"EL 22 de agosto de 1980, Francisco (69 años) y María Luisa (58),
padres de cuatro hijos, reciben una carta de la organización terrorista
nacionalista vasca ETA en la que, bajo amenaza de muerte, les da un
plazo de quince días para irse de Irún.
Dos años antes, como acredita la
Dirección de la Guardia Civil, ambos figuraron en los panfletos que con
el nombre de «Informe Euskadi» fueron lanzados en la ciudad con datos
de «personas acusadas de pertenecer a colectivos que habitualmente eran
objetivos de ETA».
En concreto, su profesión, domicilio y teléfono,
además de las mentiras y calumnias habituales en ETA para justificar un
posterior asesinato, anunciado en la propia carta: «Algunos no hicieron
caso anteriormente de advertencias parecidas y se les trató como les
correspondía».
Esa misma mañana se personan en la comisaría del Cuerpo Nacional de
Policía con el anónimo recibido. En la certificación policial que da fe
de los hechos consta el texto íntegro de la carta. En el marco de otro
procedimiento judicial, un inspector de la misma comisaría declaró que
la amenaza era cierta y grave, y que debían marcharse.
A primeros de septiembre, agentes de dicha comisaría se personan en
su domicilio, conminándoles a abandonar inmediatamente la ciudad por su
seguridad, lo que hacen esa misma tarde: escoltados, son acompañados al
tren rumbo a Madrid, donde residen familiares. Dejan atrás cuatro hijos,
domicilio, amigos, raíces y consulta profesional. Delante, el vacío.
Treinta y ocho años después, sus hijos solicitan a la Dirección
General de Víctimas del Ministerio del Interior el reconocimiento de la
condición de amenazados por terrorismo a título póstumo. Nada más. Sin
embargo, el Estado se cubre de gloria desestimando «la solicitud de
ayuda presentada», cuando no pidieron ninguna.
La justifican por la inexistencia de «medios de prueba tasados para
confirmar la existencia de amenazas: sentencia firme, apertura de
diligencias judiciales o incoación de proceso penal para el
enjuiciamiento del delito», exigidos por el art. 3 bis de la Ley de
Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo «para
que opere el sistema de ayudas y prestaciones reguladas por la ley». No
es el caso.
Varios son los motivos que originan este tipo de resoluciones
incomprensibles e inaceptables para las víctimas del terrorismo de ETA.
Uno, que los órganos del Estado no han entendido nunca la verdadera
dimensión de aquel. Así, los amenazados por ETA no tuvieron visibilidad y
existencia legal ¡hasta 2011!, aunque de modo insuficiente y
deficiente, como revela el caso que relato, porque esa Ley ignora –no
existen– a los miles de amenazados, fallecidos o no, que quisieran
únicamente ser reconocidos como tales sin pretensión económica o
asistencial ninguna. La Ley lo hace imposible al exigirles
inadecuadamente los medios de prueba requeridos para el sistema de
ayudas y prestaciones que contempla.
Además, la Ley desconoce totalmente el contexto social y político
padecido por los miles de amenazados por ETA. En el caso que relato,
seis días después de comparecer en la comisaría de Policía, ETA asesinó a
un vecino. Ese mismo año fueron 47 los asesinados en Guipúzcoa. (...)" (Carlos Fernández de Casadevante, ABC, 11/10/18)
"Julie Fernández nació en Lieja como pudo nacer en
Stuttgart. Sus padres viajaban rumbo a Alemania cuando el tren se detuvo
en la ciudad belga. Como él sabía francés y había minas cerca, se
apearon. Igual que otros muchos españoles, pobres casi todos, tomaron el
camino de la emigración en los años sesenta. En su caso lo hicieron
también empujados por el miedo a ser detenidos por su participación en
huelgas mineras. Hasta hoy. Hoy es noviembre de 2017.
Y la hija de
mineros asturianos, nieta de republicanos encarcelados en España y de
exiliados en Francia durante la Guerra Civil, se mueve por las
laberínticas estancias del Parlamento belga acompañada de varios
asistentes. "Se tarda dos años en aprender a no perderse", dice con
jovialidad, con una sonrisa que recuerda la naturalidad de la alcaldesa
de París, Anne Hidalgo, también de origen español.
La diputada pide perdón por su castellano —casi perfecto—
y fuerza una voz maltrecha por la dura sesión parlamentaria dedicada a
la crisis en Cataluña. A sus 45 años, es una figura ascendente del
socialismo valón. La llegada de Puigdemont y sus exconsejeros a Bruselas
ha catalanizado la bronca política en Bélgica.
Y ahí la silueta de Fernández se ha agigantado en su denuncia del
nacionalismo. "Es poner fronteras cuando mi ideal es que todas se
derrumben. Un ideal que nunca conseguiré seguramente. El nacionalismo,
sea flamenco o catalán como el que representa Puigdemont, es la ruptura
de la solidaridad, y como socialista no puedo entender eso", dispara.
Nadie ha pedido con tanta insistencia como ella que
el primer ministro belga, Charles Michel, se pronuncie sobre Cataluña,
reconozca la unidad de España y aparque la ambigüedad de su discurso.
Bélgica ha sido el país menos efusivo en su apoyo al Gobierno de Madrid.
Condenó la violencia policial del 1-O. No así el referéndum ilegal.
Y
tampoco ha respaldado abiertamente la acción de la justicia española.
"La crisis se ha vuelto belgo-catalana por las continuas declaraciones
de los ministros separatistas. ¿La política exterior la dirigen ellos o
el primer ministro y el de Exteriores? El porvenir de Cataluña depende
del de España, y eso incluye a todos los españoles", defiende.
La historia personal de Fernández está íntimamente
ligada a España. Los dos días de viaje en autobús de cada verano de su
infancia y adolescencia rumbo a Grado, en Asturias, eran parte del
ritual vacacional. De esos meses callejeros, de junio a septiembre si
había buenas notas, entre las risas de sus amigas cuando aparecía con
casetes de Victor Manuel tratando de impresionarlas.
Ellas iban un paso
por delante. Ya oían a Mecano o Alaska y Dinarama. La España de la
emigración y el exilio se movía a otros ritmos. Parafraseando a Dickens,
era el mejor de los tiempos y a la vez, era el peor de los tiempos.
"La
primera angustia, que no identifiqué como política en ese momento
porque era una niña, es el golpe de estado en España". Tenía nueve años y
pasaba los días en la Casa del Pueblo de Lieja. Mientras sus padres
hablaban de política, ella aprendía a bailar la jota o flamenco entre
emigrantes españoles. Con Tejero tomando el control del Congreso, sus
padres se desvivían por contactar a sus abuelos llamando al teléfono de
la vecina, la única del edificio con un aparato.
La socialista ha crecido entre historias del exilio.
Su padre pasó parte de su infancia en una playa francesa, recluido en
uno de los muchos campos de refugiados donde españoles huidos de la
guerra se hacinaban bajo el régimen colaboracionista de Vichy. Cerca de
allí robaba chocolate, pan y fruta en el almacén de una estación.
Para
Fernández, el uso que el antiguo Gobierno catalán hace del término está
lejos de la realidad. "El exilio es otra cosa. Es estar temblando por
saber si tu familia está bien o no. Saber cómo comer y dar un futuro a
tus hijos en un país que no conoces. Es abandonar los sueños que has
construido en tu país porque tu vida depende de huir para sobrevivir".
Julie Fernández Fernández se coloca las gafas solo
para mirar el móvil o leer. Un día se le empezó a cansar la vista. Con
dos apellidos así es fácil pensar que sus orígenes podían ser motivo de
curiosidad, pero su trayectoria vital está marcada por la mezcla. En su
clase solo había cinco alumnos belgas.
