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1/3/24

El ilusorio proceso independentista ha conllevado una fuerte depresión social en Catalunya y una desconfianza social entre los diversos sectores sociales. Todo ello agudizado por un hecho innegable, el elevado activismo y esfuerzo del “procès” impulsado y dirigido desde las instituciones de gobierno de Catalunya fue en detrimento del avance y desarrollo de cualquier política económica y social, lo que ha comportado un importante retroceso en la calidad de vida de la población catalana

 "La situación en general de la sociedad catalana después de la década “procesista” es de un cierto desánimo y algo parecido al pesimismo y la tristeza. La década pasada ha dejado una fuerte huella negativa en el conjunto de una sociedad dividida y quebrada en esos años. Catalunya no se ha recuperado y arrastra la huella de la situación vivida estos últimos años.

Nada volverá a ser como antes, como mínimo por un largo tiempo. La división social fue muy profunda. El independentismo ha fracasado de una forma definitiva, aunque haya algunos que no lo acepten de forma pública. La idea de la Catalunya “un sol poble”  que fue hegemónica desde la transición y reivindicada de forma transversal ha sido enterrada por el “procesismo independentista”. Una gran parte de la sociedad y no sólo la castellanoparlante se vio agredida. Los insultos llamando “colonos” u otros epítetos formulados por los sectores más agresivos de los independentistas a las familias procedentes de la inmigración de los años 50 y 60 han comportado una profunda división en la sociedad catalana.

Es necesario recordar que en la lucha antifranquista y durante la transición una gran parte de los luchadores que reclamaban “LLibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia” procedían de la clase trabajadora emigrante. Sólo mirando las fichas de los detenidos antifranquistas en Catalunya se puede comprobar la preeminencia de apellidos no catalanes. En Catalunya quien más se movilizó por la libertad y la autonomía fueron la militancia de CCOO y del PSUC, y fundamentalmente trabajadores y estudiantes. La burguesía catalana no fue precisamente un ejemplo salvo honrosas excepciones de antifranquismo. Un ejemplo sirve de comprobación, en las primeras elecciones municipales una buena parte, principalmente fuera de las grandes ciudades, de alcaldes de la CiU “pujolista” habían sido ya alcaldes con el franquismo.

Una buena parte de la gente mayor movilizadas por los independentistas era gente que jamás había hecho nada durante el franquismo y parecía que estos años quisiera hacer su “revolución pendiente”.

En definitiva, el ilusorio proceso independentista ha conllevado una fuerte depresión social en Catalunya y una desconfianza social entre los diversos sectores sociales. Todo ello agudizado por un hecho innegable, el elevado activismo y esfuerzo del “procès” impulsado y dirigido desde las instituciones de gobierno de Catalunya fue en detrimento del avance y desarrollo de cualquier política económica y social, lo que ha comportado un importante retroceso en la calidad de vida de la población catalana.

Catalunya, que en su momento formaba parte de los llamados “Cuatro Motores para Europa”. Los Cuatro Motores era una asociación de cooperación interregional constituida el 1988 entre los territorios de Catalunya, Baden-Wurttemberg (BW), Lombardia y Ródano-Alpes (actualmente, Auvernia-Ródano-Alpes, AURA). En aquel momento los objetivos de colaboración estaban relacionados principalmente con la economía y la investigación así como con el arte y la cultura y también con la participación activa en la construcción europea. Hoy en día difícilmente podría señalarse a Catalunya en ese grupo.

Catalunya siempre fue un modelo no sólo de economía avanzada sino de modernidad en España en el siglo XX. En la actualidad Catalunya ha perdido fuelle tanto económico como cultural. El independentismo ha eliminado el cosmopolitismo reduciéndolo a un puro nacionalismo estrecho y arcaico.

En el ámbito social los gobiernos independentistas desde Artur Mas a Aragonés han comportado una reducción progresiva de los presupuestos de la Generalitat en las partidas dedicadas a Educación y Sanidad por poner un ejemplo. En el ámbito sanitario en el Presupuesto del último Gobierno Tripartito (PSC-ERC-ICV) dedicó un 35,51% del presupuesto a Sanidad y un 22,63 a Educación. Los gobiernos sucesivos fueron reduciendo el presupuesto en las partidas sociales hasta llegar al del 2022 donde dedicó a Sanidad un 23,95% ocupando el número 16 en el ranking de CCAA en lo relativo a gasto per cápita. En lo relativo a Educación su gasto presupuestario fue de un 18,58%  ocupando el puesto 11 en el ranking de las CCAA.

En lo referente al peso del sector industrial sobre el Valor Añadido Bruto podemos decir que en el año 2000 éste era en Catalunya del 26,9%, mientras que en el 2019, antes de la pandemia había descendido al 19,3%.  En referencia a la aportación al PIB del Estado, mientras que en el 2008 Catalunya aportó el 18,42% y Madrid el 17,74%, en el 2022 Catalunya con el 16,41% de población ha aportado el 19,01% del PIB siendo superada por Madrid que con el 14,22% de población ha aportado el 19,44%.

Asimismo los sucesivos gobiernos independentistas de la Generalitat han sido incapaces de plantear propuestas necesarias de futuro que situaran a Catalunya al frente de alguna de las transformaciones que la sociedad precisa. Dos ejemplos, el primero el relativo al impulso de las energías renovables, en el que Catalunya es la comunidad más atrasada en la implantación de dichas energías, tan solo un 15% de la energía es renovable frente al objetivo de alcanzar el 30%, mientras en el conjunto de España las energías renovables se sitúan en el 50%.. El segundo ejemplo que está de actualidad por la sequía, la falta de desalinizadoras. En la actualidad sólo hay dos en Catalunya, la más reciente fue obra del Gobierno Tripartito de Izquierdas, la del Llobregat que se inauguró en julio del 2009. Esta instalación puede dar servicio a 4,5 millones de habitantes y produce hasta 60 hm3/año de agua Desde entonces no se ha hecho nada más. La otra desalinizadora la del Tordera, de menor capacidad,  está fuera de circulación y ahora se pretende construir otra de  mayor capacidad pero con el problema de la falta de capacidad en el territorio de la energía eléctrica precisa para su funcionamiento.

No hay duda que el “procès” ha afectado negativamente tanto económica como socialmente a Catalunya. Hemos de recordar la fuga de empresas catalanas que deslocalizaron su sede social a otras partes del Estado. En total más 8.700 empresas deslocalizaron su sede fuera del conjunto de Catalunya.

Toda aquella aventura llevada a cabo por políticos que eran conscientes de que todo era una aventura ilegal e imposible, que engañaron a buena parte de la población haciéndoles creer que era posible, la proclamación de independencia duró unos escasos segundos el 27 de octubre de 2017, hasta su suspensión por el propio President de la Generalitat. Todo fue una farsa teatral indigna.

Posteriormente se produjeron hechos de todo tipo desde  la huida de Puigdemont al extranjero, la suspensión de la Autonomía de Catalunya por parte del Gobierno del PP y la intervención de la Generalitat. En las posteriores elecciones autonómicas las fuerzas independentistas volvieron a revalidar su exigua mayoría. Después de la condena por el Tribunal Supremo de dirigentes independentistas y su encierro en prisión, siguieron años de algaradas de todo tipo con importantes disturbios por el conjunto del país, con cortes de carretera, boicot de redes ferroviarias, ocupación del Aeropuerto de Barcelona, todo ello estimulado por el propio Govern y sus medios de comunicación públicos y privados afines. Finalmente llegó el inicio de la descompresión del “souffle” catalán con el indulto por parte del Gobierno de Sánchez como punto final a una etapa política desgraciada.

Y ahora nos encontramos con una sociedad catalana refractaria, dividida, con agravios de todo tipo dentro de la propia sociedad, y con poca adhesión al que- hacer político. Y con un profundo y pesimista sentimiento en el conjunto de la sociedad en todas sus variantes. La actual política catalana no resiste un análisis de calidad. Todos los partidos y sus políticas no provocan grandes motivaciones, ni por parte del independentismo con su sentimiento de derrota, ni en la otra parte de la sociedad no independentista que ha perdido su confianza en lo que comporta la creencia en una superación social del tiempo vivido de forma traumática. (...)"                 (Manel García Biel  , Nueva Tribuna.es, 29 de febrero de 2024)

15/11/23

Moreso, ex-rector de la Pompeu Fabra: "El soberanismo ha jugado a crear una realidad alternativa, como Matrix... Pero, ¿qué pasaría al día siguiente? ¿Las grandes empresas pagarían sus impuestos a la Generalitat? No lo harían"... creo que ahora tampoco se pueden entender las razones de un conflicto que ha llevado a tantas personas a un lado y a otro, a personas con las que hemos tenido relaciones estrechas... Es un problema, sí, existen dos comunidades. Para abrir una negociación si no hay diálogo, a partir de algo compartido, será imposible... Lo que se debería hacer es una clarificación de competencias, con impuestos federales

 "Josep Joan Moreso (Tortosa, 1959), fue rector de la Universidad Pompeu Fabra (2005-2013) y es catedrático de Filosofía del Derecho. Respetado por la comunidad académica y política, Moreso se ha involucrado en el problema político catalán, buscando un consenso que parece todavía lejano. Centrado en el estudio de los fundamentos filosóficos de la Constitución, es autor de Constitución, modelo para armar (Marcial Pons, 2009). Presidente de la agencia para la calidad de las universidades catalanas, AQU, y buen conocedor de la política italiana, Moreso considera que se necesita "mitezza", que no tiene una traducción exacta, pero que es una especie de mezcla entre “paciencia más templanza”, o “la capacidad de evitar la ira, y si llega, la capacidad de atemperarla”. Para un profesor centrado en la filosofía del derecho, lo que ha ocurrido es difícil de comprender, y señala que “el soberanismo ha jugado a crear una realidad alternativa, como en Matrix”. En una entrevista con Crónica Global, Josep Joan Moreso apuesta por una reforma constitucional, y por recomponer la situación, sin dejar de criticar a los “intelectuales orgánicos” que han sustentado el proceso, pero también a los que han confiado únicamente en la capacidad del derecho y han “olvidado” la fuerza de la política.

--En todos estos años en Cataluña se han constituido relatos propios que han servido para justificar las posteriores acciones. ¿Cómo se construyen los relatos, que son, además, antagónicos?

 --Soy filósofo del derecho y utilizamos el lenguaje, que es algo esencial. Y, ciertamente, se han creado relatos a medida que se iba avanzando en el conflicto político, y eso ha sido determinante. El Gobierno central, desde hace años, ha decidido afrontar el problema aplicándolo sin apostar por la política, y eso plantea muchas carencias, porque existe un problema político. Hay, también, un incumplimiento constitucional de un principio democrático en contra de todas las voces, en un Estado que es claramente protofederal. Se veía venir desde 2012, pero se acelera con las decisiones en el Parlament en los días 6 y 7 de septiembre. Entonces se decide lo contrario: hacer política marginando el derecho. Yo digo que el derecho sin la política está vacío, pero la política sin él es ciega, y sobre eso estamos. Obviamente, el relato del proceso soberanista ha mostrado mucha resiliencia ante la realidad, porque las cosas que prometía y que eran centrales no se han cumplido. No ha habido reconocimiento internacional, por ejemplo. Muchos decíamos que sin eso no se podía hacer nada, pero parece que no es suficiente para que cambie ese relato.

--El movimiento soberanista ha ido reivindicando la existencia de una doble legitimidad, basada en una nueva legalidad. ¿Cómo se crea una legalidad?

 --Es verdad que la legalidad se soporta sobre la aceptación social, sobre hechos que están más allá de la cuestión jurídica. En la transición, el acuerdo es aceptado por la población, y eso da legitimidad, al margen de la calidad política que existía. Pero aquí se ha jugado con eso. El filósofo Herbert Hart, un intelectual de primera, explicó en su libro El concepto del derecho (1961) que para que un derecho exista en una sociedad es necesario una regla compartida para saber las que rigen el sistema. En España es la Constitución y lo que emana de esa Constitución. Por eso digo y he comentado de forma reiterada que no hay dos legalidades, porque todas las asociaciones de jueces y fiscales, todos, dijeron que la única regla era esa, la Carta Magna. En ningún momento hubo dos legalidades.

