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24/6/22

Pau Guix: el nacionalismo es algo que es objetivamente contrario al bien como concepto absoluto, algo que destruye la sociedad en la que se produce, algo que rompe amistades, familias y trabajos, algo que trata de eliminar una lengua ─la española─ por motivos ideológicos, algo que atenta contra el bien común y los principios más básicos de la democracia, algo que destruye la libertad y la igualdad, algo que convierte la educación en adoctrinamiento y la cultura en propaganda, algo que reduce nuestro estado del bienestar, algo que perturba tan profundamente la paz social y la democracia, no me diga que no lo considera usted también el mal.

 "Conversación tranquila de @jmfrancas con Pau Guix (@PauGuix), productor y director de espectáculos y articulista de opinión. (...)

JMF: Hola Pau. ¿Cómo te presento?

PG: Como mal catalán. ¡Ja, ja, ja!

JMF: ¿Mal catalán? ¿Quién cataloga?

PG: Los separatistas.

JMF: ¿Y te han catalogado?

PG: Sí, claro. Si no formas parte de la tribu pierdes tu condición de catalán.

JMF: ¿Qué méritos te atribuyen?

PG: Pues especialmente el de traidor porque, en su obsesión supremacista enfermiza, alguien con un apellido catalán como el mío (según los parámetros nacionalistas) no puede pensar como pienso yo.

JMF: ¿Y cómo piensas tú que les escandaliza?

PG: Como un hombre libre. No lo toleran. Además, para ellos es una mala propaganda el apellido: si te llamas García eres un colono pero si te llamas Francàs, Casamitjana o Guix el relato étnico supremacista no les funciona. Por cierto, que no hay apellido más catalán (y español) que García.

JMF: ¿Son mayoría o van a la baja?

PG: Nunca han sido mayoría, empezaron siendo un 10% a lo sumo, 4 gatos como ya describió Pla en su momento. Pero gracias a la ingeniería social, y a los esfuerzos aplicados a la escuela y a la comunicación, ahora son más, aunque sea un sentimiento inducido. Lo peor es que los líderes y los partidos separatistas son inasequibles al desaliento, ya que jamás encontrarán un modus vivendi más ocioso y de pingües beneficios que este. Actualmente están rearmándose, con paciencia, mientras nosotros, cuál desierto de los tártaros, esperamos y envejecemos esperando su ataque final.

JMF: En cuanto a representación política sí son mayoría, justita, pero mayoría…

PG: Sí, gracias a no desarrollar una ley electoral autonómica y seguir usando la estatal ya que esta les da mayoría independentista en Lérida, Tarragona y Gerona: con muchos menos votos que en Barcelona obtienen muchos más diputados (por voto). La triste realidad es que cuesta mucho menos votos obtener un diputado en Lérida que en Barcelona.

JMF: Y de eso viven…

PG: Exacto. Es el gran mal de nuestra sociedad. Son una clase ociosa, de inútiles, de zánganos y, esencialmente, extractiva. Su sustento depende de su grado de totalismo: cuanto más totalistas, más se aseguran su modus vivendi.

JMF: Recientemente has publicado “El nacionalismo es el mal. Reflexiones de un catalán libre de nacionalismo”. ¿Qué pretendes decir?

PG: Ni más ni menos lo que indica su título, sin ambages, sin edulcorar ni un gramo la realidad maligna del nacionalismo.

JMF: ¿Maligno por?

PG: Le diré lo mismo que le contesté a Sergio Fidalgo en una entrevista para ElCatalán.es. Algo que es objetivamente contrario al bien como concepto absoluto, algo que destruye la sociedad en la que se produce, algo que rompe amistades, familias y trabajos, algo que trata de eliminar una lengua ─la española─ por motivos ideológicos, algo que atenta contra el bien común y los principios más básicos de la democracia, algo que destruye la libertad y la igualdad, algo que convierte la educación en adoctrinamiento y la cultura en propaganda, algo que reduce nuestro estado del bienestar, algo que perturba tan profundamente la paz social y la democracia, no me diga que no lo considera usted también el mal. (...)

JMF: ElCatalán.es y Dolça Catalunya, un oasis en un monólogo nacionalista, ¿Qué pasa en Cataluña con la prensa?

PG: Que hay casi 400 medios, digitales del odio la mayoría, viviendo de subvenciones y de publicidad institucional de la Generalitat nacionalista… sin contar los medios del Conde de Cobró, que se llevan la parte del Gran Capitán. Cuando no hay prensa libre, no existe la democracia.

JMF: En el resto de España tampoco hay demasiada…

PG: Pero aún no se publican editoriales conjuntas, que yo sepa…

JMF: Conjuntas no, pero muy parecidas sí…

PG: Comparar siempre lo que se hace mal en Cataluña buscando un émulo en España es lo habitual de la perversidad nacionalista. Yo no voy a hacerlo… En España, especialmente en Madrid, hay muchos medios con líneas editoriales muy diversas, y creo que usted los conoce bien… Nada a ver con la uniformidad del embudo nacionalista en Cataluña. Y sin subvenciones… (...)

JMF: Volvamos a Cataluña. El separatismo sigue en sus trece, pero ¿no se ha disfrazado de oveja?

PG: Junqueras se ha disfrazado de oveja, sí, y ERC también, pero solamente es una época de barbecho, han vuelto a aquello que decían los convergentes al inicio de la era Pujol, “primer paciència i després independència”. Pero lo dejan claro con su mantra de “ho tornarem a fer” cada vez que les ponen un micro o una cámara delante. El nacionalismo es como el bacilo de la peste, que puede dormir años o décadas en las páginas de un libro o en una sábana, pero que siempre está ahí, acechante, amenazando con reactivarse en cualquier momento. (...)

JMF: Por cierto, ¿sigue el Estado ausente en Cataluña?

PG: A la vista está. El Estado ha renunciado en favor de las taifas autonómicas, en mayor o menor grado, a sus competencias estructurales como la educación, la sanidad, la educación, la seguridad y la cultura. Y este es el resultado, la ausencia del Estado y la indefensión de la mayoría de los ciudadanos catalanes frente al apartheid nacionalista que sufrimos a diario en nuestra maltrecha región del nordeste.

JMF: ¿Qué pasará con la sentencia del 25% del español en la enseñanza, ¿papel mojado?

PG: El Estado de Derecho se desvaneció hace lustros en Cataluña. Lo novedoso sería que se cumpliera una sentencia judicial.

JMF: ¿A qué juega el PSC en todo esto?

PG: La definición del PSC de los amigos de Dolça Catalunya es insuperable: la chacha del nacionalismo. Poco más hay que decir. Lo único es añadir que, finalmente, muchos periodistas a nivel nacional se han dado cuenta de que el PSC no es el principal problema de Cataluña sino de España, por esa condición servil. Sin un abanico parlamentario constitucionalista que rechace frontalmente cualquier ideología nacionalista, y que abarque plenamente de la derecha a la izquierda, ni España ni Cataluña tienen solución. No puede fiarse todo a los votos de la derecha y el centroderecha, ya que aunque los dirigentes de la izquierda sean filonacionalistas muchos de sus votantes ni lo han sido ni lo son ni lo serán.

JMF: ¿Es explicable el abandono de Ciudadanos de Cataluña?

PG: Sí, perfectamente, a ello dedico uno de los artículos de mi libro, “Réquiem por un sueño”. Las ambiciones personales y el opulento modus vivendi de sus dirigentes (Rivera, Arrimadas, Carrizosa, Espejo, Páramo, etc.) destruyeron una idea que tardó 20 años en materializarse en partido político. Además, Albert y su banda construyeron, mediante la segregación y expulsión de la “intelligentsia”, una oficina de colocación política en vez de un partido de resistencia al nacionalismo. Por ello abandonaron Ciudadanos la práctica totalidad de sus fundadores… y no sólo ellos sino mucha gente honesta y comprometida con la lucha contra el Leviatán nacionalista.

JMF: ¿Y quién puede recoger el ‘testigo’?