Su marido tiene ascendencia
congoleña. Y presume de que su hijo de siete años es resultado de toda
esa argamasa. "Como belga, defiendo mi identidad española, y reconozco
el derecho de cada uno a tener la suya propia. Pero eso no se debe usar
contra la solidaridad", insiste.
Tardó en conocer el racismo que también sufrieron sus
padres. Cuando buscaban piso en Bélgica todavía había carteles donde se
negaba la entrada a perros y extranjeros. Por eso también se ha
colocado como una gran crítica de los mensajes limítrofes con la
xenofobia del secretario de Estado de Inmigración, Theo Francken. El
mismo que tiende la mano a conceder asilo a Carles Puigdemont
mientras cierra las puertas a los refugiados y utiliza expresiones como
"hacer limpieza" para referirse a la detención de migrantes sin papeles
en Bruselas. El activismo contra esa política migratoria le ha costado
amenazas.
El mes pasado recibió una carta en neerlandés insultándola
entre dibujos de cruces gamadas. "¡Vuelve a tu país!", le escribieron
ignorando, deliberadamente o no, que aunque sus raíces son españolas, su
país es Bélgica.
No es de las que se dejan intimidar. Sus compañeros
de partido la llaman la Pasionaria por el ardor con que defiende sus
posiciones, desde las que denuncia la condición de caballo de Troya del
nacionalismo flamenco, a las que acusa de estar al frente de las mismas
instituciones federales a las que ha ido despojando de competencias en
una suerte de deconstrucción del Estado.
Pese al apodo, su herencia
política socialista le lleva a identificarse con otros líderes. "Mi
primera imagen política feliz es Felipe González y Alfonso Guerra
alzando los brazos tras ganar las elecciones de 1982. Lo que no entendía
de niña es que todos estaban muy contentos pero todos estaban
llorando".
Su entrada en política fue temprana. Ha sido
secretaria de estado y fue teniente de alcalde de Lieja a los 28 años,
cargo que actualmente compagina con el de diputada y que le obliga a
vivir entre su ciudad natal y Bruselas. Desde entonces, ha sido testigo
del complejo juego de equilibrios
necesario para que flamencos y valones se pongan de acuerdo.
541 días
llegaron a estar sin Gobierno tras los comicios de 2010. Por eso, apela
al diálogo como única posibilidad de que la crisis catalana no se
enquiste. Su experiencia en uniones está contrastada. Cada sábado es la
encargada de oficiar las bodas en Lieja. Unos 600 matrimonios al año.
"Se hace repetitivo, pero intento disfrutarlo porque es un momento único
en sus vidas".
El exprimer ministro belga Elio di Rupo, socialista
francófono al frente del Gobierno belga de 2011 a 2014, acusó a Mariano
Rajoy de actuar como un “franquista autoritario” en su gestión de la
crisis catalana. Julie Fernández no es partidaria del uso gratuito de la
comparación con la dictadura que tanto ha proliferado en las últimas
semanas. "Mi familia me ha explicado lo que era el franquismo. La España
no democrática y sin estado de Derecho. Por eso no llamo franquista a
nadie". (Entrevista a Julie Fernández, diputada valona, Álvaro Sánchez, 27/11/17)
"(...) El País Vasco se ha vuelto bastante soso,
afortunadamente para ellos. No va a ser un país de héroes o guerreros,
como se jactaban algunos, sino un país de cocineros, de pinchos,
dedicado a la gastronomía.
¿Todo era, al final, cuestión de dinero?
Sí, de mantener un privilegio. Al final se trataba de
no ponerse a la altura de las demás comunidades, no despertarse un día
siendo españoles normales. Todo lo que pasó ha servido para dos cosas:
para eliminar al Estado del ámbito vasco, para que se desvanezca su
presencia y hagan de su capa un sayo. Y para pagar menos impuestos.
Para
eso ha servido ETA, para hacer desistir a los opositores de vivir allí,
y aceptar a los demás partidos algo que era el proyecto de Sabina
Arana, y que Arana llamaba “de Euskadi” a secas. Por eso ahora todos los
partidos que hay son de Euskadi, PP de Euskadi, PSOE de Euskadi…
¿No era ya, en cierto sentido, una comunidad privilegiada?
Ya era
comunidad privilegiada anteriormente, pero han logrado blindarla y dar
un escarmiento a todos aquellos que pensaban que aquello podía funcionar
como una democracia, con una isosnomía, una normalidad a la española.
Nunca en el país Vasco, desde el siglo XVI, se ha admitido eso.
Ya lo
definió muy bien el propio Urkullu: “Nosotros lo que somos es una nación
foral”. Es decir, lo que define la identidad vasca no es la raza ni la
lengua, sino el fuero, privilegio, la posibilidad de hacer lo que
queramos.
Dicho así, ¿se diría que ETA ha sido un éxito?
Sí, yo acuñé hace tiempo una expresión que creo que
sigue siendo válida: los nacionalistas vascos siempre pierden para
ganar, convierten la derrota en una victoria, se presentan como una
comunidad mártir y sobre todo como objeto de una ofensa irreparable por
parte de España. ¿Por qué? Porque dentro del propio nacionalismo
español, los vascos también tienen un papel privilegiado.
Representan la
España primitiva, la España anterior a España, lo que garantiza la
existencia de una España eterna. Pueden ser la expresión de la
españolidad más acrisolada, o de la antiespañolidad. Es complejo, pero
esto se ha saldado con una victoria relativa, una paradójica victoria
del nacionalismo vasco.
Usted conoció la universidad vasca como catedrático. ¿Era el nido de abertzales que se ha dicho alguna vez?
No era una situación cómoda, a partir del 96-97 creo
que fui el primer profesor al que pusieron escolta. En el 97 me fui a
Nueva York, en el 98 a Sevilla, y cuando volví ya no podía dar clase. La
situación se había vuelto tan tensa e irrespirable que me fui a Madrid.
Pero tampoco quiero exagerar.
La Facultad de Vitoria no era la peor,
aunque sí había un continuo hostigamiento a los profesores no
nacionalistas: a Xema Portillo le quemaron el coche, a Paloma Díaz-Mas
le colocaron un artefacto incendiario, a mí carteles y una estupenda
pancarta en la fachada, de arriba a abajo. Era incómodo.
La Iglesia acaba de pedir perdón por la connivencia con el terror. ¿Tarde, mal y nunca?
La Iglesia institucionalmente estaba muy dividida en
el país Vasco: había una parte con los nacionalistas, con HB y ETA, y
otra en contra. Como no me considero parte de la Iglesia desde hace
mucho, no es que prestase mucha atención a lo que hacía o decía. Es
cierto que ETA no ha matado, como dijo alguien, “ni curas ni
banderilleros”. ETA tenía una especie de trato reverencial con la
Iglesia Católica.
Una vez le oí decir que la
memoria no le interesa a nadie. Habida cuenta del interés que suscita el
“relato” en el País Vasco, parece que hay a quien sí le interesa…
Se perderá. Es un poco complicado pretender que se
pueda recordar largo tiempo algo. Todo irá cayendo en el olvido. Ortega
decía que cada 15 años cambia la estructura de la vida. No te digo nada
desde 2003, cuando ETA mató a Joseba Pagazartundua, hay una generación
que no tiene esa angustia cotidiana con el terrorismo. La recuerdan de
segunda mano y les molesta, supongo que no quieren quedarse fijados en
eso. (...)" (Entrevista a Jon Juaristi, m'sur, mayo, 2018)
"LA verdad, esto del relato ya aburre. ETA y sus
comparsas seguirán machacando con el suyo –esto es, con el de que no se
les dejó otra opción que matar, dada la persistencia del «conflicto
vasco»–, y las asociaciones de víctimas, junto a un puñado de
historiadores tenaces y sensatos, reclamarán que se imponga una versión
rigurosa y veraz de los hechos.