--¿Cómo se puede superar esa legalidad, entonces?

--Una legalidad se puede superar a través de una ruptura revolucionaria, cambiando a los jueces. No veo otra forma. Pero, ¿qué pasaría al día siguiente? ¿Las grandes empresas pagarían sus impuestos a la Generalitat? No lo harían. El soberanismo ha jugado a crear una realidad alternativa, como en Matrix. Cuando la CUP dice que se debería aplicar la república, yo pregunto, ¿se dan las condiciones? No se daban, ni se dan, pero eso parece que no cambia la voluntad política.

--Pero el movimiento independentista reclama que se le ofrezca una vía posible cuando tenga una mayoría suficiente. ¿Cambiarían las condiciones con mayorías más sólidas?

--Yo creo que sí, que eso puede ser determinante. Si un día el independentismo tiene el 60% de apoyo, por poner un porcentaje importante, eso creo que provocaría un cambio de otros elementos y facilitaría una opción negociada, como no puede ser de otra manera dentro de la Unión Europea, forzando al Gobierno español a negociar, que podría pasar, incluso, por un referéndum pactado o por otra fórmula. Yo soy muy partidario de la opinión consultiva del Tribunal Supremo de Canadá, de 1998, un documento extenso, serio, bien fundamentado. Responde a tres preguntas del Gobierno del Quebec, sobre si tiene derecho a la autodeterminación según la Constitución del Canadá, o de acuerdo a la legalidad internacional, y, en caso de respuestas diferentes a las anteriores preguntas, ¿cómo resolver el conflicto? La respuesta es no, en los dos casos, y entonces la tercera no se plantea. Pero ofrece una salida: si se reitera en el tiempo esa petición, el Gobierno de Canadá debería abordar la cuestión, y plantear un referéndum con una pregunta clara. Pero se insiste en que no sería vinculante y que se debería negociar, junto con el resto de provincias del Canadá. Las lecciones canadienses lo que nos dicen es que aquí no se ha hecho bien, que se ha apostado por una vía unilateral, pero también nos dicen que el Gobierno central no ha aceptado el problema político, que existe.

--Es decir, que el Gobierno español no se ha tomado en serio lo que ha ocurrido en los últimos años en Cataluña.

--Eso es. Porque hay que analizar el por qué hemos llegado hasta aquí, cuando históricamente el secesionismo nunca ha superado el 20%, y ahora se ha llegado el 48%. Hay muchos factores en juego que no se han tenido en cuenta. La sentencia del Estatut de 2010 es uno de ellos. Pero también una cuestión que resultó muy negativa, y que se ha dejado de lado: las condiciones en las que el PSOE llega al poder en 2004, tras los atentados terroristas. El PP nunca aceptó esa victoria como normal, y negó su legitimidad. En ese momento, se centró en dos frentes, en que los atentados se podían relacionar con ETA, algo indefendible, y en Cataluña, que se dibujaba en el horizonte. En el PP se estableció un debate, mientras el PP catalán quiso participar, con enmiendas a la propuesta del Estatut en comisión, desde Madrid se consideró que era mejor abandonar. El PP catalán argumentó que en ese caso perdería la centralidad, pero en Madrid el PP determinó que, en cambio, lograría la centralidad en el conjunto de España.

--¿Y el PSOE qué responsabilidad tiene?

--El PSOE llega un momento que abandona, que no puede resistir, y decide que el trabajo lo haga el Tribunal Constitucional, que frene el Estatut, y eso tuvo consecuencias importantes. Pero todo se incendia con la crisis económica. Hay que decir, además, que en el relato independentista se ha ido abandonando el discurso economicista. Pero no ha habido autocrítica sobre aquellos mensajes tan duros, que nos hacía a los catalanes muy poco estimables en Europa, donde el independentismo sólo ha conseguido el apoyo de los partidos xenófobos, de ultraderecha. Pero no ha habido autocrítica.

 

--¿Se puede vislumbrar una salida ahora?

--Se ha creado un clima preocupante. Releí en verano El mundo de ayer, de Stefan Zweig, y me provocó una reflexión profunda. Zweig no podía entender que se creara un ambiente prebélico, que provocaría la I Guerra Mundial. No veía las razones por las que se matarían los jóvenes europeos. Y creo que ahora tampoco se pueden entender las razones de un conflicto que ha llevado a tantas personas a un lado y a otro, a personas con las que hemos tenido relaciones estrechas.

--Las decisiones judiciales, ¿lo complican todo más, imposibilitan una solución?

--Hay un uso excesivo de la prisión provisional. Es necesario un gobierno, pero todo está condicionado por los jueces, que impiden cuestiones básicas a Carles Puigdemont o a Oriol Junqueras que les concede la Constitución y que el juez no ha tenido en cuenta. La representación política es el núcleo de la democracia. Creo que los delitos que se imputan no se sostienen. Se intenta construir un relato, porque eso es una instrucción, y se basa en anotaciones en la libreta de un alto cargo, y en el documento Enfocats y distintas reuniones, y creo que eso es frágil.

--Para encontrar soluciones, es necesario antes compartir un diagnóstico, ¿es posible?

--Es un problema, sí, existen dos comunidades. Para abrir una negociación si no hay diálogo, a partir de algo compartido, será imposible.

 --¿Se debería recurrir, aunque parezca algo superado, a aquellas conversaciones entre intelectuales de Madrid y Barcelona de los años cincuenta?

--Tal vez. Particularmente me gusta releer aquellas conversaciones que se produjeron entre un Dionisio Ridruejo y Carles Riba, por ejemplo. En mi etapa de rector de la Pompeu Fabra lo intenté, con la colaboración de cuatro universidades, la Autónoma de Madrid, la Carlos III, la Autònoma de Barcelona y la Pompeu Fabra. Por ejemplo, se puso en marcha un grado compartido de filosofía política y economía para 60 estudiantes. Y fue realmente sorprendente y muy positivo. He sido profesor en este grado, en un seminario he planteado directamente el problema de la secesión. El conocimiento que los estudiantes tienen entre ellos ha hecho, sin duda, que los catalanes comprendan mejor la opinión de los no catalanes y viceversa. También lo intentó el exconsejero Antoni Castells, reuniendo gente como Josep Maria Colomer con Daniel Innerarity o Álvarez Junco y Emilio Lamo de Espinosa.

 --¿Se debe implicar, por tanto, mucho más la sociedad civil?

--Yo creo que sí. Personalmente me he sentido interpelado por esa responsabilidad. La academia, a veces, se ha distanciado, pero en mi etapa de rector fui muy consciente de llevar nuestras reflexiones al foro público. La filosofía política es un refinamiento del debate político, pero está conectada, debe estarlo. Si no somos capaces de establecer esa conexión, no tendremos una sociedad vigorosa. En la Pompeu Fabra, en mi etapa de rector, en 2013, se hizo con debates en los que estuvieron presentes todos los posicionamientos: Ángel de la Fuente y Jordi Galí, con Ferran Requejo y Félix Ovejero, por ejemplo. 

--La llamada clerecy, intelectuales, profesores, altos cargos de la administración, ¿qué papel cree que ha jugado?

--Hay una clerecy que ha jugado a favor del proceso, es una evidencia. Pero mi impresión es que en Cataluña hay una sociedad plural, con voces diferentes, algo que se ha negado desde el soberanismo. Y ese mismo soberanismo, ciertamente, ha impulsado una serie de intelectuales orgánicos que sólo aplauden y ponen la letra a la música que suena. Pero no es la única. Desde el soberanismo se insiste en que España es plural, como si Cataluña fuera monolítica, y desde el constitucionalismo se insiste en que Cataluña es plural, como si España fuera monolítica. Afortunadamente la pluralidad está en los dos lados, y esa idea se debe recuperar y potenciar.

 --¿Y por parte de la izquierda española? ¿Se ha impuesto un "contra Rajoy vale todo" que comporta abrazar la causa independentista?

--La izquierda española ha vuelto a reflejar sus contradicciones, con un alma jacobina y una federalista. Es la historia de la España contemporánea. Pero además se ha sumado la idea de que contra el PP todo vale, y es cierto, también, que el cansancio contra el PP es muy grande. Recuerdo a una persona que me dijo que estaba muy contenta de haber votado a la CUP, porque consiguió echar a Artur Mas. Ahora todo vale para echar a Rajoy, pero se ha llegado a un punto en el que el PP no sabe cómo gestionar la corrupción, con un horizonte de gran incertidumbre por la irrupción de Ciudadanos, que ha entrado de nuevo en el debate de la lengua, cuando parecía que lo había superado.

--¿Se puede confiar en una reforma de la Constitución con esa situación?

--Creo que sí, que se deberá resolver con una reforma constitucional. Muchas cuestiones no se podían decir en 1978, cuando no se sabía cuáles serían las autonomías, cuando sólo se tenía en cuenta la provincia. A partir de ahí, se podría entrar en una reforma del Senado y del título VIII de la Constitución en clave federal. Lo que se debería hacer es una clarificación de competencias, con impuestos federales. Un Estado federal, en definitiva. (...)"           (Manel Manchón, Crónica Global, 04/03/2018)

4/10/23

1 de octubre: nada que celebrar... Pese a estar alentada por ERC, Junts, la ANC, Òmnium y como unas trescientas entidades más de la sociedad civil separatista, la magna concentración en la barcelonesa plaza de Catalunya se redujo, según la Guardia Urbana, a 4.500 personas... Pese a los esfuerzos de TV3 por hacer como que lo del domingo fue un éxito, la realidad era imposible de ocultar: a la mayoría de los catalanes se la sopla la independencia, sea porque siempre han estado en contra o sea porque han dejado de creer en su verosimilitud y se han cansado de hacer el canelo... después de todo, qué celebraba el lazismo el pasado domingo. ¿La república que duró ocho segundos? ¿La evidencia de que sus principales partidos políticos están a matar? El desahogo del pasado domingo, triste, desangelado y con escaso poder de convocatoria, difícilmente puede considerarse una celebración, sino, en el mejor de los casos, otra muestra de masoquismo nacionalista (Ramón de España)

 "Me pregunto qué celebraba el lazismo el pasado domingo. ¿La república que duró ocho segundos? ¿La evidencia de que sus principales partidos políticos están a matar? ¿Los porrazos que se llevaron el día del referéndum ilegal aquellas yayas a las que más les habría valido quedarse en casa viendo TV3? ¿O, simplemente, que era un día festivo y uno se podía permitir un desahogo patriótico de esos que no comprometen a nada? Y es que celebrar, celebrar, lo que se dice celebrar, yo diría que no hay nada que celebrar, por mucho que los procesistas (o algunos de ellos) se hayan venido arriba gracias a la respiración asistida que les ha ofrecido Pedro Sánchez a cambio de que le ayuden a conservar el sillón presidencial.

Pese a estar alentada por ERC, Junts, la ANC, Òmnium y como unas trescientas entidades más de la sociedad civil separatista, la magna concentración en la barcelonesa plaza de Catalunya se redujo, según la Guardia Urbana, a 4.500 personas, una cifra que no es precisamente como para echar cohetes. Y, por cierto, la turba estaba tan desunida como los partidos indepes. Unos estaban a favor de la amnistía; otros, en contra (los que abuchearon al mandamás de Òmnium, Xavier Antich, cuando se manifestó favorable a ella: parece que pedir la amnistía para los responsables del grotesco motín de hace seis años es cosa de botiflers). En cualquier caso, nada que ver con los exitazos de público de las marchas norcoreanas de la Diada de años anteriores: todo parece indicar que un gran sector del lazismo ha perdido el entusiasmo inicial, así como la fe en partidos y organizaciones varias, y ya no está para echarse a la calle con la alegría de antaño, cuando se suponía que la independencia estaba al caer. Pese a los esfuerzos de TV3 por hacer como que lo del domingo fue un éxito, la realidad era imposible de ocultar: a la mayoría de los catalanes se la sopla la independencia, sea porque siempre han estado en contra o sea porque han dejado de creer en su verosimilitud y se han cansado de hacer el canelo.

