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17/7/19

¿Qué importa que a la inmensa mayoría el Nou Estatut le interese un comino, si para la clase política y sus asesores es la garantía de su egregia supervivencia?

"(...) ¿Por qué lo estamos haciendo todo tan rematadamente mal?

Habría que empezar pues explicando las razones, o las casualidades, o las inclinaciones, o vaya usted a saber qué, que consienten que una sociedad equilibrada esté gobernada por una pandilla de desequilibrados, en muchos casos con el añadido de incompetentes. Y lamento la rotundidad del juicio. ¿Qué más quisiera yo que no tener que usarlo? También a mí me gustaría de vez en cuando escribir artículos en el estilo barcelonés, que precisando más llamaría estilo Sarrià-Sant Gervasi.

Debería incluirse en los manuales periodísticos para las nuevas generaciones un apartado donde se precise la aportación literaria del estilo barcelonés Sarrià-Sant Gervasi.No se refiere de manera obligada a gente que viva en esa zona, tan coqueta y mimada, de Barcelona, sino que afecta a los columnistas más variopintos nacidos en cualquier lugar de nuestro mundo, que como es sabido alcanza hasta Fraga por el oeste (me refiero a la localidad no al personaje, no sean malpensados) y al Delta, por el sur (esas gentes de Amposta y otros andurriales que aún no salen de su asombro tras haber descubierto que la vida de un político se divide en dos, cuando hace oposición y cuando le nombran alto cargo).

Lo afirmo sin acritud, a mí me habría gustado saber escribir en el estilo Sarrià-Sant Gervasi,porque ante la irritante pregunta ya hubiera puesto un pero; no un però catalán, que en castellano podría limitarse a un sin embargo,sino un pero mesetario, cuestionando la rotundidad de la pregunta. 

No es verdad que todo lo estén haciendo rematadamente mal, sólo algunas cosas, precisamente esas en las que se ensañan los medios de comunicación, como hubiera escrito el eminente profesor y bien pagado redactor de informes, señor Vallès, de izquierdas de toda la vida, pero independiente (género este muy especial y muy vinculado a las peculiaridades de lo que podríamos llamar espíritu literario Sarrià-Sant Gervasi,inasequible a las entendederas de la gente de fora).

 El arte de gratificar los oídos del personal cualificado se ha convertido en Catalunya en una profesión fecunda, al menos en el terreno de las compensaciones. Llevo tiempo repitiendo dos cosas respecto a este país. Primera, que siempre se distinguió por la prensa más audaz y crítica de España, en tiempos mucho más difíciles que estos. 

Y segunda, que el famoso oasis pujoliano nos ha familiarizado con los camellos, y seguimos así, aunque ahora sin la razón de ser de todo oasis que no es otra que el agua. Los más viejos del lugar nos acordamos de aquella pertinaz sequía del franquismo y no sabemos si reír o llorar, pero hacemos algo que entonces ni siquiera pensábamos que era posible: justificar la mezcla de incompetencia y corrupción del poder.  (...)

El sistema político catalán está bloqueado. Agotada por incompetencia y corrupción la política de la izquierda, convertido el president Montilla en un cabo del servicio de bomberos que ha de dar y pedir disculpas cada vez que sale a apagar un fuego, ¿alguien se imagina, desde la izquierda, quién podría votar a cualquiera de esos genios apalancados en sus respectivas poltronas? Se quebró la esperanza, porque no hay alternativa. 

Contemplar a Montilla haciendo de Bossi y planteando que los problemas acuciantes de Catalunya se concentran en ese Estatut que aprobó una población minoritaria, casi ínfima, de la sociedad catalana. Y luego replicar, como en una abjuración, que nuestros dineros se van al sur, como si el sur no fuera él y no fuéramos todos. Eso es la Liga Norte. La política convertida en una reivindicación territorial y no ciudadana. 

¿Hay algo más patético que asistir a los esfuerzos de Joan Saura por demostrar que es tan buen policía como buen nacionalista? ¿Qué están haciendo estos caballeros con el presupuesto? Ni un solo ciudadano de Catalunya negaría su apoyo a una financiación más amplia si de verdad se tratara de necesidades reales y no del casino político que el tripartito se ha montado.

 ¡Qué momento estelar el del president Montilla jaleado por sus adversarios para que se enfrente a Madrid! ¡Empuja, valiente, que te vas a ganar la categoría de molt honorable y nos olvidaremos por un rato de tu acento y tu pronunciación! La incompetencia de la izquierda oficial ha conseguido bloquear el sistema político catalán. No hay alternativa. 

 Ocurrió con el Estatut. ¿Qué importa que a la inmensa mayoría le interese un comino, si para la clase política y sus asesores es la garantía de su egregia supervivencia? Luego van y se sorprenden del desprecio de la gente a su rastrera función. Ahora lo llaman desafección. Seguro que alguien cobró por el hallazgo."             

(Gregorio Morán, La Vanguardia, 24/05/08; en Revista de prensa, 24/05/18)

5/3/19

El Plan Molins... dijo Rajoy: “No se dan las condiciones necesarias de confianza”... y tenía razón...

"El Plan Molins fue una gran ocasión perdida para reenderezar la cuestión catalana, muy poco antes del desastroso otoño levantisco de 2017.

Lo esbozó en primavera un grupo de trabajo sobre un esquema de Joaquim Molins, el exdiputado roquista, melómano y centrado, que moriría poco después, en julio. Lo organizó el conseller de Cultura, Santi Vila, quien lo presentó detalladamente en La Moncloa a la vice, Soraya Sáenz de Santamaría.

Era un esquema sencillo, pero hábil, porque partía del mandato básico de todo negociador: no pisotear jamás las líneas rojas de la otra parte contratante, bucear en el resto y darse tiempo y periodos de ejecución. Para el Gobierno, la raya infranqueable era la soberanía nacional, residente en el pueblo español. No se violó. Para el Govern, que la solución al embrollo debía pasar por un voto de la ciudadanía catalana. También se respetó.

Así que el programa incluía la puesta en marcha de unos “ajustes” constitucionales y estatutarios, plausiblemente sobre la base de la fórmula Herrero de Miñón. Este padre de la Constitución viene propugnando para Cataluña una sencilla enmienda constitucional a la vasca, por la vía rápida, para colgar de ella blindajes competenciales y una ampliación del autogobierno sin romper ninguna baraja legal.

Esos ajustes se completarían con un estricto cumplimiento del espíritu del Estatut de 2006, particularmente en el aspecto financiero (compromiso de inversiones referenciado al peso de la economía catalana en el PIB global), siempre violado.

Al cabo de cinco años de la firma, los ciudadanos catalanes serían llamados a votar, no sobre la soberanía en general, ni siquiera sobre un autogobierno genérico, sino sobre si creían que esos acuerdos habían sido efectivamente llevados a la práctica. Claro que el voto podría albergar metalecturas, aunque siempre encajaría en el estricto marco constitucional de 1978.

Pero el Gobierno Rajoy dilapidó la ocasión. A las pocas semanas respondía que: “No se dan las condiciones necesarias de confianza” para emprenderlo.

Fue una pena. No estaríamos donde estamos. Al poco surgió otro plan, el del lendakariIñigo Urkullu, que en octubre propondría el binomio elecciones autonómicas-descarte del 155. La brutal tensión conspiró en contra. Y esta vez quien se apeó —incluso de lo ya acordado— fue el president, Carles Puigdemont, para darse a la fuga. La última ocasión perdida. De momento."             (Xavier Vidal-Folch, El País, 04/03/19)

3/7/18

¿Por qué persiste el bulo del Estatut?

"De todos los bulos que ha engendrado el procés, el del Estatut es sin duda el más resistente. A diferencia de otros —sean las famosas balanzas fiscales o la catalanidad de Cervantes— este se ha mostrado impermeable a toda refutación racional, convirtiéndose en uno de los casos más exitosos de posverdad que se han dado en la España democrática.

Sorprende también que no hayan sido precisamente los nacionalistas quienes se han aferrado a él con mayor fruición. En el manifiesto Renovar el pacto constitucional se vuelve a situar la sentencia del Estatut en el origen del procés; el embuste parece inquebrantable. 