Los gobiernos (central y autonómicos)
tratarán de quitarse de encima el marrón, de la manera más discreta
posible: sin irritar demasiado a las víctimas, pero sin intervenir en la
batalla de los relatos.
El mismo día de la payasada de Cambo recibí por
internet la foto recién tomada de una pintada en Lequeitio, encantador
pueblito de la costa vizcaína. Dentro de su laconismo, resultaba
bastante elocuente. Rezaba así: Eskerrik asko, ETA. Gora
ETA. Es decir, «Muchas gracias, ETA. Arriba ETA».
Buena parte del nacionalismo vasco (no sólo la izquierda abertzale) se
siente en deuda con la actual ETA-zombie (que no se disolverá en el polvo, no se
vayan a tragar semejante trola).
Es de bien nacidos ser agradecidos y el
nacionalismo vasco en su conjunto tiene que agradecer a ETA la
desaparición de toda oposición significativa a su proyecto, el de la
consolidación de la nación foral dentro y fuera de sus predios.
A la
oposición oficial –o sea, a la que no se opone en absoluto a ese
proyecto– no se le ha ido todavía el miedo del cuerpo y está dispuesta a
dar por la paz mucho más que un avemaría. Se conformaría con un
relatillo que sostuviera, muy en general, que las víctimas han sido
decentemente resarcidas y sus asesinos debidamente castigados, lo que,
por supuesto, ni ha sucedido ni va a suceder.
De vez en cuando firmo algún manifiesto con amigos que
ven las cosas de forma parecida a la mía. Lo firmo por amistad, pero
sin esperanza ni convencimiento. Creo que es una pérdida de tiempo
dirigirse a los agradecidos o a los medrosos y a los gobiernos que los
representan.
Yo creo que sólo hay un grupo al que merece la pena
dirigirse, y es al de los radicalmente disconformes, al de las víctimas,
los historiadores honestos y los firmantes de manifiestos. Un grupo en
el que me incluyo, faltaría más. Y lo que le diría a este grupo, como ya
se lo he dicho en otras ocasiones, es que abandonen toda esperanza y
que revisen su propio relato hasta retirar del mismo toda concesión al
lenguaje del enemigo.
Sobre todo, las concesiones inconscientes,
empezando por la de llamar «exilio» a la situación de los ciudadanos
españoles que, bajo la amenaza de ETA o la presión ambiental del
abertzalismo de todo signo, tuvieron que dejar de residir en los
territorios forales de la nación foral y mudarse temporal o
definitivamente a otras partes de España. No ha habido un exilio vasco
en la España democrática.
Por duro que fuera el destierro resultante de
una auténtica limpieza étnica (en la que no tomaron parte solamente los
terroristas, sino también quienes desde un abertzalismo supuestamente
moderado nos decían «Si no estás conforme, ancha es Castilla»), no nos
trasladábamos a un país extranjero, a depender de la generosidad de los
autóctonos.
Cambiábamos de casa en nuestro propio país, donde teníamos
derecho a residir donde se nos antojara o pudiéramos (los de Bilbao,
además, tenemos derecho a nacer hasta en Motilla del Palancar). Esto del
exilio es un resabio abertzale con toques antifranquistas y progres. No
pasó nada de eso.
Los que se acogían al exilio eran los asesinos y
cómplices de la banda. Porque los abertzales no soñaban con una Cuba del
Cantábrico limpia de vascos respondones (que para ellos nunca fuimos
vascos). La querían limpia de españoles. Empecemos a contarlo como pasó." (Jon Juaristi, ABC, en Fundación para la Libertad)
"Cómo y por qué ETA extorsionó, aterrorizó y asesinó a empresarios vascos y navarros.
El destino trágico de José Legasa comenzó a fraguarse en noviembre de 1976 cuando recibió una carta de extorsión de ETA.
A este empresario de Irún le exigían 10 millones de pesetas, 520.000
euros de hoy. En la misiva se le pedía que cruzara la frontera hasta la
localidad francesa de Bayona y entregara el dinero en el bar Euskaldun a
un tal Otxia.
El constructor guipuzcoano lo denunció a la Policía
Nacional y acompañado de varios agentes se dirigió cierto día al
encuentro del tal Otxia, que resultó ser Francisco Javier Aya Zulaica,
jefe del aparato de extorsión de ETA. Lo halló jugando tranquilamente a
las cartas en el bar. El terrorista fue detenido allí mismo y
posteriormente fue condenado a tres años de prisión en Francia.
José Legasa fue valiente en tiempos de pocas heroicidades. No solo denunció y colaboró para condenar a un terrorista, sino que también evitó que su oro lo convirtiera ETA en plomo.
Pero lo pagó caro porque la venganza no se hizo esperar.
“Después del
juicio en Francia, mi tío cambiaba de hábitos y horarios constantemente
porque era consciente del peligro. Protegía como podía a su familia,
pero él tenía claro que no quería emigrar, quería ser libre en su tierra
a pesar del miedo”, cuenta su sobrina Lourdes Legasa a este diario. Su padre Miguel trabajaba con José en el negocio familiar y siempre andaban juntos.
Uno de los empleados de la empresa resultó ser
confidente de ETA y facilitó la información necesaria para que se
consumara la tragedia. Corría noviembre de 1978 cuando el francés Henri
Parot, el etarra más sanguinario con 26 asesinatos a sus espaldas, llegó
a Irún acompañado de otro pistolero. Sorprendieron a José y a Miguel a
pie de obra. “Mi padre forcejeó con Parot y recibió un tiro en la
pierna. A mi tío le dispararon hasta la muerte”, narra Lourdes.
“La
familia ha estado muy callada, pero es el momento de hablar porque no
podemos dejar que este caso y otros muchos se queden en el olvido. Ojalá
hubiera habido más valientes como mi tío”, explica con templanza
Lourdes.
En un nuevo libro,
con igual mesura y mucho rigor también nos cuentan nueve autores cómo y
por qué ETA aterrorizó a los empresarios, principalmente vascos y
navarros. En ‘La bolsa y la vida. La extorsión y la violencia de ETA contra el mundo empresarial’
se lee que entre 1993 y 2010 fueron 10.000 las personas a las que
exigieron el ‘impuesto revolucionario’.
Se sabe por el descifrado de los
códigos alfanuméricos que la organización terrorista añadió a las
cartas a partir de 1993. Hablar del número de extorsionados antes de ese
año “es pura especulación”, apunta el periodista Florencio Domínguez, quien viene a ser como la ‘enciclopedia de ETA’.
El estudio de Domínguez le lleva a asegurar que las fuentes de financiación de ETA
fueron principalmente los secuestros (106 millones de euros), los
atracos (19 millones) y la extorsión (21 millones). Los valores están
actualizados. Asegura este periodista, ahora director de la Fundación
Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que “la aportación de
los simpatizantes, según la documentación analizada, es irrisoria".
"El ‘merchandising’ de pulseritas y medallitas apenas
les aportó fondos”. Dada la ‘omertà’ impuesta por el miedo a ETA y el
silencio mayoritario de los afectados, la cifra conservadora obtenida
mediante el ‘impuesto revolucionario” la fundamenta Domínguez en el
análisis de la documentación incautada en la empresa Sokoa de Bayona
(1986), en la localidad francesa de Bidart (1992) y a Mikel Antza en
2004.