 La independencia se está convirtiendo, pues, en una monomanía de algunos políticos y de cada vez menos ciudadanos. La obsesión del lazi medio puedo entenderla y disculparla: es un sentimiento que no comparto, pero respeto si es sincero y no ha obedecido a un calentón momentáneo (yo diría que los genuinos indepes siguen siendo los mismos que había durante el franquismo, cerca del 20% de la población: los de aluvión se vinieron abajo después de venirse arriba cuando vieron que la cosa era una quimera invendible en España y en Europa). Pero la actitud de los políticos y de los jefazos de Òmnium y la ANC, aunque también la entienda (su monomanía les sale muy rentable y, en el caso de Dolors Feliu, puede conducirla a la política, ambiente en el que se suele pillar cacho a poco espabilado que seas), me irrita considerablemente: ven que cada día les sigue menos gente, que más de la mitad de los catalanes no están por la labor, que se llevan fatal entre ellos, se insultan y se ponen la zancadilla todo el rato, que, sin representar el sentir mayoritario, se lo adjudican y hablan en nombre de todos nosotros, que no dan un palo al agua para afrontar los problemas reales de los catalanes… ¡Y les da lo mismo! Ellos siguen con el raca, raca de Peridis sin importarles un rábano que la realidad vaya por otro lado. De hecho, una minoría pretende imponernos su visión de Cataluña a todos los ciudadanos, tal vez porque nos consideran de segunda si no les damos la razón. Yo diría que necesitan urgente ayuda psiquiátrica.

 A fin de cuentas, las concesiones del Hombre del Sillón son una anécdota en el recorrido político del procesismo. Solo han servido para que Cocomocho pueda interpretar a la perfección el papel de Piojo Resucitado y para que el Niño Barbudo se vea obligado a sobreactuar y a hacer como que pide la luna para que los de ERC no acaben pareciendo una pandilla de traidores en comparación con los de Junts. A efectos prácticos, la independencia no está ni se la espera. Y está por ver que la amnistía, aunque Sánchez la apoye, supere el filtro judicial. En tales circunstancias, el desahogo del pasado domingo, triste, desangelado y con escaso poder de convocatoria, difícilmente puede considerarse una celebración, sino, en el mejor de los casos, otra muestra de masoquismo nacionalista como el que nos llevó a celebrar la fiesta, digamos, nacional el 11 de septiembre en homenaje a la (supuesta) catástrofe de 1714.

Quiero creer que esto no puede durar eternamente, que cuando la sociedad va por un lado y los políticos por otro, estos tienen las de perder. Aunque también es verdad que a nuestros políticos se la suda la creciente abstención: si ganan, tanto les da que sea con los votos del 5% de la población; en eso, no hay diferencia alguna entre independentistas y constitucionalistas."                  (Ramón de España, Crónica Global, 02/10/23)

27/9/23

Cada vez menos independentistas: el apoyo al 'procés' se desploma entre los jóvenes catalanes... los más jóvenes ya no ocupan la primera línea de la movilización. Si hasta 2020 eran estos los que lideraban las estadísticas con un mayor porcentaje de apoyo a la independencia, los estudios del CEO catalán reflejan ahora que podrían estar tirando la toalla... el grado de apoyo a la independencia entre los jóvenes catalanes es el más bajo de entre todos los grupos etarios: llega al 40% entre los mayores de 65 y supera el 44% entre el resto de población adulta, el apoyo a la independencia entre los jóvenes de 18 a 24 años se ha desplomado hasta el 35%, 24 puntos menos que hace siete años... “Que los jóvenes sean más independentistas es mentira. Ha sido algo que nos han dicho para vendernos la idea de que la independencia era inevitable y cabalgaba a cuestas del relevo generacional”... “Lo que lleva a dar apoyo a la independencia son la lengua y el origen familiar, dos elementos que están unidos”... desde hace algún tiempo, son los mayores quiénes integran la base de la mayoría de movilizaciones independentistas... los jóvenes pueden engancharse y desengancharse más rápido a un movimiento si no se ha conseguido lo que perseguía... “El hecho de que sean jóvenes importa poco, lo que importa es el contexto. Muchos de los que se han incorporado en política pueden haber entendido que la independencia no va a ninguna parte. Pero también hay quienes dicen no ser independentistas porque lo ven imposible y prefieren escoger la opción más viable”

 "Hace algunos años, varios sectores del independentismo repetían como un mantra que la independencia acabaría llegando, convencidos de que las nuevas generaciones eran cada vez más partidarias de esta opción. El tiempo ha pasado y la realidad se ha impuesto. Lejos de cumplirse este vaticinio, tan reiteradamente pregonado, el escenario ahora es otro: a los jóvenes catalanes cada vez les importa menos el 'procés'

Precisamente cuando los partidos independentistas tienen la llave de la gobernabilidad de España y su estrategia es más decisiva que nunca, el apoyo a una Cataluña con Estado propio parece haber perdido partidarios entre los más jóvenes, que ya no ocupan la primera línea de la movilización. Si hasta 2020 eran estos los que lideraban las estadísticas con un mayor porcentaje de apoyo a la independencia, los mismos estudios reflejan ahora que podrían estar tirando la toalla. 

 Al menos así se desprende de las encuestas, especialmente la del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), el conocido como CIS catalán. Según el último estudio de este organismo, publicado en julio, el apoyo a la independencia entre los jóvenes de 18 a 24 años se ha desplomado hasta el 35%, 24 puntos menos que hace siete años y el valor más bajo desde antes del referéndum fallido de 2017. Si nos fijamos en el siguiente grupo de edad, de los 25 a los 34 años, el apoyo al 'procés' también toca fondo, con poco más de un 37% de partidarios frente al 58% de 2016, cuando alcanzó su máximo nivel. De hecho, el grado de apoyo a la independencia entre los jóvenes catalanes es el más bajo de entre todos los grupos etarios: llega al 40% entre los mayores de 65 y supera el 44% entre el resto de población adulta. 

“Que los jóvenes sean más independentistas es mentira. Ha sido algo que nos han dicho para vendernos la idea de que la independencia era inevitable y cabalgaba a cuestas del relevo generacional”, apunta a infoLibre el investigador del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universitat Autónoma de Barcelona Oriol Bartomeus. “Lo que lleva a dar apoyo a la independencia son la lengua y el origen familiar, dos elementos que están unidos”, agrega.  

 Entonces, ¿cómo se explica que el apoyo a la independencia haya caído de forma más brusca entre los jóvenes? De acuerdo con Bartomeus, las nuevas generaciones son más “impacientes” y aunque “pueden participar de un colectivo, no se sienten parte del mismo”. “No tienen un compromiso, un vínculo estructural fuerte con este movimiento”, continúa el experto, que contrapone esta forma de actuar con la de los ciudadanos mayores. De hecho, desde hace algún tiempo, son éstos quienes integran la base de la mayoría de movilizaciones independentistas. 

 “La gente mayor es más fiel, más estable y más constante. Es capaz de seguir al pie del cañón, pase lo que pase. En cambio, los jóvenes pueden engancharse y desengancharse más rápido a un movimiento si no se ha conseguido lo que perseguía”, asevera. Para este investigador, la manera de movilizarse de las nuevas generaciones ha cambiado: “Pueden participar en una protesta con mucha fuerza e incluso con violencia, pero una vez se ha acabado, ya está. Es puntual. Son fanáticos efímeros”, opina. 

Un ejemplo paradigmático de este tipo de movilización fueron las protestas por la detención del rapero Pablo Hasél en Cataluña en febrero de 2021, que encadenaron varios días de disturbios antes de apagarse, a pesar de que, a día de hoy, el artista sigue encarcelado por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona. Algo similar había ocurrido en 2019 tras la sentencia a los líderes del 'procés', cuando los jóvenes volvieron momentáneamente a primera línea.

“Quizás sea cierto que haya un punto de cansancio entre parte de la gente joven por haber ido durante años a manifestaciones y concentraciones y que no haya ocurrido nada”, resume a este diario Bartomeus antes de matizar: “Eso no significa necesariamente que hayan dejado de ser independentistas, sino que se han cansado”.  

 De hecho, según el CEO, cuando se pregunta a los jóvenes de 18 a 24 años cuál es el partido político por que sienten más simpatía, alrededor del 40% responde con una formación independentista, el 34% en el caso del grupo de edad de 25 a 34 años. 

En una línea similar a la de Bartomeus se expresa el doctor europeo en Ciencias Políticas y profesor de la Universitat Pompeu Fabra Toni Rodon, para quien no está claro si estos jóvenes han dejado de ser independentistas, o bien, es una situación “coyuntural”. “Puede que haya quien piense que los políticos de ahora no son buenos o que no han sabido hacer bien las cosas, pero para saber si éstos jóvenes han consolidado su opinión los tendríamos que ver cuando no sean tan jóvenes”, recalca.

Para Rodon, el papel de los actores políticos es clave en esta cuestión: “En las últimas elecciones una buena parte de los votantes independentistas se abstuvo como castigo”. El politólogo se refiere así al desenlace de las generales del 23J, en las que el independentismo perdió unos 700.000 votos respecto a los comicios de 2019. Los grandes beneficiados de este resultado fueron el PSOE y Sumar, pero no cabe olvidar que casi la mitad, unas 300.000 personas, prefirieron no ir a las urnas.

 Por otro lado, Rodon argumenta que la opinión pública suele moverse por ciclos y, en el actual, “la gente es menos pro independencia”. “El hecho de que sean jóvenes importa poco, lo que importa es el contexto. Muchos de los que se han incorporado en política pueden haber entendido que la independencia no va a ninguna parte. Pero también hay quienes dicen no ser independentistas porque lo ven imposible y prefieren escoger la opción más viable”, remarca el politólogo. En este sentido, alerta del peligro de caer en la “frustración política”: “Cuando eres joven y pides cosas que crees fuertemente, si el sistema no te las da, eso puede marcar tu opinión para el resto de la vida”.

Precisamente porque se cree que los años que van desde los 16 a los 24 son los más “impresionables”, lo que más huella dejan en la ideología y la forma de pensar de una persona, Rodon insiste en la importancia de no dejar sin respuesta las inquietudes juveniles.

La apatía política es mucho más difícil de cambiar”, advierte."                (Alba Gil, InfoLibre, 24/09/23)

12/9/23

Xavier Rius, director de e-notícies: Aunque les den la amnistía. Incluso el referéndum. Yo no perdono. El daño causado ha sido demasiado grande... ¡Qué daño han hecho Puigdemont y Junqueras! No solo al independentismo sino también a Cataluña... siempre he dicho que lo peor no es la fractura social, sino la fractura mental. Cataluña ya no se divide entre indepes y no indepes sino entre indepes y cuerdos... Personalmente, he pasado verdadero bochorno con el proceso entre trepas, jetas, conversos, frikis, espabilados y otras categorías profesionales... pero lo que más me jode es la superioridad moral. El mirarte por encima del hombro. Creerse los buenos de la película... pero si sacaron más votos los del PP que los de Junts

 "Aunque les den la amnistía. Incluso el referéndum. Yo no perdono. El daño causado ha sido demasiado grande.

De entrada los daños oficiales por decirlo de alguna manera. La aplicación del 155. No había pasado nunca. Los canarios estuvieron tonteando a finales de los 80 por unos aranceles y bastó mandarles el famoso burofax. Ni a los vascos en pleno apogeo de ETA. Para vergüenza nuestra, los catalanes fuimos los primeros.

 Luego, los daños materiales: la inestabilidad política, la inseguridad jurídica, la incertidumbre económica y el bloque legislativo. Un cóctel letal para cualquier sociedad.

Puigdemont se quejaba en su comparecencia del decreto que permitió a las empresas catalanas cambiar de sede con la aprobación solo del consejo de administración. Hasta entonces se precisaba que el trámite pasara por la junta de accionistas.

