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11/11/21

Euskadi: Una sociedad maltrecha y dividida que acunó el carlismo, del que quedó una huella muy honda de tres guerras civiles, hasta llegar a hoy... La primera vez que escuché el grito de ¡Traidor! fe en 1980... Se la echó a la cara una emakume -vieja dama nacionalista a Mario Onaindía. No puedo olvidar el gesto de la señora hacia quien había sido condenado diez años antes a una doble condena a muerte por un Tribunal Militar, en Burgos... Aquel ¡Traidorrrr¡, con la erre tan arrastrada como un disparo, era la reacción de una militante del PNV frente al que no había votado por su candidato... Dejémonos de admoniciones sobre la sinceridad de las disculpas a las víctimas... nada puede ya resarcir a los afectados; unos porque han sido asesinados y los demás porque la sociedad vasca los ha matado de dolor, de miedo, de soledad... la sociedad convive bajo un consenso hacia el terrorismo, con la conciencia de una enfermedad que se hizo crónica... A ETA no la derrotó ni Zapatero ni las mediaciones ni la sociedad vasca, el final de ETA fue obra de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Lo reconoció la mejor cabeza de Herri Batasuna, Txema Montero

 "La primera vez que escuché el grito de ¡Traidor! fue en 1980, a la puerta de la Sala de Juntas de Guernica, el día que salió elegido Carlos Garicoechea como primer lehendakari de la democracia. Se la echó a la cara una emakume -vieja dama nacionalista- al que entonces dirigía Euskadiko Ezquerra, Mario Onaindía

 No puedo olvidar el gesto de la señora hacia quien había sido condenado diez años antes a una doble condena a muerte por un Tribunal Militar, en Burgos, un gélido día de diciembre de 1970. Aquel ¡Traidorrrr¡, con la erre tan arrastrada como un disparo, era la reacción de una militante del PNV frente al que no había votado por su candidato.

 Una sociedad maltrecha y dividida que acunó el carlismo, del que quedó una huella muy honda de tres guerras civiles, hasta llegar a hoy. La política vasca ha mantenido siempre dos lenguajes y cualquier comparación con otra región española no son más que fórmulas para aquietar nuestras propias convicciones. En palabras llanas: cuando Arnaldo Otegi discursea hay que detectar si lo hace en Onda Media o en Frecuencia Modulada. La Media va dirigida al público en general; la Modulada sólo debe ser captada por los suyos.

De esa confusión surgen las cábalas sobre cuál de las dos es la auténtica voz del abertzalismo. Valen las dos. Cada una responde a sus intereses y a las necesidades del público receptor. Si juzgáramos por el valor de ambas lo mejor que podríamos hacer es archivarlas. Responden a necesidades diferentes. Si se me permite la osadía del símil, ocurre como con las encíclicas papales; sea creyente o ateo siempre encuentra en ellas algo donde acogerse.

En Onda Media, Bildu se muestra afectado por el dolor “injusto” y por la cantidad de tiempo que se tardó en eliminarlo. Un lenguaje digno de tiempos borrascosos, porque es tanto como apuntar a que existen dolores justos -nos mantenemos en la jerga de las religiones punitivas y las crueles tradiciones para alcanzar el Paraíso- y luego el lamento, porque fue muy largo. Algo que debe traducirse como un siniestro error de cálculo; hubiera bastado con reducirlo.

 La voz trasmitida en Frecuencia Modulada es más precisa, se pudo escuchar dos días más tarde en una asamblea de militantes y está ausente de las virguerías de nuestros egregios analistas: “hemos vuelto a colocarnos en el centro del tablero, dándole una patada al hormiguero”. Y Otegi tiene razón por lo del tablero y más aún en lo del hormiguero. Dejémonos de admoniciones sobre la sinceridad de las disculpas a las víctimas. Valen lo que pesan las palabras, nada, porque nada puede ya resarcir a los afectados; unos porque han sido asesinados y los demás porque la sociedad vasca los ha matado de dolor, de miedo, de soledad.

Somos esclavos de la simplificación. Cuando Arnaldo Otegi habla en Frecuencia Modulada nuestros espíritus beneméritos olvidan lo más importante y no escuchan más que el ruido. En las últimas elecciones autonómicas de hace un año Bildu consiguió el 28% de los votos, o lo que es lo mismo 250.000 papeletas. Fueron lo más llamativo y lo menos resaltado de aquellas elecciones donde la abstención dejó fuera de las urnas el 49,22%. Se convirtieron en el segundo partido del País Vasco, dispuesto a seguir en el centro del tablero y si puede echar a los demás del juego tras pisotear el hormiguero.

 Una sociedad convive bajo un consenso hacia el terrorismo que obliga a mirarla no con la complacencia del nacionalismo sino con la conciencia de una enfermedad que se hizo crónica. Siempre es mejor que ese tumor esté bajo los paliativos de unas instituciones democráticas que a tenor del crimen, aunque de ahí parta un trecho tortuoso que no debería terminar condicionando al gobierno, sea el de Sánchez o el de cualquier otro. Luego viene el discurso del blanqueamiento y en verdad que roza la desvergüenza. Zapatero como adalid de la paz, Eguiguren y Otegi como esforzados negociadores del final del terrorismo.

 A ETA no la derrotó ni Zapatero ni las mediaciones de Eguiguren y Otegi, ni el talento avieso del recién canonizado Rubalcaba. Ya sé que es en desdoro de tan autosatisfecha clase política en el poder, pero el final de ETA fue obra de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Lo reconoció la mejor cabeza de Herri Batasuna y puente con la organización terrorista durante muchos años, como letrado y europarlamentario, Txema Montero. La sociedad vasca tampoco ayudó a ese final; estaban hartos, pero el miedo, confundible con la omertá, la cubrió de vergüenza hasta que la famosa “Ponencia Oldartzen” (1994), o lo que es lo mismo la estrategia demencial de “socialización del sufrimiento”, echó un último aliento que alcanzó hasta al asesinato de Miguel Ángel Blanco. Una nueva generación de terroristas se enfrentaba a una nueva generación de vascos sin complejos.

Para Otegi y Bildu, todos los terroristas presos, son sus “presos políticos”. El adjetivo figura en la intervención de Arkaitz Rodríguez, la pareja de Otegi en Ayete. Pero la emitió en euskera. Sólo la periodista Leyre Iglesias recogió tan significativo detalle. No cuesta entender la indignación del puñado de temerarios que se enfrentaron entre el aislamiento y la calumnia, y a costa de su vida, frente a la representación de esa mesnada de los 250.000 votos que aún piensan que la sangre vertida mereció la pena. Fueron más de 850 muertos contabilizados y no hay GAL y sus 27 crímenes de Estado que puedan atenuarlos. Sin contar los atentados fallidos y las amenazas y las extorsiones mafiosas. Los muertos siempre están solos pero los asesinatos terroristas dejan siempre una huella entre los vivos que no se borra nunca. Las heridas persisten y no se curan porque pertenecen a la memoria de las víctimas, allí donde no caben los verdugos.

 Que Bildu coloque a sus presos, porque son los suyos y los de 250.000 ciudadanos que les siguen, como condición para apoyar al gobierno de Sánchez no tiene nada de descabellado, hasta tiene su lógica. Lo que rompe el tablero y nos convierte en un hormiguero es lo de jalear perdones, resarcimiento del dolor de las víctimas y demás palabras emitidas en Onda Media para calmar el descrédito. ETA se acabó pero no murió; sigue su espíritu. El terrorismo llegó a su final y ahora busca un lugar en el tablero que salve los muebles y habilite los restos del naufragio con la misma facilidad con la que ha logrado penetrar en el reino del olvido."                (Gregorio Morán, Vox Populi, 30/10/21)

28/10/20

ETA... “Distintos o diferentes es el nombre elegante de la xenofobia”... La banda “asesinó al torturador franquista Melitón Manzanas y a víctimas de Manzanas”... es “incomprensible” que una corriente como la de ETA, con tintes “fascistas”, sobreviviera con apoyo social tras la dictadura...

 "Jon Viar, hijo de un exterrorista opuesto a la violencia, presenta ‘Traidores’, donde relata las raíces sociales y familiares de la banda.

Un chaval usa gafas de sol y se cubre cabeza y rostro con un pasamontañas. Habla en nombre de la banda terrorista ETA. Parece una declaración oficial, pero se trata tan solo de un niño de 13 años que ama el cine y empieza a darse cuenta de que odia esa violencia que planea sobre el País Vasco en la década de los noventa. Se llama Jon Viar y su padre, Iñaki, le confesó cuando tenía ocho que había pertenecido a ETA y que había estado en la cárcel. Varias décadas después, cualquier muchacho puede jugar a ser cineasta, pero muy pocos pueden conocer el dolor y el significado de ETA.

Jon Viar, de 34 años, ha presentado en el festival de cine Seminci de Valladolid su documental Traidores, donde recoge la persecución que su progenitor y otros tantos exetarras sufrieron porque renegaron de la violencia. Todo con la aquiescencia de los partidos políticos que, ni en democracia, fueron capaces de denunciar con firmeza el horror sembrado en territorio vasco.

