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26/1/22

¿Por qué los españoles tienen peor opinión de su país que los extranjeros? Entre los países europeos más grandes, España es el que se percibe más positivamente desde el exterior, por delante de Alemania, Italia, Francia y el Reino Unido... España es uno de los pocos países que ha pasado de una renta media a una alta. Pero se vende mal y no desprende la confianza que merece... Nadie es más duro con los españoles que ellos mismos... Es como si los españoles hubieran creado una especie de leyenda negra moderna sobre ellos mismos

 "España vuelve a ser mejor percibida en el exterior que por sus propios ciudadanos, según un informe del Real Instituto Elcano y la empresa RepTrak (ver gráficos 1 y 2). En 2020 fue al revés por primera vez desde que se inició el estudio anual en 2014, a pesar del impacto inicial de la pandemia del COVID-19.

 Se encuestó a veinticuatro países para conocer su percepción interna y la de otros países. En casi todos ellos la percepción interna era superior a la externa, con la excepción, además de España, de Argentina, Japón, Sudáfrica y Brasil. Los dos países latinoamericanos y España tienen algo en común: todos han sido dictaduras (también Sudáfrica, si se cuenta el apartheid como una forma de dictadura), pero es imposible saber si ésta es una de las causas de la baja autoestima.

Los tres países más "orgullosos" (es decir, los que más se sobrevaloran a sí mismos, en comparación con la percepción externa que se tiene de ellos) son Rusia, Turquía y -no es sorprendente- mi propio país, Gran Bretaña (una diferencia positiva de más de 9 puntos entre la percepción interna y externa).

El Reino Unido ha conseguido durante mucho tiempo estar por encima de su peso a nivel internacional y trata de hacerlo después del Brexit con el mantra sin sentido de la "Gran Bretaña Global", repetido sin cesar por el gobierno, ignorando la paradoja entre los Brexiters que impulsan un Reino Unido comprometido internacionalmente y el hecho de que el Brexit ha significado la desvinculación con la UE, el mayor bloque comercial del mundo.

Las puntuaciones de la encuesta se basan en 17 atributos que incluyen el estilo de vida, la calidad de los productos y servicios, la cultura, el sistema educativo y el entorno económico. Entre los países europeos más grandes, España es el que se percibe más positivamente desde el exterior, por delante de Alemania, Italia, Francia y el Reino Unido. España sube en el ranking en aspectos como los países más atractivos para visitar (9º frente al 14º de la encuesta anterior) y en cultura (6º, frente al 9º) y es el 10º país más recomendado para vivir (17º para trabajar e invertir).

 Pero cuando se trata de la autoevaluación de los españoles en cuestiones como "ética y transparencia", "uso eficiente de los recursos" y "entorno institucional y/o político" hay una diferencia de entre 15 y 20 puntos con las puntuaciones que otros países asignan a estas mismas características.

La oleada de casos de corrupción, sin embargo, no ha dañado significativamente la imagen de España en el exterior, pero en el interior sí influye mucho más en la visión que los ciudadanos tienen de su país. Lo que es muy importante para nosotros se vive con gran intensidad y dramatismo en casa, mientras que recibe una atención muy limitada fuera de nuestras fronteras", dice mi colega Carmen Enríquez González, que dirige el Observatorio de la Imagen de España de Elcano.

En mi experiencia de haber vivido en España durante los últimos 35 años, los españoles tienden a dramatizar en exceso sus problemas y también a pasar del excesivo pesimismo al excesivo optimismo.

Este año, el país ha seguido siendo duramente golpeado por la pandemia, pero es probable que éste sea sólo un pequeño factor que contribuya a la visión negativa de los españoles sobre su país. España ha afrontado el COVID mucho mejor que países como Estados Unidos y el Reino Unido, cuyas muertes por cada 100.000 habitantes a finales de octubre eran respectivamente 226 y 210, frente a las 185 de España. Y el porcentaje de población española doblemente vacunada es uno de los más altos del mundo (alrededor del 80%, frente al 67% del Reino Unido y el 57% de Estados Unidos). Pero este éxito no parece haber calado entre la población.

El sistema de salud pública español ha recibido una paliza, pero está en mucha mejor forma que el británico, según los parámetros internacionales habituales (por ejemplo, el 7º en la clasificación de la Organización Mundial de la Salud, frente al 18º del Reino Unido). La mayoría de los españoles, sin embargo, no lo saben. España también supera al Reino Unido en esperanza de vida media: 83,5 años frente a los 81,2 de 2019 antes de la pandemia, que redujo la esperanza de vida en ambos países. Hace 50 años, la esperanza de vida de España era de 71,6 años y la del Reino Unido de 72,3.

España puede y debe estar orgullosa de los más de 40 años de democracia y de los logros económicos, sociales y culturales, aunque siempre se puede mejorar. España es uno de los pocos países que ha pasado de una renta media a una alta. Pero se vende mal y no desprende la confianza que merece. Nadie es más duro con los españoles que ellos mismos, y además son especialmente sensibles y tienen la piel muy fina con lo que dicen los extranjeros sobre ellos. Pocos países son más autocríticos. Es como si los españoles hubieran creado una especie de leyenda negra moderna sobre ellos mismos.

Este complejo de baja autoestima/inferioridad se remonta, de forma simplista, a la decadencia del vasto imperio español, una historia sangrienta de 53 golpes de Estado, siete constituciones y tres guerras civiles carlistas entre 1812 y 1935, seguidas de la Guerra Civil de 1936-39 y la dictadura franquista de 36 años hasta 1975. Partes del pasado son idealizadas por los dos extremos del espectro político, la derecha dura de VOX y la izquierda dura de Unidos Podemos, para sus propios intereses particulares.

Feria, la novela autobiográfica más vendida de Ana Iris Simón, se nutre de la nostalgia por un pasado reciente que se romantiza. "Tengo envidia de la vida de mis padres a mi edad", dice la frase inicial de la autora de 30 años.

El régimen franquista, con su nacionalcatolicismo y su exclusivo discurso anti-España (todos los contrarios a una determinada idea de España), desvirtuó el patriotismo natural que todos los países muestran. Como resultado, las muestras de patriotismo se han asociado a ese régimen. En general, los españoles, salvo los partidarios del nacionalismo de extrema derecha, son reacios a hablar abiertamente de la patria o a ondear la bandera nacional, aunque ésta sea de todos.

¿Cómo se puede superar la baja autoestima? A principios de este año, el Ministerio de Asuntos Exteriores lanzó una segunda entrega de la campaña "Spain for Sure" para reforzar la reputación del país en el extranjero y la autoestima de los españoles. A diferencia de la primera campaña, en la que participaron españoles conocidos como el campeón de tenis Rafa Nadal y el cocinero estrella José Andrés, la segunda entrega incluyó a personalidades extranjeras que viven y trabajan en España como el bodeguero danés Peter Sisseck, que ha llevado el vino español a lo más alto del mundo, la cantante cubana Lucrecia Pérez y el entrenador de fútbol argentino del Atlético de Madrid.

Este esfuerzo, sin embargo, tuvo poca repercusión. Que unos famosos digan cosas bonitas de un país con un telón de fondo de lugares emblemáticos durante unos segundos no va a cambiar la percepción de la gente, ni dentro ni fuera del país.

En mi opinión, hay dos factores fundamentales que deben cambiar: un sistema educativo (hasta los 16 años) que dedica poco tiempo a explicar los avances del país desde el final de la dictadura franquista y a situarlos en un contexto internacional, lo que ha hecho que los menores de 30 años desconozcan en gran medida los logros alcanzados, y una clase política permanentemente en guerra y, por tanto, incapaz de forjar consensos y compromisos plurianuales duraderos en cuestiones clave.

Entre estos temas se encuentran la educación (altas tasas de abandono escolar y repetición de curso), las pensiones (un déficit estructural insostenible), el mercado laboral (disfuncional) y el federalismo asimétrico. Y cuando se aprueban las reformas, con demasiada frecuencia se deshacen cuando toma posesión un nuevo gobierno de distinto color político.

El cortoplacismo de los sucesivos gobiernos desde 2015, cuando se rompió el sistema esencialmente bipartidista de los gobiernos del Partido Popular o de los socialistas con la llegada al parlamento de dos nuevos partidos -Podemos y el pretendidamente centrista Ciudadanos (agravado en 2019 con la entrada de VOX)- ha dejado al país parado.

La sociedad española, con la excepción de Cataluña, no se ha radicalizado como lo ha hecho la clase política. Está dispuesta a hacer sacrificios, como hizo durante la Gran Recesión de 2008-14, si está convencida de que son los mejores (y a largo plazo) intereses de la mayoría. Pero lo que ven es el deprimente espectáculo de los diputados bramando unos contra otros.