Puesto que la relación de causalidad ha sido rebatida con datos en múltiples ocasiones,  no repetiré los argumentos. A estas alturas está visto que es inútil tratar de desmentir el bulo, así que solo queda intentar comprender su persistencia.

Para entender la razón de ser de los mitos conviene preguntarse por su función social. Bajo esta luz, la explicación es clara: el mito de la sentencia permite hacer corresponsables al Estado, y sobre todo al Partido Popular, de la radicalización del nacionalismo, de su deriva delictiva y de la fractura social que ha provocado. 

El «agravio del Estatut» está en la base de la inane teoría de «la Fábrica de Independentistas» y es un eslabón necesario del relato «sin vencedores, ni vencidos» que pretende construirse.

En todos los conflictos surgen observadores que tienden hacia el argumentum ad temperantiam, a saber, la falacia según la cual la verdad reside en el término medio entre dos posiciones opuestas. Pero la persistencia del bulo del Estatut no responde a una bienintencionada voluntad conciliadora, ni a un exceso de ingenua magnanimidad, sino al pavor que una parte de la izquierda tiene a encararse con el nacionalismo catalán. 

Por eso se tiende a eximirlo de responsabilidades e incluso se propone premiarlo con nuevas concesiones. Y si ha incurrido en ilícitos penales es a consecuencia de una provocación; ya saben, el Estado llevaba minifalda.  (...)

En este afán de desmentir el engaño del Estatut suele escaparse otro detalle importante: si la sentencia del TC fuera, efectivamente, el origen del procés, entonces ¿qué? ¿Acaso se podría hablar de corresponsabilidad porque un recurso y una sentencia, ajustadas a derecho, indignen a una parte de la población y, en consecuencia, sus líderes opten por derribar el orden constitucional?

 En ningún caso sería ético dividir las culpas entre quienes actúan de acuerdo a la ley y quienes la violentan. Y tampoco se entiende exactamente cómo deberían haberse comportado las partes implicadas en el recurso. 

¿Acaso están diciendo que el principal partido de la oposición, intuyendo la inconstitucionalidad de un texto, debió abstenerse de presentar recurso? ¿O que los magistrados del Tribunal Constitucional deberían haber prevaricado y dado por bueno lo que consideraban inconstitucional? No parecen estas soluciones propias de una democracia saneada.

Entiendo que a muchos les resulte complicado compartir trinchera con el Partido Popular, pero la pureza de la izquierda no se mide en base a la distancia que guarda respecto del partido conservador, sino en función de la defensa de unos principios básicos que, en esta ocasión, ha violado el nacionalismo. Y si lo que desean es sacar a relucir la responsabilidad del PP en esta crisis, hay ejemplos suficientes como para prescindir del mito del agravio inaugural del Estatut. (...)

La izquierda se define por su vocación de extender la ciudadanía, no por restringirla. Y como explica Félix Ovejero, existen dos tipos de xenofobia: la de quienes luchan por evitar que los extranjeros se conviertan en ciudadanos, y la de quienes luchan por convertir a sus conciudadanos en extranjeros. La izquierda debe ser implacable con ambos."              (David Mejía, The Objective, 21/06/18)

26/4/18

El Estatut no respondía, en 2003, a una demanda de la sociedad catalana, sino a las necesidades de la propia clase política. En primer lugar, a las del propio Maragall, que quería mostrar que era tan nacionalista, o más, que Pujol...

"(...) El proceso ha dejado dos Cataluñas bien distintas y en colisión. No resultará sencillo volver a convertirlas de nuevo en una única Cataluña. Se tardará mucho tiempo. Quizás ya nunca más se pueda hacer…

- ¿Pujol plantó la semilla?

Se podría decir que plantó una semilla, la de la nacionalización, que dio más frutos de lo esperado y que se descontroló como consecuencia de las circunstancias vividas a principios del siglo XXI.

- También afirma que Maragall “tampoco está exento de responsabilidad” y que el Estatut abrió la caja de Pandora

Se creó un problema nuevo. El Estatut no respondía, en 2003, a una demanda de la sociedad catalana, sino a las necesidades de la propia clase política. En primer lugar, a las del propio Maragall, que quería mostrar que era tan nacionalista, o más, que Pujol, y dejar atrás las acusaciones de sucursalismo y de ser “malos catalanes” que el pujolismo dirigió al socialismo desde la época del caso Banca Catalana. 

A Esquerra, la reforma del Estatut le permitía utilizar su peso en el gobierno tripartito para avanzar en la extensión del independentismo. Y, desde la oposición, a CiU le daba alas tras la dolorosa derrota de 2003. Inventaron entre todos un problema que acabó por escapárseles de las manos. No puede olvidarse que, desde 2004, el PP no salía del asombro de la derrota y el PSOE del de la victoria. 

Un cóctel político que, con la llegada de las crisis de 2008 –económica y financiera, pero también de sistema político, generacional y moral-, acabó explotando. Antes de la sentencia del Constitucional, en 2010, la situación de enfrentamiento y crispación era ya muy preocupante. 

La estrategia de elaboración de un Estatuto que todos sabían que era anticonstitucional no fue gratuita, sino muy bien pensada. La movilización por la vía del agravio y el victimismo no faltó y fue exitosa, acompañada de recogidas de firmas y boicots comerciales desde otros sectores. 

Este tipo de reformas son muy delicadas y no pueden plantearse con irresponsabilidad y frivolidades. (...) "                        

(Entrevista a Jordi Cañas, profesor de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (EHESS), Xavier Rius, director de e-notícies, 20/04/18)

18/4/18

¿Tapar la corrupción de CiU influye en la operación independentista? Cuando en 2014 aparecen informaciones sobre el origen inexplicable de la fortuna de los Pujol, se desmorona su doble discurso. Si resulta que no era decente quizás tampoco era verdad que la independencia fuese imposible, piensan muchos...

"(...) ¿Sin los 23 años de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat habríamos llegado hasta aquí? 

No. A partir de los años noventa, Jordi Pujol comenzó a trabajar conscientemente para producir lo que está ocurriendo hoy en Catalunya. Nadie había hablado seriamente de independentismo. Lluís Companys, el 6 de octubre de 1934, proclamó el estado catalán dentro de la República Federal Ibérica.  

 Pujol puso recursos y mucho dinero para dar al independentismo elementos que no había tenido nunca: entrada en los medios de negocios e intelectuales, técnicos, gente cualificada. El independentismo era comarcal y de gente de letras. No era urbano, moderno, internacional, no hablaba inglés, no tenía empresarios. Poco a poco, el nacionalismo se encuentra con que su programa político tradicional -lengua y cultura- ya se ha alcanzado.

 La Generalitat dirige la educación, existe TV3, Catalunya Radio… Para ocupar este vacío aparece, entonces, la voluntad deliberada de empezar a hablar de economía, de que Catalunya podría ser mucho más rica de lo que es si no cargase con el peso de España. Hablan de expolio fiscal, de inversiones, siembran dudas sobre los servicios públicos, sociales, y terminan cuestionando la solidaridad con otros territorios de España. Este giro de la lengua al dinero está en la base del proceso.

Jordi Amat atribuye buena parte del aumento del apoyo al independentismo a la decisión de Pasqual Maragall de impulsar un nuevo Estatuto 

Estoy de acuerdo. El Estatuto de 2006 no añadió nada que no estuviera en el de 1978. Se introdujeron cuestiones que se podrían haber asumido con leyes ordinarias del Parlamento de Catalunya. Fue la factura puesta por ERC para contentar a sus bases y formar un gobierno de izquierdas. 

Creía que así podría rematar a Convergencia y, al final, a muy largo plazo y de una manera un poco inesperada, es lo que ha acabado pasando. Convergencia hoy no existe y lo que fue es ahora muy pequeño. Victoria de ERC, pero victoria que han aprovechado otros.

La reforma del Estatuto era una operación tan ambiciosa que requería una actitud nacional en el gobierno y en la oposición. La Convergencia de Artur Mas era impermeable a consideraciones de interés nacional. Enfocaron la maniobra del Estatuto como un juego táctico en el que ellos tenían que ganar. Hay un ejemplo maravilloso: en el Estatuto que las leyes se aprueban por mayoría en el Parlamento de Cataluña excepto una, la Ley electoral, que requiere una mayoría de dos tercios. 

