en política de vivienda o de trabajo, pero negociar
un nuevo Estatuto eran palabras mayores. Además, Esquerra tiene una
virtud y es que son sinceros, nunca ocultan que son independentistas.
Por tanto, asociarse con ellos para querer llegar a la presidencia de la
Generalitat fue algo imperdonable.
P. ¿Qué relación tenías con Maragall en ese momento?
R. Teníamos
una buena relación. Le conocía ya desde hacía muchos años, yo no era
del grupo maragallista, pero era amigo de algunos de ellos y del propio
Maragall, que era también profesor en la Autónoma. Cuando dejó de ser
alcalde, creo que en el año 97, se fue un año a Roma y allí organizó un
seminario en la universidad, y asistí. Y paseando por Roma, le comenté
que muchos en Cataluña esperábamos que se presentara a presidente de la
Generalitat en las siguientes elecciones.
P. ¿ Maragall era nacionalista?
R. Bueno,
Maragall nunca ha tenido ideas muy claras. Siempre ha sido un hombre
tremendamente confuso y muy influido por los que tenía alrededor. Y por
tanto, ni era una cosa ni la otra. Ahora, en la tarea de compaginar
Cataluña con España, bajo mi punto de vista lo hizo de manera excelente
con los Juegos Olímpicos. Nadie podía sentirse ofendido. Era un momento
difícil, porque los nacionalistas, en concreto Convergència, que era el
partido fuerte, estaba en contra; pero Maragall supo manejar esto. El
cambio de Barcelona en aquellos años, desde finales de los 70 hasta el
2005, fue brutal. Se recuperaron barrios invivibles de las afueras de la
ciudad, la parte antigua se remodeló y quedó muy bien. Y luego está la
apertura al mar de la ciudad. Y ahí está el mérito, que empezó con
Narcís Serra y Oriol Bohigas, el arquitecto que tenía diseñado todo
Barcelona y que era un entusiasta de la ciudad. Y en cierta manera la
apertura al mar ya la había previsto un empresario también genial, que
era Durán i Farell, fundador de Gas Natural, hoy Naturgy. Es decir,
desde los 70 se estaba trabajando en la transformación de la ciudad, y
culminó con las Olimpiadas, que fue el gran momento de Cataluña en los
últimos 40 años.
R. Ciudadanos tenía un hecho diferencial que no existía
en el mercado político catalán, que era el afirmar no ser nacionalista.
También lo decía el PP, ojo, también lo decía Vidal-Quadras en los años
90, pero Pujol tuvo la habilidad de decir que no eran catalanes y la
gente se lo creyó. La burguesía que apoya al PP en otras regiones, allí
no les apoyaban, estaban con Convergencia, porque el poder estaba en la
Generalitat que daba los permisos, las subvenciones, etc. Y Ciudadanos
en Cataluña dejó claro que no era nacionalista, ni de ningún extremo.
Estaba en una posición más central y así quedó escrito en el ideario que
teníamos desde el principio, desde antes de fundarse el partido.
Nacemos de un tronco que tiene dos ramas, el liberalismo político y el
socialismo democrático, y era un partido pensado básicamente para
Cataluña. Después, con el tiempo, llega un momento que parece que puede
tener éxito en el resto de España, que hay hueco para un partido que no
sea ni el PSOE, ni el PP. De entrada, yo no confié en esto, la verdad, y
se lo dije a Rivera. Pero al cabo de dos o tres años vi que podía ser
verdad y que sí podía tener importancia en España. Ahora, yo creo que
Rivera se equivocó en abandonar el papel de partido central. Es decir,
la función de Ciudadanos en España en aquellos años, de 2015 a 2019, era
poder ofrecer mayorías para que ni el PP ni el PSOE tuvieran que
recurrir al PNV, a Convergencia o a Podemos. Que se pactara hacia el
centro. Y por tanto, cuando Rivera empieza a decir que no pactará nunca
con el PSOE y no dice nada del PP, al cual quería destruir, por cierto,
hubo un cambio de posición que no nos había comunicado. Yo hablé con él
poco antes de las elecciones, delante de otras dos personas, y me dijo
que lo que yo decía del partido bisagra no servía para nada, y que las
reformas que queríamos hacer solo se podían hacer presidiendo el
gobierno. Las elecciones eran el 28 de abril, y el 9 yo había enviado
una carta con mi dimisión, aunque no se supo hasta julio. Creo que
Rivera, que tenía condiciones para ser un gran líder, no quiso escuchar a
la gente buena que había en el partido como Toni Roldán, Luis Garicano,
o el mismo Valls. Yo decía desde hacía tiempo que en Ciudadanos había
mucha comunicación y poca materia gris. Los de comunicación eran los que
mandaban.
P. ¿Y qué futuro le auguras al partido?
R. Pues ninguno, yo creo que va hacia la
desaparición. Cuando un partido pierde la confianza de los suyos,
sintiéndolo mucho, está acabado. Y no estoy diciendo nada nuevo que no
sepa la mayoría de la gente. (...)" (Entrevista a Francesc de Carreras, David Mejia, The Objective, 25/09/22)