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9/7/24

Marte Ferrusola: Un empresario mientras trabajaba, se puso al teléfono. Tras unos minutos de conversación se quedó lívido. Acababa de hablar con Marta Ferrusola, quien, tras identificarse como esposa del presidente de la Generalitat, le propuso encargarse de la ornamentación floral del nuevo negocio. La oferta no le interesaba, pero no sabía cómo decir que no a la mujer de Jordi Pujol. Era difícil dar la negativa por respuesta a la entonces primera dama de Cataluña. Así que por temor a una suerte de castigo divino con aplicación terrenal se plegó a la voluntad de Marta Ferrusola... Fue una mujer sin la que resulta difícil entender hasta qué punto caló en la sociedad catalana ese fenómeno de abducción colectiva llamado pujolismo. Ferrusola fue sobre todo la matriarca de una familia de controvertidos límites éticos y morales... Ferrusola mantuvo –a través de la empresa Hidroplant– contratos de mantenimiento de jardinería con los departamentos de Economía, Medio Ambiente, Presidencia y Gobernación de la Generalitat. La sombra de Ferrusola no se quedaba ahí, se extendía a toda la sociedad catalana gracias a ese fenómeno llamado pujolismo. Hasta el mismísimo Josep Lluís Núñez mediados los noventa y siendo presidente del Barça cedió para que Hidroplant se encargara de colocar césped en el Camp Nou, lo que acabó en un auténtico fiasco... bajo su sombra protectora, casi todos sus hijos fueron o adjudicatarios de encargos de administraciones públicas o intermediarios de ellos

"Corrían los años noventa cuando un emprendedor que contaba con varios negocios logró poner una pica en un club exclusivo. Un día mientras trabajaba sonó el teléfono. Tras unos minutos de conversación se quedó lívido. Acababa de hablar con Marta Ferrusola, quien, tras identificarse como esposa del presidente de la Generalitat, le propuso encargarse de la ornamentación floral del nuevo negocio. La oferta no le interesaba, pero no sabía cómo decir que no a la mujer de Jordi Pujol. Era difícil dar la negativa por respuesta a la entonces primera dama de Cataluña. Así que por temor a una suerte de castigo divino con aplicación terrenal se plegó a la voluntad de Marta Ferrusola, que ha fallecido este lunes a los 89 años. Fue una mujer sin la que resulta difícil entender hasta qué punto caló en la sociedad catalana ese fenómeno de abducción colectiva llamado pujolismo. Ferrusola fue sobre todo la matriarca de una familia de controvertidos límites éticos y morales que acabó sus días afectada por una enfermedad de Alzheimer, según un dictamen forense de marzo de 2021. El juez la procesó por considerarla uno de los cerebros financieros de la familia, pero la causa contra ella quedó archivada por demencia severa.

Casada en 1956 con Pujol, no soportó jamás que se pusiera en entredicho la honorabilidad de ella o de sus hijos por poco claros que fueran sus negocios. Hasta que el tripartito de izquierdas llegó al poder, Ferrusola mantuvo –a través de la empresa Hidroplant– contratos de mantenimiento de jardinería con los departamentos de Economía, Medio Ambiente, Presidencia y Gobernación de la Generalitat. La sombra de Ferrusola no se quedaba ahí, se extendía a toda la sociedad catalana gracias a ese fenómeno llamado pujolismo. Hasta el mismísimo Josep Lluís Núñez mediados los noventa y siendo presidente del Barça cedió para que Hidroplant se encargara de colocar césped en el Camp Nou, lo que acabó en un auténtico fiasco. Cataluña era para Marta Ferrusola una extensión del Palau de la Generalitat gobernado por su marido. De su sentido patrimonial del poder y del país da idea la frase con la que anatemizó al Gobierno de Maragall, tras desalojar a CiU del poder: “Es como si entran en tu casa y te encuentras los armarios revueltos, porque te han robado”

Hasta entonces y bajo su sombra protectora, casi todos sus hijos fueron o adjudicatarios de encargos de administraciones públicas o intermediarios de ellos. Algunos Pujol-Ferrusola incluso formaron parte de delegaciones catalanas en viajes oficiales de su padre. Cualquier comisión de investigación parlamentaria al respecto se cortó de raíz hasta finales de los noventa. Cuando el fenómeno creció y se convirtió en políticamente amenazante para el mismísimo president, Pujol trató de ponerles coto. Era demasiado tarde. Ni los consejeros de Presidencia a quienes encomendó la tutela de los chicos fueron capaces de embridarlos. Marta los protegía y se erigía en matriarca frente a un Jordi Pujol con complejo de culpa por la dejación en aras de la política de su papel de padre de familia. El president era incapaz de imponer en casa la autoridad que ejercía sobre la sociedad catalana. Cuando en 2015 –un año después de la confesión de fraude continuado al fisco– Marta Ferrusola acudió al Parlament. Allí sostuvo que sus hijos estaban en una situación precaria a pesar de los escándalos económicos que les rodeaban. “Van con una mano delante y otra detrás”, sentenció. Siempre cultivó la idea de que la famosa deixa del avi Florenci no era más que un simple viático –un raconet– por si el régimen de colectivizaciones volvía a Cataluña.

Esa defensa de lo que consideraba poco menos que un derecho natural de su familia la llevó a mantener actitudes misóginas con las mujeres que rodeaban a su marido. No fueron fáciles sus relaciones con Carme Alcoriza, durante 40 años secretaria de Pujol. Ramon Pedrós, que durante un decenio fue jefe de prensa de Pujol, asegura que el president no viajó nunca a Cuba porque su esposa no lo hubiera acompañado a lo que consideraba un paraíso de perversión y vicio. Ferrusola intervenía activamente para tratar de evitar divorcios y, en general para poner coto a la que consideraba vida licenciosa de algunos de los consejeros de su marido, una receta con la que, por cierto, no triunfó mucho con sus propios hijos. Con todo, la derecha catalana la consideraba un referente. “Això es una dona”, le gritaban los seguidores de CiU a Marta la noche del 29 de abril de 1984 cuando compareció con su marido en el balcón del Majestic después de que la coalición obtuviera una de sus mayorías absolutas. Sus incondicionales la veían como la evidencia del triunfo de la tradición catalana frente al feminismo: madre de familia, intachable ama de casa, atenta con su marido y emprendedora con los negocios.

Su vertiente de creyente presidió buena parte de su actividad pública. En 1990 asistió a la beatificación de 11 mártires de la Cruzada “fusilados por odio a la fe”, en una de las hornadas de santidad que Juan Pablo II puso en marcha. Tampoco le dolieron prendas en compartir patio de butacas con Jorge Fernández –el ministro del Interior del PP que pasados unos años hablaría con su ángel de la guarda– en la solemne canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Con esta manera de entender el cristianismo no tiene nada de extraño que apadrinara el alumbramiento público de la Fundación Provida, opuesta al aborto. Tanta trascendencia y respeto por la tradición católica contrasta con la frivolidad con la que empleaba el alias de “madre superiora” en sus comunicaciones con la dirección terrenal de la andorrana Banca Reig, que llamara a su hijo mayor –Jordi– “capellán de la parroquia” y que los millones fueran “misales”.

En el terreno político, mantuvo una estrecha relación y supervisión de los proyectos de su marido. Cuando la noche del 21 al 22 de mayo de 1960 supo que la policía acabaría llamando a la puerta de su domicilio, le dijo a Pujol: “Ahora es el momento de quedarse”. El que luego sería president de la Generalitat fue condenado por los tribunales de la dictadura a siete años de prisión, de los que cumplió tres. Ferrusola siguió políticamente a su marido y militó desde primera hora hasta su disolución en Convergència Democrática. Fue decisiva en la defenestración de Miquel Roca de CDC –en la que participó su hijo Jordi– y también en la entronización de Artur Mas como delfín. De José Montilla, el socialista que relevó a Pasqual Maragall en la presidencia de la Generalitat, no le gustaba que se llamara José. El castellano siempre fue una china en el zapato nacionalista de Marta, que fue beligerante con una inmigración que creía con la infiel misión primero de sustituir el catalán por el castellano y luego de derribar campanarios para erigir minaretes. Compartió puntos de vista xenófobos con el líder histórico de Esquerra, Heribert Barrera. “El problema es que las ayudas solo sirven para los inmigrantes que acaban de llegar (…) que sólo saben decir dame de comer”, dijo en 2001 en Girona. Su marido apostilló que lo expresado por su esposa en un lenguaje “muy franco y muy directo” es lo que pensaba “la gran mayoría de ciudadanos”. A pesar de las diferencias, la simbiosis Pujol-Ferrusola fue tolerablemente perfecta."                 (Francesc Valls, El País, 08/07/24)

4/7/24

No es indignación lo que provocan aquellos muchachos, el grupo de jóvenes nacionalistas aglutinados alrededor de la familia Pujol, que creyeron entonces hacer historia, ni las penosas explicaciones actuales de su estratega en jefe una vez obtenido el penoso resultado que todos conocemos. Si acaso provocan conmiseración. Con tales jefes se entienden todas las derrotas. Pueden estar tranquilos sus enemigos seculares. Indigna, en cambio, que consiguieran hacerse con el timón del país durante tantos años y sigue indignando que sigan persistiendo en su capacidad para enredar e impedir que Cataluña sea de nuevo gobernada y lo antes posible... Si se pudiera descremar el componente nacionalista catalán, el personaje sería un prototipo perfecto de votante e incluso militante del PP... y es que ya Pla calificó a Jordi Pujol, de “milhomes d’ambició desmesurada”, una condición que forma parte del ADN convergente transmitido a las siguientes generaciones

 " La clave generacional supera a veces cualquier otra explicación. La experiencia compartida de un grupo de amigos de la misma edad se convierte a veces en la llave interpretativa de la historia. No es una llave universal, ni mucho menos. A veces no abre ninguna puerta y solo sirve para confundir. En otras, en cambio, encaja tan bien en la cerradura de los acontecimientos que termina convirtiéndose en imprescindible.

Este parece ser el caso del grupo de jóvenes nacionalistas aglutinados alrededor de la familia Pujol que promovieron a Artur Mas como sucesor del presidente de Convergència y de la Generalitat y luego se convirtieron en protagonistas destacados de la intentona secesionista de 2017. Lo cuenta en Merecer la victoria, libro firmado por David Madí, un destacado militante nacionalista al que José Antich, exdirector de La Vanguardia y fundador del periódico digital El Nacional, vinculado y financiado por el entorno de Junts, presenta como el estratega en jefe del proceso independentista.

Sorprende el título e incluso la portada, ilustrada con un dibujo de Winston Churchill en un gesto conminativo con el dedo señalando al lector. También sorprende la cita de apertura (”En la guerra, determinación. En las derrotas, resistencia. En la victoria, generosidad. En la paz: buena voluntad”) y las reiteradas referencias del autor a su admirado premier conservador, el político extranjero más inspirador para quien fue al parecer el jefe del Estado mayor del independentismo derrotado. También es elocuente el subtítulo, Una visión imprescindible del conflicto catalán, en la que el autor se adelanta a la crítica con un torpe e injustificado elogio de sí mismo. Cuadra con el tono de las instrucciones dirigidas al lector y propias de un libro de autoayuda, en las que adelanta también, con notable osadía y tuteo incluido, las reacciones que suscitará: “un relato que te interesará, te hará sentir orgulloso y te indignará”.