Manuel Valls, ex primer ministro francés que también tiene la nacionalidad española, dice que los españoles deben preguntarse qué significa ser español para forjar un proyecto común como nación.

En el polarizado y fragmentado clima político actual, eso es casi imposible, pero, como dice la expresión española, "la esperanza es lo último que se pierde".   
           (   , Real Instituto Elcano, 18/11/2021)

29/11/21

España es un país muy vivible, con una sociedad, pese a todo, muy sana, líder en estadísticas internacionales de tolerancia, de generosidad y respeto hacia el otro, de ausencia de chovinismo. Como apunta Diego Díaz, los erasmus que vienen en masa nos suelen percibir como un país más bien progre... Si lo que quieres es una involución autoritaria, tienes que negarte a reconocer todo eso.

 "Con algunas excepciones, escribe Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987), la bandera de España es actualmente una enseña partisana vinculada a las derechas. En su ensayo Los nuevos odres del nacionalismo español (Trea, 2021), traza un camino desde el gol de Iniesta en el Mundial de Sudáfrica hasta las concentraciones negacionistas del virus en la Plaza de Colón de Madrid.

 Por ese sendero, pretendidamente oscilante entre lo inspirador y lo victimista para sus protagonistas pero exclusivo y poco iluminado para cualquiera en sus márgenes, discurren Hernán Cortes, Blas de Lezo, Elvira Roca Barea, el programa Masterchef o C. Tangana.

Habla de “la década –esta última– prodigiosa del nacionalismo español”. ¿Cuáles serían sus características y momentos decisivos

En el libro acuño una metáfora religiosa para referirme a los tres niveles de distinta complejidad propagandística en los que tiene que ser eficaz cualquier fe -y el nacionalismo es una fe, una religión secular- para expandirse: se necesitan teólogos, misioneros y catequistas. Se necesita la apología compleja del teólogo, al Tomás de Aquino que escribe decenas de páginas abstrusas sobre la Santísima Trinidad, pero también la capacidad del catequista y del misionero para encapsularlas en formas contundentes e inmediatamente eficaces: el San Patricio que explica la Trinidad enseñando un trébol de tres hojas a los paganos irlandeses; tres hojas en una misma planta.

En los últimos diez años hemos visto al nacionalismo español encontrar un éxito fastuoso para Imperiofobia, de María Elvira Roca Barea, un libro con treinta y tantas ediciones, para los cuadros de Augusto Ferrer-Dalmau o un boom de la novela histórica y, en el límite, para los gritos y consignas fanfarronas provenientes del deporte: “soy español, ¿a qué quieres que te gane?”. Todos esos productos vehiculan el mismo mensaje, la excepción de lo hispano, a distintos niveles de complejidad y todos son exitosos.

¿Cómo resumiría la importancia del gol de Andrés Iniesta en el Mundial de 2010, y la de la selección española de fútbol en general, para la pérdida de complejos a la hora de agitar la bandera rojigualda?

Eric Hobsbawm decía, para ilustrar la potencia nacionalizadora del fútbol, que el aprendizaje de la nación es más fácil cuando la reduces a once tipos de los que te conoces los nombres. Once tipos que, además, proceden de todos los rincones del país. Después de aquella victoria, hubo una cobertura periodística que a mí ya me llamó la atención entonces, convertir en platós los pueblos pequeños de los que procedían los futbolistas: Fuentealbilla, Tuilla, Arguineguín, Camas. 

Y cuando un futbolista no era oriundo de un pueblo, se le buscaba. Casillas es de Móstoles, pero los periodistas se van a Navalacruz, siempre con el interés de realzar un origen humilde: los primeros partidos en descampados o los trabajos proletarios de los padres. Once aldeanos unidos en pos de una gesta de alcance universal es un arquetipo mitológico muy viejo que el nacionalismo ha instrumentalizado también, y que el español utiliza en ese momento en el que hay una euforia que nos arrastra a casi todos. Se rompe un hechizo.

Alejandro Quiroga explica muy bien que había una narrativa de la furia y del fracaso sobre la Selección que trascendía el fútbol y se convertía en una narrativa sobre la propia nación española. Los comanches hablaban de la luna del gusano que, en marzo, veían que hacía emerger los gusanos del fondo de la tierra, que removían y renovaban así para la práctica de la agricultura. El gol de Iniesta fue eso, un revulsivo que renovó la tierra para la agricultura nacionalista española. Después, el Procés, que resignifica en sentido agresivo cosas festivas que el Mundial había sacado a la luz, como la cuelga de banderas de los balcones o el “a por ellos”, iría echando el abono.

Pone ejemplos acerca de cómo el nacionalismo español ha preferido construir un relato victimista, como el de Annual. Un mundo al revés, apunta, donde el invadido persigue al invasor, la metrópoli a la colonia o idiomas minoritarios a grandes lenguas mundiales. Hemos visto también, no hace mucho, a la fundación y familia Franco presentándose como “víctimas de un atropello” de la democracia. ¿Esto es un caso peculiar si lo comparamos con otros países? ¿Por qué sucede?

Daniele Giglioli explica bien cómo la víctima se ha convertido en el arquetipo heroico de nuestro tiempo, frente a épocas anteriores que ensalzaban al combatiente. La condición de víctima es codiciada, porque ennoblece, porque apaga las críticas que pudieran hacerte, y los opresores buscan hoy la manera de presentarse como oprimidos. El coche perseguido por el peatón, los blancos por los negros o, sí, la familia Franco por la memoria histórica. Y el nacionalismo español también hace eso.

En el límite, Roca Barea dice en Imperiofobia que hay una fobia a los imperios que es un “racismo hacia arriba” tan repugnante como el “racismo hacia abajo”, y que el odio al Imperio español es a ese racismo hacia arriba lo que el antisemitismo al racismo hacia abajo. En cuanto a Annual, hay un resurgimiento del mito del Regimiento Alcántara, un regimiento que se vuelve contra los insurgentes rifeños que perseguían al Ejército español en desbandada para sacrificarse por sus compañeros protegiendo su huida. Guillermo Díaz, de Ciudadanos, pedía en el Congreso una celebración oficial y la pedía caracterizando la gesta en términos victimistas.

Pero España no era víctima en el Rif: aquella fue nada menos la primera guerra colonial en la que se utilizó gas contra población civil. ¿Es esto peculiar en relación con otros países? En realidad, no: esta tendencia al ensalzamiento de la víctima en detrimento del combatiente sucede en todas partes. Que lo que sucede en España no es especial en nada, sino que para todo se inserta en oleadas mundiales, es otra cosa que procuro transmitir en el libro.

En cuanto al feminismo, llama la atención, de nuevo, otra paradoja: la de un victimismo nacionalista español integral que sin embargo hace una excepción con las mujeres, a las que, apunta en el libro, no se les suele conceder el rol de víctimas.

En el libro hablo del feminismo antifeminista, algo que se detecta, sobre todo, en la novela histórica, que asiste a un boom: un discurso de liberación femenina que lo que dice es que acá en España las mujeres son libres desde siempre, e incluso gobernantes; que España se caracteriza por el matriarcado. Esto te lo encuentras en Javier Santamaría o en Isabel San Sebastián, que hace una instrumentalización islamófoba de todo esto como la que Sara R. Farris nos advierte en En nombre de los derechos de las mujeres, un libro sobre cómo las ultraderechas envuelven su discurso antiislámico de un falso discurso feminista.

En los últimos días se ha hecho público que en la empresa que desde el ultraconservadurismo se ha identificado con cierta progresía como La Españita Movistar, lo que existían eran presiones contra chistes de Vox y la Casa Real. ¿Cree que este tipo de revelaciones pueden pasarle factura social y electoral al partido que, también con un relato de perseguido y rebelde, se autoerige como representante del nacionalismo español? 

Soy pesimista. Decía Victor Hugo que no hay nada tan poderoso como una idea a la que le ha llegado su hora. Cuando eso sucede, no hay revelación que te arruine el paseo triunfal. A esta idea parece haberle llegado su hora. Y tenemos experiencia histórica en que desmontar los bulos de los fascistas no arruina el progreso de los fascistas.

En un subcapítulo del libro comparo nuestro 11-M con el Caso Dreyfus: un trauma nacional, inserto en odios tradicionales, al islam en España, a Alemania en Francia, que reduce la complejidad de la pugna política a dos bandos irreconciliables. Y en base al cual tratan de justificarse involuciones autoritarias que apelan a una idea de contubernio del que formaría parte la izquierda, entendida como una quintacolumna de ese enemigo atávico. Y que utiliza bulos; embustes aberrantes. Bulos contra los masones en aquella Francia, por ejemplo, que propagaban cosas disparatadas en las que sin embargo la gente creía, y, como advertían desesperados algunos intelectuales lúcidos, seguía creyendo después de que se demostrara que eran embustes.