Sólo hay una explicación para ello y es que, cuando se hizo el Estatuto, Convergencia tenía un tercio más uno de los diputados del Parlamento. Podía bloquear la ley electoral y Mas amenazó con abandonar el proceso de elaboración del Estatuto si no se aprobaba esta condición. 

Maragall se lo compró. Sin reforma del Estatuto no habría habido tripartito. Fue el inicio de parte del embrollo actual pero era el precio indispensable que había que pagar si se quería tener una mayoría de izquierdas en el Parlamento.

 ¿Tapar la corrupción de CiU influye en la operación independentista o es un elemento accesorio? 

Sí. En dos sentidos. Veinte años de gobierno de los mismos genera figuras como Millet. Es inevitable. Mejor no hablar de eso y hablar de otras cosas. Por otra parte, Jordi Pujol tenía una autoridad moral que hacía que el mundo independentista aceptara actitudes negativas por su parte. Era independentista y sabía que no se podía conseguir la independencia. Convenció a buena parte de los suyos de ello.

 Cuando en 2014 aparecen informaciones sobre el origen inexplicable de la fortuna de los Pujol, se desmorona su doble discurso. Si resulta que no era decente quizás tampoco era verdad que la independencia fuese imposible, piensan muchos. Y vemos gente mayor de edad, aparentemente culta, con intereses económicos, etcétera, que se cree aquella información de que la independencia era posible, fácil e indolora.  (...)

Dentro de las Españas ven Cataluña a través de televisiones como Telecinco, La 1 o La Sexta. Aquí lo hacemos a través de TV3. ¿Comparte la visión de que TV3 y Catalunya Ràdio han sido fundamentales para el auge del independentismo?

Han sido claves. En TV3 no hay ahora ningún programa que no responda a sumarse al proceso. Cuando hay programas de tertulias, reflexión, debates, los invitados están en proporción de 3 a 1 y el presentador se suma a la mayoría y crucifican al que está en minoría. Los no independentistas pueden optar entre ir y salir crucificados o no ir y quedar mal. Esto debería hacer reflexionar a alguien en el frente de los medios. 

Lo hemos visto en las conversaciones para formar nuevo gobierno en Catalunya. Los partidos nos cuentan con toda naturalidad como se reparten la dirección y los servicios informativos de la radio y la televisión de Catalunya. Cuando se les reprocha, la respuesta es que los medios públicos españoles también son sectarios, lo cual no es un muy buen argumento.  (...)

¿Es posible la independencia?

No. Nunca ha nacido una independencia dentro de una democracia, porque esto quiere decir que el estado de origen pase a ser visto por la comunidad internacional como un estado ilegítimo. Tendrían que pasar muchas cosas para que España llegara a esta situación, siendo como es un país democrático miembro del club europeo. ¿Si Catalunya fuera independiente, sería viable? Sí, claro. 

Hace un siglo que Irlanda es independiente y es una roca pelada, en medio de las aguas glaciales del Atlántico norte. Han salido adelante y los irlandeses comen cada día. Cataluña seguiría teniendo las mismas condiciones, el mismo clima, la misma arquitectura. Los turistas seguirían viniendo. Económicamente, la Cataluña independiente es viable.

No lo es, sin embargo, política y socialmente. En primer lugar, porque el defensores de una Cataluña independiente son una minoría en la sociedad catalana. En segundo lugar, porque la ruptura con las Españas no es factible y lo que está pasando estos días, con los encarcelamientos y las situaciones judiciales lo demuestra. Y, además, porque el mundo requiere unidades más grandes y no unidades más pequeñas.

 No prestamos suficiente atención pero lo más importante de lo que está a punto de pasar es la apertura de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Esto es, de largo, lo más grave que tenemos en los próximos días y semanas. Resistir ante potencias de este calibre reclama ser mucho mayor y mucho más sólido. Este delirio de que podemos construir una reja, unas fronteras, unos muros, nosotros sólos vamos a salir de ésta, la comparación con Estonia, Noruega, etcétera, no se sostiene de ningún modo.  (...)

¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que recuperemos la buena convivencia social?

Hay números para que esto vaya para largo. Hay números para que quede un reducto diferente en las conciencias de unos y otros pero que podamos conseguir una forma de convivencia razonablemente estabilizada. Hay que sentarse y hablar, pero ahora estamos en la fase de enfrentamiento entre machos alfa.

¿Esa solución confortable llegará después de hacer uno o más referendos?

Si fuera necesario, sí. Muchos constitucionalistas han dicho que es posible un referéndum de verdad, no uno consultivo. Si llevas a la gente a votar debe ser para que el resultado vaya a misa. Si sale que Sí es que Sí. Como el brexit. ¿Pero votando qué? ¿Independencia Sí o No? ¿Statu quo actual Sí o No? ¿Una propuesta nueva más satisfactoria Sí o No?

 Yo apuesto por esta tercera posibilidad. Esto quiere decir que se tiene que elaborar, negociar mucho, determinar qué objetivos se quieren alcanzar mediante la independencia y acordar un referéndum que incluya un número determinado de ellos. Hace falta una decisión y una voluntad para hacerlo que hoy no vemos, pero la solución tiene que ir por ahí."           (Entrevista a Joan Botella, catedrático de Ciencia Política y presidente de ‘Federalistes d’Esquerres’, Catalunyaplural, 16/04/18)

16/4/18

Imponer blindajes judiciales, fiscales o lingüísticos para la Comunidad Catalana no podemos entenderlo como un proceso de federalización, sino más bien como un proceso hacia una “jerarquía inversa” de los derechos de todos los ciudadanos

"(...) La España federal.

Ciertamente hay mucha gente de izquierda que apuesta por un sistema Republicano y Federal, no sabiendo muy bien lo que quiere decir federal, y resumiéndolo con frases hechas que lo que definen, en realidad, es un proceso de confederación, como si España fuera en estos momentos una suerte de Estados independientes a la búsqueda de la unidad. 

Con ello quieren encajar la defensa del derecho de autodeterminación, una reclamación dogmática con poca base dado que tal derecho no le asiste a ninguna parte de España, ni por lo legislado por la ONU, ni por lo escrito por Marx, Lenin, Stalin o Rosa Luxemburgo. Recomiendo el ensayo de S. Armesilla: El marxismo y la cuestión nacional española. Editorial El Viejo Topo. 2017.

Proponen la de-construcción de la tortilla española, perdón, del Estado español. Es decir: ya que tenemos España unida, troceémosla a ver si conseguimos volverla a unir, ciertamente desde otros parámetros. Parámetros que se les escapan de las manos a la vuelta de la esquina. 

Paradójico, a la par que ejemplarizante –no precisamente en su acepción positiva-, la propuesta del respetado economista Juan Torres López y el constitucionalista Roberto Viciano Pastor de la refundación basada en la libre voluntad de los pueblos que componen nuestra Patria, cayendo de hinojos en la coartada secesionista, eso sí, flotando por encima de la realidad en visión privilegiada y omnímoda que da ser de “izquierda” y tener la verdad sin mancharse.

Entender el federalismo de esa manera no lleva precisamente a que éste sea muy popular entre las clases obreras que dicen representar. Cierto que los incondicionales lo seguirán apoyando; pero de ahí a conseguir un incremento significativo de adeptos hay mucho, pero mucho, trecho.

Es, pues, importante definir en qué punto del proceso de federación real es en el que se encuentra España. Los niveles de autogobierno de algunas comunidades autónomas son muy altos, superiores al de los länder alemanes. Nuestro sistema autonómico es considerado como federal o cuasi federal. 

Yo lo definiría como un “federalismo imperfecto”, al contener asimetrías que afectan a la igualdad de todos los ciudadanos. Desde la Comisión Europea y el Tribunal de Justicia de la UE ya han puesto en entredicho la legitimidad y lo inaceptable del cupo vasco y el concierto navarro en alguna ocasión, y también el ataque a la igualad de los ciudadanos que significa la implantación de la mal llamada inmersión lingüística.