La realidad es que su interés es escaso. Hay más maledicencias que novedades en sus pretendidas revelaciones. Se cuela incluso algún bulo lamentable, sin prueba ni testimonio vivo alguno que pueda contradecirle, contra uno de los periodistas que mejor resistieron a los abusos de poder de la Generalitat pujolista, y en concreto al propio Madí cuando era la mano derecha de Artur Mas, entonces conseller en cap en el gobierno del presidente Pujol. Explica más sobre el tipo de mente de quienes dirigieron el independentismo que sobre el independentismo mismo. Pocos son los que pueden sentirse orgullosos, ni de los desgraciados sucesos sobre los que Madí exhibe su protagonismo intelectual, ni de la limitada capacidad reflexiva que ofrece en su explicación. No es extraño que la califique de “novela de no ficción”, puesto que versa sobre nuestra historia reciente, pero se aproxima a ella como si fuera una fantasía política urdida por un grupo de jóvenes a los que ahora, cuando ya son mayorcitos, su clandestino inspirador y estratega les explica las causas del fracaso, previa y reiterada aclaración de que se trata de “un relato para adultos”.

No hay duda de que eran unos adolescentes los que creyeron hacer historia con la campaña conocida como Freedom for Catalonia, con la que el entorno juvenil de Pujol pretendía aprovechar los Juegos Olímpicos del 92 para internacionalizar prematuramente la causa de una independencia para la que se sentían llamados a movilizarse en su vida adulta. No es indignación lo que provocan aquellos muchachos que creyeron entonces hacer historia, ni las penosas explicaciones actuales de su estratega en jefe una vez obtenido el penoso resultado que todos conocemos. Si acaso provocan conmiseración. Con tales jefes se entienden todas las derrotas. Pueden estar tranquilos sus enemigos seculares.

Indigna, en cambio, que consiguieran hacerse con el timón del país durante tantos años y sigue indignando que sigan persistiendo en su capacidad para enredar e impedir que Cataluña sea de nuevo gobernada y lo antes posible. En pocas ocasiones un partido catalán ha tenido en sus manos tanto poder, y en pocas ocasiones se han desperdiciado tantas oportunidades con tanta alegría y tanta irresponsabilidad, o se han aprovechado solo para la vanidad y el disfrute personales. “A nuestra generación —escribe Madí— le tocaba tomar el relevo de la de Pujol y situar el horizonte nacional justo un escalón antes de la independencia, así como escoger la generación posterior, que remataría el trabajo”. Ni una cosa, ni la otra. El desastre es fenomenal.

Madí se define como nacionalista y liberal. No esconde su talante conservador y su severa oposición a las izquierdas. Tampoco su querencia por la autoridad y el realismo político, si bien su maquiavelismo se ha revelado de pacotilla. Si se pudiera descremar el componente nacionalista catalán, el personaje sería un prototipo perfecto de votante e incluso militante del PP. Y como muchos militantes del PP en época reciente, a Madí también le gusta citar a Pla a su conveniencia. Yo no he encontrado en ninguno de sus libros y artículos la que más gusta citar desde el mundillo indepe: “Nada se parece más a un español de derechas que un español de izquierdas”.

Tengo, en cambio, subrayada la entrada del 28 de setiembre de 1918 del Quadern gris, donde recoge las palabras famosas salidas de boca del padre del escritor: “Lo que más se parece a un hombre de izquierdas en este país es un hombre de derechas. Son iguales, intercambiables, han mamado la misma leche. ¿Podría ser de otra forma? No lo dudes: esta división es inservible”. ¿España, Cataluña o simplemente l’Empordà? Que el lector decida. También subrayé en su día en las Notes del capvesprol, las palabras que dedicó a Jordi Pujol, fundador, padre espiritual y dirigente venerado por David Madí. Pla le calificó de “milhomes d’ambició desmesurada”, una condición que, a la vista está, forma parte del ADN convergente transmitido a las siguientes generaciones."

(Lluís Bassets , El País, 24/06/24)

21/11/23

La familia Pujol mantiene operativo a día de hoy el entramado 'offshore' que usó para cobrar comisiones ilegales

 "El expresidente catalán Jordi Pujol y el resto de miembros de su familia mantienen en funcionamiento en la actualidad el entramado societario offshore con el que blanquearon las comisiones ilegales que cobraron durante décadas. Los agentes cifran en 3.000 millones de euros la fortuna que el clan logró amasar. A pesar de que ya han pasado nueve años desde que salió a la luz el escándalo la familia aún no ha devuelto el dinero. (...)

El Debate ha podido verificar que las sociedades que usaron para desviar mordidas aún continúan en activo excepto un pequeño porcentaje cuyo dinero está bloqueado por la Audiencia Nacional. Estas sociedades se encuentran en los paraísos fiscales de Panamá y Bahamas y también en Estados Unidos y Reino Unido. La gran mayoría de estas compañías son tapaderas a nombre de testaferros pero también hay mercantiles que figuran a nombre de los Pujol. De los ocho hijos del clan, el mayor de todos, Jordi Pujol Ferrusola es, según los investigadores, el que mayor capital logró sacar fuera de España.

 Una de las sociedades que aún continúan operativa es la panameña Ipromar Ocean SA, considerada una de los brazos societarios desde donde entraban y salían las mordidas. Esta empresa fue constituida el 13 de noviembre de 1996 y en estos momentos cuenta con un capital de 200.000 euros. Si bien el objeto social de la empresa es la comercialización de marisco, los agentes de la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía Nacional siempre consideraron la mercantil una tapadera para el desvío de comisiones. Pujol Jr. figura como uno de los propietarios de la empresa. El resto, tal y como figura en los informes policiales, son empresarios que actuaban como pantalla para mover el dinero en la sombra.

 Otras de las empresas que usó la familia Pujol para mover el dinero oculto son Molamol Headquarters Corp e Isla Quesito Headquarters Corp, ambas radicadas en Bahamas. Los investigadores, cuando desvelaron la existencia de ambas empresas, determinaron que en realidad se trataba de sociedades instrumentales que eran usadas para, a su vez, controlar fundaciones panameñas que ocultaban más dinero y para abrir y cerrar cuentas bancarias en Suiza. Para la UDEF la creación de estas sociedades tenían como finalidad evadir impuestos y blanquear capitales. Una de las pruebas en las que se apoyan es que fueron constituidas días antes de las operaciones sospechosas que nutrían de fondos económicos las offshore. La primera sociedad de Bahamas lleva consigo la identificación «1533775B» y la segunda «148192B».

Los agentes que continúan investigando la fortuna de los Pujol en el extranjero han detectado recientemente que una de las sociedades británicas que también participó en el lavado de activos y que hasta ahora continuaba en funcionamiento, llamada Brantridge Holdings Limited, ha sido cerrada. Detrás de la mercantil, de nuevo Jordi Pujol Jr. Los registros británicos han dado parte a los investigadores que el 7 de febrero de 2023 Brantridge Holdings Limited fue clausurada de manera abrupta. En la ficha de la compañía, activa desde 2005, figuraba el primogénito del expresidente catalán con la profesión de «inversor privado». (...)
 
La Fiscalía Anticorrupción pide 9 años de cárcel para Jordi Pujol y hasta 29 para su primogénito, Jordi Pujol Ferrusola. Para el resto del clan las penas van de los 14 a los 8 años. La Abogacía del Estado, en cambio, no se dirige contra el patriarca, pidiendo 25 años de cárcel para su hijo mayor y entre 4 y 17 años y medio para los demás. El primer instructor del caso, José De la Mata, dio por acreditado que parte de esas «actividades corruptas» que habría cometido la familia coincidieron en el tiempo con la Presidencia de Pujol, aunque se habrían prolongado más allá de su salida del cargo, generándoles «cantidades millonarias» que desvinculó de la herencia familiar del abuelo Florensi Pujol esgrimida por los acusados.
El juez situó el origen del dinero en los pagos ilícitos realizados por terceras personas, en su mayor parte vinculadas a empresas, que hacían entregas millonarias a la familia, disimuladas bajo estructuras societarias y utilizando paraísos fiscales. Y ello a cambio de una «contraprestación» que pasaba por que los Pujol ejercieran concretas influencias para adjudicaciones y concesiones a lo largo y ancho del espacio geográfico catalán."            (Alejandro Entrambasaguas  , El Debate, 11/11/23)

6/11/23

Catalunya no se merecía… a los Pujol... “Esa frase de ‘lo sabía toda Barcelona’ tenemos que decirla —asegura Pilar Rahola sin pestañear— (…) Al final te hacías una especie de blindaje mental”. Y concluye: “Millones de catalanes decidimos no mirar. Bueno, si todos los hacen…”

 "España necesita conocer su historia inmediata y que le pongamos cara, afrentas y delitos a algunos de los personajes que han formado parte de nuestro país estos últimos años. Son muchos los nombres de empresarios, banqueros, futbolistas, cantantes… que tienen una trayectoria digamos que no demasiado clara, pero los documentales requieren su tiempo y no siempre es fácil dar con la información. Así, primero ha sido uno sobre Jesús Gil, El Pionero; más tarde otro sobre Juan Carlos I, Salvar al Rey; y ahora se está emitiendo uno sobre el clan Pujol, La sagrada familia

Han tenido el acierto de titularlo David Trueba y Jordi Ferrerons, artífices de los cuatro episodios. Y es que, los catalanes lo sabemos bien, pocas familias tan “auto percibidas sagradas” como los Pujol. Tan sagrada se asumían que Marta Ferrusola en su comparecencia ante el Parlament tuvo a bien enfadarse por la afrenta que estaba recibiendo su familia al ser interrogados en una comisión parlamentaria. Una ofensa que, a su juicio, “Catalunya no se merece”, ahí es nada. 

¡Catalunya estaba siendo agraviada por intentar demostrar presuntamente que los Pujol no eran trigo limpio! Y es que el clan de los Pujol hizo de Catalunya su casa, como bien sabía Marta, y, como buena ama de casa, debía manejar la economía para que su prole —no olvidemos que los Pujol son familia numerosa, siete hijos— no pasara penurias.

“¿Es que yo no podía tener una empresa por ser hijo del President de la Generalitat?”, se sorprende Josep Pujol, único hijo que aparece en el documental, a la vez que, asegura que los investigaban fruto de “un recelillo típico de la época”. Y el caso es que algo de lo que ahora se puede hablar sin ambages —”los cargos de pertenencia a organización criminal, blanqueo de capitales, falsedad documental y evasión fiscal” que pesan sobre la familia Pujol—, ha sido durante años, demasiados, un secreto a voces. “Esa frase de ‘lo sabía toda Barcelona’ tenemos que decirla —asegura Pilar Rahola sin pestañear— (…) Al final te hacías una especie de blindaje mental”. Y concluye: “Millones de catalanes decidimos no mirar. Bueno, si todos los hacen…”. 

Y así fue cómo, poco a poco, millón a millón, misal a misal —según la terminología de la matriarca— se fue construyendo lo que ha acabado siendo un patrimonio ilegal de más de 40 millones según la Fiscalía, y la fosa política de un personaje como Jordi Pujol que ha acabado muerto civil y políticamente, así como desacreditado para pasar dignamente a la historia tras reconocer su tenencia de dinero en el extranjero con excusas que nadie cree.

 Y sí, en el documental también parece claro que para huir de ese “ustedes tienen un problema, y ese problema se llama 3%”, que soltó un Pasqual Maragall a quién le habían tensado demasiado las cuerdas, se prendió la mecha de la independencia. Una maniobra política realizada con una ingenuidad que, a decir de Nuria de Gispert, evidenció que vivíamos en un “Estado fuerte y que tenía una maquinaria que no la podía romper nadie”. Pero ninguna maniobra ha podido evitar que la Fiscalía solicite una pena de cárcel de 9 años para Jordi Pujol y entre 8 y 29 para sus siete hijos."                      (Carmen Domingo , El País, 19/12/22)

10/10/23

Así empezó todo. El germen del nacionalismo catalán, elevado a la categoría de negocio, arrancaba de la mano de un clan familiar, los Pujol que, tras años de impunidad, y con una causa abierta por corrupción en la mesa de la Audiencia Nacional, conocerán, por fin, en las próximas semanas, la fecha de un juicio durante el que el tribunal central revisará los negocios personales del que fuera presidente de la Generalitat de Cataluña Jordi Pujol, beneficiándose de ello cuando todavía lo era, y sus hijos

 "(...) Según ha podido saber El Debate, los trámites procesales necesarios para elevar a la Sala de lo Penal de la AN la instrucción del juez Santiago Pedraz tras decretar el magistrado la apertura de juicio oral contra los procesados, están a punto de concluir.