¡Pero si fueron los bancos los que lo pidieron! Incluso la leyenda negra que corre sobre la supuesta llamada del Rey a la SEAT. ¿Qué empresa de automóviles se quedaría fuera de la UE? ¿Cómo iba a vender sus coches?

 El problema no es que las empresas catalanas se hayan ido, que también, ¡es que no vuelven! ¿Cómo van a volver con estos al frente de la nave? ¿Pero si no paraban de decir que “ho tornarem a fer”? La economía, para funcionar, necesita tranquilidad.

Luego la famosa fractura social, que es irreversible. E irá a más. Porque vuelven a empezar. Con el proceso ya estuvieron jugando con fuego. “Apreteu, apreteu”, llegó a decir un presidente de la Generalitat, Quim Torra, con el que por cierto se reunió el propio Pedro Sánchez.

 ¿Ahora ya nadie se acuerda de la ocupación del aeropuerto? ¿De los cortes en las autopistas? Quince horas en L’Ampolla (Tarragona) y los Mossos mirándoselo. No hicieron ni una identificación. 

¿Y las interrupciones en el AVE? ¿O el bloqueo de una frontera internacional como la de La Junquera durante tres días con concierto de Lluís Llach incluido? ¿Y la ‘batalla de Urquinaona’? Que hasta elogió la ex consejera Ponsatí en Perpiñán. Nada menos que la ex titular de Educación.

Centenares de contenedores quemados durante una semana en pleno centro de Barcelona. Turistas aterrorizados. Pasen por el Ensanche. En muchos cruces todavía está el asfalto maltrecho del fuego. A Colau no le ha dado tiempo de arreglarlo.

 Me ahorro otros daños para no aburrirles. Pero siempre he dicho que lo peor no es la fractura social, sino la fractura mental. Cataluña ya no se divide entre indepes y no indepes sino entre indepes y cuerdos.

No voy a citar todos los episodios, individuales o colectivos, que hemos visto durante el proceso. Romeva y Ramón Tremosa presentando, cuando eran eurodiputados, una pregunta en el Parlamento Europeo por un pisotón de Pepe, un defensa del Madrid, a Messi durante un partido de Copa del Rey. Como si fuera un ataque de España.

 O aquel empresario, Joan Canadell, que viajaba con una careta de Puigdemont en el coche. Con esos antecedentes llegó no solo a presidente de la Cambra sino incluso a diputado de Junts.

Sin olvidar, el ataque sufrió un día el bus de la línea 155 de Barcelona tras la aplicación del 155. O aquel homenaje a un bolardo derribado por la Guardia Civil durante un registro con tan mala suerte que se equivocaron de bolardo.

Evidentemente, todos estos no son casos penales, pero refleja el nivel. Personalmente, he pasado verdadero bochorno con el proceso entre trepas, jetas, conversos, frikis, espabilados y otras categorías profesionales.

 ¿Lo peor de todo saben qué es? Que sabían que saldría mal. Lo sabían desde el principio. Y nadie se atrevió a decirlo. Al menos en público. A pesar de que TV3 transmitiera -para TV3 tampoco tendría que haber amnistía- la imagen de ‘un sol poble’

¿Cómo se declara la independencia de un territorio con menos de la mitad de la población? Porque, en todas las elecciones, nunca superaron el 50%. En los momentos álgidos fueron dos millones pero de un censo de 5,5 millones.

 Bueno, en las últimas elecciones al Parlament con un 51% pero sumando el PDECAT, que quedó fuera y habiendo perdido casi 900.000 votos. Como en las últimas generales, perdieron 600.000. ¡Pero si han tenido que hacer trampas para constituir grupo parlamentario en el Congreso!

Puigdemont hablaba el otro día en nombre del “poble de Catalunya” pero sacaron más votos los del PP que los de Junts. Es lo que más me jode: la superioridad moral. El mirarte por encima del hombro. Creerse los buenos de la película.

Va a pasar como con los indultos, que nadie los pedía y los concedió Pedro Sánchez a cambio de nada: van a salir como héroes. Que los socialistas traguen es cosa suya. Al fin y al cabo les llamaban el “bloque del 155” o incluso “carceleros”. Pero yo, no.

 A pesar de los desperfectos, no he oído nunca, no ya unas palabras de arrepentimiento, que ni siquiera pido, o de autocrítica. Es que ni siquiera una reflexión sobre cómo han estado mareando la perdiz durante más de diez años para nada. Diez años irremisiblemente perdidos. Por eso: yo no perdono."                 (Xavier Rius , e-notícies, 07/09/23)

6/6/23

El decisivo papel de los medios de la Generalitat y la lengua en el apoyo al 'procés' Un estudio apunta el peso del idioma, los orígenes familiares y la influencia de canales como TV3 y Catalunya Ràdio en la división política, así como la progresiva 'desinflamación' del conflicto

 "Los medios de comunicación vinculados a la Generalitat de Cataluña contribuyeron a acentuar la fractura política y afectiva causada por el procés. Una división en la que el apoyo o el rechazo a la causa secesionista muestra vínculos con la lengua y los orígenes de ascendencia familiar, y los medios informativos que se acostumbran a consumir en función de ello. Así se extrae de un estudio basado en el análisis de todos los barómetros del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) del Ejecutivo autonómico desde 2006 --con unos 100.000 encuestados--, en los cuales se aprecia que, aunque esta división ideológica persiste, las tensiones derivadas de ella se han atenuado por un cúmulo de factores que parecen haber incidido: desde la desmovilización callejera por la pandemia de coronavirus hasta la crisis de la guerra de Ucrania, pasando por el fracaso de experiencias como el Brexit o el propio procés y sus enfrentamientos internos, y la recuperación de relaciones entre los gobiernos central y catalán, entre otros.

Esas son algunas de las aportaciones planteadas en el informe Hibernación de las tensiones secesionistas en Cataluña: Tendencias de atenuación en alineamientos antagónicos [en inglés], obra de los catedráticos universitarios Josep Maria Oller (UB), Albert Satorra (UPF) y Adolf Tobeña (UAB). Un análisis de la fractura originada a raíz de la campaña secesionista de Cataluña en los últimos años, que amplía otros anteriores con datos actualizados hasta 2022. En él parece constatarse, por ejemplo, que “el lenguaje familiar interactúa con la influencia de los medios locales para mantener viva la fractura, aunque con tendencias que denotan una atenuación de las alineaciones identitarias antagónicas”.

“La duradera campaña secesionista en Cataluña (2010-17) creó una profunda fractura política y afectiva en dos segmentos ciudadanos importantes y opuestos, los que prefieren quedarse en España y los que quieren separarse de ella”, constata el estudio, en el cual se apunta que los partidarios de no romper con España “parecen haber consolidado recientemente su escasa ventaja”, según los barómetros del CEO.

Apoyo al secesionismo en función de la lengua

“Aunque el apoyo explícito a la secesión ha disminuido constantemente desde 2019, la lengua familiar, ya sea el catalán, utilizado regularmente por el 38% de la ciudadanía frente al español, utilizado habitualmente por el 54%, sigue siendo la principal escisión que distingue las preferencias a favor o en contra de la secesión”, se apunta en sus páginas.

“La primera lengua habitual es, por tanto, el principal rasgo distintivo que separa a los individuos que albergan deseos de independencia de Cataluña de aquellos que están en contra”, añaden. Con diferencias siempre por encima del 45%, y en ocasiones, de más del 50%.

En este sentido, el procés habría desempeñado un papel acelerador en la división social, pues en las “décadas previas y estables” la “identidad de doble nacionalidad (tan catalán como español) era dominante y funcionaba como un factor de amalgama”. Algo que se rompió posteriormente: “Dentro del campo secesionista, la identidad únicamente catalán se convirtió rápidamente en dominante, mientras que una identidad dual tan catalán como español todavía prevalecía dentro del campo antisecesionista”. En esos posicionamientos entran en juego la lengua y los orígenes familiares, pues según las estadísticas, la ruptura con el resto de España tiene más partidarios entre los catalanohablantes que entre los castellanohablantes.

Sea como fuere, según explica Josep Maria Oller, uno de los autores del estudio, a Crónica Global, en la actualidad "hay indicios firmes que muestran una disminución en la prevalencia de sentimientos de identificación nacional excluyentes (sólo catalán), mientras que vuelve a aumentar la presencia de sentimientos de identificación nacional duales (tan catalán como español)”.

Influencia de los medios regionales

En este sentido, el estudio apunta además que “seguir o no los medios públicos regionales (emisoras de televisión y radio bajo el control del Gobierno regional, que emiten sólo en lengua catalana) fue un factor importante” que contribuyó a acentuar "los cambios en las identidades”. Unas variaciones que se alinean “con las hipótesis de que los contenidos de la televisión pública y las emisoras controladas por los poderes regionales fueron fuente de distanciamiento y polarización de audiencias a través del cultivo de actitudes a favor de la secesión”. Destacando, asimismo, que “la intensificación hacia una única identidad nacional, sólo catalana, se produjo mayoritariamente en el segmento con lengua familiar catalana”.

En cualquier caso, el estudio también apunta que la fractura originada por cuestiones identitarias ha experimentado cierto apaciguamiento en los últimos años, aunque el conflicto siga sin haberse resuelto.

Participación en elecciones y puntos de inflexión

Otro de los vectores de este análisis apunta a que “las preferencias por la secesión también estuvieron asociadas con el nivel de participación política en las elecciones autonómicas”, puesto que “el segmento de la ciudadanía que estaba en contra de la secesión participó menos” en ellas. Un fenómeno que no parece darse tanto en las elecciones generales, “lo que confirma una tendencia que se ha encontrado sistemáticamente, durante décadas, sobre el comportamiento electoral en Cataluña”.

Por lo que respecta al aumento del sentimiento secesionista y la polarización política en Cataluña, los autores apuntan a la sentencia contra el nuevo Estatut en 2010 y, sobre todo y más decisivo, las elecciones autonómicas de 2012, que consideran “el punto de partida definitivo de la campaña secesionista”, cuando el partido nacionalista mayoritario, Convergència i Unió, perdió varios escaños. “A partir de ese momento, la mayoría parlamentaria dependió de varias fuerzas secesionistas y el Govern optó por la secesión de España como estrategia dominante”.

Los autores, asimismo, señalan un tercer punto de inflexión “entre 2018 y 2019”, a partir del cual se inició “un progresivo debilitamiento de los apoyos secesionistas”: la condena a los líderes del procés, y posteriormente sus indultos.

"Las tendencias a la atenuación de la división o polarización se inician a mediados de 2019 y se mantienen firmes desde entonces", explica Oller a este medio, aunque advierte de que "el conflicto parece hibernado, mitigado, soterrado... pero mantiene ingredientes intactos que eventualmente pueden volver a aparecer, especialmente si tenemos en cuenta el papel que han jugado los medios de comunicación autonómicos, controlando el relato con base en intereses políticos".

Otro aspecto que llama la atención a los autores del estudio es la diferente percepción sobre la fractura política entre partidarios y detractores de la secesión de Cataluña, pues mientras entre los votantes de partidos constitucionalistas se reconocía y lamentaba su existencia, esto no ocurría tanto entre los independentistas, donde esta solía negarse.(...)" (

29/5/23

Xavier Rius: el proceso ha abierto en canal nuestra miserias... hemos retrocedido: no somos una nación, somos una tribu. Hemos vuelto a los tiempos de los bergistanos, los lacetanos, los layetanos. Anque ahora sólo hay dos: la de los lazos amarillos y la otra... Los países, para salir adelante, necesitan grandes consensos sociales y el proceso lo ha roto todo... entraremos -por culpa del proceso- en un largo período de decadencia si ya no lo estamos ya

 "Cuando Pujol cumplió 80 años, TV3 emitió un programa de homenaje a cargo de un periodista de confianza: Miquel Calçada. En un momento de la entrevista, el presentador le peguntó al expresidente:

-       “¿Cuál sería el momento en que nos tendríamos que haber consolidado?”
 