Imponer, como se pretendía con la reforma del Estatut, blindajes judiciales, fiscales o lingüísticos para la Comunidad Catalana no podemos entenderlo como un proceso de federalización, sino más bien como un proceso hacia una “jerarquía inversa” de la que antes hablaba. El federalismo en España no puede ser el resultado de la unión previa división, no puede ser un proceso a partir de soberanías inexistentes hacia una confederación. 

Históricamente, la confederación es un paso hacia la federación, y no al revés. ¿Qué sentido tiene ir desde un Estado unitario hacia una confederación?

El federalismo, en todo caso, ha de ser un sistema de descentralización del poder para garantizar mejor la igualdad de todos los ciudadanos, atendiendo a la diversidad cultural y lingüística en tanto que realidad en toda España. Dicha federalidad no puede contemplar a las comunidades autónomas (federaciones) como elementos estancos y homogéneos: al contrario, nada hay más diverso que las comunidades con más de una lengua.

 Es decir, un sistema federal no puede permitir blindajes de lenguas, y menos aún sistemas educativos basados en la exclusión de cualquiera de las lenguas de la autonomía. La inmersión lingüística no tiene justificación actualmente ni como discriminación positiva, si es que alguna vez se pudo considerar como tal.

Evidentemente, un Estado federal precisa de una fidelidad federal o constitucional que, en los sucesos que nos atañen actualmente, brilla por su ausencia. Como dice Teresa Freixes, es hora de dejar de hacer el federalismo de la centrifugación para pasar al federalismo de la cooperación y la coordinación.

Federalismo no debe, ni puede, estar reñido con el concepto de Estado integral según la II República, o el de unidad indisoluble de la actual Constitución –concepto que mantiene en su constitución la República federal Alemana–.

Nou Barris. Barcelona. 02 de abril de 2018"

 (Vicente Serrano, Presidente de Alternativa Ciudadana Progresista, Crónica Popular, 06/04/18)

15/11/17

Artur Mas, contra las cuerdas por la contestación popular, tuvo la habilidad de esconderse tras el nacionalismo, copiando al Pujol de Banca Catalana. Desvió hacia Madrid las protestas que se dirigían hacia el Gobierno catalán

"(...) Los independentistas han construido una explicación que nada tiene que ver con la realidad. Afirman que el pacto firmado en la Transición se rompió en 2010 cuando el Tribunal Constitucional tumbó algunos artículos del Estatuto que previamente había votado el pueblo catalán en referéndum. Nada de todo esto es cierto. 

En la Transición no se firmó ningún pacto bilateral entre España y Cataluña, luego difícilmente se ha podido romper ahora. Si hubo acuerdo, fue entre todos los ciudadanos (también los catalanes) y las fuerzas políticas que los representaban, redactando y aprobando una Constitución común para todos. 

Por lo tanto, se rompe el contrato cuando desde algún ángulo, sea partido o territorio, se pretende cambiar la Constitución por la puerta de atrás, es decir, sin seguir los procedimientos marcados por la propia Carta Magna. Eso fue lo que ocurrió con el Estatuto catalán. 

Fue el PSC de Pasqual Maragall, con la complicidad del PSOE de Zapatero, los que pretendieron dar gato por liebre y aprobaron un Estatuto que contravenía la Carta Magna. Los que recurrieron al Tribunal Constitucional lo único que hicieron fue ejercer un derecho, y el Tribunal ejercer sus competencias para hacer que las aguas volviesen a su cauce.

Los secesionistas catalanes han mitificado el enorme agravio que, según ellos, se infligió al pueblo catalán cuando se modificó el Estatuto que previamente había sancionado en referéndum. La verdad es que la sociedad catalana no demostró demasiado entusiasmo por la aprobación de ese Estatuto, ya que la participación fue únicamente del 48,85%, con el 73,90 de votos positivos. En resumen, tan solo el 36% de los catalanes con derecho a voto dieron su aquiescencia al nuevo Estatuto. Nada que ver con la adhesión que suscitó en su día la Constitución.

El discurso nacionalista parte además de un error que es crónico en todos sus razonamientos, el de creer que la soberanía radica en la sociedad catalana cuando, por el contario, se encuentra en todo el pueblo español en su conjunto; y el de pensar que la norma suprema se halla en el Estatuto aprobado en referéndum y no en la Constitución a la que el propio Estatuto se tiene que conformar. 

En la Segunda República el Estatuto que se discutió en las Cortes también había sido aprobado en referéndum por el pueblo catalán y todo el mundo, comenzando por el propio Azaña, su máximo valedor, defendió que debía ser modificado para adaptarlo a la Constitución que acababa de ser sancionada. Si hubo algún ultraje a los catalanes no fue en 2010 sino en 2006, el cometido por aquellos que presentaron un texto a referéndum que era anticonstitucional.

El nacionalismo pretende explicar la deriva independentista con este relato mítico que oculta las verdaderas razones, pero que quedan al descubierto tan pronto se examinan las fechas y los acontecimientos. 

En 2010, tras la sentencia del Constitucional, ni CiU ni Artur Mas parecían especialmente molestos con el PP, ya que, tras derrotar en las elecciones al tripartito, gobernaron durante dos años con el apoyo de los populares y gracias a ellos aprobaron los presupuestos. Presupuestos que al igual que en el resto de España contenían fuertes recortes. 

Y aquí es donde de nuevo entran en juego la Unión Europa y la Unión Monetaria. La crisis económica y la política impuestas desde Franfurkt, Berlín y Bruselas caen como una losa sobre España y en toda ella surgen amplios movimientos de protesta cuyo paradigma más claro lo constituye el 15-M.

Cataluña no es una excepción, más bien todo lo contrario. El Gobierno de Mas asumió de forma muy clara esa política llamada de austeridad y Barcelona fue uno de los lugares en los que la protesta y la contestación adquirió más virulencia.

 Quizá ya no nos acordemos de cómo los mozos de escuadra retiraban las urnas que se habían colocado para censurar la política que aplicaba la Generalitat, ni de la contundencia con la que la policía catalana cargaba contra los manifestantes, y cómo estos pusieron cerco al Parlamento catalán hasta el extremo de que el presidente de la Generalitat tuvo que entrar en helicóptero.

Artur Mas, situado contra las cuerdas por la contestación popular, tuvo la habilidad de esconderse tras el nacionalismo al igual que Pujol lo supo hacer cuando lo acusaron en su día por el caso de Banca Catalana. Desvió hacia Madrid las protestas que se dirigían hacia el Gobierno catalán. 

Eran España y el gobierno del PP los causantes de las medidas regresivas que se adoptaban y del dolor y la pobreza que causaban. España nos roba. (Ahora afirman que España nos tiraniza). Curiosamente, tanto la Unión Monetaria como la prodigalidad del Gobierno catalán quedaban exoneradas de toda responsabilidad. 

La crisis del euro y las injustas políticas aplicadas han originado reacciones en todos los países que, si bien podían ser dispares, tenían idéntico origen. En Cataluña el descontento se transformó en buena medida en fuerte incremento del independentismo. (...)"        (Juan Francisco Martín Seco, República.com, 19/10/17)

6/11/17

Catalunya y su autogobierno no estaban destinados a lo que ha ocurrido: una situación sin nombre.

"La resolución parlamentaria de que Catalunya se constituye en una república independiente, votada a favor por 70 de los 135 electos de la Cámara autonómica, parece haber pasado a segundo plano incluso para los propios secesionistas.

 La imposibilidad de llevar a efecto tal declaración acalla la euforia del momento, que tampoco duró tanto ni fue tan expresiva. La aplicación del artículo 155 de la Constitución, que asomaba como causa sobrevenida para la ruptura, se ha convertido en la demostración de cuán endeble resultaba la vía trazada para acceder a un Estado propio. Cuán difícil es romper finalmente con la ley cuando esta lo envuelve todo con un precinto de seguridad.

Uno de los argumentos definitivos para soslayar la declaración de independencia es que no ha contado con reconocimiento alguno en la esfera internacional. Pero hay otro tan o más elocuente: el limitado efecto que la aventura catalana está teniendo en la Euskadi y en la Navarra forales.