Una serie de problemas técnicos, que impedían acceder a parte de los archivos aportados por la defensa de la icónica familia independentista, han dilatado, más de lo que hubiera sido deseable, el último impulso procesal del 'caso Pujol'. Pero una vez subsanados, «es cuestión de un par de semanas» que todo esté listo para que se designe el ponente del tribunal y se fije fecha para la vista, han confirmado las fuentes consultadas.
 
Jordi Pujol i Soley, expresidente de la Generalitat de Cataluña reconoció públicamente, en julio de 2014, que había ocultado a la Hacienda española, durante más de 30 años, los depósitos de dos cuentas en el extranjero: una primera en Suiza y una segunda en Andorra. Lo hizo obligado por las circunstancias, tras darse a conocer ciertas informaciones bancarias del clan catalán a raíz de los documentos sustraídos por el exempleado de uno de los bancos donde se albergaban los fondos.
 
Para evitar posibles repercusiones legales y aprovechando la ocasión que les brindaba la amnistía fiscal del entonces ministro popular Cristóbal Montoro, los Pujol decidieron regularizar de manera voluntaria un total de cuatro millones de euros. Aunque Pujol aseguró que el origen del dinero era un legado fuera de testamento que le había dejado su padre Florenci, en la causa judicial consta que en la cuantía, de unos 850.000 euros en los años ochenta llegó a multiplicarse de manera tan exponencial como milagrosa hasta llegar a los ocho millones de euros, en 2010.

«Organización criminal»

Las cifras no podían explicarse de una forma razonable y así lo entendió el magistrado la Audiencia Nacional inicialmente asignado a las pesquisas, José de la Mata, quien inició la instrucción de una causa que, a lo largo de este mes, sentará a Jordi Pujol y a sus siete hijos en el banquillo. Hasta el punto de que, ante lo escandaloso de los números, el auto de procesamiento de toda la familia al completo– excepto la matriarca Marta Ferrusola que, por la grave demencia que padece, ha quedado excluida –habló de organización criminal.
 
El primogénito, Jordi Pujol Ferrusola llegó a ingresar en prisión en diciembre del 2017 por mover parte de los fondos por los que estaban siendo investigados. Además, atesora el dudoso honor de ser el primer miembro imputado de la familia por cohecho y tráfico de influencias por la concesión irregular de varias estaciones de ITV en Cataluña.
Oriol Pujol, por su parte, ha recurría en paralelo, la decisión del juez Manuel García Castellón de no investigar la 'operación Cataluña' en el marco del caso Villarejo. No en vano, intentaba ser admitido como perjudicado en la macrocausa que afecta al excomisario jubilado ya que, a raíz de las pruebas desglosadas en el mismo, éste podría haber estado involucrado en ciertas prácticas de dudosa legalidad para revelar los hechos que desvelaron partes de la trama de corrupción contra su familia que, ahora más que nunca, está más cerca de conocer la fecha elegida para la primera, de las varias sesiones que les llevarán al banquillo."                 (María Jamardo, El Debate, 24/09/23)

21/4/23

El Gobierno de Meloni invoca la teoría conspirativa de la “sustitución étnica”... aquí lo que Pujol llama “minorització dels catalans”, sin que nadie se ría

Guillemmartnez@sociale.network @Guillemmartnez

El Gobierno de Meloni invoca la teoría conspirativa de la “sustitución étnica”, aka lo que Pujol llama “minorització dels catalans”, sin que nadie se ría.

"El Gobierno de Meloni invoca la teoría conspirativa de la “sustitución étnica” para criticar la inmigración" (Daniel Verdú, El País, 19/04/23)

3:19 p. m. · 19 abr. 2023 3.346 Reproducciones

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 "El Gobierno de Meloni invoca la teoría conspirativa de la “sustitución étnica” para criticar la inmigración.
 
El ministro de Agricultura y cuñado de la primera ministra, Francesco Lollobrigida, alerta de que si los italianos no tienen hijos, serán sustituidos por migrantes. La líder de la oposición tacha sus palabras de “repugnantes”.

El escenario, el Salón del Mueble de Milán, parecía de lo menos propicio para un incendio político de ese tipo. Pero como si hubiera sido una acción coordinada, la primera ministra, Giorgia Meloni, y el ministro de Agricultura (y cuñado de Meloni), Francesco Lollobrigida, decidieron usar términos reprobables para hablar de inmigración y demografía, uno de los temas candentes en las últimas semanas en Italia. El segundo se refirió primero a que el aumento de la natalidad es necesario para evitar “la sustitución étnica”, un término de clara connotación supremacista que utilizó sin ningún matiz. Meloni, en ese acto, remató luego el tema diciendo que no se necesitan más migrantes para paliar la mano de obra, sino que las mujeres trabajen.

La idea de sustitución étnica alude directamente a la teoría del Gran Reemplazo, de origen francés y según la cual los blancos católicos y la población cristiana europea está paulatinamente siendo sustituida por personas de origen no europeo. Concretamente por árabes y africanos. La idea, una teoría de la conspiración defendida por políticos de extrema derecha como Éric Zemmour, que obtuvo casi 2,5 millones de votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas del año pasado, es el caballo de batalla de los supremacistas blancos y uno de los sustentos intelectuales de muchos de los atentados que se han producido en los últimos años. Como el de la isla de Utoya (Noruega) en 2011, en el que Anders Breivik asesinó a 77 personas, o el de Buffalo (Nueva York) en mayo de 2022, donde murieron 10 afroamericanos.

Lollobrigida, compañero de Meloni en los años de activismo posfascista, explicó así el término que remite a la teoría del Gran Reemplazo. Hay que “construir un bienestar que permita a la gente trabajar y tener una familia, apoyar a las parejas jóvenes para que encuentren empleo. No podemos ceder a la idea de la sustitución étnica: los italianos tienen menos hijos, así que los sustituimos por otros. Ese no es el camino”, dijo el ministro.

Las palabras de ambos hay que situarlas en el momento de crisis migratoria que vive Italia y la falta de respuestas efectivas aportadas por el Ejecutivo. Durante años, Hermanos de Italia se dedicó a gritar en el Parlamento y en las redes sociales contra la gestión de los flujos migratorios de los anteriores gobiernos. Luego, en campaña electoral, se encomendaron a grandes soluciones como un bloqueo naval de las pateras que llegan a Italia. Hoy, seis meses después de comenzar a gobernar, afrontan los peores datos de la última década. Solo desde el mes de enero, han desembarcado en Italia 34.124 migrantes, casi cuatro veces más que en el mismo periodo del año pasado. Una situación que hace pensar en que se batirá el récord de llegadas de 2017, cifrado en 181.000 personas.

La oposición que lidera Elly Schlein, al frente del progresista Partido Demócrata (PD), se mostró escandalizada. “Sus palabras son repugnantes e inaceptables por parte de alguien en su cargo. Nos retrotraen a los años treinta, son palabras que tienen el sabor del supremacismo blanco”, dijo Schlein durante una manifestación en Roma contra el último decreto del Gobierno en materia de inmigración y que se apresta a aprobar el Parlamento. “Espero que Giorgia Meloni y el Gobierno se distancien de estas declaraciones, realizadas el día en que el presidente de la República, Sergio Mattarella, visita (el campo de exterminio nazi de) Auschwitz”, dijo en referencia a la visita que el jefe del Estado italiano realizaba en ese momento a Polonia.

Nadie en el Gobierno italiano ha pedido disculpas hasta el momento por usar esa terminología, que ya había sido empleada por Meloni en el pasado. “¿Pero de qué habla Lollobrigida? Hemos llegado a niveles brutales”, criticó también el ex primer ministro Romano Prodi.

Las declaraciones de Lollobrigida coinciden con algunas medidas radicales que el Ejecutivo se dispone a tomar contra la migración irregular en Italia, como la declaración del estado de emergencia y la eliminación de la figura de la protección especial para los migrantes a través del llamado Decreto Cutro [por el municipio calabrés donde se produjo hace dos meses el naufragio que terminó con la vida de 91 migrantes]. Se trata de una medida muy discutida, pero sobre todo discutible: los expertos creen que solo creará más problemas sociales. El presidente Mattarella, que desde Polonia llamó a Europa a reformar las reglas de inmigración y asilo “prehistóricas”, no ve con buenos ojos que se elimine esta figura."                               (Daniel Verdú, El País, 19/04/23)

20/3/23

Ha muerto Millet... Una época ha terminado. La del país de las maravillas de las familias del poder local... Millet confesó que había formado parte de la trama de corrupción que, con el Palau como pantalla, conectó a Ferrovial con la Convergència de Jordi Pujol... el Govern adjudicó la concesión para construir la Ciudad de la Justicia... un 22% del total previsto ―57.860 millones de euros de los 263 totales― le correspondía a Ferrovial... El 4% de ese 22% eran casi dos millones de euros... los gestores del Palau se quedaban un 1,5 de dicha comisión. En este caso, 726.000 euros. Nada que no hubiese ocurrido desde hacía más de un lustro

 "La Ciudad de la Justicia fue el último lugar donde se vio a Fèlix Millet. Si sus años dorados no pueden explicarse al margen del modernista Palau de la Música, vinculado a su tradición familiar y a la dimensión civil del catalanismo, su caída se refleja en aquel otro conjunto arquitectónico donde siete edificios de forma prismática albergan dependencias judiciales. Su biografía los conecta. No solo porque en 2017 él confesó allí que había formado parte de la trama de corrupción que, con el Palau como pantalla, conectó a Ferrovial con Convergència. 

Hay más. Lo que cuadra el círculo de esa conexión se compactó, precisamente, durante la construcción de la Ciudad de la Justicia. ¿Nos atrevemos a cruzar el espejo? Porque podemos contemplar solo a aquel personaje grotesco encerrado en su círculo de codicia. Pero si lo atravesamos, alrededor del hombre que falleció el jueves, puede vislumbrarse un caso prototípico de los mecanismos de adaptación a la política de una gran empresa en un momento clave de nuestra historia reciente.

“Páseme estos papeles a limpio”, dijo a su secretaria la mano derecha de Millet en la gestión del Palau. Le dio unas notas mecanografiadas y ese viernes 17 de febrero de 2006 ella empezó tecleando el título: Adjudicación ciudad judicial. Las cifras que allí aparecían cuadraban con otro documento redactado en septiembre de 2003. El contexto es clave, eran días de decadencia del imperio. Un par de meses antes del fin de la última legislatura de Pujol como president y cuando faltaban dos semanas para empezar las vacaciones de verano, el Govern de la Generalitat adjudicó la concesión para construir la Ciudad de la Justicia.

 Como se consigna en ese documento, un 22% del total previsto ―57.860 millones de euros de los 263 totales― le correspondía a Ferrovial. La legislatura acabó el 23 de septiembre. El contrato de adjudicación está fechado el 25. En 2006 el compinche de Millet hizo números. El 4% de ese 22% que se pagó a la constructora eran casi dos millones de euros. La mayoría de ese dinero debía llegar a Convergència. Ferrovial hacía una donación al Palau que firmaban intermediaros de los directivos y los gestores de la entidad musical, a cambio, se quedaban un 1,5 de dicha comisión. En este caso, 726.000 euros. Nada que no hubiese ocurrido desde hacía más de un lustro.

