Mostrando entradas con la etiqueta h. Exilio vasco. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta h. Exilio vasco. Mostrar todas las entradas

19/10/18

EL 22 de agosto de 1980, Francisco (69 años) y María Luisa (58), padres de cuatro hijos, reciben una carta de ETA en la que, bajo amenaza de muerte, les dan un plazo de quince días para irse de Irún... A primeros de septiembre, agentes de policía se personan en su domicilio, conminándoles a abandonar inmediatamente la ciudad por su seguridad, lo que hacen esa misma tarde: escoltados, son acompañados al tren rumbo a Madrid...

"EL 22 de agosto de 1980, Francisco (69 años) y María Luisa (58), padres de cuatro hijos, reciben una carta de la organización terrorista nacionalista vasca ETA en la que, bajo amenaza de muerte, les da un plazo de quince días para irse de Irún. 

Dos años antes, como acredita la Dirección de la Guardia Civil, ambos figuraron en los panfletos que con el nombre de «Informe Euskadi» fueron lanzados en la ciudad con datos de «personas acusadas de pertenecer a colectivos que habitualmente eran objetivos de ETA». 

En concreto, su profesión, domicilio y teléfono, además de las mentiras y calumnias habituales en ETA para justificar un posterior asesinato, anunciado en la propia carta: «Algunos no hicieron caso anteriormente de advertencias parecidas y se les trató como les correspondía».

Esa misma mañana se personan en la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía con el anónimo recibido. En la certificación policial que da fe de los hechos consta el texto íntegro de la carta. En el marco de otro procedimiento judicial, un inspector de la misma comisaría declaró que la amenaza era cierta y grave, y que debían marcharse.

A primeros de septiembre, agentes de dicha comisaría se personan en su domicilio, conminándoles a abandonar inmediatamente la ciudad por su seguridad, lo que hacen esa misma tarde: escoltados, son acompañados al tren rumbo a Madrid, donde residen familiares. Dejan atrás cuatro hijos, domicilio, amigos, raíces y consulta profesional. Delante, el vacío.

Treinta y ocho años después, sus hijos solicitan a la Dirección General de Víctimas del Ministerio del Interior el reconocimiento de la condición de amenazados por terrorismo a título póstumo. Nada más. Sin embargo, el Estado se cubre de gloria desestimando «la solicitud de ayuda presentada», cuando no pidieron ninguna.

La justifican por la inexistencia de «medios de prueba tasados para confirmar la existencia de amenazas: sentencia firme, apertura de diligencias judiciales o incoación de proceso penal para el enjuiciamiento del delito», exigidos por el art. 3 bis de la Ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo «para que opere el sistema de ayudas y prestaciones reguladas por la ley». No es el caso.

Varios son los motivos que originan este tipo de resoluciones incomprensibles e inaceptables para las víctimas del terrorismo de ETA. Uno, que los órganos del Estado no han entendido nunca la verdadera dimensión de aquel. Así, los amenazados por ETA no tuvieron visibilidad y existencia legal ¡hasta 2011!, aunque de modo insuficiente y deficiente, como revela el caso que relato, porque esa Ley ignora –no existen– a los miles de amenazados, fallecidos o no, que quisieran únicamente ser reconocidos como tales sin pretensión económica o asistencial ninguna. La Ley lo hace imposible al exigirles inadecuadamente los medios de prueba requeridos para el sistema de ayudas y prestaciones que contempla.

Además, la Ley desconoce totalmente el contexto social y político padecido por los miles de amenazados por ETA. En el caso que relato, seis días después de comparecer en la comisaría de Policía, ETA asesinó a un vecino. Ese mismo año fueron 47 los asesinados en Guipúzcoa. (...)"                    (Carlos Fernández de Casadevante, ABC, 11/10/18)

5/7/18

“Exilio es otra cosa. Es temblar por no saber si tu familia está bien”... ¿Tiembla Puigdemont?

"Julie Fernández nació en Lieja como pudo nacer en Stuttgart. Sus padres viajaban rumbo a Alemania cuando el tren se detuvo en la ciudad belga. Como él sabía francés y había minas cerca, se apearon. Igual que otros muchos españoles, pobres casi todos, tomaron el camino de la emigración en los años sesenta. En su caso lo hicieron también empujados por el miedo a ser detenidos por su participación en huelgas mineras. Hasta hoy. Hoy es noviembre de 2017. 

Y la hija de mineros asturianos, nieta de republicanos encarcelados en España y de exiliados en Francia durante la Guerra Civil, se mueve por las laberínticas estancias del Parlamento belga acompañada de varios asistentes. "Se tarda dos años en aprender a no perderse", dice con jovialidad, con una sonrisa que recuerda la naturalidad de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, también de origen español.




La diputada pide perdón por su castellano —casi perfecto— y fuerza una voz maltrecha por la dura sesión parlamentaria dedicada a la crisis en Cataluña. A sus 45 años, es una figura ascendente del socialismo valón. La llegada de Puigdemont y sus exconsejeros a Bruselas ha catalanizado la bronca política en Bélgica

 Y ahí la silueta de Fernández se ha agigantado en su denuncia del nacionalismo. "Es poner fronteras cuando mi ideal es que todas se derrumben. Un ideal que nunca conseguiré seguramente. El nacionalismo, sea flamenco o catalán como el que representa Puigdemont, es la ruptura de la solidaridad, y como socialista no puedo entender eso", dispara.

Nadie ha pedido con tanta insistencia como ella que el primer ministro belga, Charles Michel, se pronuncie sobre Cataluña, reconozca la unidad de España y aparque la ambigüedad de su discurso. Bélgica ha sido el país menos efusivo en su apoyo al Gobierno de Madrid. Condenó la violencia policial del 1-O. No así el referéndum ilegal. 

Y tampoco ha respaldado abiertamente la acción de la justicia española. "La crisis se ha vuelto belgo-catalana por las continuas declaraciones de los ministros separatistas. ¿La política exterior la dirigen ellos o el primer ministro y el de Exteriores? El porvenir de Cataluña depende del de España, y eso incluye a todos los españoles", defiende.

La historia personal de Fernández está íntimamente ligada a España. Los dos días de viaje en autobús de cada verano de su infancia y adolescencia rumbo a Grado, en Asturias, eran parte del ritual vacacional. De esos meses callejeros, de junio a septiembre si había buenas notas, entre las risas de sus amigas cuando aparecía con casetes de Victor Manuel tratando de impresionarlas.

 Ellas iban un paso por delante. Ya oían a Mecano o Alaska y Dinarama. La España de la emigración y el exilio se movía a otros ritmos. Parafraseando a Dickens, era el mejor de los tiempos y a la vez, era el peor de los tiempos. 

"La primera angustia, que no identifiqué como política en ese momento porque era una niña, es el golpe de estado en España". Tenía nueve años y pasaba los días en la Casa del Pueblo de Lieja. Mientras sus padres hablaban de política, ella aprendía a bailar la jota o flamenco entre emigrantes españoles. Con Tejero tomando el control del Congreso, sus padres se desvivían por contactar a sus abuelos llamando al teléfono de la vecina, la única del edificio con un aparato.

La socialista ha crecido entre historias del exilio. Su padre pasó parte de su infancia en una playa francesa, recluido en uno de los muchos campos de refugiados donde españoles huidos de la guerra se hacinaban bajo el régimen colaboracionista de Vichy. Cerca de allí robaba chocolate, pan y fruta en el almacén de una estación.

 Para Fernández, el uso que el antiguo Gobierno catalán hace del término está lejos de la realidad. "El exilio es otra cosa. Es estar temblando por saber si tu familia está bien o no. Saber cómo comer y dar un futuro a tus hijos en un país que no conoces. Es abandonar los sueños que has construido en tu país porque tu vida depende de huir para sobrevivir".