Otra de las cifras llamativas que aporta el libro es que el terrorismo de ETA tuvo un impacto negativo de 25.000 millones de euros en la economía vasca, actualizado el valor a hoy. El coordinador del libro, Josu Ugarte,
afirma que “ese coste directo estimado ha sido pagado en su mayor parte
por el conjunto de los españoles”.
Añade Ugarte: “Tan solo la
paralización que provocó ETA de la central de Lemóniz supuso un
sobreprecio de entre 6.000 y 7.000 millones de euros en los recibos de
la luz pagados por los ciudadanos”. El coste de la incidencia en el PIB
del País Vasco y Navarra es incalculable, sostienen los autores.
Respecto a las causas de la violencia sistemática
contra el empresariado, Ugarte señala que “la búsqueda de fondos para
llevar a cabo su actividad terrorista es la causa que prevaleció en la
práctica de la extorsión”. ETA colocó bombas contra las instalaciones de
las compañías, realizó atracos, envió miles de cartas de extorsión, secuestró a 86 personas entre 1973 y 1997 y cometió 55 asesinatos en sus atentados contra el empresariado.
El coordinador del libro cuenta a El Confidencial que
“en los primeros años de ETA, su ideología anticapitalista y de odio
hacia los empresarios en tanto que explotadores y enemigos del pueblo
vasco provocó ciertos episodios de violencia, pero ya desde finales de
los setenta lo que marcó la extorsión fue conseguir dinero”.
Florencio Domínguez añade que también hubo otros
motivos por los que ETA atentó contra el mundo empresarial. Señala, por
ejemplo, que hubo ataques contra intereses económicos franceses para que
París dejara de cooperar con Madrid en la lucha antiterrorista. O casos
en los que la banda terrorista se arrogó la defensa del ecologismo,
como en el caso de la central nuclear de Lemóniz que paralizó o el de la
autovía de Leizarán que uniría Navarra y Guipúzcoa, proyecto este
último cuyo sobrecoste por la amenaza terrorista fue de casi 100
millones de euros.
A más terror, mayor recaudación
“Mi secretaria captaba con la mirada qué quería el
empresario extorsionado cuando venía a entrevistarse conmigo porque el
terror se le veía en los ojos”, explica José Manuel Ayesa,
que fuera presidente de la Confederación de Empresarios de Navarra
entre 1989 y 2010 y que vivió con escolta durante 14 años por las
amenazas de muerte recibidas.
El terror facilitaba el pago del chantaje.
Así, desde finales de los setenta la banda le dio una gran importancia
estratégica a crear un aparato de extorsión que perfeccionó en los
ochenta y que se profesionalizó del todo en los noventa con un archivo
informático cifrado.
La jefatura de ese aparato siempre estuvo en
Francia, pero “necesitaba una red de personas legales vinculadas a la
trama política de ETA [Herri Batasuna
y sindicato LAB] que hacían las labores de inteligencia, además de una
red de informantes entre trabajadores de la banca que registraban los
movimientos de las cuentas o empleados públicos que proporcionaban datos
clave para el chantaje”, explica Josu Ugarte.
Luego había otra red de colaboradores que mantenían
los primeros contactos con los extorsionados y también una trama de
intermediarios que negociaban los pagos que se realizaban normalmente en
el País Vasco francés o que directamente recogían el sobre y lo
llevaban al país vecino.
Una
correlación siniestra que funcionó: a más terror, más ingresos por
extorsión; y a más pago del ‘impuesto revolucionario’, mayor capacidad
asesina
ETA entendió muy pronto que la intimidación sistemática y la violencia extrema favorecían el pago del ‘impuesto revolucionario’,
un ingreso básico para los terroristas. “Hubo factores que
interactuaban: a mayor violencia, más ingresos; a más ingresos, más
recursos humanos para atentar y más capacidad de conseguir dinero de la
extorsión. De modo que sí, hubo una relación directa entre el miedo y la
capacidad de recaudar”, detalla Florencio Domínguez.
Así, no fue casualidad que en 1977 ETA secuestrara, torturara y asesinara a sangre fría al importante industrial y político Javier de Ybarra y Bergé.
Cinco días después de su secuestro, la familia Ybarra recibía una carta
que rezaba: “La oligarquía de los Ybarra entregará a ETA la cantidad de
mil millones de pesetas [50 millones de euros hoy]. En caso contrario,
J. Ybarra será ejecutado”.
GaizkaFernández,
historiador y coautor de ‘La bolsa y la vida’, explica lo siguiente:
“El secuestro y asesinato de Ybarra fue un mensaje para la oligarquía de
Neguri, que era la oligarquía española en contraposición con la
burguesía del PNV, la aliada nacional: ‘Si no pagáis, os vamos a matar’.
Eso aceleró el proceso de extorsión y de pago”.
Fue un punto de inflexión. Como consecuencia, desde
finales de los setenta y durante la década de los ochenta el presupuesto
de ETA se incrementó exponencialmente gracias en gran parte a los
ingresos por el ‘impuesto revolucionario’. Sus acciones terroristas
sufrieron un gran auge. No en vano solo entre 1980 y 1989 los
terroristas asesinaron a 412 personas del total de 858, número del
balance mortífero de su medio siglo de acción violenta. Una correlación
siniestra que funcionó: a más terror, más ingresos por extorsión; y a
más pago del ‘impuesto revolucionario’, mayor capacidad asesina.
Esa relación también se ve claramente en 2000 tras el asesinato con coche-bomba del empresario José María Korta,
entonces presidente de la patronal guipuzcoana Adegi. Florencio
Domínguez comenta a este diario que esa acción “conllevó un efecto de
intimidación entre los empresarios extorsionados, lo que llevó ingresos a
las arcas de ETA”. Un documento intervenido en 2004 a la jefa de
extorsión, Soledad Iparraguirre, confirmaba esa correlación: “En el 2000 el efecto Korta tiene su influencia; hay dos años buenos, fructíferos”.
El desamparo del empresariado
Todas las víctimas de la extorsión con las que ha
hablado este diario —unas quieren aparecer, otras no— manifiestan una
queja común: el desamparo que sufrieron por parte del conjunto de las
administraciones del Estado mientras hacían frente al chantaje y la
violencia de ETA.
“No tengo ninguna duda de que el silencio de los
empresarios, que no denunciaran y el hecho de que muchos pagaran, es
consecuencia del desamparo que sentían ante el comportamiento de los
medios gubernamentales”, explica José Manuel Ayesa.
Este expresidente de la patronal navarra sostiene
que, salvo la Guardia Civil, que tenía un equipo contra le extorsión,
los gobiernos e instituciones no dieron importancia alguna al
sufrimiento de los empresarios chantajeados y sus familias: “Mientras
mis hijos no me dejaban pasear con mis nietos por temor a que pasara
algo, los diferentes cuerpos policiales no eran capaces de coordinarse
para ayudarnos”.
Hasta
los ochenta, Francia era la retaguardia segura de los etarras, que
celebraban reuniones a cara descubierta en los bares con los
extorsionados
Cuenta Ayesa una anécdota que le ocurrió en la Semana Santa de 2007 mientras compartía hotel con Alfredo Pérez Rubalcaba,
entonces ministro de Interior. “Un amigo mío —relata Ayesa— había
recibido una carta de extorsión esos días y aparecí en todos los
telediarios nacionales para denunciar la situación, aunque estuviera de
vacaciones.
Pérez Rubalcaba sabía que desayunábamos a cinco metros uno
del otro, pero me miraba y no decía nada. Una mañana quise acercarme a
él para comentar el asunto, pero no dio permiso a su escolta para que me
dejara hablar con él”. Concluye Ayesa: “No les interesaba en absoluto
el sufrimiento de los empresarios”.