Son documentos que la Policía incautó en 2009 y constan en el Informe elaborado por la Oficina Antifraude, incluido como apéndice en el Dictamen de la Comisión de Investigación del Parlament que se celebró a mediados de 2010. Pero cuando dicho dictamen se hizo público, en Cataluña la política estaba en shock. A la lobotomía que el Tribunal Constitucional le hizo al Estatut plebiscitado, y que se dio a conocer entonces, le había seguido una multitudinaria manifestación independentista que cambiaría el paradigma del catalanismo. 

Medio año después, con Artur Mas en la presidencia, se tomó una decisión que pasó demasiado inadvertida, pero resultó determinante: la abogacía de la Generalitat se retiró de la acusación. Y así, como dijo el director del Palau encargado de la auditoría para esclarecer el caso, el consorcio del Palau, del que forma parte la Generalitat, pasó de víctima a encubridor. Cuando en 2017 el caso se juzgó en la Ciudad de la Justicia y Millet ya era el apestado número uno de Cataluña, los delitos de los intermediarios de Ferrovial habían prescrito.

Una época había terminado. La del país de las maravillas donde las familias del poder local se reencontraron en el Palau para asistir a las bodas de las dos hijas de Millet. Entre 2000 y 2002. Se levantaron las butacas de la platea y parte del edificio se habilitó como discoteca. No faltó nadie del mundo conservador catalán, de las elites políticas y económicas, entonces aún bien conectadas con Madrid. Tampoco quiso perdérselo el presidente de Ferrovial, por supuesto. Las facturas del bodorrio Millet las pasó al Palau, pero no dudó en quedarse la parte de la fiesta que pagaron sus consuegros."                   (Jordi Amat, El País, 19/03/23)

17/3/23

Xavier Rius, director de e-notícies: Jordi Pujol ha sido el peor político catalán de la historia... lo digo por el procés... tenía la autoridad moral para haber dicho: “Prendrem mal”. "¿No nos la pegaremos?". O haber advertido al menos de los riesgos... tiene olfato... Porque ya veníamos del debate del Estatut. Ahí ya dijo aquello de que “no ens hem agradat”... Y sin embargo se apuntó al proceso. No sé por qué lo hizo... ¿Para salvar a sus hijos de la investigación judicial? ¿Para pasar a la historia? ¿Por miedo al qué dirán si no lo hacía? Da igual. Ahora el daño ya está hecho... ahora que proliferan las operaciones de blanqueo, President, no se pregunte cómo pasará a la historia sino el país que nos deja. Usted podía haberlo evitado

 "Cuando Pujol presentó sus memorias la editorial estuvo a punto de poner en la portada: “el político catalán más importante de los últimos 500 años”. En un ataque de modestia, dijo que sólo de los últimos cien años. Y no le faltaba razón si hemos de medir un político por su obra de gobierno.

Al fin y al cabo la política catalana siempre ha oscilado entre el seny i la rauxa.

Lo que pasa es que no sé si se dará cuenta de que finalmente pasará a la historia como el peor político catalán. Sobre todo ahora que anda preocupado por lo que dirán de él las generaciones futuras.

No lo digo por el famoso Plan 2000, que también. Sino por el procés.

 Pujol tenía la autoridad moral para haber dicho: “Prendrem mal”. "¿No nos la pegaremos?". O haber advertido al menos de los riesgos. Pujol, además, sabe historia. Tiene olfato.

Porque ya veníamos del debate del Estatut. Ahí ya dijo aquello de que “no ens hem agradat”. “No nos hemos gustado”.

Y sin embargo se apuntó al proceso. No sé por qué lo hizo.

 ¿Para salvar a sus hijos de la investigación judicial? ¿Para pasar a la historia? ¿Por miedo al qué dirán si no lo hacía? Da igual. Ahora el daño ya está hecho

 No deja de ser curioso, sin embargo, que ha arrasado con toda su obra de gobierno. 

La Generalitat. TV3. La función pública. La escuela catalana. Los Mossos. El prestigio de las instituciones, en definitiva. No ha quedado nada en pie. Ha resultado todo erosionado o socavado. Incluso desde dentro o, peor aún, desde arriba.

 Por eso, ahora que proliferan las operaciones de blanqueo -¿tan mal estamos de referentes?- y se reeditan sus obras quiero repescar un párrafo de sus Escrits de Presó -página 21- recientemente reeditado aunque yo lo leí a finales de los 70. Conservo mi viejo volumen.

Cuando se pregunta: “¿Cuál es la situación de Catalunya, hoy? La de un país intensamente trabajador por fuerzas de descompsición, fruto de la mediocridad de unas generaciones” y condenado “al precipicio de su destrucción”. Sesenta años después estamos exactamente cómo él pronosticaba.

Habiendo recuperado el autogobierno. Y habiéndolo tirado luego por la borda.

President, no se pregunte cómo pasará a la historia sino el país que nos deja.

Usted podía haberlo evitado."                (Xavier Rius, director de e-notícies, 06/03/23)

2/3/23

La riqueza de Cataluña la han hecho, por una parte, los privilegios que les ha dado siempre el Gobierno central, sobre todo en materia fiscal. Por ejemplo, durante casi un siglo, en España solo podías comprar tejidos catalanes. Los tejidos ingleses eran muchísimo mejores y más baratos, pero estaba prohibida su importación. Cataluña se ha hecho a base de privilegios del centralismo... cuando se acaban los privilegios, la burguesía no tiene más remedio que echar mano del nacionalismo... Los primeros gobiernos socialistas y el de Aznar les proporcionaron muchos beneficios. Pero ya no era lo de antes. Ya no era Franco, claro. Entonces imitaron el modelo vasco para sacar dinero del Estado

 "(...) P.- Comentas que desde la izquierda os llamaban «burguesitos». ¿Cuál es tu opinión sobre la burguesía como clase social en la historia?

R.- La burguesía como clase social nace con la Revolución Francesa. Es un momento de transformación que va a construir un mundo entero. Es decir, la burguesía construye el mundo tal y como va a ser prácticamente hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero hay grandes diferencias. La burguesía española de la época de la Revolución son cuatro gatos. Es lo más interesante que ha dado el país. Va desde Moratín hasta Goya y la Constitución de Cádiz. Pero es poca gente. No tienen peso social. Inmediatamente, son arrasados por lo propio de este país, que son las malas bestias nacional-eclesiásticas.

En Cataluña tendría que haber habido una burguesía progresista, como la hubo un poquito en Asturias, un poquito en el País Vasco, pero de forma muy débil. Tampoco pudieron producir grandes transformaciones. Inmediatamente fueron comprados por el poder central. Es decir, la riqueza de Cataluña la han hecho, por una parte, los privilegios que les ha dado siempre el Gobierno central, sobre todo en materia fiscal. Por ejemplo, durante casi un siglo, en España solo podías comprar tejidos catalanes. Los tejidos ingleses eran muchísimo mejores y más baratos, pero estaba prohibida su importación. Cataluña se ha hecho a base de privilegios del centralismo, corrupciones múltiples, y una cierta capacidad para hacer trabajar a los demás. A veces, se dice: «Es que los catalanes son muy trabajadores». Saben hacer trabajar a los demás. Pero ellos trabajar, trabajan lo mínimo. Los privilegios del centro y la masa de inmigrantes, sobre todo de Levante y el Sur, son los que hicieron Cataluña. Eso, claro, la burguesía no se lo ha perdonado.

P.- Ya que hemos entrado en el tema de Cataluña, háblanos de la burguesía catalana y de cómo te influyó su cercanía al pujolismo.

R.- Mi caso es un poco especial porque yo soy de familia burguesa, o acomodada. Los conozco demasiado bien como para tomármelos en serio. Pujol siempre ha sido un personaje totalmente repugnante. Muy parecido a mi abuelo. Cuando yo enfermaba en casa, cuando era pequeñito, mis padres me llevaban a casa de los abuelos para que no contagiara a mi hermana. Entonces mi abuelo, en la cama, me ponía la bandera de Cataluña. Yo he dormido mucho tiempo bajo la bandera de Cataluña. Los conozco muy bien. Tienen virtudes. Hay una parte de la burguesía un poco ilustrada, no mucho. No se pueden comparar con la burguesía ilustrada de Sevilla, Madrid, Oviedo o Gijón. Hay una parte un poquito culta, pero en general, son de una ignorancia oceánica. Estuvieron siempre con los regímenes dictatoriales. 

Por ejemplo con Primo de Rivera, quien les dio toda suerte de beneficios. Miguel Primo de Rivera se parecía mucho a Pedro Sánchez. Creía que a los catalanes había que echarles de comer. Y les dio muchísimas cosas. Simultáneamente, tuvo líos con las esposas de todos los burgueses a los que les daba dinero. Es una historia la de Primo de Rivera sobre que algún día se tendrá que hacer una serie de televisión. Fue un personaje increíble, mucho más listo que los catalanes, claro. Se los comió, los devoró. 

Luego, con Franco, la burguesía catalana fue franquista de los pies a la cabeza. Cuando Pujol empieza a hacer su partido, necesita cientos de alcaldes. Todos los alcaldes franquistas fueron alcaldes de Pujol. Todos los cargos medios del franquismo fueron cargos medios de Pujol. Resumiendo, no es una clase social que me sea simpática.

P.- ¿Pierdes la simpatía durante el franquismo o en la fase nacionalista?

R.- No, el nacionalismo es un ornamento. No tuvieron más remedio que echar mano del nacionalismo porque se habían acabado los privilegios. Los primeros gobiernos socialistas y el de Aznar les proporcionaron muchos beneficios. Pero ya no era lo de antes. Ya no era Franco, claro. Entonces imitaron el modelo vasco para sacar dinero del Estado. El nacionalismo ha ido creciendo, se ha ido volviendo cada vez más violento, más agresivo, más exclusivo, más racista, porque se ha convertido en una religión. En este momento, la masa catalana que dice ser nacionalista, en realidad son gente que echa mucho de menos el cristianismo. Necesitan una fe. Necesitan unos líderes carismáticos. Necesitan cargos intermedios, comisarios, o sea, párrocos. Y obedecer. Les gusta obedecer, aunque quemen calles. Aunque quemen Barcelona, lo hacen obedeciendo las órdenes que les dan. Pero el nacionalismo solo se puede curar plantándole cara. Y eso no creo que se vaya a hacer ya nunca. Creo que han ganado, la verdad. (...)"                       (Entrevista a Félix de Azúa, David Mejía, The Objective, 19/02/23)

24/2/23

Retorno a Pujol... Jordi Pujol siempre estuvo aquí, pero sufrió un eclipse en la memoria colectiva de Cataluña durante una década... Se mantuvo la pátina de respeto porque a la familia -a la familia en general, como en Sicilia- se le acaba perdonando todo... Es lo que tiene el nacionalismo de los sentimientos; puede sancionarte, robarte, cancelarte, hacerte la vida imposible…pero no cree hacerlo por nada tan material como la apropiación indebida y el fraude sino por algo tan inconsútil como el sentido de pertenencia, la identidad o las ansias de ser algo sin parangón en la historia

 "Jordi Pujol siempre estuvo aquí, pero sufrió un eclipse en la memoria colectiva de Cataluña durante una década. Fueron los años volcánicos que siguieron a su confesión de 2014, cuando el fantasma del “avi Florenci” entró en escena y se descubrió lo que todos sabían pero nadie se atrevía a señalar. El viejo President hacía trampas en el juego participativo de corrupción y reparto que había durado veinte años. Se mantuvo la pátina de respeto porque a la familia -a la familia en general, como en Sicilia- se le acaba perdonando todo. Lo que vino a suceder luego fue un a modo de “Retorno a Brideshead” de Evelyn Waugh. Sin embargo no era una novela sino una realidad sin pizca de talento más allá del arte de someter a una sociedad con las artimañas que él mismo había fabricado. Un hipócrita contumaz como rey del juego.