Julie Fernández Fernández se coloca las gafas solo para mirar el móvil o leer. Un día se le empezó a cansar la vista. Con dos apellidos así es fácil pensar que sus orígenes podían ser motivo de curiosidad, pero su trayectoria vital está marcada por la mezcla. En su clase solo había cinco alumnos belgas.

 Su marido tiene ascendencia congoleña. Y presume de que su hijo de siete años es resultado de toda esa argamasa. "Como belga, defiendo mi identidad española, y reconozco el derecho de cada uno a tener la suya propia. Pero eso no se debe usar contra la solidaridad", insiste.

Tardó en conocer el racismo que también sufrieron sus padres. Cuando buscaban piso en Bélgica todavía había carteles donde se negaba la entrada a perros y extranjeros. Por eso también se ha colocado como una gran crítica de los mensajes limítrofes con la xenofobia del secretario de Estado de Inmigración, Theo Francken. El mismo que tiende la mano a conceder asilo a Carles Puigdemont mientras cierra las puertas a los refugiados y utiliza expresiones como "hacer limpieza" para referirse a la detención de migrantes sin papeles en Bruselas. El activismo contra esa política migratoria le ha costado amenazas.

 El mes pasado recibió una carta en neerlandés insultándola entre dibujos de cruces gamadas. "¡Vuelve a tu país!", le escribieron ignorando, deliberadamente o no, que aunque sus raíces son españolas, su país es Bélgica.

No es de las que se dejan intimidar. Sus compañeros de partido la llaman la Pasionaria por el ardor con que defiende sus posiciones, desde las que denuncia la condición de caballo de Troya del nacionalismo flamenco, a las que acusa de estar al frente de las mismas instituciones federales a las que ha ido despojando de competencias en una suerte de deconstrucción del Estado.

 Pese al apodo, su herencia política socialista le lleva a identificarse con otros líderes. "Mi primera imagen política feliz es Felipe González y Alfonso Guerra alzando los brazos tras ganar las elecciones de 1982. Lo que no entendía de niña es que todos estaban muy contentos pero todos estaban llorando".

Su entrada en política fue temprana. Ha sido secretaria de estado y fue teniente de alcalde de Lieja a los 28 años, cargo que actualmente compagina con el de diputada y que le obliga a vivir entre su ciudad natal y Bruselas. Desde entonces, ha sido testigo del complejo juego de equilibrios necesario para que flamencos y valones se pongan de acuerdo. 

541 días llegaron a estar sin Gobierno tras los comicios de 2010. Por eso, apela al diálogo como única posibilidad de que la crisis catalana no se enquiste. Su experiencia en uniones está contrastada. Cada sábado es la encargada de oficiar las bodas en Lieja. Unos 600 matrimonios al año. "Se hace repetitivo, pero intento disfrutarlo porque es un momento único en sus vidas".




El exprimer ministro belga Elio di Rupo, socialista francófono al frente del Gobierno belga de 2011 a 2014, acusó a Mariano Rajoy de actuar como un “franquista autoritario” en su gestión de la crisis catalana. Julie Fernández no es partidaria del uso gratuito de la comparación con la dictadura que tanto ha proliferado en las últimas semanas. "Mi familia me ha explicado lo que era el franquismo. La España no democrática y sin estado de Derecho. Por eso no llamo franquista a nadie".                 (Entrevista a Julie Fernández, diputada valona, Álvaro Sánchez, 27/11/17)

13/6/18

Jon Juaristi: todo lo que pasó ha servido para dos cosas: para eliminar al Estado del ámbito vasco, y para pagar menos impuestos. Para eso ha servido ETA... para hacer desistir a los opositores de vivir allí

"(...) El País Vasco se ha vuelto bastante soso, afortunadamente para ellos. No va a ser un país de héroes o guerreros, como se jactaban algunos, sino un país de cocineros, de pinchos, dedicado a la gastronomía.

¿Todo era, al final, cuestión de dinero?

Sí, de mantener un privilegio. Al final se trataba de no ponerse a la altura de las demás comunidades, no despertarse un día siendo españoles normales. Todo lo que pasó ha servido para dos cosas: para eliminar al Estado del ámbito vasco, para que se desvanezca su presencia y hagan de su capa un sayo. Y para pagar menos impuestos. 

Para eso ha servido ETA, para hacer desistir a los opositores de vivir allí, y aceptar a los demás partidos algo que era el proyecto de Sabina Arana, y que Arana llamaba “de Euskadi” a secas. Por eso ahora todos los partidos que hay son de Euskadi, PP de Euskadi, PSOE de Euskadi…

¿No era ya, en cierto sentido, una comunidad privilegiada?

Ya era comunidad privilegiada anteriormente, pero han logrado blindarla y dar un escarmiento a todos aquellos que pensaban que aquello podía funcionar como una democracia, con una isosnomía, una normalidad a la española. Nunca en el país Vasco, desde el siglo XVI, se ha admitido eso. 

Ya lo definió muy bien el propio Urkullu: “Nosotros lo que somos es una nación foral”. Es decir, lo que define la identidad vasca no es la raza ni la lengua, sino el fuero, privilegio, la posibilidad de hacer lo que queramos.

Dicho así, ¿se diría que ETA ha sido un éxito?

Sí, yo acuñé hace tiempo una expresión que creo que sigue siendo válida: los nacionalistas vascos siempre pierden para ganar, convierten la derrota en una victoria, se presentan como una comunidad mártir y sobre todo como objeto de una ofensa irreparable por parte de España. ¿Por qué? Porque dentro del propio nacionalismo español, los vascos también tienen un papel privilegiado. 

Representan la España primitiva, la España anterior a España, lo que garantiza la existencia de una España eterna. Pueden ser la expresión de la españolidad más acrisolada, o de la antiespañolidad. Es complejo, pero esto se ha saldado con una victoria relativa, una paradójica victoria del nacionalismo vasco.

Usted conoció la universidad vasca como catedrático. ¿Era el nido de abertzales que se ha dicho alguna vez?

No era una situación cómoda, a partir del 96-97 creo que fui el primer profesor al que pusieron escolta. En el 97 me fui a Nueva York, en el 98 a Sevilla, y cuando volví ya no podía dar clase. La situación se había vuelto tan tensa e irrespirable que me fui a Madrid. Pero tampoco quiero exagerar.

 La Facultad de Vitoria no era la peor, aunque sí había un continuo hostigamiento a los profesores no nacionalistas: a Xema Portillo le quemaron el coche, a Paloma Díaz-Mas le colocaron un artefacto incendiario, a mí carteles y una estupenda pancarta en la fachada, de arriba a abajo. Era incómodo.

La Iglesia acaba de pedir perdón por la connivencia con el terror. ¿Tarde, mal y nunca?

La Iglesia institucionalmente estaba muy dividida en el país Vasco: había una parte con los nacionalistas, con HB y ETA, y otra en contra. Como no me considero parte de la Iglesia desde hace mucho, no es que prestase mucha atención a lo que hacía o decía. Es cierto que ETA no ha matado, como dijo alguien, “ni curas ni banderilleros”. ETA tenía una especie de trato reverencial con la Iglesia Católica.

Una vez le oí decir que la memoria no le interesa a nadie. Habida cuenta del interés que suscita el “relato” en el País Vasco, parece que hay a quien sí le interesa…

Se perderá. Es un poco complicado pretender que se pueda recordar largo tiempo algo. Todo irá cayendo en el olvido. Ortega decía que cada 15 años cambia la estructura de la vida. No te digo nada desde 2003, cuando ETA mató a Joseba Pagazartundua, hay una generación que no tiene esa angustia cotidiana con el terrorismo. La recuerdan de segunda mano y les molesta, supongo que no quieren quedarse fijados en eso. (...)"                  (Entrevista a Jon Juaristi, m'sur, mayo, 2018)

12/6/18

El nacionalismo vasco en su conjunto tiene que agradecer a ETA la desaparición de toda oposición significativa a su proyecto, el de la consolidación de la nación foral dentro y fuera de sus predios

"LA verdad, esto del relato ya aburre. ETA y sus comparsas seguirán machacando con el suyo –esto es, con el de que no se les dejó otra opción que matar, dada la persistencia del «conflicto vasco»–, y las asociaciones de víctimas, junto a un puñado de historiadores tenaces y sensatos, reclamarán que se imponga una versión rigurosa y veraz de los hechos. 

