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18/9/23

Esto sí que es "represión"... Francia juzga a cuatro alcaldes por permitir el catalán en los plenos municipales... no es por comparar, pero hay diferencias

 "Francia juzgará el próximo martes a los alcaldes de los ayuntamientos de Elna, Els Banys, Portvendres y Tarerac, de la Catalunya Nord, por haber cambiado el reglamento municipal para permitir debatir en catalán en los plenos municipales. De este modo, la "represión" del Estado español denunciada por el independentismo se extiende también al Estado francés.

El presidente de ERC, Oriol Junqueras, junto con el diputado en el Parlament y secretario de Organización, Pau Morales, asistirán el próximo martes al Tribunal Administrativo de Montpellier para darles apoyo, informa ERC.

El alcalde de Elna, Nicolas Garcia, que es el secretario general del Partido Comunista Francés en el Rosellón, se mostró favorable de la independencia de Catalunya en una entrevista en 2012. Afirmó que la independencia "se vería como algo positivo" en el sur de Francia y que es un proceso lógico a raíz de la evolución histórica de los hechos.

Igualmente defendió que Francia reconozca oficialmente las lenguas minoritarias, entre ellas el catalán, lo contrario de lo que defienden la mayoría de partidos franceses, también de izquierdas."  
            (e-notícies, 17/04/23)

27/12/21

Para la élite política catalana es demasiado goloso disponer de una lengua minoritaria que despierta simpatías como para no emplearla en su beneficio. El catalán tiene la desgracia de servirles como elemento principal alrededor del cual articular una identidad nacional que les mantenga en el poder... Es en ese sentido que debe entenderse la defensa a ultranza de la inmersión lingüística en la escuela catalana... Nada nuevo, típico de las derechas. Menos mal que no disponen también de una religión... En Cataluña se ha creado una jerarquía lingüística en la que el catalán representa el idioma bueno, prestigioso y hasta integrador. Y el español, en cambio, representa el malo, el idioma de las barriadas, de la gente pobre, de la inmigración que vino a la maravillosa Cataluña porque no tenía dónde caerse muerta

 "Son muchos y variados los símbolos que el nacionalismo catalán ha establecido como identificativos de Cataluña y la catalanidad. La figura del hereu y la pubilla, la sardana, la barretina, el Barça, los castellers, el caganer del pesebre, una especie endémica de burro, un gorila blanco, una virgen negra… Todo este repertorio simbólico descansa sobre la piedra angular de la identidad catalana, que no es otra que la lengua catalana (...)

Cataluña y el catalán no son una excepción. Para la élite política catalana es demasiado goloso disponer de una lengua minoritaria que despierta simpatías como para no emplearla en su beneficio. El catalán tiene la desgracia de servirles como elemento principal alrededor del cual articular una identidad nacional  que les mantenga en el poder. Es en ese sentido que debe entenderse la defensa a ultranza de la inmersión lingüística en la escuela catalana, que recientemente ha vuelto a suscitar el debate. Nada nuevo, típico de las derechas. Menos mal que no disponen también de una religión.

 La lengua más hablada en Cataluña, región de España, es el castellano o español. Sin embargo, desde hace décadas la Generalitat catalana ha impuesto la enseñanza casi exclusivamente en catalán, en detrimento de los derechos lingüísticos de la mayor parte de alumnado catalán, cuya lengua materna es el castellano. El objetivo de estas políticas lingüísticas en Educación es la creación entre la infancia y la juventud de un sentimiento de pertenencia a Cataluña en contraposición al resto de España. Para la derecha catalana, la escuela es la pieza fundamental de formación del espíritu nacional catalán.

 Esta imposición es aceptada y alentada incluso por quienes deberían representar la izquierda y por los sindicatos, desarmados ante el clásico discurso victimista del nacionalismo: como el catalán es una lengua minoritaria y en peligro, pueden suspenderse los derechos lingüísticos del alumnado castellanohablante. Total, su lengua es de las más habladas en el mundo. Que se aguanten. Según ese discurso, es mucho más importante que dentro de trescientos años se siga hablando catalán que los derechos del alumnado catalán de hoy. Y todo esto con el beneplácito de los distintos gobiernos de España, a quienes les importan bien poco los derechos lingüísticos de los hijos e hijas de la clase trabajadora castellanohablante en Cataluña. Porque sus acuerdos de gobierno y sus negocios no los tienen con ningún alumnado, sino con las élites políticas  y económicas catalanas, esto es, con la derecha catalana.

En Cataluña se ha creado una jerarquía lingüística en la que el catalán representa el idioma bueno, prestigioso y hasta integrador. Y el español, en cambio, representa el malo, el idioma de las barriadas, de la gente pobre, de la inmigración que vino a la maravillosa Cataluña porque no tenía dónde caerse muerta. El catalanismo exige que le den las gracias a Cataluña por ello, igual que un empresario exige que los trabajadores a los que explota le estén agradecidos por haberles dado trabajo. Esa exigencia pasa por el aprendizaje del catalán, el idioma bueno, y por la connivencia con el nacionalismo catalán.

Cataluña ha necesitado y necesita inmigración para ocupar los puestos de trabajo más precarizados y mal pagados, principalmente del sector servicios ahora mismo. La población catalanohablante ocupa puestos de trabajo más profesionalizados y mejor pagados, y cuando va a tomar un café, acude al ambulatorio o compra en un comercio, quiere que la camarera, la enfermera o la dependienta inmigrante le sirva o atienda en catalán. Pero no hay suficiente población catalanohablante para eso, por lo que es necesaria la inmigración. Así que el nacionalismo catalán enfrenta aquí una curiosa paradoja, porque Cataluña requiere inmigración para su sistema socio-productivo, pero al mismo tiempo esa inmigración supone una amenaza para la catalanidad. Por eso había pancartas llamando que rezaban “fuera colonos” en la manifestación a favor de la inmersión lingüística en pasado día 19 de diciembre.

Aquí es cuando el catalanismo enseña su rostro xenófobo y clasista detrás de la máscara de la falsa cohesión social, cuando se pone en cuestión la inmersión lingüística. El nacionalismo siempre teme que su identidad nacional sea diluida por la llegada de inmigración, como han puesto de manifiesto muchas declaraciones de políticos nacionalistas, desde el abiertamente racista Heribert Barrera hasta Quim Torra. Y no es que sea un miedo infundado, porque ninguna sociedad es, ni se puede mantener, “pura”, tampoco en cuanto a la lengua. Eso no existe. Cuando intentan llevar a cabo su proyecto político basado en la pureza etno-lingüística, entonces estamos inequívocamente delante de la extrema derecha.

 Los derechos de más de la mitad de la población catalana que se expresa en español llevan décadas siendo sistemáticamente conculcados por parte del nacionalismo catalanista, cuyas bases ideológicas son las del romanticismo alemán, que define la nación en base a tres elementos simbólicos: la lengua, la tierra y la sangre. Nada bueno puede salir de ahí. Como catalana y catalanohablante, lamento profundamente el uso que el gobierno de la Generalitat ha hecho a mi lengua materna, convirtiéndola en arma contra la propia sociedad catalana, haciendo de ella una lengua insignia de un movimiento claramente clasista y con claros tintes supremacista.

Lo que le faltaba a una lengua que hablan menos de 8 millones de personas en el mundo es que la mayor parte de sus hablantes y representantes políticos se las den de superiores. Ocurre que el verdadero objetivo del poder político en Cataluña no es salvar el catalán. Por eso es habitual que llevan a su prole a escuelas internacionales, donde no hay inmersión lingüística. Pero la imponen en la educación pública con el objetivo político que hemos descrito, la generación de una identidad, un sentimiento de pertenencia a Cataluña al que apelar para seguir en el poder. Ni más ni menos.

Un idioma minoritario puede tener usos reprobables o despreciables, más allá de los discursos bienintencionados sobre la conservación de la diversidad lingüística, que son fáciles y agradables de suscribir. Lo cierto es que la realidad es mucho más intrincada y mucho menos complaciente. En cualquier caso, nunca las personas y sus derechos deben estar por detrás de la intención de conservar una lengua. Y en Cataluña, el alumnado castellanohablante es rehén de las políticas lingüísticas de la derecha nacionalista. Y algún día esto debe acabar, también por el bien del catalán."                  

(Marina Pibernat Vila, es antropóloga e historiadora. Como comunista y feminista, ha militado en partidos y organizaciones de izquierdas, ElPapel, 25/12/21)

4/6/21

¿Por qué desde el 2003 el ca­talán sufre un descenso continuado de ciudadanos que lo tienen como lengua de identificación?

 "(...) No se trataría tanto de pensar esen­cialmente, sino de reflexionar de forma honesta sobre nuestra realidad para construir un proyecto compartido por el conjunto del país. En este ­sentido, desde una perspectiva que es concreta pero que es clave, Albert Aixalà acaba de hacer una reflexión importante en su blog. 