PG: El problema es que si no obtenemos representación parlamentaria transversal (de izquierda a derecha no nacionalista) no sirve de nada que un partido tenga 36 diputados, como quedó demostrado con Ciudadanos. Si Comuns y PSC fueran constitucionalistas, se sumaría junto con VOX, PP y Cs (si este último sigue existiendo después de las siguientes elecciones) la mayoría absoluta requerida para gobernar… Si no se llega a 68 diputados no se gobernará jamás… y con la izquierda catalana actual (la chacha del nacionalismo y los populistas nacionalcomunistas) es impensable. (...)"                (Josep Maria Francas, No entiendo nada, 29/05/22)

10/6/22

Lledó: La idea de que somos mejores que otros es negativa. Hay que luchar por ser mejor, pero todos como conjunto. El nacionalismo no tiene por qué ser un mal, a no ser que te creas superior al otro, porque eso crea los fascismos de cualquier tipo

 "(...) P. Uno de los pocos momentos de su libro en que parece realmente enfadado es cuando habla del nacionalismo ¿Es realmente algo que le irrita tanto?

R. Esa última parte es más agresiva, pero creo realmente que tengo razón. Los principios del egoísmo, que son el prejuicio a la alteridad, el prejuicio racial, el prejuicio de que somos superiores a otros… No somos superiores. Ahí me he metido un poco en política y he resumido cosas que tenía pensadas. Eso del nacionalismo no lo entiendo, tal y como me lo dan a entender. 

Estoy orgulloso de mi lengua, pero eso me lleva a querer comunicar, como los alemanes que están orgullosos de Goethe. La idea de que somos mejores que otros es negativa. Hay que luchar por ser mejor, pero todos como conjunto. El nacionalismo no tiene por qué ser un mal, a no ser que te creas superior al otro, porque eso crea los fascismos de cualquier tipo.

P. ¿Cree que la palabra identidad que aparece en el título de su libro ha sido muy mal interpretada, como algo excluyente?

R. Un principio que está en los orígenes de la filosofía es conócete a ti mismo. Hay un concepto en la filosofía moderna, concretamente en Kant, que es el sujeto transcendental, que me parece maravilloso. Se trata del conocimiento libre, lúcido, lleno de luz, de uno mismo, y eso es lo que quieres transmitir a los demás. Eso es lo que crea la polis, lo que crea la sociedad, lo que crea la cultura… (...)"            (Entrevista a Emilio Lledó, Guillermo Altares, El País, 28/05/22)

18/2/22

Jordi Pujol y Vox coinciden... el patriotismo indepe catalán: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo»... el patriotismo españolista: La condición de español ya no se adquiere a partir de un trámite sino de nebulosas ficciones más o menos racistas: «proyecto histórico, unidad de destino, querer serlo»... para los fascistas indepes catalanes, para los fascistas españolistas, la identidad nacional dejó de ser una circunstancia objetiva para convertirse en una segregación ideológica del poder

 "La condición de español ya no se adquiere a partir de un trámite sino de nebulosas ficciones más o menos racistas: «proyecto histórico, unidad de destino, querer serlo»

Uno de la voxemia dijo el martes en el Congreso que para ser español no basta con tener el Dni. Y aún añadió, intelectual: «España es un proyecto histórico que no puede estar abierto a cualquiera».(...)"                                 (Arcadi Espada, El Mundo, 16/02/22) 


 "A mediados del siglo XX, en plena dictadura de Franco, Jordi Pujol dejó dicho quién era catalán: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña». 

La definición venía muy inspirada por la realidad. En aquellos años Cataluña estaba protagonizando la mayor inmigración conocida en Europa en tiempo de paz, que le llevaría a doblar su población en pocos años. Es cierto que Pujol compatibilizaba esa declaración con definiciones algo abruptas del hombre andaluz, en el que veía a alguien «insignificante, incapaz de dominio, de creación». 

Sea por su moral oscilatoria sea porque cayera en la cuenta de los trastornos que podía acarrear al nacionalismo una demografía mutante, lo cierto es que al cabo de poco tiempo introdujo un estrambote decisivo en la definición: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo». De ahí ya no se movió. Hoy es la definición canónica que emplea el nacionalismo (...)

El centro de interés de la definición es el concepto de «voluntad». Como cualquiera en su sana lógica comprenderá «y quiere serlo» solo es un eufemismo de «y sigue las instrucciones». La prueba más dolorosa que da la historia sobre esa voluntad es la de aquellos judíos, pobrecitos, que se empeñaban en ser alemanes y se presentaban en Auschwitz con el pecho esmaltado de condecoraciones ganadas por su heroísmo en la Primera Guerra Mundial. Su voluntad, obviamente, la fijaban otros. Fue de este modo brutal como la identidad nacional dejó de ser una circunstancia objetiva para convertirse en una segregación ideológica del poder. (...)

  Así, dada la vigente definición pujolista, cualquiera puede abstenerse de ser catalán y, sobre todo, cualquiera puede dejar de serlo, por más que los reglamentos de la vida le obliguen a vivir y trabajar en Cataluña. Basta con no quererlo. Yo mismo no lo quiero. Hace tiempo me quité, y es absurdo que se empeñen en seguir considerándome catalán en cualquiera de sus formas, incluida aquella de traidor que tanto me ilusionó de niño."                   (Arcadi Espada, El Mundo, 05/04/16)

17/11/21

Los nacionalismos ahora expresan y amalgaman el descontento de las sociedades por las desigualdades que se han multiplicado tras la crisis de 2008

"(...) Toda su obra ha oscilado en torno a la reflexión sobre el nacionalismo. ¿De cuánto predicamento social diría que goza en esta época?

El nacionalismo es una formación proteica, por eso su persistencia. Me reconozco mucho en la visión de Tony Judt, que dice que los mayores horrores del siglo XX han sido producidos por los nacionalismos. Creo que hemos ido perdiendo conciencia del daño que han llegado a producir y por eso están volviendo, aunque no de la misma manera.

Hay elementos que sí remiten a elementos del pasado y otros que aparentemente tienen pelaje nuevo: los nacionalismos ahora expresan y amalgaman el descontento de las sociedades por las desigualdades que se han multiplicado tras la crisis de 2008.

Hay un caldo de cultivo peligroso en el que aumentan los escépticos con respecto a la democracia y la memoria de los horrores del siglo XX se difumina, se renueva el culto a las banderas y a las tribus. Tienen un notable peligro y, como decía Orwell, los ídolos caídos pueden volver a levantarse. Con independencia del punto en el que cada uno se sitúe ideológicamente, tendríamos que abogar por una sociedad en la que quepamos todos; algo que no es posible con los nacionalismos, que son en última instancia ideologías de suma cero.

Entiende entonces usted, como Fernando Savater, que el nacionalismo es "el gran problema de España".

Sí, pero no solo de España. Sería una especie de nacionalismo ver ahí un hecho diferencial. En España ha habido momentos en los que se ha procesado la situación de manera que no tuviera tanto peso en el diseño de las políticas públicas, pero luego han confluido ciertas condiciones que en su momento no se previeron que tuvieran este alcance.

En el diseño autonómico, por ejemplo, las competencias se delegaron confiando en el sentido de lealtad constitucional. Pero hay comunidades autónomas donde han gobernado los partidos nacionalistas que han sido desleales con la Constitución. Ha habido una excesiva confianza en esa concesión para acabar con el centralismo que luego ha sido instrumentalizada por los nacionalismos para buscar los hechos diferenciales y fomentar los particularismos identitarios. 

¿Existe el nacionalismo español?

Sí. En cierta manera ha estado reprimido por su asociación con el franquismo. En Vox confluyen desde un blanqueo del nacionalcatolicismo hasta la vuelta a algunos de los tópicos que aquel blandió, pero que son transversales. El nacionalismo, como diría Anderson, es una teoría filosóficamente pobre, y ahí está la paradoja: cómo una doctrina tan filosóficamente pobre tiene ese atractivo y ese poder político tan enorme.

Deme razones para ese auge nacionalista en sociedades supuestamente modernas, globalizadas y abiertas como la nuestra.

Hay varios elementos, uno de ellos es la forma en que se ha producido la globalización. El individualismo favorecido por el neoliberalismo, más allá de las estructuras económicas, ha propulsado la instalación de un egoísmo consumerista cuando toda la Filosofía Política descansa sobre la noción del bien común: ¿cuándo es la última vez que hemos oído hablar del bien común?

Toda la acción política estaba orientada hacia lo que compartimos, no hacia lo que nos diferencia para buscar un agravio comparativo y de ahí sacar un derecho. Los nacionalismos convierten el derecho a la diferencia en una diferencia de derechos.  