El nacionalismo español, algunas veces, parece amar España pero reventarle los españoles. Esta cosa de que España maltrata a sus héroes, de que somos un país de envidiosos. Es algo que se puede ver hoy en el carácter amargo, malencarado, reaccionario en el sentido literal de la palabra, que tiene casi todo enarolamiento de la bandera. ¿Se oculta en el fondo del nacionalismo español una paradójica desconfianza hacia lo español?

Eso se ve bien en alguien de quien hablo bastante en el libro. Arturo Pérez-Reverte, una persona con un discurso tremendista sobre la nación española, que en sus textos se regodea siempre, de una manera febril, en esa cosa de que somos un país cainita, fratricida, incorregible, irreformable, etcétera. El lloro ese de que “España maltrata a sus héroes” también hace aparición por doquier, por ejemplo, en las entrevistas a novelistas históricos, convertido en un sonsonete plomizo.

Albert Camus pensaba en todo esto cuando decía que amaba demasiado a su país para ser nacionalista. El amor nacionalista, amor es, pero un amor posesivo, celoso, un amor de maltratador. No ama el país real, sino el ideal que quisiera construir y al que el real se empeña en no parecerse. El corolario lógico de todo esto es el autoritarismo, el anhelo de un cirujano de hierro. Puesto que el país se niega a parecerse a su versión ideal por las buenas, habrá que hacerlo alcanzar ese ideal por las malas. No en vano Reverte demoniza, también en tonos febriles, la política parlamentaria, pero siempre habla bien del mundo militar.

Es llamativo el poco pecho que saca el nacionalismo español con respecto a cuestiones que también apunta en el libro, como podrían ser una cohesión social (pone el ejemplo de las insurrecciones de los suburbios en Francia) o un funcionamiento de la justicia (el ejemplo mira en este caso a cómo esta acabó con el narco gallego o el gilismo) más afinados que en otros países. Tampoco ha pasado con una vacunación que sí ha sido alabada en la prensa internacional. ¿Cómo se explica ese fenómeno?

Es que, frente a ese paisaje funesto que pinta Reverte, España es, por el contrario, un país muy vivible, con una sociedad, pese a todo, muy sana, líder en estadísticas internacionales de tolerancia, de generosidad y respeto hacia el otro, de ausencia de chovinismo. Como apunta Diego Díaz, los erasmus que vienen en masa nos suelen percibir como un país más bien progre. Pero aquí sucede un poco aquello de “que la realidad no te estropee un buen titular”. Si lo que quieres es una involución autoritaria, tienes que negarte a reconocer todo eso. Tienes que inventarte un incendio para presentarte como el bombero. Si convences a la sociedad de que es una fortaleza asediada, con una quintacolumna dentro además, la podrás convencer de tomar medidas que no aceptaría si no estuviera asediada.

Como asturiano, una tierra frecuentemente reivindicada en la idea de España, ¿qué papel ha cumplido ese nacionalismo centralista allí y qué cosas están cambiando a tenor del movimiento que se percibe desde fuera en favor de la oficialidad de la lengua asturiana?

Asturias es la región española que menos rompió con el relato de ella que había hecho el franquismo; con la misión que el franquismo le había asignado. Hay un regionalismo franquista que asigna a cada región una gloria y una misión nacional. La gloria de Extremadura son los conquistadores, la de Aragón los Sitios de Zaragoza, la de Granada su toma… Hoy Vox recicla eso cuando reclama cambiar fiestas oficiales y que, por ejemplo, la de Badajoz sea su conquista cristiana y no su fundación islámica, o la toma de Granada pase a ser la de Andalucía.

Y la gloria de Asturias, claro, es Covadonga, ser la cuna de la nación española, y su misión ser la Covadonga de cada momento histórico; algo así como la reserva espiritual de España; el lugar que se alzará en defensa de la nación y la reconquistará cuando todos los demás hayan claudicado. Una idea que incluso reciclará la izquierda: el mito de octubre del 34 no deja de parecerse a una Covadonga obrera. Asturias, “sola en mitad de la tierra” como dice el poema de Garfias y la canción de Víctor Manuel, hace la revolución que iba a ser española, a salvar España del fascismo, pero los demás no han tenido el valor de hacer.

Asturias, en esa cosmovisión, como buena madre, debe ser abnegada; no pensar nunca en sí, sino solo en sus hijos. Cuando nuestro anterior presidente, Javier Fernández, rechazaba oficializar la lengua asturiana apelando a una idea de responsabilidad, de no importunar a España añadiéndole una lengua cooficial y un nacionalismo más -con esa idea imbécil de que una cosa lleva necesariamente a la otra-, cuando incluso se negaba a exigir infraestructuras y transferencias a las que tenemos derecho porque eso sería egoísta, bebía un poco de eso. La oficialidad que ahora el PSOE sí apoya ha pasado a ser posible gracias a un cambio generacional que ha empezado a desprenderse de esos lastres mentales.

Tanxugueiras, grupo del que habla en el libro, ha anunciado que presentará candidatura a Eurovisión. Tres pandereteiras jóvenes que rehacen con perspectiva feminista y en su lengua el folclore gallego pueden representar a España en ese festival. ¿Cree que vivimos un momento especialmente dulce en cuanto a la recuperación de raíces no necesariamente, ni precisamente, alineadas con la idea de lo español? Pienso en Rodrigo Cuevas, Califato ¾, Tarta Relena o la recuperación del músico castellano Agapito Marazuela a través de los Hermanos Cubero o reportajes en la televisión pública.

Hay, en general, un momento de interés en la tradición y el folclore que tiene las dos vertientes que Jean Jaurès veía en la reivindicación de la tradición y expresaba con una frase preciosa: tradición, decía, no es preservar las cenizas, sino mantener encendida la llama. Hay un tradicionalismo de las cenizas, reaccionario, que venera una tradición embalsamada, y un tradicionalismo de la llama, progresista, que bebe de la tradición pero la renueva. Tanxugueiras es un ejemplo particularmente bueno de ese tradicionalismo progresista que muchas veces, en efecto, no se alinea con “lo español”, sino que abarca un radio más pequeño, más local, más de proximidad. Pero hay propuestas cuyo ámbito sí es español, solo que de una España construida desde abajo, a partir de la yuxtaposición de propuestas locales que mantienen su identidad diferenciada, no de derramar desde arriba un imaginario castizo que lo homogeneíce todo. El Joaquín Díaz que hace cincuenta años hacía un disco maravilloso, Recital, con canciones populares asturianas, navarras, catalanas, castellanas o hasta sefardíes. O, ahora, Rodrigo Cuevas, que renueva el folclore asturiano pero, en sus discos, también integra muñeiras gallegas o fandangos manchegos.

Habla también de una serie como El Ministerio del Tiempo. En ella, un actor que interpreta a Federico García Lorca llega a decir que “ha ganado él”, no quienes le asesinaron. Aparece Clara Campoamor, pero no Federica Montseny. En el ensayo se alude también al programa Masterchef. ¿Qué papel nacionalizador cumple este tipo de productos?

Aquella escena entusiasmó a la mayor parte de mis amigos de izquierda, pero a mí me pareció deleznable. Significaba presentar, no al Lorca que firmaba un manifiesto en defensa del Frente Popular, sino a un Lorca ególatra, a quien ver que en 1979 se pone música a sus poemas basta para reconciliarse con su propio asesinato de, textualmente, “dos tiros en el culo, por maricón”, y con cuarenta años de dictadura. En esa serie en la que Suárez sale un par de veces por temporada y Franco sale varias, Azaña, Largo Caballero, Negrín, Federica Montseny, ni están ni se los espera, y cuando hace aparición un personaje republicano, es para validar el discurso de la Transición, como Lorca ahí o Clara Campoamor en otros momentos.

Y yo hablo de eso en un capítulo sobre la Cultura de la Transición en el que también me fijo en la gastronomía. Masterchef, un concurso muy atractivo y con mucha audiencia, hace también pedagogía patriótica: rueda, por ejemplo, en exteriores en escenarios que permiten hacer una defensa de instituciones tradicionales como el Ejército, la Iglesia o la tauromaquia. Hay una gastropolítica al servicio del correr un tupido velo delante de los problemas y heridas de la sociedad del que el mejor ejemplo es peruano: allá se utiliza la peculiar gastronomía nacional, resultado de una fusión europeo-amerindio-asiática, y el éxito internacional de cocineros como Gastón Acurio, para vehicular un discurso de paz social, de mestizaje feliz, que ocluye las grandes divisiones racistas y clasistas que siguen atravesando a la sociedad de ese país. En España también hay una gastropolítica que utiliza el éxito de José Andrés o Ferran Adrià y que se utiliza para lanzar un discurso de unidad y orgullo patrióticos muy parecido al que instrumentaliza la selección de fútbol en un momento en el que arrecian las tensiones interterritoriales: sentémonos todos a la misma mesa; cocinemos todos en la misma cocina.