Los gobiernos (central y autonómicos) tratarán de quitarse de encima el marrón, de la manera más discreta posible: sin irritar demasiado a las víctimas, pero sin intervenir en la batalla de los relatos.

El mismo día de la payasada de Cambo recibí por internet la foto recién tomada de una pintada en Lequeitio, encantador pueblito de la costa vizcaína. Dentro de su laconismo, resultaba bastante elocuente. Rezaba así: Eskerrik asko, ETA. Gora

ETA. Es decir, «Muchas gracias, ETA. Arriba ETA». Buena parte del nacionalismo vasco (no sólo la izquierda abertzale) se siente en deuda con la actual
ETA-zombie (que no se disolverá en el polvo, no se vayan a tragar semejante trola). 

Es de bien nacidos ser agradecidos y el nacionalismo vasco en su conjunto tiene que agradecer a ETA la desaparición de toda oposición significativa a su proyecto, el de la consolidación de la nación foral dentro y fuera de sus predios. 

A la oposición oficial –o sea, a la que no se opone en absoluto a ese proyecto– no se le ha ido todavía el miedo del cuerpo y está dispuesta a dar por la paz mucho más que un avemaría. Se conformaría con un relatillo que sostuviera, muy en general, que las víctimas han sido decentemente resarcidas y sus asesinos debidamente castigados, lo que, por supuesto, ni ha sucedido ni va a suceder.

De vez en cuando firmo algún manifiesto con amigos que ven las cosas de forma parecida a la mía. Lo firmo por amistad, pero sin esperanza ni convencimiento. Creo que es una pérdida de tiempo dirigirse a los agradecidos o a los medrosos y a los gobiernos que los representan. 

Yo creo que sólo hay un grupo al que merece la pena dirigirse, y es al de los radicalmente disconformes, al de las víctimas, los historiadores honestos y los firmantes de manifiestos. Un grupo en el que me incluyo, faltaría más. Y lo que le diría a este grupo, como ya se lo he dicho en otras ocasiones, es que abandonen toda esperanza y que revisen su propio relato hasta retirar del mismo toda concesión al lenguaje del enemigo. 

Sobre todo, las concesiones inconscientes, empezando por la de llamar «exilio» a la situación de los ciudadanos españoles que, bajo la amenaza de ETA o la presión ambiental del abertzalismo de todo signo, tuvieron que dejar de residir en los territorios forales de la nación foral y mudarse temporal o definitivamente a otras partes de España. No ha habido un exilio vasco en la España democrática. 

Por duro que fuera el destierro resultante de una auténtica limpieza étnica (en la que no tomaron parte solamente los terroristas, sino también quienes desde un abertzalismo supuestamente moderado nos decían «Si no estás conforme, ancha es Castilla»), no nos trasladábamos a un país extranjero, a depender de la generosidad de los autóctonos.

 Cambiábamos de casa en nuestro propio país, donde teníamos derecho a residir donde se nos antojara o pudiéramos (los de Bilbao, además, tenemos derecho a nacer hasta en Motilla del Palancar). Esto del exilio es un resabio abertzale con toques antifranquistas y progres. No pasó nada de eso.

 Los que se acogían al exilio eran los asesinos y cómplices de la banda. Porque los abertzales no soñaban con una Cuba del Cantábrico limpia de vascos respondones (que para ellos nunca fuimos vascos). La querían limpia de españoles. Empecemos a contarlo como pasó."                (Jon Juaristi, ABC, en Fundación para la Libertad)

10/5/18

Cartas de extorsión, sentencias de muerte...

"Cómo y por qué ETA extorsionó, aterrorizó y asesinó a empresarios vascos y navarros.

El destino trágico de José Legasa comenzó a fraguarse en noviembre de 1976 cuando recibió una carta de extorsión de ETA. A este empresario de Irún le exigían 10 millones de pesetas, 520.000 euros de hoy. En la misiva se le pedía que cruzara la frontera hasta la localidad francesa de Bayona y entregara el dinero en el bar Euskaldun a un tal Otxia.

El constructor guipuzcoano lo denunció a la Policía Nacional y acompañado de varios agentes se dirigió cierto día al encuentro del tal Otxia, que resultó ser Francisco Javier Aya Zulaica, jefe del aparato de extorsión de ETA. Lo halló jugando tranquilamente a las cartas en el bar. El terrorista fue detenido allí mismo y posteriormente fue condenado a tres años de prisión en Francia.

José Legasa fue valiente en tiempos de pocas heroicidades. No solo denunció y colaboró para condenar a un terrorista, sino que también evitó que su oro lo convirtiera ETA en plomo. Pero lo pagó caro porque la venganza no se hizo esperar. 

“Después del juicio en Francia, mi tío cambiaba de hábitos y horarios constantemente porque era consciente del peligro. Protegía como podía a su familia, pero él tenía claro que no quería emigrar, quería ser libre en su tierra a pesar del miedo”, cuenta su sobrina Lourdes Legasa a este diario. Su padre Miguel trabajaba con José en el negocio familiar y siempre andaban juntos.

Uno de los empleados de la empresa resultó ser confidente de ETA y facilitó la información necesaria para que se consumara la tragedia. Corría noviembre de 1978 cuando el francés Henri Parot, el etarra más sanguinario con 26 asesinatos a sus espaldas, llegó a Irún acompañado de otro pistolero. Sorprendieron a José y a Miguel a pie de obra. “Mi padre forcejeó con Parot y recibió un tiro en la pierna. A mi tío le dispararon hasta la muerte”, narra Lourdes.

 “La familia ha estado muy callada, pero es el momento de hablar porque no podemos dejar que este caso y otros muchos se queden en el olvido. Ojalá hubiera habido más valientes como mi tío”, explica con templanza Lourdes.

En un nuevo libro, con igual mesura y mucho rigor también nos cuentan nueve autores cómo y por qué ETA aterrorizó a los empresarios, principalmente vascos y navarros. En ‘La bolsa y la vida. La extorsión y la violencia de ETA contra el mundo empresarial’ se lee que entre 1993 y 2010 fueron 10.000 las personas a las que exigieron el ‘impuesto revolucionario’. 

Se sabe por el descifrado de los códigos alfanuméricos que la organización terrorista añadió a las cartas a partir de 1993. Hablar del número de extorsionados antes de ese año “es pura especulación”, apunta el periodista Florencio Domínguez, quien viene a ser como la ‘enciclopedia de ETA’. 

El estudio de Domínguez le lleva a asegurar que las fuentes de financiación de ETA fueron principalmente los secuestros (106 millones de euros), los atracos (19 millones) y la extorsión (21 millones). Los valores están actualizados. Asegura este periodista, ahora director de la Fundación Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que “la aportación de los simpatizantes, según la documentación analizada, es irrisoria".

"El ‘merchandising’ de pulseritas y medallitas apenas les aportó fondos”. Dada la ‘omertà’ impuesta por el miedo a ETA y el silencio mayoritario de los afectados, la cifra conservadora obtenida mediante el ‘impuesto revolucionario” la fundamenta Domínguez en el análisis de la documentación incautada en la empresa Sokoa de Bayona (1986), en la localidad francesa de Bidart (1992) y a Mikel Antza en 2004.