A finales de los setenta y los ochenta, el panorama era peor. Francia era la retaguardia segura de los etarras,
quienes celebraban reuniones a cara descubierta en los bares con los
extorsionados, y en el País Vasco aún no había una conciencia social e
institucional para combatir a los terroristas.
“Tras el asesinato de mi tío, no sufrimos una
especial estigmatización social, pero tampoco sentimos un apoyo de las
instituciones”, asegura Lourdes Legasa. Cuando ocurrió el atentado, a
los pocos días ETA exculpó a su padre (herido) en un comunicado de la
denuncia de su tío que había propiciado la condena de un terrorista. “En
ese momento pensé que ya estábamos vacunados, pero en los ochenta, que
fueron muy duros, me volvió la inquietud: ‘A ver si estos vuelven a por
nosotros”, confiesa Lourdes.
Carta de extorsión. ETA impone un recargo del 5% por demora en el pago (2002).
La diáspora
La situación de violencia y falta de protección
institucional que sufrieron los empresarios llevó a no pocos a emigrar a
otras regiones de España y al extranjero. La tentación de irse era muy
grande.
Los Ortuzar emigraron a Reino Unido
tras el asesinato de Javier de Ybarra y Bergé en 1977. Una de las
personas que encabezaron el grupo familiar de negociadores para intentar
su liberación fue Gaizka Ortuzar, casado con una de las hijas del
empresario vizcaíno e hijo del fundador de la Ertaintza en 1936, Luis de
Ortuzar.
“Cuando mi padre estaba negociando la liberación de mi abuelo,
los etarras le dijeron que el siguiente sería él. Nos obligaron a
mudarnos y varios familiares míos siguieron apareciendo en las listas de
objetivos de la banda terrorista”, contó su hijo Iban a El
Confidencial.
Todo el mundo sabía que el dinero que ingresaba ETA era para matar, un castigo terrible para la conciencia de quien pagaba
Unos años más tarde, en 1987, la hoy galerista Blanca Soto
montó un espacio multicultural en la céntrica calle donostiarra de
Urbieta. Pero al día siguiente de la inauguración, ella y su socio
oyeron unos ruidos que les sobresaltaron mientras trabajaban. “De
repente, nos vimos rodeados por ocho chicos de Jarrai, habían entrado en
el local y echado el cierre”, afirma Soto.
“Nos interrogaron sobre
nuestras personas, el origen del dinero para abrir el negocio y qué
actividades pretendíamos hacer. Nuestras explicaciones no les
convencieron, así que destrozaron el local en apenas cinco minutos y nos
dieron una paliza de muerte”, explica esta empresaria hoy afincada en
Madrid.
Los socios denunciaron los hechos ante la Policía Nacional, cuyo caso llevó personalmente el inspector jefe de San Sebastián, Enrique Nieto.
“A los pocos días identifiqué a los ocho jóvenes en
una rueda de reconocimiento. Entonces comenzaron a pasar por el negocio
los padres pidiéndome que los perdonara, a lo que me negué, por lo que
también ellos me amenazaron”, narra Soto. A continuación, comenzaron a
llegarle cartas que incluían amenazas de muerte, hasta siete.
“Me sentía
aterrorizada. No podías hablar con nadie porque la gente allí estaba
acostumbrada a la violencia y a la muerte, solo podía hablar de esto con el psiquiatra, como tantas otras víctimas”, cuenta atribulada. La banalidad del mal también afectó a la sociedad del País Vasco.
Una de las cartas para ella le llegó al político del Partido Popular Gregorio Ordóñez
cuando estaba en el Ayuntamiento de San Sebastián. “Pensaban que era mi
amigo —señala la galerista—, pero no lo era. Entonces, Gregorio me
dijo: ‘Tú eres una ciudadana normal, no te inquietes’; pero yo tenía
mucho miedo porque las cartas también llegaban al buzón de mi casa”.
La mayor parte del tiempo los empresarios extorsionados se vieron solos ante el peligro
La violencia continuó. Con la misma pistola, en 1995,
ETA segó las vidas del inspector Enrique Nieto y de Gregorio Ordóñez.
“En 2000 me marché, tenía por entonces dos hijos muy pequeños y el
ambiente seguía siendo insoportable. Además, no quería que ellos crecieran en una sociedad enferma como aquella”, dice Blanca Soto.
La mayor parte del tiempo los empresarios
extorsionados se vieron solos ante el peligro. La sociedad, las
instituciones y las propias patronales les dieron la espalda en
demasiadas ocasiones. El que no pagaba, se sumía en la angustia; el que
lo hacía, arrastraba el sentimiento de culpa. “Todo el mundo sabía que
el dinero que ingresaba ETA era para matar y eso era un castigo terrible
para la conciencia de quien pagaba”, concluye José Manuel Ayesa." (Marcos García, El Confidencial, 05/02/18)
La posibilidad de que le asesinaran si no contribuía a alimentar la
maquinaria sangrienta de ETA pesaba demasiado. La sensación de estar
jugando a la ruleta rusa cada vez que trituraba una carta de ETA le
torturaba. Cada carta del mal llamado “impuesto revolucionario” le acercaba al de la ejecución de la sentencia de muerte que le había impuesto ETA.
En cinco décadas de violencia fueron asesinados 49
empresarios y directivos, otros 52 fueron secuestrados, y entre 10.000 y
15.000 fueron extorsionados, alguno más de un millar en Navarra, según
informes prácticamente coincidentes de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado y de la Universidad de Deusto. Creen que en torno
al 8% de media de los extorsionados pagaron, en Gipuzkoa más.
Como Carlos, muchos empresarios no se lo decían ni a
la familia. Preferían sufrirlo solos, ocultarse en segundas residencias
alejados de sus seres queridos, o marcharse de Euskadi. El miedo se cebó
hasta tal punto en ellos que tuvieron que pasar seis años desde que la
banda anunciara el cese de sus acciones violentas, en octubre de 2011,
para que los empresarios comenzaran a verbalizar sin tapujos que fueron
víctimas de las cartas de extorsión de la banda.
En octubre de 2017 la patronal Confebask, y las tres asociaciones provinciales, Cebek, Adegi, y SEA,
homenajearon en un acto en Bilbao a todos los que murieron por no
pagar, a los que sobrevivieron con la angustia de contar los días que
les quedaban, y a quienes se ocultaban entre los muros de sus casas para
pasar inadvertidos en un contexto en el que significarse era como
ponerse en la primera línea.
El terror y el miedo se trufaron además con la
desconfianza. Cualquiera podía ser el soplón de la banda que describía
tus rutinas en la empresa, en los trayectos en coche a casa, o el que te
hacía los seguimientos y avisaba a loa asesinos cuando y donde estabas
solo, para pegarte un tiro o secuestrarte
De los 52 secuestros de empresarios y directivos de empresas, ETA asesinó a dos, Angel Berazadi
en 1976 y Javier Ybarra en 1977. Pero fueron secuestrados muchos más.
El propietario de Avidesa, Luis Suñer fue secuestrado en 1981 y un año
después José Lipperhide y Saturnino Orbegozo. Diego Prado y Colón de Carvajal cayó en manos de ETA en 1983, Juan Pedro Guzmán Uribe en 1985, Lucio Aguinagalde
en 1986 y Emiliano Revilla en 1989.
Este último fue liberado tras el
supuesto pago de algo más del equivalente en pesetas a siete millones de
euros. En noviembre de 1989 fue secuestrado Adolfo Villoslada y el
último fue Cosme Delclaux, hijo del presidente de Vidrieras de Álava,
que coincidió algunas semanas con José María Aldaya,
quien sufrió el secuestro más largo de los sufridos por empresarios,
desde el 8 de mayo de 1995 al 14 de abril de 1996. Algunos estudios
cifraron en 115 millones de euros el dinero recaudado por ETA entre 1978
y 2008 a través de los secuestros.