El documental trata de explicar cómo el radicalismo se asentó en un nacionalismo que inoculó su rabia y su odio en una generación dispuesta a liquidar a quien le rebatiera. “Distintos o diferentes es el nombre elegante de la xenofobia”, se dice en la cinta. Iñaki Viar ratificó este pensamiento en la cárcel, donde pasó ocho años tras colocar una bomba en Bilbao, aunque no hubo víctimas. 

Posteriormente abrazó la psicología y el psicoanálisis para acabar descubriendo en su familia el poso que lo contaminó y le hizo cometer graves errores de los que supo arrepentirse. El director explica que su obra se sitúa entre 1998 y 2020, como si cuando era un chiquillo ya conociese el guion que intentaría plasmar ya de adulto. “Yo era un chico consciente del terrorismo y de ETA, en mi entorno no era tan habitual”, afirma Viar, que trata de desmontar el argumentario abertzale.

El cineasta se apoya en imágenes de producción familiar, de archivo y grabadas en la actualidad tanto en suelo vasco como en el penal de Segovia, donde su padre pasó parte de su estancia como preso y trazó un frustrado plan de fuga. El pequeño Viar ya reprodujo, con una crudeza llamativa en un adolescente, escenas como los secuestros de Miguel Ángel Blanco o la intrínseca cobardía de quienes asesinaban con un tiro de espalda. Solo que mientras él disparaba con cartuchos de fogueo, ETA recurría a la pólvora y a las balas.

La banda “asesinó al torturador franquista Melitón Manzanas y a víctimas de Manzanas”, denuncia el director. Su labor en el documental consiste en “ordenar la realidad” para ayudar a comprender un horror que duró demasiado. ETA anunció su total disolución en 2018 con un historial de casi 1.000 víctimas mortales e incontables afectados por un argumentario enraizado en el “racismo”, según los dos Viar.

 El nacimiento de su documental llega en un momento donde proliferan los retratos audiovisuales de la banda. Jon cree que hay dos perfiles: uno que intenta plasmar el horror y otro que lo disimula. Prefiere no criticar a sus compañeros de gremio y espera que esta cantidad de series se traduzca en un mayor conocimiento sobre esa historia reciente que los libros de texto no terminan de recoger. Nadie nace aprendido, ni en 1940 ni en 2003.

 El exetarra Iñaki Viar, de 73 años, deja a un lado el sombrero que cubre su pelo blanquísimo. La película, que tilda de “dura, dolorosa y triste” lo ha emocionado, pero no tarda en expresar con vehemencia lo “incomprensible” que resulta que una corriente como la de ETA, con tintes “fascistas”, sobreviviera con apoyo social tras la dictadura. Este psicoanalista reconoce que, como teorizó Freud, todo hombre “tiene que matar a su padre”, y que ese fue el primer paso para desmarcarse de un legado familiar nacionalista. 

Viar senior no reprueba que el pasado etarra se borre de la memoria colectiva —“el olvido es un mecanismo de defensa”— pero censura que tanto en el País Vasco como en España no haya el suficiente recuerdo a aquel “terror consolidado”. Este “traidor” para tantos excompañeros y para cierto sector de la sociedad vasca piensa que creaciones como las de su hijo “algo muestran” y pueden generar preguntas a los espectadores. A su juicio, Jon, que se declara defensor de los valores de la Ilustración, ha conseguido evidenciar una realidad: cómo el mayor de los horrores se puede gestar en la intimidad."                 (Juan Navarro, El País, 25/10/20)

20/10/20

Hoy es el cumpleaños de Gurutz Aguirresarobe, el asesino de Joxeba Pagaza. En la Herriko Taberna de Hernani han puesto una foto para que se le pueda felicitar. En Hernani, su pueblo, nuestro pueblo.

 "Hoy es el cumpleaños de Gurutz Aguirresarobe, el asesino de Joxeba Pagaza. En la Herriko Taberna de Hernani han puesto una foto para que se le pueda felicitar. En Hernani, su pueblo, nuestro pueblo.

 Nuestra madre sufrió antes de tener que marchar de allí -años antes del asesinato de su hijo- lo que era entrar en una pequeñísima cafetería que frecuentaba y que le hicieran el vacío. Nunca pudo volver. O que la insultasen cuando iba sola por la calle. O tener que cambiar de colmado para hacer la compra, por lo mismo.

  Joxeba sufrió un tormento de acoso y odio en forma de amenazas de muerte incluyendo golpes, el destrozo de sus coches -incendiados completamente tres veces- y el ataque con cóctel molotov a la vivienda que compartía con su esposa y dos niños muy pequeños.

Cuando lo asesinó Gurutz en 2003, el alcalde de HB, su jefe, no condenó el asesinato. Años después, Pablo Iglesias, actual vicepresidente del Gobierno, utilizó la foto de Rosa Díez y María San Gil, en el Pleno del Ayuntamiento de Andoain, para acusarlas de odio, a ellas, aquella tarde en que agonizaba Joxeba en un hospital muy cerca de Hernani y de Andoain, porque gritaban, sí, gritaban de justa indignación ante el alcalde y el resto de concejales conchabados con los asesinos de cada una de las víctimas inocentes.

En el año 2010, cuando detuvieron a Gurutz Aguirresarobe -a pocos metros de donde nuestra familia había vivido desde 1965 hasta la huida-, la entonces alcaldesa, después diputada nacional, Marian Beitialarrangoitia, cedió el Ayuntamiento para la rueda de prensa de los familiares y amigos de los detenidos. Estaba con ellos. En Hernani casi siempre gobiernan los herederos políticos de ETA.

Algún lector podrá preguntarse si tenemos derecho a incomodarles con los hechos del pasado.

La convocatoria de ese pasado monstruoso lo realizan cada vez que homenajean a los asesinos como héroes a los que salen de prisión o cada vez que se ponen carteles gigantes de los etarras en los lugares emblemáticos de cada pueblo vasco o navarro, muy especialmente en las fiestas populares, para que los niños interioricen que ese es el eje de lo correcto socialmente.

Pueden, o no, seguir leyendo. Van más hechos. Gurutz Aguirresarobe mintió durante el juicio dentro de una campaña de comunicación para impostarse como la víctima. La hemeroteca del 15 de noviembre de 2011 no tiene desperdicio y el cinismo es más apreciable ahora, claro.

Dos de los colaboradores necesarios para el asesinato de Joxeba Pagaza salieron de prisión en 2018 tras acordar una sentencia favorable; pero no, no escribieron a cada familia de asesinados por su colaboración. Nosotros sí imploramos a la alcaldesa que no fueran recibidos como héroes. Ella estuvo en el recibimiento.

Desde ese mismo día el sindicato del entorno, LAB, orquestó una campaña de victimismo de más de un año porque la sentencia era ambigua y pese al esfuerzo de la Diputación Foral de Gipuzkoa, Iñaki Igerategi consiguió regresar a su puesto de funcionario público. En aquellos meses se sucedieron los carteles, los actos políticos, los plantes de sus compañeros… ¿para pedirle que condenara el pasado? No. Es lo contrario.

La clave de cada homenaje, de cada campaña de victimismo, se fundamenta en no condenar ese pasado. Aquellos que reconocen el pasado no son homenajeados. Y eso es lo que revive el pasado en su atroz y calculada crueldad política.

Van sólo unos pocos hechos más. Dan luz, brillante, al conjunto. Si pueden soportarlo, lean.

El asesino de Joxeba Pagazaurtundúa fue detenido por la Ertzaintza en la madrugada del 12 de marzo del año 2005 por hechos distintos al asesinato y que están recogidos en un atestado que conocimos años después del juicio.

Fue detenido muy cerca de Hernani por amenazar a la patrulla de ertzainas. Agredió a los ertzainas que debieron acudir a reforzar la detención. Intentó que los noctámbulos de la zona se unieran a él para generar un altercado y estuvo a punto de conseguirlo. Causó daños en el coche patrulla mientras lo trasladaban. La furia. La ira. Se preguntarán por qué.

No pudo soportar que días antes un grupo de ertzainas homenajeara humildemente a un ertzaina, Iñaki Totorika, asesinado en un lugar emblemático de Hernani, Zinko Enea.

En la entrada de la comisaría de Hernani gritó: “¡Que venga a sacarme Totorika! ¿Dónde está Totorika? ¿Qué hacíais el martes en Zinko Enea? Os vamos a hacer a todos como Totorika”.

Dentro de la celda, siguió gritando “¡Que venga Totorika! Ya os cogeremos en Zinko Enea, y ya os llevarán también flores. Vais a morir todos, ertzainak torturatzailea. Cuando volváis a casa, acordaros -sic- de Totorika, que voló. Cuando vayas por la calle, gírate y mira atrás, pun, pun, uno menos. Yo hago lo que hago por Euskadi, por mi patria.”