La búsqueda del hecho diferencial se suma a la desafección a la democracia y a la desasistencia del Estado: los procesos de privatización y el aumento de las desigualdades han hecho que parte de la población se haya sentido abandonada y que no conciba el Estado como proveedor del bien común. 

Hay una confluencia de elementos. Algunos son imputables al sector ideológico de la izquierda y otros a la derecha, pero ambos confluyen en el debilitamiento del zócalo en el que se ubica la ciudadanía, que tiene la igualdad y el bien común como horizontes normativos. Lo cuenta bien para el caso norteamericano Arlie Russell Hochschild en Extraños en su propia tierra.

Usted señala que tanto el nacionalismo como el neoliberalismo son dos "religiones" que avanzan por Europa y que amenazan con debilitar sus Estados miembros. No son pocos, sin embargo, quienes creen ver en el liberalismo una suerte de antídoto frente al nacionalismo.

Ambos son ingredientes que contribuyen a la patología que antes señalaba: desafección hacia la democracia. Si entramos en una caracterización politológica hay muchas diferencias: el liberalismo parte del sujeto, de una concepción individual que llevada al extremo de Thatcher ("la sociedad no existe") es peligrosa. Por otro lado, el nacionalismo busca un sujeto colectivo: la tribu, la nación, la bandera. Si partimos de ahí, son elementos claramente opuestos.

Pero desde el punto de vista de la pedagogía pública ambos acaban confluyendo en la destrucción del bien común. Para el neoliberalismo lo que importa es lo privado, no lo público. Y para el identitarismo lo que importa es lo propio, no lo compartido. En ese sentido, aunque pareciendo posiciones polares, su impacto sobre la democracia es no solo aditivo sino factorial.

La comunicación pública, con independencia de la preferencia ideológica del emisor, debe  priorizar un discurso en el que haya sitio para todos. Tenemos que caber todos en esta España que es nuestro ecosistema político. 

¿Cómo recuperamos esa noción de bien común? ¿Cómo construimos una España en la que quepamos todos?

Debemos partir de las experiencias que tenemos. Cuando alguien nos ha ayudado, cuando hemos ayudado a alguien, cuando hemos compartido, cuando hemos sido solidarios o hemos disfrutados del calor social sentimos bienestar. Y no lo digo en un sentido hedonista. Sucede lo contrario cuando nos encontramos con conductas egoístas o narcisistas. 

Recordemos lo que nos decían los griegos. A quienes se preocupaban exclusivamente de los intereses privados les llamaba idiotas. Los ciudadanos son quienes se ocupan de los asuntos públicos. Hay que recuperar una ética pública mínima, un interés por la vida colectiva que pasa por ciertos supuestos básicos: un diálogo respetuoso que distinga entre discrepar y escupir, bajar los decibelios, eliminar el tacticismo político, aceptar que no somos enemigos aunque seamos diferentes. El abecé de la Filosofía y la Política para construir una cultura cívica para una sociedad habitable. "            

(Entrevista a Martín Alonso, Marcos Ondarra, El Español, 01/11/21)

26/3/21

Cómo reaccionan los ciudadanos italianos cuando otros líderes europeos debaten sobre su país

 "Cuando los líderes de la UE discuten los desarrollos en otros estados miembros, a menudo atraen una atención sustancial en los medios. Pero, ¿cómo afectan estas declaraciones a las actitudes de los ciudadanos hacia la UE y cuestiones como la austeridad? Sobre la base de un nuevo estudio, Alessandro Del Ponte ilustra cómo la retórica adoptada por los líderes de la UE puede ofender o galvanizar inadvertidamente al público en los estados vecinos.

Los ciudadanos a menudo conocen a través de los medios de comunicación lo que los líderes europeos dicen sobre su país de origen. Por ejemplo, la canciller alemana Angela Merkel exhortó previamente a los italianos a "hacer sus deberes", refiriéndose a la necesidad de austeridad económica. 

Mientras tanto, el ex presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, invitó a los italianos a "trabajar más", "ser menos corruptos" y más "serios". El ex presidente holandés del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, incluso dijo una vez que los europeos del sur "gastan todo el dinero en bebidas y mujeres y luego piden ayuda". Sin embargo, los líderes también elogian a otros países por hacer las cosas bien. Por ejemplo, Merkel ha elogiado a los italianos en varias ocasiones por su "impresionante" progreso en las reformas económicas.

Este tipo de retórica se está volviendo más común a medida que emerge una esfera pública europea, lo que plantea la pregunta: ¿Cómo afecta la retórica de las élites europeas a las emociones y actitudes de los ciudadanos sobre la austeridad económica? En un nuevo estudio, he investigado cómo las críticas y los elogios de las élites europeas afectan la forma en que los ciudadanos piensan y sienten sobre la austeridad en su país de origen.

El estudio utilizó un experimento de encuesta en dos blogs de los periódicos italianos Corriere della Sera y la Repubblica. Los visitantes del blog leen un artículo de noticias ficticio en el que Angela Merkel se dirige a los italianos. El experimento asignó al azar entre los participantes si Merkel usó palabras de elogio o culpa hacia los italianos y si el mensaje se centró en aspectos simbólicos (como valores y estereotipos) o en la economía. Los mensajes de elogio se diseñaron para transmitir un sentido de concordancia entre italianos y europeos, mientras que los mensajes de culpa se diseñaron para comunicar un sentido de amenaza a la identidad italiana. Los participantes del grupo de control no leyeron ningún artículo y ambos grupos respondieron preguntas de la encuesta sobre sus identidades italianas y europeas, sus emociones y cómo se sentían acerca de la austeridad.

La teoría de la identidad social sugiere que las reacciones de las personas a la retórica extranjera dependerán del tipo de mensaje, pero también de cuánto se sientan italianos o europeos. Las personas para las que el ser italiano define quiénes son, percibirán la culpa de Italia como un insulto personal y cualquier victoria política que Italia anote como propia. Alternativamente, los italianos que se sienten más apegados a Europa se sentirán menos amenazados si se critica a Italia, pero también se alegrarán si se elogia a Italia. Esto sucede porque la identidad italiana y europea pueden coexistir y reforzarse mutuamente.

Los resultados del estudio son consistentes con las predicciones de la teoría de la identidad social. Descubrí que las personas que se identifican fuertemente como italianos reaccionaban a la retórica que enfatizaba los puntos en común económicos entre Italia y Europa con entusiasmo y menos oposición a la austeridad. Mientras tanto, las personas con un fuerte sentido de pertenencia a Europa respondieron con entusiasmo a la retórica que enfatizaba las similitudes simbólicas entre Italia y otros países europeos.

 Sin duda, leer críticas o elogios a Italia desencadenó las emociones de los participantes independientemente de su identificación con Italia o Europa (...). Sin embargo, los participantes se mostraron mucho más entusiasmados después de leer un artículo que enfatizaba cómo Italia está fortaleciendo a la UE si se identificaban fuertemente con Italia o la UE.

 Sin embargo, cambiar las actitudes de los ciudadanos no es tan simple como cambiar sus emociones, especialmente en un tema muy conocido como la austeridad. Una búsqueda en los archivos en línea de Corriere della Sera y La Repubblica en el año anterior al experimento reveló que los participantes probablemente habían leído artículos sobre Angela Merkel y habían estado expuestos a su retórica sobre la austeridad. Los participantes probablemente ya habían formado una asociación mental entre Merkel y la negatividad hacia Italia, ya que la palabra austeridad se mencionaba a menudo en los mismos artículos que presentaban a Merkel. Como era de esperar, a la mayoría de los italianos no les agrada Merkel.

De hecho, en el experimento, en promedio, la retórica de Merkel no tuvo ningún efecto en las actitudes de los participantes hacia la austeridad nacional. Sin embargo, los participantes con una fuerte identidad italiana aceptaron más la austeridad cuando leyeron el mensaje de elogio de Merkel por el progreso económico de Italia (ver Figura 2 arriba) en comparación con aquellos que no leyeron ningún artículo.

Un patrón similar ocurrió para las personas que se identifican fuertemente como europeas cuando leen el artículo que enfatiza los puntos en común simbólicos entre Italia y la UE. Estos participantes estaban más dispuestos a dar dinero a la UE en una compensación simbólica entre priorizar recursos para Italia o Europa.

