"Gabriel Colomé (Barcelona, 1955) ha querido reflejar sus pasiones en el libro Silencio, se vota. Notas de campañas, 1999-2019 (Comares). (...)
Colomé, politólogo, profesor en la UAB, director académico del ICPS,
ha protagonizado campañas electorales tan decisivas como la de 1999, con
Pasqual Maragall a punto de desbancar, en
aquel momento, a Jordi Pujol. No pudo ser. Ganó en votos, pero no en
escaños. Y pudo haber sido un punto de inflexión. Ahora, la atención
está puesta en el 14 de febrero.
Colomé señala en esta entrevista con Crónica Global que el independentismo se ha equivocado en todos sus planteamientos: "El independentismo quería una frontera con España y ha levantado un muro entre catalanes". También reclama un De Gaulle que unifique, de nuevo, a los catalanes, y advierte del peligro de que Cataluña caiga en la decadencia y que Barcelona sufra el mismo proceso que Montreal, en Quebec, que perdió todo su protagonismo económico.
--Pregunta: ¿El independentismo continúa con su objetivo?
--Respuesta: El independentismo más vanguardista, por decirlo así, busca una república digital, siguiendo el modelo de Estonia, que significa que te puedes desconectar y llevarte la administración a otra parte. Por eso salen ahora con ese proyecto de los nanosatélites. No quieren estar controlados por el Estado español, al que consideran autoritario, cuando es un Estado democrático.
--¿Se intenta conscientemente?
--Sí, claro, quien tiene más claro lo que se debe hacer es Jordi Puigneró, el consejero de Políticas Digitales.
Lo que se pretende es generar un espacio fuera del control del Estado,
de la Unión Europea. La lógica es la de Estonia que, ante la posibilidad
de una invasión de Rusia, ha apostado por una administración digital.
En el caso de que el país fuera invadido, se cree que se podría
desconectar la administración, desde los datos sobre la fiscalidad de
todos los ciudadanos hasta todos los servicios que se prestan.
Esa
administración se podría controlar desde Estocolmo, por ejemplo. Lo ha
explicado de forma muy clara Carles Puigdemont en su libro Reunim-nos.
Lo que señala es que, entre 2012 y 2017 el Estado fue una pared, un
muro, y que no iba a negociar nunca, que no se podría celebrar nunca un
referéndum. Y ante eso se debía apostar por la confrontación,
por la desobediencia, de forma pacífica, y que esa confrontación debía
llevar a superar el muro para llegar a la independencia. Y, en su
lógica, ese camino no se ha abandonado.
--¿Hay, entonces, independentistas consecuentes?
--Saben lo que quieren hacer, con la intención de llegar a un acuerdo, como lo intentó Artur Mas.
El expresidente de la Generalitat quería negociar, pero se encontró con
el muro de Mariano Rajoy, que es el mayor representante de la teoría
del quietismo. No se movió, y eso derivó en un desastre. Se enquistó
todo. Y cuando llegan los socialistas al poder se rompe la lógica,
porque se invita a jugar a ese independentismo: reuniones bilaterales y
mesa de diálogo, sabiendo que eso no es lo que quiere una parte de ese
independentismo. Puigdemont no lo quiere, aunque sí ERC.
Y el problema, entonces, es de Puigdemont, que debe rendir cuentas
sobre un delito que no prescribe en 20 años y, por tanto, necesita
mantener esa confrontación.
--¿Hay una salida, por tanto?
--Lo que ocurre es que hay una cuestión que distorsiona toda la ecuación. Es Waterloo.
Puigdemont está allí y tiene influencia sobre la política catalana. Es
lo que se jugará el 14 de febrero: si gana, si habrá mayoría
independentista, y si estará o no en el Gobierno, con su influencia en
Junts per Catalunya. Puigdemont necesita estar ahí, influir y fijar la
estrategia, porque no tiene partido. Lo que ha logrado es un movimiento,
que está cohesionado, pero que si se queda fuera del Govern no existirá.
Lo que se juega el 14 de febrero no es votar en unas elecciones. Es
mucho más, es saber si esa distorsión de Waterloo se mantendrá o no.
--¿Se juega el final de Puigdemont?