Otra de las cifras llamativas que aporta el libro es que el terrorismo de ETA tuvo un impacto negativo de 25.000 millones de euros en la economía vasca, actualizado el valor a hoy. El coordinador del libro, Josu Ugarte, afirma que “ese coste directo estimado ha sido pagado en su mayor parte por el conjunto de los españoles”. 

Añade Ugarte: “Tan solo la paralización que provocó ETA de la central de Lemóniz supuso un sobreprecio de entre 6.000 y 7.000 millones de euros en los recibos de la luz pagados por los ciudadanos”. El coste de la incidencia en el PIB del País Vasco y Navarra es incalculable, sostienen los autores.

Respecto a las causas de la violencia sistemática contra el empresariado, Ugarte señala que “la búsqueda de fondos para llevar a cabo su actividad terrorista es la causa que prevaleció en la práctica de la extorsión”. ETA colocó bombas contra las instalaciones de las compañías, realizó atracos, envió miles de cartas de extorsión, secuestró a 86 personas entre 1973 y 1997 y cometió 55 asesinatos en sus atentados contra el empresariado.

El coordinador del libro cuenta a El Confidencial que “en los primeros años de ETA, su ideología anticapitalista y de odio hacia los empresarios en tanto que explotadores y enemigos del pueblo vasco provocó ciertos episodios de violencia, pero ya desde finales de los setenta lo que marcó la extorsión fue conseguir dinero”.

Florencio Domínguez añade que también hubo otros motivos por los que ETA atentó contra el mundo empresarial. Señala, por ejemplo, que hubo ataques contra intereses económicos franceses para que París dejara de cooperar con Madrid en la lucha antiterrorista. O casos en los que la banda terrorista se arrogó la defensa del ecologismo, como en el caso de la central nuclear de Lemóniz que paralizó o el de la autovía de Leizarán que uniría Navarra y Guipúzcoa, proyecto este último cuyo sobrecoste por la amenaza terrorista fue de casi 100 millones de euros.

A más terror, mayor recaudación

“Mi secretaria captaba con la mirada qué quería el empresario extorsionado cuando venía a entrevistarse conmigo porque el terror se le veía en los ojos”, explica José Manuel Ayesa, que fuera presidente de la Confederación de Empresarios de Navarra entre 1989 y 2010 y que vivió con escolta durante 14 años por las amenazas de muerte recibidas.

El terror facilitaba el pago del chantaje. Así, desde finales de los setenta la banda le dio una gran importancia estratégica a crear un aparato de extorsión que perfeccionó en los ochenta y que se profesionalizó del todo en los noventa con un archivo informático cifrado. 

La jefatura de ese aparato siempre estuvo en Francia, pero “necesitaba una red de personas legales vinculadas a la trama política de ETA [Herri Batasuna y sindicato LAB] que hacían las labores de inteligencia, además de una red de informantes entre trabajadores de la banca que registraban los movimientos de las cuentas o empleados públicos que proporcionaban datos clave para el chantaje”, explica Josu Ugarte.

Luego había otra red de colaboradores que mantenían los primeros contactos con los extorsionados y también una trama de intermediarios que negociaban los pagos que se realizaban normalmente en el País Vasco francés o que directamente recogían el sobre y lo llevaban al país vecino.

Una correlación siniestra que funcionó: a más terror, más ingresos por extorsión; y a más pago del ‘impuesto revolucionario’, mayor capacidad asesina

ETA entendió muy pronto que la intimidación sistemática y la violencia extrema favorecían el pago del ‘impuesto revolucionario’, un ingreso básico para los terroristas. “Hubo factores que interactuaban: a mayor violencia, más ingresos; a más ingresos, más recursos humanos para atentar y más capacidad de conseguir dinero de la extorsión. De modo que sí, hubo una relación directa entre el miedo y la capacidad de recaudar”, detalla Florencio Domínguez.

Así, no fue casualidad que en 1977 ETA secuestrara, torturara y asesinara a sangre fría al importante industrial y político Javier de Ybarra y Bergé. Cinco días después de su secuestro, la familia Ybarra recibía una carta que rezaba: “La oligarquía de los Ybarra entregará a ETA la cantidad de mil millones de pesetas [50 millones de euros hoy]. En caso contrario, J. Ybarra será ejecutado”.

Gaizka Fernández, historiador y coautor de ‘La bolsa y la vida’, explica lo siguiente: “El secuestro y asesinato de Ybarra fue un mensaje para la oligarquía de Neguri, que era la oligarquía española en contraposición con la burguesía del PNV, la aliada nacional: ‘Si no pagáis, os vamos a matar’. Eso aceleró el proceso de extorsión y de pago”.

Fue un punto de inflexión. Como consecuencia, desde finales de los setenta y durante la década de los ochenta el presupuesto de ETA se incrementó exponencialmente gracias en gran parte a los ingresos por el ‘impuesto revolucionario’. Sus acciones terroristas sufrieron un gran auge. No en vano solo entre 1980 y 1989 los terroristas asesinaron a 412 personas del total de 858, número del balance mortífero de su medio siglo de acción violenta. Una correlación siniestra que funcionó: a más terror, más ingresos por extorsión; y a más pago del ‘impuesto revolucionario’, mayor capacidad asesina.

Esa relación también se ve claramente en 2000 tras el asesinato con coche-bomba del empresario José María Korta, entonces presidente de la patronal guipuzcoana Adegi. Florencio Domínguez comenta a este diario que esa acción “conllevó un efecto de intimidación entre los empresarios extorsionados, lo que llevó ingresos a las arcas de ETA”. Un documento intervenido en 2004 a la jefa de extorsión, Soledad Iparraguirre, confirmaba esa correlación: “En el 2000 el efecto Korta tiene su influencia; hay dos años buenos, fructíferos”.

El desamparo del empresariado

Todas las víctimas de la extorsión con las que ha hablado este diario —unas quieren aparecer, otras no— manifiestan una queja común: el desamparo que sufrieron por parte del conjunto de las administraciones del Estado mientras hacían frente al chantaje y la violencia de ETA.

“No tengo ninguna duda de que el silencio de los empresarios, que no denunciaran y el hecho de que muchos pagaran, es consecuencia del desamparo que sentían ante el comportamiento de los medios gubernamentales”, explica José Manuel Ayesa.

Este expresidente de la patronal navarra sostiene que, salvo la Guardia Civil, que tenía un equipo contra le extorsión, los gobiernos e instituciones no dieron importancia alguna al sufrimiento de los empresarios chantajeados y sus familias: “Mientras mis hijos no me dejaban pasear con mis nietos por temor a que pasara algo, los diferentes cuerpos policiales no eran capaces de coordinarse para ayudarnos”.

Hasta los ochenta, Francia era la retaguardia segura de los etarras, que celebraban reuniones a cara descubierta en los bares con los extorsionados

Cuenta Ayesa una anécdota que le ocurrió en la Semana Santa de 2007 mientras compartía hotel con Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces ministro de Interior. “Un amigo mío —relata Ayesa— había recibido una carta de extorsión esos días y aparecí en todos los telediarios nacionales para denunciar la situación, aunque estuviera de vacaciones. 

Pérez Rubalcaba sabía que desayunábamos a cinco metros uno del otro, pero me miraba y no decía nada. Una mañana quise acercarme a él para comentar el asunto, pero no dio permiso a su escolta para que me dejara hablar con él”. Concluye Ayesa: “No les interesaba en absoluto el sufrimiento de los empresarios”.

A finales de los setenta y los ochenta, el panorama era peor. Francia era la retaguardia segura de los etarras, quienes celebraban reuniones a cara descubierta en los bares con los extorsionados, y en el País Vasco aún no había una conciencia social e institucional para combatir a los terroristas.