Gurutz Aguirresarobe fue detenido en su domicilio el 4 de agosto de 2010. A pocos metros de Zinko Enea. Desde el balcón de nuestra vivienda familiar pasé muchas horas de la infancia jugando y mirando hacia Zinko Enea.

El exorcismo que apacigüe la atrocidad política del pasado llegaría si su jefe, de entonces y de ahora, Arnaldo Otegui, condenara el pasado y asumiera la responsabilidad política sin cinismo, y se retirase.

Sánchez ha cometido el peor error político de la historia reciente de España. Y el mayor pecado, al arrastrar a los socialistas con él.

Hoy cumple años el asesino, de Joxeba Pagazaurtundúa."                  

(Maite Pagazaurtundúa, Crónica Popular, 18/10/20El Mundo, 13 de octubre de 2020)

25/5/20

Francisco Llera (catedrático de la UPV): "La espiral del silencio sigue siendo brutal y es lo que compartimos con Cataluña"




"Repudiado por sus compañeros de departamento con la intención de que no pueda acceder a la categoría de emérito y rescatado por los de otra sección de la Universidad del País Vasco, Francisco Llera espera en estos momentos la decisión que tome el Rectorado sobre su futuro. 

En una charla con la periodista Anna Grau para Sociedad Civil Catalana, Llera asegura, a raíz de lo sucedido, que "en el País Vasco hay un problema de fondo sin resolver". Tiene claro que, tanto allí como en Cataluña, "la espiral del silencio sigue siendo brutal" y alerta sobre lo que llama "autoritarismo identitario", en referencia a los gobiernos vasco y catalán. 

Llera tiene claro que, a pesar de la desaparición del terrorismo activo de ETA, existe "una subcultura de la violencia" que aún permanece y que también detecta en Cataluña. "Es una inoculación generacional que tiene muchas redes, pervierte valores, cambia objetivos", explica, "hay gente que se acostumbra a competir de una manera ventajosa a partir de la intimidación, de la segregación, de la minorización, de la espiral del silencio". Una espiral que, en estos momentos de gran polarización, comparten vascos y catalanes y que Llera atribuye a cuestiones como la disonancia cognitiva, el interés o la mera cobardía.
Perversión de los valores

El catedrático considera que tanto en una comunidad como en la otra se detecta una "perversión de los valores y las actitudes" que tiene como consecuencia la anulación de la libertad. Y es que, advierte, el "autoritarismo identitario" tiene peor solución que el meramente ideolólgico y pone en jaque las libertades individuales y el pluralismo. "Tanto en el País Vasco como en Cataluña", alerta, "con violencia física o no, lo que está en juego es la libertad individual y el pluralismo". 

Ante esta situación, Llera se muestra partidario de la unión de los ciudadanos y pone como ejemplo lo sucedido en el País Vasco tras el asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco: "La ciudadanía se rebeló contra la cobardía y la falta de coraje de los partidos políticos". Partidos a los que, a nivel nacional, responsabiliza del auge del nacionalismo vasco y catalán. 

Y es que Llera recuerda cómo tanto el PSOE como el PP han hecho la vista gorda ante los desmanes de los separatistas en las dos comunidades a cambio de contar con sus votos en el Congreso. "No se puede decir a los partidos nacionalistas 'esta es vuestra finca, haced lo que queráis' con tal de tener sus votos", señala. Y añade: "Mientras ellos hacen su construcción nacional, están destruyendo la tuya".      (Gisela Rivelles, ElLiberal.cat, 19/05/20)

14/2/20

Begoña Ameztoy: "En Cataluña ya puede pasar de todo"... "El proceso no acabará bien"... “todo lo que está ocurriendo yo lo he vivido en el País Vasco”




"La escritora Begoña Ameztoy ha afirmado que “el proceso no acabará bien” i ha denunciado que “los escritores vascos en castellano estamos discriminados” en una entrevista concedida a e-notícies.

 La escritora ha apuntado que el proceso “no tiene buena pinta” y que “todo lo que está ocurriendo yo lo he vivido en el País Vasco”, recalcando que “allí fue distinto porque el tema era mucho mas duro, pero sin embargo, en los prolongamientos, se parece mucho lo que ha ocurrido recientemente en Barcelona y Cataluña con la kale borroka del País Vasco”. “Malas perspectivas, no va a acabar bien” ha lamentado Ameztoy, lamentando que “es una situación endemoniada”.


“Desde el País Vasco el proceso en Cataluña se ve muy polarizado. Gana siempre el que es más contundente y hay un montón de personas que no tienen en la política su objetivo vital. Para el nacionalista catalán o vasco es su vida, su objetivo vital, entonces los otros se dejan llevar y todos se dejan llevar por ese tsunami” ha lamentado Ameztoy.


“El nacionalismo es cuando un pequeño grupo, lugar o pueblo se quiere desgajar de una entidad ya preexistente” ha manifestado la escritora. Ameztoy ha apuntado que “el nacionalismo independentista no admite medias tintas”. “Hay ideologías que no tienen medias tintas y creo que el nacionalismo independentista no admite medias tintas” ha manifestado la escritora. “No hay solución al proceso” ha dicho.

Begoña Ameztoy también ha criticado que “no me siento bien tratada en el Pais Basco”. “Yo estaba en los medios de comunicación, pero yo resultaba incómoda. Nunca quieren voces incómodas, no es verdad que exista ese respeto democrático, ganan siempre los mismos” ha explicado. Sobre la banda terrorista la escritora ha recalcado que “ETA no ha ganado por la fuerza policial".


“No es cierto que exista respeto por el español que no sea nacionalista, no es verdad, porque te arrastran con toda su fuerza cultural, de subvenciones. El escritor vasco en castellano o el artista vasco en castellano no es igual que el otro, que lo están forrando a subvenciones” ha criticado.


Begoña Ameztoy es una escritora y pintora nacida en San Sebastián. Su bibliografía cuenta con doce obras y compagina su labor literaria con la pintura y su columna en el Diario Vasco."            (e-notícies, 13/02/20)

28/5/19

ETA ha dejado de asesinar, pero su entorno no ha asumido responsabilidades. No condenan el pasado, siguen contaminando los espacios comunes y la política vasca... Los herederos de ETA no han afrontado el pasado con valentía y verdad. El nacionalismo se conforma con una versión edulcorada. Todo eso deja heridas sin cerrar...

"(...) En Ugao, como en tantos otros lugares de Euskadi, existen unos tabús, unos códigos implantados por el nacionalismo, que desencadenan la exclusión para todo el que no se somete a ellos. Por eso se enfadan cuando vamos. Hacemos visibles sus prejuicios.  (...)

Cuando comenzamos el paseo camino del frontón, donde estaba el micrófono, nos topamos con su escenificación. La asamblea abertzale había llamado a cerrar todos los comercios. Me tranquilizó ver que no lo habían conseguido. Había bares abiertos. Es un signo de normalidad.  (...)

Los artífices de la performance nos daban la espalda y guardaban silencio. Algunos espontáneos nos insultaban. Nos llamaban “fascistas, hijos de puta”. Los más airados y violentos trataron, sin éxito, de saltarse el cordón. Esos mismos que intentaban silenciarnos consideran a Josu Ternera un héroe honorable. 

Esa indignación hacia los que no hemos matado a nadie es difícil de comprender.
ETA ha dejado de asesinar, pero su entorno no ha asumido responsabilidades. No condenan el pasado, siguen contaminando los espacios comunes y la política vasca en general. (...)

Ya en el escenario, pedí en euskera y castellano, mis lenguas maternas, un minuto de silencio por las víctimas de ETA. La pitada y las sirenas no cesaron. Intentaban desconcentrarnos, extender una especie de alarma por nuestra llegada. Es el mundo al revés. Los valores, también del revés.

Dicho esto, la normalidad ambiental en pueblos como Ugao-Miraballes es mayor, pero las aguas mansas llevan veneno. Los herederos de ETA no han afrontado el pasado con valentía y verdad. El nacionalismo se conforma con una versión edulcorada. Todo eso deja heridas sin cerrar. 

Debemos visibilizarlo. Entiendo que es muy difícil para quienes, entre comillas, quieren la fiesta en paz. Pero lo contrario al terrorismo no es la calma, sino la libertad."                (Maite Pagazaurtundua, The World Press, 24/05/19)

24/5/19

Los delitos de lesa humanidad de ETA significan ver la persecución sistemática de los adversarios políticos, ver cómo mucha gente, decenas de miles de personas o más abandonaron progresivamente y en silencio el País Vasco... la línea de una de las recomendaciones de la Comisión Especial de Terrorismo pide que a ninguna víctima los entornos de sus agresores la vuelvan a acosar

"(...) La detención de Josu Ternera en Francia ha hecho recordar viejas actitudes del que fue su partido, el PSE, singularmente por lo que se refiere a las palabras del ex presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, que no ha dudado en tildarle de “héroe” aunque luego matizara sus palabras.