--Sí, en gran parte y todo lo relacionado con una mayoría
independentista. Si Junts per Catalunya gana y repite la fórmula con
ERC, se podría mantener la confrontación. Si gana, ERC no se atreverá a
conformar un gobierno sin JxCat. Hay otra segunda pregunta y guarda
relación con una posible victoria de ERC. En ese caso, los republicanos
deberán decidir, advirtiendo ya de entrada que es muy difícil para ellos
no repetir el acuerdo con JxCat. En ERC siguen conviviendo dos almas, la de Companys y la de Macià. Con el tripartito, triunfó la vía federalista de Companys. Pero con Oriol Junqueras impera de forma clara la vía independentista de Macià.
Ahora parece claro que se apuesta por esa vía pragmática, pero las
bases de ERC están al lado de Macià. Y esa es la pulsión interna que
pervive en ERC.
--¿Puede hacer una cosa distinta ERC, que no sea un nuevo acuerdo con JxCat?
--ERC está pillada en un bucle y no sabe cómo salir. Es el bucle que construyó Artur Mas con ERC, y que ha consistido en dividir la sociedad en dos bloques. Cuando analizas lo que ha pasado en Estados Unidos, compruebas que la idea de Donald Trump de construir un muro con México, pagado por los mexicanos, ha servido en realidad no para realizarlo físicamente, sino para dividir a los norteamericanos.
Y eso ha hecho el independentismo. Quería construir una frontera con
España y ha levantado un muro entre catalanes.
La transversalidad, que
había caracterizado a esta sociedad, con orientaciones de voto distintas
en función del tipo de elección y de cada momento, ahora ya no es
posible. Estamos empatados a dos millones. Esa transversalidad sólo se
produce a modo de ascensor: baja o sube una fuerza política dentro del
mismo bloque. ERC, que tiene por una vez todos los astros alineados,
podría alcanzar los 50 diputados si funcionara esa transversalidad, si
se tuvieran en cuenta los dos ejes que siempre han funcionado: el eje
nacional y el eje ideológico. En cambio, tiene un techo de cristal que
no superará los 40 diputados, porque el electorado es compacto,
hermético, casi solidificado, no permeable.
--Porque ¿la entrada de ERC en el área metropolitana sigue siendo un mito?
--ERC entra en el área metropolitana, pero de forma muy lenta. Es una idea de Enric Marín y Joan Manuel Tresserras,
que influyen ideológicamente en ERC, y que están claramente orientados
en esa vertiente Companys. Piensan que ERC no romperá nunca ese techo de
cristal hasta que no tenga, por decirlo claro, un espacio obrero. Pero
como se construye una emoción en base a una lengua, no
puede abarcar ese espacio. Se han creado dos bloques, los que son de uno
y de otro lado. Sólo se podrá romper si se pierde esa mayoría
independentista y si se opta por geometrías variables. ERC tendría
margen si gana por mucha ventaja a JxCat y el segundo partido es el PSC.
Hay que recordar, en todo caso, que en 2017 quien ganó las elecciones fue Ciudadanos,
y que hubo un pacto entre la segunda, la tercera y la quinta fuerza
política. Hay que recordar, también, que el independentismo perdió ese
supuesto plebiscito, con el 48% de los votos. Y que el referéndum
importante es el que establece si se está dentro o fuera de la
Constitución, y el independentismo se salió, dinamitando el Estado de derecho los días 6 y 7 de septiembre de 2017, con la ley de Transitoriedad. Provocaron el miedo, con medidas que ahora los expertos denominan iliberales, pero que se podrían calificar con otras palabras más gruesas.
--¿Qué errores ha cometido después el independentismo y, en concreto, Puigdemont?
--El independentismo no convocó las elecciones para el 4 de
octubre que, tras el 1 de octubre --que no se sabía en agosto que
quedaría en muy poca cosa-- hubiera podido mantener un clima emocional
favorable a sus intereses. El gran error, después, es no comerse el PDECat,
que ha salido vivo y que se presentará a las elecciones.
El PDECat
jugará sus bazas y tiene cuatro diputados en el Congreso. Si lo
pensamos, esos cuatro más los diez de Ciudadanos, suman 14, uno más que los 13 de ERC. Y para el Gobierno es una alternativa viable,
pensando en que no habrá elecciones en tres años. Es decir, el PDECat
puede jugar con la geometría variable, y Puigdemont, si pierde las
elecciones, no tendrá influencia y no la tendrá Junts per Catalunya en
Madrid. El PDECat, según las últimas encuestas, ya le saca un 5% de los
votos a JxCat, aunque no llegue al 3% para tener representación en el
Parlament. Hay unos 300.000 votos que pueden ir en esa dirección, hacia el PDECat, o el PNC de Marta Pascal, un partido con el que nadie cuenta, pero que estará también ahí y le restará votos a Puigdemont.