 El ­nacionalismo gobernante por aquí deplora o critica la activación del artículo 155, reivindica el derecho a de­cidir, pero no respalda explícitamente la vía ­elegida por el independentismo catalán para romper con el Estado constitucional mediante una sucesión de hechos consumados que han acabado ­colisionando con ese mismo Estado. Y, sobre todo, se guarda muy bien de hacer suya la experiencia secesionista en Ca­talunya.

A pesar de la DUI, Euskadi y Navarra están más cerca de la independencia de lo que pretende para sí el secesionismo catalán. Todo en virtud del sistema de cupo. Paradójicamente, contar con una hacienda propia facilitaría la desconexión pretendida por el independentismo catalán y, al mismo tiempo, disuade a las instituciones forales de desbordar el marco jurídico vigente. 

No es casual que Euskadi y Navarra hayan quedado como las únicas autonomías pendientes de reforma, cuando tantas otras se inspiraron o copiaron directamente el articulado del Estatut promovido en tiempos de Pasqual Maragall. 

El misterio de que la atonía posibilista bajo dos décadas y media de gobiernos de Pujol estallara de pronto en una oleada independentista –que ha llegado a contar con casi la mitad del censo catalán– no puede explicarse, ni única ni fundamentalmente, por las vicisitudes de ese Estatut ante el Tribunal Constitucional. 

Ha habido muchos más factores en juego, como el repentino alineamiento de la Generalitat, en septiembre del año 2012, con la independencia. Lo que confirió a la quimera secesionista un halo de viabilidad que ha durado hasta la madrugada del viernes al sábado pasado.

Forma parte también de los misterios soberanistas por qué en un momento determinado el nacionalismo catalán y el vasco se intercambiaron los papeles, pasando este a desempeñar un papel pragmático mientras el pospujolismo se ponía al frente de la manifestación independentista.

 Surtió sin duda efecto que el plan Ibarretxe se estampara contra las Cortes Generales, aunque era más que previsible que fuese así; y surtieron efecto los costes que para la convivencia supusieron casi cinco décadas de terro­rismo en nombre de los vascos. Situaciones que Pujol y Mas contemplaron a distancia, y con expresiones de menor simpatía que la mostrada después en sentido inverso. Pero también pudo haber ocurrido lo contrario en Euskadi.

 Que la frustración ante una iniciativa malo­grada, combinada con una posterior liberación –desacomplejada– de energías ­soberanistas ante lo que el propio Ibarretxe había anunciado como un estadio “en ausencia de violencia” diera lugar a una oleada independentista que arras­trase al PNV y a la inmensa mayoría de las instituciones vascas.

La historia es un cúmulo de casualidades que no conviene sublimar en sus designios. La sociedad vasca no atesora más seny que la catalana, o que cualquier otra de nuestro entorno. También por eso es recomendable discernir entre lo que los movimientos políticos y sociales tienen de autenticidad y representan de farsa.

La simpatía de los vascos nacionalistas hacia la apuesta independentista en Catalunya ha tenido más de lo segundo que de lo primero. En otro caso hoy estaríamos en las mismas por aquí, sujetos a nuestro particular artículo 155 o tratando de sortear la intervención del Estado sobre la foralidad. Catalunya y su autogobierno no estaban destinados a lo que ha ocurrido: una situación sin nombre. 

En eso nos asemejamos peligrosamente, catalanes, vascos y navarros. En dar lugar a circunstancias que resulta ­imposible nombrar con una palabra, porque no nos sentimos cómodos con ninguna de ellas.

Miles de catalanes han dado con un término, la independencia, que aun en su vaciedad ha sido capaz de hacerles sentirse algo. Aunque sea un algo fugaz o intangible forma parte de sus últimas vivencias, pero poco más."                    ( , La Vanguardia, 31/10/17)

28/7/17

Salvo a Pasqual Maragall y a su camarilla, el Estatut no le interesaba prácticamente a nadie

"(...) El prusés, como ya han señalado algunos analistas, es consecuencia perversa de dos causas fundamentales: una, la insatisfacción general que produjo la crisis económica, el estallido de la burbuja inmobiliaria, la corrupción, el desempleo, el empobrecimiento general de la sociedad; en el resto de España esa insatisfacción o indignación cristalizó en el movimiento del 15M y el nacimiento de Podemos; en Cataluña asestó una grave herida al narcisismo nacional supremacista de una sociedad, narcisismo que –y ésta es la otra causa-motor del prusés— ha sido larga y sistemáticamente alimentado durante décadas de adoctrinamiento por tierra, mar y aire, desde el parvulario hasta la universidad, para la Formación de un Espíritu Nacional. 

Con la sustanciosa contribución del éxito económico y las victorias del Barça​. Si algo bueno ha tenido el prusés ha sido mostrarnos lo extraordinariamente sencillo que es, teniendo tiempo por delante, ir formando, o formateando, la maleable mentalidad de una masa obediente y adecuadamente gregaria.

Todo esto ya lo he dicho por activa y por pasiva. Pero no sé para qué me empeño en razonar, para qué insisto, con la máxima humildad y acierto, en diagnosticar lo que sucede, si tú en vez de leerme con atención te empeñas en situar la herida narcisista en “la sentencia del Estatut”: en la terrible, la ignominiosa afrenta de que el PP recogiese en algunas mesas petitorias firmas contra el Estatut, y en que un tribunal superior, concebido, entre otras funciones, precisamente para velar por la legitimidad de las normas nuevas autonómicas o municipales, corrigiese el texto en algunos extremos ciertamente conflictivos –conflictividad nada extraña, teniendo en cuenta quién lo redactó, y para complacer a quiénes—.

Salvo a Pasqual Maragall y a su camarilla, el Estatut no le interesaba prácticamente a nadie; no había un clamor popular que lo reclamase; se lo sacó Maragall como un naipe de la manga para que ERC le dejase gobernar el tripartit; y sólo mediante severa presión sobre la ciudadanía se logró que lo votase un número más o menos aceptable de ciudadanos, que ni siquiera sabía qué cambios introducía el nuevo texto. 

La gente se encogía de hombros de forma tan ostentosa que el señor Joan Saura se inventó un Bus del Estatut para circular por toda la región difundiendo la buena nueva, como Trotski en el tren. Daba alipori.

Pero tú –y no sólo tú—, contumaz en el error, insistes en que las firmas del PP y la sentencia del Constitucional, que le dio vía libre tras depurarlo de sus excesos, fueron afrentas intolerables, y casus belli, y el Big Bang del prusés. Lamento decir que por más que repitas ese mantra, no dejará de ser falso. Aunque para las mentalidades convenientemente adoctrinadas durante décadas es fácil, desde luego, considerar que cualquier nimiedad es un agravio humillante.

 Recuérdese, por ejemplo, que convertir la homogeneización europeísta de las matrículas de los automóviles en una muestra de totalitarismo recentralizador sólo requirió diez editoriales y cien artículos en los medios de formación de masas generosamente regados con dinero público.

Un último apunte: ya en el primer artículo del pacto del Tinell (2004), que es la base para la redacción del Estatut​, una cláusula comprometía a todos los firmantes a negarse a cualquier pacto de gobierno o acuerdo de legislatura con el PP, tanto en Cataluña como en toda España. 

Por más que te disguste el PP, habrás de admitir que hay algo sectario y muy poco democrático en cerrarle la puerta en las narices al partido mayoritario en España (a la sazón en el Gobierno y con mayoría absoluta) a la hora de confeccionar un guiso (el Estatut) potencialmente indigesto y sospechoso, y luego exigirle que se lo coma sin rechistar. Bueno, pues si estás de acuerdo con ello, la próxima vez que menciones el Estatut te ruego que menciones también el Tinell."           (Ignacio Vidal-Folch , Crónica Global, 18/07/17)

18/4/17

La balanza comercial a favor de Cataluña, llegó a ser de +22.000 millones en 2007 y se redujo a la mitad en 2013

"Como cada vez que se inicia el debate anual sobre los Presupuestos Generales del Estado, han vuelto a emerger los agravios territoriales, exhibidos como cicatrices. (...) 