Parte de los resultados de una encuesta de usos lingüísticos, la última, del 2018. Se preguntaba a los encuestados cuál era su “lengua de identificación” –la lengua que una persona considera más próxima–. Un 36,3% respondió que era el catalán, mientras que el 48,6% dijo que el castellano. 

Pero lo que Aixalà subraya no es la diferencia. El núcleo del texto es una pregunta: ¿por qué desde el 2003 el ca­talán sufre un descenso continuado de ciudadanos que lo tienen como lengua de identificación? Aquel año eran un 47%, a partir de entonces la cifra empezó a decrecer.

Uno de los factores que han motivado la caída han sido los cambios demográficos que ha vivido nuestra sociedad desde comienzos de siglo. Pero la nueva inmigración no es la única explicación. Más significativo es que entre los ciudadanos nacidos aquí entre 1974 y 1988, educados con TV3 y la escuela en catalán, solo un 29% tienen hoy el catalán como lengua habitual. Es un dato sorprendente que vendría a evidenciar, primero, lo infundado de la histeria sobre la normalización que viene reiterando una parte del constitucionalismo.

 Y, segundo, hay que constatar que el proyecto fundacional de la normalización no ha conseguido los resultados imaginados por sus diseñadores. Está claro que tal vez fuera un espejismo pensar que las cosas irían de otra manera. Aunque aquella generación educada en democracia tuviera también el catalán como lengua de uso generalizado gracias a la normalización, si la lengua familiar era el castellano porque eras hijo de la antigua inmigración, lo más probable es que transmitieras el castellano a tus hijos como lengua propia de la Catalunya donde vivías y trabajabas.

No pretendo descubrir que Catalunya es una sociedad bilingüe donde el catalán es claramente más débil que el castellano. Se trata de pensar políticamente los datos porque el procés ha tenido una correlación lingüística que hay que afrontar con honestidad. Hace años que los sociolingüistas Fabà y Torres Pla determinaron que quienes tienen el catalán como única lengua de identificación son muy mayoritariamente favorables a la independencia, mientras que solo un 10% de los que tienen el castellano apoyan la secesión. 

Lo señaló también Mario Ríos: un 81,4% de quienes tienen el castellano como lengua propia no quiere que Catalunya sea un Estado independiente, mientras que un 79,4% de quienes tienen el catalán sí que lo quiere. Asumir esta realidad es necesario para responder a preguntas fundamentales que creemos que se habían resuelto y que ahora hay que replantear. Pero estas preguntas, que son las que perfilan nuestro futuro, solo nos las podremos hacer si entre todos creamos las condiciones para empezar un tiempo nuevo."              (Jordi Amat, La Vanguardia, 30/05/21)

29/3/21

Nacido en los años cincuenta de familia catalán hablante, escolarizado integralmente en castellano. Diglosia total y completa: familia y amigos siempre en catalán, instituto integralmente en castellano...

 "(...) Pónganse ahora en mi cabeza por unos pocos minutos. Nacido en los años cincuenta de familia catalán hablante por ambos lados, catalana, catalanista y solidaria, pero escolarizado luego a la nacionalcatólica e integralmente en castellano por falta de otra cosa. Escuela de maristas de nivel ínfimo en una pequeña ciudad del área de Barcelona hasta cuarto de bachillerato. Paso al Instituto de Enseñanza Media hasta entonces prácticamente inexistente. Enseñanza integralmente en castellano y una asignatura muy básica en francés.

 Buenos profesores casi todos, algunos excelentes de verdad. Diglosia total y completa: familia y amigos siempre en catalán, instituto integralmente en castellano con la excepción frágil del francés. Salida en globo en sexto de bachillerato para disfrutar de una beca Carrero Blanco en la pequeña cárcel local, con expulsión posterior y pérdida de un año entero de bachillerato. 

Una observación: jamás se me pasó por la cabeza imputarlo a la lengua en la que fui educado en aquellos años. Dos de los profesores, además, fueron igualmente expedientados y recalaron en Barcelona, en el Instituto donde ahora casualmente estudia mi hijo de 15 años. 

Sorpresa todavía mayor: los inicios de la conciencia política fueron de la mano del trato con militantes clandestinos de Comisiones Obreras y del PSUC, muchos de ellos, no todos, castellanohablantes. La amistad y fraternización fue total, desde entonces y hasta hoy.

Primer año de universidad en la recién fundada Universidad Autónoma de Barcelona, todo integralmente en castellano, con la excepción de una asignatura de filología catalana y una conferencia inolvidable de Gabriel Ferrater. Segundo año de carrera, los profesores deciden por sí mismos enseñar en la propia lengua aprovechando la agonía del régimen —aquel sí lo era realmente— de 1939. Disfruto con las lecciones de Josep Fontana y de José Manuel Blecua que orientaron mi vocación futura hacia la Historia y la historia de la cultura. Enorme interés por la América española, colonia, imperio y sociedades con otras hablas, que uno no conoce, pero que debe aprender a respetar. No hubo ni hay una América de lengua española o portuguesa única, menos la hubo en los siglos XVI al XX. Asambleas caóticas en catalán y castellano. Fin de la carrera y balance final: pésimo catalán escrito; mediocre español escrito; mediocre francés hablado y escrito y, consternación absoluta, otra lengua se impone implacable y como herramienta al mismo tiempo: el inglés. En esta lengua intrusa el balance es igual cero, con esfuerzos enormes para comprender aquello que algunos profesores nos citan en clase. Fin del recorrido.

Sigo desde hace años con interés, pero cada vez con mayor aburrimiento las discusiones sobre el trato que se da a las lenguas en España. La larga y desgastante hegemonía del nacionalismo pujolista en Cataluña la viví como una derrota inapelable, sin recompensa alguna para los que no habíamos salido de debajo de las piedras, como se atrevió a decir Marcelino Camacho en cierta ocasión. Nostalgia cero. Uno resulta ganando en libertad de pensamiento, sin otra afiliación que la amistad con gente decente y muy diversa, en Barcelona, en Cataluña, en el País Vasco y Galicia, en toda España y en otras partes del mundo. Un reciclaje continuo y nunca satisfactorio del todo, tratando de avanzar en la profesión. Las deficiencias formativas son un lastre para toda la vida, pero no un lastre insalvable.

Dejo el recorrido personal, que solo puede interesar a cuatro gatos de la propia generación. Pero todavía conviene decir algo. Durante el reinado de Jordi Pujol, observo con prevención los esfuerzos de la administración autonómica para debilitar el estatuto de lengua del castellano en Cataluña. Puedo observar también el escaso interés fuera de Cataluña por las otras lenguas que se hablan en la piel de toro. La solución ya se apuntó al principio: que cada uno defienda lo suyo y que cada uno levante las barricadas que pueda para proteger su territorio. Esta elemental pulsión de todo nacionalismo encuentra mil subterfugios en su articulación conceptual. Me interesan poco en sí mismos. Me interesa mucho más por la división moral y psicológica que esto supone en el interior de cada una de las sociedades que afrontan el problema.

Dos de aquellos artefactos legitimadores son particularmente lacerantes para un historiador informado: lengua natural de la que se derivan derechos de exclusividad; lengua nacional, común a todos los españoles, de la que se deriva un estatuto de preferencia al que tendrán que acomodarse todas los demás. El valenciano ni siquiera se sabe si supera el listón de patois. Llevamos veinte años o más enzarzados en este conflicto, no de lenguas sino de nacionalismos en concurrencia. Leo el brillante artículo de Xavier Vidal-Folch sobre el uso de las dos lenguas en Cataluña y hablo con algunos amigos sobre el tema. No hay agonía por lado alguno, pero todo puede hacerse ciertamente mejor. Eso es innegable. Más fácil aún en el caso de las lenguas neolatinas, todas tan comunicables pero tan mal habladas y mal escritas hoy, aunque seguramente no por la cuestión de competencia entre ellas. Si las lenguas autóctonas de los catalanes/as son, por razones obvias, el castellano y el catalán, ¿no es posible encontrarles un acomodo razonable en todos los niveles educativos en lugar de enzarzarnos periódica y cansinamente en esta discusión peregrina de lo vehicular? Sin embargo, el problema es todavía mayor porque, para cuando estos anacrónicos dilemas estén resueltos en el corral hispánico, nuestros descendientes estarán hablando ya en inglés o chino mandarín. Este es el reto y no retrogradar, como gustaba decir a los liberales del siglo XIX, a discusiones que la sociedad les está negando virtualidad cada día. Y la experiencia muestra algo que no es ocioso: quienes conocen más lenguas, más fácil les resulta el aprendizaje de otras.