¿Por qué cree que no estoy en el Partido Socialista? [Media sonrisa] Por estas cosas. Es un error histórico. Se confunde la generosidad con la inteligencia política. No se pueden rebajar los estándares de reparación y de ética al mundo de ETA o al mundo de sus herederos políticos.

¿Eguiguren habla y Sánchez calla y otorga?

En todo caso, es tremendamente negativo lo de Eguiguren, porque genera palabras en positivo hacia un sujeto absolutamente sanguinario, que ha de ser juzgado por delitos de lesa humanidad. Nunca en España se ha dado el juicio por delitos de lesa humanidad sobre ETA. La juez Lamela [Carmen] terminó la instrucción en abril de 2018 para que por primera vez en España se pueda hacer este juicio, a cuatro cabecillas de la banda terrorista ETA.

 Uno de ellos, el que más tiempo ha sido jefe de la banda terrorista, es Josu Urriticoechea, Josu Ternera. Un juicio por lesa humanidad va mucho más allá de lo que hasta ahora se ha juzgado. Hasta ahora la Justicia ha analizado un caso, un atentado, unos responsables directos. 

Pero la gran maquinaria del terror, la gran maquinaria de la domesticación intelectual, política y moral; la gran domesticación para tener tabúes, para no verlos como tan malos como en realidad han sido. Quieren seguir mandando y que sus valores sean hegemónicos. Eso, que es una aberración, va a poder ser juzgado por primera vez en ese juicio.

Los delitos de lesa humanidad significan ver la persecución sistemática de los adversarios políticos, ver cómo mucha gente, decenas de miles de personas o más abandonaron progresivamente y en silencio el País Vasco. Cómo se acobardó a la sociedad vasca, cómo se la atemorizó. En definitiva: cómo se generaron esos valores hegemónicos de los que ahora chulea, y se siente tan orgulloso, Arnaldo Otegi, estos días de campaña.

 No podemos dar por bueno el final de ETA de Bayona y de Cambo [localidad de la frontera francesa donde la banda escenificó el año pasado su final], que es un final de ETA con truco, es el final de ETA que deseaba ETA para contar a los medios de comunicación internacionales que había un conflicto y que, más o menos, había dos partes enfrentadas, tan malas la una como la otra. Falso. 

El fin de ETA que piden las víctimas y que piden millones de personas decentes es el fin de ETA de ese juicio de lesa humanidad donde se vea la refutación de todo lo que dijo ETA, de todo lo que hizo ETA y de todo lo que significa ETA. Y de la refutación de la fobia española, porque si no existiera fobia antiespañola nosotros podríamos ir a Rentería y no nos llamarían facistas.   

(...)  espero que la Fiscalía, ahora que ETA no mata, pueda con toda tranquilidad investigar quién está detrás de esa estrategia de odio y de descalificación del adversario político y de enaltecimiento de aquellos que nos perseguían antes también. 

Lo que nosotros sufrimos allí va precisamente en la línea de una de las recomendaciones de la Comisión Especial de Terrorismo, que pide que a ninguna víctima los entornos de sus agresores le vuelvan a acosar. (...)"                (Entrevista a Maite Pagazaurtundúa, Libertad digital, 22/05/19) Seguir leyendo: https://www.libertaddigital.com/espana/2019-05-22/maite-pagazaurtundua-las-palabras-de-eguiguren-sobre-ternera-explican-por-que-me-fui-del-psoe-1276638853/
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6/6/18

La paliza moral de las víctimas de Alsasua

"A Pilar, la novia del sargento y víctima de la brutal agresión de Alsasua, no la apalearon una vez, sino dos. La primera ocurrió aquella madrugada ignominiosa en el bar Koxka. La segunda fue una paliza moral que se prolonga desde ese día hasta hoy. 

En este tiempo, como ella misma ha contado en el juicio, se ha enclaustrado de puertas hacia dentro del cuartel, ha vivido su embarazo en un estado de nerviosismo que primero le provocó contracciones anticipadas y después le cortó la leche de su bebé, y ha recibido insultos en un supermercado, donde la llamaron “putilla” al servicio de la Guardia Civil.

A María José, la novia del teniente, le ha ocurrido algo parecido, con la única diferencia de que ella no vive en Alsasua, sino que ella es de Alsasua. Por eso el mayor insulto que pueden proferirle es el de “traidora”. 

Traidora por elegir a un novio del enemigo, por tener la osadía de salir con él a la calle, por protegerle cuando la turba se ensañaba con él y por identificar a los agresores con nombre y apellidos, con la seguridad propia de quien identifica a sus compañeros de instituto. 

María José, que según los parámetros de la ideología imperante debía ser una de los suyos, se ha salido del tiesto, de ahí que su particular paliza moral se haya traducido en persecución, en soledad, en vacío y en pancartas insultantes.

Pilar y María José podrían no haber sido las únicas víctimas de los justificadores del matonismo. El dueño del bar Koxka y la camarera, testigos directos de la agresión, podrían haberlas acompañado en el calvario si hubiesen mantenido las declaraciones policiales que hicieron tras la agresión. Sin embargo, durante el juicio, cuando declararon en calidad de testigos, decidieron dar un giro a sus recuerdos y cambiaron de versión.

 No fue, desde luego, una sorpresa: hay que ser valiente para enfrentarse a las cohortes del pensamiento único sabiendo que está en juego tu vida, tu negocio y tu supervivencia social. Ni siquiera la verdad es una razón con el suficiente peso para hacerlo.

Los patrones de comportamiento que estamos viendo en torno a la agresión de Alsasua no son nuevos: se repiten desde hace cuarenta años, el tiempo que ETA y su entorno social y político llevan tratando de imponer un proyecto totalitario y excluyente en las sociedades vasca y navarra. 

Que los pistoleros hayan depuesto las armas no significa que hayan renegado de sus ideas. De hecho, aunque quisieran hacerlo, ya es tarde: han calado tan hondo que desvincularse ahora de ellas sería hacerlo de una parte de su identidad y eso ellos, que pretenden lograr la honra del héroe, no se lo pueden permitir.

Por eso la campaña Alde Hemendik (Fuera de aquí) contra las fuerzas de seguridad sigue vigente. Por eso apalearon a los guardias civiles y a sus novias. Por eso han activado el mecanismo que convierte a los agresores en verdugos y a las víctimas, en culpables por no estar en el único sitio donde se las admite: fuera de sus dominios. 

Y encima, en lo que probablemente perciban como una provocación, tres de las víctimas continúan ligadas con Alsasua. De ahí que hayan decidido hacerles la vida imposible y conseguir que, como decía la novia del sargento, sientan que tienen que pedir perdón por ser víctimas. A eso se le llama paliza moral.

Cada uno de los episodios de esa segunda agresión habían permanecido silenciados durante dieciséis meses, mientras el ruido mediático lo capitalizaban los “chavales” de Alsasua. Ahora por fin los testimonios de las víctimas han salido a luz, pese a los intentos de los abogados de los acusados para que los medios de comunicación no tuvieran acceso a ellos. Su entramado propagandístico puede seguir clamando por una versión edulcorada de los hechos, pero el relato de las víctimas es esclarecedor. 

Los jueces decidirán si los hechos son o no un delito de terrorismo, pero el sentido común nos dice que lo ocurrió aquella madrugada de octubre, y los meses que la siguieron, fue mucho más que una simple y aislada pelea de bar."                   (Consuelo Ordóñez, El Español, 20/04/18)

5/6/18

La novia del teniente agredido en Alsasua: “Me da miedo volver a Alsasua, perdí mi vida, lo perdí todo”. La vida de mis padres comienza a ser un infierno, con pancartas frente a casa, en el portal, se nos raja el coche, se nos destroza la máquina de bolas del bar...

"María José, la novia del teniente de la Guardia Civil que se llevó la peor parte de la agresión multitudinaria en el bar Koxka de Alsasua el 15 de marzo de 2106, ha relatado este martes en la Audiencia Nacional el ambiente de opresión y vacío social a que la izquierda abertzale somete a los agentes del instituto armado, y a sus familias y allegados en la localidad navarra.

 Tras el ataque y la posterior denuncia, la joven ha “tenido que abandonar” el pueblo en el que vivía desde los tres años y donde sus padres, que regentan un bar, siguen viviendo “un infierno”, según ha manifestado.

 “Me da miedo volver a Alsasua, no he vuelto desde aquel día, perdí mi vida, mi hogar, todo. Lo perdí todo”, ha asegurado María José a preguntas del fiscal José Perals, que reclama penas de entre 12 y 62 años de prisión para los ocho acusados por delitos de lesiones y amenazas con carácter terrorista.



La joven, de 21 años, ha identificado sin dudar y “al 100%” a los siete hombres que ocupan el banquillo de los acusados como los autores materiales de la paliza, en la que su novio sufrió la fractura de un tobillo y diversas contusiones. En el ataque fueron también víctimas la propia María José, un sargento de la Guardia Civil recién llegado a Alsasua y la pareja de este. 