El escepticismo soberanista tiene una dimensión económica y otra política, en relación esta última con la disposición adicional tercera del Estatut: “La inversión estatal en infraestructuras se equiparará a la participación relativa del PIB catalán en el PIB del Estado para un periodo de siete años”.

 Es decir, que las inversiones en infraestructuras serán una función de la riqueza de Cataluña en relación al conjunto, condicionando así las Cuentas del Estado. La denuncia de los incumplimientos se presenta así con la carga política adicional de que no serían incumplimientos de promesas electorales sino de un mandato expreso del Estatut.

Tal mandato no existe hoy. Es uno de los 27 preceptos del Estatut cuya constitucionalidad quedaba supeditada en la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 a ser interpretado como el propio tribunal establecía: “en el sentido de que no vincula al Estado en la definición de su política de inversiones ni menoscaba la plena plibertad de las Cortes Generales para decidir sobre la existencia y cuantía de dichas inversiones”.  (...)

España viene siendo para Cataluña un amplio mercado (de 40 millones de consumidores en la actualidad), lo que favorece el crecimiento de la economía y el empleo en el Principado. Esto puede objetivarse con datos sobre los saldos comerciales entre Cataluña y el resto de las comunidades. 

Desde que hay estadísticas sobre esta cuestión, Cataluña ha sido, año tras año, con crisis o sin ella, el territorio con un mayor saldo favorable entre ventas y compras al resto de España. El saldo llegó a ser de +22.000 millones en 2007 y se habia reducido a la mitad, 11.700 millones, en 2013, última fecha considerada en el estudio del Centro de Predicción Económica: WWW.C-intereg.es."          ( , El País, 13/04/17) 

19/1/16

Pasqual Maragall, víctima del complejo de autosuficiencia que padecen los de su clase social... se lanzó a redactar un Nou Estatut

"(...) ¿De dónde y cómo, en tu opinión, arranca esta historia en la que seguimos y acaso seguiremos inmersos?

Toda esta historia arranca del nefasto día en que Pasqual Maragall, víctima del complejo de autosuficiencia que padecen los de su clase social (que no es precisamente el proletariado), decidió "rematar" su (en realidad, precaria) victoria sobre CiU llevando la confrontación política al terreno minado de la cuestión nacional y lanzándose a la reforma del Estatut (presionado, ciertamente, por su socio de gobierno ERC, pero no necesariamente forzado a ello: la motivación principal parece haber sido demostrar a CiU que a nacionalista no le ganaba nadie). Lo que ocurrió a partir de ahí es de sobras conocido.

Conocido, desde luego, pero… ¿nos puedes hacer una síntesis?

Maragall, por esa capacidad, tan propia de ciertos sectores sociales a quienes la vida les ha ido siempre de cara, de confundir sus deseos con la realidad (reforzada seguramente, en su caso, por el éxito indudable de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, pero puesta tristemente en evidencia con el fiasco de aquella operación faraónica llamada “Foro de las Culturas”, que sirvió básicamente para adornar una operación inmobiliaria de altos vuelos: Diagonal Mar), creyó ingenuamente en la palabra del inconsistente presidente del gobierno español y correligionario de partido Rodríguez Zapatero, lanzándose a tumba abierta a la redacción de un estatuto de autonomía que entraba en colisión con diversos artículos de la constitución vigente (sin que esto implique juicio alguno de valor, positivo o negativo, respecto de dicha constitución).

Se entiende, se entiende.

Y en lugar de someter el texto a un dictamen previo del Tribunal Constitucional, se optó por pasarlo directamente a trámite parlamentario autonómico y central. En el paso por este último fue, como dijo Alfonso Guerra, parcialmente “cepillado”. Pero no lo suficiente como para eliminar cualquier posible riesgo de inconstitucionalidad.

 Riesgo que el propio Artur Mas, entonces en la oposición en Cataluña, intentó conjurar mediante una negociación directa con Rodríguez Zapatero al margen de cualquier legitimidad democrática. 

Finalmente, el nuevo estatuto fue aprobado en referéndum por los ciudadanos de Cataluña (con un elevadísimo índice de abstención, por cierto). Luego ocurrió lo que cualquier mente sensata podía haber previsto: que el PP, en su afán por socavar toda iniciativa avalada por gobiernos del PSOE, impugnó ante el Constitucional el texto ya aprobado. 

El alto tribunal acabó anulando algunos artículos y pasajes del preámbulo y regaló así a los independentistas el pretexto que llevaban años buscando para demostrar que “España nos oprime, nos reprime y nos exprime” (este slogan no me consta que se haya utilizado nunca, es de mi cosecha; espero no haber, con ello, “dado ideas”; pero lo cierto es que ahora los independentistas ya no las necesitan: el virus se ha hecho con el control de suficientes células como para asegurar su reproducción futura).    (...)"              (Entrevista a Miguel Candel, Salvador López Arnal , Rebelión,  09/01/16)

20/10/15

Mas ayudó a que Zapatero recortase el Estatuto, a cambio de que Maragall no se presentara a la presidencia de la Generalidad

"(...) Los críticos del proceso actual acusan a Artur Mas de impulsarlo para disimular su gestión de Gobierno y los casos de corrupción de CDC.

Hay intereses políticos. Se notan bastante. Recordemos que Mas contribuyó a recortar el Estatuto, cuando lo negoció con el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, a cambio de que Maragall no se presentara a la presidencia de la Generalidad. Es muy feo. Como mínimo, diría que es pecado. Esto no se hace.

¿Qué pensaría Josep Tarradellas de lo que estamos viviendo estos días?

De alguna forma, desde el año 1980 previó lo que iba a pasar, no sé si con esta gravedad. Estaba convencido de que la política que seguía Jordi Pujol dividiría Catalunya. Lo han conseguido. Con grandes esfuerzos, pero lo han conseguido. "Este hombre nos llevará a la división de Catalunya", me dijo.

En ese momento pensé que exageraba. Pero ha sido así.
Esta visión de Catalunya como un país por construir cuando lo que hay que hacer es gobernarlo nos lleva al desacuerdo sobre cómo se hace esta construcción. Además, desde el comienzo se ha hecho sectariamente y la consecuencia es la división actual.

¿El nacionalismo conduce tarde o temprano al independentismo?

Podría ser. Depende de la concepción que se tenga del nacionalismo. En la historia de Catalunya han existido muchos nacionalismos. Ha habido muchos políticos que se han llamado nacionalistas y que no pensaban en la independencia.

El problema no es proponerte la independencia. Lo encuentro muy razonable. Catalunya ha tenido grandes problemas con España desde tiempos de los Segadors. Es normal que alguien quiera repensar las relaciones entre Catalunya y España. Lo que me parece un desastre es que las personas que teóricamente deben ocuparse de hacerlo hayan acabado haciendo las tonterías que han hecho.

30/9/15

La burguesía independentista no alcanza sus objetivos pero margina la cuestión social de la agenda política en Cataluña... ¿y en España?

"(...) La burguesía independentista catalana había creado con JxS un instrumento político para dotarse de un mayor apoyo electoral - especialmente el de la pequeña burguesía pero también el de otras clases populares - con el objetivo de lograr una mayoría absoluta en el parlamento y tener las manos libres para continuar su proyecto sin tener que depender de los independentistas de izquierdas (CUP). 

El proyecto de la burguesía catalana tampoco es perfectamente claro, aparentemente es la obtención de un Estado independiente encajado dentro de la UE, manteniendo el contenido neoliberal practicado por el anterior gobierno de CiU, pero si hubiese obtenido esa mayoría que anhelaba y hubiese iniciado el proceso de independencia existen dudas razonables para pensar que si se encontrase en una situación de aislamiento en Europa tal vez transformaría su proyecto de independencia por otro de obtención de un Estatuto más ambicioso a cambio de su continuación dentro del Estado español.

Sin embargo, el resultado de las elecciones han arruinado esas expectativas, los resultados de JxS no solo no les conceden la mayoría absoluta de diputados, sino que son inferiores en 9 diputados a la suma de CiU y ERC en 2012.