En resumen, esta investigación sugiere dos puntos clave sobre la retórica de las élites y los vínculos nacionales. Primero, la identidad europea de la gente puede actuar como un antídoto contra la reacción anti-Europa que ocurre cuando los líderes hacen un comentario mordaz sobre un estado miembro y puede fomentar sentimientos pro-Europa cuando los líderes usan palabras de unidad. En segundo lugar, la identidad nacional de las personas puede amplificar los efectos de los mensajes de discordia o unidad hacia la nación.

Los líderes europeos deberían elegir sabiamente sus palabras cuando hablan de otros Estados miembros, porque sus palabras tienen peso. La UE, y especialmente sus políticas de disciplina fiscal, pueden enmarcarse como una oportunidad para fortalecerse juntos o como una amenaza para las identidades nacionales. La retórica vívida puede ofender o galvanizar inadvertidamente al público en los estados vecinos dependiendo de si los ciudadanos perciben a Europa como hostil hacia su nación o del mismo lado.

A medida que el entorno de los medios de comunicación europeos está cada vez más conectado, los líderes europeos tienen una mayor responsabilidad. Los líderes pueden contribuir a fomentar la solidaridad europea y acercar a los europeos haciendo hincapié en los puntos en común económicos y simbólicos que fomentan la unidad en lugar de los estereotipos y las disputas que alimentan la división."        
    (
Alessandro Del Ponte, EUROPP, November 25th, 2020)

23/9/20

Macron defiende la libertad de blasfemar

 "La República no admite ninguna aventura separatista", proclamó el viernes el presidente francés Emmanuel Macron en un discurso en el Panteón en París con motivo del 150 aniversario de la proclamación de la República. El 4 de septiembre de 1870, el joven diputado Léon Gambetta proclamó la Tercera República francesa tras la derrota de Napoleón III en Sedán.

Al utilizar la palabra separatismo, Macron tenía claramente en mente el fundamentalismo islámico. "La igualdad ante la ley implica que las leyes de la República serán siempre superiores a las reglas particulares. Por esta razón, no habrá lugar en Francia para aquellos que, en nombre de un Dios, a veces con ayuda de potencias extranjeras, pretenden imponer la ley de un grupo", precisó el presidente sin nombrar en su discurso ninguna religión en concreto.

Además de celebrar el 150 aniversario de la República, Macron presidió la ceremonia de naturalización de cinco nuevos ciudadanos franceses, a los que recordó los derechos y deberes que tienen al adquirir la nacionalidad francesa. Y les instó a defender cada día los valores republicanos porque "la República es siempre frágil, siempre precaria", "no está asegurada". "Es una conquista. Siempre hay que protegerla o reconquistarla".

Dos días después del inicio del juicio de los atentados contra la revista satírica 'Charlie Hebdo' en Francia, Macron recordó que defender la República es también defender "la libertad de conciencia, el laicismo, este régimen único en el mundo que garantiza la libertad de creer o no creer pero que no se puede separar de una libertad de expresión que puede llegar hasta el derecho a blasfemar".

"Ser francés es defender el derecho de hacer reír, la libertad de burlarse, de mofarse, de caricaturizar", añadió Macron, dos días después de que saliera a la venta el nuevo número de "Charlie Hebdo". La revista volvió a publicar esta semana las caricaturas de Mahoma, que ya habían reproducido en 2006 y que la pusieron en el punto de mira de los yihadistas. Para el presidente "ser francés es siempre estar del lado de los combatientes de la libertad".

Macron hizo también alusión en su discurso a la ola de derribos de estatuas de personajes históricos controvertidos en varios países y a las peticiones de rebautizar plazas y calles. Instó a los franceses a amar su historia y su cultura "en bloque". "La República no desmonta estatuas, no elige simplemente una parte de su historia, pues nunca elegimos una parte de Francia, elegimos Francia". "Viva la República, viva Francia", proclamó al final de su discurso."                  (Beatriz Juez, El Mundo, 04/09/20)

28/2/20

"Cataluña no habría existido sin sus millones de charnegos"... No puedes ir por el mundo diciendo que te ha colonizado el personaje que viene de Linares, que ha venido a trabajar como ha podido, eres tú el que lo has explotado...

"Es uno de los sociólogos más destacados de España. Y comparte su visión sobre la situación catalana con Crónica Global. El doctor en Sociología por la Universidad de Harvard y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid (...)

¿Se puede hablar de identidad fuera de la política, por tanto?


—Tenemos identidades muy complejas e incluso retorcidas. No somos solamente catalanes o españoles, somos hombres, mujeres, de edad X, de pelo claro u oscuro, con sentimientos religiosos o poéticos diferentes, con experiencia de vida que nos hace formar parte de tribus morales distintas.

 Todas esas diferencias no es algo que nos obligue a rechazarnos, sino que nos debe llevar a desarrollar una curiosidad por los demás. Por lo que es distinto. No estamos intentando encontrar a nuestro yo en cada persona con la que nos relacionamos, eso es un aburrimiento, una repetición. 

Lo que tendemos es a una búsqueda de diferencias comprensibles para seguir adelante. De todas formas, el sentimiento de identidad es muy lógico y normal, entendido con prudencia y sensatez. Ser nosotros también es cuidar de nosotros mismos, ser corresponsables de algo. En eso no hay problema.


¿Entonces el nacionalismo debe ser para usted muy aburrido?


—No necesariamente, depende de cómo se vivan las cosas. En el nacionalismo hay un componente de “hemos nacido en un mismo territorio, somos fieles a un paisaje común, somos hijos de nuestros padres y, por tanto, tenemos patria”. Ese es el sentimiento de apego, de confianza espontánea que puede ser positivo. Otra cosa es si eso lo utilizas para buscar un chivo expiatorio en la nación opuesta y condenarla a la destrucción o la subordinación.

La identidad no tiene por qué ser excluyente, pues.


—No tiene por qué ser opresora. Hay identidades en las que tiene un cierto orgullo de las cosas buenas que se hayan hecho y te sientes responsable de que se sigan haciendo. Y cuando llega alguien de fuera, se enamora de eso que tu eres, quiere formar parte de esa patria y lo aceptas y lo acoges, comprendiendo que conservará lo que quiera conservar de su anterior vida y la mezclará. Se casará, se hermanará con personas de otra identidad. 

La simplificación y la demonización no son inherentes ni al sentido del nacionalismo ni al sentido del patriotismo. No es un mal. Ha habido un nacionalismo sensato y decente. No es lo mismo el patriotismo de los antiguos romanos, que el de los guerrilleros españoles y catalanes de la independencia. Aceptar eso es aceptar la riqueza de la conversación interesante y equívoca. Siempre que haya unas reglas del juego, puede haber distancia. Y nos respetaremos por ello.


¿En Cataluña quien ha roto las reglas del juego? ¿Los gobiernos? ¿La sociedad? ¿Hay fractura?


—Lo que hay que plantearse es cómo han llegado las cosas al punto que han llegado, pero no hay que verlas como si se hubiera llegado a un punto irreversible. Los procesos históricos son dramáticos, pero después de un acto viene otro. Esa idea de que estamos en el último acto de la gran tragedia y que Macbeth debe morir, no es así. No debe morir todavía. Cambiemos el esquema. Esto es una secuencia larga. Esto ha funcionado de forma complicada y con errores de todos ¿durante cinco siglos? ¿O son once? Durante esos años, las cosas han ido a peor, otras veces a mejor porque es una historia abierta

Esto no está abocado a una decisión definitiva del día D y la hora H. Eso es para desembarcar en Normandía. Si se quiere reconvertir en eso, se tiene que falsear la situación. ¿Por qué me tengo que plantear yo las cosas de aquí a mañana? Las cosas se tienen que reconstruir a muchos niveles. No se trata de llegar un día al Parlamento y votar. Luego resulta que sales a la calle y el señor que me coge de la mano para evitar que me atropellen no tiene nada que ver con lo que ha ocurrido, sino que es una buena persona que me ha ayudado. (...)

—En este sentido, ¿los catalanes son diferentes al resto de España?


—Hay diferencias, pero no son sustanciales. El nivel de competencia o incompetencia de la clase política catalana es parecida a la de la clase política española. La historia, lo que ha probado es que modus operandi de este país durante 40 años no ha variado tanto de región a región. En Andalucía han ido más lentos en la transformación, pero veremos. Hay un proceso de aprendizaje. 