“Tras el asesinato de mi tío, no sufrimos una especial estigmatización social, pero tampoco sentimos un apoyo de las instituciones”, asegura Lourdes Legasa. Cuando ocurrió el atentado, a los pocos días ETA exculpó a su padre (herido) en un comunicado de la denuncia de su tío que había propiciado la condena de un terrorista. “En ese momento pensé que ya estábamos vacunados, pero en los ochenta, que fueron muy duros, me volvió la inquietud: ‘A ver si estos vuelven a por nosotros”, confiesa Lourdes.

Carta de extorsión. ETA impone un recargo del 5% por demora en el pago (2002).

La diáspora

La situación de violencia y falta de protección institucional que sufrieron los empresarios llevó a no pocos a emigrar a otras regiones de España y al extranjero. La tentación de irse era muy grande.

Los Ortuzar emigraron a Reino Unido tras el asesinato de Javier de Ybarra y Bergé en 1977. Una de las personas que encabezaron el grupo familiar de negociadores para intentar su liberación fue Gaizka Ortuzar, casado con una de las hijas del empresario vizcaíno e hijo del fundador de la Ertaintza en 1936, Luis de Ortuzar.

 “Cuando mi padre estaba negociando la liberación de mi abuelo, los etarras le dijeron que el siguiente sería él. Nos obligaron a mudarnos y varios familiares míos siguieron apareciendo en las listas de objetivos de la banda terrorista”, contó su hijo Iban a El Confidencial.

Todo el mundo sabía que el dinero que ingresaba ETA era para matar, un castigo terrible para la conciencia de quien pagaba

Unos años más tarde, en 1987, la hoy galerista Blanca Soto montó un espacio multicultural en la céntrica calle donostiarra de Urbieta. Pero al día siguiente de la inauguración, ella y su socio oyeron unos ruidos que les sobresaltaron mientras trabajaban. “De repente, nos vimos rodeados por ocho chicos de Jarrai, habían entrado en el local y echado el cierre”, afirma Soto. 

“Nos interrogaron sobre nuestras personas, el origen del dinero para abrir el negocio y qué actividades pretendíamos hacer. Nuestras explicaciones no les convencieron, así que destrozaron el local en apenas cinco minutos y nos dieron una paliza de muerte”, explica esta empresaria hoy afincada en Madrid.

Los socios denunciaron los hechos ante la Policía Nacional, cuyo caso llevó personalmente el inspector jefe de San Sebastián, Enrique Nieto.

“A los pocos días identifiqué a los ocho jóvenes en una rueda de reconocimiento. Entonces comenzaron a pasar por el negocio los padres pidiéndome que los perdonara, a lo que me negué, por lo que también ellos me amenazaron”, narra Soto. A continuación, comenzaron a llegarle cartas que incluían amenazas de muerte, hasta siete. 

“Me sentía aterrorizada. No podías hablar con nadie porque la gente allí estaba acostumbrada a la violencia y a la muerte, solo podía hablar de esto con el psiquiatra, como tantas otras víctimas”, cuenta atribulada. La banalidad del mal también afectó a la sociedad del País Vasco.

Una de las cartas para ella le llegó al político del Partido Popular Gregorio Ordóñez cuando estaba en el Ayuntamiento de San Sebastián. “Pensaban que era mi amigo —señala la galerista—, pero no lo era. Entonces, Gregorio me dijo: ‘Tú eres una ciudadana normal, no te inquietes’; pero yo tenía mucho miedo porque las cartas también llegaban al buzón de mi casa”.

La mayor parte del tiempo los empresarios extorsionados se vieron solos ante el peligro
La violencia continuó. Con la misma pistola, en 1995, ETA segó las vidas del inspector Enrique Nieto y de Gregorio Ordóñez. “En 2000 me marché, tenía por entonces dos hijos muy pequeños y el ambiente seguía siendo insoportable. Además, no quería que ellos crecieran en una sociedad enferma como aquella”, dice Blanca Soto.

La mayor parte del tiempo los empresarios extorsionados se vieron solos ante el peligro. La sociedad, las instituciones y las propias patronales les dieron la espalda en demasiadas ocasiones. El que no pagaba, se sumía en la angustia; el que lo hacía, arrastraba el sentimiento de culpa. “Todo el mundo sabía que el dinero que ingresaba ETA era para matar y eso era un castigo terrible para la conciencia de quien pagaba”, concluye José Manuel Ayesa."                        (Marcos García, El Confidencial, 05/02/18)


"Reconozco que no era nada valiente. Cada vez que llegaba una carta no paraba de llorar”.

“Reconozco que no era nada valiente. Cada vez que llegaba una carta no paraba de llorar”. La empresa de pinturas de Carlos, en Vitoria, tenía once personas en nómina. Las cartas le comenzaron a llegar en 1994 y no pararon, en varias oleadas hasta 2008

 La posibilidad de que le asesinaran si no contribuía a alimentar la maquinaria sangrienta de ETA pesaba demasiado. La sensación de estar jugando a la ruleta rusa cada vez que trituraba una carta de ETA le torturaba. Cada carta del mal llamado “impuesto revolucionario” le acercaba al de la ejecución de la sentencia de muerte que le había impuesto ETA.

En cinco décadas de violencia fueron asesinados 49 empresarios y directivos, otros 52 fueron secuestrados, y entre 10.000 y 15.000 fueron extorsionados, alguno más de un millar en Navarra, según informes prácticamente coincidentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y de la Universidad de Deusto. Creen que en torno al 8% de media de los extorsionados pagaron, en Gipuzkoa más.

Como Carlos, muchos empresarios no se lo decían ni a la familia. Preferían sufrirlo solos, ocultarse en segundas residencias alejados de sus seres queridos, o marcharse de Euskadi. El miedo se cebó hasta tal punto en ellos que tuvieron que pasar seis años desde que la banda anunciara el cese de sus acciones violentas, en octubre de 2011, para que los empresarios comenzaran a verbalizar sin tapujos que fueron víctimas de las cartas de extorsión de la banda. 

En octubre de 2017 la patronal Confebask, y las tres asociaciones provinciales, Cebek, Adegi, y SEA, homenajearon en un acto en Bilbao a todos los que murieron por no pagar, a los que sobrevivieron con la angustia de contar los días que les quedaban, y a quienes se ocultaban entre los muros de sus casas para pasar inadvertidos en un contexto en el que significarse era como ponerse en la primera línea.

El terror y el miedo se trufaron además con la desconfianza. Cualquiera podía ser el soplón de la banda que describía tus rutinas en la empresa, en los trayectos en coche a casa, o el que te hacía los seguimientos y avisaba a loa asesinos cuando y donde estabas solo, para pegarte un tiro o secuestrarte

. Al principio los pagos se hacían sin problemas, en los "círculos abertzales habituales", hasta que la presión policial desmanteló varios comandos dedicados al cobro.



De los 52 secuestros de empresarios y directivos de empresas, ETA asesinó a dos, Angel Berazadi en 1976 y Javier Ybarra en 1977. Pero fueron secuestrados muchos más. 

 El propietario de Avidesa, Luis Suñer fue secuestrado en 1981 y un año después José Lipperhide y Saturnino Orbegozo. Diego Prado y Colón de Carvajal cayó en manos de ETA en 1983, Juan Pedro Guzmán Uribe en 1985, Lucio Aguinagalde en 1986 y Emiliano Revilla en 1989. 

Este último fue liberado tras el supuesto pago de algo más del equivalente en pesetas a siete millones de euros. En noviembre de 1989 fue secuestrado Adolfo Villoslada y el último fue Cosme Delclaux, hijo del presidente de Vidrieras de Álava, que coincidió algunas semanas con José María Aldaya, quien sufrió el secuestro más largo de los sufridos por empresarios, desde el 8 de mayo de 1995 al 14 de abril de 1996. Algunos estudios cifraron en 115 millones de euros el dinero recaudado por ETA entre 1978 y 2008 a través de los secuestros.