Que nos lo digan a la gente de mi generación, que nos lo digan en una lengua que podamos comprender."               

(Josep M. Fradera es catedrático de Historia de la Universidad Pompeu Fabra. El País, 04/12/20)

12/3/21

Joaquim Coll: la lengua ha salido perjudicada del ‘procés’ porque se ha asociado con el independentismo y algo profundo en la sociedad catalana se ha roto sobre esa cuestión

 "Hace unos días Andreu Claret escribía que el catalán era otra víctima del ‘procés’, de la ruptura de los consensos que había provocado la tensión secesionista desde 2012. El resultado es que el uso de la lengua catalana se ha estancado e incluso retrocedido en el área metropolitana, particularmente entre los jóvenes, según algunos estudios recientes. 

Pero como subrayaba Gonzalo Torné en otro artículo reciente, pese a lo que periódicamente reiteran algunos agoreros del idioma, “la estadística es tozudísima: el catalán nunca había tenido tantos hablantes, canales de televisión y radio, editoriales y escritores”. 

El uso social del catalán es un gran éxito de los últimos 40 años gracias al marco de protección y promoción que le ofrece la democracia española y el autogobierno. Pero Claret tiene razón en que la lengua ha salido perjudicada del ‘procés’ porque se ha asociado con el independentismo y en que algo profundo en la sociedad catalana se ha roto sobre esa cuestión. 

Sin embargo, lo que no está claro es en qué consistía el aludido consenso lingüístico, en qué descansaba ese supuesto acuerdo al que en numerosas ocasiones intelectuales y partidos catalanistas (pero no secesionistas) hacen referencia de forma genérica, lamentando su pérdida como consecuencia del ‘procés’. Nos movemos en un terreno confuso, porque no es lo mismo si nos referimos a la “normalización” del catalán en general o si en esa política se incluyen aspectos problemáticos como la inmersión escolar obligatoria o las sanciones administrativas por no rotular los comercios en catalán, como ejemplo.

 Mi impresión es que el acuerdo implícito en la sociedad catalana, que nace en la década de los 80 con las primeras leyes, era sobre el uso social e institucional del catalán para reparar los daños de la dictadura franquista. Es decir, se quería que la lengua de Josep Pla y Mercè Rodoreda fuese recuperada en todos los espacios y que, evidentemente, la enseñanza fuera también en catalán, incluso dándole un trato prioritario. 

Fíjense que he escrito “también en catalán” y no “solo en catalán”. Ahí está la diferencia con lo que ha sucedido en las últimas décadas. Del consenso lingüístico amable que impulsó el catalanismo, se pasó a partir de los 90, una vez que el nacionalismo pujolista ganó la hegemonía cultural, a unas políticas lingüísticas que buscaban la exclusión del castellano. De pedir “el català a l’escola” se pasó a postular “l’escola només en català” y sostener un ideal de “escola catalana en llengua i continguts”, que si lo dijéramos para la escuela española sonaría a doctrina falangista, así como a intentar expulsar el castellano del espacio público. 

La controvertida inmersión corresponde a ese fase del proceso en la que ya se rompe el acuerdo inicial aunque se busca presentarla engañosamente como su culminación. Se quiere imponer una escuela monolingüe que excluye a la lengua materna de la mitad de los catalanes y que perjudica en cuanto a oportunidades a las clases medias y populares.

El nacionalismo sabe de su impostura y por eso jamás ha querido preguntar en las encuestas del CEO sobre las políticas lingüísticas de la Generalitat. Sabe que muy pocas familias querrían una escuela monolingüe frente a las ventajas del bilingüismo o del trilingüismo. Pero hábilmente intenta hacer creer que solo la inmersión garantiza el aprendizaje y el dominio del catalán. El problema es que el debate está contaminado de tabús y miedos, por lo que es muy difícil una discusión pedagógica y racional. 

Por desgracia, tampoco las leyes estatales de educación han ayudado a desintoxicar la cuestión. La denostada ‘ley Wert’ exhibió una rotundidad sobre la vehicularidad del castellano meramente propagandística, mientras la ‘ley Celaá’ supone una concesión retórica a ERC a cambio de su voto en los Presupuestos, aunque en la práctica no cambie nada. 

Afortunadamente la convivencia lingüística en Catalunya sigue siendo ejemplar, pero es cierto que con el ‘procés’ se han resquebrajado muchas cosas, entre ellas ese indefinido consenso lingüístico. Ahora bien, un nuevo acuerdo tendrá que tejerse desde el interior de la sociedad catalana y solo podrá fundarse en el respeto hacia los derechos lingüísticos de todos y en la promoción del catalán sin menoscabo del castellano. "                   (Joaquim Coll, El Periódico, 09/12/20)

24/2/20

e-notícies: Por narices... buscan imponer el catalán contra el castellano para mantener en el futuro la tensión independentista y el enfrentamiento con el Estado...

"La lengua catalana es uno de los ejes del proceso independentista, y algunas recientes polémicas sobre la convivencia entre el catalán y el castellano en Catalunya indican que el independentismo, después de que su proyecto político e institucional haya fracasado ya totalmente, pretende utilizar el escenario lingüístico como un método para mantener en el futuro la tensión independentista y el enfrentamiento con el Estado.

Esta línea es la que refleja el planteamiento de la diputada en el Parlament de Junts per Catalunya y alcaldesa de Vic, Anna Erra, en el sentido de incitar a los ciudadanos a que no hablen en castellano, sino en catalán, incluso cuando se dirijan a “personas que, por su aspecto físico o por su nombre, no parecen catalanes”. Esta posición ha sido avalada por la consejera de Cultura de la Generalitat, Mariàngela Vilallonga, que ha puesto en marcha el programa No cambies de lengua, y por la directora general de política lingüística, Ester Franquesa

Se trata de un intento de prescindir de la realidad multilingüística de Catalunya, para imponer un totalitarismo idiomático basado en la utilización exclusiva de la lengua catalana. Estos planteamientos de supremacismo lingüístico están contenidos en el manifiesto del denominado grupo Koiné que, entre otras cuestiones, defiende que en una Catalunya eventualmente independiente la única lengua oficial debería ser el catalán, obviando la realidad lingüística catalana."              (e-notícies, 19/02/20)

20/2/20

El mismo fascismo lingüístico, el de Vox o el de Torra... obligación de todos los candidatos al Parlament de tener un nivel suficiente de catalán, en caso contrario ¿serían elegibles?. Obligación de todos los españoles de hablar bien... en caso contrario, ¿no serían españoles?



10:55 a. m. · 16 feb. 2020
"El Grupo Koiné pregunta sise deben poner exámenes de catalán para ser diputado.

El Grupo Koiné, que se autodefine como un colectivo para “la diagnosis sociolingüística” del catalán, ha preguntado a través de su cuenta de twitter que si los diputados deberían acreditar “un nivel de suficiencia” de la lengua catalán para ocupar un escaño en el Parlament.
“¿Creen que acreditar, al menos, un nivel de suficiencia de catalán debería ser requisito sine qua non para convertirse en cargo electo en el Parlament de Catalunya?”, es la pregunta que ha formulado el Grupo Koiné en la red social. El colectivo argumenta que el uso del catalán es un “campo descuidado” por parte de los diputados.

El Grupo Koiné alega que “hacemos esta encuesta porque consideramos que la ejemplaridad de los representantes y de las instituciones en el uso (cuantitativo y cualitativo) del catalán es otro campo descuidado, respecto a la política de normalización”.          (e-notícies, 14/02/20)

17/12/19

Manuel Valls: Cataluña no es una nación. España es una nación plural capaz de aunar y respetar las distintas sensibilidades de los ciudadanos. Cambiar lo que ya tenemos, una vibrante nación cívica y plural, por una especie de Yugoslavia ibérica, donde los ciudadanos tengan cada uno una nacionalidad distinta, me parece una irresponsabilidad. El nacionalismo, repito una vez más, es guerra porque tiene una lógica supremacista y etnicista... No podemos abandonar los valores progresistas, igualitarios y europeístas, cuya base son las personas y no los territorios...

"Cataluña no es una nación. Asumo que ésta es una afirmación contundente y va a generar debate, algunos incluso intentarán acusarme diciendo que no comprendo los matices de lo que sucede en Cataluña. Nada más lejos de la realidad. La cuestión identitaria o nacional se ha convertido en el gran problema de España, no es un debate pequeño. El concepto nación es discutido y discutible. 

Éste no es un debate nuevo. Sin embargo, plantear a día de hoy este debate sólo buscando con ello facilitar un posible pacto para una investidura o una nueva mayoría es muy peligroso, mucho más incluso que cuando lo hizo Zapatero. Lo sabemos todos, el contexto ha cambiado. 