Pujol, tras unos instantes de reflexión, dijo: “Probablemente en el siglo XV. El XV y el XVI. En el XVI ya hemos perdido pero en el XV quizá todavía podríamos haber hecho alguna cosa”.
 
En efecto, uno de los principales misterios de la humanidad -al menos para la historografía catalana más nacionalista- es por qué Catalunya no se consolidó como estado nación cuando tocaba. Se han eleborado las más curiosas teorías al respecto.

En general se culpa a la decadencia medieval. El famoso lo mal any primer de 1333. Plagas, terremotos, epidemias, la peste negra.

A mí no me ha cuadrado nunca demasiado. Inglaterra perdió el 40% de su población y luego construyó un imperio.

En mi opinión de aficionado a la historia, la guerra medieval de 1462-1472 -la Generalitat contra el Rey, les sonará- fue decisiva. Imaginen cómo debía quedar el Principado tras un conflicto civil de diez años cuando apenas tenía unos 400.000 habitantes.

En una época, además, en que no había la Convención de Ginebra para atenuar los efectos de la guerra en la medida de lo posible.

Para colmo acabó en tablas.

Pero yo creo que el proceso ha abierto en canal nuestra miserias: ¿cómo quieren gobernar una república si ni siquiera saben gobernar una comunidad autónoma? Es verdad que suena fatalista. Pero a los hechos me remito.

Sería esa alergía al poder -al ejercicio del poder- del que hablaba Vicens Vives hace más de 50 años en su Noticia de Cataluña: el Síndrome del Minotauro. Quizá por eso fuimos más fenicios que cartagineses, aunque no es que éstos últimos acabaran muy bien. Más comerciantes que funcionarios.

Incluso hemos retrocedido: no somos una nación, somos una tribu. Hemos vuleto a los tiempos de los bergistanos, los lacetanos, los layetanos. Anque ahora sólo hay dos: la de los lazos amarillos y la otra.

Esto imposibilita avancar. Los países, para salir adelante, necesitan grandes consensos sociales y el proceso lo ha roto todo.

La decadencia medieval empezó por una seria de conflictos sociales -la Biga contra la Busca, los payeses de remença, etc- que precipitó la decadencia y su consolidación posterior como estado.

Al igual que ahora, entraremos -por culpa del proceso- en un largo período de decadencia si ya no lo estamos ya."                     (Xavier Rius, e-notícies, 09/03/23)

30/3/23

"Llegué a pensar que esto acabaría en conflicto civil... amigos me dejaron de hablar por considerarme facha"

 "Júlia Calvet, de siete apellidos catalanes, es un ejemplo vivo del fracaso de la inmersión. De pequeña, en su casa se veía TV3 y Catalunya Ràdio según explica en el libro "Por qué dejé de ser nacionalista" (19 euros, 181 páginas), hasta que empezó a cuestonarse la versión que transmitían los medios de comunicación catalanes y los profesores de historia y un día le espetó a su madre: "¿Mamá, ¿tan mal estamos compara querer irnos de España y no volver jamás?".

La también presidenta de la organización S'ha Acabat explica en una entrevista en e-notícies que "amigos me dejaron de hablar por considerarme facha". "Ha habido momentos de pensar que esto iba va explotar en conflicto civil", admite igualmente.

También recuerda que durante su etapa como estudiante de bachillerato "hacíamos huelga día sí, día también" y los profesores no sólo no "se quejaban" sinó que se sumaban a estas protestas.

"Los buenos para ellos eran los separatistas", lamenta al recordar como compañeros de clase con los que tenía relación acabaron por darle la espalda.

Del mismo modo considera que "la inmersión crea futuros independentistas" y asegura que "TV3 es un fraude: no les importa el periodismo". "El proceso es un negocio", sentencia finalmente."  
              (e-notícies, 05/01/23)

14/3/23

El ex alcalde de Barcelona, Joan Clos, dice ahora que el independentismo "ha hecho daño... Nos ha llevado a una concatenación de crisis"

 "El ex alcalde de Barcelona, Joan Clos, en una entrevista en RTVE, ha lamentado que el independentismo ha llevado a Catalunya y Barcelona a un "sacudio" desde el punto de vista de las inversiones estratégicas. "Nos ha llevado a una concatenación de crisis que ha hecho daño", ha dicho.

También considera que Convergència pasó al independentismo cuando vio que ERC "le ganaba terreno político". "Fue un oportunismo de algunos líderes jóvenes de CDC ante el crecimiento de ERC", aseguró.

El ex alcalde cree que el PP dejó que los políticos independentistas cayesen por el precipicio en vez de negociar. "Rajoy es más listo de lo que parece", señala en este sentido.

Por último, lamenta el "estancamiento y pérdida de dinamismo" de Barcelona. Clos afirma que la capital catalana "necesita siempre estar hiperdinámica para ganar posiciones en las zonas económicas europeas".    
  (e-notícies, 01/02/23)

9/2/23

Javier Cercas: ¿Referéndum? ¿Qué referéndum? Cuando arrancó el procés, yo también creía que la solución al problema catalán era un referéndum de secesión... pero los referéndums son muy útiles, pero no para estos asuntos. De entrada, porque parten por la mitad las sociedades, incluso las más democráticas, como la británica o la canadiense, y las sumen en crisis profundas. Por otro lado, en un referéndum de secesión se sabe lo que significa votar una cosa, pero no la otra: en el del Brexit, los británicos sabían lo que implicaba permanecer en la UE, pero no salir de ella... Esta ignorancia ante una decisión trascendental es perfecta para provocar un diluvio de mentiras como el que padecieron los británicos antes de su referéndum. Pero hay más. Una de las mayores virtudes de la democracia consiste en que nuestras decisiones políticas son reversibles... Pero en un referéndum de este tipo la rectificación es inviable: si la secesión triunfa, no hay vuelta atrás (como muestra incluso el Brexit, de casi imposible arreglo)

 "Pues sí: cuando arrancó el procés, yo también creía que la solución al problema catalán era un referéndum de secesión —no de autodeterminación: los catalanes nos autodeterminamos desde 1978—, que es lo que en rigor reclaman los secesionistas; también lo que la ONU, con muy buenas razones, sólo admite en casos de colonialismo, guerra o violación masiva de los derechos humanos (por eso ninguna Constitución democrática prevé esa clase de referéndum).

 Lo creía, supongo, por la misma razón que, de creer a nuestros sentidos, resulta evidente que la Tierra es plana. Pero todos hemos aprendido mucho en estos años —tal vez demasiado—, y una de las cosas que yo he aprendido es que la Tierra no es plana, sino redonda.

Y eso que los politólogos nos lo habían advertido (igual que los científicos nos advierten que, contra toda evidencia visual, la Tierra es redonda): los referéndums son muy útiles, pero no para estos asuntos. De entrada, porque parten por la mitad las sociedades, incluso las más democráticas, como la británica o la canadiense, y las sumen en crisis profundas. Por otro lado, en un referéndum de secesión se sabe lo que significa votar una cosa, pero no la otra: en el del Brexit, los británicos sabían lo que implicaba permanecer en la UE, pero no salir de ella. 

De hecho, ni siquiera lo sabían los políticos pro-Brexit, como se demostró de inmediato, igual que nadie sabe lo que significaría una Cataluña separada de España. Esta ignorancia ante una decisión trascendental es perfecta para provocar un diluvio de mentiras como el que padecieron los británicos antes de su referéndum legítimo de 2016 (y en gran parte explica su resultado), o el que sufrimos los catalanes antes del referéndum fraudulento de 2017 (y explica su resultado también). Pero hay más.

 Una de las mayores virtudes de la democracia consiste en que nuestras decisiones políticas son reversibles: en unas elecciones podemos equivocarnos y llevar al Gobierno a un indeseable; no importa: en las siguientes, podemos rectificar y ponerlo de patitas en la calle. Pero en un referéndum de este tipo la rectificación es inviable: si la secesión triunfa, no hay vuelta atrás (como muestra incluso el Brexit, de casi imposible arreglo pese a que ni siquiera rompió un Estado); pero, si la separación fracasa, se pedirán tantas consultas como sean necesarias para que triunfe (según muestra el caso de Escocia, y no el de Canadá porque los canadienses promulgaron la célebre Ley de Claridad con el fin de que eso no ocurriera). Lo cual implica que, en estos referéndums, hay una flagrante desigualdad de oportunidades entre las dos opciones en liza, y que, por tanto, son herramientas políticas muy defectuosas: en realidad, un referéndum de secesión no se convoca para saber si la ciudadanía está en contra o a favor de la separación; se convoca para conseguir la separación: cuando ERC dice “sin referéndum, el conflicto no se acabará”, lo que quiere decir es “sin separación, el conflicto no se acabará”. Por lo demás, ¿cómo es posible que aún haya quien piense de buena fe que el referéndum es una solución para Cataluña tras las experiencias de Crimea, el Dombás, Colombia o el Brexit, que ha sumido la democracia más antigua del mundo en un desbarajuste sin precedentes? La idea de que un referéndum de secesión soluciona el problema catalán es puro pensamiento mágico, como demuestran los ejemplos citados (por no recordar los de la difunta Yugoslavia): la realidad es que no soluciona ninguno de los viejos problemas y crea otros nuevos, aún más tóxicos que los anteriores. El peor negocio del mundo.

¿Significa lo anterior que jamás debería convocarse un referéndum así en Cataluña? No. Significa que sólo debería convocarse si no convocarlo fuera aún peor que convocarlo, es decir, si las circunstancias —una aplastante mayoría de votos separatistas en dos elecciones consecutivas, pongamos— obligasen a convocarlo. Pero, mientras los votantes catalanes sigamos divididos, lo mejor es llegar a un acuerdo con la otra mitad y organizar un referéndum sobre él, de modo que no votemos una fantasía, sino una realidad. Ese acuerdo se llama Estatut."               (Javier Cercas  , El País , 04/02/23)

23/11/22

El jefe de la oficina de Puigdemont Insulta a Joaquín Sabina por su posición contraria al independentismo... sobre todo por decir que “Los independentistas han hecho un mundo de mejores y peores catalanes, es diabólico“

 "El independentismo más radical es una máquina perfectamente engrasada de insultar y faltar al respeto a todo aquel que no aplauda sus tesis separatistas y la ruptura con el resto de España. Si te atreves a hacerlo, eres automáticamente un ‘traidor’ a Cataluña.

Esta medicina la han probado infinidad de catalanes contrarios al proceso secesionista, pero no lo sufren ellos exclusivamente, ya que los separatistas radicales lo han convertido en un fenómeno global. Así, el famoso cantante Joaquín Sabina ha sido tachado de “catalanófobo“.

¿Su pecado? Haberse posicionado en contra de la independencia de Cataluña y además haber sido crítico con el proceso y con sus líderes, que llevaron a la comunidad autónoma al borde del precipicio durante el año 2017.

Josep Lluís Alay, jefe de la oficina del fugitivo Carles Puigdemont ha acusado a TV3 de practicar la “catalanofobía” por haber informado que la gira de Sabina llega a Barcelona. Un insulto ya no únicamente al artista, sino a los miles de catalanes que acudirán a su concierto.

Una de las frases que más se recuerdan de Joaquín Sabina contra el movimiento independentista fueron las que pronunció durante una entrevista en el diario EL PAÍS: “Los independentistas han hecho un mundo de mejores y peores catalanes, es diabólico“. Pues eso."       (David gerbolés, elcatalán.es, 04/11/22)

31/10/22

Así dañó el ‘procés’ la convivencia... el procés ha supuesto un ascenso de la aversión hacia la política y, al mismo tiempo, un sensible aumento de la polarización, e incluso del “rechazo visceral”, entre partidarios y opuestos a la independencia

 "Casi nadie discute que el proceso independentista ha dejado profundas heridas emocionales en la sociedad catalana. La cuestión es en qué medida y en qué aspectos concretos ha crecido la polarización afectiva en Catalunya. Es decir, cómo han evolucionado los sentimientos de simpatía y rechazo entre los catalanes y qué otros efectos ha tenido el proceso iniciado hace ahora una década. Un estudio del ICPS, realizado por la profesora del departamento de Ciencia Política de la UAB Lucía Medina, revela que el procés ha supuesto un ascenso de la aversión hacia la política y, al mismo tiempo, un sensible aumento de la polarización –e incluso del “rechazo visceral”– entre partidarios y opuestos a la independencia.