“Hay personas que participaron en la agresión a las que no he acusado porque no estoy 100% segura de que estuvieran allí ese día. De hecho, estoy seguro al 90% que varios testigos de la defensa que van a venir a declarar estuvieron”, ha afirmado.

La testigo ha ratificado el supuesto papel protagonista en el ataque de Jokin Unamuno, a quien la investigación vincula con Alde Hemendik y Ospa, movimientos de la izquierda abertzale para lograr la expulsión de la Guardia Civil y la Policía Nacional del País Vasco y Navarra. 

Este, según ha dicho, entró en el bar Koxka dispuesto a enfrentarse con los guardias, que estaban fuera de servicio. “Si no hubiese iniciado o alentado la agresión no estaríamos aquí, nos agredió tanto dentro como fuera del bar”, ha afirmado.

María José ha dado detalles de los agarrones, puñetazos, empujones y patadas que recibió el grupo. “Recuerdo el odio y la saña con la que daban a Óscar [el teniente] en la cabeza. Protegí a Óscar más que a mí misma, porque si no Óscar hubiese tenido secuelas mucho más graves”, ha dicho. “Nadie salió en nuestro auxilio, nadie trató de frenar el ataque o de llamar a la policía o la ambulancia. La gente lo alentaba y aplaudía. Temí por mi integridad y sobre todo por la vida de Óscar”, ha añadido.

Sin embargo, al margen de los detalles del ataque, la declaración de la testigo María José ha sido rica en pinceladas sobre el ambiente de rechazo a la Guardia Civil que se vive en Alsasua, un municipio de 7.000 habitantes con una notable implantación de la izquierda abertzale y en el que todo el mundo se conoce, aunque solo sea de vista. 

La joven, que antes no había tenido contacto con guardias civiles, comenzó a salir con el teniente Óscar en marzo de 2016. “Yo sé dónde vivo, sé que iba a tener represalias, pero al final no puedes dejar que te impongan lo que puedes hacer o no, aunque mucha gente me retira el saludo”, ha dicho. Sin embargo, este ambiente pesaba. Según ha relatado, en septiembre de 2016, en una feria de la cerveza, María José estaba con sus amigos. “Una persona se me acercó y me preguntó si salía con un madero, y lo negué por miedo, me sentí intimidada”, ha reconocido.

Tras la agresión que supuestamente realizaron sus vecinos, María José perdió a todo su círculo social en Alsasua. “Todo el mundo se alejó de mí por miedo, me hicieron la vida imposible”, ha afirmado. “A día de hoy me da miedo volver a Alsasua, no he podido pasear a mi perra sola, y tardé siete meses a volver al bar de mis padres, que era mi hogar”.

Uno de los momentos en los que la joven ha perdido la entereza ha sido al acordarse de sus progenitores. “Su vida comienza a ser un infierno, con pancartas frente a casa, en el portal, se nos raja el coche, se nos destroza la máquina de bolas del bar, pancartas día sí día no… Lo que más se me ha quedado clavado es una pancarta que pegaron grande al lado de mi casa y que ponía “Herriak ez du barkatuko” [“El pueblo no perdonará”, en euskera].

María José ha detallado las secuelas psicológicas que le ha dejado la agresión y por las que está recibiendo tratamiento. “Llegué a un punto de mi vida en el que no veía salida, me veía sola, se destrozó mi vida por completo, me vi humillada y traicionada, y llegué al límite de no ver salida y pensar en quitarme de en medio, era la única forma que yo pensaba que esto iba a parar y dejar el sufrimiento”, ha dicho."                    (Fernado J. Pérez, El País, 30/04/18)

23/2/17

No era, no es, un odio cualquiera, sino un odio político que sirve para construir un sistema político... el antiespañolismo fanático y antidemocrático no se ha afrontado en el País Vasco y Navarra

"El extraordinario poema “La casa de mi padre” de Francisco Javier Irazoki comienza así: «Desde la casa / primero se veía el miedo / y después, / el color verde del paisaje».

Les ruego que sigan el hilo de tres historias que, en el fondo, siguen siendo la misma.

Cuando el 8 de agosto de 2002 más de 30 miembros de Batasuna se acercaron a la Casa del Pueblo de Andoain, para precintarla, se encontraron a dos hombres dentro: uno era el concejal socialista Estanis Amutxastegi y el otro, mi hermano, Joxeba Pagazaurtundúa. Los de Batasuna, pese a gobernar el municipio, también utilizaban técnicas mafiosas en sus campañas de propaganda. Jugaban a doblegar a los partidos constitucionalistas. El miedo era intenso y una mayoría se resignaba.

Los dos hombres de esta historia real y otro puñado de socialistas mantenían una mínima actividad en aquella sede, pese al peligro cierto que se cernía sobre todos ellos. Sabían que abrir la persiana todos los días, aunque fuera un rato, era un importante acto de resistencia civil.

Habían sido acosados antes. Quemaron antes y después sus viviendas y coches. Ese día, los dos hombres fueron insultados y amenazados. Y uno de ellos, Koldo Otamendi, al que Joxeba pudo reconocer perfectamente, se alejó después de golpearle con un palo al grito de «ya te pillaremos». «¡Españoles, fascistas!». 

A Joxeba, seis meses más tarde, un etarra le descerrajó varios tiros en la cabeza. Poco tiempo después, el agresor, que ni se presentó en el Juzgado de Tolosa donde se vio el asunto, fue condenado a 350 euros de multa.

La frase de que había que matar a todos los españoles la solíamos escuchar al descuido, cuando pasábamos de día junto a una txozna durante las fiestas patronales, un suponer. De noche el riesgo de una agresión física era mucho más intenso. El odio antiespañol se combinaba con la búsqueda de la expulsión física o la eliminación. No ser nacionalista vasco como ellos suponía, en su jerga, ser fascista y esta consideración suponía levantar la veda para todo lo demás.

No era, no es, un odio cualquiera, sino un odio político que sirve para construir un sistema político fuera de España. Los nacionalistas que no mataban, duros de corazón, estaban a otras cosas. En mi opinión el antiespañolismo fanático y antidemocrático no se ha afrontado en el País Vasco y Navarra de forma clara y sin tapujos. Nuestra vida privada ha mejorado, pero hay un tipo de microviolencia moral en muchos espacios que no se quiere evaluar.

El 15 de octubre de 2016 un grupo de jóvenes del entorno nacionalista heredero de Batasuna reconoció en un bar de Alsasua –Navarra–, por la noche, a dos guardias civiles y sus parejas. Los insultos dieron paso a una agresión brutal que sólo terminó cuando llegó la policía foral y disolvió a la jauría. Les gritaron cosas como «hijos de puta, putos pikoletos, txakurras, fuera de aquí (…) Esto os pasa por venir aquí, tenéis lo que os merecéis».

Las campañas de acoso a la Guardia Civil y sus familias en Alsasua contienen todos los elementos tradicionales de la estrategia política antidemocrática de Batasuna.

 Han hecho el vacío a la chica de Alsasua, pareja del teniente de la Guardia Civil, por serlo. Las vejaciones son continuas. A las mujeres de los guardias llegan a escupirles a la cara; les estigmatizan para que todo el pueblo sepa que quien está con ellos correrá la misma suerte. (...)

La tercera historia empieza en el momento en que desaconsejaron a Consuelo Ordóñez, la presidenta del Colectivo de Víctimas del País Vasco, que se acercara a Alsasua el día 22 de octubre de 2016, porque se esperaba una concentración multitudinaria en favor de los agresores de los guardias y sus parejas. 

El odio se mostró en cuanto simplemente se colocaron ante ellos. «Fascistas». «Asquerosa». «Fuera de aquí». «Vosotros odiáis», «vete a tu pueblo»… fueron algunos de los insultos. Son la muestra del mismo tipo de intolerancia y odio político que identifica como fascista a todo aquello que no se somete a la hegemonía del nacionalismo.

Si Covite no lo hubiera denunciado, no se habría incoado el procedimiento sobre las responsabilidades judiciales de la agresión y esto, una vez más, muestra la debilidad del Estado. Sin Covite no se habría conocido la verdadera dimensión del odio, pero además las agresiones habrían quedado impunes.  (...)

El poema de Francisco Javier Irazoki es un canto a la superación de la tragedia del terrorismo nacionalista vasco cuando, algún día, «sólo veremos un clavo enfermo en el sitio donde estuvieron las frases de quien justificó el crimen político». 

Con la ponencia del Parlamento Vasco no será posible.
En opinión de mi familia, el clavo enfermo de nuestra sociedad sigue siendo el discurso del odio enmascarado y escondido en los prejuicios de los que nos persiguieron. Por eso no condenan su pasado. Por eso ensalzan a los asesinos. Por eso los ven como víctimas.