Aquellos que afirman que España es un estado plurinacional se equivocan, entran de lleno en el marco mental del nacionalismo catalán. Aceptan como válidas premisas interesadamente falsas cuya pretensión es construir un relato en torno al derecho de toda nación a poseer un estado.

España es una nación plural capaz de aunar y respetar las distintas sensibilidades de los ciudadanos. La Constitución de 1978 y los diferentes estatutos de autonomía han conseguido proteger la diversidad y riqueza cultural de España como no lo hubiera hecho ninguna otra fórmula, siendo buena prueba de ello la pluralidad lingüística, cultural y social de este país. 

Siempre será más plural una nación como la española, inclusiva, diversa y plurilingüe, que una hipotética e imposible nación de naciones que, por definición, empobrecería a España considerándola una suma de realidades invariables, uniformes y estancas. Concebir España como un ente plurinacional sólo serviría para sembrar la duda entre españoles sobre a qué comunidad política pertenecen.

El PSC arguye que la solución debe pasar por ofrecer la posibilidad de reconocer, respetar e integrar las diversas identidades nacionales que conviven en España sin mermar la cohesión social y la igualdad entre españoles. Cabe preguntarse, entonces: ¿no lo garantiza ya la Constitución en su articulado? En el momento en que Miquel Iceta inicia el recuento de nacionalidades comete dos errores: olvida mencionar la nación española y abre la caja de Pandora iniciando un debate de definiciones muy peligroso que no solventa absolutamente nada. 

Sus razonamientos podrían incluso acabar derivando a la justificación de la existencia de los supuestos «países catalanes». Está jugando a aprendiz de brujo. Quienes se reivindican nación cultural suelen hacerlo para reivindicarse como nación política para después imponer el derecho a la autodeterminación y separarse. El independentismo, por defecto, no anhela un nuevo encaje territorial sino una ruptura con el Estado. Es por ello que no se le puede contentar con otro modelo, nunca será suficiente autogobierno porque sus reclamaciones sólo terminarán cuando levanten una frontera entre Cataluña y el resto de España. 

Cambiar lo que ya tenemos, una vibrante nación cívica y plural, por una especie de Yugoslavia ibérica, donde los ciudadanos tengan cada uno una nacionalidad distinta, me parece una irresponsabilidad. El nacionalismo, repito una vez más, es guerra porque tiene una lógica supremacista y etnicista.

El nacionalismo ha defendido que todo el diseño constitucional era insuficiente para garantizar la supervivencia de la lengua y cultura que consideran propias, pero la realidad es que no se trata de un interés honesto sino de una indisimulada excusa para avanzar en su objetivo: la secesión. Además, olvidan que las lenguas son herramientas, no un fin en sí mismo. Los catalanes somos afortunados al contar con dos lenguas oficiales que nos son comunes. 

Y esto es capital, tan propio nos es el catalán como el español. El independentismo ha intentado durante años establecer la diferenciación entre lengua oficial y lengua propia, argumentando que pese a que el español es lengua oficial no nos es propia y debe ser tratada como secundaria en las instituciones y la vida pública.

Ante este escenario, y teniendo en cuenta que la Unión Europea es una organización de estados-nación entre los que destaca España como una de las naciones más antiguas de Europa, es clave aportar una estrategia clara que no se vea condicionada por el marco mental del nacionalismo, alejada de la búsqueda de un nuevo encaje territorial para Cataluña o para cualquier otro territorio. 

El PSOE no puede renunciar a los valores de la izquierda que, por definición, ha buscado eliminar las fronteras. La izquierda necesita de un rearme ideológico en Cataluña y en el resto de España para combatir al nacionalismo y defender los principios básicos de libertad e igualdad amparados por la Constitución. Los nacionalismos avanzan de nuevo en España de forma preocupante, y las negociaciones con ellos para facilitar la investidura no hacen más que facilitarles el camino. 

Negociar con el PNV para crear un nuevo Estatuto en el País Vasco en el que se hable de «ciudadanos nacionales» haciendo referencia únicamente a los ciudadanos vascos o negociar con Bildu en Navarra debilitará todavía más el pacto entre españoles. No podemos abandonar los valores progresistas, igualitarios y europeístas, cuya base son las personas y no los territorios, renunciando a la tradición y la historia para mirar al futuro que debemos construir en España, un país fuerte y democrático, y con la mirada fija en la edificación de una gran Europa.

Es cierto que a día de hoy España se enfrenta a grandes retos, pero una cosa es buscar una solución a un problema de convivencia discutiendo con los partidos nacionalistas y con todos los que no lo son y otra muy diferente es cederles la llave de la gobernabilidad de España. Un pacto con ERC sería un caballo de Troya dentro del Gobierno de España que no nos podemos permitir."                          

(Manuel Valls, concejal de Barcelona, El Mundo, 14/12/19, en Revista de Prensa, 14/12/19)

29/7/19

Entre las modalidades de la xenofobia, la lingüística ha ocupado un lugar preponderante. Y lo ha hecho de manera sutil, casi inadvertida...

"(...) La razón de la xenofobia es compleja y quizá la única manera de combatir el nacionalismo sea encarar paciente y largamente a los xenófobos ante su rasgo. 

Exactamente lo contrario de lo que se ha hecho en España donde, después de cuatro décadas, la xenofobia ha alcanzado cotas altísimas de prestigio

 Aunque disfrazada, obviamente, de hecho diferencial, de sentimientos inalienables o de cualquiera de esas retóricas por las que una idea maligna consigue camuflarse y vencer. 

Entre las modalidades de la xenofobia, la lingüística ha ocupado un lugar preponderante. Y lo ha hecho de manera sutil, casi inadvertida. (...)

Decir que el catalán es la lengua exclusiva y natural de Cataluña implica asumir algunas cosas de gran importancia. La fundamental, que Cataluña es algo distinto de los catalanes. En 1979, como cuarenta años después, la lengua materna de la mayoría de los catalanes es el español.

 De lo que resulta un desacuerdo: el grupo de ciudadanos de lengua materna catalana encaja con la lengua del territorio, a diferencia de lo que sucede con el grupo -¡mayoritario!- de ciudadanos de lengua materna castellana. 

La construcción lingüística de las comunidades autónomas se ha basado en una legitimidad predemocrática, en la convicción manifiesta de que las lenguas son -sí- de los territorios antes que de las personas. En Cataluña, singularmente, la consecuencia ha sido taxativa: la organización lingüística de la escuela y los medios se ha hecho al margen de la lengua materna mayoritaria de sus ciudadanos. (...)

Nuestra autora tiene también un plan para la lengua impropia de las comunidades. El plan del 30 por ciento: la cultura, la educación, el perfil del funcionariado deben estar veteados de lengua impropia al menos en un 30 por ciento. Es decir, que la inmersión lingüística catalana debería dejar paso a un modelo educativo donde el 30% de la enseñanza se realizara en castellano. 

¡Parece un avance! Sin embargo hay una difícil pregunta a la que no he encontrado respuesta en el libro. Un 52'7% de catalanes tiene el castellano (un 31% el catalán) como lengua materna. ¿Cómo podría explicar Vilarrubias la impropiedad del 22,7 que va desde su propuesta del 30% castellano hasta la realidad estadística de un 52,7%, de catalanes de lengua materna castellana? No podría. (...)

 Ni en la Constitución ni en ningún Estatuto se dice del español que sea lengua propia de alguien. La razón es que es la lengua del otro (...)"                  (Arcadi Espada , El Mundo, 14/07/19)

22/7/19

¿Quién teme al plurilingüismo?

"El pasado domingo nos desayunamos con el artículo de Arcadi Espada Lo común impropio (El Mundo), en el que vertía una dura descalificación hacia la propuesta de una nueva política lingüística para España que algunos constitucionalistas llevamos tiempo defendiendo y que Mercè Vilarrubias ha sabido articular hasta el mínimo detalle en el libro Por una Ley de Lenguas (Deusto) (...)

lo interesante es adentrarnos en por qué una propuesta de esa naturaleza suscita un debate tan encendido, con tantas desconfianzas y malentendidos, a veces hasta rayar en la caricatura, entre constitucionalistas considerados de “pata negra”. La clave para entender esa animadversión se encuentra en la errónea idea de que un Estado plurilingüe erosiona el castellano/español como lengua común

 Los contrarios a una mayor presencia y uso de las otras lenguas españolas creen que es innecesario y hasta ridículo admitir que el catalán/valenciano, gallego y vasco adquieran un mejor estatus fuera de sus territorios porque el castellano es de obligado conocimiento para todos, y basta. Eso es cierto, pero olvidan que las lenguas no solo tienen una función comunicativa sino también simbólica y emotiva

Y por ello desprecian el hecho de que para los hablantes del catalán/valenciano, vasco o gallego sería una satisfacción verse representados en sus lenguas en aquellos organismos centrales y actos oficiales de Estado que comparten y les unen al resto de los españoles. En la propuesta de Vilarrubias se explicitan toda una serie de ejemplos que permitirían visualizar la realidad del cuatrilingüismo a ese nivel.