 En esta situación de debilidad para continuar con un proyecto tan ambicioso como proclamar la independencia unilateralmente, aquél solo puede continuar si consigue el apoyo de la CUP. Pero esta alianza complica extremadamente el proyecto y liderazgo del mismo por la burguesía catalana. (...)

 Una alianza de JxS y la CUP, aunque fuese para un difícil programa de mínimos como conseguir la independencia, sería a costa de la destrucción final de una de las dos fuerzas. Y dada la desproporción de fuerzas entre JxS y las CUP, previsiblemente sería esta última la perdedora en dicha alianza.

Un complicado dilema para las CUP que va a poner a prueba la coherencia de esta formación y en el que se juega su futuro. En relación con este proyecto el panorama continúa, por tanto, completamente abierto. Primeramente porque los resultados en votos del bloque independentista han sido inferiores al bloque no independentista (47,8% frente al 52,2%) y esta situación les debilita en el panorama interno e internacional para el reconocimiento de una independencia declarada unilateralmente y en un entorno hostil. 

Como apuntábamos anteriormente, si la burguesía independentista catalana se encuentra con el doble obstáculo de tener que depender de la CUP y encontrar mayor rechazo en las instancias internacionales a su declaración unilateral de independencia, seguramente una parte de ella se repliegue hacia el objetivo de conseguir un Estatuto más ambicioso para Cataluña. (...)

Habíamos señalado que había un segundo proyecto en juego en estas elecciones, el de la capacidad de las formaciones a la izquierda del PSOE para desplazar a éste como principal referente en el campo de la izquierda o progresista y de convertirse en alternativa de gobierno o, al menos, en factor determinante en la política española.  (...)

Estas expectativas se han derrumbado con el resultado obtenido por CSQP (8,98% y 11 diputados), inferior al obtenido por ICV e EUiA hace tres años. El PSOE ha vuelto a demostrar por tercera vez en este año que no existen posibilidades reales de ser sobrepasado, al menos en un horizontes próximo, por Podemos o algún tipo de alianzas que construya; y la cuestión social ha quedado claramente marginada frente a la independentista, pues entre CSQP y la CUP suman solamente el 17,25% de los votos.

 Lo que es aún más preocupante, la cuestión social seguramente va a quedar eclipsada en los próximos meses en la campaña de las elecciones generales por la cuestión catalana y, en estas condiciones, las expectativas de las fuerzas a la izquierda del PSOE posiblemente se reducirán como ha pasado en estas elecciones del 27-S. (...)"              (Jesús Sánchez Rodríguez , blog, en Rebelión,  30/09/2015)

7/7/14

¿Por qué España tiene miedo a la pregunta y Cataluña a la respuesta?

" (...) ¿Por qué España tiene miedo a la pregunta y Cataluña a la respuesta?
 
Diablos, qué soberbia pregunta... Cataluña votó mayoritariamente a favor del Estatuto, pero sólo votó a favor un 35%. El resto se fue a la playa. 
Voto mayoritario o verdadero. 
La mayoría de Cataluña no quiere independencia. España no quiere la pregunta porque la soberanía nacional no es discutible. 
¿Por qué no hay soberanía en Hospitalet, en el barrio de Gracia o en el tercero B de la calle Montaner? (...)"         (Entrevista a Javier Nart, El Mundo, 28/06/2014)

1/10/13

¿Es el 'federalismo asimétrico' el que la dirección del PSOE pretende colar ahora mediante un cambio constitucional?

"A fin de promocionar el Estatuto de Cataluña, el siempre imaginativo Pascual Maragall se inventó un nuevo concepto político: el “federalismo asimétrico” (como si en EE UU o en Alemania existieran un par de Estados o de länderde primera y el resto fueran de segunda categoría), cuya finalidad última la expresó claramente el mismo Maragall: “El objetivo del Estatuto es la desaparición del Estado central en Cataluña”.

Una vez formado el primer tripartito (año 2003) se inició el proceso estatutario que habría de llevar al “federalismo asimétrico”, pero en el Parlamento de Cataluña la puja por acrecentar la asimetría se hizo insoportable, pues a cada propuesta de aumento competencial le seguía algún Groucho Marx pidiendo “además, dos huevos duros”, hasta que el proyecto encalló en el Parlamento catalán; entonces Rodríguez Zapatero llamó a Mas a La Moncloa y consiguió desatascarlo. 

Más tarde volvería a requerir al líder de CiU, cuando el texto volvió a quedar varado en el Congreso de los Diputados. Nadie supo jamás por qué ZP ponía tanto empeño en pro de aquel estatuto, un proceso político puesto en marcha por auténticos aprendices de brujo, que no sirvió para otra cosa que no fuera exacerbar el separatismo. (...)

El Estatuto no cabía en la Constitución porque hacía mangas y capirotes de la multilateralidad, concepto intrínseco a cualquier Estado compuesto (federal o de otro tipo). No lo era por su sistema de financiación. No lo era porque pretendiera crear catalanes de primera (los que hablan la lengua “propia”) y catalanes de segunda (los castellanohablantes). En suma: no lo era porque, como me confesó en privado un veterano líder comunista, “no estamos ante un proyecto de ley, sino ante un acta de rendición”. (...)

Y cabe preguntarse: ¿es ese federalismo (asimétrico) el mismo que la dirección del PSOE pretende colar ahora mediante un cambio constitucional?

De ser así, como muchos nos maliciamos, la dirección del PSOE pretendería volver, como la burra, al trigo maragalliano-zapaterista, para resucitar un Saturno que se merendó a todos sus inventores, dejando tras de sí frustraciones y derrotas. Y todo ello, ¿solo para intentar “encajar” al PSC dentro del PSOE?

Antes de tomar una decisión tan arriesgada, a la dirección del PSOE le convendría echar una ojeada sobre la marcha electoral del PSC a partir de que Maragall entró en la liza autonómica con sus “ideas geniales”:

Año 1999, Maragall: 1.183.000 votos y 53 diputados.
Año 2003, Maragall: 1.026.000 votos y 42 diputados (primer tripartito).
Año 2006, Montilla: 790.000 votos y 37 diputados (segundo tripartito).
Año 2010, Montilla: 575.000 votos y 28 diputados.
En 2012, Pere Navarro: 524.000 votos y 20 diputados.

En pocas palabras: desde que empezó este baile, el PSC ha perdido 33 diputados, el 62% de los que tuvo en 1999, y 669.000 votos, el 56,5% de los que obtuvo antes de que empezara la yenka estatutaria. Al PSC, que siempre nutrió gran parte de sus urnas con votos de gente de origen inmigrante, le ha resultado letal subirse al carro identitario. Una actitud, la del PSC, que no se entiende en el resto de España, pero que tampoco se entiende en Cataluña.

 Las encuestas de opinión —y las urnas— lo han dejado meridianamente claro: cuanto más nacionalista se hace el PSC menos votos saca.
Y uno se sigue preguntando: ¿Merece la pena resucitar ahora el disparate de la política territorial maragall-zapaterista solo para darles gusto a los socialistas catalanes en su deriva suicida? (...)"                      ( , El País, 30 SEP 2013 )

13/9/13

Los dos principales argumentos del soberanismo, el expolio económico y la afrenta del Estatut, han calado porque cumplen la regla de oro de la mentira: algunos elementos de verdad y mucha repetición

"Hace ya diez años, el entonces ministro de relaciones intergubernamentales de Canadá, el quebequés Stéphane Dion, nos ponía sobre aviso de que “la dinámica secesionista es difícilmente conciliable con la democracia”. 

Sostenía, además, que en un Estado donde se ejercen y respetan los derechos y las libertades “no hay argumento moral posible que justifique convertir a nuestros conciudadanos en extranjeros” (El País, 06/07/2003). 

Pues bien, ambas afirmaciones son trasladables hoy a Cataluña donde el proceso secesionista, se muestra poco respetuoso con la pluralidad de la sociedad catalana y lanza promesas socioeconómicas claramente populistas. (...)

Según el politólogo Allen Buchanan, en el prólogo a la edición castellana de su obra ya clásica, Secesión. Causas y consecuencias del divorcio político (2013), existen cuatro tipos de injusticias que dan origen al derecho de secesión. Considera que, en el caso catalán, resulta del todo imposible argüir las dos primeras: el argumento de una anexión territorial de España sobre Cataluña en el pasado y la violación actual de derechos y libertades básicas. 