Todavía a día de hoy es un tema incómodo. “Algún día
se lo diré a mis tres hijos, y al resto de mi familia, pero no pueden
enterarse por el periódico”, explica Carlos durante un paseo por la zona
de la Universidad, junto al monolito en recuerdo del socialista
Fernando Buesa, asesinado por ETA en 2000.
En una de las misivas ETA le
acusaba de promover la corrupción para, “en descarada connivencia con
los diferentes sectores políticos en el poder y sectores de la burguesía
regionalista vasca, arrojar sin escrúpulo al paro y a la miseria a
miles de ciudadanos vascos”. Las cantidades que pedían oscilaban
Otros se han atrevido a decir, con mucho pesar, que
habían pagado a la banda. Jesús Mari Korta, de Grúas Goierri vio cómo
asesinaron a dos de sus amigos, el empresario de la construcción, Isidro
Usabiaga, en 1996 y al presidente de la patronal guipuzcoana, Joxe Maria Korta en 2008,
y claudicó. “No pude más”, reconoció con motivo del homenaje a los
empresarios en octubre de 2017.
Una de las conclusiones del estudio
sobre el chantaje de ETA realizado por la Universidad de Deusto es que
además del terror que generaban las cartas, sometían a los industriales a
un terrible dilema: no pagar y arriesgarse a morir, o pagar para otros
siguieran muriendo." (Pedro Gorospe, El país, 02/05/18)
"(...) Miguel Ángel pertenecía a una joven generación de valientes
concejales que, tras el asesinato de otro joven líder, Gregorio Ordóñez,
se unieron a otros, socialistas y populares, que aguantaban la
persecución de los nacionalistas que mataban y la incomprensión de los
nacionalistas que no mataban y nos gobernaban.
En el verano de 1997 yo era madre primeriza tras haberse malogrado un
primer embarazo. No puedo explicar la felicidad que sentíamos por
aquella criatura que nació sana y llena de determinación. La niña se
quedaba muy atenta y silenciosa en su cochecito mientras gente de todas
las edades aplaudíamos o coreábamos con todo el alma –profundamente
unidos–, clamando que no asesinasen a Miguel Ángel. Fuimos millones en
todo el país.
Fuera de nuestra familia no comentábamos la amenaza de muerte que ya
se cernía sobre mi hermano Joxeba, porque dos años antes un comando de
ETA había sido detenido por la Guardia Civil a pocos días de asesinarlo.
Nuestra madre había sido increpada por algunos radicales y empezaba a
notar que su presencia resultaba incómoda en algunos lugares donde hacía
la compra.
Nosotros, sus hijos, ya no podíamos salir de noche por
Hernani, porque habían puesto en marcha lo que llamaron “socialización
del sufrimiento”, que consistía en una estrategia de acoso integral para
todos los que no compartíamos la ideología nacionalista vasca sin
ocultarlo.
La ponencia política que había puesto en marcha esa intensa
campaña fue discutida y aprobada por miles de militantes de HB en 1994 y
se fue poniendo en marcha en cada pueblo, en cada barrio, en cada
vecindario. Lo hicieron al mismo tiempo que en asuntos lingüísticos y
culturales se acercaban a los nacionalistas que no mataban. Era una
coartada perfecta.
Los incidentes que iba sufriendo nuestra madre nos sirvieron para
ocultarle en un primer momento que necesitábamos que ellos salieran de
Hernani. A hacer desaparecer las rutinas de las comidas familiares
dominicales, con el fin de evitar dar facilidades a los asesinos. Años después, el que mató a Joxeba fue, de hecho, un vecino de nuestro pueblo.
Pocos
meses más tarde, también nosotros nos habíamos instalado en la capital
donostiarra. Para el verano de 1997, ante el riesgo tan severo en su
caso, Joxeba, su mujer Estibaliz y los niños, muy pequeños, se habían
trasladado a la Rioja alavesa. Si cuento esto es por poner el contexto
real y concreto del alcance de la persecución.
A Miguel Ángel Blanco buscaron matarlo causando el mayor sufrimiento
posible. Los forenses certificaron que el calibre del arma era pequeño
–no el habitual en aquella organización terrorista– para que la primera
bala no lo matase y pudiera sufrir un poco más, siendo consciente de que
llegaba el segundo tiro y para que la agonía durase horas. Uno de los
tres asesinos se suicidó dos años más tarde tras enloquecer.
Del chantaje y la tragedia surgió un espíritu de libertad y el
compromiso de intelectuales vascos, especialmente de profesores, que
también fueron perseguidos. El Foro de Ermua, la iniciativa Basta Ya o
el colectivo de víctimas Covite surgieron en el País Vasco desde un
profundo sentido del deber cívico.
El juicio por el asesinato de Miguel Ángel se celebró en el año 2006.
No quiero que olviden la mirada y la risa despiadada de los asesinos
Javier García Gaztelu e Irantzu Gallastegi. Su familia tuvo que soportar
el dolor añadido de la arrogancia y chulería de los asesinos y de buena
parte de los familiares y amigos que se desplazaron para apoyarles.
Consuelo Garrido, madre de Miguel Ángel, dijo después del juicio que no
podía dejar de pensar y mirar las manos que fueron capaces de matar a su
hijo.
Este es el fuego de la memoria que los nacionalistas desean apagar
implantando –con importantes recursos económicos y un objetivo de largo
plazo– una verdad oficial que mezcla tiempos históricos y otras
violaciones de derechos humanos para esconder la magnitud de esa
estrategia de odio a lo español, de adoctrinamiento ideológico y la
persecución de la libertad de conciencia que no importó a los líderes
nacionalistas que no mataban.(...)" (MAITE PAGAZAORTUNDÚA, Libertad Digital, en Fundación para la Libertad)
"El 12 de julio de 1997* —mañana hará 20 años—, el que este texto
suscribe era director de ‘El Correo’, el primer diario del País Vasco y
uno de los de mayor difusión y audiencia de España. Viví el secuestro y
asesinato de Miguel Ángel Blanco con una ansiedad nunca antes sentida,
porque se percibía de modo irremediable la brutalidad del crimen del
joven concejal del PP de Ermua.
Por primera vez llevé a mis hijos,
entonces muy pequeños, a la manifestación para reclamar su liberación,
por primera vez observé en las calles de Bilbao a ciudadanos anónimos
con lágrimas en los ojos, por primera vez escuché en las calles de la
capital de Vizcaya el silencio fúnebre de una sociedad consternada,
sobrecogida y anonadada. Por primera vez no sabía cómo tenía que
escribir el editorial que publicaría mi periódico.
Veinte años antes —en junio de 1977—, la banda terrorista ETA asesinó
también a Javier de Ybarra y Bergé en una zona boscosa próxima a Bilbao
después de mantenerle cruelmente secuestrado durante un mes. Era
entonces presidente del consejo de administración del periódico que yo
dirigía en 1997. Y su espíritu estaba presente, aunque cuando los
etarras martirizaron a Javier de Ybarra, no hubo manifestaciones, ni
‘espíritus ciudadanos’. (...)
El 12 de julio de 1997 se empezó a acabar toda la bazofia moral
colectiva, ese silencio cómplice, ese lodazal ético en el que chapoteaba
una parte importante de la sociedad vasca. Y nació el ‘espíritu de
Ermua’.
Pero arraigó en muchos vascos un horror irreversible, un
sentimiento de frustración insuperable, una desesperanza definitiva.