En realidad, se trata de avanzar en la construcción de un Estado democrático y plurilingüe pero ahora desde una perspectiva nueva, por lo menos en España, según la cual los titulares de los derechos lingüísticos son los ciudadanos, mientras las administraciones son quienes contraen las obligaciones. 

Y eso avalaría, por ejemplo, que los hablantes del catalán/valenciano, vasco o gallego pudieran declarar en su lengua de elección ante el Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional con traducción simultánea, o que los representantes políticos en el Congreso y el Senado pudieran hablar en todos los plenos en otra lengua oficial diferente del castellano. Por la misma razón que el BOE dispone de suplementos en todas las lenguas oficiales españolas, un hecho relevante que muchos desconocen, ahora se trataría de que el cuatrilingüismo se extendiese en todas las instituciones estatales de forma razonable. 

Frente a la caricatura que algunos propagan, nadie está pidiendo que los funcionarios de la Diputación de Zamora aprendan gallego ni que los de la Generalitat tengan que atender en vasco o que en el Ayuntamiento de Sevilla se vean forzados a admitir solicitudes en catalán. Estamos hablando siempre de articular la obligación que tiene la Administración General del Estado, es decir, lo que en otros países descentralizados llaman Gobierno federal u organismos federales, hacia los hablantes de las otras lenguas españolas que también son oficiales.

La Ley de Lenguas se adentra también en la defensa de los derechos lingüísticos de los castellanohablantes en las comunidades autónomas donde las políticas nacionalistas tienden al monolingüismo con el argumento de ser “lengua propia”, un concepto que con resultados desafortunados se introdujo en el Estatuto catalán de 1979. La propuesta de Vilarrubias es equilibrada porque al mismo tiempo que plantea profundizar en el plurilingüismo no desatiende la urgencia de garantizar el bilingüismo en un mínimo del 30% como criterio general. 

Esa cifra es ciertamente discutible y puede ser considerada insuficiente, pero lo más importante es que legalmente sería viable con base en las resoluciones judiciales existentes en educación y a la doctrina del Tribunal Constitucional sobre la materia. Es un porcentaje razonable que permitiría encontrar un punto de equilibrio para empezar a rehacer un consenso lingüístico que en Cataluña se ha roto por los cuatro costados. Sin duda la mejor manera de garantizar derechos desatendidos es regulándolos, tomando el Estado la iniciativa, y no es extraño que los nacionalistas se opusieran ferozmente porque dejarían de ser los únicos en hacerlo.

Plurilingüismo y bilingüismo son, pues, dos caras de una misma propuesta para acercar “las lenguas a la ciudadanía sin delimitarlas a los territorios”, como dice Vilarrubias. Es una propuesta moderada, equilibrada y factible que políticamente pretende fortalecer el proyecto común español. 

No se plantea para contentar a los nacionalistas, “dándoles más catalán” como algunos piensan, pero tampoco para “combatirlos de frente” como otros desearían, sino para introducir sentido común en una querella que es instrumentalizada por las pasiones identitarias. El argumento es el del Estado plurilingüe con la bandera de los derechos lingüísticos de los ciudadanos frente a las visiones románticas de las lenguas como unificadoras de comunidades diferenciadas. 

Y es ahí donde los enemigos del plurilingüismo en España acaban coincidiendo en parecidos términos con los que se oponen al bilingüismo en las comunidades autónomas. Son los que en ambos lados esgrimen el argumento de la lengua común, propia o nacional frente al cual los otros idiomas son subsidiarios y los derechos lingüísticos de los ciudadanos prescindibles."                    (Joaquim Coll, Crónica Global, 17/07/19)

5/7/19

e-notícies: fanatismo lingüístico. Campaña contra el castellano que está llegando a grados de fanatismo desconocidos hasta ahora...

"El imparable hundimiento del proyecto independentista, y su impotencia para reaccionar de manera efectiva, está provocando una radicalización del independentismo en los ámbitos en que tiene competencias muy considerables, como la política lingüística, la administración de justicia (con los privilegios concedidos a Oriol Pujol), los medios de comunicación públicos (incrementando su utilización propagandística) y los Mossos d’Esquadra (gestionando el cuerpo policial con criterios puramente políticos).

Destacan especialmente los excesos de una política lingüística directamente dirigida contra el castellano, que está llegando a grados de fanatismo desconocidos hasta ahora. Es el caso de la negativa -posteriormente rectificada- de la portavoz del Govern y consejera de Presidencia, Meritxell Budó, a contestar preguntas en castellano, o la amenaza en el mismo sentido hecha por el nuevo presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell.

Asimismo, este integrismo lingüístico está siendo fomentado desde los medios de comunicación de la Generalitat, con falsedades sobre una supuesta situación de peligro del catalán frente al castellano. En uno de esos programas, un activista cultural lamentaba que la mayoría de los aparatos eléctricos no incluyan la opción del catalán. Este activista llegó a hacer el siguiente planteamiento: "Empezamos a hablar con la lavadora, con la nevera, con la máquina de calentar el pan. Le dices hola, ponme unas tostadas. Y por qué tenemos que hacer esto en castellano?”.                 (e-notícies, 04/07/19)

17/5/19

Las naciones inventadas ¿Son Cataluña y España naciones? Los nacionalistas exigen a poblaciones objetivamente diferentes, sentimentalmente diferentes, que se conviertan a su religión, a su equipo, so pena de no ser parte de esa nación... La voluntad de atribuir a una población su idealidad está destinada al fracaso o a la imposición

"(...) ¿A qué se refieren, pues, los nacionalistas cuando dicen que España es una nación o que Cataluña es una nación? A un concepto mágico, religioso, metafísico. En ese sentido, una nación no es objetiva ni objetivable, es un constructo, algo mental, emocional. 

Así, según esta “cosmovisión”, un territorio tendría propiedades esenciales, como las que tienen los objetos de absorber y reflejar la luz. Por ejemplo, una lengua propia

La lengua propia de España sería mágicamente el español, así como la de Cataluña, no menos mágicamente, el catalán, independientemente de lo que hablen las personas que vivan allí. Aquí no se habla de lengua histórica (lo histórico, por definición, es mutable, no esencial) ni de lengua oficial (que es un término jurídico, convencional, y por tanto también modificable) ni de lengua comúnmente hablada, sino de la lengua propia, de una propiedad de ese territorio. 

Y eso es así porque los territorios también están adscritos mágicamente a determinadas poblaciones, que les son propias, como el color verde le es propio a la clorofila. Todo esto, que no es cierto, pues los territorios son extensiones de terreno, las poblaciones van y vienen, mueren y se mezclan, al igual que la cultura, que no es algo fijo, sino que se recrea continuamente y traspasa fronteras, no importaría mucho si no fuera porque los que utilizan ‘nación’ en ese sentido se constituyen en sumos sacerdotes, únicos capaces de interpretar a la deidad (idealidad) nacional. 

Así, población —algo realmente existente— se convierte en pueblo, algo lleno de connotaciones que hay que interpretar, algo a lo que, además, se le atribuye voluntad (que también, por supuesto, hay que interpretar). Para los nacionalistas españoles y para los nacionalistas catalanes, el origen de sus naciones se pierde en la noche de los tiempos y es indiscutible.

El problema que plantea esto es que si una nación entendida como este constructo abstracto con sus símbolos, sus mitos, sus mistificaciones históricas, sus banderas, se quiere atribuir a una entidad (como España o como Cataluña) que hace referencia a algo real, físico, en el que hay tierra, bienes, personas, edificios, miles de intereses y relaciones jurídicas (cosas todas ellas que configuran la vida de las personas y por las que muchas de ellas son capaces de matar y de morir), eso siempre va a dejar fuera a mucha, muchísima gente, que no se identifica con esa idealidad. 

La nacionalidad no debería ser un ideal metafísico alimentado por la imaginación y el deseo; debería ser única y exclusivamente una atribución jurídica de ciudadanía, con unos símbolos formales si se quiere, pero la cultura y la tradición deberían protegerse por otros cauces (no religiosos).

La voluntad de atribuir a una población esa idealidad está destinada, pues, al fracaso o a la imposición. Lo sabemos, porque Franco lo hizo con esa unidad de destino en lo universal que nos embutió a todos con calzador por salva sea la parte. 