Cautivo y desarmado el ejército pujoliano siguió ganando la batalla. Ninguno de los corruptos convictos y confesos asumió su responsabilidad. Todos y cada uno lo hicieron por defender el indeclinable derecho de familia, es decir, “la patria catalana”. Por Cataluña ya se había hecho rico Cambó y la letanía siguió hasta esa señora inmune al ridículo llamada Laura Borràs. En el medio hubo de todo; un festín con algún fiambre memorable y digno, del que sus herederos hicieron buena pitanza.

Para afirmar que “el Procés” ha terminado habría que precisar antes cuándo empezó, que sería el mejor modo de llegar a la conclusión de que no ha pasado nada porque nadie considera haberse equivocado, ni menos aún ser un golpista desenfadado. Es lo que tiene el nacionalismo de los sentimientos; puede sancionarte, robarte, cancelarte, hacerte la vida imposible…pero no cree hacerlo por nada tan material como la apropiación indebida y el fraude sino por algo tan inconsútil como el sentido de pertenencia, la identidad o las ansias de ser algo sin parangón en la historia.

Deberían importarnos una higa las palabras emotivas y menos aún el juicio postrero de los historiadores; una falacia. Para los sentimientos el tiempo no aclara las cosas sino que las complica y siempre aparece quien descubre las buenas intenciones ocultas en Hitler o Stalin, qué no dirán del amor por Cataluña de Jordi Pujol padre, Jordi Pujol hijo, Artur Mas el de Ítaca, el abacial Junqueras, o el autoexiliado Puigdemont. Si va bajando usted en la lista del escalafón podrá llegar hasta el funcionario abrevador del erario público. Nadie en Cataluña se ha preguntado nunca por qué desde el President de la Generalitat hasta los “mossos de esquadra”, pasando por “consellers” y asesores de a puñado, todos ellos se remuneran a sí mismos con cantidades muy superiores a las de sus homólogos españoles. Habrá que entender que es porque tienen una idea tan alta de Cataluña que se la cobran en euros.

Si Jordi Pujol menudea las apariciones en público después de años de silencio es porque su mundo sigue y no se ha extinguido como cabría suponer de un líder letal para la sociedad catalana. Ni la economía, ni la cultura parecen echar cuentas de la degradación que supuso su largo reinado. Menos aún la política. Desde Artur Mas a Pascual Maragall le emularon y por eso subieron unos grados el horno; la pieza amenazaba gusanera y tenían menos tiempo para hacerla servir. Olvidamos que fue Felipe González quien distrajo el asunto de Banca Catalana para poder cobrárselo algún día. Lo mismo repitieron Aznar y Rajoy, solo Zapatero y Sánchez por necesidades de supervivencia pasaron de socios a cómplices; lo uno y lo otro.

¿Y ahora, qué tenemos? Variantes del pujolismo, unos con más calorías que otros, pero todos seguidores de las vías que marcó el Padrino. No es nada personal, solo negocios, por más que los recubra ese velo de romanticismo sentimental que nos sale cuando contemplamos las cuitas de aquel Marlon Brando de Coppola, achacoso y febril, tratando de mantener su imperio delictivo. La torticera ambición de retirar el castellano del espacio público desde la infancia no es más que la consecuencia del fracaso de la inmersión lingüística que convirtió en sufrimientos individualizados lo que no era sino una represión social supremacista. Incluso han logrado convertirlo en principio obligatorio para sobrevivir en una sociedad inclinada a la servidumbre de los sentimientos que cotizan en bolsa.

¿En qué se diferencia el president Aragonés del aspirante Illa? En “el tarannà” que dirían por aquí; en la actitud. Esta sociedad que se miraba en espejos socialdemócratas o liberales, o eso decían, se deslizó hacia el catalanismo como coartada identitaria. Cambian los tonos pero la canción pegadiza sigue la misma, por eso si echamos la mirada a los cánones culturales percibiríamos que las personas son idénticas pero diversifican sus disfraces y a algunos les da por creer -es menos incómodo- que los tiempos se clarifican. 

Los frágiles iconos mediáticos no se desdicen del ayer. Tan solo varían sus posturas. Se puede pasar de la CUP al Círculo de Economía con la mirada puesta en Illa, como en el caso de Josep Ramoneda. De escribiente promotor del editorial acrisolado “La dignidad de Cataluña” a Podemos, sin que se mueva un pelo ni una coma, caso de Enric Juliana. O dar un salto de la crianza servil con Lluis Prenafeta, -jefe de la fontanería del Padrino y fundador de la nunca citada “Cataluña Oberta”- a vocero del palatino “El País” como Jordi Amat. Son los aquilatadores de lo políticamente correcto. No pasa nada, ni nadie les va a señalar si no es con argucias metafóricas orsianas -si se entiende demasiado, complíquelo-.

Pocos signos tan simbólicos como la candidatura de Xavier Trías a la alcaldía de Barcelona. Este médico de la política siempre estuvo allí, como el dinosaurio de Monterroso, pero ahora se aparece como las esencias de antaño sin la pestilencia del Palau, el secreto de familia. Volver a Pujol sin disimular que nunca se ha ido. Nada del PDCat, solo el viejo embrujo del seny autocomplaciente. La batalla de Barcelona del próximo mayo tiene mucho de Juegos Florales que esconden una realidad viciada, en la que los contendientes hacen ejercicios sobre un caballo que no es otra cosa que nuestros propios lomos. Por eso se han sumado todos con aviesa complicidad a considerarle un adversario que da el tono. Los Comunes de la izquierda institucional, los socialistas disociados en el último minuto, la Esquerra que hace como que gobierna y la derecha hirsuta que ni sabe quién será su candidato. Todos a una se felicitan por volver a lo de siempre. "                     (Gregorio Morán  , Vox Populi, 18/02/23)

8/2/23

Jordi Pujol (hijo) se embolsó 5,3 millones por el vertedero de Vacamorta... Ahora, la Generalitat tendrá que invertir 188 millones para extraer los 3,5 millones de toneladas de basuras depositadas ilegalmente

 "Este pasado mes de diciembre, la Agencia de Residuos de Cataluña (ARC) ha emprendido los trabajos de vaciado y restauración del antiguo vertedero de Vacamorta (Baix Empordà), que fue clausurado definitivamente por orden judicial en 2014. Según las previsiones de Isaac Peraire, director de la ARC, la tarea de extraer y tratar los 3,5 millones de toneladas de basuras que hay en este vertedero se prolongarán hasta el año 2041 y tendrán un coste de 188 millones de euros.

Esta factura, que, en definitiva, acabaremos pagando todos los catalanes, es la “mierda” que nos deja uno de los múltiples negocios que hizo Jordi Pujol Ferrusola, aprovechando que su padre fue presidente de la Generalitat (1980-2003). El vertedero de Vacamorta formaba parte de un gran proyecto, impulsado a finales de los años 90, para construir tres grandes depósitos privados de residuos en las comarcas de Tarragona, Girona y Lleida.

De los tres vertederos previstos por Jordi Pujol Jr. y sus socios en este negocio -los empresarios Gustavo Buesa y Josep Mayola- solo hay un en funcionamiento, el de Tivissa (Ribera d’Ebre). El de Vacamorta está cerrado y el que estaba previsto en Alcarràs (Segrià) no acabó prosperando.

Para obtener los permisos necesarios de la Generalitat, este grupo contaba con la plena complicidad de Felip Puig -amigo de la infancia de Jordi Pujol Jr.-, que fue consejero de Medio Ambiente (199-2001) y de Política Territorial y Obras Públicas (2001-3) cuando se tramitaron los permisos. El objetivo de Jordi Pujol Jr. no era la explotación directa de estos vertederos, sino que su negocio era la obtención de las licencias y, después, dar el  “pelotazo”, traspasándolas a la empresa Fomento de Construcciones y Contratas (FCC).

El antiguo hombre fuerte de FCC en Cataluña, Jordi Piera, era quien, desde la sombra, estaba detrás de esta trama corrupta. FCC acabó comprando el 80% del vertedero de Tivissa por 15,9 millones de euros y el 80% del de Vacamorta por 13,1 millones de euros.

De estas dos operaciones, Jordi Pujol Ferrusola obtuvo un beneficio personal de más de 10 millones de euros: 5.298.921 millones por el de Tivissa y 5.287.129 por el de Vacamorta. Para cobrar estas comisiones usó las sociedades “pantalla” Active Translation SL y Nordic SpA, constituida en Dinamarca por la sociedad instrumental Rakestone Ltd., domiciliada en el “paraíso fiscal” de la isla de Man, con el objetivo de esconder su identidad y eludir el pago de impuestos."               (elTriangle, 15/01/23)

30/9/22

Francesc de Carreras: «El PSC siempre ha estado contagiado de nacionalismo»

 "Francesc de Carreras (Barcelona, 1943) fue Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona. Antes de emprender la carrera académica, fue secretario de redacción de la revista Destino. Comprometido con el socialismo y la resistencia anti-franquista, se filió al PSUC en 1967. El acercamiento de la izquierda catalana al nacionalismo provocó su alejamiento de la política de partidos. Perteneció al grupo de intelectuales que en 2005 impulsaron la plataforma Ciudadanos de Cataluña. Se define como racionalista, liberal y socialdemócrata. Ha colaborado en diarios como El País, El Periódico de Cataluña, La Vanguardia y actualmente tiene un columna en THE OBJECTIVE.

PREGUNTA. Empecemos por tu infancia, ¿dónde naciste y en qué ambiente te criaste?

RESPUESTA. Nací en Barcelona. Mis padres eran de un pueblo que se llama La Bisbal d’Empordà, y llegaron a Barcelona en la segunda mitad de los años 20. Mi padre era maestro en Sant Just Desvern, un pueblito al lado de Barcelona, y desde allí hizo la carrera de Derecho por libre. En esa época empezó también a hacer política en la universidad, era la época de Primo de Rivera, y después conectó con Francesc Cambó y estuvo muy ligado a él hasta su muerte.

P. ¿Cómo se estableció la relación de tu padre con él?

R. A principios de los 30, mi padre estuvo un tiempo en la Secretaría Política de Cambó. Después se casó y montó un despacho con un compañero. Vino la Guerra Civil y tuvo que huir antes de que lo detuvieran, precisamente por su relación con la Lliga. Pasó buena parte de la guerra en San Sebastián. Mi madre se quedó en Barcelona, embarazada; mi hermano mayor nació en plena guerra, en el 37. Después de la guerra, ya exiliado, Cambó le volvió a llamar, y del 39 al 47, año en que muere Cambó, mi padre fue su persona de confianza en Barcelona. Esto se sabe poco, pero Cambó vino a España una vez y se entrevistó con Serrano Suñer. Y murió una semana antes de hacer su retorno definitivo a España desde su exilio en Buenos Aires. Cambó fue mi padrino, aunque yo no le conocí nunca. Y me llamo «Francesc» por él, y esto me marcó. Se hablaba mucho de Cambó en casa y mi padre lo tenía por un personaje extraordinario, «de aquellos que salen sólo una vez en un siglo», una cosa absolutamente exagerada. Yo me he leído parte de la obra de Cambó, aunque tenía cierto rechazo a leer sus memorias porque me parece una persona muy vanidosa. Simpatía personal no le tengo, aunque creo que políticamente era una persona muy inteligente.