Sin embargo, el estudio –elaborado a partir de la explotación de los sondeos del ICPS entre 1995 y el 2021– detecta otros fenómenos igual de inquietantes. Por ejemplo, “la irrupción de la cuestión independentista derivó en un aumento y politización de las diferencias en torno a la identidad” de los ciudadanos. Y, sobre todo, el “clima de alta polarización afectiva” impactó “más negativamente en las personas emocionalmente moderadas” y con “un vínculo emocional más tibio hacia los diferentes partidos”. Esa deriva –que “las personas menos polarizadas” acaben desarrollando “sentimientos más negativos” hacia la política en un clima de conflicto– dibuja la posibilidad de un deterioro gradual de la convivencia democrática, la gobernabilidad o la legitimidad institucional.

Inquietante paradoja: el clima de conflicto radicalizó en mayor grado a los moderados emocionales

En este sentido, “el interés hacia la política” fue inicialmente un sentimiento dominante entre los distintos grupos de votantes catalanes. Entre el 2003 y el 2004, por ejemplo, alcanzaba a un 37% y se mantuvo por encima del 25% durante una década. Pero “no aumentó durante el procés ” y, a partir del 2016 –“cuando se constatan las dificultades del reto soberanista”–, ese interés “inicia una tendencia descendente”. En paralelo al declive del interés por la política, “la desconfianza, la irritación y la indiferencia son las emociones” que más crecen. Por ejemplo, la desconfianza pasó de alcanzar a un 12,4% de los votantes en el 2008 a más del 28% en el 2013, y a rozar el 34% en el 2018.

Este ascenso de los sentimientos negativos hacia la política afectó inicialmente en mayor medida a los electores opuestos a la independencia, y parecía ir ligado tanto a la gran recesión que estalló en el 2008 como a la propia radicalización del proceso soberanista. En cambio, entre los simpatizantes independentistas “el dominio de los sentimientos positivos hacia la política” se prolongó más tiempo y solo empezó a declinar en beneficio de las percepciones negativas después de la frustrada tentativa de declaración de independencia, en el 2017. Aun así, el balance de los sentimientos negativos hacia la política continúa siendo mayor entre los opuestos a la secesión. De hecho, entre los partidarios de la independencia “el porcentaje de personas que expresan sentimientos positivos es diez puntos superior”.

Los jóvenes han sido los menos propensos a la polarización, y los mayores, los más proclives al radicalismo

En cuanto al “creciente distanciamiento entre simpatizantes de partidos favorables y contrarios a la independencia”, como un factor del aumento de la polarización política, el estudio confirma que “coincide con el arranque del procés en el 2012 y llega a su punto álgido en el 2016”, cuando alcanza la máxima puntuación. Es decir, al “situar la cuestión territorial en el centro de la disputa”, se produce un endurecimiento de las posturas a favor o en contra de la secesión.

En este sentido, los indicadores de los sucesivos sondeos revelan que “el gran incremento” que registra el sesgo afectivo de los independentistas como bloque a partir del 2012 demostraría que esa “escalada no se produjo a raíz de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, sino que tuvo su origen en el giro independentista de CiU” y en las estrategias de “otros actores políticos influyentes”. A ello habría que añadir que la polarización afectiva entre bloques llega a su punto máximo en el 2017 y que el nivel de “polarización entre bloques de los independentistas es siempre mayor que el de los no independentistas”. Estos últimos están mucho más divididos sobre el estatus de Catalunya en España y también ideológicamente, y solo “se polarizan intensamente en el 2017”, cuando la amenaza de la independencia “se hizo efectiva”.

La radicalización crece entre aquellos que se ubican en la derecha, apoyan la secesión o se creen solo españoles o catalanes

Finalmente, y en lo relativo a la “polarización afectiva individual” durante el procés , el “sesgo es especialmente elevado” entre las personas “que se sienten únicamente catalanas”, entre las que se consideran “solo o predominantemente españolas”, entre aquellas “que se ubican en la derecha” (los seguidores del PP y Ciudadanos) y “entre los partidarios de la independencia”. Asimismo, el “sesgo afectivo es menor entre los jóvenes y mayor entre los adultos y sobre todo, entre los más mayores”.               (Carles Castro , La Vanguardia,  30/10/22)

27/10/22

Catalunya: "La década perdida"... El “procés” parece que ha finalizado... Lo que no pensaban ni Mas ni la gente de CDC es que abrían la puerta a un movimiento que los devoró como “Saturno a sus hijos”... Un “movimentismo” populista ultranacionalista y de derechas que deslumbró a una buena parte de la sociedad y que provocó una ruptura profunda dentro de la misma, donde por primera vez se hablaba de bandos, de los “catalanes de socarrell (pura cepa)” y de los “colonos” esta última palabra dirigida de forma despectiva a los castellanoparlantes. Una situación que ha sido vivida dramáticamente por mucha gente y que dio lugar a todo tipo de situaciones difícilmente asumibles en una democracia

 "La década 2012-2022 debe ser considerada, desde  todos los puntos de vista, como un tiempo perdido para la sociedad catalana. Catalunya ha sufrido un retroceso como sociedad, no solo en lo referente a su cohesión social, también en el ámbito político, económico y de proyección exterior, tanto dentro de España como a nivel internacional.

El “procés” parece que ha finalizado. Son palabras de Jordi Sánchez ex Presidente de la ANC y ex Secretario General de Junts que comentó “el procés, definitivamente, se ha cerrado” al analizar la salida de Junts del Govern de la Generalitat. Hay que recordar que Jordi Sánchez fue, como presidente de la entonces  poderosa ANC, el cerebro del “procés” que llevó a la “non-nata” declaración de independencia.

El mundo independentista enfrentado dentro de si mismo de forma permanente está en este momento dividido y lo que es más interesante ha perdido su capacidad de movilización y de intimidación social. Es evidente que el sentimiento independentista continúa arraigado en un sector de la sociedad pero con un fuerte sentimiento de desencanto, si bien todavía le cuesta reconocer el “gran engaño que significó el procés”.

Querían conseguir la independencia como si fuera un “juego de magia” confiándolo todo al poder de los medios de comunicación públicos y privados afectos que se encargaron de hacer un lavado de cerebro masivo, especialmente entre sectores de la clase media, gente mayor, una mayoría de los cuales no hicieron nada durante la dictadura, o buena parte de un funcionariado fruto de la construcción  hecha a medida del nacionalismo durante los largos años del pujolismo.

Un proceso que merece la pena recordar fue lanzado por un Artur Mas President de la Generalitat en 2012 cuando sufría la presión de una fuerte movilización social derivada de los recortes de la crisis y que llegó a provocar un cerco del Parlament por parte de los manifestantes. Para hacer frente a esta situación Artur Mas inició lo que fue  el “procés” que llevaría a un mundo imposible donde Catalunya sería un Estado independiente  y donde todo sería “coser y cantar”. Lo que no pensaban ni Mas ni la gente de CDC es que abrían la puerta a un movimiento que los devoró como “Saturno a sus hijos”.

Un “movimentismo” populista ultranacionalista y de derechas que deslumbró a una buena parte de la sociedad y que provocó una ruptura profunda dentro de la misma, donde por primera vez se hablaba de bandos, de los “catalanes de  socarrell (pura cepa)” y de los “colonos” esta última palabra dirigida de forma despectiva a los no independentistas o más genéricamente a los castellanoparlantes. Una situación que ha sido vivida dramáticamente por mucha gente y que dio lugar a todo tipo de situaciones difícilmente asumibles en una democracia.

A continuación hemos vivido la ilegalidad democrática de los días 6 y 7 de octubre del 2017, donde el Parlament vulneró de forma grosera leyes básicas como la Constitución y el Estatut de donde surgía su propia legalidad. Seguido de un referéndum “full” el 1-O, sin normas, ni censo, ni ningún tipo de legalidad, ni legitimidad. Hasta finalizar con una Declaración de Independencia que  duró pocos segundos. Todo esto seguido de la fuga del Presidente de la Generalitat, la detención y encarcelamiento de miembros del Govern y de las entidades sociales por la subversión del ordenamiento político y la aplicación del art. 155 con el control por parte del Gobierno del Estado de las funciones de la Generalitat de Catalunya.

Después de todo esto y especialmente durante el Govern “activista” de Quim Torras se sucedieron algaradas y movilizaciones cada vez más violentas con ocupación de espacios públicos y la voluntad de interrumpir infraestructuras de comunicación. A esta situación debemos añadir  una actuación miope del Gobierno del PP que en ningún momento intentó rebajar la colisión y el enfrentamiento sino que con la carencia de diálogo fomentó y dio argumentos a los independentistas. Esto comienza a cambiar con la llegada al Gobierno de Pedro Sánchez y su voluntad de iniciar un diálogo con Catalunya. Con los indultos a los encarcelados se produce una muy fuerte bajada del “suflé” político y parece que poco a poco la racionalidad se va imponiendo en un sector del independentismo, en concreto de ERC.  Esto finaliza con el último episodio que es la ruptura dentro del independentismo y que concluye con la salida de Junts del Govern de la Generalitat.

Pero lo que podríamos describir como “el paisaje después de la batalla” es bastante poco edificante. Como ha dicho Quim Nadal nuevo miembro del Govern “Catalunya ha retrocedido en términos de autonomía”. Dicho de forma clara algunos que deseaban conquistar la independencia lo que han conseguido es dar pasos atrás en el autogobierno. Y ello por un hecho básico como es la ruptura de la unidad civil en Catalunya con una división que será muy difícil de superar sino se actúa desde la voluntad de impulsar un gobierno y un desarrollo al servicio de una Catalunya entera.

A la crisis social y política hay que añadir los efectos en la economía a la que el “procés” ha provocado una sacudida importante. Catalunya inmersa en el conflicto político no ha prestado la suficiente atención a su propio desarrollo económico. Fruto del embate independentista Catalunya ha visto huir en el 2017 todo su sector financiero, bancos y aseguradoras que han trasladado sus sedes a otros puntos del Estado, y sin ninguna voluntad de volver por el momento. Barcelona ha dejado de ser una plaza financiera.

Pero el “procés” también ha agravado la decadencia del sector industrial, que había sido una de las señas de identidad de Catalunya. El sector industrial ha continuado acelerando su declive ya iniciado en la Gran Recesión del 2008. Cómo ha escrito el economista Josep Oliver “Catalunya ha dejado de ser una potencia industrial en el concierto europeo. Ya no formamos parte de aquel conjunto de regiones y países más industriales de Europa”. Es decir Catalunya ya no es “uno de los cuatro motores industriales de Europa” como se había dicho durante muchos años junto con Baden-Wurtemberg,  Alps-Rhone y la Lombardia.

Catalunya también ha dejado de prestar atención a los nuevos retos de futuro. Un ejemplo está en el nulo desarrollo de las energías sostenibles y renovables. La propia Consellera de Agricultura y Acción Climática, Teresa Jordà, lo ha reconocido recientemente al decir “La clase política nos tendríamos que poner colorados, hay cosas que no se han hecho bien. Llevamos diez años de retraso en renovables”. Quizás los que se tendrían que poner colorados serían los gobiernos de ERC y Junts, de los cuales ha formado parte la consejera, por no haber hecho sus deberes.

Catalunya puede estar sufriendo el síndrome del Quebec. La capital del Quebec, Montreal fue tradicionalmente la capital económica del Canadá hasta los referéndums de independencia. Desde entonces  ha perdido su posición en favor de Toronto, capital de Ontario y su crecimiento económico ha sido muy inferior al del resto de Canadá. Un ejemplo es el de la renta per cápita que en  Quebec en  2016 era de 35.000 dólares mientras que la media del Canadá era de 42.000.

