"Quim Torra se puso a llorar casi una decena de veces en plena
pandemia, según relata él mismo en el dietario “Les hores greus” (1).
Algún día hasta en tres ocasiones.
“Que momento tan grave. Lloro. Es la primera vez en tanto tiempo.
Lloro en la cama”, apunta a pimera hora del 18 de marzo del 2020. El 25 del mismo mes otra vez: “No puedo más. Subo a la habitación y me pongo a llorar. No puedo parar”. El jueves 26, tres veces. Al mediodía Mònica Terriba le envía “un
WhatsApp de ánimo. Y me vuelvo a romper. Lloro desconsoladamente”. “No puede ser. Estoy entrando en una depresión. Y ahora no, ahora no puedo. He de superarlo”, anota a continuación. Luego lo llama Laura Borràs y lo mismo: “He vuelto a llorar. Es como irreal, no puedo continuar así”.
Después de cenar telefonea a casa y “tampoco soy capaz de tragarme
las lágrimas. Basta. Mañana llamo a la psicóloga. No puedeo conitnuar
así”. El domingo 29 llama "a la psicóloga” y ésta le aconseja que
“dosifique mis explosiones de lloros y angustia” pero que “para
demostrale como lo domino no he hecho otra cosa que ponerme a llorar”. Torra recuerda que el día anterior también se puso a llorar “con Antonio Baños, que me telefoneó para darme ánimos”.
La psicóloga en cuestión le dice que “no pasa nada” pero que llore “ordenadamente”.
El martes 7 de abril vuelve a anotar: “me rompo, otro vez. Hacía días que iba rozando los lloros”. El miércoles 15 -según la Generalitat la cifra de fallecidos por el
covid supera ya los 7.000- “me deshago en lloros otra vez pensando en
tantos muertos". De hecho lo deprime no sólo la magnitud de la tragedia sino su propio
partido. “La reunión de JxCat me deprime”, apunta el sábado 18 de
abril. El martes 21 vuelve a mostrarse crítico: “La reunión de JxCAt ya se ha convertido directamente en una tertulia”.
Es mismo día lo viene a ver el “Dr. Vieta, psiquiatra del Clínic” y le receta “unas pastillas”.
Por supuesto, llorar es humano.
Pero me embarga una duda: ¿se imaginan que Kennedy se hubiera puesto a llorar durante la Crisis de los Misiles? Probablemente ahora ni ustedes ni yo estaríamos aquí. Habría estallado la III Guerra Mundial. ¿O que Churchill hubiera flaqueado cuando le nombraron primer ministro de un país en guerra nada menos que con 64 años? Una guerra, además, que estaban perdiendo. Y por goleada. En cambio, aquella noche anotó en su diario aquella frase mítica: “I
felt as if I were walking with destiny”. "Me siento como si estuviera
caminando con el destino". Se había estado preparando toda la vida parae el desafío como tan
bien describe Andrew Roberts en la biografía del político inglés.
Mi recelo se extiende también a Oriol Junqueras. Como aquel día del 2014 que se atragantó ante los micrófonos de Catalunya Radio. ¡Con Mònica Terribas! ¡No quiero ni pensar qué habría pasado si hubiera sido Jiménez Losantos! Y voy a perdonar a Alba Vergés, entonces consejera de Salut, durante
aquella rueda de prensa para informar sobre el confinamiento de la Conca
d’Òdena porque tenía al marido y la familia en Igualada. Aunque no era, desde luego, la mejor manera de transmitir tranquilidad a la ciudadanía.
En fin, no es un mal libro. Al contario, agradezco la sinceridad del expresidente aunque se le note desubicado.
Nadie le hace caso. Para enterarse de qué pasa tiene que conectarse
-¡"de incgónito"!- a las reuniones del Procicat. Hasta el doctor Mitjà
rechaza un cargo que le ofrece. Que conste que tampoco ha tenido una vida familiar fácil: su mujer lleva cinco operaciones de càncer -ànims, Carola, des d'aquí-,
una hija nació con espina bífida -fue sometida a burlas en las redes y
tuvo que cerrar su cuenta de twitter- y tiene un sobrino con parálisis
cerebral.
Pero transmite la idea, probablemente de manera voluntaria, de estar en una pecera llena de pirañas. ¿Qué esperaba?
Iba el número 11 en la lista de JxCat. Nadie, ni él mismo, pensó que llegaría nunca a presidente. Por delante suyo tenía -quizás conviene recordarlo- a Carles
Puigdemont, Jordi Sánchez, Clara Ponsatí, Jordi Turull, Laura Borràs,
Josep Rull, Joaquim Forn, Eduard Pujol, Aurora Madaula, Elsa Artadi.
“Represión” a parte que dirían ellos seguro que había gente que se sentía más capacitada para el cargo. Incluso, en las quinielas, llegaron a circular otors nombres como
Toni Morral, Marta Madrenas, Albert Batet o Marc Solsona, el candidato
preferido de la vieja CDC. No descarto que alguno hiciera circular el
suyo en beneficio propio.
Pero es evidente que ni él se veía de presidente.
Cuando empezó a circular su nombre en la quinielas llamó a su madre
para decirle todo eran “rumores infundados” y que “de ninguna manera”
sería él el elegido. Unos días después, ya desde Berlín -donde le ungió Puigdemont- tuvo que llamarla:
- ¿Madre estás sentada?