Todavía a día de hoy es un tema incómodo. “Algún día se lo diré a mis tres hijos, y al resto de mi familia, pero no pueden enterarse por el periódico”, explica Carlos durante un paseo por la zona de la Universidad, junto al monolito en recuerdo del socialista Fernando Buesa, asesinado por ETA en 2000. 

En una de las misivas ETA le acusaba de promover la corrupción para, “en descarada connivencia con los diferentes sectores políticos en el poder y sectores de la burguesía regionalista vasca, arrojar sin escrúpulo al paro y a la miseria a miles de ciudadanos vascos”. Las cantidades que pedían oscilaban

Otros se han atrevido a decir, con mucho pesar, que habían pagado a la banda. Jesús Mari Korta, de Grúas Goierri vio cómo asesinaron a dos de sus amigos, el empresario de la construcción, Isidro Usabiaga, en 1996 y al presidente de la patronal guipuzcoana, Joxe Maria Korta en 2008, y claudicó. “No pude más”, reconoció con motivo del homenaje a los empresarios en octubre de 2017.

 Una de las conclusiones del estudio sobre el chantaje de ETA realizado por la Universidad de Deusto es que además del terror que generaban las cartas, sometían a los industriales a un terrible dilema: no pagar y arriesgarse a morir, o pagar para otros siguieran muriendo."                       (Pedro Gorospe, El país, 02/05/18)

25/9/17

Nuestra madre había sido increpada por algunos radicales y empezaba a notar que su presencia resultaba incómoda en algunos lugares donde hacía la compra. La “socialización del sufrimiento” fue discutida y aprobada por miles de militantes de HB en 1994. Este es el fuego de la memoria que los nacionalistas desean apagar

"(...) Miguel Ángel pertenecía a una joven generación de valientes concejales que, tras el asesinato de otro joven líder, Gregorio Ordóñez, se unieron a otros, socialistas y populares, que aguantaban la persecución de los nacionalistas que mataban y la incomprensión de los nacionalistas que no mataban y nos gobernaban.

En el verano de 1997 yo era madre primeriza tras haberse malogrado un primer embarazo. No puedo explicar la felicidad que sentíamos por aquella criatura que nació sana y llena de determinación. La niña se quedaba muy atenta y silenciosa en su cochecito mientras gente de todas las edades aplaudíamos o coreábamos con todo el alma –profundamente unidos–, clamando que no asesinasen a Miguel Ángel. Fuimos millones en todo el país.

Fuera de nuestra familia no comentábamos la amenaza de muerte que ya se cernía sobre mi hermano Joxeba, porque dos años antes un comando de ETA había sido detenido por la Guardia Civil a pocos días de asesinarlo. Nuestra madre había sido increpada por algunos radicales y empezaba a notar que su presencia resultaba incómoda en algunos lugares donde hacía la compra. 

Nosotros, sus hijos, ya no podíamos salir de noche por Hernani, porque habían puesto en marcha lo que llamaron “socialización del sufrimiento”, que consistía en una estrategia de acoso integral para todos los que no compartíamos la ideología nacionalista vasca sin ocultarlo. 

La ponencia política que había puesto en marcha esa intensa campaña fue discutida y aprobada por miles de militantes de HB en 1994 y se fue poniendo en marcha en cada pueblo, en cada barrio, en cada vecindario. Lo hicieron al mismo tiempo que en asuntos lingüísticos y culturales se acercaban a los nacionalistas que no mataban. Era una coartada perfecta.

Los incidentes que iba sufriendo nuestra madre nos sirvieron para ocultarle en un primer momento que necesitábamos que ellos salieran de Hernani. A hacer desaparecer las rutinas de las comidas familiares dominicales, con el fin de evitar dar facilidades a los asesinos. Años después, el que mató a Joxeba fue, de hecho, un vecino de nuestro pueblo.

 Pocos meses más tarde, también nosotros nos habíamos instalado en la capital donostiarra. Para el verano de 1997, ante el riesgo tan severo en su caso, Joxeba, su mujer Estibaliz y los niños, muy pequeños, se habían trasladado a la Rioja alavesa. Si cuento esto es por poner el contexto real y concreto del alcance de la persecución.

A Miguel Ángel Blanco buscaron matarlo causando el mayor sufrimiento posible. Los forenses certificaron que el calibre del arma era pequeño –no el habitual en aquella organización terrorista– para que la primera bala no lo matase y pudiera sufrir un poco más, siendo consciente de que llegaba el segundo tiro y para que la agonía durase horas. Uno de los tres asesinos se suicidó dos años más tarde tras enloquecer.

Del chantaje y la tragedia surgió un espíritu de libertad y el compromiso de intelectuales vascos, especialmente de profesores, que también fueron perseguidos. El Foro de Ermua, la iniciativa Basta Ya o el colectivo de víctimas Covite surgieron en el País Vasco desde un profundo sentido del deber cívico.

El juicio por el asesinato de Miguel Ángel se celebró en el año 2006. No quiero que olviden la mirada y la risa despiadada de los asesinos Javier García Gaztelu e Irantzu Gallastegi. Su familia tuvo que soportar el dolor añadido de la arrogancia y chulería de los asesinos y de buena parte de los familiares y amigos que se desplazaron para apoyarles. 

 Consuelo Garrido, madre de Miguel Ángel, dijo después del juicio que no podía dejar de pensar y mirar las manos que fueron capaces de matar a su hijo.

Este es el fuego de la memoria que los nacionalistas desean apagar implantando –con importantes recursos económicos y un objetivo de largo plazo– una verdad oficial que mezcla tiempos históricos y otras violaciones de derechos humanos para esconder la magnitud de esa estrategia de odio a lo español, de adoctrinamiento ideológico y la persecución de la libertad de conciencia que no importó a los líderes nacionalistas que no mataban.(...)"                (MAITE PAGAZAORTUNDÚA, Libertad Digital, en Fundación para la Libertad)

13/7/17

Hicimos lo que nos aconsejó Xabier Arzalluz que hiciéramos. Nos dijo: “Idos, idos, que ancha es Castilla”. Que nadie se engañe: hicimos bien en emigrar, en dejar de ser judíos en tierra de exterminio social

"El 12 de julio de 1997* —mañana hará 20 años—, el que este texto suscribe era director de ‘El Correo’, el primer diario del País Vasco y uno de los de mayor difusión y audiencia de España. Viví el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco con una ansiedad nunca antes sentida, porque se percibía de modo irremediable la brutalidad del crimen del joven concejal del PP de Ermua. 

Por primera vez llevé a mis hijos, entonces muy pequeños, a la manifestación para reclamar su liberación, por primera vez observé en las calles de Bilbao a ciudadanos anónimos con lágrimas en los ojos, por primera vez escuché en las calles de la capital de Vizcaya el silencio fúnebre de una sociedad consternada, sobrecogida y anonadada. Por primera vez no sabía cómo tenía que escribir el editorial que publicaría mi periódico. 

Veinte años antes —en junio de 1977—, la banda terrorista ETA asesinó también a Javier de Ybarra y Bergé en una zona boscosa próxima a Bilbao después de mantenerle cruelmente secuestrado durante un mes. Era entonces presidente del consejo de administración del periódico que yo dirigía en 1997. Y su espíritu estaba presente, aunque cuando los etarras martirizaron a Javier de Ybarra, no hubo manifestaciones, ni ‘espíritus ciudadanos’. (...)

 El 12 de julio de 1997 se empezó a acabar toda la bazofia moral colectiva, ese silencio cómplice, ese lodazal ético en el que chapoteaba una parte importante de la sociedad vasca. Y nació el ‘espíritu de Ermua’.