Pensamos entonces que si la banda terrorista ETA era capaz de asesinar a
Miguel Ángel Blanco con una crueldad matarife, ya no merecía la pena
seguir allí, más aún cuando poco más de un año después (septiembre de
1998) el PNV, Herri Batasuna, los sindicatos nacionalistas y el entorno
etarra se reagrupaban en el llamado Pacto de Estella, cuyo objetivo no
era otro que tratar de salvar la hegemonía del nacionalismo en el País
Vasco después de la reacción popular tras el secuestro y asesinato de
Miguel Ángel Blanco.
El 12 de julio de 1997, muchos vascos
decidimos que nos exiliábamos de nuestra propia tierra, que no era
posible educar a nuestros hijos en una sociedad que había consentido un
monstruo terrorista como era ETA, que, españoles por vascos, debíamos
hacer exactamente lo que nos aconsejó Xabier Arzalluz que hiciéramos.
Nos dijo: “Idos, idos, que ancha es Castilla”. Nos abrió la puerta y,
sí, entonces, salimos, y salimos a manta de Dios y nos vinimos a Madrid,
a Valencia, a Sevilla, a La Coruña, a Canarias. Declinamos en aquel
julio de 1997 toda esperanza de poder ser ciudadanos en plenitud en
nuestra propia tierra. Pensamos entonces que si la barbarie de ETA era
capaz de perpetrar aquel horrendo crimen —después de haber cometido
tantos otros sin cansancio ni conmiseración—, nuestro país no tenía
futuro.
No pudimos intuir aquel malhadado 12 de julio que tendrían que
pasar todavía muchos años, más crímenes, provocar más huérfanos, más
viudas y más padres inconsolables, antes de que la banda, carcomida por
su vesania, dijese que dejaba de matar y que dejaba las armas.
Que
nadie se engañe: hicimos bien en emigrar, en dejar de ser judíos en
tierra de exterminio social y de riesgo mortal, porque todavía se
regatea a Miguel Ángel Blanco —con argumentos supuestamente equitativos—
el homenaje que merece por su sacrificio y por lo que significó su
sacrificio. Siguen aún en el País Vasco y en Navarra —con honrosas
excepciones— las mismas euforias de los ‘bildutarras’ y algunas
insoportables ambigüedades.
Son estas excrecencias restos del oprobio
del 12 de julio de 1997. De hace 20 años, cuando tantos y tantos
decidimos el exilio interior y encontramos en él —sí, Arzalluz, ‘ancha
es Castilla’— la libertad y la ciudadanía que ETA, con tantas
complicidades, nos negó. Honor a las víctimas y honor a Miguel Ángel
Blanco." (José Antonio Zarzalejos , El Confidencial, 11/07/17)
"(...) No sería legítimo un referéndum
de autodeterminación en una población sometida al dictado nacionalista
desde hace casi cuarenta años, donde se han ido recortando los derechos
individuales y condenando a la muerte civil y social a los disidentes,
provocando un auténtico éxodo.
De Cáceres, Lugo, Zamora, Sevilla,
Oviedo, o Castellón –por no citar Madrid- nadie huye porque se sienta
discriminado o ahogado políticamente. La cesión a las aspiraciones
catalanistas solamente sirve para certificar la condena que esa gente
recibe por no comulgar con la “verdad nacionalista”, y dejarlos
desamparados frente al autoritarismo.
Si de algo sirve hoy un Estado
debería ser el de garantizar en cada región de su territorio que toda
persona tiene los mismos derechos, que hay seguridad jurídica y
personal, y que las involuciones o a las amenazas encuentran una
respuesta inmediata, legal, contundente. (...)" (Jorge Vilches, Vox Populi, 15/12/16)
"(...) En España “se puede decir que nunca es el momento oportuno para
hablar de ETA”. Ni de… nosotros. Año 2001, “ETA mataba y estábamos
grabando por allí el primer documental sin libertad.
Asistíamos al
entierro de un señor que habían matado por la mañana a 50 km”. 2006.
Zapatero y el diálogo: “Cuando una película nos coincidía en un periodo
de tregua había quien nos decía: ahora que va a acabar ETA, no te pongas a contar estas cosas,
a meterle el dedo en el ojo”. 2014.
Y ahora “el miedo a incomodar a los
que han estado detrás del terrorismo y están en los ayuntamientos.
Tampoco conviene recordarles lo que han hecho”. Los unos y los otros:
“Además la sociedad prefiere pasar página, todo esto tiene muchos
problemas”. Lo que es casi milagroso es que Arteta siga consiguiendo “el
material” con el que se hacen los sueños. Es decir, la financiación.
La pregunta, obvia, ¿cómo es posible que nadie haya contado antes
esta historia? El terrorismo en el cine español ha preferido aventurarse
con los matones. Desde un romanticismo rural canalla. (...)
En los 80, empiezas a ver que eso no puedes encajarlo de una manera
natural, como una persona normal, que no puedes entender las
justificaciones. Utilicé la libertad y cierto coraje. Me impulsó fundamentalmente algo que es la clave de mi iniciativa: defender la libertad y la vida”. Y se queda tan ancho, frente a esa “tendencia, sobre todo en la sociedad vasca, que tiene que ver con el miedo, la cobardía o la complicidad, no hay muchas más”. (...)
“Desde la primera película”, pensaron que querían hacer algo que pudiera
“entender alguien de fuera”, hacer comprender “la sinrazón, la
agresividad de lo terrorista y el amparo de lo nacionalista”. Y no es
fácil, “porque no se ha dado en muchos sitios, en el primer mundo, una
banda terrorista durante casi 50 años agrediendo a un estado que tampoco
ha respondido siempre de una manera contundente”.
Una anécdota: “Una
vez estuve con el cónsul alemán en Bilbao, hace unos ocho años, en la
época de Ibarretxe”. Y les preguntó: “¿Cuántos son?” Arteta: “Se cree
que 300, 400″. El cónsul: “¿Sólo 300? ¿Y todo gira alrededor de esto?”.
Arteta reflexiona, “quizá pensaría que con medios policiales se acababa
aquello, pero luego hay que explicar que hay una parte de la sociedad
vasca y de la representación política de los vascos que les está dando
cobertura”. (...)
En esta cuarta película por primera vez hablan los nacionalistas y Arteta ha elegido imágenes extremadamente duras.
Proceden de archivos fotográficos de prensa. ETA mataba como la mafia,
sólo cambia el menú del día en el restaurante familiar, de pasta a
marmitaco (por ejemplo), “ametrallan a un tío y se van en un coche y
luego costaba que se les detuvieran porque nadie había visto nada”. (...)
Si uno lee los artículos que se escribían entorno a un atentado, se
ponía el portal, el nombre de la mujer, de los hijos y declaraciones del
tipo: no tenía nada que ver con la extrema derecha, o sabía euskera,
como justificaciones que encontraban las pobres personas agredidas para
no tener luego el rechazo de la sociedad. Y la víctima se lo creía. Si
algo ha hecho mi marido y soy culpable lo mejor será que me vaya”.
Algunos de ellos eran “los coreanos”. Extremeños, andaluces o gallegos
que fueron a trabajar en los años 70 al País Vasco, “eran admitidos en
nuestra casa, pero con el marchamo puesto”. “Eso arrastraba un peligro
vital, gente que sabía que si se hacía notar en la sociedad o si se
acerca a guardias civiles o esas fuerzas de ocupación le podía pasar
algo y efectivamente les pasaron cosas. Fueron avisos a navegantes”.