Y hay cosas esperanzadoras. Con todo, no nos podemos quejar. Tenemos 40 años de democracia liberal y una economía de mercado que funciona correctamente. Y con un nivel de violencia que, aunque se magnifique, no es tan grande. Vivimos más tiempo, comemos mejor… Hemos traído inmigrantes y no les hemos maltratado, millones. Ha habido inmigrantes en el País Vasco y Cataluña que, a pesar de todo, allí se han quedado y han querido al país al que iban.

 Y han recordado con cariño al país del que venían. Esos son buenos sentimientos. Cataluña no habría existido sin los millones de charnegos que llegaron. Y el País Vasco tampoco. Y lo digo en el buen sentido de las dos partes. Hemos digerido, aunque sea de forma regular, una guerra civil del copón, que además venía con un siglo detrás de más guerras civiles. Y con cuánta mala intención y con cuánto asesinato.

¿Cómo se gobiernan los sentimientos?


—Existe la posibilidad de hacer pactos cívicos. Evitemos gestos de desdén, de desprecio, insultos en esta reunión de amigos, de familia, de la comunidad de propietarios, en tu negocio. Por principio y motivo de interés, evitemos esas descalificaciones. Y cuando las haya, agitemos la bandera. “Has cometido falta”. Y si no se hace caso, que quede constancia y seguir insistiendo. Porque seguimos viviendo. Hay recursos en una sociedad a la que le gusta la negociación. Y eso forma parte del carácter de los catalanes nacidos aquí o hijos de catalanes. Hay un sentido del trato.  (...)

En esa lógica de poner distancia a las cosas, cuando alguien habla de la raza catalana o que la lengua castellana es colonizadora ¿debemos tomarlo como una anécdota o perjudica la convivencia?


—A los catalanes que vivís en Cataluña y también os sentís españoles, ¿qué os sale de dentro? Pues lo que salga del sentimiento y del interés, hay que contarlo. Renunciar al español es pegarse un tiro en el pie por interés. Es un argumento prosaico, pero importante. Desde el punto de vista del sentimiento. Si mi padre, mi madre o mi abuelo, son, por ejemplo de Linares (Jaén) como sería tu caso, y me gusta ir a visitar esa ciudad ¿cómo voy a renunciar a una parte de mi propia experiencia de vida que se expresa en lengua?


Hay quien dice que el bilingüismo mata...


—¿Y qué problema hay con ser bilingüe si eso es un plus para muchísima gente en la vida, porque tienes capacidad para desarrollar dos universos de emociones? No es lo mismo leer El Quijote en castellano que en catalán. Hay sentimientos y enriquecimientos culturales. Hombre ¿colonial? Esa palabra aplicada a Castilla sobre Cataluña suena rarita. Porque la historia no encaja exactamente con eso. “Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando”. El Gran Capitán conquista el sur de Italia ¿y luego eres tú quien se aprovecha de ello? Después llega el momento del XVII, no quieres ser español, pero tampoco francés, y al final eres español. 

Y llega el XVIII y te explican otra historia complicada. Y luego eres tú el que mandas y te proteges del mercado español, explotas en Filipinas y eres esclavista… No somos tontos. No puedes ir por el mundo diciendo que te ha colonizado el personaje que viene de Linares, que ha venido a trabajar como ha podido, eres tú el que lo has explotado posiblemente durante un tiempo.

¿Es más difícil convivir en comunidades donde hay dos lenguas?


—No necesariamente. Hay experiencias frecuentes. En Francia, aunque una lengua ha prevalecido sobre la otra; en Italia se ha sobrevivido con dialectos, en Canadá han encontrado un equilibrio razonable. En Estados Unidos, los emigrantes han conservado su lenguaje. Depende de cada país. En Italia, con dos capitales como Roma y Milán, no es lo mismo que España, con Barcelona y Madrid. Si no sabes encajarlo, pues háblalo. Tampoco es lo mismo San Petersburgo y Moscú, pero ahí siguen. 

Son dualidades complejas, donde no hay una solución matemática. No pasa nada. La convivencia del catalán, que lo hablan diez millones de personas, y el castellano, es un problema, pero no lo veo insoluble. Y aquí veo que os habéis manejado en los dos idiomas bastante bien.


Lo que pasa es que, desde el punto de vista político, no se puede tocar ese tema y, por tanto, pedagógicamente tampoco. Si planteas más asignaturas en castellano te dicen que quieres matar el catalán.


—Pues que elijan los padres, o que haya flexibilidad, interpretada con prudencia. Ver si es flexible 20 horas a la semana de castellano o tres.  (...)"                

14/2/20

Begoña Ameztoy: "En Cataluña ya puede pasar de todo"... "El proceso no acabará bien"... “todo lo que está ocurriendo yo lo he vivido en el País Vasco”




"La escritora Begoña Ameztoy ha afirmado que “el proceso no acabará bien” i ha denunciado que “los escritores vascos en castellano estamos discriminados” en una entrevista concedida a e-notícies.

 La escritora ha apuntado que el proceso “no tiene buena pinta” y que “todo lo que está ocurriendo yo lo he vivido en el País Vasco”, recalcando que “allí fue distinto porque el tema era mucho mas duro, pero sin embargo, en los prolongamientos, se parece mucho lo que ha ocurrido recientemente en Barcelona y Cataluña con la kale borroka del País Vasco”. “Malas perspectivas, no va a acabar bien” ha lamentado Ameztoy, lamentando que “es una situación endemoniada”.


“Desde el País Vasco el proceso en Cataluña se ve muy polarizado. Gana siempre el que es más contundente y hay un montón de personas que no tienen en la política su objetivo vital. Para el nacionalista catalán o vasco es su vida, su objetivo vital, entonces los otros se dejan llevar y todos se dejan llevar por ese tsunami” ha lamentado Ameztoy.


“El nacionalismo es cuando un pequeño grupo, lugar o pueblo se quiere desgajar de una entidad ya preexistente” ha manifestado la escritora. Ameztoy ha apuntado que “el nacionalismo independentista no admite medias tintas”. “Hay ideologías que no tienen medias tintas y creo que el nacionalismo independentista no admite medias tintas” ha manifestado la escritora. “No hay solución al proceso” ha dicho.

Begoña Ameztoy también ha criticado que “no me siento bien tratada en el Pais Basco”. “Yo estaba en los medios de comunicación, pero yo resultaba incómoda. Nunca quieren voces incómodas, no es verdad que exista ese respeto democrático, ganan siempre los mismos” ha explicado. Sobre la banda terrorista la escritora ha recalcado que “ETA no ha ganado por la fuerza policial".


“No es cierto que exista respeto por el español que no sea nacionalista, no es verdad, porque te arrastran con toda su fuerza cultural, de subvenciones. El escritor vasco en castellano o el artista vasco en castellano no es igual que el otro, que lo están forrando a subvenciones” ha criticado.


Begoña Ameztoy es una escritora y pintora nacida en San Sebastián. Su bibliografía cuenta con doce obras y compagina su labor literaria con la pintura y su columna en el Diario Vasco."            (e-notícies, 13/02/20)

14/1/20

Las naciones son gastronomía, no son esencias y materiales que vienen de tiempos pasados; no hay necesariamente una cultura o una historia detrás de cada nación... los nacionalismos (y las naciones) no están predefinidos ni predeterminados...

"(...) ¿Es posible no ser nacionalista?

La gran mayoría es algo nacionalista, aunque muchas veces sea de forma inconsciente. Muchísimos ciudadanos de Europa no tienen la necesidad de hacerlo visible u obvio salvo en momentos en los que hay un enfrentamiento. Lo suelen expresar con sentimientos banales: en el apego a la lengua, a una manera de ser, a unas costumbres o incluso a la gastronomía. 

La mayor parte, cuanto menos, necesita la nación como horizonte y como marco de referencia, aunque luego no sepan muy bien definirla. Después hay minorías cosmopolitas que consideran que la identidad nacional no sólo no es un elemento preponderante ni prioritario, sino que tienen muchas identidades y para ellos la nación no juega ningún papel. Pero son minoría.

¿Por ello defiende que las naciones tienen más que ver con la gastronomía que con la geología?
 
