“¿Somos el fracaso de Cataluña?» ¿A quiénes se refiere la pregunta de su libro?
En el prefacio del libro, detallo a
que responde el título del libro. Tiene su origen en una conversación en
Facebook con el hermano de un amigo de adolescencia, que me reprochó
que mi familia y familias como la mía éramos el fracaso de Cataluña, por
no haber abrazado la causa nacionalista, o independentista.
Me
reprochaba cómo no nos dábamos cuenta de la situación de agravio y
dejación histórica a la que se había sido sometido el pueblo catalán. A
partir de ahí, me pregunto si familias como la mía, hispanohablantes,
que vinieron con la emigración y sus descendientes, somos el fracaso de
Cataluña. El “somos” interpela a esa gente que tenemos el castellano
como lengua materna, y que no hemos comulgado con la ideología
nacionalista.
¿Fracaso en qué, de qué modo, por qué?
Tal cosa se entiende únicamente desde
el discurso y el pensamiento de base identitaria del nacionalismo. Para
mí, la Cataluña que imaginan los nacionalistas es una ficción. La
realidad de Cataluña es suficientemente heterogénea como para englobar a
todos los ciudadanos en un mismo “nosotros”. Incluso dentro de las
comunidades lingüísticas, las sensibilidades son lo bastante diversas
como para que no quepa un “nosotros” de conjunto. El discurso
nacionalista es esencialista, simplificador, que transmite ideas como la
de “un solo pueblo”. Desde una perspectiva más objetiva, la Cataluña de
la que hablaba el hermano de mi amigo no existe. (...)
Parece resultar que el castellano es, además, la lengua vehicular dominante en Cataluña…
Hubo un momento que asumí parte del
argumentario nacionalista. Con los catalanohablantes, con quien solía
hablar en castellano antes de ir a la Universidad (que me lo afean
varias veces) decido hablar en catalán y, de repente, mis problemas
desaparecen. En el cuerpo docente hay mucha gente hispanohablante, pero
la lengua única de relación entre ellos es el catalán.
Cuento en el
libro, como incluso llegué a comunicarme en catalán con gente
hispanohablante, porque no quería que me reprocharan el hecho de hablar
en castellano, lo que podría considerarse una falta de respeto hacia el
catalán. Yo interiorizaba argumentos del discurso nacionalista. Me he
ido desprendiendo de eso con el tiempo. En Cataluña, la lengua única de
la Enseñanza, y así lo tienen considerado los docentes, es el catalán.
Esta apelación del nacionalismo al “peligro”, asociada y
consecuente con el victimismo, no es propia solo de la lengua. Se
extiende a casi todo, desde la economía, al paisaje, pasando por la
idiosincrasia…
Yo asumí la condición de extranjero,
de que el catalán era la lengua de Cataluña y que, por tanto, había que
renunciar al castellano en el trato social con los demás. El
nacionalismo es una extraña mezcla de narcisismo, oftalmoscopia,
victimismo… Desde él se puede defender una cosa y su contraria, en
función de los intereses en juego. Se dicen cosas como, por ejemplo
¿Cómo puede ser que el catalán no esté reconocido como lengua oficial de
la UE si lo hablan diez millones de hablantes? Pero, por otro lado, se
afirma permanentemente, para justificar el arrinconamiento del
castellano, que el catalán está en peligro de extinción.
Cosa que no se
corresponde con los baremos fiables que se utilizan para medir el
desarrollo de las lenguas. El catalán y el castellano son, además,
lenguas muy próximas. Los nacionalistas catalanes no se conforman con el
hecho de poder hablar en catalán cuando quieran, sino que exigen que
sus interlocutores se expresen en esta lengua.
Entonces, el catalán va derivando cada vez más en un cascarón
formal, en la lengua de la Administración, de la Enseñanza, de TV3… En
un reducto defensivo, victimista, que flaco favor le hace a la propia
lengua.
Todo aquello que se intenta imponer
como, en este caso, el catalán, acaba generando rechazo. Particularmente
entre los adolescentes. La lengua catalana se asocia a la
Administración. Tengo la sensación de que el castellano se está
convirtiendo en Cataluña en una especie de lengua transgresora. Cuando
uno sale del ámbito institucional como, por ejemplo, los patios de los
institutos, hay quienes se pasan al castellano. Teniendo en cuenta que,
en cualquier caso, la situación es muy diversa.
¿Encapsulado, instrumentalizado políticamente, ritualizado… no se
está contribuyendo a que al catalán le ocurra algo parecido a lo que
sucedió con el latín en la Iglesia?
Este empeño por crear desde la
Administración una especie de burbuja identitaria, no ayuda nada a que
el catalán funcione como lengua de cohesión social. La evolución de las
lenguas escapa al control de cualquier burocracia. Se van expandiendo
por las necesidades de los hablantes que, en la comunicación, tienden a
un comportamiento lo más pragmático posible. Utilizan la lengua con la
cual les es más cómodo comunicarse.
Es curioso comprobar como los niños
emigrantes, con terceras lenguas de origen, a pesar de tener el primer
contacto con el catalán en las escuelas, acaban pasándose al castellano,
de manera natural. En los años 80, todavía había algunos profesores que
utilizaban el castellano para dar las clases. Pero eso se fue
perdiendo. Se habla de que entre 12.000 y 14.000 enseñantes, que no
cumplieron los requisitos exigidos de catalán, se fueron de Cataluña.
Así, se modificó el propio cuerpo docente. Los que fueron entrando lo
hicieron con el convencimiento de que la única lengua que debía
utilizarse con los alumnos y entre profesores era el catalán.
A una
compañera, alguien le preguntó si entre profesores de lengua castellana
hablábamos en castellano. Yo hablaba en castellano con mis alumnos en
clase, porque soy profesor de castellano, pero cuando salía del aula les
hablaba en catalán. Algo completamente artificioso, que no entendían
los alumnos. Todo esto pone de manifiesto la presión ambiental, sutil,
pero presente.
¿Esta esquizofrenia no pone de algún modo de manifiesto un
divorcio entre espacio político y territorio lingüístico y, de hecho, un
menosprecio de la propia lengua, que se habla en otros lugares que no
son Cataluña?
Cómo dice Ovejero, cualquier frontera
es un fracaso. Y me parece un disparate el intentar crear nuevas
fronteras, que incluyen convertir a los propios conciudadanos en
extranjeros. Querer a la lengua conlleva promover la literatura, el
teatro, el cine… Pero aquí como lo que se premia y subvenciona es lo
que, independientemente de la calidad, se asocia o adhiere al
nacionalismo, se acaba contribuyendo a empeorar los productos
culturales, y la propia lengua."
(Entrevista a Iván Teruel, Profesor de lengua castellana, da clases en el instituto de Enseñanza Media de Llançà. Ahora publica ¿Somos el fracaso de Cataluña?, elTriangle, 30/08/21)