Siguiendo con la cocina, menciona también el popular meme o canon de la paella o la omnipresencia de la añoranza alimentaria en Españoles por el mundo. Escribe “junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia del salchichón”. ¿Qué relación guarda, si es que alguna, el nacionalismo más derechizante con la carne y la reacción a una pretendida amenaza vegetariana? No es extraño ver un paralelismo a la reacción machista contra el avance del feminismo en las fotos de carne por lo demás maltratada, casi calcinada, que recorrieron no hace mucho las redes.

Me fijo en cómo algunos cánones férreos que hoy creemos antiquísimos son del otro día, como quien dice. El de la paella valenciana se fijó a principios de los noventa, y hoy atizamos a Jamie Oliver por echarle chorizo, pero en el siglo XIX, el autor de un recetario enumeraba los ingredientes canónicos de la paella, contaba entre ellos el chorizo y decía que cualquier alternativa era un sacrilegio. Y me fijo también en la relación que existe hoy entre esa clase de talibanismo gastronómico y la emigración, en un momento en que se ha obligado a la juventud del país a emigrar masivamente.

Cuando ves Españoles por el mundo, no hay persona a la que entrevisten que no exprese una añoranza gastronómica, algo con respecto a lo cual hago yo esa broma parafraseando el famoso salmo: “junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia de Sion”. El país del que uno ha tenido que irse es el Templo perdido para esos emigrantes que gestionan esa pérdida del mismo modo que el rabino Yohanan ben Zakai resolvió el dilema de cómo ser judíos sin Templo después de la destrucción del de Jerusalén: convirtiendo la Torá, la Ley, en un Templo portátil que, para serlo, para seguir unificando la diáspora judía y evitar que se disgregase, que se diluyese, tenía que tener leyes muy férreas.

En general, en un mundo que se licúa, en el que todo lo sólido se desvanece en el aire, fijamos cánones a los que aferrarnos. En cuanto a lo que me preguntas sobre la carne, cito un apunte muy bueno de Esteban Hernández sobre la épica del chuletón; cómo el nacional-populismo convierte algunos alimentos en marcadores castizos. La carne, pero no solo la carne: cuando se señaló, con toda la razón, que la imagen promocional de los Conguitos era racista, toda la ultraderecha en pleno se volcó a hacerse fotos comiendo Conguitos.

Más País no se llamó Más España. ¿Se puede resignificar la bandera rojigualda, España misma, desde la izquierda?

Es un debate interesante sobre el papel y que a mí ha llegado a seducirme en algún momento. Pero hoy soy muy escéptico. Quienes primero lo lanzaron se fijaban en las experiencias latinoamericanas que conocían bien, y donde lo nacional-popular tiene una fuerza tremenda. Pero las mitologías nacionales latinoamericanas son muy distintas de las europeas. Allá están vinculadas a insurrecciones republicanas, libertad, igualdad, fraternidad; acá, a construcción de imperios, limpiezas étnicas, que todos los países europeos han hecho en algún momento.

Pinochet tuvo que convocar un plebiscito sobre su propia continuidad, que perdería, obligado en parte por esa mitología que él había instrumentalizado, presentándose como un libertador, pero cuyo chicle no podía estirar indefinidamente para justificar una dictadura muy larga: la gente sabía que los libertadores se habían alzado por lo que se habían alzado.

Acá sucede todo lo contrario: en materia de simbología nacionalista, somos nosotros, la izquierda, los que jugamos en el campo del rival. Es cierto que la rojigualda fue la bandera de Riego y la de la Primera República, pero hace ya demasiado tiempo de eso. En cuanto apareció el movimiento obrero, rechazó esa enseña, y todos nuestros mártires morirían después envueltos en otra. Tampoco hay que olvidar una cosa: la bandera ya fue resignificada por la derecha. Durante los primeros veinte años de la democracia restaurada tras la muerte de Franco sí fue una bandera más o menos transversal, que si era rechazada era rechazada en base a un “nada de banderas” que también se desentendía de la tricolor. Pero a finales de los noventa, la coincidencia de una serie de factores hizo que la bicolor pasara a ser una bandera de parte. Habría que resignificar la resignificación, y eso es más difícil que apropiarse de un símbolo neutral."                    

(Entrevista a Pablo Batalla Cueto, colaborador de 'La Marea' y autor del ensayo 'Los nuevos odres del nacionalismo español', Ignacio Pato, la Marea, 25/11/21)

16/6/21

James Rhodes, pianista: "Inglaterra es cara, sucia y racista"... "España es de puta madre"

 "El pianista James Rhodes ha asegurado en una entrevista en La Contra de La Vanguardia que "como país España es de puta madre". "Tienes de todo y el ritmo de vida, la gente, siempre están con los brazos abiertos. Para mí es flipante, inspiradora: aquí tengo lo que quiero y mucho más", ha destacado.

Rhodes, al que el Gobierno español le concedió la nacionalidad por ser "símbolo de la nueva España", ha explicado "he vivido toda mi vida en Inglaterra" y, según ha dicho, "es cara, sucia y racista". "Comparado con Londres, esto es mi Disneylandia. Aquí todo es sencillo", ha sentenciado.

Finalmente, el pianista ha afirmado que aquí "todo es posible". "Políticamente en España estamos jodidos, pero al igual que en Inglaterra, Alemania, EEUU ... Como en todas partes", ha alegado."         (e-notícies, 11/06/21)

21/4/21

España construye la nación, como los otros estados, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y es sujeto político con la Constitución de Cádiz de 1812. Su proceso es igual de exitoso que el del resto de países europeos. La diferencia se centra en que cuando esos países tienen colonias, España está a punto de perder las suyas, y eso se transforma en una idea de fracaso, que da lugar a un auge de los nacionalismos periféricos

 "Tomás Pérez Vejo (Caloca, Cantabria, 1954) es profesor investigador en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México. Asegura que cuando llega a España se encuentra con una “jaula de grillos”, y que el mensaje de Iñaki Gabilondo, que ha señalado que España “no funciona”, y que por eso quiere tomar distancia, le ha afectado profundamente. 

Pérez Vejo cree en la Transición y en el desarrollo que ha alcanzado España. Acaba de publicar 3 de julio de 1898, el fin del Imperio español en Taurus, que ha divulgado una serie de obras centradas en un día de la Historia de España.  (...)

--Pregunta: ¿El concepto de nación, la nación española, se interioriza con la pérdida de Cuba en 1898? ¿Es por ello por lo que se ve como un desgarro nacional?

--Respuesta: Es una idea central en el libro y tiene relación con la construcción nacional de España, que a lo largo del siglo XIX habría sido más exitosa de lo que se ha entendido durante mucho tiempo. En 1821 se pierden territorios americanos, en el sur de Estados Unidos, y no se percibe como una catástrofe. Pero con Cuba se produce un psicodrama colectivo

Lo que señalo es que aquellos territorios los pierde la Monarquía católica, pero Cuba la pierde la nación española, que cobra carta de naturaleza con la Constitución de Cádiz. En la Guerra de Cuba combaten soldados españoles, y la derrota se interioriza como una tragedia para la nación. Lo que demuestra eso es que España fue capaz de construir una identidad nacional, desarrollada por las clases medias del país.

 --Entonces se rechaza esa idea que defienden algunos autores, presente en la historiografía, de que España primero es un Imperio, luego un Estado y que no acaba nunca de construir la nación.

--Mi argumento es el contrario, sí. Cuando se afirma que España tiene muy pronto un Imperio, y que después no puede construir la nación, se parte de un concepto nacionalista, porque se identifica la monarquía con la nación española. Y eso no se puede establecer de esa manera. 

España vive un proceso muy parecido al de otros países de su entorno europeo. Construye la nación, como los otros estados, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y es sujeto político con la Constitución de Cádiz de 1812. Su proceso es igual de exitoso que el del resto de países europeos. La diferencia se centra en que cuando esos países tienen colonias, España está a punto de perder las suyas, y eso se transforma en una idea de fracaso, que da lugar a un auge de los nacionalismos periféricos.

--Esos nacionalismos periféricos, el vasco y el catalán, ¿son oportunistas, por tanto, cuando, --en el caso del nacionalismo catalán es muy claro--- se habían beneficiado de los negocios con Cuba?