Lamentablemente hay resignación –una forma de consentimiento– de muchos otros a este estado de cosas que sigue siendo intolerable y debilita nuestro futuro."           (Maite Pagazaurtundúa, europarlamentaria. El Mundo, 04/02/17)

30/12/16

No puedo considerar bueno a nadie que no haya sido sensible con las víctimas. No puedo. Y ya puede ser gente de mi familia a la que quiero mucho, pero no le puedo considerar una buena persona. Es que uno de los asesinos vivía en el piso de arriba de la viuda

"¿De dónde surge este gusanillo de elegir el tema de ETA y las víctimas? ¿En qué momento decides coger esa senda?

No tengo ninguna duda de que surge de la rabia y de la impotencia. A mediados de los ochenta, más o menos. Rabia, de empezar a comentar con algún pequeño círculo de amigos el horror que vivimos, que sentíamos con lo que estaba pasando allí.

Con un amigo pensamos que podíamos hacer algo en cine que tuviera que ver con esto, con expresar lo que sentíamos como ciudadanos, horrorizados por vivir en un sitio donde se mataba a gente y parecía que no pasaba nada. 

Y además ni nos atrevíamos a decirlo en público. Es una paradoja, porque pensábamos: joder, si no te atreves ni a discutirlo por ahí con otra gente, y vamos a hacer algo público, una película… Pues sí. Vamos a hacer algo que sea importante para nosotros, y que pueda tener trascendencia, que lo vea otra gente. Y estuvimos durante cuatro o cinco años intentando levantar un largo de ficción.

 Era una película que entonces era en clave política-ficción: ¿qué pasaría si ETA desapareciera, qué habría pasado si ETA hubiera desaparecido hace diez años? Una especie de thriller, con tintes políticos. Yo creo que pensaba todo el mundo que aquello no se iba a acabar nunca.

La única manera de abordarlo era la ficción.

Sí. Pero no pudimos hacerla. Yo todavía lo compaginaba con la fotografía, trabajaba en la Diputación de Vizcaya, en el gabinete de prensa. Habíamos hecho muchos contactos, pero no despegó. Entonces pensamos en hacer un documental, y el primero, en 2001, lo rodamos en tres meses, un mediometraje de treinta minutos, Sin libertad. Esa fue nuestra salida del armario, nuestro grito de rabia.

¿Qué acogida tuvo?

Ganamos un concurso en Nueva York de cine independiente, al mejor director de documental internacional. Estuve finalista en el Hollywood Festival, en Los Ángeles. En España tuve cuatro o cinco premios. En América otros dos. En Rochester, en Hamburgo, una docena de premios. Y entonces ya nos animamos a hacer un largo.

¿Y en el País Vasco?

Causó mucha sensación. Di entrevistas en la prensa y noté, digamos, no voy a entrar en detalles, que se me empezó a hacer un cierto vacío social.

¿Notaste que eras como un apestado?

Sí. En cuanto salí en el periódico hablando de la película. Yo había hecho cortos y alguna vez había salido en el periódico, y mis compañeros de trabajo se alegraban, te comentaban, pero cuando salió una entrevista en El Correo sobre la película de ETA empezaron a cambiar los gestos, las relaciones se enrarecieron. Recuerdo que una compañera me dijo: «¿Sabes dónde te has metido?». Le pregunté si había hecho algo malo, y no respondía.

Eras fotógrafo y el teléfono dejó de sonar.

Exacto. En ese tiempo estuvimos ya pensando, no desanimados sino animados por el éxito de la película, en hacer un largo. Sin libertad eran intervenciones de víctimas y de gente perseguida, Savater, Azurmendi… queríamos hacer una película de casos de víctimas, pero desconocidas, las más desconocidas que pudiera haber con historias. Y eso es lo que hicimos.

Trece entre mil, en 2005.

Sí, estuvo nominada a los Goya. (...)

Al margen de los problemas para hacer las películas, ¿te has sentido solo?

La soledad, si te refieres a la social, joder, es tremenda. De explorador en el Polo Norte.

¿Cómo es posible que con el gran tema que hay ahí, ETA, en el cine, en literatura, se haya hablado tan poco de ello? Como el elefante en la habitación.

Porque nadie quiere hablar de ello. No está escrito que hable nadie de ello, pero todo el mundo lo sabe. Hay unos códigos que son muy difíciles de explicar cuando sales de allí. Hemos visto muchas películas dramáticas de sociedades muy opresivas, de nazis, de los judíos y tal, acerca de que el ser humano es capaz de aislar a otros por la puñetera ideología, pero es que no acabas de creértelo.

 Yo creo que la gente puede entender mejor un asesinato de una señora aquí, en la Gran Vía de Madrid, que lo que les puedes contar de allí. Hemos vivido una situación muy extrema, en todos los sentidos.

También hay un instinto de supervivencia. Lo ves con los inmigrantes, que llegan de todas partes de España, y ahora extranjeros, miran alrededor y ya saben lo que tienen que hacer, lo que no, de qué hablar y de qué no hablar. 

En una semanita te enteras. Pero allí eso lo sabemos todos. Que yo me ponga a hablar de esto… Detectaba quién había leído mi entrevista en el periódico y quién no, por la mirada de la gente, por cómo se dirigía a mí.

 Y ha durado tanto tiempo esto que todo se ha ido montando para que parezca un accidente. Si a uno le aíslan, le sacan de una actividad… No me gusta mucho la expresión, pero le matan civilmente. Deja de existir en su espacio profesional.

Por ejemplo, en la ETB, la televisión pública vasca, hubo una polémica porque no emitieron el documental 1980, sobre el año más sangriento de ETA.

Ha puesto alguno, sí, y nos ha comprado los derechos de la última película, no sé para qué, igual hacen un pack con siete películas de presos. Lo que pasó aquella vez es que dijeron que era «un poco sesgada» y por eso no la ponían. Salió un diputado del PNV diciendo que la película tampoco era nada del otro jueves, y los especialistas de la ETB ya saben lo que compran y lo que no. Fue gracioso.

¿Qué piensas cuando te acusan de que un documental está sesgado porque solo habla de una parte?

Es que es verdad. Claro que es sesgado.

Lo dicen como defecto, como algo que invalida la obra.

Sí, sí. Claro, porque allí lo que se lleva mucho es repartir la culpa —en ese asunto, en el resto, no—. Nada es blanco, nada es negro. No hay buenos, no hay vencedores ni vencidos. Solo en este asunto, insisto. En este asunto hay un relativismo alarmante. Merecen la santidad esos tipos de corazones tan grandes, que no ven malos porque a todos hay que tenderles la mano.

En Trece entre mil ves a trece personas que han sufrido y lo cuentan. Humanamente, lo ves y… ¿dónde está el problema de eso?

No lo sé. Claro, lo he pensado mucho. Y además se lo he reprochado a varios nacionalistas: «Ah, ya entiendo cuál es el asunto: ¿tú detectas que yo no soy nacionalista porque me dedico a contar historias de víctimas? Pues el problema lo tienes tú, ¿no?». 

No me han contestado nunca a eso, se me escapan. Yo no he tenido amenazas físicas, a mí los malos no me han hecho la vida imposible, me la han hecho los otros, los que parecen buenos. Que conocían a mi familia, que mi familia ha sido nacionalista…

¿Eras la vergüenza de la familia?

Sí. Y alguno ha dicho, me he enterado no hace mucho: «Ah, ese traidor». Traidor. Quiero decir que la cuestión clave es esa. Ellos se dan cuenta de que yo no soy nacionalista, a pesar de mi familia y de lo que podrían imaginarse; se dan cuenta cuando me preocupo por el mundo de las víctimas. (...)

¿Por qué crees que las víctimas a veces están… tan mal vistas? ¿Por qué son incómodas?

Puede parecer exagerado, pero creo que si hubieran podido nos habrían eliminado a todos. Los que sobreviven, molestan.

Hablo más de la sociedad en general. ¿Por qué esa falta de empatía hacia gente que ha sufrido tanto? Más allá de la ideología de las propias víctimas, porque ni siquiera se sabe cuál es. Hay de todo.

No es fácil de responder, claro. Algo tiene que ver con lo que te digo: la molestia de ver a los supervivientes. Los supervivientes al final son un espejo donde nos miramos todos. Pero mira los atentados de extrema derecha, por ejemplo.

 La gente hablaba de ello, le parecía horrible, se manifestaba, y con las víctimas de la extrema derecha no hay ningún problema para ponerles nombres de calles. Se les ha reconocido popularmente. 

El componente nacionalista en ese asunto implica a todo el mundo. No son electoralmente una mayoría nacionalista, pero todo está impregnado de nacionalismo. Eso, que parece que no, está vinculado al impulso que han tenido los terroristas para hacer lo que han hecho.

Yo, después de toda esta experiencia, no puedo considerar bueno a nadie que no haya sido sensible con esto. No puedo. Y ya puede ser amable, y gente de mi familia a la que quiero mucho, pero no le puedo considerar una buena persona. 

Porque lo ligo con la coexistencia que hemos tenido todos con este asunto. Si dicen: «Yo no he tenido nada que ver…», es imposible. Desde la decisión de mandar a un niño a un colegio o a otro ya estás pensando si conviene, si no conviene. Las decisiones más íntimas.