Las naciones son gastronomía, no son esencias y materiales que vienen de tiempos pasados; no hay necesariamente una cultura o una historia detrás de cada nación. Hay precondiciones que pueden explicar el mayor arraigo de los nacionalismos y que pueden ayudar, pero los nacionalismos (y las naciones) no están predefinidos ni predeterminados.

Pero todos rechazan la etiqueta de nacionalista. De hecho, apuntas en el libro que muchos intelectuales de este país aún niegan que exista el nacionalismo español.

El rechazo a la etiqueta nacionalista no es una cuestión española. También es muy propio del ámbito lingüístico francés, portugués, alemán… el término nacionalismo está denostado por el uso perverso e hipertrófico con consecuencias criminales. Está negativamente connotado desde 1945. Yo no digo que todo el mundo sea nacionalista de la manera en que lo pueda ser un ardiente defensor de la unidad de la patria como Abascal o como Quim Torra.
Muchos dicen ser patriotas y no nacionalistas…

La mayor parte de los ciudadanos se sitúa en escalas intermedias de baja intensidad. Algunos llaman a eso patriotismo y creen que es sano y que el nacionalismo es malo. La diferencia no es de naturaleza sino de gradación. Quizá decir que todo el mundo es nacionalista es un tanto exagerado, pero sí diría que la mayor parte de la gente necesita una nación.   (...)
Ahora que lo menciona, algunos atribuyen cierto “supremacismo” a algunos sectores del independentismo catalán. Y también se ha usado ese calificativo en sentido contrario.

Se trata de retórica y guerra de propaganda para deslegitimar al contario. La mayoría del nacionalismo catalán no cree que tenga una pureza especial o que sea superior. Otra cosa es que me digas que hay núcleos más puristas con el tema de la lengua que tienen problemas para tener una idea más cívica de nación. Torra se equivoca en muchos de sus planteamientos y es un nacionalista de perfil duro, pero no me parece que sea un supremacista.

¿Son los nacionalismos periféricos –Catalunya, Euskadi...– los que han provocado el resurgir el nacionalismo de Estado?

Una cosa no tiene por qué llevar a la otra, pero todo nacionalismo necesita un otro para consolidarse y para reafirmar su personalidad. Los nacionalismos sin Estado, precisamente por no tenerlo aunque haya instituciones sucedáneas y por no gozar de reconocimiento internacional, están forzados a una hipertrofia simbólica y de alguna manera tienen que hacer ostentación. En cambio, el nacionalismo de Estado muchas veces es más invisible y se alimenta con un nacionalismo trivial de baja intensidad. 

Se manifiesta y sale a la luz ante agresiones externas o amenazas internas como puede ser la secesión de una región o la presencia de una minoría o un colectivo que se considera extraño en la nación; o puede ser por la inmigración. Pero también en algunos momentos porque los actores políticos dan a la nación un valor supremo para enmascarar otros intereses. Y eso también puede pasar en los nacionalismos sin Estado.

¿Entonces el nacionalismo catalán es el motor de ese despertar del nacionalismo español?

Primero fue el plan Ibarretxe, del que nos hemos olvidado, como de ETA... Había un desafío para el que se tenía una receta de defensa de la Constitución, de los Derechos Humanos, etc. porque ETA mataba a gente inocente de todo tipo. El nacionalismo catalán plantea un desafío de otra naturaleza porque es cívico y es pacífico –quitando algunos de los últimos episodios–; pero se ha intentado calcar la receta de Euskadi con Catalunya. Además, en la época de José María de Aznar, sobre todo a partir del año 2000, ya se empezó un proyecto explícito de renacionalizar España, de normalizar España en el contexto europeo. 

Esa renacionalización empezaba con los símbolos: con el orgullo de la bandera, con el himno o con la presencia de mayores contenidos comunes en los currículos escolares de toda España. Luego José Luis Rodríguez Zapatero tenía un proyecto todo lo teórica e intelectualmente sofisticado que se quiera, pero al final no estaba muy construido. Hablaba de una España plural, de valoración de la pluralidad en la propia génesis de la identidad española, de valoración de la tradición republicana, federal… y se apoyaba en Maragall, Touriño y los valencianos, que ayudaron bastante.


¿Ante este último “desafío” cómo se ha reaccionado?

Con mayor polarización, una polarización que ha llevado a que se manifieste Vox, que es producto de esa proliferación de lo que llaman nacionalismo constitucional. Pese a que tiene elementos claramente neofascistas y de derecha radical como el rechazo a la inmigración, su núcleo es la defensa de la unidad de España frente al movimiento independentista catalán. Con todo, antes ya estaban ahí y en el momento adecuado surgió la España de los balcones. 

Existía cierta banalización y normalización de algunos símbolos como la bandera bicolor, que hasta la Eurocopa de 2008 o el Mundial de 2010 se veía muy poco. Y empezó a verse también en las periferias de Barcelona. Pero también es verdad que ya hay una generación que ha crecido en la España democrática y no tiene problemas para identificarse con la bandera que sus mayores asocian al franquismo o a la monarquía.

 El Estado de las Autonomías fue una solución improvisada que duró casi 40 años. Era un coche viejo que había que repararlo pero seguía funcionando. Es el momento de diseñar algo nuevo, aunque ese modelo está por definir. En mi opinión habría que huir de los estados nación clásicos. Tenemos teorías de nacionalismo posnacional, pero aquí impera la nostalgia, el retorno al Estado nación y vemos con casos como el del Brexit que una parte de la población se refugia en esta estructura vieja en tiempos de incertidumbre, con un contexto de crisis económica y de pérdida de importancia de Europa en el tablero global.
Afirma también en el libro que “si los nacionalismos periféricos se han sentido tradicionalmente cómodos en el escenario de la bilateralidad –nosotros a un lado, España al otro lado–, la necesidad de encajar esa bilateralidad en una multipolaridad más amplia, un escenario de competencia múltiple etnoterritorial, multiplica los dilemas”, pero a la vez “puede facilitar soluciones intermedias”. Si es así, ¿dónde queda el federalismo? ¿Por qué no arraiga?
 
Ahora no hay compañeros para ese menester. El nacionalismo vasco nunca estuvo ahí porque tiene su régimen foral y siempre ha preferido la bilateralidad. Buena parte del nacionalismo catalán también se movía en esa lógica desde la época de Pujol, en una suerte de pacto bilateral. Así no hay manera de construir el federalismo, máxime si en la derecha y algunos sectores de la izquierda española hay serias reticencias a ello. Un sistema federal debe basarse en la lealtad de los territorios que lo integran y si hay dos o tres territorios que siempre van a estar aspirando a algo más eso no funcionará. Pero hay otro problema básico que está por definir:

 ¿Deben federarse las actuales Comunidades Autónomas? ¿Sólo Catalunya, Euskadi, Galicia y Canarias? ¿Entonces qué pasa con Andalucía, Asturias o Valencia? También lo querrán. Se puede hacer un pacto de tres o cuatro naciones, pero eso implicaría constitucionalizar a otras naciones hoy periféricas y no se querrá. Es un asunto complejo y las fuerzas mayoritarias cuando llegan al Gobierno vuelven a lo malo conocido e intentan poner parches; vuelven al Estado de las Autonomías."                  (Entrevista a Xosé M. Nuñez Seixas, Iñaki Pardo,  La Vanguardia, 04/11/19)

13/12/19

Observo el debate sobre cuántas naciones hay en España (que si una, que si cuatro, que si ocho) y me dan ganas de llorar ante tanta tontería.

"(...) La palabra nación tiene dos significados muy diferentes:

La primera es la nación como una organización política soberana que comprende un territorio determinado. En esta acepción, España es una nación, Francia es una nación, etc.

La segunda (que algunos llaman nacionalidad) hace referencia a una realidad sociocultural: las afinidades lingüísticas, culturales, religiosas, económicas, etc que se producen en un determinado territorio.


Las naciones como entes políticos soberanos son objetivas, están definidas en las constituciones respectivas y, en contra de lo que sostienen los nacionalistas (que prefieren explicaciones más glamurosas), se han forjado – que nadie se llame a engaño – en los campos de batalla o acuerdos internacionales.


Las naciones como entes culturales son emocionalmente más potentes pero también subjetivas y complejas. La identidad nacional puede ser muy diferente entre personas que comparten el mismo rellano de la escalera: por eso hay en Barcelona fachadas en la que el del tercero C cuelga una bandera española, el del tercero A una estelada… y el del tercero B pasa de los otros dos porque se siente – con toda legitimidad – ciudadano del mundo.