--Sí, claramente. Además, se puede ahondar en una idea y es que el nacionalismo español más temprano y exitoso arraiga en Cataluña y País Vasco. Son las regiones más modernas del país y el sentido de patriotismo entre catalanes y vascos que se produce con las Guerras de África es enorme. Pero con la pérdida de Cuba pasan dos cosas. La relación de Cataluña es enorme, y, por tanto, la pérdida supone perder el mercado colonial. Y se plantea un dilema: para qué se quiere un Estado que no protege ese mercado.

 Si España es una nación que fracasa, nadie quiere formar parte de esa nación. Esa idea sigue presente, permea en el discurso nacionalista catalán hasta ahora. Esa idea de que se está más cerca de Europa, de que no se quiere formar parte de algo decadente, de que no se quiere formar parte de una nación muerta. Y, la otra cuestión que surge con Cuba, es que se produce un nacionalismo español doliente, de que es una nación fracasada, y que la solución es Europa. Cuba, por tanto, afecta a los nacionalismos periféricos, y también al nacionalismo español.

 --En cualquier caso, desde el punto de vista práctico, ¿esa pérdida de Cuba fue más ficticia que real? ¿Fue más una interiorización por parte de las elites intelectuales de que era un fracaso?

--Eso es de las cuestiones más interesantes que pasan con Cuba. Cuando uno analiza los datos económicos, se comprueba que España ocupa un lugar similar en relación al resto de países europeos. No se trata de un hundimiento económico. Fue una crisis intelectual, pero no económica. Eso se explica porque la economía cubana no estaba integrada en la española, sino en la americana. La producción de azúcar, en todos esos años noventa, se vendía en un 90% a Estados Unidos, no a España.

--En todo caso, sí es un problema para la población cubana, que mantiene un sentimiento español.

--Sí, uno compara lo que sucede con el resto de países americanos, y comprueba movimientos hispanófobos. Se producen exclusiones, como en México, pero no en Cuba. Un texto de José Martí, hijo de valenciano y de canaria, lo señala con claridad cuando dice que los cubanos no tienen ningún problema con los españoles, pero sí con el gobierno español. Y, de hecho, llegaron muchos más españoles a la isla después de la independencia de Cuba. Fue un proceso favorecido por los propios cubanos, tras la Guerra, y después de quedar bajo la órbita de Estados Unidos.

--Eso fomentó una tragedia entre los cubanos, que dejaron de ser considerados como españoles, ¿no?

--Eso constituyó un drama. El Gobierno español decidió cortar esa relación, y declara que los nacidos en Cuba no serán españoles. Y es dramático para muchos que habían luchado al lado de los españoles, y son obligados a ser cubanos. Eso tiene implicaciones morales muy fuertes.

 --Por tanto, ni España fue diferente a otros países en relación a la construcción nacional, ni la crisis del 98 debería haber dado para tanto. ¿Se exageró toda esa pérdida?

--Yo lo enmarcaría con la historiografía de los últimos años, que ha cuestionado esa supuesta excepcionalidad española. Lo más curioso es que el caso español está marcado por una idea doliente. Los ingleses, por ejemplo, se han creído excepcionales porque se han visto como los mejores. En España, en cambio, la excepcionalidad se subrayaba por considerarse los peores. Es sorprendente. Se manejó esa idea dentro de Europa y se potencia luego con el lema franquista de España es diferente. 

La diferencia, en todo caso, hay que verla en el auge de los nacionalismos periféricos. La construcción nacional de España no fue un fracaso en el siglo XIX. Y si se llega a conclusiones diferentes se debe principalmente al afecto deslegitimador que tuvo el franquismo, ya en el siglo XX. Pero en cuanto a la construcción nacional no hay ninguna diferencia con el resto de países europeos.

--Sí hay, en cambio, oportunidades que se dejan escapar, entiendo, a partir de la Constitución de 1876, que no se reforma, y se llega a la dictadura de Primo de Rivera de 1923.

--Hay un periodo, efectivamente, que no se aprovecha. Las élites de la Restauración tienen un gran miedo en ese momento, con la pérdida de Cuba. El temor es que se produzca un golpe de estado carlista o una revolución de carácter socialista. Son élites atenazadas, que no toman decisiones, con un gran miedo a que acabe el régimen de la Restauración.

--El caso es que España está muy marcada por la generación del 98, por esa influencia intelectual, que habla de fracaso. ¿Hasta qué punto ese movimiento fue algo nocivo, perjudicial para el desarrollo posterior, aunque desde el punto de vista literario se siga alabando?

--Eso me ha planteado un problema conmigo mismo, porque, por un lado, no se puede negar la calidad e influencia literaria de la Generación del 98, con Antonio Machado o Unamuno. Sin embargo, sí me atrevo, y señalo de nuevo mi disgusto, a decir que el movimiento tuvo un efecto absolutamente nocivo para vivir nuestro pasado. Esa idea del que inventen ellos, es demoledora. Y tiene un agravante y que la sombra del 98 prolonga hasta nuestros días, esa idea de la geografía de Castilla, es una visión esencialista muy nociva.

 --Es un regodearse en lo negativo.

--Sí, es esa visión de las ciudades castellanas decadentes, que ven una belleza poética, lo que no deja de ser una pornografía de la miseria. Y deriva en un proyecto que se basa en que debemos aferrarnos a eso.

--Pues podemos estar en una situación similar ahora.

--Tengo la impresión, --y vivo en México—, de que hay una obsesión en los medios periodísticos e intelectuales por esa visión negativa del país. Y, objetivamente, para quien haya vivido en España o en distintos países, no somos los mejores, pero tampoco tenemos un país desastroso. Sin embargo, esa idea de que para ser intelectual debes ser un pesimista, se mantiene.

 --Continuamos como tras la pérdida de Cuba. Cuando se percibe que algo no funciona, entonces nos vamos. Ese ha sido el discurso del independentismo catalán en estos años. ¿Se trata de un chantaje permanente?

--Las naciones son proyectos de futuro. Cuando esos proyectos fracasan, pues pensamos en irnos. En el caso del nacionalismo catalán es evidente. El proceso independentista no se entiende sin la crisis económica de 2008. El problema es que cuando en algunos territorios hay mayorías que no quieren un determinado proyecto, se aprovecha cualquier circunstancia.

--El nacionalismo catalán niega la propia existencia de la nación española. ¿Es ese el problema?

--Sí, pero es el problema del nacionalismo identitario. El nacionalismo catalán es igual al nacionalismo español. En el caso del español, se diría que desde Altamira ya hay españoles. Y lo mismo respecto al catalán, al entender que hay algo previo a la voluntad de los individuos. No hay diálogo posible en esos casos. Hay una exclusión mutua, porque no puede ser catalán el que se sienta español, o no puede ser español el que se sienta catalán. En mi planteamiento, la nación es una organización instrumental. La nación no existe, se cree en ella. Y habrá naciones en la medida en la que se crea en ellas.

--Pero se suponía que con la Constitución de 1978 se había llegado a un gran consenso sobre todo eso.

--Yo suponía que viviría en un país normal, que se preocuparía de la sanidad o de la educación, sin más preguntas metafísicas. Y cada vez soy más pesimista, porque resurge el debate sobre lo que es o no es España. Y me parece que eso se debe al legado nocivo del 98, lo de España como problema o Cataluña como problema.

--Claro que se podría interpretar como algo que le pasa también a otros. Tampoco sería España diferente ahora, si vemos lo que sucede en el Reino Unido, que se podría desmembrar en poco tiempo, con Escocia o Irlanda del Norte unida a la República de Irlanda.

--Me parece interesante ese debate, porque desmiente, de nuevo, la excepcionalidad española. Si había un estado que parecía no tener problemas de esa naturaleza era el Reino Unido. Hay un problema historiográfico, que es esa vieja manía española de compararse con Francia. Y Francia es más una excepcionalidad que un modelo. España se parece más al Reino Unido que a Francia. No hubo problemas en el Reino Unido mientras fue una potencia exitosa. El problema surge cuando entra en un proceso de reacomodación para ser una potencia estratégica. Y para un escocés ya no es atractivo, máxime cuando la gran mayoría de los escoceses votaron por seguir en la Unión Europea.

--Cuando Iñaki Gabilondo dice que España “no funciona” y que ya no sabe qué más decir, y se aparta, ¿qué le sugiere? ¿Cómo se arregla España?

--Las declaraciones de Gabilondo me produjeron un desánimo profundo, porque mi generación lo ha tenido como referencia durante décadas. No me atrevo a extrapolar con desencantos colectivos, pero me parece preocupante, porque Gabilondo siempre ha tenido sensibilidad para captar sensaciones colectivas.

--Porque, ¿se podría pensar en reformas, o las élites políticas son ahora como las de la Restauración, que muchos de los ‘nuevos’ políticos asocian al régimen del 78?