Pero arraigó en muchos vascos un horror irreversible, un sentimiento de frustración insuperable, una desesperanza definitiva. Pensamos entonces que si la banda terrorista ETA era capaz de asesinar a Miguel Ángel Blanco con una crueldad matarife, ya no merecía la pena seguir allí, más aún cuando poco más de un año después (septiembre de 1998) el PNV, Herri Batasuna, los sindicatos nacionalistas y el entorno etarra se reagrupaban en el llamado Pacto de Estella, cuyo objetivo no era otro que tratar de salvar la hegemonía del nacionalismo en el País Vasco después de la reacción popular tras el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.

El 12 de julio de 1997, muchos vascos decidimos que nos exiliábamos de nuestra propia tierra, que no era posible educar a nuestros hijos en una sociedad que había consentido un monstruo terrorista como era ETA, que, españoles por vascos, debíamos hacer exactamente lo que nos aconsejó Xabier Arzalluz que hiciéramos. 

Nos dijo: “Idos, idos, que ancha es Castilla”. Nos abrió la puerta y, sí, entonces, salimos, y salimos a manta de Dios y nos vinimos a Madrid, a Valencia, a Sevilla, a La Coruña, a Canarias. Declinamos en aquel julio de 1997 toda esperanza de poder ser ciudadanos en plenitud en nuestra propia tierra. Pensamos entonces que si la barbarie de ETA era capaz de perpetrar aquel horrendo crimen —después de haber cometido tantos otros sin cansancio ni conmiseración—, nuestro país no tenía futuro.

 No pudimos intuir aquel malhadado 12 de julio que tendrían que pasar todavía muchos años, más crímenes, provocar más huérfanos, más viudas y más padres inconsolables, antes de que la banda, carcomida por su vesania, dijese que dejaba de matar y que dejaba las armas.

Que nadie se engañe: hicimos bien en emigrar, en dejar de ser judíos en tierra de exterminio social y de riesgo mortal, porque todavía se regatea a Miguel Ángel Blanco —con argumentos supuestamente equitativos— el homenaje que merece por su sacrificio y por lo que significó su sacrificio. Siguen aún en el País Vasco y en Navarra —con honrosas excepciones— las mismas euforias de los ‘bildutarras’ y algunas insoportables ambigüedades. 

Son estas excrecencias restos del oprobio del 12 de julio de 1997. De hace 20 años, cuando tantos y tantos decidimos el exilio interior y encontramos en él —sí, Arzalluz, ‘ancha es Castilla’— la libertad y la ciudadanía que ETA, con tantas complicidades, nos negó. Honor a las víctimas y honor a Miguel Ángel Blanco."            ( , El Confidencial,  11/07/17)

3/1/17

No sería legítimo un referéndum de autodeterminación en una población sometida al dictado nacionalista que decreta la muerte civil y social a los disidentes

"(...) No sería legítimo un referéndum de autodeterminación en una población sometida al dictado nacionalista desde hace casi cuarenta años, donde se han ido recortando los derechos individuales y condenando a la muerte civil y social a los disidentes, provocando un auténtico éxodo. 

De Cáceres, Lugo, Zamora, Sevilla, Oviedo, o Castellón –por no citar Madrid- nadie huye porque se sienta discriminado o ahogado políticamente. La cesión a las aspiraciones catalanistas solamente sirve para certificar la condena que esa gente recibe por no comulgar con la “verdad nacionalista”, y dejarlos desamparados frente al autoritarismo. 

Si de algo sirve hoy un Estado debería ser el de garantizar en cada región de su territorio que toda persona tiene los mismos derechos, que hay seguridad jurídica y personal, y que las involuciones o a las amenazas encuentran una respuesta inmediata, legal, contundente. (...)"        (Jorge Vilches, Vox Populi, 15/12/16)

29/10/14

"Si algo ha hecho mi marido y soy culpable lo mejor será que me vaya”. Algunos de ellos eran “los coreanos”. Extremeños, andaluces o gallegos




"(...)  En España “se puede decir que nunca es el momento oportuno para hablar de ETA”. Ni de… nosotros. Año 2001, “ETA mataba y estábamos grabando por allí el primer documental sin libertad.

 Asistíamos al entierro de un señor que habían matado por la mañana a 50 km”. 2006. Zapatero y el diálogo: “Cuando una película nos coincidía en un periodo de tregua había quien nos decía: ahora que va a acabar ETA, no te pongas a contar estas cosas, a meterle el dedo en el ojo”. 2014.

 Y ahora “el miedo a incomodar a los que han estado detrás del terrorismo y están en los ayuntamientos. Tampoco conviene recordarles lo que han hecho”. Los unos y los otros: “Además la sociedad prefiere pasar página, todo esto tiene muchos problemas”. Lo que es casi milagroso es que Arteta siga consiguiendo “el material” con el que se hacen los sueños. Es decir, la financiación. 

La pregunta, obvia, ¿cómo es posible que nadie haya contado antes esta historia? El terrorismo en el cine español ha preferido aventurarse con los matones. Desde un romanticismo rural canalla. (...)

En los 80, empiezas a ver que eso no puedes encajarlo de una manera natural, como una persona normal, que no puedes entender las justificaciones. Utilicé la libertad y cierto coraje. Me impulsó fundamentalmente algo que es la clave de mi iniciativa: defender la libertad y la vida”. Y se queda tan ancho, frente a esa “tendencia, sobre todo en la sociedad vasca, que tiene que ver con el miedo, la cobardía o la complicidad, no hay muchas más”. (...)

“Desde la primera película”, pensaron que querían hacer algo que pudiera “entender alguien de fuera”, hacer comprender “la sinrazón, la agresividad de lo terrorista y el amparo de lo nacionalista”. Y no es fácil, “porque no se ha dado en muchos sitios, en el primer mundo, una banda terrorista durante casi 50 años agrediendo a un estado que tampoco ha respondido siempre de una manera contundente”. 

Una anécdota: “Una vez estuve con el cónsul alemán en Bilbao, hace unos ocho años, en la época de Ibarretxe”. Y les preguntó: “¿Cuántos son?” Arteta: “Se cree que 300, 400″. El cónsul: “¿Sólo 300? ¿Y todo gira alrededor de esto?”. Arteta reflexiona, “quizá pensaría que con medios policiales se acababa aquello, pero luego hay que explicar que hay una parte de la sociedad vasca y de la representación política de los vascos que les está dando cobertura”.  (...)

En esta cuarta película por primera vez hablan los nacionalistas y Arteta ha elegido imágenes extremadamente duras. Proceden de archivos fotográficos de prensa. ETA mataba como la mafia, sólo cambia el menú del día en el restaurante familiar, de pasta a marmitaco (por ejemplo), “ametrallan a un tío y se van en un coche y luego costaba que se les detuvieran porque nadie había visto nada”.  (...)

Si uno lee los artículos que se escribían entorno a un atentado, se ponía el portal, el nombre de la mujer, de los hijos y declaraciones del tipo: no tenía nada que ver con la extrema derecha, o sabía euskera, como justificaciones que encontraban las pobres personas agredidas para no tener luego el rechazo de la sociedad. Y la víctima se lo creía. Si algo ha hecho mi marido y soy culpable lo mejor será que me vaya”. 

Algunos de ellos eran “los coreanos”. Extremeños, andaluces o gallegos que fueron a trabajar en los años 70 al País Vasco, “eran admitidos en nuestra casa, pero con el marchamo puesto”. “Eso arrastraba un peligro vital, gente que sabía que si se hacía notar en la sociedad o si se acerca a guardias civiles o esas fuerzas de ocupación le podía pasar algo y efectivamente les pasaron cosas. Fueron avisos a navegantes”.

