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23/1/18

Nos encontramos debatiendo si un presidente de la Generalitat puede gobernar a distancia. ¿Qué le parece?: -Me parece surrealista, me parece un delirio. Me parece inconcebible. Nos lo tenemos que creer porque lo vemos...

"(...) -¿El independentismo ha servido de cortina de humo de casos como el del Palau de la Música o del 3%?

-Puede que haya ayudado a fomentar el independentismo, porque ha permitido hablar de otra cosa. Pero yo creo que el motivo del auge del independentismo es otro.

-¿Cuál?

-Se habla de la sentencia del Estatut. Yo parto de la base de que el Estatut no era necesario en aquel momento. Fue una necesidad de Pasqual Maragall, que entonces gobernaba con ERC, de mostrarse más nacionalista que nadie. Se tuvo que dar ese paso y creo que fue un error. Es cierto que la sentencia se cargó el Estatut de malas formas y creó un clima muy negativo. Pero finalmente, la sentencia solo se cargó 14 artículos.

 La crisis económica fue más decisiva. La indignación que supuso reconocer que estábamos muy mal económicamente produjo un populismo que aquí en Cataluña se tradujo en independentismo.

-Antes hablaba del cumplimiento de la ley y ahora nos encontramos debatiendo si un presidente de la Generalitat puede gobernar a distancia. ¿Qué le parece?

-Me parece surrealista, me parece un delirio. Me parece inconcebible. Nos lo tenemos que creer porque lo vemos. Es difícil de explicar y de comprender que se quiera llegar a ese extremo, cuando se ha visto que eso provoca una reacción represora por parte del Estado y es lógico que sea así. No pueden convencer a nadie de que mediante esos métodos se busque el bien de Cataluña.

-Pero hay mucha gente que se ha creído ese relato. Y las nuevas generaciones crecen con ese sentimiento independentista…

-El sentimiento independentista se fomenta por activa o por pasiva. Se lleva al extremo un imaginario que ha formado a las nuevas generaciones y que yo atribuyo al pujolismo. Es la idea de que Cataluña no está exactamente en España, que es una realidad distinta. Solo hace falta ver el mapa del tiempo (en TV3). 

España no existe. Yo no creo que haya adoctrinamiento, pero de España no se habla en la escuela catalana. Es una realidad ajena a los catalanes. Y eso que para mi generación ha sido un proceso y un cambio, para los más jóvenes no es un cambio, es que lo han mamado. Y eso ha llevado al independentismo.

-¿Eso ha generado fractura social?

-Creo que hay más fractura política que social. En mi entorno familiar y de la universidad hay independentistas, pero yo no peleo con nadie. Hay relaciones desagradables, pero intentamos tomarlo con cierto humor. A nivel social hay un empate político, eso es evidente.
-¿La fractura política tiene mejor solución que la social?

-No existe solución al llamado problema catalán, llevamos siglos así. La única forma de apaciguar la situación tras las elecciones del 21D era un gobierno de concentración 
consistente en aparcar la independencia, para dedicarnos a gobernar y hacer las cosas que se consideran urgentes. A fin de cuentas estamos empatados y no hay mayoría social ni política para presionar más. 

Yo iba en las listas del PSC, que numéricamente no tiene fuerza para impulsar esto, pero creo que es de los pocos partidos que tenía un programa conciliador. No pensaba en desbancar a los independentistas, sino en hacer cosas mientras tanto. No me opongo al ideal de la independencia, pero mientras no se pueda, es necesaria una tregua.

-¿Cree que ha desparecido el eje izquierda-derecha?

-Yo no lo acabo de creer del todo. El reproche que le ha hecho la oposición al independentismo es que se ha desatendido toda la cuestión social, que además en estos momentos es urgente porque venimos de una crisis y, por tanto, hay precariedad laboral, tenemos el problema de la dependencia, de la brecha salarial… Hay que asegurar el estado del bienestar. Y esos son objetivos de izquierdas.

-Pero el tradicional votante de la izquierda no parece sentirse identificado con esa ideología, como ocurre en Estados Unidos.

-Ha habido un proceso positivo en el cual la derecha ha asumido muchas propuestas que eran de izquierdas. Pero hay problemas nuevos, como el de la dependencia y la brecha salarial. Es ahí donde la izquierda se tiene que espabilar. Porque la derecha no lo hará. Lo asume cuando no hay más remedio.

-¿Cree que la izquierda en Cataluña se ha dejado arrastrar por el nacionalismo?

-La izquierda en Cataluña y fuera de Cataluña también, como es el caso de Podemos, nunca se ha sentido cómoda con una propuesta antinacionalista. Y yo creo que el antinacionalismo es propio de la izquierda. Un proyecto nacionalista acaba siendo excluyente, insolidario y genera desigualdades.

-¿En eso han caído PSC y Podemos?

-En el nombre de la libertad, que es lo que se defendía en la Transición, se entendió que debíamos ser nacionalistas catalanes porque había muchos derechos que habían sido reprimidos. Pero no hay que ver solo la cuestión de la libertad. ¿Qué significa eso de ‘un solo pueblo’? A mi nunca me ha gustado, me parece fascista, me parece nazi. Ein volk decía Hitler.

-¿La solución al encaje de Cataluña en España es el federalismo?

-Es hacia lo que vamos inevitablemente si realmente queremos hacer reformas que permitan incluso a los independentistas estar cómodos.

-Un federalismo asimétrico, entiendo. España ya lo es…

-Más asimetría que la del País Vasco… Hay que repensar todo eso, desde el punto de vista de la financiación, que es lo más urgente, y habría que hacer un Senado realmente federal, lo que implica la reforma la Constitución, que se hizo cuando las autonomías todavía eran un proyecto. (...)"                (Entrevista a Victoria Camps, Crónica Global, 21/01/18)

1/8/08

Victoria Camps argumenta y ¡No insulta! ... ya son dos, entre...