--Hay una clara voluntad de determinados sectores políticos de plantear la transición como una segunda Restauración. Cuando se habla de Historia siempre se habla del presente. Es una lectura injusta sobre lo que significó la transición, que es el momento más exitoso de la historia de este país, con unas generaciones con clara voluntad de llegar a acuerdos de forma razonable. Ahora, cuando llego a España, me encuentro una jaula de grillos, con insultos entre unos y otros, con un nivel de discusión política lamentable. Espero, en todo caso, que Gabilondo esté equivocado."                     (Entrevista a Manuel Pérez Vejo, Manel Manchón, Crónica Global, 31/01/21)

12/6/20

España ha sido declarado el mejor país del mundo para nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su territorio. Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia... España es el país de menor violencia de género en Europa, muy por detrás de las socialmente envidiadas Finlandia, Francia, Dinamarca o Suecia; el tercero con menos asesinatos por 100.000 habitantes, y junto con Italia el de menor tasa de suicidios

"Por organismos internacionales de toda solvencia España ha sido declarado el mejor país del mundo para nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su territorio. 

Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia. Pese al masoquismo antropológico de los españoles, este país es líder mundial en donación y trasplantes de órganos, en fecundación asistida, en sistemas de detección precoz del cáncer, en protección sanitaria universal gratuita, en esperanza de vida solo detrás de Japón, en robótica social, en energía eólica, en producción editorial, en conservación marítima, en tratamiento de aguas, en energías limpias, en playas con bandera azul, en construcción de grandes infraestructuras ferroviarias de alta velocidad y en una empresa textil que se estudia en todas las escuelas de negocios del extranjero. Y encima para celebrarlo tenemos la segunda mejor cocina del mundo.

Frente a la agresividad que rezuman los telediarios, España es el país de menor violencia de género en Europa, muy por detrás de las socialmente envidiadas Finlandia, Francia, Dinamarca o Suecia; el tercero con menos asesinatos por 100.000 habitantes, y junto con Italia el de menor tasa de suicidios. 

Dejando aparte la historia, el clima y el paisaje, las fiestas, el folklore y el arte cuya riqueza es evidente, España posee una de las lenguas más poderosas, más habladas y estudiadas del planeta y es el tercer país, según la Unesco, por patrimonio universal detrás de Italia y China.

Todo esto demuestra que en realidad existen dos Españas, no la de derechas o de izquierdas, sino la de los políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan."                (Manuel Vicent, El País, 18/11/18)

30/1/20

La nación española sólo puede ser cívica y pluralista porque ha superado su ciclo étnico y de exclusión. Ser español es vivir en un estado democrático y garantista con una tradición cultural vastísima... una comunidad solidaria de ciudadanos iguales...creación de la izquierda liberal... izquierda que tiene una tarea doble: desacreditar los procesos secesionistas y volver a creer en España como un vector de progreso

"(...)  Diagnosticas a los españoles baja autoestima nacional. Pero, ¿la afirmación de la nación "sin complejos" no es una prueba de complejo de inferioridad?
Hay una serie de expresiones asociadas a la españolidad, como esa, que no comparto: tener complejos no está mal. Otra es "estar orgulloso de ser español", una expresión que me chirría y que no uso nunca.
 No puedo estar orgulloso de algo que no es mérito mío, pero sí sentirme afortunado si comparo mi Estado con otros y veo que el mío es democrático y garantista y que haber nacido en España ha puesto a mi disposición una tradición cultural vastísima de la que me beneficio todos los días. Ser español no es un orgullo, es una suerte, no algo vergonzante, como la izquierda lo siente con frecuencia.
¿Qué le pasa a la izquierda con el nacionalismo?
 
La nación española, como comunidad solidaria de ciudadanos iguales, es una creación de la izquierda liberal, en concreto de los progresistas españoles del XIX, vascos, catalanes y gallegos incluidos. Azaña es el último gran representante de esa tradición. Tras la guerra civil, la nación ya no es liberal sino nacionalcatólica. La Constitución retoma el espíritu del nacionalismo liberal pero la práctica política no. 
Eso lleva a un eclipse de la nación liberal española, que queda sepultada por el recuerdo de la dictadura y por el prestigio de los nacionalismos periféricos. Hasta 2017, cuando el paroxismo del procés favorece que vuelva a concurrir una nación liberal que se siente legitimada para defender su legado y oponerse a la desmembración del territorio.
Pero lo que parece que ha despertado no es el nacionalismo liberal, sino el 'iliberal' de Vox.
 
Cierto. Es otro subproducto del procés: el nacionalismo identitario y defensivo, esencialista. Por fortuna, no lo tiene fácil, porque la nación española tal, tal como se configura en el 78, sólo puede ser cívica y pluralista. Ha superado su ciclo étnico y de exclusión. La prueba es que muchos de los planteamientos de Vox son inconstitucionales. 
¿Qué papel tiene la izquierda en la lucha contra el independentismo?
 
Fundamental. La izquierda tiene el poder prescriptor, educa sentimentalmente a la gente. Si en España hay consenso en que en septiembre del año pasado ocurrió algo muy grave es porque lo denunció alguien como Coscubiela. Es importante que la izquierda sancione negativamente el nacionalismo porque la gente joven escucha principalmente a la izquierda. 
Su tarea es doble: desacreditar los procesos secesionistas y volver a creer en España como un vector de progreso. La gente debe saber que España es algo valioso que es estúpido echar por la borda. El desafío de la izquierda es convencer a la juventud española de que España merece la pena incluso cuando la gobierna el PP."

3/12/19

El patriotismo constitucional: la idea de ciudadanía incluye la ciudadanía social... la nacionalidad o ciudadanía no se puede construir sobre lazos étnicos y culturales comunes sino en la práctica social y comunicativa de los propios ciudadanos... es la única forma de crear hoy un espacio de identificación común en Europa, el continente con la mayor diversidad étnica, cultural y lingüística del mundo...

"La idea del Patriotismo Constitucional (PC) nace en el contexto de la reunificación de Alemania hacia 1990: dos países con el mismo origen étnico y la misma lengua pero culturas políticas muy distintas entre sí. Intentaba definir un espacio común de encuentro identitario entre las dos Alemanias sin tener que recurrir a contenidos étnicos ni lingüísticos que podían generar una vuelta a la idea de nación de los años del nacionalsocialismo.

De hecho, el principio del derecho de sangre -la nacionalidad alemana se concedía en función de los ancestros- era aún el único vigente en este país hasta 1999 fecha en que se introdujo el derecho de suelo -ius soli- que concede la nacionalidad en función del lugar en el que se haya nacido tal y como sucede en Francia o los Estados Unidos desde hace ya mucho tiempo.

 La idea central del PC es que la nacionalidad o ciudadanía no se puede construir sobre lazos étnicos y culturales comunes sino en la práctica social y comunicativa de los propios ciudadanos, de un “plebiscito diario” como escribió Ernest Renan a finales del siglo XIX para -y esto es importante para entender el punto de vista de Renan- poder argumentar la pertenencia de Alsacia-Lorena a Francia, una región de origen étnico-cultural alemán incorporada a Alemania con la victoria militar del II Reich sobre Francia en la guerra de 1870/71.

Una idea central del PC es la necesidad de consensuar y respetar los procedimientos democráticos utilizados para llegar a posiciones y decisiones comunes. Esto es esencial pues sólo si se deciden previamente los procedimientos es posible conseguir que las decisiones tomadas en entornos pluralistas puedan llegar a ser respetadas por todos. Se puede decir, por tanto, que esta es una primera razón por la que los intentos de cambiar unilateralmente las reglas por parte de los protagonistas del procés es incompatible con la propuesta republicana del patriotismo constitucional. 

Esto no es poca cosa pues el PC probablemente sea la única forma de crear hoy un espacio de identificación común en Europa, el continente con la mayor diversidad étnica, cultural y lingüística del mundo. Cabe hacerse la pregunta si la fórmula sirve para abordar también el problema identitario y territorial de España. 

Yo creo que sí aunque su efectividad pasa por tener en cuenta lo siguiente: (a) por comprender el propio fenómeno identitario para llevarlo al terreno de la racionalidad y poderlo articular políticamente; (b) por comprender las premisas y el contexto histórico en el que Habermas hace su propuesta y (c) por no reducir el PC a una propuesta destinada a regular comportamientos individuales al margen de toda idea de colectividad o comunidad. 

Pero ¿qué es la identidad y cómo se construye? Es verdad: estamos saturados de tanto discurso identitario y los que estamos aquí abrazando los ideales de la izquierda hemos tenido que asistir durante años a cómo el discurso de solidaridad y justicia social viene sucumbiendo en nuestras propias filas frente al discurso identitario. Pero esto no quiere decir que la identidad no sea importante o que resulte imposible definirla racionalmente, pues no es sino la forma que tiene cada individuo, y por extensión un grupo de individuos, de verse a sí mismo en relación con el resto de la sociedad. 