Afirmar lo contrario supondría considerar que Cataluña es una colonia española, extremo que nadie sensato en el mundo aceptaría. Sin embargo, fijémonos cómo el soberanismo se esfuerza a diario en construir un imaginario que va justamente en esa dirección aprovechando cualquier efeméride. Intenta convertir, como ya se ha criticado sobradamente, el conflicto internacional sobre la sucesión a la corona española de principios del siglo XVIII en una guerra de secesión, cuyo traumático final, con la imposición del Decreto de Nueva Planta, constituiría la prueba de ese sometimiento colonial. Y pretende convencer a la sociedad catalana de que la relación con España es una historia continuada de represión y maltrato hasta el día de hoy.

Pero este es solamente el telón de fondo sobre el que se desarrollan otros dos argumentos que, si fueran ciertos, bien podrían justificar, volviendo a Buchanan, la secesión: una redistribución discriminatoria de recursos continuada y grave, y la vulneración por parte del Estado de las obligaciones del régimen autonómico o la negativa continuada a negociar una forma de autonomía adecuada.  (...)

En efecto, ambos argumentos son utilizados profusamente por los soberanistas en su intento de elevar las disfunciones, deslealtades o desajustes del modelo autonómico a la categoría de delitos de lesa humanidad. La legitimidad moral de la separación recae así en un doble relato: el expolio económico que sufre Cataluña desde tiempo inmemorial, aunque solo ahora parece perceptible a rebufo de la crisis general, y la gravísima afrenta política que, insisten, significó la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto.  (...)

En cualquier caso, no hay duda de que ambos argumentos, el del expolio y la afrenta, han calado a fondo en la sociedad catalana al cumplir con la regla de oro de la mentira: no solo ha de ser repetida mil veces, sino que requiere que contenga algunos elementos de verdad que bien podemos compartir desde otras posiciones. 

En el ámbito económico, es rotundamente falso que cada año salgan de Cataluña 16.000 millones que no regresan de ninguna forma, pero es cierto que los catalanes aportamos más de lo que recibimos (al igual que madrileños y baleares), como también que la política de inversiones de los sucesivos gobiernos españoles no siempre han obedecido a criterios claros, objetivos y basados en la eficiencia, cuando no directamente en el clientelismo.   (...)

Señalar estos u otros problemas, sin olvidarnos del agravio que provocan los cupos forales, no permite en absoluto sostener la tesis del expolio. Tal extremo no pretende otra cosa que dar cobertura moral a la secesión, soslayando así el principio redistributivo con el resto de españoles. 

En efecto, la otra cara de este argumento, con el que se pretende seducir a las clases populares y medias catalanas, es que, “cuando nos hayamos librado de la rémora del Estado español, no harán falta recortes sociales”, pues gracias a nuestros propios recursos “podremos tener un bienestar social envidiable”, afirmaba Josep Rull, secretario de organización de CDC, en la presentación de una campaña secesionista en la que entre otras maravillas se augura un descenso del paro del 10%.

Estas engañosas promesas ponen de manifiesto hasta qué punto estamos ante una propuesta populista. Por eso sorprende que desde posiciones de izquierdas, como la que deberían defender los sindicatos mayoritarios en Cataluña, se caiga en la trampa del soberanismo, cuando la historia nos muestra que la exacerbación de los conflictos que tienen una base identitaria, aunque intenten camuflarse tras otras máscaras, diluyen las verdaderas luchas por una mayor igualdad y justicia social.  (...)

Al lado del expolio, la sentencia del Tribunal Constitucional se ha convertido para el discurso nacionalista en una especie de punto de no retorno. (...)

Pero la realidad es que la sentencia dejó vivo el Estatuto, como subrayaba hace poco el jurista y exmagistrado Pascual Sala (...)

El soberanismo ha logrado extender un relato que culmina con la exigencia de ejercer un derecho que se presenta como algo democráticamente incontrovertible: decidir unilateralmente la secesión y hacerlo cuanto antes. (...)

Y cuando en medio de tantas angustias socioeconómicas la secesión se ofrece, sobre todo, como un remedio milagroso para salir de la crisis y alcanzar a continuación un bienestar envidiable, me pregunto si en estas condiciones es lícito someter a votación una propuesta populista."                      (EL PAÍS 10/09/13, JOAQUIM COLL, en Fundación para la Libertad)

10/9/10

El nuevo Estatuto o la crisis de identidad catalana importa a menos del 5% de los catralanes

"Preguntados por cuáles deberían ser las tres actuaciones prioritarias del actual Gobierno de la Generalidad, los entrevistados han respondido mayoritariamente que el paro y la precariedad laboral (54,6%), seguido a larga distancia por el funcionamiento de la economía (19,1%) y por la mejora de las políticas sociales (15,9%).

En 11º lugar encontramos al nuevo Estatuto y al autogobierno (4,7%); en el puesto 16, las relaciones Cataluña-España (0,8%) -en junio era el sexto problema, votado por el 14% de los encuestados- y en el 17, la crisis de identidad catalana (0,6%) -en junio era el 12º problema, con un 3% de los votos-.

La encuesta refleja que un 37,3% se siente tan español como catalán (frente al 42,2% en abril), el 36,2% solo o más catalán (el 44,3% en abril) y el 17,4% solo o más español (el 11,9% en abril). Un 9,1% no sabe o no contesta.

El sondeo también presenta datos sobre los usos lingüísticos. En cuanto la lengua habitual en el trabajo, las tres opciones están muy igualadas: castellano, 23,4%; catalán, 22,1%; ambas, 21,4%. Sin embargo, en cuanto a la lengua habitual de uso con las amistades, el 40,5% dice usar el castellano, el 27,9% dice usar el catalán, y el 27,4%, ambas." (lavozdebarcelona.com, 09/09/2010)

29/7/10

La izquierda no puede ser nacionalista... evidentemente...

"Carlos Carnicero, periodista, en un artículo publicado en su blog el 25 de julio de 2010.

[...] La Constitución de 1.978 ha sido el soporte legal del mayor grade autonomía imaginable en el que el estado ha traspasado casi todas las competencias con excepción de la política monetaria –que está en manos de la Unión Europea- la política exterior y de defensa y algunos asuntos relacionados con puertos, fronteras y aeropuertos. No es fácil encontrar un estado federal que disponga de un grado de autonomía como la catalana.

Los nacionalistas nos han acostumbrado a un lamento que no tiene fin. Ahora, el Tribunal Constitucional ha establecido que sólo existe una nación y una soberanía que no admite fraccionamientos. Estaba claro, pero la pulsión nacionalista es considerar que su territorio es una nación independientemente de lo que diga la Constitución, a la que tienen tanta aversión como a la bandera de España. Y no hay pérdida de competencias, pero ellos planean una nueva ofensiva para que su lamento, convertido en reivindicación, les permita ahora arañar más competencias en una carrera sin meta fijada.

La izquierda española no ha admitido que democracia y nacionalismo no son conceptos unidos y obligatorios; es más, casi por definición la izquierda no puede ser nacionalista por su sentido universal de la solidaridad.

[...] El lamento catalán nos hace a todos estar pendientes del estado de ánimo que trasladaran José Montilla y los demás líderes, confesos o no, del nacionalismo catalán. Pero parece que no importa el estado de ánimo de muchos españoles demócratas, progresistas y defensores de la Constitución y los estatutos de autonomía a los que nadie les hace caso porque se ha establecido que su falta de comprensión y su agotamiento con los lamentos nacionalistas son sentimientos no democráticos.

Y detrás de esa falsedad se fabrica continuamente la conversión del lamento catalán en reclamo y este en concesión. Y así se nos va la vida y se nos va la oportunidad de que una España democrática juegue un papel en este mundo democratizado y cambiante. Ahora el presidente Zapatero hará todo lo necesario, “cueste lo que cueste” para resarcir a los nacionalistas catalanes de la afrenta que les ha proferido el Tribunal Constitucional por cumplir con la ley y con su obligación’." (lavozdebarcelona.com, 26/07/2010)