“No hay nada que objetar, de entrada, a la afirmación inicial de que la lengua común del Estado es el castellano, el cual convive en una relación ciertamente "asimétrica" con las otras lenguas españolas oficiales. Dicha asimetría no es en modo alguno "injusta": es una realidad sin más, de acuerdo. Ahora bien, la Constitución proclama la cooficialidad de las distintas lenguas y la necesidad de que sean objeto de un "especial respeto y protección". Decidir hasta dónde deben llegar tal protección y respeto es la cuestión no resuelta ni en el interior de los respectivos territorios ni desde el Estado. No hemos acertado aún a combinar bien los dos requisitos enunciados por el filósofo William Kymlicka para satisfacer ciertos anhelos identitarios sin menoscabar al mismo tiempo las libertades individuales. A saber, a la "protección externa" que precisa una lengua minoritaria hay que añadir ciertas "restricciones internas" en el propio territorio, con el fin de impedir que se ejerza una dominación desmesurada e inaceptable sobre los ciudadanos. (…)

Plantear el problema lingüístico educativo en términos de derechos no es pertinente -como escribía, en este mismo periódico, con razón, Ignacio Sánchez-Cuenca-. Pues si es indiscutible que los derechos son de las personas y no de las lenguas o de los territorios, el derecho a la educación es quizá el único que a su vez impone ciertas obligaciones a sus sujetos. Impone la obligación de aceptar unos programas comunes y homogéneos. Los Estados deciden qué hay que aprender y cuál es la lengua en que hay que hacerlo. Sería absurdo en un país cada vez más poblado de inmigrantes reclamar el derecho de cada individuo a ser educado en su propia lengua porque es la materna.”

(nota: Se habla de Cataluña, dónde todos los profesores conocen perfectamente el español y el catalán. Y de los hijos de clase trabajadora que tengan por lengua materna el castellano, sean gallegos o sudamericanos. Tienen derecho a aprender en su lengua materna, porque es cooficial, y hablada por sus profesores. La libertad de cátedra del enseñante y el derecho a aprender en su lengua materna son perfectamente compatibles. Otra cosa es el caso vasco. O el de un niño árabe o rumano. Éstos últimos no tienen profesores. Su derecho es imposible de satisfacer)

“La lengua catalana es, hoy por hoy, la lengua de la clase dominante, la que da prestigio social (como lo fue el castellano durante el franquismo), cuando menos a ciertos niveles. Los primeros que optarían en Cataluña por la escuela catalana serían los padres castellanohablantes, por lo que representa de ascenso social para sus hijos. (…)

En cambio, los padres que viven en un entorno exclusivamente catalán quizá bendecirían esa tercera hora de castellano tan denostada por algunos políticos y medios de comunicación cercanos al nacionalismo. Y a ninguno parecería mal un mejor equilibrio de las dos lenguas. Por ello, sería conveniente flexibilizar el modelo, contrastarlo con una realidad que está lejos de ajustarse al ideal previsto, y no dejar de adaptarlo a las nuevas situaciones. Pero flexibilizar el modelo no es lo mismo que atender a los supuestos derechos de cada individuo que esté en desacuerdo con el modelo educativo. Ninguna sociedad con educación pública podría funcionar así.”

(nota: Podría funcionar perfectamente si en clase el profesor se expresa en los dos idiomas cooficiales. En las clases de institutos de suburbios, con una mayoría clara de castellanofalantes, se utilizaría más el castellano, sin olvidar a la minoría catalanofalante, a los que se dirigiría en catalán. Pasando el profesor de un idioma al otro, porque conoce los dos, todos sus alumnos se familiarizarían en los dos idiomas. Sin doble línea escolar, sin inmersión lingüística en catalán. El derecho a aprender en su lengua materna se puede, y se debe, cumplir por la administración catalana, porque es perfectamente posible hacerlo)

AHORA BIEN, SUCEDE QUE …

El gran problema de los nacionalismos sin Estado es que su objetivo último es llegar a tenerlo. Y mientras ello no ocurre, la tendencia de los políticos nacionalistas, sea cual sea el partido al que pertenezcan, es actuar "como si" tuvieran un Estado propio, lo que da lugar a políticas, en el peor de los casos, no del todo legítimas y por lo general inútiles porque están destinadas al fracaso. Son políticas que vislumbran el ideal de una nación monolingüe, que nunca se ha correspondido con la Cataluña real ni llegará a hacerlo. (…)

Con la excusa, teóricamente justa, de que el catalán necesita una protección constante y sostenida, se realiza una discriminación positiva que no todo el mundo acepta ni siempre es democráticamente intachable. Así, en el día a día, nadie tiene problemas para comunicarse en la lengua que prefiere, pero la documentación que procede de la Administración pública es siempre monolingüe. (…)

No hay problemas de convivencia en Cataluña, se ha repetido hasta la saciedad. Los hay para quienes se empeñan en vivir sólo en una de las dos lenguas, los que se niegan a aceptar que nuestro hecho diferencial es el bilingüismo. Cataluña no es Francia ni Alemania. No vale para Cataluña el argumento de que quien quiere vivir en Francia debe aprender francés y dejar su lengua de origen para la esfera privada. Aquí, mientras tengamos dos lenguas oficiales, ambas deben convivir no sólo en el ámbito privado, donde lo han hecho siempre, sino también en la esfera pública. Y hay una cierta resistencia a que así sea, un espejismo que impide ver la realidad tal como es. Pero el espejismo es exclusivamente político, no cultural.” (VICTORIA CAMPS Y ANNA ESTANY: Identidad y realidad. El País, ed. Galicia, 29/07/2008, p. 27)