Es imposible que esta identificación obedezca sólo a principios racionales pues tiene que ver con un sinnúmero de aspectos, muchos de contenido emocional y afectivo. Pero esto no deja fuera la posibilidad de definir el fenómeno identitario de forma racional pues la visión que tiene cada individuo de sí mismo en relación con el resto no es nunca del todo arbitraria pues depende de las características objetivas de esa sociedad y también de las experiencias vitales del individuo: un desencuentro profesional o familiar profundo puede cambiar la naturaleza de esta relación pero también los cambios políticos y culturales que se viven en en el resto de la sociedad. 

Las formas por medio de las cuales se crean y se transmiten las identidades dependen del tipo de sociedad de la que estemos hablando. En la sociedades tradicionales estas se traspasan de unas generaciones a otras a través de la familia y de la comunidad en un proceso espontáneo de transmisión cultural y lingüístico. Sus contenidos no son causales y tienen que ver con las formas de vida propias de estas sociedades: la agricultura tradicional, los espacios rurales, el pequeño comercio urbano, las pequeñas industrias familiares diseminadas por las comarcas, la familia estable y dotada de valores tradicionales, etc  

Las personas que nacen y viven en un entorno de este tipo sólo cambian muy lentamente, su identificación con el mundo que les rodea también porque dicho mundo cambia también sólo poco a poco. La identidad se percibe aquí como algo casi tan natural, eterno, certero y “objetivo” como las propias montañas, lo cual explica que a los gobiernos les resultara relativamente fácil convencer a las clases campesinas para que defiendan su “patria” con su vida y sin pedir nada a cambio. 

El radicalismo identitario de personajes como Torra o Puigdemont, que proceden de los espacios ideológicos más tradicionalistas de Cataluña. hacen alarde de esta fe casi ciega en la “objetividad” de su forma de sentir y de pensar lo que ellos entienden por Cataluña. 

Sin embargo, en los estados modernos, particularmente después de la segunda guerra mundial, la producción y reproducción identitaria sucede de forma muy distinta. Ahora son los gobiernos y no las tradiciones heredadas, los que construyen las identidades de forma planificada y sistemática a lo largo de varias generaciones, y haciendo uso del sistema educativo y de los medios de comunicación. 

Hay un acuerdo, una decisión política que lleva a inventar, literalmente, identidades políticas nuevas,  a plasmarlas en los libros escolares y a difundirlas. Se trata de un proceso enteramente político muy distinto del que se produce espontáneamente en los espacios tradicionales. Los gobiernos bucean en las tradiciones del país pero las reinventan haciendo, ademas, una lectura de la historia que sólo puede ser selectiva y en función de los valores que quieren resaltar para incorporarlos a las nuevas comunidades políticas. 

Ninguna de las dos formas de producción y reproducción identitaria se salvan de ser construcciones históricas, de ser cosas que han sido creadas en un momento pero que se pueden volver a construir en función de los cambios del presente. Esto se refiere tanto a la identidad “española” como a la “catalana” o a cualquier otra. Pero muchas personas argumentan como si sus planteamientos identitarios no fueran productos históricos e incluso creaciones políticas, tienen una visión naturalista de su identidad, como si esta estuviera escrita en sus genes. 

El resultado es un choque identitario permanente alimentado, en este caso, por los inspiradores del procés dirigidos por los espacios identitarios más tradicionalistas apoyados por los grupos sociales con alto capital cultural vinculados, preferentemente, a la Generalitat. No tiene sentido sentido alguno responder a esta situación con otra identidad igual de cerrada e históricamente acabada por incapaz de incorporar a sectores amplios de la población catalana, vasca etc La salida está en abordar la construcción política de una nueva identidad compartida por todos que deje detrás lo que nos a llevado a la situación actual. 

¿En qué medida nos podemos valer del PC para abordar los problemas del presente? 
La propuesta de PC de Habermas tiene que ser insertada en su contexto histórico. Cuando habla de ella tiene en mente la situación creada en Europa después de la segunda guerra mundial, una situación que incluía la firma de una serie de pactos sociales y políticos en los que, por primera vez, también tenían cabida a las clases menos favorecidas. Estos pactos, que se tradujeron en procesos redistributivos y en la protección del trabajo frente al capital, sirvieron de base para la construcción política de una identidad basada esa vez no en la superioridad étnica y cultural de una nación frente a otra, sino en la idea según la cual todos son ciudadanos iguales independientemente de su sexo, religión o su adscripción étnica. Pero no sólo. 

Además son iguales independientemente de su clase social, que es lo verdaderamente nueva, la idea de ciudadanía incluye la ciudadanía social. Este aspecto venía siendo una reinvindicación de las izquierdas occidentales desde mediados del siglo XIX, pero sólo se consiguió imponer políticamente tras los dos desastres bélicos de la primera mitad del siglo XX.

La propuesta de Habermas es un intento de solución global del problema político-identitario pero se apoya en la idea de ciudadanía social. Su argumento  es de calado: esta forma de ciudadanía es la única con capacidad de afrontar la creciente diversidad cultural, la progresiva individualización de las relaciones sociales o, incluso, el problema de los recursos -naturales, territoriales o energéticos- que son cada vez más escasos en el mundo, un problema que sólo puede solucionarse aplicando un criterio de ciudadanía válido para todas las personas que pueblan el planeta y no sólo para un grupo privilegiado de ellas pues, para que cada uno pueda ser autónomo y diferente, tiene que ser “igual” que el resto, tener asignado el mismo estatus en el mundo y en la sociedad, lo cual pasa por disponer de un mínimo de seguridad material, sanitaria y educativa.  

Por tanto sería sería un grave error ignorar las condiciones -económicas y sociales- requeridas para asegurar que el PC se siga asentando entre las poblaciones europeas como lo hizo durante tres o cuatro décadas, para que no sufra una erosión política como la que está sufriendo ahora. 

De hecho, la idea del PC no ha permitido evitar el auge de la ultraderecha en Alemania nacido de la ira y la frustración de la población alemana provocada por el desmontaje del su sistema de bienestar a partir de finales de 1990 (el programa “Harz IV”), y por la indignación provocada por el uso del dinero de los contribuyentes para rescatar a los bancos, un dinero que aparentemente no existía para ayudar a las víctimas de la crisis de 2008 que, a diferencia de estos últimos, no tenían ninguna culpa de la misma.   
    
Existe, por tanto, efectivamente el peligro, de que el PC pierda apoyos si un tercio de la población no tiene un empleo mínimamente digno, cuando los estados redistributivos encargados de hacer realidad sus premisas materiales se siguen viendo debilitados por la desregulacion financiera y otros factores, o cuando, en definitiva, el riesgo y la inseguridad siguen instalados en las vidas de cada vez más personas. Existe, por tanto, el peligro de hacer una lectura del PC que, si bien se apoya en la idea de la  igualdad política, se muestre insensible a los recursos necesarios para conseguir que esa se haga una realidad palpable para la mayoría de la población. 

Por mucho que uno se posiciones frente a los llamados “populismos”: cuando esta insensibilidad persiste se favorece el avance de los mecanismos identitarios de base tradicional pues muchos encuentran en ellos un refugio para preservarse de un sistema económico que no les tiene en cuenta. Esto no quiere decir que las cosas vayan a cambiar realmente, pero la imaginación de comunidades y lazos sociales que no van a volver nunca proporcionan un anhelo de seguridad y de certeza que puede llegar a ser muy intenso en momentos de crisis alimentando procesos tan irracionales, antidemocráticos e imposibles como el procés. 

Otro error sería interpretar el PC como una especie de construcción teórica abstracta que no tiene en cuenta los sentimientos de las personas, reducir, en definitiva, el problema identitario a un problema de distribución racional de recursos en una sociedad entendida como la mera suma ordenada y civilizada de individuos aislados siguiendo la tradición de John Locke. Desde luego esta no es la concepción de ciudadanía de Habermas, aún cuando algunos lo interpretan así. 

Lo que propone es un proyecto de convivencia en la que los individuos se conciben a sí mismos como parte de un conjunto del que no sólo participan pagando sus impuestos civilizadamente a cambio de servicios públicos, sino de un conjunto que además resulta constitutivo de su propia identidad individual, de la forma que tienen de verse a sí mismas las personas en relación con el resto. Para Habermas los ciudadanos deben participar plena y democráticamente no sólo para poder vivir sin conflictos nacidos de opiniones discordantes, sino además porque entienden que su participación en la esfera de lo público es la condición, incluso la esencia de su propia libertad: lo de todos no es ajeno y exterior, sino que forma parte de lo de cada uno. 