Otra anécdota con humor bilbaíno. Una vez en EEUU una señora le
preguntó, “pero esto ¿cuándo ha pasado?” Era el año 2000. 2001 cuando
empezaban. “Si yo vivo allí señora, voy mañana para allá”. Arteta se ríe
recordando la cara de alucine de esta americana. Entonces Iñaki Arteta
cae en la cuenta de recordar que los que hablan en esta película “están
todos vivos, las víctimas, las viudas. No es que estamos hablando del
Holocausto. Aquí hay supervivientes”. El futuro, 2034. “Esto dentro de
20 años será otra cosa. Igual se cuenta bien, pero es que todos los que
salen son testigos y la gente va muriendo…”. (...)" (Entrevista a IÑAKI ARTETA)
"(...) Pero los desórdenes morales en torno al nacionalismo catalán de los
últimos tiempos resultan pecados veniales comparados con los que han
acompañado durante tantos años al nacionalismo vasco. El más evidente,
el matonismo cotidiano: el asesinato, la intimidación y los desplazados
políticos.
La falta de libertad, sin más, tan magníficamente sintetizada
en la clásica secuencia de Blade Runner: «Es toda una
experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser
esclavo». Falta de libertad de unos que era falta de libertad sin más (...)
A partir de ahí, el resto. El terror era el soporte material –que no el
intelectual– último de las miserias de muchos otros, de cómplices, que
cobijaban al criminal y señalaban a la víctima; de los que comprendían
los asesinatos, «porque algo habrán hecho»; de los apocados, que
educadamente pedían a su vecino que «por favor, no deje el coche en el
garaje de la comunidad, que los demás no queremos pagar por sus ideas», y
de los equidistantes, que otorgaron razón a la violencia por el hecho
mismo de serlo y pedían «diálogo», como sucedió con aquel improvisado
remate de la periodista Gemma Nierga –portavoz circunstancial de los
allí presentes– a la manifestación posterior al asesinato de Ernest
Lluch: «Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo
mató, habría intentado dialogar; ustedes que pueden, dialoguen, por
favor». (...)
Hay muchas razones psicológicas por detrás de un desajuste moral que
lleva a empatizar con los asesinos, casi todas con el nombre de solemnes
teorías psicológicas: disonancias cognitivas, preferencias adaptativas,
síndrome de Estocolmo, etc.
Cada una a su manera confirma que los
humanos andamos necesitados de levantar patrañas para afrontar
fragilidades y desamparos, hasta incluso buscar la simpatía de quien nos
esclaviza. Intentamos recrear nuestras biografías y pactar con miserias
y cobardías sin sentirnos miserables o cobardes. Eso y mil cosas más,
seguramente. Y casi es normal que suceda.
Pero si en el caso del
terrorismo nacionalista se materializan con tal naturalidad es porque un
armazón argumental allana el camino: el relato del conflicto con la
nación oprimida. A partir de la asunción de que hay una justicia última
en el relato nacionalista, de que una reclamación digna late por debajo
de la indignidad de los procedimientos, la retórica de la comprensión se
precipita.
La identidad ignorada, el trato especial, las asimetrías y
la historia, sobre todo la historia, servirán para establecer
reconciliaciones y equidistancias imposibles entre víctimas y
victimarios, para contraponer los esfuerzos de «la izquierda abertzale» a
la intransigencia del «Tea Party pepero», para reclamar diálogos,
perdones y el aquí paz y después gloria. (...)
Pero la magnitud del desarreglo moral es todavía mayor, si tenemos en
cuenta que la política no siempre es coartada: pocos disculpan los
crímenes de nazis y xenófobos. La vileza radica en que cuando se dice
«por razones políticas», se está queriendo decir «razones políticas
justas».
Ahí se instala la línea de demarcación con los nazis, la que
sostiene el edificio entero de la comprensión, la que hace impensable la
retórica del arrepentimiento, la que allana el camino a que, al salir
de la cárcel, los criminales sean recibidos como héroes y encuentren a
los suyos ofreciéndoles el balcón de los consistorios para los aplausos
de los vecinos.
Nada que ver con el final del franquismo, cuando los
cómplices de la dictadura volvían discretamente a sus casas, confiando
en que nadie les recordara su pasado. El problema no era de poder, pues
poder siguieron conservando los franquistas durante bastante tiempo,
mucho más que el de una ETA policialmente derrotada por un Estado
democrático, sino de paisaje moral, de ese sórdido paisaje moral ocupado
por el mentiroso relato nacionalista del conflicto. El problema era que
«franquista» era una ofensa y «abertzale» es un honor. (...)" (FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 05/07/14, FÉLIX OVEJERO)
"(...) ¿Cómo no recordar ahora la soledad de tantos vecinos que hacían las
maletas para no ser asesinados cuando la amenaza de serlo era real, así
como la de tantos otros que asimismo hicieron sus maletas antes de que
la amenaza también les llegara? ¿Quién no lo recuerda?
Somos muchos los
testigos de ese destierro. ¿No merecen esas víctimas ninguna reparación?
¿Ni siquiera la reparación de ser restituidos formalmente en su derecho
de voto aunque muy probablemente nunca lo ejerzan porque ya nada tienen
en el País Vasco?
Sólo el desconocimiento de lo que esa tragedia de desarraigo ha
supuesto para tantas familias vascas –o los réditos extraídos de esa
alteración del censo electoral– pueden explicar declaraciones y
afirmaciones que revelan una absoluta falta de empatía con esas víctimas
del terrorismo.
Algunas destacan negativamente por su simpleza. Es el
caso de la afirmación del sinsentido de que tales desterrados voten en
Euskadi cuando pueden regresar toda vez que no hay ningún elemento que
impida ya su regreso.
Es evidente que quien eso afirma carece de la experiencia del
destierro. No sólo porque semejante afirmación desconoce los muchos
impedimentos que sí existen para regresar sino, también, por los muchos
obstáculos que aconsejan no hacerlo.
¿Acaso es posible levantar casa,
familia, trabajo, relaciones sociales sólidamente establecidas en otra
parte de España como quien desmonta una tienda de campaña para plantarla
nuevamente en cualquier pradera vasca, después de décadas de ausencia
forzada? ¿Qué queda de conocido y quien queda de cercano en la tierra de
origen? Muy probablemente, nada ni nadie. Para los hijos y los nietos,
con certeza casi total.
Por otra parte, detalle nada nimio, ¿para qué regresar incluso en la
hipótesis del portavoz del Gobierno vasco de que Euskadi sea ya «una
comunidad política que no presenta ninguna razón ni política, ni
económica, ni social, ni de convivencia que impida la residencia
efectiva en su territorio por parte de quien así lo desee» una vez
finalizado –en apariencia– el terrorismo cuando, a las ausencias
anteriores se añade la presencia cierta de los victimarios en las
instituciones?
¿Qué víctima del destierro por causa del terrorismo de
ETA va a regresar a su municipio de origen para contemplar diariamente
el espectáculo de que la ideología que le victimizó y quienes
decidieron, contribuyeron o apoyaron su victimización no sólo continúan
en él sino que además están ahora en las instituciones?
¿Qué hijo o
nieto de desterrado anhela hacer semejante experiencia después de haber
vivido en propia carne el sufrimiento de sus padres desterrados?
Concluirán conmigo que ninguno. Entre otras cosas, porque no merece la
pena. No sólo el regresar en tales circunstancias, en el caso de que el
regreso fuera posible.
También, porque para hacerlo hay que deshacer los lazos firmemente
establecidos allá donde el destierro les llevó y donde fueron acogidos.
En definitiva, restituir en su derecho de voto a los vascos
desterrados y a sus descendientes es sobre todo un acto de justicia y de
reparación que muy probablemente no tendrá ninguna incidencia
electoral.
Sólo por eso el Estado –que también ha estado permanentemente
ausente respecto de esos ciudadanos– debería acometerlo.(...)" (EL CORREO 25/04/14, CARLOS FERNÁNDEZ DE CASADEVANTE ROMANI, en Fundación para la Libertad)