5/5/22

Maruja Torres: «Te perdonan un poco que seas charnega, pero no que no pienses como ellos»... A las charnegas, se las querían follar todos, pero no casarse con ellas, claro... En los años setenta ya me preguntaron por qué no escribía en catalán, y la última pregunta que me hicieron en Cataluña fue la misma. Me aburre. ¡Cada uno es hijo de su lengua y de su historia!... A mí qué coño me importa en qué idioma escribo

 "(...) Un barrio pobre, el Raval, hija…

Yo era casi del cuarto mundo avant la lettre. Era del gueto de los murcianos. ¿No sabías que había un gueto en Barcelona de los murcianos? Desde principios del novecientos. Mis padres llegaron cuando ya eran mayores, cada uno por cuenta propia, con sus familias. Por parte de madre, venían a Barcelona por la Exposición de 1929. Todos eran carpinteros de Cartagena, donde se había cerrado todo. Fue entonces cuando vivieron en la zona entre las murallas de la Rambla y Montjuïc. Allí se construyeron barracas y después el barrio Chino: comisarías de la Guardia Civil con caballos, lavabos públicos, lavanderías públicas, las fábricas ‘con sus gentes’, como diría Julio Iglesias.

Hablando de tus orígenes, escribes: “Éramos el barrio. Hijos de una posguerra y de una geografía concretas, veníamos de fábricas en donde abrasó sus pulmones el proletariado surgido de aquella industrialización”. Y cierras así: “Veníamos de las aguas fecales, de la ropa perennemente húmeda porque ni el sol se atrevía a acercarse a nosotros. La tercera muralla, que dio origen a la Ronda y al Paralelo, nos emparedó, consumó la segregación; éramos propiedad ajena y esa nueva barrera resultó determinante para retenernos, para que nuestro hedor de Barrio sur no alcanzara las orondas pecheras del naciente Ensanche”. No veas.

Tal cual. Yo todavía desconozco cuáles eran los propietarios de nuestras casas del barrio Chino, ¿sabes? Por lo que yo sé, era un marqués con una masía en Esplugues de Llobregat. Cuando después viví en el Eixample, ya me di cuenta. Son como putos dueños. Esta es la mierda, ¿lo entiendes? Pero, a mí, me suda el coño. Todos estos han vivido de rentas toda la vida y todos son, ya no digo de Puigdemont, sino de más allá…

¿De Quim Torra?

Más aún, aún más. Te perdonan un poco que seas charnega, pero no que no pienses como ellos. Mira, yo me he equivocado con los hombres; pero, al no firmar papeles, me iba. Uno pertenece a aquello a lo que pertenece, pero uno mismo debe saber que él es el responsable de sus actos y no de los actos de los demás. Yo comprendí que, si seguía en mi familia, no saldría adelante, como sí lo estaba haciendo el país.

¿Hablas de no conformarse?

Sí, de no sentirse a gusto en la mierda, en la ignorancia. Hablo de leer y viajar y saber que existen otros mundos. Me parece que luchar por cambiar de vida ha sido lo mejor que he hecho. Hablo de que, si miras atrás, te das cuenta de que todo aquello es un peso muerto y que es necesario cortar, cortar los pesos muertos.

En este sentido, dices que leer bien te salvó. ¿Por qué? Explícamelo.

¡A mí me salva, sí, sí! Mira, leer bien es como… ¡como votar bien! [Maruja estalla a reír mientras se agarra las rodillas y se echa atrás en el sofá pies arriba.] A ver, si tú acumulas doscientos libros de Corín Tellado [escritora española de novelas rosa y románticas], tu vida no va a cambiar. Quizás te ayuda a hacerte pajas o incluso a equivocarte en el matrimonio. Pero, si buscas a otros autores, la cosa puede cambiar. Coño, si estoy hablando de las afinidades selectivas, ¡se-lec-ti-ves! Tienes que tener instinto. Te lo digo porque yo no tenía maestros, ¿qué coño tuve yo? Yo ya estaba bien encaminada, porque solo quería hablar de libros, leía todo lo que caía bajo mi nariz. ¿Cómo? Escogía por identificaciones, por instinto. Dostoyevski, Dickens, Dos Pasos, Steinbeck. Y cuando te decían que había una habitación cerrada de libros prohibidos, como lo eran, entrabas. Pero, claro, permanecer en la mediocridad es mucho más fácil, querido.

 ¿Tú crees que uno de los problemas de ahora es que no se lee?

Es una mezcla de ignorancia y desmemoria. Hay una juventud más acostumbrada a tener que reflexionar; tampoco quiero generalizar, porque yo nací en una España donde los hombres se rascaban la bragueta en público, aunque luego cambió. Son procesos educacionales… Ahora bien, si nos olvidamos y bajamos la guardia, los de Vox impondrán de nuevo rascarse la bragueta. (...)

En este país triunfó el fascismo, y esto no se produjo en Italia ni en Francia ni en Alemania. Y, por supuesto, pasa factura. Mira a la Iglesia tan fuerte en Italia y, en cambio, los italianos no son como nosotros. Aquí, el nacionalcatolicismo ha hecho aún más daño.

¿Cataluña se salva de esto?

Yo creo que también sufre de un catolicismo carlista… Diría que tiene más salvación porque queda más cerca de la frontera; pero tampoco te fíes mucho de los católicos franceses. No podemos simplificarlo. Cataluña, en los años setenta, se salvaba. Pero debemos estar atentos porque, a la que te descuidas, te insuflan los aromas de Montserrat y ya estás jodido.