 Esto quiere decir que para que se cumplan las premisas del PC, el individualismo debe dar paso a la reciprocidad. “Nadie”  escribe Habermas “puede reivindicar la autonomía política para sí mismo para alcanzar sus intereses particulares sin tener en cuenta que esta autonomía sólo se puede llegar a realizar de forma colectiva a través de la práctica intersubjetiva. La posición jurídica del individuo se conforma así a través de una red de relaciones igualitarias basadas en el reconocimiento recíproco. Le exige a cada uno que adopte la perspectiva de la primera persona del plural -nosotros- antes que la perspectiva de un observador externo que sólo pretende alcanzar su propio éxito individual”. 

En definitiva: el PC pasa por la construcción de una comunidad, de un “nosotros” y no por la mera organización racional de una suma de individuos iguales pero aislados los unos de los otros, y que consideran “lo de todos” como un algo ajeno a sí mismos, un algo con lo que se relacionan de forma comparable a lo que sucede en las transacciones mercantiles, un algo, incluso, susceptible de ser apropiado individualmente en beneficio propio. 

Mi argumento es que tenemos que construir en España un nuevo “nosotros” que deje atrás los diferentes “nosotros” actualmente nos separan. Sus piezas no pueden incluir las tradiciones antidemocráticas, la violencia ejercida contra los inocentes, el autoritarismo en todas sus variantes o el sexismo, sino otras tales como la solidaridad entre clases y territorios, una suerte de plurilingüismo en todo el territorio que le permita acceder a todos los ciudadanos desde niños al menos a dos de las tres culturas lingüísticas de la “periferia”, una visión preservadora de los recursos naturales, culturales y artísticos que se han ido acumulando a lo largo de los siglos, etc. 

No tenemos que empezar desde cero pues la Constitución de 1978 es una referencia democrática fundamental en la historia de este país de países pero debemos completar la reforma del Título VIII con el diseño colectivo de un relato común de país, y que parta de las experiencias democráticas compartidas a lo largo de la historia, de la tradición regeneracionista y republicana que colocó a España a la cabeza de la cultura de la paz, de la democracia, de la ciencia y de las artes europeas, de la experiencia de tolerancia religiosa en la Edad Media hispana en medio de una Europa vandalizada, o también del acerbo civilizatorio acumulado por la cultura mediterránea que sugiere un espacio de diversidad cultural y encuentro único en el mundo etc, En ningún caso se trata aquí de combinar o encajar de otra forma “naciones” y “nacionalidades” ya existentes y consideradas acabadas históricamente, como sostienen tanto los nacionalistas al norte y al sur del Ebro, como los que apuestan por una especie de confederación. 

Por el contrario, se trata de construir política y culturalmente algo nuevo que sea algo más que una mera suma de lo que ya existe por separado. Los gobiernos de la España constitucional de 1978 no abordaron esta tarea, bien porque pensaban que la globalización la hacía obsoleta, bien porque no había posibilidad de consenso que fuera más allá de un “borrón y cuenta nueva” impuesto por el hecho, de que muchos le atribuían aún el régimen de Franco una elevada dosis legitimidad. 

Hoy esos son ya muy pocos, lo cual abre una oportunidad histórica para la construcción de un nuevo relato de país de países consensuable basado en experiencias de democracia, de libertad y de justicia comunes. 

El enfrentamiento identitario al que el procés ha colocado a toda la sociedad puede ser una oportunidad pues ha hecho evidente, en toda su crudeza, la naturaleza insostenible que lo que se ha venido fraguando desde 1978 en términos identitarios en España. El trauma producido puede llevar a muchos a dar el primer paso para romper con las lealtades identitarias que han venido funcionando hasta ahora con el fin de crear espacios para un nuevo espacio que mire al futuro y al mundo del siglo XXI. 

En realidad, se trata de una tarea que no sólo tienen que abordar los ciudadanos españoles sino los del conjunto de la Unión Europea pues, si se quiere seguir apostando por la UE hay que construir un relato europeo común basado en la parte humanista, democrática y tolerante de sus tradiciones, así como en el rechazo activo de todas aquellas que apunten en el sentido contrario: solo así se podrá evitar una reedición de las experiencias de entreguerras."

[Publicado originalmente en:  Tey, M. et al (coords): La democracia constitucional en el siglo XXI. Ed. Almuzara, Córdoba 2019]
 
Armando Fernández Steinko. Estudió Sociología, Economía e Historia en varias Universidades de Europa y Canadá y ha sido investigador visitante en varios centros de investigación europeos. En la actualidad es profesor titular de Sociología, acreditado para catedrático, en la Universidad Complutense, y participa en distintas líneas de investigación sobre blanqueo de capitales y dinero ilícito.  Pasos a la izquierda, 11/11/19)

19/11/19

Mario Onaindía: “Dejad de darle vueltas, la libertad se llama España. Hay que levantarla como nación, es la solución."

"(...) La nación se construye con consenso y cohabitación política, especialmente en los momentos de crisis, y éste lo es de una forma muy grave. Sería también la ocasión para pactar las necesarias reformas, incluida la ley que trata la rebelión, el Titulo Octavo de la Constitución, la política educativa, la reorganización de los servicios fundamentales, entre otras cuestiones. 

La nación tiene la posibilidad, o la necesidad, de recuperarse -pues surgió en Cádiz en un momento de la mayor crisis- ante el reto institucional y territorial protagonizado por nacionalismos y populismos. De lo contrario otro populismo de signo contrario, Vox, acabará haciéndose con el favor de los españoles que queden.

La solución pasa por recuperar en dosis liberales y republicanas un cierto patriotismo español que haga emerger la nación española ante tanta tragedia y esperpento periférico. 

Un día, cuando Onaindia aquejado por la enfermedad paseaba con dos ertzainas que le escoltaban, tuvo que contestar la angustiosa pregunta que repetidamente le habían dirigido : “dónde podía residir la “auténtica” libertad”

. Y Onaindia, que había liderado y padecido en su juventud el  nacionalismo, sin complejo tras la autoría de “La Construcción de la Nación Española”, les contestó: “Dejad de darle vueltas, la libertad se llama España”. Hay que levantarla como nación, es la solución."           (Eduardo Uriarte, Fundación para la Libertad, 17/10/19)

9/5/19

Íñigo Errejón: Los mimbres más importantes de la identidad española democrática son la igualdad de oportunidades, los servicios públicos, la cohesión social… Eso es lo que nos hace ser españoles. Mi país no es un país ni rencoroso ni miedoso, ni que se pasa el día enfadado o insultando. Es un país moderno, libre y que se parece mucho más al 8M que a la foto de Colón

"(...) España no ha querido mirarse en el espejo de países que han elegido la senda de que el penúltimo mire con desconfianza o con rencor al último, y ha decidido que lo que nos hace ser españoles no es el odio contra nadie: es que hemos pactado cuidarnos, construir una comunidad que te asegura que en las buenas pensamos en el futuro y en las malas cuidamos de todos los nuestros, seas como seas, hables la lengua que hables o votes lo que votes.

Los mimbres más importantes de la identidad española democrática son la igualdad de oportunidades, los servicios públicos, la cohesión social… Eso es lo que nos hace ser españoles. Frente a eso había una derecha agresiva, que cree que nos hace más ser españoles 'Don Pelayo' que los hospitales públicos.

 En mi opinión se han equivocado. Pero también hay que hacer una autocrítica. La inflación de Vox no ha sido sólo en la derecha, ha habido también toda una pose recurrente en una parte de las izquierdas a la que parece que le erotizaba hablar de Vox como si fueran una especie de seres venidos de otro planeta. No son seres de otro planeta, Santiago Abascal es un señor que ha vivido toda la vida subvencionado por Esperanza Aguirre.  (...)

El PP ha tenido una escisión por la derecha más dura y más agresiva, que ha llegado a un 10% de los ciudadanos con 24 escaños. Son demasiados, pero eso no representa España. A partir de ahora, cuando Abascal diga que son la España que resiste, le tenemos que decir que es una porción de España, legítima, pero muy pequeñita. Y hay que trabajar para que sean menos. 

Mi país no es un país ni rencoroso ni miedoso, ni que se pasa el día enfadado o insultando. Es un país moderno, libre y que se parece mucho más al 8M que a la foto de Colón.  (...)

España prefiere hablar más de pensiones que de pistolas, valora más a sus hospitales que los insultos. Eso habla muy bien de nuestro país y esto desde posiciones de izquierda hay que decirlo: no hay que dejar que estos señores hablen sistemáticamente como si representaran España, España les ha cerrado la puerta. (...)"