Nadie puede ser obligado a sentirse del Barça o del Real Madrid, nadie puede ser obligado a sentirse católico o ateo, por mucho que el cristianismo lleve dos mil años en territorio español (y catalán) y por mucho que la religión católica haya configurado la idiosincrasia de sus habitantes. Tampoco es relevante que para muchos cristianos lo más vital, lo más importante del mundo, sea que su nación sea considerada una nación cristiana

Hay que tener empatía, escucharlos siempre y respetar sus sentimientos. Nada más. Pero respetar el sentimiento, no su contenido, que es algo muy diferente, y puede ser, por ejemplo, antidemocrático. Pretender que un territorio en el que conviven en proporciones elevadas grupos de diversa religión o afición futbolística es oficial y materialmente (como propiedad del territorio) de tal equipo o de tal religión, es simplemente excluir a gran parte de la población de la sociedad, crear apátridas. 

Y me temo que es exactamente eso lo que están haciendo los nacionalistas españoles y catalanes al llamar “nación” a sus particulares entelequias: olvidarse de que conviven con gente, de que hay alguien más que ellos, de que los otros también existen, pero, sobre todo, de que también sienten

Exigen a poblaciones objetivamente diferentes, sentimentalmente diferentes, que se conviertan a su religión, a su equipo, so pena de no ser parte de esa nación. (...)"                  (José María Camblor, Mientras Tanto, 23/04/19)

1/4/19

El reconocimiento de la pluralidad lingüística en España se sitúa en el nivel más elevado de la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias, del Consejo de Europa. El reconocimiento legal y la aplicación práctica se sitúa en el nivel más elevado entre los países europeos...

"(...) --Los que se oponen al proceso independentista catalán señalan que España ya reconoce su diversidad interna. ¿Pero no ha quedado a medio camino? ¿Se podría realizar un nuevo impulso, con la ley de lenguas que algunos expertos, como usted, defienden?

--Comparativamente, entre los países de Europa y en el ámbito de las federaciones multilingües, en España el reconocimiento de la diversidad lingüística se sitúa al nivel más elevado. Lo único que se puede alegar es la falta de reconocimiento de lo que podríamos denominar estatus federal de las lenguas que son oficiales, junto con el castellano, en distintas comunidades autónomas. 

Es decir, que ante los órganos comunes del Estado se pueda utilizar cualquier lengua que es oficial en uno de sus territorios.

 Pero quien haga esa crítica no puede desconocer las peculiaridades de cada país. En las federaciones multilingües ese estatus federal no se puede desvincular del hecho de que son países multilingües como resultado de la suma de distintos monolingüismos territoriales. Por eso es ineludible ese reconocimiento. 

Una circunstancia que no se da en España. En cualquier caso, a mi juicio, esa territorialización rígida del carácter oficial de las lenguas distintas del castellano podría –y tendría- que flexibilizarse, al menos relativamente.

A la luz de la tarea de control del Comité de Expertos de la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias, del Consejo de Europa, en España se da, especialmente, un problema estructural en relación con el uso de las lenguas distintas del castellano en la relación con los órganos judiciales; un ámbito que es especialmente problemático en casi todos los países. 

Y, asimismo, en el uso ante los órganos de la Administración periférica del Estado. Pero este problema tiene una significación práctica relativamente menor. Fuera de ellos, los problemas son puntuales. 

Y el reconocimiento de la pluralidad lingüística en España se sitúa en el nivel más elevado de la Carta. Lo que ocurre en España es algo singular. El reconocimiento legal y la aplicación práctica se sitúa en el nivel más elevado entre los países europeos, pero las autoridades del Estado no lo suelen considerar una cuestión que les ataña, sino que lo consideran una cuestión de las comunidades autónomas. En ese campo puede incidir, entre otros, una ley estatal de lenguas.

--¿En qué consistiría esa ley de lenguas, y cómo podría incidir a nivel interno en Cataluña?

--El tratamiento de las lenguas en Cataluña sorprende a los expertos europeos, porque en ningún otro lugar con dos lenguas oficiales ocurren cosas como las que son habituales en Cataluña. Una ley estatal de lenguas en Cataluña tendría incidencia marginal, en la administración periférica del Estado. 

Tendría, sobre todo, un efecto simbólico, de imagen, y, sería de esperar, que transformase la actitud de los poderes del Estado, que pasasen a considerar la cuestión lingüística como una cuestión que también les atañe, no solo para garantizar el derecho de uso del castellano, y que no es una cuestión que corresponde exclusivamente a las comunidades. 

--Usted ha defendido que existe un acuerdo interno en Cataluña respecto a la inmersión lingüística. Pero hay algunas disfunciones, y es un caso único en el mundo, junto con Groenlandia. ¿Se debería modificar, cómo?

--Yo siempre he sido crítico con lo que tradicionalmente era –no sé si lo sigue siendo- un consenso mayoritario en Cataluña sobre la utilización exclusiva del catalán como lengua de enseñanza de forma imperativa, obligatoria. Esto es algo excepcional en el ámbito europeo. Es una característica de los sistemas que se asientan sobre el principio de territorialidad en situaciones de monolingüismo territorial. 

Pero nunca ocurre en territorios en los que dos lenguas son simultáneamente oficiales. La protección de la lengua regional no justifica su imposición obligatoria como única lengua de enseñanza. 

Esto es lo que ha afirmado el Comité de Expertos de la Carta Europea en dos informes sucesivos sobre España. Siempre he creído que la convivencia lingüística en Cataluña, la paz lingüística, tenía que haber sido un objetivo fácil de lograr; mucho más fácil que en el País Vasco. Cuando menos, por dos razones: la proximidad entre las dos lenguas que conviven y la amplitud del uso social del catalán. Sin embargo, no ha sido así.

En mi opinión, se está creando un conflicto gratuito e innecesario por empeñarse en mantener una posición extremadamente rígida, incapaz de aceptar pautas de flexibilidad. Nadie, significativamente, pone en entredicho en Cataluña la necesidad de que el catalán se aprenda en la escuela de forma obligatoria. 

Hasta donde sé, creo que de forma aplastantemente mayoritaria se acepta el uso obligatorio del catalán como lengua de enseñanza. Lo que reclaman algunos es que no sea, obligatoriamente, la única lengua de enseñanza. 

En cualquier otra situación en países europeos de bilingüismo oficial esa sería considerada una situación inmejorable. En Cataluña, sin embargo, es fuente de conflicto. Algunos dicen que es un conflicto marginal. Tengo dudas. Y creo que el procés va a tener repercusiones en este ámbito, haciendo, probablemente, que la resistencia a la imposición del catalán como única lengua de enseñanza adquiera envergadura creciente. (...)"

 (Entrevista a López Basaguren, experto en federalismo, Manel Manchón, Crónica Global, 17/03/19)

28/1/19

Jiménez Villarejo: es el Parlamento de Cataluña con su mayoría soberanista el que aprueba un documento en que expulsa el castellano y a todos los ciudadanos que se expresan también en castellano. Es un documento de una gravedad extraordinaria que incide en la exclusión total del castellano en relaciones personales, escolares, exteriores...

"(...) En resumen, usted señala que “el procés no ha tenido ni el apoyo mayoritario necesario, ni la validez jurídica inicial, ni la solidez precisa para convencer a otros gobiernos u organismos internacionales”. ¿Viven entonces sus protagonistas en una realidad paralela?

Viven en una realidad ficticia. El 23 de enero de 2013 aprueban la declaración de soberanía y es la primera que vez que formalmente partidos como Convergencia y Esquerra, con el apoyo de iniciativa per Cataluña, aprueban una resolución declarando al pueblo catalán como titular de soberanía.

Una  resolución que fue suspendida primero y luego anulada por el Tribunal Constitucional y que evidentemente es contraria a los fundamentos de la Constitución.

A partir de ese momento cobra fuerza y en una resolución parlamentaria (323/X de 27 de septiembre de ese año)  pretenden trazar el programa, presupuesto y requisitos para que Cataluña alcance en el futuro la independencia.

Y es algo peculiar, teniendo en cuenta que esta resolución parlamentaria se aprueba hace más de 5 años, porque  llegan a decir que Cataluña está a punto de decidir su futuro político como pueblo ¡en septiembre de 2013! Mira en qué nivel de ficción se movían y se siguen moviendo para decidir entonces que ya se iba a producir la independencia.

Se traza entonces, por tanto, la base organizativa de lo que desean conseguir.

Efectivamente.  Hay un capítulo que definen como “estructura de Estado”,  lo que significa que en el año 2013 perfilan las estructuras paralelas, entre ellas el banco de Cataluña, Cataluña Bank.
No olvidemos que se trata de un documento parlamentario.

Aquí se producen contradicciones.

Hablan de la voluntad mayoritaria del pueblo de Cataluña en virtud del derecho a decidir que nadie sabe de dónde procede pues no está en ningún tratado internacional, lo crearon, y en ese contexto hay dos cosas son preocupantes: la de las “estructuras de estado” o estado paralelo que tienen como objetivo conseguir y el tema del idioma.