P. ¿La afinidad de tu padre con Cambó era más personal que política, o se sentía ideológicamente cercano a la Lliga?

R. Sí, mi padre fue de la Lliga. En San Just había un teórico del independentismo más ardiente, que era Daniel Cardona, y tuvo contacto con él y con su grupo. Era un mundo muy nacionalista, diría casi parafascista. Allí se empapó de ese pensamiento, pero le parecían muy radicales y no siguió en esa línea. En la universidad fue presidente de los estudiantes católicos, que estaban relacionados con el Cardenal Herrera Oria y el Grupo de Propagandistas Católicos. Mi padre tenía una virtud, y es que hablaba muy bien, era un orador a la antigua, un poco florido, y en los mítines debía entusiasmar. Eso llegó a oídos de Cambó, y le ofreció trabajar con él y así empezó, por sus propios medios, porque mis abuelos no pudieron darle ni el bachillerato. Mi abuelo se había arruinado totalmente. A los 20 años, cuando murió su padre, el hombre de confianza de su padre le estafó. Yo conocía mucho a mi abuelo, porque vivía en casa con nosotros, y el pobre nunca consiguió restablecerse. Mi padre, en cambio, era una persona de un gran ímpetu personal.

P. Tu padre fue también presidente del F.C. Barcelona. ¿Es cierto que inventó la frase «Més que un club»?

R. Mi padre fue durante año y medio, en el 68, presidente del Barcelona. Le interesaba ya muy poco el fútbol, pero le presionaron para evitar enfrentamientos entre grupos. A partir de 1945 hubo una cierta tolerancia para que el presidente del Barcelona no lo eligiera el gobernador civil, sino que se presentaban a votación los candidatos que el gobernador civil autorizaba. Y entonces se presentó un gran amigo suyo, un fabricante textil del que mi padre era abogado, Montal; después fue Martí Carreto y hasta el caso Di Stéfano, estuvo ahí. En aquella época, se entraba en el Barcelona por política, es decir, no era un mero club de fútbol, sino que había que entrar en lugares donde se pudiera hacer «catalanismo», el catalanismo más tradicional y conservador de la Lliga. Y tiempo después de ser presidente, mi padre dijo esta expresión en un discurso, después lo repitió en una entrevista y dijo algo tan concreto como «son mes que un club y representamos lo que representamos».

P. ¿Recuerdas que considerara su identidad catalana incompatible con su identidad española?

R. Mi padre no las veía incompatibles en absoluto. Siempre decía que lo que teníamos que hacer los catalanes era ir a Madrid a hacer política, cosa que él hacía continuamente. Se publicó en un libro que mi padre era una persona prominente de la burguesía catalana, y no es así: mi padre era abogado de burgueses catalanes de textiles. Tenía un despacho con mi tío y tenían como clientes a unos doscientos fabricantes relacionados con el textil, que pagaban una iguala cada mes. Y esto refleja también lo que era el franquismo: ser abogado de los fabricantes textiles consistía en ir a Madrid y obtener cupos de algodón o de lana, permisos de importación, etcétera. El franquismo tenía un punto de vista intervencionista de la economía, y así tenía controlada a la gente, si alguien se portaba mal no le daba el cupo.

P. ¿Cómo describirías la relación entre esa burguesía catalana y el régimen?

R. Esta burguesía textil se benefició enormemente del franquismo por el proteccionismo. Por ejemplo, el ejército necesitaba uniformes, y los fabricantes se disputaban a ver quién los hacía. Lógicamente, la burguesía se adapta a cualquier sistema, y estaba perfectamente acomodada.

P. ¿Hasta qué punto estaban reprimidas la lengua y la cultura catalana?

R. Por un lado, es cierto que había cierta represión. Había una única lengua oficial que era el castellano, por tanto, los actos públicos se tenían que hacer en castellano, con algunas excepciones, como los Juegos Florales que se hacían en catalán. Pero sí que se editaban libros en catalán, en la editorial Selecta, y había un teatro en Barcelona que aún existe, el Teatro Romea, que desde el año 46 sólo representa teatro en catalán. Piensa que cuando acaba la Guerra, Franco, que era una persona muy inteligente, se encuentra con que se le asocia con Mussolini y con Hitler. Entonces lo que busca es incluir a católicos en el gobierno, como Martín Artajo; en Cataluña quiere buscar apoyos dentro de la burguesía catalanista; y también busca que vuelvan los exiliados españoles. Muchos vuelven entre el 45 y el 50, pero él quería que volvieran muchos más porque tiene que recolocarse en Europa y en el mundo. Y este plan lo culmina en el año 53 con el Concordato con el Vaticano, y con los pactos con Estados Unidos. Lo que no estaba permitido era publicar periódicos en catalán, tan solo revistas. Por ejemplo, se admitió una revista en la que yo trabajé dos años y medio, de la que tengo unos extraordinarios recuerdos, que era la revista Destino. Sus primeros números se hicieron en Burgos, y agrupaba a gente como Ridruejo o Laín Entralgo, este grupo de falangistas que después evolucionaron, pero entonces todavía no habían evolucionado. Y después se empezó a publicar en Barcelona, con Josep Vergés como editor. Fue la primera revista que se hizo fuera del Movimiento y tuvo una cierta independencia. Incluso un grupo de falangistas la asaltó en el año 43 y destrozaron el local porque estaban en contra de esta apertura. Pero ya el régimen permitía ciertas cosas, en consonancia con la situación mundial, porque ya se veía que la Segunda Guerra Mundial la ganarían los aliados.

P. Tú te crías en un ambiente de clase media alta de Barcelona, y con veinticuatro años te afilias al PSUC. ¿Cómo se produce ese despertar político?

R. Bueno, en casa se hablaba mucho de política. En casa se recibían cada día 11 periódicos, y a la semana, seis o siete revistas, más algún periódico deportivo. Y se recibían periódicos tanto de Madrid como de Barcelona, como Le Monde o Paris Match…una enorme cantidad. Y yo me aficioné absolutamente a esto. Mi abuelo, que estaba jubilado, se pasaba el día leyendo periódicos; era poco hablador y decía que era sordo, aunque no nos lo creíamos mucho porque por las noches ponía la radio, las informaciones de la BBC de Londres en castellano, no de Radio Nacional de España. Entonces, en casa se hablaba de política. Y ya en el colegio empecé a leer cosas de política y de historia. Tenía un hermano mayor que en aquella época compraba libros de Camus, de Sartre, compraba historias de España que no se vendían aquí, o algún libro sobre la Guerra Civil, y tenía conversaciones con él. Así que cuando llegué a la universidad, en el año 60, ya tenía cierta formación política. Y mi padre tenía muchos libros del mundo catalanista, de Prat de la Riba, Cambó, Estelrich. Leí La nacionalitat catalana de Prat de la Riba a los dieciséis años, y me entusiasmó. Quedé fascinado por el libro y pensé que tenía que salvar Cataluña. Pero después, leyendo otras cosas y hablando con gente mayor, me di cuenta de que esto del nacionalismo era simplemente una tontería intelectual y que lo importante eran la libertad y la igualdad, como grandes valores que se podían canalizar a través de sistemas democráticos liberales, a través de sistemas socialistas. Y creo que entré en la universidad sintiéndome socialista. En la facultad enlacé con un joven profesor, gran amigo, que era Juan Ramón Capella, catedrático de Filosofía de Derecho. Él me pasó el discurso de Carrillo, Después de Franco ¿qué?, y me identifiqué mucho. Venía de una cierta formación marxista, había pasado un verano en París, junto con mi primo Narcís Serra, y allí compré más de 30 libros, todo lo que aquí no podíamos encontrar. Y después, efectivamente fui del PSUC, pero no entré hasta el año 67, dos años después de dejar la facultad.

P. ¿Sigues siendo socialista?

R. Yo digo que soy racionalista, liberal y socialdemócrata. Desde luego, he cambiado a lo largo de los años. Cuando yo me hago del PSUC, acababa de volver de Cuba. Allí conocí una revolución cubana tremendamente idealista, había que crear el hombre nuevo; eso que ahora me parece desastroso, y que fracasó absolutamente, en aquel momento me contagió y pensé que, aunque en Europa esto no podía funcionar porque funcionaba la vía socialista -con el Partido Comunista Italiano y las ideas de Gramsci de ir tomando esferas de poder-, la guerrilla en Latinoamérica era un sistema válido. Esto lo creí por lo menos hasta los años 70. Después regresé a Cuba pero ya con ojos críticos. Pero hubo un momento en Europa que me hizo dudar, y fue Portugal. Portugal tenía un sistema relativamente parecido al franquista, eran dos sistemas no democráticos y allí da un golpe de Estado el Ejército, y no pasa nada, es pacífico y se produce un cambio brutal. Pensé que quizás había una Europa de Francia, Italia, Alemania, Gran Bretaña y otra que era Portugal, España, quizás Grecia, que era una Europa con una cultura política distinta. Esto era en el año 74, y en España iban a producirse la muerte de Franco y la Transición, que ahora se habla como si estuviera medida, como si se supiera todo lo que iba a pasar, cuando había muy pocas certezas. Y fui un entusiasta de la Transición, no puedo decir que fuera protagonista, en absoluto, pero sí que la seguí muy de cerca con algunos de sus protagonistas.

P. ¿No tuviste algo de protagonismo en la Constitución?

R. Bueno, Jordi Solé Tura fue ponente constitucional. Yo estaba ya en la Autónoma, por lo tanto no estaba con él, pero sí que formó un grupo que coordinaba Eliseo Aja, discípulo suyo, y yo estaba en ese grupo. Y por otro lado, yo era discípulo de Manuel Jiménez de Parga, que fue Ministro de Trabajo y estuvo en la UCD; conecté mucho con él, lo considero maestro en muchas cosas, entre otras en periodismo.

P. Ahora que lo mencionas, a ti se te conoce sobre todo como catedrático de Derecho Constitucional, pero antes fuiste periodista.

R. Como te decía, los once periódicos que llegaban a casa a diario, me los leía, en lo fundamental, pero me los leía. Cuando terminé la carrera, mi padre me preguntó qué quería hacer, y lo que tuve claro es que de abogado en su despacho no quería entrar. 

 Pensándolo después, creo que le quité un peso de encima porque el despacho de mi padre, ligado a la industria textil, empezó a entrar en decadencia súbita con el plan de estabilización. Tras la liberalización, de las doscientas empresas textiles, quebraron todas en un plazo de dos años. Por lo tanto, el despacho iba francamente mal. Y yo lo que quería era ser profesor de universidad, pero era muy difícil, tanto entrar en el mundo académico como vivir con un sueldo de ayudante, que era exactamente de 1.815 pesetas al mes. Mi segunda vocación era periodista, y la tercera, editor. Y empecé por esto último, entré en la Editorial Blume y en la revista Destino. Y esta revista que hoy en día es poco recordada, excepto por los que somos mayores, para mí fue una escuela fundamental, de literatura, de humanidad -conocí a unas personas extraordinarias- y de periodismo, porque yo entré de secretario de redacción, y ahí empecé a escribir. La revista tenía una figura central, que escribía cada semana, que era Josep Pla, al que conocí mucho; y había muchos otros escritores, no sólo catalanes, también de otras zonas de España, como Delibes, Azorín, Camilo José Cela… la nómina era interminable. Y allí aprendí a coger confianza para escribir artículos de noticias candentes que tenían que salir antes del cierre, es decir, que podía tener una hora para escribirlos. Aprendí mucho y escribía artículos de todo tipo.