Otra anécdota con humor bilbaíno. Una vez en EEUU una señora le preguntó, “pero esto ¿cuándo ha pasado?” Era el año 2000. 2001 cuando empezaban. “Si yo vivo allí señora, voy mañana para allá”. Arteta se ríe recordando la cara de alucine de esta americana. Entonces Iñaki Arteta cae en la cuenta de recordar que los que hablan en esta película “están todos vivos, las víctimas, las viudas. No es que estamos hablando del Holocausto. Aquí hay supervivientes”. El futuro, 2034. “Esto dentro de 20 años será otra cosa. Igual se cuenta bien, pero es que todos los que salen son testigos y la gente va muriendo…”.   (...)"              (Entrevista a IÑAKI ARTETA)

21/7/14

Hay muchas razones psicológicas por detrás de un desajuste moral que lleva a empatizar con los asesinos... y en el País Vasco se dan todas

"(...) Pero los desórdenes morales en torno al nacionalismo catalán de los últimos tiempos resultan pecados veniales comparados con los que han acompañado durante tantos años al nacionalismo vasco. El más evidente, el matonismo cotidiano: el asesinato, la intimidación y los desplazados políticos.

 La falta de libertad, sin más, tan magníficamente sintetizada en la clásica secuencia de Blade Runner: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo». Falta de libertad de unos que era falta de libertad sin más (...)

A partir de ahí, el resto. El terror era el soporte material –que no el intelectual– último de las miserias de muchos otros, de cómplices, que cobijaban al criminal y señalaban a la víctima; de los que comprendían los asesinatos, «porque algo habrán hecho»; de los apocados, que educadamente pedían a su vecino que «por favor, no deje el coche en el garaje de la comunidad, que los demás no queremos pagar por sus ideas», y de los equidistantes, que otorgaron razón a la violencia por el hecho mismo de serlo y pedían «diálogo», como sucedió con aquel improvisado remate de la periodista Gemma Nierga –portavoz circunstancial de los allí presentes– a la manifestación posterior al asesinato de Ernest Lluch: «Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, habría intentado dialogar; ustedes que pueden, dialoguen, por favor».  (...)

Hay muchas razones psicológicas por detrás de un desajuste moral que lleva a empatizar con los asesinos, casi todas con el nombre de solemnes teorías psicológicas: disonancias cognitivas, preferencias adaptativas, síndrome de Estocolmo, etc.

 Cada una a su manera confirma que los humanos andamos necesitados de levantar patrañas para afrontar fragilidades y desamparos, hasta incluso buscar la simpatía de quien nos esclaviza. Intentamos recrear nuestras biografías y pactar con miserias y cobardías sin sentirnos miserables o cobardes. Eso y mil cosas más, seguramente. Y casi es normal que suceda.

Pero si en el caso del terrorismo nacionalista se materializan con tal naturalidad es porque un armazón argumental allana el camino: el relato del conflicto con la nación oprimida. A partir de la asunción de que hay una justicia última en el relato nacionalista, de que una reclamación digna late por debajo de la indignidad de los procedimientos, la retórica de la comprensión se precipita. 

La identidad ignorada, el trato especial, las asimetrías y la historia, sobre todo la historia, servirán para establecer reconciliaciones y equidistancias imposibles entre víctimas y victimarios, para contraponer los esfuerzos de «la izquierda abertzale» a la intransigencia del «Tea Party pepero», para reclamar diálogos, perdones y el aquí paz y después gloria.   (...)

Pero la magnitud del desarreglo moral es todavía mayor, si tenemos en cuenta que la política no siempre es coartada: pocos disculpan los crímenes de nazis y xenófobos. La vileza radica en que cuando se dice «por razones políticas», se está queriendo decir «razones políticas justas».

 Ahí se instala la línea de demarcación con los nazis, la que sostiene el edificio entero de la comprensión, la que hace impensable la retórica del arrepentimiento, la que allana el camino a que, al salir de la cárcel, los criminales sean recibidos como héroes y encuentren a los suyos ofreciéndoles el balcón de los consistorios para los aplausos de los vecinos.

 Nada que ver con el final del franquismo, cuando los cómplices de la dictadura volvían discretamente a sus casas, confiando en que nadie les recordara su pasado. El problema no era de poder, pues poder siguieron conservando los franquistas durante bastante tiempo, mucho más que el de una ETA policialmente derrotada por un Estado democrático, sino de paisaje moral, de ese sórdido paisaje moral ocupado por el mentiroso relato nacionalista del conflicto. El problema era que «franquista» era una ofensa y «abertzale» es un honor. (...)"          (FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 05/07/14, FÉLIX OVEJERO)

13/5/14

¿Cómo no recordar ahora la soledad de tantos vecinos que hacían las maletas para no ser asesinados cuando la amenaza de serlo era real? ¿Quién no lo recuerda?

"(...) ¿Cómo no recordar ahora la soledad de tantos vecinos que hacían las maletas para no ser asesinados cuando la amenaza de serlo era real, así como la de tantos otros que asimismo hicieron sus maletas antes de que la amenaza también les llegara? ¿Quién no lo recuerda? 

Somos muchos los testigos de ese destierro. ¿No merecen esas víctimas ninguna reparación? ¿Ni siquiera la reparación de ser restituidos formalmente en su derecho de voto aunque muy probablemente nunca lo ejerzan porque ya nada tienen en el País Vasco?

Sólo el desconocimiento de lo que esa tragedia de desarraigo ha supuesto para tantas familias vascas –o los réditos extraídos de esa alteración del censo electoral– pueden explicar declaraciones y afirmaciones que revelan una absoluta falta de empatía con esas víctimas del terrorismo. 

Algunas destacan negativamente por su simpleza. Es el caso de la afirmación del sinsentido de que tales desterrados voten en Euskadi cuando pueden regresar toda vez que no hay ningún elemento que impida ya su regreso.

Es evidente que quien eso afirma carece de la experiencia del destierro. No sólo porque semejante afirmación desconoce los muchos impedimentos que sí existen para regresar sino, también, por los muchos obstáculos que aconsejan no hacerlo.

 ¿Acaso es posible levantar casa, familia, trabajo, relaciones sociales sólidamente establecidas en otra parte de España como quien desmonta una tienda de campaña para plantarla nuevamente en cualquier pradera vasca, después de décadas de ausencia forzada? ¿Qué queda de conocido y quien queda de cercano en la tierra de origen? Muy probablemente, nada ni nadie. Para los hijos y los nietos, con certeza casi total.

Por otra parte, detalle nada nimio, ¿para qué regresar incluso en la hipótesis del portavoz del Gobierno vasco de que Euskadi sea ya «una comunidad política que no presenta ninguna razón ni política, ni económica, ni social, ni de convivencia que impida la residencia efectiva en su territorio por parte de quien así lo desee» una vez finalizado –en apariencia– el terrorismo cuando, a las ausencias anteriores se añade la presencia cierta de los victimarios en las instituciones?

 ¿Qué víctima del destierro por causa del terrorismo de ETA va a regresar a su municipio de origen para contemplar diariamente el espectáculo de que la ideología que le victimizó y quienes decidieron, contribuyeron o apoyaron su victimización no sólo continúan en él sino que además están ahora en las instituciones?

 ¿Qué hijo o nieto de desterrado anhela hacer semejante experiencia después de haber vivido en propia carne el sufrimiento de sus padres desterrados? Concluirán conmigo que ninguno. Entre otras cosas, porque no merece la pena. No sólo el regresar en tales circunstancias, en el caso de que el regreso fuera posible. 

 También, porque para hacerlo hay que deshacer los lazos firmemente establecidos allá donde el destierro les llevó y donde fueron acogidos. En definitiva, restituir en su derecho de voto a los vascos desterrados y a sus descendientes es sobre todo un acto de justicia y de reparación que muy probablemente no tendrá ninguna incidencia electoral. 

Sólo por eso el Estado –que también ha estado permanentemente ausente respecto de esos ciudadanos– debería acometerlo.(...)"             (EL CORREO 25/04/14, CARLOS FERNÁNDEZ DE CASADEVANTE ROMANI, en Fundación para la Libertad)