17/5/19

Las naciones inventadas ¿Son Cataluña y España naciones? Los nacionalistas exigen a poblaciones objetivamente diferentes, sentimentalmente diferentes, que se conviertan a su religión, a su equipo, so pena de no ser parte de esa nación... La voluntad de atribuir a una población su idealidad está destinada al fracaso o a la imposición

"(...) ¿A qué se refieren, pues, los nacionalistas cuando dicen que España es una nación o que Cataluña es una nación? A un concepto mágico, religioso, metafísico. En ese sentido, una nación no es objetiva ni objetivable, es un constructo, algo mental, emocional. 

Así, según esta “cosmovisión”, un territorio tendría propiedades esenciales, como las que tienen los objetos de absorber y reflejar la luz. Por ejemplo, una lengua propia

La lengua propia de España sería mágicamente el español, así como la de Cataluña, no menos mágicamente, el catalán, independientemente de lo que hablen las personas que vivan allí. Aquí no se habla de lengua histórica (lo histórico, por definición, es mutable, no esencial) ni de lengua oficial (que es un término jurídico, convencional, y por tanto también modificable) ni de lengua comúnmente hablada, sino de la lengua propia, de una propiedad de ese territorio. 

Y eso es así porque los territorios también están adscritos mágicamente a determinadas poblaciones, que les son propias, como el color verde le es propio a la clorofila. Todo esto, que no es cierto, pues los territorios son extensiones de terreno, las poblaciones van y vienen, mueren y se mezclan, al igual que la cultura, que no es algo fijo, sino que se recrea continuamente y traspasa fronteras, no importaría mucho si no fuera porque los que utilizan ‘nación’ en ese sentido se constituyen en sumos sacerdotes, únicos capaces de interpretar a la deidad (idealidad) nacional. 

Así, población —algo realmente existente— se convierte en pueblo, algo lleno de connotaciones que hay que interpretar, algo a lo que, además, se le atribuye voluntad (que también, por supuesto, hay que interpretar). Para los nacionalistas españoles y para los nacionalistas catalanes, el origen de sus naciones se pierde en la noche de los tiempos y es indiscutible.

El problema que plantea esto es que si una nación entendida como este constructo abstracto con sus símbolos, sus mitos, sus mistificaciones históricas, sus banderas, se quiere atribuir a una entidad (como España o como Cataluña) que hace referencia a algo real, físico, en el que hay tierra, bienes, personas, edificios, miles de intereses y relaciones jurídicas (cosas todas ellas que configuran la vida de las personas y por las que muchas de ellas son capaces de matar y de morir), eso siempre va a dejar fuera a mucha, muchísima gente, que no se identifica con esa idealidad. 

La nacionalidad no debería ser un ideal metafísico alimentado por la imaginación y el deseo; debería ser única y exclusivamente una atribución jurídica de ciudadanía, con unos símbolos formales si se quiere, pero la cultura y la tradición deberían protegerse por otros cauces (no religiosos).

La voluntad de atribuir a una población esa idealidad está destinada, pues, al fracaso o a la imposición. Lo sabemos, porque Franco lo hizo con esa unidad de destino en lo universal que nos embutió a todos con calzador por salva sea la parte. 

Nadie puede ser obligado a sentirse del Barça o del Real Madrid, nadie puede ser obligado a sentirse católico o ateo, por mucho que el cristianismo lleve dos mil años en territorio español (y catalán) y por mucho que la religión católica haya configurado la idiosincrasia de sus habitantes. Tampoco es relevante que para muchos cristianos lo más vital, lo más importante del mundo, sea que su nación sea considerada una nación cristiana

Hay que tener empatía, escucharlos siempre y respetar sus sentimientos. Nada más. Pero respetar el sentimiento, no su contenido, que es algo muy diferente, y puede ser, por ejemplo, antidemocrático. Pretender que un territorio en el que conviven en proporciones elevadas grupos de diversa religión o afición futbolística es oficial y materialmente (como propiedad del territorio) de tal equipo o de tal religión, es simplemente excluir a gran parte de la población de la sociedad, crear apátridas. 

Y me temo que es exactamente eso lo que están haciendo los nacionalistas españoles y catalanes al llamar “nación” a sus particulares entelequias: olvidarse de que conviven con gente, de que hay alguien más que ellos, de que los otros también existen, pero, sobre todo, de que también sienten

Exigen a poblaciones objetivamente diferentes, sentimentalmente diferentes, que se conviertan a su religión, a su equipo, so pena de no ser parte de esa nación. (...)"                  (José María Camblor, Mientras Tanto, 23/04/19)

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