P. ¿Cuál fue tu relación con Josep Pla?

R. Para mí era un ídolo literario. Mi padre era un gran aficionado, tenía las obras completas y lo había leído mucho. Recuerdo que en el verano del plan de estabilización, en el año 59, Pla visitó La Bisbal, se formó una mesa en la terraza de un bar, y yo me metí allí para escuchar. Y uno de los que allí estaba era el director de la sucursal de La Caixa en La Bisbal, un hombre muy inteligente. Y Pla le preguntó cómo veía el plan de estabilización, porque le interesaba escuchar la opinión de todos, la de sus amigos economistas, como Juan Sardá, pero también la del director de una sucursal en un pueblo. Y cuando yo trabajaba en la editorial Destino, me encargaba de Pla cuando venía a Barcelona, y salíamos a cenar. Era un personaje con muchas peculiaridades, entre ellas que no pagaba en los restaurantes. Íbamos a un restaurante bueno de Barcelona, y allí pedía de todo, comíamos, bebíamos… y cuando llegaba la cuenta, que podía estar en torno a las 3000 pesetas de la época, Pla se sacaba 100 pesetas y decía que con eso estaba todo pagado. Y el maître le contestaba que estaban encantados de tenerle ahí, que volviera cuando quisiera. Así iba por toda Cataluña.

P. ¿Cómo vives la llegada al poder de Pujol en 1980?

R. Yo lo vivo fatal. Conocí a Pujol en los años 60-70, y tenía claras dos cosas de él. Primero, que era un hombre muy inteligente y con una cultura más vasta que la inmensa mayoría de políticos. Y segundo, que era un nacionalista radical. Y esta mezcla me daba miedo, por el fanatismo y por el nacionalismo. Y la verdad es que lo recuerdo muy bien, aquella noche fue una noche muy triste. Tan es así que al cabo de unos días surgió la posibilidad de un viaje a Italia por un congreso universitario y me fui para alejarme del tema.  

P. ¿Fue un error que el PSOE no se implantara en Cataluña?

R. Sí, visto desde el presente, creo que fue un error. En aquel momento no recuerdo qué opinaba yo de esto, pero el Partido Socialista de Cataluña se organizó bastante mal, porque quería por encima de todo preservarse y no confundirse con el PSOE. A Felipe y a Alfonso Guerra, no los veían para Cataluña, y sí veían a Joan Reventós que era una gran persona, un luchador antifranquista de verdad, de la burguesía catalana.

P. Pero no atraía al votante natural de un partido socialista.

R. Ni siquiera era un gran político. Estaba también Raimon Obiols, que era su segundo, también un gran luchador y excelente persona, pero no conectaban con lo que podía ser la base de los socialistas, los que votaron en el 77 a Felipe, los que votaron en las municipales a Narcís Serra cuando salió de alcalde. En las autonómicas se plantaban allí, iban a un pueblo de los alrededores de Barcelona, del entorno industrial donde todos hablaban castellano, y ellos les hacían el discurso en catalán porque tenían que demostrar que vivían allí. El PSC siempre ha estado contagiado de nacionalismo, y cuando ha estado a punto de no estarlo, ha vuelto a caer, como por ejemplo ahora.

P. En ese momento existía la ficción, dentro del PSOE de Alfonso Guerra y Felipe González, de que ellos podrían controlar al PSC, y finalmente ha sido al revés: ha sido el PSC quien ha tenido mayor ascendencia sobre el PSOE.

R. Es posible, sí. Yo siempre he oído decir a Alfonso Guerra que se habían equivocado. Es un partido que, teniendo un potencial brutal, no ha sabido triunfar. Es verdad que ahora ha sacado 33 diputados y aunque está empatado con Esquerra, tiene más votos. Pero es que en estas últimas elecciones en Cataluña votó el 51%, o sea, casi nadie. Y pasa que al PSC le han votado los irreductibles, pero también muchos que seguramente habían votado a Ciudadanos la vez anterior. La desaparición de Ciudadanos ha sido una tragedia en Cataluña porque los nacionalistas se han quedado casi sin oposición.

P. Ahora juzgamos el pujolismo con perspectiva, como un régimen longevo que sembró buena parte de los problemas que hemos sufrido después. ¿Pero esto se vio venir?

R. Desde el minuto uno se sabía. Hay que leer el discurso de investidura del año 80, que empieza más o menos así: «Nosotros somos un partido nacionalista. Este será un gobierno nacionalista por encima de todo. Nosotros somos muy distintos del resto de España, tenemos una personalidad propia, tenemos una lengua propia». Ahí está ya el germen de por dónde iba a ir todo, ahí se empezaba la construcción de una nación. Y es lo que se hizo en los años 80 y 90, pero la clase política y periodística de Madrid no se enteraba. Yo estuve muchos años en un organismo de la Generalitat, en el Consejo Consultivo. Éramos siete miembros y nos ocupábamos de dictámenes jurídicos, pero me sirvió mucho para ver la capacidad de odio a España que había en gente estupenda, normal, culta. También asistí a algunas cenas con Pujol en aquella época y lo veía en expresiones suyas o de su mujer. Y en el programa de gobierno del año 80 ya está contemplada la reforma del Estatuto de Cataluña. Quizá eso fue por presión de Esquerra Republicana, porque Pujol necesitaba los votos, también los de UCD, que apoyó la investidura de Pujol. Y en el primer gobierno de Pujol había varios miembros, el propio Pujol incluido, aunque nunca lo dijo claramente porque era un hombre muy hábil, cuya finalidad era la independencia de Cataluña, o dicho de otra manera, la plenitud de la soberanía. Se han utilizado muchas fórmulas para decir lo mismo y creo que sigue siendo así.

P. ¿En qué momento se te hace intolerable el proyecto nacionalizador de Pujol? Porque Ciudadanos no se crea hasta el año 2005, tras dos décadas de incomparecencia de los partidos de izquierda frente al nacionalismo.

R. Absolutamente. Incomparecencia durante los 80, 90 y primeros 2000, con el tripartito. El detonante de la fundación de Ciudadanos es cuando el tripartito se dispone a hacer un nuevo Estatuto elaborado por PSC y Esquerra Republicana como motores principales. Podían llegar a acuerdos con Esquerra Republicana en política de vivienda o de trabajo, pero negociar un nuevo Estatuto eran palabras mayores. Además, Esquerra tiene una virtud y es que son sinceros, nunca ocultan que son independentistas. Por tanto, asociarse con ellos para querer llegar a la presidencia de la Generalitat fue algo imperdonable.

P. ¿Qué relación tenías con Maragall en ese momento?

R. Teníamos una buena relación. Le conocía ya desde hacía muchos años, yo no era del grupo maragallista, pero era amigo de algunos de ellos y del propio Maragall, que era también profesor en la Autónoma. Cuando dejó de ser alcalde, creo que en el año 97, se fue un año a Roma y allí organizó un seminario en la universidad, y asistí. Y paseando por Roma, le comenté que muchos en Cataluña esperábamos que se presentara a presidente de la Generalitat en las siguientes elecciones. 

P. ¿ Maragall era nacionalista?

R. Bueno, Maragall nunca ha tenido ideas muy claras. Siempre ha sido un hombre tremendamente confuso y muy influido por los que tenía alrededor. Y por tanto, ni era una cosa ni la otra. Ahora, en la tarea de compaginar Cataluña con España, bajo mi punto de vista lo hizo de manera excelente con los Juegos Olímpicos. Nadie podía sentirse ofendido. Era un momento difícil, porque los nacionalistas, en concreto Convergència, que era el partido fuerte, estaba en contra; pero Maragall supo manejar esto. El cambio de Barcelona en aquellos años, desde finales de los 70 hasta el 2005, fue brutal. Se recuperaron barrios invivibles de las afueras de la ciudad, la parte antigua se remodeló y quedó muy bien. Y luego está la apertura al mar de la ciudad. Y ahí está el mérito, que empezó con Narcís Serra y Oriol Bohigas, el arquitecto que tenía diseñado todo Barcelona y que era un entusiasta de la ciudad. Y en cierta manera la apertura al mar ya la había previsto un empresario también genial, que era Durán i Farell, fundador de Gas Natural, hoy Naturgy. Es decir, desde los 70 se estaba trabajando en la transformación de la ciudad, y culminó con las Olimpiadas, que fue el gran momento de Cataluña en los últimos 40 años.

 R. Ciudadanos tenía un hecho diferencial que no existía en el mercado político catalán, que era el afirmar no ser nacionalista. También lo decía el PP, ojo, también lo decía Vidal-Quadras en los años 90, pero Pujol tuvo la habilidad de decir que no eran catalanes y la gente se lo creyó. La burguesía que apoya al PP en otras regiones, allí no les apoyaban, estaban con Convergencia, porque el poder estaba en la Generalitat que daba los permisos, las subvenciones, etc. Y Ciudadanos en Cataluña dejó claro que no era nacionalista, ni de ningún extremo. Estaba en una posición más central y así quedó escrito en el ideario que teníamos desde el principio, desde antes de fundarse el partido. Nacemos de un tronco que tiene dos ramas, el liberalismo político y el socialismo democrático, y era un partido pensado básicamente para Cataluña. Después, con el tiempo, llega un momento que parece que puede tener éxito en el resto de España, que hay hueco para un partido que no sea ni el PSOE, ni el PP. De entrada, yo no confié en esto, la verdad, y se lo dije a Rivera. Pero al cabo de dos o tres años vi que podía ser verdad y que sí podía tener importancia en España. Ahora, yo creo que Rivera se equivocó en abandonar el papel de partido central. Es decir, la función de Ciudadanos en España en aquellos años, de 2015 a 2019, era poder ofrecer mayorías para que ni el PP ni el PSOE tuvieran que recurrir al PNV, a Convergencia o a Podemos. Que se pactara hacia el centro. Y por tanto, cuando Rivera empieza a decir que no pactará nunca con el PSOE y no dice nada del PP, al cual quería destruir, por cierto, hubo un cambio de posición que no nos había comunicado. Yo hablé con él poco antes de las elecciones, delante de otras dos personas, y me dijo que lo que yo decía del partido bisagra no servía para nada, y que las reformas que queríamos hacer solo se podían hacer presidiendo el gobierno. Las elecciones eran el 28 de abril, y el 9 yo había enviado una carta con mi dimisión, aunque no se supo hasta julio. Creo que Rivera, que tenía condiciones para ser un gran líder, no quiso escuchar a la gente buena que había en el partido como Toni Roldán, Luis Garicano, o el mismo Valls. Yo decía desde hacía tiempo que en Ciudadanos había mucha comunicación y poca materia gris. Los de comunicación eran los que mandaban.

P. ¿Y qué futuro le auguras al partido?

R. Pues ninguno, yo creo que va hacia la desaparición. Cuando un partido pierde la confianza de los suyos, sintiéndolo mucho, está acabado. Y no estoy diciendo nada nuevo que no sepa la mayoría de la gente. (...)"                    (Entrevista a Francesc de Carreras, David Mejia, The Objective, 25/09/22)

29/8/22

Las élites adineradas percibían con inquietud un fenómeno que ya había detectado con anterioridad Pasqual Maragall: “Madrid se va”... la burguesía catalana tomaba consciencia de que perdía irremisiblemente influencia. Esa percepción se encuentra en los antecedentes del “procés”... pero la independencia nunca ha sido su proyecto. Bien al contrario... el sueño independentista encandiló a una parte del pequeño y mediano empresariado, fue esencialmente un período de febril agitación nacionalista de las clases medias y la pequeña burguesía, atemorizadas ante una crisis multidimensional que amenazaba con empobrecerlas... A pesar de sus enormes recursos e influencia, la burguesía fue incapaz de contener una dinámica con la que no comulgaba... pero también el fracaso del movimiento independentista revela la impotencia de las menestralías para conducir una nación... El recuerdo del 6 y 7 de septiembre no sólo debería servir para constatar lo inviable de aquella aventura, sino la urgencia de que sea la izquierda, con voluntad de representar a las clases trabajadoras y populares, quien despliegue un proyecto de país

 "Pronto hará cinco años desde aquellas aciagas jornadas del 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando la mayoría independentista en el Parlament de Catalunya forzó la adopción de las llamadas “leyes de desconexión”. Los partidos independentistas prefieren siempre recordar el 1 de octubre, las colas en los colegios electorales, la brutalidad de la intervención policial, la épica que envuelve e idealiza la convocatoria. Sin embargo, el momento culminante del “procés”, por cuanto se refiere a la naturaleza política del proyecto que impulsaba, fue en septiembre. Una serie de debates y coloquios rememorarán aquellos hechos en busca de un balance acerca de los mismos y, a ser posible, para arrojar alguna luz sobre un presente cargado de incertidumbres. La circunstancia no podía ser más oportuna para la lectura de “La burguesía catalana. Retrato de la élite que perdió la partida” (Ed. Península), documentado y muy recomendable trabajo del periodista de información económica Manel Pérez.