Las identidades son una propiedad exclusiva y compleja de los ciudadanos y ningún político tiene derecho a explicarle a la gente lo que es y cómo se debe sentir.

Los políticos, en cambio, tienen la obligación de gestionar políticamente las demandas de la ciudadanía – incluyendo las que hacen referencia a la organización territorial del poder político – y, por supuesto, atendiendo a la voluntad política mayoritaria de dicha ciudadanía.


En el ámbito político, la Constitución española permite la segregación de una parte del territorio aunque sea con un procedimiento muy complejo y que exige una mayoría cualificada. El problema es que, en el caso de Catalunya, hemos tenido dos tipos de políticos particularmente nefastos: los conservadores españoles que, a partir de los 90, hicieron bandera de desoir las aspiraciones de mayor autogobierno de Catalunya para sacar votos en el resto del Estado y los políticos catalanes que, desde hace 4 años, buscan votos sobre la base de reclamar la independencia sin tener, ni siquiera, el apoyo del 50% de los catalanes."                      (grosske, la izquierda unida y más, 11/12/19)

29/7/19

Julio Valdeón: “La obligación de los demócratas es combatir el nacionalismo”. El nacionalismo es predemocrático, esencialista, a la postre xenófobo. Mientras la izquierda española no reconozca que el nacionalismo es xenofobia, mientras no admita la trola fundacional del supuesto antifranquismo del nacionalismo catalán y vasco, que sólo es supremacista y reaccionario, no hay mucho que hacer...

"(...) Pujol dijo que el andaluz era un “hombre destruido”, Junqueras habló de diferencias genéticas entre catalanes y españoles y Torra llamó “carroña” y “bestias taradas” a los catalanes castellanohablantes. ¿Existe el nacionalismo sin xenofobia?

No. El nacionalismo es predemocrático, esencialista, a la postre xenófobo. Se sostiene en el rechazo más o menos disimulado de sus conciudadanos, a los que no considera como iguales. El nacionalismo apela a sinrazones como el pigmento de la piel, los mitos nacionales, los hechos y leyendas entreverados sin solución de continuidad, y por supuesto a la lengua, que contra todas las evidencias científicas disponibles fundaría, ¡ja!, una percepción del mundo intransferible. 

Apelar a la identidad colectiva, al espíritu del pueblo, al Volk, implica situarse en los territorios románticos y putrefactos de las peores tradiciones políticas, las mismas que llevaron a Europa a dos guerras mundiales y por supuesto Auschwitz. El nacionalismo no existe sin xenofobia. El nacionalismo, por supuesto, es la guerra.

En un artículo reciente titulado La Lliga norte, se mostraba crítico con los intentos de resucitar el catalanismo político como vía para superar el procés. ¿Por qué es una mala idea?

Porque bajo la cáscara sonriente del catalanismo se esconde la citada xenofobia y la creencia, puramente mística, en una supuesta similitud primordial. En realidad nadie tiene ni idea de qué demonios pudiera ser el catalanismo si intentamos explicarlo mediante criterios imparciales, despojados de literatura cutre.

 ¿Qué lo distinguiría del asturianismo o el sorianismo? El catalanismo, entonces, es una ficción, un trampantojo, una coartada para decir lo que no puede decirse, lo innombrable, que somos distintos, más guapos, más altos, más industriosos, más limpios, que no queremos vivir con vosotros y, sobre todo, que no queremos repartir la pasta con vosotros, piojosos, que sois unos piojosos.

 El catalanismo ha sido el burro de Troya con el que los xenófobos mantenían la ficción de respetar los pactos constitucionales mientras trabajaban contra la soberanía nacional y los derechos de todos los ciudadanos.

Pese a que los datos demuestran que el catalán se habla más que nunca, TV3 o entidades como Plataforma per la Llengua aseguran que se encuentra al borde de la extinción. ¿Cómo lo explica?

Porque el catalanismo, los nacionalismos, como todas las  formas de populismo, necesita de un espantajo, un enemigo exterior que cohesiona a los míos, el meteorito que acecha. Vive de fabricar pánicos morales y sociales, de señalar la invasión de los bárbaros. Así aglutina a sus falanges, mientras avisa del fin del mundo. Cuando comparan el catalán con el urogallo o el lince ibérico lo que quieren decir, pero no dicen porque viven del bullshit, es que hay que redoblar el apartheid lingüístico y el atropello de los derechos de los hablantes de la primera lengua de Cataluña, que es el español. (...)

¿Y qué opina de la postura de los comunes y Podemos frente al problema territorial?

Mientras la izquierda española no reconozca que el nacionalismo es xenofobia, mientras no admita la trola fundacional del supuesto —muy supuesto— antifranquismo del nacionalismo catalán y vasco, y que más allá de ese teórico antifranquismo, es supremacista y reaccionario, pues no hay mucho que hacer. La postura de los comunes y Podemos frente al problema territorial responde al tacticismo, en plan, Ok, no menos de un tercio de nuestros votantes en cataluña son unos zumbados que consideran legítima la secesión, ergo toca hacerles la rosca.

Al tacticismo y, claro, a una cósmica empanada ideológica. Porque también hay mucho cabeza de huevo podemita, y del PSC, que son los grandes culpables, ojo, los que reparten las bulas morales junto al extinto PSUC y normalizan la tropelía, que entiende como progresista e incluso deseable que un grupo, por regla general un grupo de privilegiados, arrebate al resto de los ciudadanos sus derechos políticos y una jugosa porción del territorio y el PIB.

 (...) el nacionalismo, no puede apaciguarse porque vive de los problemas que crea y su razón de ser, su tuétano, es y será el victimismo de índole mafiosa. (...)

La obligación de los demócratas es impugnarlo, combatirlo y, en la medida de nuestras posibilidades, derrotarlo. Sin concesiones."                       (Entrevista al escritor  Julio Valdeón, Óscar Benítez, El Catalán.es, 19/07/19)

10/7/19

Los españoles seguimos siendo muy poco nacionalistas. En cualquier caso, no existe un sentimiento nacionalista en España que tenga la densidad del sentimiento nacionalista catalán. Cuando afirmas esto en Cataluña nadie te cree, pero es una realidad...

"(...) Según las encuestas, los españoles se sienten menos nacionalistas que el resto de países de la Unión Europea. ¿Cree que esto ha cambiado tras la aparición de Vox?

No, seguimos siendo muy poco nacionalistas. Por supuesto, siempre ha existido ese 10 o 15% que a la primera de cambio saca la bandera y proclama sentirse muy español. Pero a esas personas habría que preguntarles: ¿Qué quiere decir sentirse español? Lo importante no es el territorio, sino la comunidad: el convenio que uno establece con el resto de ciudadanos. 

Y si ese contrato es bueno, uno puede sentirse, más que orgulloso, a gusto. En cualquier caso, no existe un sentimiento nacionalista en España que tenga la densidad del sentimiento nacionalista catalán. Cuando afirmas esto en Cataluña nadie te cree, pero es una realidad. (...)"

(Entrevista a Álex Sàlmón, Director de El Mundo-Barcelona, Óscar Benítez, El Catalán.es, 26/06/19)

10/6/19

No tiene sentido querer construir una identidad europea. Te sientes europeo o no. Esta identidad europea no debe ser "construida" si construir significa que queremos que exista una identidad europea que no existía previamente. Pero si construir significa "vivir y actuar juntos" como nacionales dentro de una misma Unión, fomentando proyectos comunes, subrayando elementos que hacen de Europa un continente de cultura, entonces tiene un significado

10) ¿Cree que existe una identidad europea? Por el bien de Europa, ¿debería existir una identidad como base de un proyecto futuro?

R: Ésta es una pregunta que se plantea muy a menudo y así fue especialmente durante el referéndum sobre la Constitución Europea. Para algunos, Europa debe definirse por su cultura cristiana; para otros, Europa no es sólo cristiana, hay muchas otras religiones, y hay ateos. Se ha alcanzado un compromiso por el que Europa se define por su tradición humanista.