Tomarse una caña también era una decisión política.

Tomarte una caña en un sitio o en otro, ir a unas fiestas, no ir. Ir a las fiestas de Bilbao y ver allí los carteles. Cualquier cosa de esas, si las comentas con otro amigo, por ejemplo, es una incomodidad. Me quedé sin amigos también. Sin algunos buenos amigos, con los que tenía muchísima relación. Se desvaneció el asunto. Y estoy seguro de que fue por esta actitud.  (...)

El documental cuenta casos en los que el sumario se abría y se cerraba en cuestión de días, o que no había investigación porque no había testigos, o hacían cuatro fotos, autopsia y se acabó, o pasaban cinco años y no había novedades, o se cometían negligencias. Cosas de burocracia.

Estaba todo impregnado de la reivindicación nacionalista. Algo sobrevolaba a la sociedad de manera que transmitía que lo nacionalista tenía algún sentido. Y si mataban pues pensabas que Franco y tal, que han sufrido, y se llegó a creer el muestrario victimista de los nacionalistas. 

La policía, los jueces, el Estado también se excedieron en algunas ocasiones, como respuesta al terrorismo. También está el miedo que podían tener, pero aparte de eso yo creo que también había esa idea de: «Bueno, ya se arreglará, esto no puede durar toda la vida, algo habrá que darles a los nacionalistas para que esto se pueda solucionar, si hay gente que es muy buena, a ver cuándo dejan de matar, vamos a facilitarles las cosas…». ¿Cuántas facilidades se les ha dado para que acaben?

Y estos casos sin resolver: los papeleos, los plazos, los trámites, las negligencias… ¿cómo han sido posibles?

Dejadez, malas investigaciones, muchas cosas. En la época había demasiados atentados para los equipos que había en la policía, no daban abasto. Eso dicen ellos.

Explican que no les daba tiempo ni a terminar los atestados porque había atentados cada tres días.

El Estado era débil en el sentido de que no se supo atacar el terrorismo de una manera radical, contundente, con la ley. Se daban concesiones a los nacionalistas en virtud de pensar que si se les daban cosas, se iría acabando.

Hay un efecto en tus películas que es muy interesante: cuando metes imágenes de archivo y te traslada inmediatamente a la época. Esas imágenes tienen el efecto de que, de repente, ves cosas que te parecen increíbles vistas hoy, pero que sin embargo en el momento casi ni las veías porque te parecían normales. En ese salto está toda la distorsión. Asambleas municipales, gestos, declaraciones, personajes que dicen cosas inconcebibles…

Sí. Hemos vivido cosas que hasta a mí, que estoy empeñado y rebosante de documentación, no dejan de sorprenderme. Y es eso: ¿cómo hemos podido vivir así? En la película sale un tío, un etarra, que venía de la cárcel, dando un discurso en el Parlamento Vasco, en el 89 me parece, y todos escuchando como si nada. 

A algunos de los que están ahí en el Parlamento les matan años después. Ha sido un estilo de acometer algo que ha estado cuajado de errores, todo han sido errores.

Luego hay muchas historias escondidas. Primero se produce una acumulación de atentados, pero luego ya pasa un tiempo y se homogeneiza todo. Se va despersonalizando. En tus películas uno recupera las historias y los matices de lo que fue ETA. Una de esas historias de tu última película es la de los dos niños de cinco y siete años que se quedaron huérfanos porque mataron a sus padres, a los dos, acusados de ser toxicómanos. Manuel Paredes y Elena Montero, treinta y tres y treinta años. En 1990. Salían de un bar en la parte vieja de San Sebastián. Cada historia podría ser una película.

Sí, sí. Una película con muchos ingredientes, novelescos casi. Y no es que mataran a sus padres, es que tienes que ver cómo la justicia no te asiste, cómo acusan falsamente a tus padres, cómo los vecinos igual son los que han dicho: «Maten a esos, que vienen a las nueve y media a casa, o van al bar no sé qué». Convivir con todo eso. (...)

Cuando llamas a las puertas, ¿con qué personas te encuentras?

De todo. Pero muy receptivas, sobre todo. Con ganas de hablar. Yo recuerdo las primeras que hicimos para Sin libertad. Me acuerdo de la mañana exacta en la que hicimos la primera. Llamamos a la puerta, y la sensación de ser consciente de que íbamos a hacer algo que sería importante, la sensación de estar en una cocinita pequeña, con una madre y un hijo, la familia del enterrador de Bergara, que no me conocían de nada.

Tuviste la sensación de abrir una puerta que no había abierto nadie.

Exactamente. Y no les habían preguntado nunca nada. Y me abrieron el corazón, si puedo decir. Me abrieron la peor experiencia de su vida. Se la cuentan a un desconocido, que eso también tiene algo de… A mí cantidad de gente me ha dicho: «Esto no se lo he contado nunca a nadie, ni a mis hijos».

¿Cuál es la historia de Luis Domínguez, que simplemente era el enterrador del cementerio de Bergara? He leído que lo mataron porque enterraba a guardias civiles. Fue en 1980. Tenía treinta y nueve años, cinco hijos.

Enterraba a guardias civiles y luego él era cazador, iba al cuartel para las licencias, charlaba con ellos, se tomaban un vino, era como colega de guardias civiles. Chavales eran. Todos los guardias civiles que iban al País Vasco eran chavales. Y por eso lo mataron. Supongo que en los entierros los enterraría bien y de ahí la ofensa.

 Lo amenazaron y le hicieron alguna otra cosa antes de matarlo. Lo mataron en la puerta del cementerio, y uno de los asesinos, años después, cuando hicimos la entrevista, vivía en el piso de arriba de la viuda. (...)

Hay historias olvidadas que hoy sorprenden. Como los atentados simultáneos en 1979 con bombas en Atocha, Chamartín y Barajas, en los equipajes. Nueve muertos. Nadie se acuerda.

Sí, sí. Han cambiado mucho las cosas. A la gente ahora le puede costar más olvidar algo porque la información es más profusa con todo lo que tiene que ver con el terrorismo. Pero fíjate, un atentado en un aeropuerto y en dos estaciones de tren, y yo casi ni me acordaba tampoco. Me sonaba que fue una de las últimas cosas que hizo ETA PM. Luego dejaron las armas. (...)

Creo que más importante que recordar fechas y nombres es dejar claro a la siguiente generación lo que estuvo mal y por qué. Sacar la esencia de todo esto tan trágico que hemos vivido. Lo que te tiene que importar es que aquello estuvo mal, que no se puede defender nunca que alguien mate por una ideología, o que años después digan: «Bueno, no estuvo tan mal».

 No. Estuvo mal. Mataban a la gente por la calle, a inocentes. Acorazados por una ideología. ¿Cuál? Esta. ¿Y los que lo hicieron, dónde están? Uno en el Parlamento Vasco, veinte en Ayuntamientos, seis en Madrid, y dices, ¿cómo es posible? Todo eso hay que entenderlo, más que memorizarlo. Entenderlo. Para que sirva. 

Me digo: ¿de esto qué vamos a sacar? Se va a pensar la gente que quiero meter el dedo en el ojo a todos. Pues igual, pero yo creo que lo positivo es la lectura de mis películas, que es ver el horror. 

Hablan de ideologías: esto es lo que hace una ideología. Detrás de estas historias hay una ideología, bien sembrada, bien regada por gente incluso buena, que ha hecho que otra gente con ganas de apretar el acelerador acabe eliminando a gente. A ciudadanos. Lo importante es que la gente entienda que estuvo mal el terrorismo, que no se puede repetir. (...)

¿Alguien ha venido a decirte, después de tanto tiempo, y con la paz, que siente el vacío que se te hizo, que quizá no se portó bien contigo?No. Y has dado en el clavo. Es algo que yo lo llevo pensando mucho tiempo. (...)

Quieren que una señora que ha perdido a su marido, a su hijo o a los dos a la vez, les crea y les perdone. Y con otros, entre vecinos, yo creo que debería resultar más fácil, lo que dices tú: que vinieran adonde estoy, por ejemplo, y reconocieran lo que hicieron mal. Yo estoy convencido de que eso ni se les pasa por la cabeza a los nacionalistas. (...)

¿Tienes la sensación de que por hacer películas de víctimas te consideran de derechas?

Me meten en el saco en el que han metido a todos los que han expresado públicamente que están contra el horror de ETA, que fíjate tú, si yo estoy contra ETA, ¿por qué te molestas? ¿Qué tienes que ver con ellos? 

 A todos los que han manifestado públicamente rechazar a ETA, ya les han visto como antinacionalistas, que igual también. Ellos hacen una ecuación: antinacionalista, españolazo, de españolazo a extrema derecha, antidemócrata también, y luego ya, en mi caso, que tengo apellidos vascos… traidor. Nada bueno. (...)

¿Has pensado en asomarte al otro lado, al de ETA?