Es una resolución de  50 páginas y como reflejo del sectarismo que ha dominado el procés independentista existe  un capítulo titulado “Lengua y cultura” en que se aborda este tema enfocado a centros educativos, centros comerciales, a la actividad económica, etc. Particularmente en institutos, colegios, y universidades.

Se omite en este capítulo cualquier referencia al castellano.

Para quien viniera desde fuera y viera este texto, pensaría que el castellano no forma parte de la realidad de Cataluña.

Esto es gravísimo pues significa expulsar y menospreciar a la mitad de la población de Cataluña.
Además, representaba en su momento una violación enorme y sistemática de los artículos 6 y 32 del estatuto de Cataluña, que proclama que el  castellano y el catalán son idiomas de Cataluña y  que se prohíbe cualquier discriminación entre ciudadanos por razón de la lengua.

Pues resulta que es el Parlamento de Cataluña con su mayoría soberanista el que aprueba un documento en que expulsa el castellano y a todos los ciudadanos que se expresan también en castellano.

Es un documento de una gravedad extraordinaria que incide en la exclusión total del castellano en relaciones personales, escolares, exteriores…

El origen hay que buscarlo en Pujol

Así es. Llevaban una dinámica impulsada desde tiempos remotos por Jordi Pujol y el pujolismo, que es una manera de gobernar de la derecha histórica Cataluña representada en Convergencia Democrática y también entonces por Unión Democrática, que luego se separó de las tesis independentistas.

Son quienes gobernaron los primeros 23 años de Pujol como presidente y luego los primeros años del tripartito con Artur Mas.

Era un partido histórico que  ya existía en la República.

El procés soberanista independentista se origina con el pujolismo y se refuerza a partir de Mas con el tripartito.

El pujolismo tiene una carga negativa de corrupción muy fuerte que forma parte de su diseño histórico.

(Carlos Jiménez Villarejo, antiguo fiscal anticorrupción, ha recopilado su experiencia  sobre el procés catalán en un libro titulado Catalunya, mitos y resistencias que ha editado El Viejo Topo.)

22/11/18

‘El rumor de los desarraigados’, una historia «peligrosa» del español

"Fueron las palabras que empleó Àngel Colom, entonces secretario de Esquerra Republicana, cuando El rumor de los desarraigados se presentó en Barcelona: «Este libro es muy peligroso, parece que dice una cosa y en realidad dice otra». Pero el lingüista Ángel López (Zaragoza, 1949) no solo cosechó críticas en Cataluña. También hubo ciertos sectores a los que no gustó la revelación de que el español no fuese patrimonio original o exclusivo de Castilla y, ni mucho menos, que hundiese sus raíces en el euskera. 

El ensayo (Premio Anagrama 1985), subtitulado ‘Conflicto de lenguas en la península ibérica’, apelaba en sus conclusiones por qué todas las lenguas que se hablan en la península deberían ser patrimonio de todos los españoles. Un bilingüismo para todos. No hace falta que abundemos en la popularidad de esta idea. Pruebe usted mismo a sugerir en Madrid que todos los españoles deberían, si no hablar o dominar, sí conocer las otras lenguas de España, al menos sus rudimentos. Pues el mismo caso se le hizo entonces.

Sin embargo, treinta años después, hay que valorar la oportunidad de esta propuesta en una época, la actual, en la que la articulación del Estado, administrativa e identitaria, está cada vez más cuestionada. La otra opción que tenemos es seguir dándonos mamporros, pero resultaría especialmente lacerante a tenor de la historia de nuestra lengua principal, el español, que nunca antes, al menos hasta la era moderna, generó conflictos, más bien todo lo contrario. Pero dejemos que esta historia nos la cuente su autor.

En El rumor de los desarraigados hablaste de que el español surge en la península como koiné, como lengua de intercambio entre gentes de distinto idioma.

En la Edad Media la lengua sería era el latín y las populares, los dialectos románicos. Teníamos lo que se denomina sequilingüismo, un fenómeno que consiste en que, aunque se hablen lenguas distintas, la gente se entiende. Por ejemplo, es lo mismo que puedes encontrarte ahora en Valencia con alguien que solo habla castellano, pero que entiende perfectamente cuando se dirigen a él en valenciano.

 O el caso que pueda darse en un avión de Scandinavian Airlines, donde la azafata se exprese en danés, los pasajeros la contesten en noruego o en sueco y todos se entiendan. En España, esto ocurría con todos los pueblos, unos hablaban catalán, otros gallego, y se comprendían perfectamente. Todos, excepto los vascohablantes, que no entendían ni el latín ni las lenguas romances.

¿Qué ocurrió entonces? Los vascos desarrollaron un ‘pidgin’ que acabaría convirtiéndose en uno de los dialectos del romance central y a la postre en su representante normativo. El origen del término ‘pidgin’ alude a la situación que se produjo en el Mar de la China en el siglo XIX, cuando los chinos intentaron comerciar con los británicos y simplificaron rudamente el inglés.

 Igual que le ocurriría a un español que hoy tuviese que irse a vivir un año él solo a un pueblo de Turquía donde solo se habla turco; esa persona tendría que aprender los rudimentos del turco para comunicarse en las tiendas, aunque no lo hablase bien, porque no le quedaría otro remedio. Una ‘pidgin’ es una lengua de urgencia. Los vascos articularon una para entenderse con los pueblos que les rodeaban.

¿Cómo se extendió esta lengua ‘pidgin’ por España?

España era el nombre latino con el que se designaba a la península. En la Edad Media, España era Al Andalus. Y para los cristianos del norte, España era lo que no tenía nombre. Hablaban de España como de lo que podían conquistar. El Fuero de Jaca, de hecho, distingue entre el hombre de montaña y el hombre de España.

También hay que tener en cuenta que en la Edad Media, a la lo largo del Camino de Santiago, se instalaron montones de europeos. Y conforme avanzó la Reconquista, los ejércitos reales, de Aragón, Castilla o León, arrastraban detrás guerreros, comerciantes, frailes y curas que venían allende del Pirineo. Todas estas gentes de diversos orígenes fueron repoblando las ciudades devastadas que se fueron arrebatando a Al Andalus.

Los reyes, con el fuero de cada ciudad, daban ventajas a los pobladores. En vez de hacerlos depender de un señor feudal, como ocurría en el resto de Europa, dependían directamente del rey. De este modo, en estas ciudades se instalaron barrios enteros de franceses, alemanes, judíos y también mozárabes que subían del sur. 

Toda esta población de origen dispar tiene que comunicarse y es ahí cuando adoptan la variedad simplificada de los vascos, más sencilla y accesible que otras modalidades románicas próximas, como eran el navarro-aragonés, el castellano o el leonés. Pero esta sencillez se refiere a su origen, no a sus características actuales. No es un argumento para publicitar el español como lengua extranjera fácil de aprender, sino para entender la rapidez de su propagación por el centro de la península.

Estos primeros pobladores de la España reconquistada son los que llamas ‘desarraigados’ que adoptan el ‘pidgin’ en sus intercambios con gentes de lengua diferente.

Son los desarraigados, que no desarrapados. No eran necesariamente pobres. Pero era gente sin raíces locales o espaciales fijas. En la Edad Media, en toda Europa la gente se quedaba en su pueblo. Lo normal era que una persona en toda su vida no viajase más de cinco kilómetros alrededor de la localidad donde había nacido.

 Ahí pagaba sus tributos, dependía de un señor feudal y poco más.

La propia Francia en la Edad Media estaba fragmentada en múltiples lenguas y dialectos. El francés no empieza hasta después de la Revolución francesa, cuando se plantea un sentimiento nacional. De todas las lenguas que hay adoptan la de región de París y la imponen a través de la escuela a todos los demás. En Italia ocurrió lo mismo, cuando Garibaldi unifica la península hay un montón de lenguas. Fuera de la Toscana no se hablaba el italiano que conocemos ahora hasta que no se impone por la televisión, por la RAI, a partir de los años 50.

En España la Reconquista cambia totalmente ese patrón. Lo que había aquí era un poco como el Oeste americano, una tierra de oportunidades. Con el citado Fuero el rey llamaba a poblar esos núcleos dando beneficios, eximiendo de impuestos; y llegó gente de todas partes. Personas que no tenían nada, siervos de la gleba que se instalan y se convierten en comerciantes. Era, por otra parte, gente muy poco proclive a mantener los privilegios nobiliarios, lo que explica que España sea el primer estado moderno europeo.