Se evidencia que toda esta década perdida con el espejismo de la independencia ha resultado también negativa en lo referente a la economía catalana. Señalaremos únicamente dos indicadores suficientemente elocuentes:

La Inversión extranjera en Catalunya creció durante los tres años centrales del “procés” un 64% mientras que en Madrid era del 259%. En el año 2018 Madrid concentró el 85% de la inversión extranjera frente un 6,4% para el conjunto de Catalunya. En cuanto al “ranking” europeo de competitividad entre 281 regiones de la UE hoy Catalunya está en el puesto 161 mientras que en el 2010 estaba en el 103.

Por suerte esperamos dejar pronto atrás esta década nefasta para la sociedad catalana en todos sus aspectos. Pero salir no será fácil y hará falta mucha voluntad por muchas partes para enmendar de raíz la grave situación social, económica y política actual. Quizás la política a pesar de todo sea la más fácil y la básica para iniciar un necesario proceso de reconciliación que supere los agravios y la profunda división social que existe y puede perdurar en el tiempo. No hay duda que tienen que ser fuerzas políticas responsables las que deben  liderarlo. Veremos si han madurado lo suficiente, son capaces y están a la altura del momento. Si no es así Catalunya continuará su declive como sociedad."        (Manel García Biel , Nueva Tribuna.es, 23/10/22)

14/10/22

Antonio Santamaría: Fractura y final del ciclo procesista... La ruptura del pacto de coalición Junts/ERC señala el punto de inflexión de las turbulencias y convulsiones políticas que han seguido al fracaso de la vía unilateral ensayada en las jornadas de septiembre y octubre de 2017. Un divorcio que responde a divergencias de carácter estratégico... De este modo, Junts se alinea cada vez más con los movimientos nacionalpopulistas de derecha que prosperan en Europa y ERC parece orientarse hacia acuerdos con las formaciones de la izquierda catalana

 "El proceso soberanista, cuyo inicio suele datarse con la publicación el 28 de junio de 2010 de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de 2006, destrozó el sistema de partidos que había regido durante el pujolismo (1980-2003) caracterizado por un bipartidismo imperfecto con dos grandes formaciones, CiU y PSC, que se repartían el poder autonómico y municipal y dos formaciones menores, ERC e ICV, que operaban como conciencia crítica de aquéllos y sus socios preferentes en las coaliciones. El PP era la única fuerza que no se reclamaba del catalanismo político en su versión progresista o conservadora.

Para el nacionalismo catalán la sentencia del Constitucional significó la ruptura con el pacto constituyente y estatutario, dejando expedito el camino para el ejercicio del derecho inalienable a la autodeterminación que asiste a la nación catalana.

La implosión del espacio convergente puede fecharse el 25 de julio de 2014 con la confesión de Jordi Pujol que destapó los sucios negocios de su numerosa familia y que impregnaban las siglas del partido. La caída en desgracia del mítico refundador de catalanismo y constructor de las instituciones de autogobierno, solo comparable con Prat de la Riba, tuvo efectos de largo alcance. La confesión se producía en medio del giro independentista de Convergència y la ruptura con los tradicionales socios democristianos de Unió. Ello obligó a la refundación del partido –liderada por Artur Mas, delfín de Pujol y presidente de la Generalitat– bajo la denominación de Partit Demòcrata Europeu Català (PDeCat), en julio de 2016. Así se buscaba borrar, en la medida de lo posible, los estigmas de la corrupción estructural convergente y pasar página del autonomismo posibilista de Pujol. El nuevo partido surgía como una formación independentista de nuevo cuño, aunque con todas las caras de siempre de la antigua Convergència.

En las autonómicas del 2012 se recompusieron las relaciones entre el espacio postconvergente y ERC, muy deterioradas tras la experiencia de los dos tripartitos de izquierdas presididos por Pasqual Maragall y José Montilla (2003-2010). Esquerra había depurado las caras visibles, Carod-Rovira y Joan Puigcercós, de esta apuesta estratégica por las izquierdas. Se dio paso al liderato de Oriol Junqueras, un profesor universitario de Historia Económica con algunos escarceos mediáticos en TV3, que dirigió el cambio de alianzas para alinearse con Junts en el eje nacional en torno a la dicotomía independentista/constitucionalista. Junqueras, que formalmente era el líder de la oposición, ejerció de socio preferente de Mas.

 Desde entonces, las complejas relaciones entre ambas formaciones han estado atravesadas por los vectores contradictorios de colaboración y competencia. La colaboración junto con las plataformas independentistas, Assemblea Nacional de Catalunya (ANC) y Òmnium, para impulsar la hoja de ruta hacia la República catalana. La competencia por la hegemonía política del nuevo independentismo de masas capaz de movilizar a centenares de miles de personas en las Diadas. Especialmente cuando, en los sucesivos comicios, que durante el procés se celebraron cada dos años, se evidenciaron los vasos comunicantes entre ambas formaciones. Por ejemplo, en las autonómicas del 2012, Mas reclamó una mayoría extraordinaria para conducir como Moisés a su pueblo a la tierra prometida de la independencia. Sin embargo, perdió 12 escaños, 11 de los cuales fueron a parar a ERC.

Hasta el desenlace del proceso soberanista, en las jornadas de septiembre y octubre de 2017, la relación entre ambos socios estuvo determinada por la siguiente correlación de fuerzas: la mayoritaria y moderada (Junts) frente a la minoritaria y radical (ERC). Al fin y al cabo, los de Junts eran unos recién llegados a la causa de la independencia. ERC, la venerable formación republicana de los presidentes Macià, Companys y Tarradellas, se había refundado en el lejano Congreso de Lleida (1989), cuando bajo la dirección de Àngel Colom abandonó el viejo ideario federalista para convertirse en un partido independentista. Esquerra, que durante décadas había sido un partido de militantes de edad provecta, se convirtió en los 90 en el referente político de la denominada “generación independencia”. Jóvenes de entre treinta y cuarenta años, muchos con estudios superiores, formados en la escuela catalana y con los programas infantiles y juveniles de TV3. Frente al nacionalismo conservador y con cierto olor a sacristía de Pujol, la nueva ERC ofrecía un nacionalismo laico y progresista que conectaba mejor con estos estratos sociales y generacionales.

 El proceso soberanista favoreció el crecimiento de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), en el ámbito de la izquierda radical independentista, que se convirtió en un factor clave para la conformación de las mayorías absolutas en el Parlament y para las investiduras presidenciales. Así se evidenció tras los comicios “plebiscitarios” del 2015, cuando postconvergentes y republicanos concurrieron unidos en la lista de Junts pel Sí, que impidió conocer la correlación de sus respectivas fuerzas electorales. Entonces la CUP pidió y obtuvo la cabeza de Artur Mas, condenado a la “papelera de la historia”, quien designó al borde de la repetición de los comicios a Carles Puigdemont, alcalde de Girona y presidente de la Associació de Municipis per la Independència (AMI) que agrupa a los ayuntamientos secesionistas.

La inversión de papeles

El 27 de octubre de 2017 se produjo la jornada decisiva del proceso soberanista. Ese día había de celebrarse el pleno del Parlament que proclamaría la independencia y el pleno de Senado que aplicaría el artículo 155 de la Constitución que dejaba en suspenso la autonomía catalana. El lehendakari, Íñigo Urkullu, ejerció, a través del conseller Santi Vila, el papel de mediador entre los gobiernos español y catalán para evitar el choque de trenes. Según Urkullu, Mariano Rajoy, a quien le aterraba la perspectiva de entrar en la dimensión desconocida del 155, estaba dispuesto a no aplicarlo si Carles Puigdemont disolvía la cámara y no proclamaba la independencia. Como ha escrito Santi Vila (De héroes y traidores, 2018) en la madrugada de ese mismo día se redactó el decreto de convocatoria electoral, pero se decidió publicarlo más tarde. La reacción de la secretaria general de ERC, Marta Rovira, que montó una escena, y de Junqueras, que amenazó con abandonar el ejecutivo inmediatamente, determinaron que el president Puigdemont diera marcha atrás.

 La aplicación del 155 consistió básicamente en la disolución del ejecutivo y el legislativo autónomo y la convocatoria de elecciones en el plazo más breve posible, el 21 diciembre de 2017. Desde las autonómicas del 2012, Junts y ERC no medían sus fuerzas en las urnas. En estos comicios convocados por Rajoy y con los lideres del movimiento independentista encarcelados o huidos al extranjero, se trastocó la tradicional relación mayoría/minoría entre ambas formaciones. Por primera vez se asistió a una suerte de empate técnico. Junts obtenía 34 diputados y ERC, 32, separados solo por 12 mil votos. El hecho que Puigdemont desde Waterloo encabezara la lista de Junts resultó un factor determinante para otorgar a Junts esa estrecha mayoría en el bloque independentista. Unas elecciones donde Ciudadanos fue la fuerza más votada (36 escaños y 1,1 millón de votos) evidenciando la profunda división de la sociedad catalana.

En honor a la verdad, se ha decir que ERC cumplió a rajatabla con los pactos suscritos en las “plebiscitarias” del 2015, según los cuales la presidencia de la Generalitat recaería en la fuerza más votada y la vicepresidencia del ejecutivo y la presidencia del Parlament en la segunda. El primer choque serio se produjo en los primeros compases del mandato cuando Roger Torrent (ERC), presidente de la Cámara, se negó, advertido por el Tribunal Constitucional, a tramitar la investidura “telemática” de Puigdemont. Junts quiso prolongar la tensión con el Estado, presentando a la investidura al presidente de Òmnium Jordi Sánchez (en prisión preventiva) y Jordi Turull (en libertad condicional). Al final se invistió a Quim Torra, conocido por sus exabruptos xenófobos, quien desde el primer momento se consideró presidente vicario de la Generalitat, pues solo reconocía a Carles Puigdemont como presidente legítimo de Catalunya.

La tramitación de la inhabilitación de Torra de su condición de diputado, por desobedecer la orden de descolgar una pancarta en el balcón de la Generalitat en periodo electoral, señalo otro choque frontal con ERC. Torrent se negó a ceder a los requerimientos de Junts de desobedecer las sentencias judiciales, sabedor que correría la misma suerte que Carme Forcadell, su predecesora en el cargo.

Estos dos episodios mostraron que, tras el 155 y la ofensiva judicial, ERC se desmarcaba de lo que Gabriel Rufián calificó de “independentismo mágico” y emprendía la ruta del realismo político.

La inhabilitación de Torra, tras un breve periodo en que Pere Aragonès ejerció la presidencia en funciones de la Generalitat, forzó el fin de la legislatura y la convocatoria de elecciones anticipadas, el 14 de febrero de 2021, en plena pandemia. Con una baja participación (51,29%), se reprodujo el empate técnico, pero en esta ocasión a favor de ERC, que obtenía un escaño y 35 mil votos más que Junts, que presentó como cabeza de lista a Laura Borràs, imputada por presuntos delitos de corrupción. Borràs, que presionó para ser nombrada vicepresidenta de la Generalitat, hubo de conformarse con la presidencia del Parlament, ante la negativa de ERC de incluirla en el ejecutivo por suponer, con razón, que sería una fuente inagotable de conflictos.

Si ERC había respetado escrupulosamente los pactos de reparto de poder con Junts, ahora, cuando le tocaba a Junts cumplirlos, se multiplicaron los problemas. Desde Waterloo se manifestó la escasa disposición a ceder la presidencia de la Generalitat a ERC y en cualquier caso se planteó que el gobierno autonómico debería someterse a los dictados del Consell per la República, presidido por Puigdemont, en los aspectos estratégicos de la política catalana; una condición inaceptable para ERC. Jordi Sánchez, entonces secretario general de Junts, tuvo que emplearse a fondo para conseguir que su formación accediese a la investidura de Aragonès, quien previamente había suscrito un pacto con la CUP. Aragonès hubo de someterse a tres sesiones de investidura antes de romper la abstención de Junts. Poco después, Sánchez presentó la dimisión a causa de sus discrepancias con Waterloo.