Claro. Sí, me interesa muchísimo. Poder plasmar en una película lo que piensan. Hay dos libros muy interesantes. Una temporada de machetes (Anagrama, 2004) de Jean Hatzfeld, un periodista francés, sobre la matanza de los hutus y los tutsis. Diez años después, un periodista está cubriendo aquello, vuelve allí y entrevista a los que habían matado. 

Uno era maestro, el otro agricultor, les pregunta por qué lo hicieron… apasionante. Y hay otro libro que escribió Fernando Reinares de entrevistas a presos de ETA. Se titula Patriotas de la muerte (Taurus, 2001). Muy académico. Hace unos perfiles y luego les hace unas preguntas comunes a todos, y está muy bien, porque no hay un relato común. 

Y ves que no hay nada detrás. Nada de que en el año 1500 nos conquistaron, y a partir de ese momento… no. Que si a mi padre le pegaron una paliza, es que mi abuela hablaba euskera y le pegaban en el colegio de pequeña, es que Franco… No, no hay nada. Por eso es interesante. Conocer lo que piensan al otro lado es interesantísimo. 

 Puede serlo. ¿Para qué? Precisamente para desmontarlos. No hay nada que les haya llevado a esto. El pasado, como dice un amigo mío, el pasado en Euskadi es imprevisible. Cada uno te cuenta una película del pasado, y se queda tan ancho. Hay muchas cosas por contar, y una es esa. (...)

Lo que te llevó a esto fue la rabia. ¿Hubo algún momento puntual, algún atentado, alguna imagen?
Una acumulación. Yo tenía miedo de no poder hacer nada personalmente por esto. Bueno, me dije, pues una película, y tampoco es fácil. No es lo mismo que hacer un cuadro grande como esta pared. No era fácil, pero cuando acabamos aquella película, la primera, pensé: «Me puedo morir. Ya he hecho algo»."                   (Entrevista a Iñaki Arteta, JOT DOWN 28/12/16)

6/12/15

Como el alemán, el nacionalismo vasco es biológico, antes que étnico. Su clave de bóveda es la raza. En torno a ella, la religión, la independencia y el euskera

"A principios del siglo XVII, en la segunda parte apócrifa del Guzmán de Alfarache, un lacayo vizcaíno, “apasionado de su hidalguía y de su tierra”, suelta un interminable discurso sobre la excepcionalidad de Vizcaya. 

No faltan en él la idea de la independencia originaria, los fueros como expresión de su libertad y de la nobleza de sus habitantes, la limpieza de sangre protegida al impedir el avecindamiento de moros y judíos, la exaltación de la lengua, ni siquiera el recuerdo de la batalla de Padura, luego llamada Arrigorriaga por sus peñas tintas en sangre de los leoneses que quisieron conquistar Vizcaya. 

Casi tres siglos más tarde, Padura es la primera de las cuatro victorias de cartón piedra frente a León y Castilla, que constituyen en 1892 el núcleo político del libro-manifiesto de Sabino Arana Goiri, Bizkaya por su independencia.

Los demás elementos siguen ahí, en todo caso actualizados. Los fueros se convierten en leyes viejas,legitimación de la independencia; la pureza de sangre se aplicará contra los inmigrantes maketos; el euskera y la religión han de verse liberados de la contaminación española. 

Pero el mensaje de guerra, ahora refrescado por las guerras carlistas, constituye el núcleo de la propuesta, con el árbol de Guernica por emblema, como ya lo fuera en la perorata del lacayo, de una “Vizcaya libre, soberana y sin señor”. Horizonte luego ampliado a Euskadi y al conjunto de Euskal Herria.

Así que en el caso vasco, aun cuando el nacionalismo se construyó sobre una tradición cargada de mitos, los mismos se encontraban ya profundamente enraizados en la historia. 

Aunque la crisis económica y bélica pareció dar la razón al diagnóstico de Engels hacia 1850, situando a los vascos entre las “ruinas de pueblos”, condenadas por el atraso a desaparecer, no sin antes sostener causas reaccionarias. 

Lo segundo se confirmó, con el nacionalismo finisecular como heredero inmediato del carlismo; pero el impacto de la industrialización en Vizcaya, con sus consecuencias de traslación de poder, y cambios demográficos y culturales, hizo que el sentimiento agónico —el ill da euskera!, ha muerto el vascuence, del poeta Arrese y Beitia— sirviera de impulso al nacionalismo agresivo de Sabino Arana. 

Llevó al joven vizcaíno a emprender una cruzada contra la dominación española y la “invasión” de los inmigrantes, socialistas y ateos. Con la independencia como objetivo irrenunciable.

Como el alemán, el nacionalismo vasco de Sabino Arana es biológico, antes que étnico. Su clave de bóveda es la raza. En torno a ella, la religión (que comparte con el integrismo), los fueros como independencia (fuerismo también compartido), ambos reunidos en el lema JEL, y el euskera (que Sabino nunca habló bien) fueron rasgos de su movimiento, pero no exclusivos. 

El racismo venía de atrás (losmaketos como belarrimochas, orejas cortas, en la estela de la discriminación pirenaica contra los agotes), se reforzará con la satanización carlista de belchas o liberales, y servirá luego contra los nuevos rivales en la lucha por el poder y en el conflicto social. Cierra el círculo el anticastellanismo vivido en Barcelona como estudiante. 

Es un fenómeno que se repite hasta hoy a escala europea, cuando odio racial y xenofobia alimentan movimientos como el Frente Nacional en Francia. La violencia nacionalista contra el otro aparece desde un principio con el asalto a círculos liberales, en Bilbao, por admitir a maketos, o en Gernika por exhibir la bandera española. Aquí gritan por vez primera: “¡Muera España!”.

Tal es la cara oscura de la vertiente más atractiva de Arana: desarrollar una acción agónica por superar el “esto se va”, que él mismo diagnosticara para la lengua y la identidad vascas. A partir de ahí el sabinianismo puso en marcha una fecunda iniciativa, al insertar el movimiento patriótico en la sociabilidad y gestar la hegemonía apoyándose en una microsociedad constituida por losbatzokis, centros socio-políticos donde se piensa y se vive en nacionalista.

Sabino Arana admiró al único santo vasco disponible, Ignacio de Loyola. La visión militante de la Compañía de Jesús, infalible a su juicio, giraba sobre el concepto de enemigo, aplicable a españoles yeuskaldunes traidores. Desde ahí, Ignacio pasa a inspirar la idea de una organización fuertemente disciplinada, pensada para imponer los principios excluyentes del partido al conjunto de los vascos. 

Concepción bélica, pero también pragmática. Absolutismo ideológico, flexibilidad en los medios (alianzas, objetivos parciales). De Sabino a Arzalluz, habrá que “entrar con el enemigo”, no rehuir el ingreso en su espacio político, siempre que se salga con uno mismo. Una férrea disciplina evitará desviaciones.

Esto explica el mal entendido viraje final hacia una Liga de Vascos Españolista en 1902. No se trató de moderación, sino de ajuste táctico a una coyuntura de persecución, entrando con el enemigo.Bajo la máscara regionalista, el objetivo final permanecía, y nada lo prueba mejor que el melodrama Libe, del mismo año, donde el relato vuelve a las batallas victoriosas contra Castilla. 

No hay dos almas en el nacionalismo sabiniano, cuyos seguidores hasta ETA esgrimirán “la pureza doctrinal”, sino dualidad táctica y tensiones con esa voluntad de adecuación que ya se afirma, muerto Sabino, cuando el PNV defiende el Concierto Económico en 1905 frente a los zelotes de la independencia. Intereses frente a ortodoxia. Únicamente al salir de escena ETA se ha resuelto el dilema.

Al llegar en noviembre de 2003 el centenario de la muerte de Sabino Arana, era previsible su triunfo póstumo. Fue el año en que ETA asesinó a Joseba Pagazaurtundua y en que Ibarretxe presentó en el Parlamento vasco su plan de constituir un Estado Libre Vasco en nombre de la inevitable “soberanía originaria”. Podía confirmarse lo que el amo dijera al lacayo del Guzmán: “por hacer a Vizcaya querer deshacer a España”.

Cuando ya se han cumplido los 150 años del nacimiento de Sabino, cabe anotar cambios sustanciales. La convergencia entre independentismo político y lucha armada se estrelló con la pérdida del Gobierno por el PNV en 2009 (ocaso del maximalismo), y sobre todo contra la derrota inapelable de ETA en 2011. 

Los mitos no han desaparecido, ni la voluntad abertzale de mantener la tensión por el “proceso de paz”. Solo que la convivencia surgida tras el fin del terror y el reconocimiento de las ventajas económicas del Concierto, convertido en auténtica Constitución vasca asumida por todos, disiparon esa nube de violencia sembrada por Sabino Arana.

 Se acabó, esperemos que por siempre, Bizkaya por su independencia.Eso sí, como compensación el PNV lleva a su antojo una construcción nacional vasca donde la mitología sabiniana sigue vigente."              

 ( es catedrático de Ciencia Política y autor de Tras la huella de Sabino Arana (2005). en El País, 28/11/15)