Se trata de mucho más que un who is who de dicha burguesía – aunque el repaso a las sagas familiares, sus instituciones, sus negocios y sus variadas conexiones, resulte de lo más completo. Manel Pérez radiografía un fracaso que no es exagerado adjetivar como histórico. Y probablemente también como irreversible: el fracaso de una burguesía que, a pesar del potencial económico que sigue atesorando, ha ido perdiendo poder de modo inexorable. En primer lugar, capacidad de incidir en España: el dominio avasallador de Madrid, erguida sobre su capitalidad, remite las élites catalanas a una relación subalterna… cuando no las aspira. Pero también pérdida de capacidad para imprimir su impronta a Catalunya, para gobernar la evolución de su sociedad, hasta el punto de verse desbordada por la agitación de las clases medias a lo largo de las crisis de la última década y de encontrase desprovista de una genuina representación política, adecuada a la defensa de sus intereses de clase.

Siempre es bueno recordarlo: desde hace mucho tiempo ya, los desarrollos económicos y sociales nacionales no hacen sino traducir, de un modo específico, las tendencias de fondo del capitalismo mundial. La burguesía catalana medró provechosamente a la sombra del franquismo, que había salvado de la revolución sus fábricas y patrimonios. Lejos del mito acerca de un innato espíritu emprendedor que habría llevado a algunos de sus más preclaros economistas – Joan Sardà Dexeus, Fabià Estapé… – a inspirar los “planes de desarrollo” que pusieron fin a la asfixiante autarquía, característica de la primera etapa de la dictadura, la incorporación de la economía española a los flujos del mercado internacional vino de la mano del FMI y del Banco Mundial. Y resultó de la exigencia americana de estabilización. La burguesía catalana se benefició ampliamente del crecimiento industrial y comercial de la década de los sesenta que impulsó aquella liberalización.

Pero, llegada la transición democrática, las élites catalanas, que habían encontrado un campo de expresión de sus inquietudes a través de foros tan destacados – y perennes – como el Círculo de Economía, se encontraron en la tesitura de buscar una representación política, capaz de hacer valer sus aspiraciones en las nuevas instituciones. La tentativa de levantar una fuerza política en sintonía con lo que representó la UCD de Adolfo Suárez fracasó. Tras la victoria de Jordi Pujol en las elecciones autonómicas de 1980 y su acceso a la presidencia de la Generalitat, la burguesía encontraría en él un interlocutor y una representación aproximada. El proyecto nacionalista de Pujol se sustentó desde el principio en una perspectiva que no se situaba en la órbita en la se movía ya la gran burguesía. Atrás habían quedado los tiempos de la floreciente industria textil. La competencia mundial había tornado obsoletas las viejas fábricas. Comenzaba un proceso de transformación del tejido productivo con una progresiva desindustrialización y terciarización de la economía del país. Las fortunas se orientaron a la explotación del turismo – que conoció una extraordinaria expansión tras los exitosos juegos olímpicos del 92 –, a la especulación inmobiliaria, se asociaron a firmas multinacionales… El sueño de Pujol iba en cierto modo a contrapié del rumbo que la globalización acabaría imprimiendo al mundo. Para el patriarca de la derecha catalana, la nación debía estar vertebrada por una burguesía autóctona, de tradición familiar, constituida en una red de medianas y pequeñas empresas. En torno a ese “pal de paller”, unas clases medias fervorosas y una clase trabajadora, contenida a base de algunas concesiones sociales y de ciertas dosis de paternalismo, debían asegurar la cohesión nacional. De ahí la obsesión por disponer de un instrumento financiero propio, Banca Catalana, que el propio Pujol dirigiría hasta su quiebra. De hecho, las más genuinas expresiones de las finanzas catalanas, La Caixa y el Banco de Sabadell, siempre tuvieron una vocación expansiva hacia el mercado español. Eso no impidió que, no sin algunos momentos de fricción, la burguesía se acomodara perfectamente al pujolismo y a su política de “peix al cove”. Es decir, colaboración en la gobernabilidad de España, bajo los gobiernos de Felipe González o con Aznar, a cambio de competencias, financiación o inversiones. Hasta que, en octubre de 2001, se produjo la primera señal de desencuentro. Y la dio, como bien recuerda el autor, el Cercle, a través de un documento crítico con esa orientación. Ciertamente, la burguesía seguía participando gozosamente de la fiesta liberalizadora promovida por Aznar, el crédito fluía, había euforia inmobiliaria y “la economía iba como un tiro”. Sin embargo, las élites adineradas percibían con inquietud un fenómeno que ya había detectado con anterioridad Pasqual Maragall: “Madrid se va”. El proyecto centralista del PP confería a la capital un extraordinario potencial económico, frente al cual Barcelona iba quedando atrás. (Un fenómeno que, por mucho que enlace con la vieja tradición de la España radial, refleja también una de las grandes corrientes de la globalización, que tiende a concentrar poderes económicos y ámbitos de decisión política en las capitales de los Estados). En cualquier caso, la burguesía catalana tomaba consciencia de que perdía irremisiblemente influencia.

Esa percepción se encuentra en los antecedentes del “procés”. Sin duda, alentó las protestas sobre las infraestructuras, propició la aparición de la ambigua idea del “derecho a decidir”, así como, más tarde, la demanda de un “pacto fiscal”, que Artur Mas trasladó a Rajoy cuando la crisis financiera y la recesión ya habían puesto en ebullición a la sociedad catalana. No obstante, sería un craso error pensar que la dinámica surgida en aquellos años fue un plan de la burguesía. La independencia nunca ha sido su proyecto. Bien al contrario. Siempre fue consciente de que un Estado de nuevo cuño, surgido de una secesión territorial, quedaría fuera de la UE y debería recurrir a una moneda devaluada – mientras que sus cuantiosas deudas permanecerían monetizadas en euros, viéndose por lo tanto abocado a la quiebra. El sueño independentista encandiló a una parte del pequeño y mediano empresariado, pero no concitó en modo alguno la adhesión de las ilustres familias. El “procés” fue esencialmente un período de febril agitación nacionalista de las clases medias y la pequeña burguesía, atemorizadas ante una crisis multidimensional que amenazaba con empobrecerlas y tornarlas irrelevantes, y que cabalgó la nomenklatura autonómica, deseosa de mantener a cualquier precio su poder… hasta que fue desbordada por el curso torrencial de los acontecimientos. Con el “procés”, la burguesía catalana entonó su particular canto del cisne.

Tras un período de colaboración del gobierno convergente con el PP, connivencia vista con buenos ojos en la medida que se emprendía con inusitado vigor una política de austeridad y recortes del gasto público, la decisión de Mas de ponerse, cual Moisés reencarnado, al frente de la agitación de la calle no podía por menos que inquietar a las élites. Esa inquietud fue creciendo con la radicalización del discurso y la sucesión de episodios que condujo al otoño de 2017. El ascenso de ERC y, tras las elecciones de septiembre de 2015, una legislatura marcada por la dependencia respecto a la CUP, pusieron los pelos de punta a las grandes familias. De hecho, tanto La Caixa como el Banco de Sabadell iniciaron desde 2014 los preparativos para efectuar un rápido cambio de sede, si la situación se descontrolaba. El gobierno de Rajoy se avino a facilitar los cambios legislativos necesarios para tal eventualidad… que se produjo tras el 1-O. Tras el referéndum ilegal, el pánico se apoderó de los depositantes, miles de millones de euros fueron retirados en pocos días de los bancos. La decisión de las dos grandes entidades financieras no tardó ni una semana en hacerse efectiva. Tras ellas, 5.000 empresas hicieron lo propio. El resultado fue, entre otras cosas, el reforzamiento de Madrid como irresistible polo de atracción para inversores, fortunas en busca de refugio fiscal y sedes corporativas.

A pesar de sus enormes recursos e influencia, la burguesía fue incapaz de contener una dinámica con la que no comulgaba, acumulando repetidos fracasos en sus intentos dispersos de disponer de una fuerza política adecuada. La vieja democracia cristiana, la UDC de Duran i Lleida, abandonando el navío convergente, no logró representación parlamentaria en solitario. Otras operaciones auspiciadas por algunos acaudalados personajes, como Ciudadanos – el “Podemos de derechas” que reclamaba Josep Oliu, factótum del Sabadell – o la candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona, tampoco pudieron solventar el lancinante problema de la representación política. Más aún: los señores de Barcelona, que difícilmente podían encontrar una personificación más genuina de su abolengo que la del financiero Carles Tusquets, tuvieron que sufrir la humillación de ver como Joan Canadell, un independentista radical, a sus ojos un don nadie propietario de cuatro gasolineras, aupado por una eficaz campaña de la ANC, se hacía con la presidencia de la Cámara de Comercio. Naturalmente, como apunta Manel Pérez, no por ello habría que considerar que la burguesía catalana ha desaparecido. “Sigue viva. Existe, es fuerte y actúa. Y no sólo en Catalunya; también en Madrid y en buena medida en el conjunto de la economía española”. Pero su decadencia es irreversible. Carece de proyecto propio, de liderazgo social y de auténtica representación – por más que influya sobre distintas fuerzas políticas y la derecha vele globalmente por sus intereses. Se ha convertido en una fratría de mercaderes y lobistas, sin más horizonte ni ambición que agrandar su hueco en el entramado de las grandes corporaciones españolas y en algunos segmentos de la economía global.

Esa dimisión histórica como clase dirigente ha propiciado que, en el curso de una gran recesión, a las puertas de un período convulso e incierto, las clases medias y la pequeña burguesía radicalizada hayan tratado de ocupar su lugar. Si la eclosión del “procés” certificó la decadencia de la burguesía, el fracaso del movimiento independentista revela la impotencia de las menestralías para conducir una nación. El esbozo constitucional de la República Catalana mostró la faz de un régimen iliberal, destinado a comprimir las contradicciones de una sociedad partida en dos y enfrentada consigo misma. Semejante Estado, de haber visto el día por un azaroso concurso de circunstancias, sólo podía aspirar a sobrevivir como un incierto paraíso fiscal, al albur de los mercados o al servicio de potencias hostiles a la construcción europea. El recuerdo del 6 y 7 de septiembre no sólo debería servir para constatar lo inviable de aquella aventura, sino la urgencia de que sea la izquierda, con voluntad de representar a las clases trabajadoras y populares, quien despliegue un proyecto de país; un proyecto federal y europeísta, con un fuerte liderazgo de la iniciativa pública. Naturalmente, habrá que seguir contando con esa burguesía. Ora para fomentar inversiones productivas y establecer cooperaciones bien orientadas; ora para embridar sus tendencias especulativas – por no hablar de su obligada contribución fiscal al mantenimiento del Estado del Bienestar. Pero el futuro ya no le pertenece. Bajo la inaplazable emergencia climática y las sacudidas del desorden global, la economía deberá imperativamente “cambiar de base”. Lejos de los cenáculos de los poderosos, eso sólo será posible a través de una intensa politización ciudadana y un nuevo aliento de la democracia."               (