 Bien pronto, el flamante presidente de la Generalitat perdió la mayoría absoluta de la investidura, cuando los nueve diputados de la CUP anunciaron que no apoyarían los Presupuestos de la Generalitat. Esto le obligó a buscar el apoyo en los ocho escaños de los Comunes para aprobarlos, a cambio de hacer lo propio con los presupuestos del Ayuntamiento de Barcelona, cuya alcaldesa Ada Colau es el principal activo electoral de la formación izquierdista. En consecuencia, ERC dio por roto el pacto con la CUP, según el cual Aragonès se sometería a una cuestión de confianza a mitad de legislatura para evaluar los resultados de la mesa de diálogo con el gobierno central, su apuesta estratégica de la legislatura. La idea no cayó en saco roto y sería rescatada por Junts.

Justamente, la composición de la mesa de diálogo provocó el primer choque de envergadura entre ERC y Junts, que ciertamente nunca había ocultado su escasa fe en esta vía. Pero una cosa es el escepticismo y otra cosa el boicot a la apuesta estratégica de su socio de gobierno. Esto ocurrió cuando, en una clara provocación, pretendieron que su delegación incluyese a miembros del partido que no formaban parte del ejecutivo autónomo. Esto derivó en un golpe de autoridad de Aragonès, que se negó a aceptarlos, de manera que la mesa de diálogo, como se comentó cáusticamente desde Junts y CUP, se había devaluado a una mesa de partidos y no de gobiernos.

Toda la legislatura ha estado salpicada de graves discrepancias en cuestiones de fondo como la ampliación del Aeropuerto de Barcelona o el Cuarto Cinturón en el Vallès, hasta que la suspensión de Laura Borràs, en aplicación del reglamento del Parlament, marcó un punto de inflexión en una dinámica en la cual Junts ejercía al mismo tiempo de poder en las instituciones y oposición en los medios de comunicación. Borràs se negó a dimitir de su cargo, que actualmente está ocupado en funciones por la vicepresidenta, Alba Vergès, de ERC.

En julio de 2022 se celebró el Congreso de Junts que, tras la dimisión de Jordi Sànchez, eligió una dirección bicéfala que representaba a las dos almas del partido. Por un lado, el entorno de Waterloo encarnado por Borràs, elegida presidenta. Un vector nacionalpopulista bajo la dirección autocrática y carismática de Puigdemont. Por otro lado, Turull, que representa el gen convergente de permanencia en el poder, quien por cierto apoyó la petición de penas de sedición a los militantes del 15M que protestaron por los recortes de Artur Mas a la entrada del Parlament. Una de las principales conclusiones del Congreso radicó en encargar una auditoría para comprobar el grado de cumplimiento del pacto de gobierno y a la luz de sus resultados, consultar a las bases sobre su continuidad en el ejecutivo.

Conejos de la chistera

Durante la década procesista el debate de Política General, equivalente al debate del Estado de la Nación, servía de caja de resonancia a las masivas movilizaciones de la Diada, señalando la hoja de ruta en el arranque el curso político. Unas orientaciones políticas que eran debidamente amplificadas a través de los medios de comunicación de la Generalitat y los afines generosamente subvencionados en la que fue la edad de oro de los digitales indepes.

En esta ocasión, la ANC convocó una Diada contra ERC donde se atacó duramente la estrategia de la mesa de diálogo concebida para anestesiar al movimiento independentista. Tanto es así que Pere Aragonès y la plana mayor de su partido declinaron asistir al día más sagrado del nacionalismo catalán, donde sabía que no sería bien recibido. Lógicamente esto provocó un gran malestar en ERC, pues ANC aparecía como un instrumento de la estrategia de Junts de torpedear la apuesta estratégica del partido.

Las declaraciones de la flamante presidenta de la ANC, Dolors Feliu, vinieron a salvar los muebles de ERC. Feliu afirmó que el pueblo catalán ya se había autodeterminado el 1 de octubre de 2017. Ahora solo faltaba que la mayoría absoluta independentista en el Parlament hiciera efectiva la secesión. Si en el segundo semestre del 2023 no se había proclamado la independencia, la ANC impulsaría una candidatura cívica al margen de los partidos en las próximas elecciones autonómicas. La escasa consistencia y viabilidad de la propuesta condujeron a que fuese tibiamente desautorizada desde Waterloo.

 Con estos precedentes, el debate de Política General se planteaba como la prueba de fuego sobre la estabilidad del pacto de gobierno ante una eventual ruptura de ERC. Aragonès pronunció un discurso de una hora y tres cuartos dividido en dos bloques, social y nacional, donde repasó el trabajo una por una las consejerías. En el primer bloque desgranó un paquete de medidas de corte socialdemócrata para combatir la inflación y la crisis energética muy semejantes a las implementadas por el PSOE y Unidas Podemos. Aquí contó con el apoyo del PSC, que se ofreció para negociar los Presupuestos como muestra de su alto sentido de la responsabilidad en un contexto de inflación desbocada, crisis energética y oscuras perspectivas económicas.

En el eje nacional, Aragonès se sacó de la chistera el Acuerdo de Claridad, a la canadiense. Se trata de un viejo conocido de la política catalana. Tras la renuncia de Pere Navarro, al liderato del PSC, y de su propuesta de referéndum pactado en el marco de la legalidad, Miquel Iceta fue elegido primer secretario del partido. El nuevo líder socialista avaló la propuesta, en los trabajos preparatorios del Congreso del PSC de noviembre de 2014, que planteaba una reforma federal de la Constitución; en caso de que ésta fracasase, se explorarían otras fórmulas democráticas como la ley de claridad canadiense. Finalmente, ante la viva oposición de un sector del partido, apoyado por la dirección del PSOE, se retiró esta segunda opción. Por su parte, los Comunes defendieron la fórmula quebequesa en el debate de Política General del 2018, bajo la presidencia de Quim Torra, y desde ERC les replicaron que era una “pantalla pasada”. Sin embargo, Roger Torrent, entonces presidente del Parlament defendió más tarde, en julio de 2019, estudiar esta opción para resolver el “conflicto político”. La propuesta de Aragonès halló escaso eco en las filas socialistas y causó regocijo en los Comunes, que le dieron la bienvenida al club.

No acabaron aquí las sorpresas. Albert Batet, exalcalde convergente de Valls, tierra de castellers, y portavoz del grupo parlamentario, entonó un discurso más propio de la oposición que de un socio de gobierno. Denunció los tres incumplimientos del pacto de investidura: dirección estratégica del movimiento coordinada desde Waterloo, límites a la negociación en la mesa de diálogo y coordinación del voto de los diputados independentistas en Madrid. Acto seguido lanzó la bomba al anunciar que si, en breve, Aragonès no reconducía la situación, le aconsejaría someterse a una moción de confianza. Una demanda insólita desde un socio de gobierno y que, a diferencia de la moción de censura, es una facultad exclusiva del presidente de la Generalitat.

Acaso Batet, adscrito al sector de Puigdemont, esperaba que tras las la Diada y en vísperas del quinto aniversario del 1 de octubre, Aragonés se arrugaría, ante el clamor de los sectores más hiperventilados del independentismo. Por el contrario, Aragonés dio un golpe de autoridad, con la fulminante destitución del vicepresidente Jordi Puigneró, que no le había informado de la moción de confianza cuando Aragonés le había hecho partícipe previamente del Acuerdo de Claridad.

Las primeras reacciones de la dirección de Junts mostraron que no esperaban esta respuesta. El secretario general Jordi Turull se ofreció a negociar con Aragonès durante todo el fin de semana para salvar el pacto de gobierno. Unos contactos que no llegaron a buen puerto, a pesar de que Junts retiró la condición de restituir a Puigneró.

Con estos sombríos precedentes, el acto convocado por el Consell de la República en el Arco del Triunfo, frente al Palacio de Justicia, para celebrar el 1 de octubre resultó una manifestación de los sectores más hiperventilados del movimiento. Carme Forcadell, la presidenta mártir del Parlament y heroína del independentismo, fue abucheada y tratada de traidora por su sintonía con ERC. Al igual que Xavier Antich, presidente de Òmnium, que apenas pudieron acabar sus parlamentos. Por el contrario, Dolors Feliu y Puigdemont, que cerró el acto desde Waterloo, fueron vitoreados y aplaudidos.

El discurso de Puigdemont no dejó lugar a dudas. Catalunya ya se había autodeterminado el 1 de octubre. Ahora solo faltaba que el gobierno de la Generalitat y la ciudadanía organizada hiciesen efectiva la independencia. La mesa de diálogo resulta la trampa del gobierno español para anestesiar al movimiento independentista y que vuelva al redil autonomista. Se trata de emprender unas movilizaciones permanentes que alimenten el conflicto a fin de crear una situación insostenible que obligue a la intervención de la Unión Europea. De las palabras de Puigdemont se desprendía implícitamente que llamaba a la militancia de Junts a votar a favor de romper el pacto con ERC y forzar el adelanto electoral. Una posición expuesta sin tapujos por Laura Borràs, mientras Turull, acaso para salvaguardar la unidad del partido, prefirió no pronunciarse.

En estas circunstancias, la respuesta a la pregunta a los 6.500 militantes de la formación, ¿Quieres que Junts siga formando parte del Gobierno de Cataluña?, dirimiría no solo la continuidad del gobierno de coalición, sino la correlación de fuerzas en el interior de Junts. En efecto, todos los consellers excepto una, y la mayoría de los cargos públicos del partido se pronunciaron a favor de la permanencia en el gobierno. Por el contrario, las bases se pronunciaron claramente por las tesis de Waterloo. Esto arroja espesas sombras de duda sobre la cohesión interna de esta formación, si tenemos en cuenta el precedente de la ruptura de su grupo parlamentario en Madrid, donde la mitad de los ocho diputados obedecen las directrices de Junts y los otros cuatro a las del PDeCat, votando de modo distinto en numerosas ocasiones.

 También, se plantean serias dudas sobre la capacidad de ERC, con solo 33 diputados, de acabar la legislatura y cuando tendrá que enfrentarse a la oposición sin concesiones de Junts. Ciertamente, durante algún tiempo podrá contar con el apoyo de los Comunes, también del PSC, como se apresuró a asegurar Pedro Sánchez, quien a su vez depende del apoyo de Esquerra para acabar su mandato. Las elecciones municipales previstas el último domingo de mayo del 2023 podrían señalar el fin de la legislatura catalana.

Divergencias estratégicas

La ruptura del pacto de coalición Junts/ERC señala el punto de inflexión de las turbulencias y convulsiones políticas que han seguido al fracaso de la vía unilateral ensayada en las jornadas de septiembre y octubre de 2017.  Un divorcio que responde a divergencias de carácter estratégico.

Por un lado, Junts continúa insistiendo –contra todas las evidencias– en la validez de la vía unilateral, fundamentada en la hipotética legitimidad del 1 de octubre. Por el contrario, la propuesta quebequesa de ERC supone declarar amortizada esa supuesta legitimidad, para recorrer un largo camino que pasa por ampliar la base social del independentismo hasta conseguir una amplia mayoría –ahora inexistente– de la sociedad y negociar con el gobierno español las condiciones para convocar un referéndum de autodeterminación vinculante y reconocido internacionalmente. Ello implica, implícitamente, enterrar el ciclo procesista inaugurado hace doce años.

 De este modo, Junts se alinea cada vez más con los movimientos nacionalpopulistas de derecha que prosperan en Europa y ERC parece orientarse hacia acuerdos con las formaciones de la izquierda catalana. Así lo indica la incorporación al ejecutivo monocolor de figuras históricas del PSC, como Joaquim Nadal, Carles Campuzano, de la vieja Convergència y Gemma Ubarsat, fundadora y primera dirigente de Podemos en Catalunya. Ello en un momento postpandémico, de inflación desbocada, crisis energética y oscuras perspectivas económicas que apuntan hacia un giro en el eje de dominancia de la política catalana, hasta ahora monotemáticamente centrado en la cuestión nacional."             (Antonio Santamaría, El viejo topo, 14/10/22)