Todas estas respuestas tienen su pizca de verdad. El problema no radica tanto en la corrección o falsedad de estas respuestas sino en el concepto mismo de identidad, que presupone que nos distinguimos de otros individuos, ya sea que reivindiquemos o no nuestra pertenencia a uno o más grupos o comunidades humanas, a nivel nacional, regional, internacional o incluso de especie, o si consideramos que las otras especies son diferentes del ser humano.

Si en las sociedades arcaicas o tradicionales las identidades del individuo o de grupo son más o menos estables, en cambio en las sociedades modernas se experimentan necesariamente múltiples identidades.

Esto a veces complica el debate y lo oscurece. El hecho de que te identifiques con Andalucía no significa que no seas español, o que seas español no significa que no puedas sentirte europeo en determinadas circunstancias, o que no puedas sentirte parte del mundo cristiano o musulmán. Todo depende del polo con el que te identifiques.

Básicamente esto es lo que Montesquieu expresó de esta manera: "Si supiera algo útil para mi nación que fuera ruinoso para otra, no se lo propondría a mi príncipe, porque soy un hombre antes de ser francés (o bien) porque soy necesariamente un hombre y sólo soy francés por casualidad. Si supiera algo que me fuera útil, y que fuera perjudicial para mi familia, lo expulsaría de mi mente.

Si supiera algo útil para mi familia que no fuera útil para mi país, trataría de olvidarlo. Si supiera algo útil para mi patria y que fuera perjudicial para Europa, o que fuera útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría un crimen" (Mis pensamientos: 10 y 11).

En esta cita aparecen lo que yo llamo los polos en torno a los cuales se estructura la identidad, aquellos en los que las identidades encajan como muñecas rusas. Precisamente en las sociedades arcaicas, donde la identidad se vivía en términos concretos, esto no suponía problema alguno. Uno vivía su diferencia sin hacer de ello un drama.

Hoy, cuando el mundo se está achicando y no podemos vivir con una sola identidad o con una sola diferencia sin hacer el ridículo y mentirnos a nosotros mismos, estamos haciendo de ello un discurso. El discurso "tribal" y "separatista" nunca ha alimentado tanto la política.

Es un terreno propicio para todos los separatismos, para todos los discursos de los orígenes, del territorio, del « Blut und Boden », [ Blut und Boden: expresión alemana que significa “sangre y tierra”, se refiere a una ideología que se centra en el origen étnico, basado en dos factores: la ascendencia (sangre de un pueblo) y la tierra, a veces sólo de orígenes míticos e inventados].

El error que cometemos a menudo es querer esencializar la identidad, congelarla, sustancializarla. Al igual que los polos de identificación, los procesos de identificación son numerosos en una sociedad moderna y casi por completo abierta a los cambios y a todo tipo de intereses; además, estos procesos duran toda la vida.

En este sentido, no tiene sentido querer construir una identidad europea. Te sientes europeo o no. Esta identidad europea no debe ser "construida" si construir significa que queremos que exista una identidad europea que no existía previamente. Pero si construir significa "vivir y actuar juntos" como nacionales dentro de una misma Unión, fomentando proyectos comunes, subrayando elementos que hacen de Europa un continente de cultura, entonces tiene un significado, incluso un significado saludable. Desde este punto de vista, los programas de intercambio interuniversitario o los programas de formación en general a escala europea en determinados ámbitos son muy bienvenidos.

Lo que me parece muy interesante en Europa es que incluso los partidos euroescépticos utilizan las mismas estrategias de "aunar" a nivel europeo, para defender sus ideas y sus programas. Con la excepción de una muy pequeña minoría de discursos políticos, también esto es una forma --distinta a la que preconiza la UE-- de hacer Europa, que es un viejo proyecto que data de finales del Imperio Romano.

Europa es un proyecto que puede adoptar muchas formas, pero está ahí para perdurar en la medida en que ningún Estado ya puede ir por su cuenta, incluso en interés propio. Los euroescépticos necesitan a Europa o su plataforma, aunque les repatee.

Ningún continente ha dejado más huella en el mundo que Europa. Más allá de las críticas al colonialismo y a la dominación de los pueblos de otros continentes (críticas que se hacen en abundancia y con razón), en mi opinión no se piensa mucho en lo que esto significa para el continente en su conjunto.

Me sorprende que sólo unos pocos se hayan preguntado por qué un pequeño continente como Europa se haya impuesto al mundo. Es una cuestión para reflexionar este aspecto de la historia mundial, y que se está reduciendo demasiado deprisa a una superioridad técnico-militar, algo que China ya poseía en cierto momento.

Me gustaría que los académicos e investigadores de todas las categorías de las humanidades y las ciencias sociales reflexionaran sobre esta "racionalidad" que pudo imponerse sobre todas las demás. ¿Fue un puro accidente o hay algo inscrito en esta racionalidad europea que hace -para bien y/o para mal- que haya prevalecido en el mundo? (...)" (Entrevista a Lukas K. Sosoe, Entrevista y traducción de: JM Lacruz)

23/5/19

Gabriel Albiac: “En Cataluña hubo un golpe de Estado de manual”... falló, en el último momento, sólo por la cobardía de sus gestores...

"(...) el filósofo Gabriel Albiac (Utiel, 1950), ha publicado un nuevo libro: Mayo del 68: Fin de fiesta (Editorial Confluencias). Contundente y desengañado, Albiac carga en esta entrevista contra el nacionalismo y las políticas de la identidad, tras las que adivina una “pulsión de muerte”.

Mitterrand aseguró que el “nacionalismo es la guerra”. ¿Sigue siendo así?

La identidad es la guerra. Es una paráfrasis del Freud de 1914. De un modo más riguroso: la identidad es pulsión de muerte. Porque sólo en la aniquilación —material o simbólica— del otro queda mi identidad suficientemente blindada. 

En política, es algo que entendió a la perfección Carl Schmitt, que no en vano fue el mentor jurídico del Estado de Hitler.

Pese al tiempo transcurrido, no nos ponemos de acuerdo a la hora de definir lo que ocurrió en Cataluña en el otoño de 2017. En su opinión, ¿fue o no un golpe de Estado?

Un golpe de Estado de manual. Gestado durante un período muy largo. Propiciado por una pasividad criminal de los gobiernos españoles entre 1978 y 2017. La estructura de doble poder —el Estado paralelo— pudo gestarse hasta en sus últimos detalles. 

El golpe de Estado —que los golpistas llaman “desconexión”— falló, en el último momento, sólo por la cobardía de sus gestores. Tal vez se habían creído su delirante leyenda de que es posible hacer un golpe de Estado sin sangre. Incluso, sin coste alguno.

Los defensores de la inmersión lingüística en Cataluña aducen que este es el único método para garantizar la cohesión en las aulas catalanas. ¿Suscribe el argumento?

La cohesión nacional, sin duda. ¿La académica? En ningún país con lengua de extensión limitada —Holanda, por ejemplo— se aplica tal suicidio.

¿Y cómo entender que parte de la izquierda española avale dicho modelo?

Eso a lo cual llaman “izquierda” —pero yo traté ya hace años de mostrar la inconsistencia actual de esa metáfora espacial— no es en España más que el último resto de una pulsión autodestructiva única en Europa. Ama morir. Y nada logrará impedírselo.

Para el escritor Félix de Azúa, el Gobierno de Quim Torra puede considerarse de “extrema derecha”. ¿Exagera?

Nazismo, en sentido propio. No hay más que leer a Rosenberg.

El Govern ha otorgado la Cruz de Sant Jordi a la expresidenta del Parlament Núria de Gispert, famosa por haber instado en varias ocasiones a Inés Arrimadas a “volverse a Cádiz”. ¿Cómo lo explica?

Es de una lógica aplastante. Nazis condecoran a nazis.

En los últimos tiempos, hemos visto a Elsa Artadi citar a Anna Frank para defender los lazos amarillos o a la Generalitat convertir un homenaje a las víctimas del nazismo en Mauthausen en una reivindicación a favor de los presos del procés. ¿Son lícitas estas comparaciones?

La desvergüenza puede llevar al ridículo. Es el caso.

Tras las elecciones, Pablo Iglesias afirmó que “quién no entienda que España es plurinacional, no entiende nada”. ¿Es esto así?

Lo que la cabeza de Iglesias está diciendo cuando enuncia eso es: España es odiosa y debe desaparecer.  (...)"                    (Óscar Benítez, ElCatalán.es, 12/05/19)