- Díme, Quim
- ¿Estás sentada, sí?
- Sí, sí, que pasa.
Entonces se lo contó. No sé si la mujer se ha recuperado del susto.
Desde luego, en el libro ajusta cuentas. Y si este es así habrá que ir encargando el próximo volumen, “Les hores incertes”. Aprovecha para repartir estopa (José Zaragoza, Salvador Illa, Ada
Colau, los Comunes), también a los de su bando (Pere Aragonès, Ester
Capella, Alba Vergés, Chakir El Homrani, Bernat Solé, Joan Guix) e
incluso a los de su propio partido (Miquel Buch). A Alejandro Fernández,
del PP, ni lo nombra. Sólo lo define como aquel "impresentable".
¡Hasta al lehendakari Urkullu le pega un par de viajes! No deja de se
curioso que un hombre de misa como Torra se sienta mejor con Arnaldo
Otegi como reflejó aquella vez que lo recibió en Palau por todo lo alto
tras la firma de la Declaració de la Llotja.
Por momentos da la sensación de que sus únicos consejeros son su jefe
de gabinete, Pere Cardús -que llegó a dimitirle un día- y su jefa de
prensa, Anna Figuera. Además de los incombustibles de Junts: Laura Borràs, Josep Costa, Francesc de Dalmases.
Quim Torra debe estar dolido incluso con Carles Puigdemont porque no
hay palabras de agradecimiento. Nada ya de discursos a favor del presidente legítimo. Sospecho que el desencuentro debe ser mútuo.
La obra también insistie en la idea de que España mata, la evolución macabra de aquel Espanya ens roba
que, con el tiempo, ha tenido adeptos com Meritxell Budó (“no habría
habido tantos muertos”) o Joan Canadell (“España es paro y muerte”). “España -escribe el 18 de marzo- nos impide hacer el confinamiento domicilario”.
Reivindica, por otra parte, que él propuso medidas drásticas mucho
antes de que Pedro Sánchez decretara el estado de alarma aunque no he
entendido nunca cómo habrían llegado las mascarillas si cerrábamos
puertos y aeropuertos.
Pasa de puntillas, por otra parte, sobre episodios memorables que
protagonizó como el día que confesó a Jordi Basté que se había pasado
todo un día buscando batas.
Elogia el cierre del Mobile, pero olvida también que apenas unos días antes culpó de la decisión a la “epidemia del miedo”.
O cuando dijo que lo que tenía que hacer el Ejército, en vez de
desinfectar residencias, era poner sus vehículos en la pista central del
Prat para que no pudieran aterrizar aviones. Como ordenó la alcaldesa
de Guayaquil (Ecuador). Luego no podían enterrar a los muertos de tantos
que había.
Recuerdo especialmente una entrevista que él mismo cita el 10 de
abril: “Me entrevistan en Radio Tarragona. Muy buen periodista, me cita
dos veces Rovira i Virgili”. No la he olvidado. Bastaba para hacer un google para darse cuenta de
que el periodista era próximo a Esquerra. Es decir, de los suyos. Estuvieron charlando, en efecto, del historiador y de lo bonita que
es Tarragona. Pero ni siquiera hablaron de una residencia de la ciudad
que entonces ya llevaba quince muertos.
En fin, lo dicho antes -y perdonen el largo rodeo-: llorar no es
malo, al contario. ¿Pero qué liderzago puede esperarse de políticos que
echan a llorar? ¿En manos de quién hemos estado si andaba deprimido por
Palau?
La culpa, por supuesto, no es sólo suya por aceptar: es de
Puigdemont, que lo propuso. De JxCat, que tragó. E incluso de ERC, que
lo votó. Quizá conviene recordar a estas alturas a todos los que le
votaron. Tienen la lista entera aquí.
Una última reflexión, en este caso sobre el periodismo. El libro
salió en marzo. No he podido leerlo hasta ahora. Pero en todas las
reseñas que aparecieron entonces publciada -en La Vanguardia, El
Periódico, El Nacional- creo que no había ninguna que destacara lo de
los lloros. Al menos en titulares. ¿Tan mal está el periodismo en Catalunya? ¿Hay que proteger a los presidentes a toda costa? ¿Incluos cuando han dejado de serlo?
Y un agradecimiento para terminar. Para empezar al propio Torra. No por su presidencia sino por su sinceridad.
Hasta ahora hay al menos tres libros interesantes que explican, desde
sus respectivos puntos de vista, los momentos aciagos que nos han
tocado vivir últimamente. Además del citado, el de Santi Vila ("De héroes y traidores") y el de Màrius Carol ("El camarote del capitán"). Obvio el de Carles Puigdemont porque no lo he leído todavía aunque
una obra que titula "M'explico" y se la escribe otro -en este caso el
director de El Punt-Avui Xevi Xirgo- me inspira ya poca confianza.
Aunque sean testimonios personales es importante que los
historiadores del futuro tengan memorias a mano para qeu sepan a qué
atenerse e intenten explicar qué nos pasó a los catalanes en los albores
del siglo XXI.
Yo sigo sin entenderlo." (Xavier Rius, director de e-notícies, 14/08/21)