--¿Y qué pasa en el otro lado, en el ámbito constitucionalista?
--Hay un partido, Ciudadanos, que puede liberar
hasta 600.000 votos. Ya no puede explicar que estamos en un momento
excepcional y no acogerá a todo el voto antiindependentista, no podrá
actuar como dique como sí hizo en 2017. En cualquier caso, la temida
abstención que se puede producir en ese bloque, también afectará al
independentismo. Proclamar la unidad y hacer lo contrario puede tener efectos nocivos en ese electorado.
--¿Una abstención por igual?
--No por igual, pero que nadie piense que el independentismo seguirá
confiando a ciegas en sus fuerzas políticas. La actuación del Govern,
además, está resultando un desastre, con contradicciones permanentes en
la gestión de la pandemia. Recordemos que el presidente Quim Torra decía
en el mes de enero que este Govern estaba acabado. La alternativa no
puede pasar, otra vez, por un mensaje antiindependentista, sino por la
apuesta por una buena gestión. Una apuesta por un gobierno de verdad,
que anteponga la independencia, que conlleva decadencia, a la gestión y a
la apuesta por ser de nuevo la referencia y el motor de España.
Porque
si analiza en profundidad la situación, la disyuntiva es muy clara: o un cambio real o nos convertiremos en Montreal.
Barcelona puede ser una gran ciudad turística, pero no la gran
referencia en todos los ámbitos que exigen los nuevos tiempos. La
alcaldesa Ada Colau es incapaz de ver esa disyuntiva.
Quebec puede ser un referente, pero Barcelona no puede ser como
Montreal, que ha perdido bancos, empresas y un enorme poder económico.
--¿El PSC puede cometer errores o pagar el precio de otras
ocasiones, cuando el PSOE necesitaba socios y apoyaba al nacionalismo de
Jordi Pujol en Cataluña?
--Eso pasó hace muchos años. No es comparable. La situación es
diferente a la que vivió Raimon Obiols, cuando Felipe González viajaba a
Barcelona y cenaba con Pujol sin avisar a Obiols. La llamada espiral
del silencio se rompió en 1999, con la campaña de Pasqual Maragall. Se
rompe en ese momento la omertá siciliana. Una omertá que se vuelve a romper, tras el intento del independentismo, con el discurso del Rey Felipe del 3 de octubre.
Lo que señala es determinante: dentro de la Constitución, todo; fuera
de la Constitución, nada. Los días posteriores también son clave, con la salida de Caixabank y de Banc Sabadell, y
de miles de empresas, y con la manifestación del 8 de octubre.
Es la
primera manifestación, desde 1977, en la que la bandera española
constitucional se exhibe en las calles con una idea clara: es la bandera
de una España moderna, que no se puede asociar al franquismo ni a la
derecha cerril. Lo que se debe poder jugar ahora es que si ERC dice que
ha logrado 200 millones en tal inversión, el PSC puede exhibir que ha
conseguido 2.000 millones, porque gobierna en España. Se trata de crear una autopista con Madrid que, ahora, circula entre Madrid y Valencia, ante
la inoperancia del Gobierno de la Generalitat, que hasta se permite
perder subvenciones para comarcas tan necesitadas e importantes como las
Terres de l’Ebre. Si no hay una reacción, Valencia puede ser de forma definitiva el Toronto de España, donde se fueron las inversiones que salieron de Montreal.
--¿Qué deberá hacer, entonces, el PSC?
--No se sabe, porque, antes, el 14 de febrero por la noche, algunos deberán expresar su valentía.
Formar el gobierno no es lo importante. Lo decisivo es hacer las
preguntas correctas a los electores sobre qué quieren realmente, fuera
de ese realismo mágico del independentismo. En el Parlamento Europeo se acaba de aprobar que la autodeterminación no cabe en la Unión Europea.