Este tipo de asentamientos son los que hay en León, Navarra o Castilla, donde se habla esta variedad. Es la lengua en la que están escritas las Glosas Emilianenses, el Mío Cid o los textos de Berceo. Al principio solo se usaba en el centro, desde el Ebro hasta los límites de León con Galicia, pero luego se fue extendiendo por toda la península como lengua vehicular. Y no destruyó a las otras lenguas porque no tenía orgullo de lengua, no tenía adscripción nacional, motivo por el que la adoptaron tranquilamente los judíos, que tenían sus barrios tanto en ciudades de Extremadura como de Tarragona.

Aquí, si eras un comerciante de lengua francesa que tenía que vender sus productos a un cruzado alemán y a un labrador musulmán que solo hablaba árabe, tú me dirás cómo te las arreglas: pues en la lengua vehicular que se usa para el comercio y que con el tiempo algunos acabaron teniendo como lengua propia. Algo de esto ha ocurrido modernamente en Nueva Guinea con el tok pisin, así que sabemos perfectamente cómo funciona.

Entonces de esta lengua, que ya podríamos denominar español por su alcance, surge el castellano, y no al revés.

Comúnmente se cree que el español viene del castellano, pero es al contrario, el castellano viene del español, que no es lo mismo. En el escenario que hemos descrito, el rey Alfonso X el Sabio puso una fijación léxica, una serie de normas a esa variedad y con el tiempo se le dio el nombre de su reino: castellano. No trato de negar la aportación de los castellanos, pero es que esa lengua es la que se hablaba entonces en todas partes.

Por eso no tiene sentido decir que el castellano se impuso en Aragón en el siglo XIV. El reino de Castilla y el de Aragón eran enemigos feroces; de imponerse algo en Aragón habría sido lógicamente el catalán. Piensa que Zaragoza tardó en conquistarse más de un siglo porque el rey de Castilla era aliado del rey moro. ¿A santo de qué iban a dejar de hablar aragonés y ponerse a hablar castellano? Es de locos, lo que pasaba es que todos hablaban lo mismo.

En la literatura, los primeros poetas catalanes escribían en provenzal y los castellanos, en gallego. La literatura en español, como no era una lengua culta, no tenía importancia, y aparecía en los géneros populares, eran romances escritos en pliegos, cuartillas, lo mismo que hoy serían los programas de corazón de televisión o el Pronto, el ¡Hola!

¿Y qué ocurrió con el descubrimiento de América?

La lengua española que llegó a América era canaria y andaluza. Los barcos salían de Sevilla, después de Cádiz, y las expediciones tenían que pasar allí un año aproximadamente para dotar a los barcos de los medios necesarios. Luego llegaban a Canarias y allí permanecían otros meses. Pero este español, cuando llega la independencia de las repúblicas americanas en 1812, solo lo hablaba un 10% de la población. 

El español empezó a crecer realmente en el continente cuando se impone a través de las constituciones de los nuevos países, que consideran que el único lazo de unión de todos los pobladores es la posibilidad de la lengua.

En tu libro dices que hasta entonces el español en América coexistió con las lenguas indígenas sin conflicto.

En América lo que ocurrió cuando llegó Colón es que se quedaron estupefactos porque los indígenas no hablaban ni latín, ni hebreo, ni árabe. Hubo una verdadera crisis en este sentido porque consideraban que las lenguas del mundo eran las de la visión bíblica de Babel. Hay correspondencia de frailes con Carlos V y Felipe II y el Consejo de Indias donde informaban desesperados de que cada veinte leguas cambiaba la lengua. Ellos creían que en el Nuevo Mundo se hablaría una lengua exótica, pero solo una.

Hay que tener en cuenta que el pretexto de la conquista de América fue evangelizar a los indígenas. Con esa idea el papa Alejandro VI dividió el Nuevo Mundo entre portugueses y españoles, para encomendarles la cristianización de los indígenas. Ir, iban naturalmente por el oro, pero al mismo tiempo la legitimación de esta empresa era la predicación de la fe cristiana. Y muchos frailes creían en eso.

Pero la clave en todo esto es que los españoles en América se encontraron con que ya había dos imperios. Castilla consiguió los éxitos de la conquista porque se derrumbaron los dos grandes imperios indígenas, de lo contrario, si hubieran tenido que conquistar a los indígenas uno por uno, no habría sido tan rápido ni muchísimo menos. Al caer Moctezuma se quedaron con todo lo que había aglutinado y con Atahualpa, igual.

Entonces se dieron cuenta de que en los imperios caídos había una lengua general de entendimiento, una koiné en cada uno de ellos. En el Inca el quechua y en el Azteca el náhuatl. Y la política que se creó no fue la de difundir el español. Los religiosos españoles aprendieron estas lenguas indígenas generales y se pusieron a predicar en ellas.

Eso explica que la primera cátedra de quechua fuese del año 1580, en la Universidad de San Marcos en Lima. Y que Domingo de Santo Tomás publicara en 1560 en Valladolid un arte de la lengua quechua, una gramática. De modo que se promovieron estas lenguas, no el español. Lo que no quita que la finalidad del colonialismo fuera quedarse con los recursos de otro. Eso está claro. Pero el español, si algo no ha sido en Sudamérica, es una lengua imperialista, sino todo lo contrario. En Estados Unidos no se conservan las lenguas indígenas, esto es un hecho.

¿Cuál es el futuro del español actual?

España ya pinta poco en el futuro del español. En Estados Unidos el crecimiento del idioma es espectacular; hay 50 millones de hispanohablantes, más que aquí. Aunque la lengua en Estados Unidos está sometida a un proceso de desaparición, hay una batalla incruenta entre el español y el inglés; disputa que yo estoy viviendo muy de cerca porque soy miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y me consta se ponen toda clase de dificultades para escolarizar a los niños en español, etcétera. Pero como Estados Unidos es un país capitalista, naturalmente, la lengua significa dinero. 

Es decir, hay consumidores que se captan con publicidad en español, productos audiovisuales, cadenas de radio. La lengua está viva.

Además, los medios de comunicación son tremendamente pragmáticos y han terminado por crear un español internacional. Una modalidad por si quieren vender un producto simultáneamente en México, Argentina y Estados Unidos, y han buscado un español que no suene raro en ninguno de los sitios. Se lo están inventando de una manera empírica, no es que hayan reunido lingüistas. El español que sale de ahí se escucha en todos los países hispanohablantes y creará cierta uniformidad.

Y volviendo a España, ¿cómo ves la convivencia del español con las otras lenguas peninsulares?

Pues qué quieres que te diga: mal. Mal por las actitudes de los tirios y también por las de los troyanos. Vayamos por partes. El español es una lengua vehicular que se habla y entiende en todo el estado español y que en el siglo XVI también era comprendido en Portugal, según nos confirman algunos testimonios como el de la Grámatica de la lengua vulgar de España, publicada en Lovaina en 1559. Esto, guste o no guste, es así. ¿Razones? Hasta los decretos de Nueva Planta (siglo XVIII), en los que se impone a los territorios catalanohablantes por la fuerza, su progreso obedeció a una necesidad comunicativa y su empleo siempre fue libre. 

Esto quiere decir que el mapa con el que se suele ilustrar la variedad lingüística peninsular en los manuales está desenfocado. Por mucho que coloreemos Galicia, Euskadi y Cataluña-Valencia-Baleares con colores diferentes de los del resto, esto no significa que sean territorios monolingües. España no es ni Bélgica ni Suiza, se parece más a Rusia o a Gran Bretaña.

Estos son los hechos. Ahora viene la política. Si de lo que se trata es de independizar esos territorios coloreados de manera diferente, interesará ocultar su condición bilingüe todo lo posible. Y en eso estamos, aunque no tengo duda de que por su propio interés la independencia traería consigo un apoyo a la enseñanza del español porque es la lengua mundial que dominan y el pretender que se vuelvan anglohablantes constituye una utopía. 

Mas los troyanos no son los únicos insensatos, los tirios tienen su parte de culpa igualmente. ¿De verdad creen –en Madrid, en Sevilla, en Zaragoza, en Salamanca…– que los catalanes, los valencianos, los gallegos o los vascos aceptarán seguir siendo españoles si su lengua propia, en el mejor de los casos, se tolera y, en el peor, simplemente desaparece? Miren, eso no va a ocurrir de ninguna manera; primero porque es imposible; segundo, porque sería injusto y tercero, porque resulta innecesario. 

El catalán/valenciano, el euskera y el gallego no son una extravagancia. Son patrimonio de todos los españoles, exactamente igual que el río Ebro, la mezquita de Córdoba o la propia lengua española. Admitirlo y obrar en consecuencia es la única actitud inteligente. Y, desde luego, si alguna vez se logra la unidad política peninsular, el viejo sueño iberista, no esperen conseguirlo con la cutre visión centralista y casticista predominante."                (Entrevista a Ángel López, Álvaro Corazón, Yorokobu, 20/05/14)