Y hay que recordar las lecciones de Stéphane Dion, cuando estuvo en
Barcelona en 2014. Señaló que se debe gobernar para el máximo número de
la población, aunque no esté de acuerdo un 20% o un 25%, que es el
núcleo duro del independentismo. El resto, hasta llegar a ese 48% que se
expresa en las urnas, es añadido, es circunstancial.
Y puede ser
recuperado, atendiendo a las políticas que sí se pueden solucionar:
inversiones, reconocimiento, cuidado emocional…Y la otra gran lección
que dejó clara es que no se puede ceder con la celebración de un
referéndum. Una vez se realiza, el independentismo no parará hasta alcanzar la victoria.
Esas lecciones son importantes para los socialistas, porque, en el caso
del PP, se ha demostrado que puede ganar por mayoría en España sin
necesidad de buenos resultados en Cataluña. El PSOE, en cambio, no
puede. Y parece claro, con todos los matices que sean necesarios, que
con la sentencia del Estatut se rompió una parte del pacto
constitucional. Y eso, como se quiera hacer, hay que recuperarlo, con un
nuevo pacto con el resto de España.
--¿Hay campañas electorales decisivas? ¿La de 1999, y la de
ahora para el 14 de febrero en la que todas las opciones estarán sobre
la mesa?
--Creo que en esta ocasión debería servir para romper los bloques, o
eso es lo que yo prefería que ocurriera. La estrategia inteligente de
los independentistas ha consistido en diluir el doble eje, el nacional y
el de izquierda-derecha. Ha tenido la habilidad para hacerlo.
Deberíamos poder votar al PDECat o a Ciudadanos, por ejemplo, sin un
punto de partida identitario. Y eso es lo que hay que recuperar. El independentismo ha buscado un escenario calcado al de Irlanda, que es su inspiración de siempre, con unionistas y republicanos.
Ha intentado que se produjera una reacción de tipo represiva, como
ocurrió en 1916 en Irlanda. Es una lógica de insurrección, reacción,
represión, que luego se identifica con un Estado autoritario, para poder
justificar una nueva insurrección. Y esa lucha, ahora, está en el campo
del independentismo, con republicanos que quieren pactar con el
unionismo, y republicanos que quieren seguir hacia la república.
Salvando las distancias, ¿es Rufián Gerry Adams y Junqueras McGuinness?
--¿Qué demuestran las reuniones de Josep Costa, el vicepresidente del Parlament, con partidos ultras?
--Nadie se acuerda de Plataforma per Catalunya, pero existe. Son
electores que ahora votarán a Vox y veremos ese ascenso en muchas
comarcas de interior. En los años 30 existían esas posiciones ultras,
con los hermanos Badia, Estat Català y figuras como Dencàs.
¿Nadie se acuerda del tercio de Montserrat o de la burguesía
franquista? Eso también existe en Cataluña. En Francia, esa división tan
profunda la superó De Gaulle tras la II Guerra
Mundial. Habla en nombre de todos, de la Francia resistente, todos son
patriotas, sabedor de que la división era total, de que Francia estaba
rota por la mitad y de que esos resistentes habían sido, en realidad,
muy pocos.
--¿Cataluña necesita un De Gaulle?
--Si, exacto, alguien que unifique. Casi lo tuvimos en 1999, con Maragall. Y lo tuvimos con Tarradellas,
que habla de "ciudadanos de Cataluña", y no de catalanes. Ese concepto
de ciudadanos lo hemos perdido. No recordamos los valores republicanos, y
hay que volver a decir que el pueblo no habla, no existe, son los
ciudadanos los que hablan.
--¿Por qué perdió Maragall aquellas elecciones? ¿Qué falló en la campaña electoral?
--Había y hay un defecto en la ley electoral.
Funcionamos con una ley transitoria de 1976, con un patrón demográfico
muy distinto. Se fijó para Barcelona un máximo de 85 diputados, pero no
se dijo nada del resto de provincias. Es decir, hay unas distorsiones monumentales.
Dos o tres diputados de Lleida deberían pasar a Tarragona o Girona para
compensarlo mejor. Y en aquella campaña, al margen de otros factores,
fue determinante un diputado por Tarragona. Ese diputado determinó el
resultado. Todo podría haber cambiado mucho. Era 1999. El momento de
Maragall." (Entrevista a Gabriel Colomé, Manel manchón, Crónica global, 13/12/20)