 Háblame de tus padres. ¿Tu madre era modista?

Limpiaba, lo que fuera. Yo nací en 1943, y ella tenía 39 años. Mi padre era un hombre que, si dejamos de lado que le hostiaba… [Maruja se gira y desde el sofá alarga la mano y coge una foto pequeña en la que sale ella, de niña, en medio de sus padres.] Mira, que elegante, cinco minutos antes de salir de casa. Esta foto es una impostura. Mi padre tenía casi 50 años y este era su segundo matrimonio. Su primera mujer, la madre de mis dos hermanastras, murió en el bombardeo de los italianos, donde murió también la madre de Juan Goytisolo. Él pilló una buena cogorza, durmió la mona y me dio de alta en la vida el 30 de marzo de 1943; pero yo nací el 17 de marzo, y ahora tengo dos cumpleaños. Él era un camarero, un alcohólico y era violento. Mi madre no se separó porque en aquella época la justicia estaba a favor de los hombres, y a una mujer se le podía acusar de adulterio en cualquier momento con dos falsos testigos y se le quitaba al hijo o la hija. A pesar de cómo está la justicia ahora, esto ha cambiado. Mis padres son hijos de su época, productos de ese tiempo.

Escuchándote, recuerdo que mi abuela me hablaba de casas de beneficencia, donde acogían a niños y niñas abandonados.

¿Sabes qué? En uno de los paseos moralistas de mi madre, ella me decía, mirando una de esas casas: “Qué suerte has tenido de que no te jodieran en el turno”. Esas eran las alegrías familiares. Mi madre, pobre mujer, la casaron porque se le había pasado el arroz y le presentaron un viudo de buen ver; pero el viudo de buen ver era un alcohólico de esos que no lo parecen.

En la foto sale bien peinado, vestido, elegante.

Sí, peinado y elegante… y la primera hostia, cuando cierras la puerta de casa. Fueron víctimas de la Guerra Civil.

¿En qué crees que te ha marcado todo eso como escritora y periodista?

En todo, los orígenes te marcan en todo; pero es necesario saber vivir porque es muy ridículo ser adulto y llorar por los orígenes. Y, además, cuando viajas un poco, se te quitan las tonterías de encima. (...)

En la portada de tu libro Esperadme en el cielo, salís los tres abrazados a las butacas de un cine, mirando la pantalla, tú en medio de Manolo y Terenci. En aquella infancia de posguerra, ¿el refugio y el sueño era el cine?

No solo era nuestro refugio, sino que era mejor que el de hoy, cuando todavía el cine vivía de los talentos europeos emigrados, cuando los estudios tenían productores fuertes y los agentes de los actores todavía no controlaban todo; no como ahora, que pagan un huevo a un tipo para hacer una megapelícula para un megapúblico y exigiendo que deben venderse muchas camisetas y palomitas. (...)

Sobre tu generación de los setenta, la de los escritores catalanes que escribís en castellano, como Juan Marsé y otros, hubo una…

Mira, me aburre a muerte este tema. En los años setenta ya me preguntaron por qué no escribía en catalán, y la última pregunta que me hicieron en Cataluña fue la misma. Me aburre. ¡Cada uno es hijo de su lengua y de su historia! Ya está bien, coño, yo no elijo mi lengua: es la lengua la que me elige a mí. Me importa un coño, hostia. [Maruja resopla y mueve los brazos arriba, como si asustara demonios.]

 Ya sé, que te enfada, lo sé, es la parte más pesada de la entrevista. ¿Es literatura catalana la que se escribe en español?

Claro. Como si fuera un italiano que nació en Barcelona hijo de un camello y una lactante, qué sé yo. Lo que puedo decirte es que soy un mamífero bípedo y punto. Ya no tengo más definición. ¡Estoy hasta el mismísimo coño de que intenten que interiorice las identidades, hasta el coño! Mira, cuanto más nos dividamos, más débiles seremos, ¿lo entiendes? Y la lucha de clases a tomar por el culo. Pero… [de repente, Maruja empieza a reír pícara y divertida], si tú sabes, querido, que en pocos años y no falta mucho, cuando tú salgas a follar, llevarás un chip dentro y decidirás en ese momento qué eres y con quién te lo pasas bien… ¡Si vamos todos de cabeza hacia Blade Runner!

Sí, sí, lo sé, lo sé.

Si yo seré una replicante, a mí qué coño me importa en qué idioma escribo. Si recibo mensajes en mi teléfono que me dicen “aprende a dictar en vez de escribir”. Se me ponen los pelos de punta con solo pensarlo.

Para cerrar este tema: en la primera entrevista en CRÍTIC, decías que no eras independentista, pero que no te molestaba. Ahora, después de todo lo que hemos vivido, ¿cómo lo ves?

A mí me pareció que prometían algo que no podían cumplir, y es lo que me parece más grave. Y la división es una tontería. Yo siempre he sostenido -desde mi libro Mujer en guerra– que, cuando llegó Pujol a la Generalitat, todo se provincianizó. Fue un trabajo lento que ha dado su fruto, y ahora estamos en un punto que ya no me interesa nada. Yo he conocido una Rambla que ahora da pena. ¿Qué culpa tenéis vosotros de no haber vivido los setenta?

 Sí, fue una época cultural fantástica, de creación, de ambiente liberal… Tú has dicho que a la “charnega” muchos se la querían llevar a la cama.

A las charnegas, se las querían follar todos, pero no casarse con ellas, claro, ¡no me jodas! ¡Afortunadamente! Un compañero que trabajaba en la revista Por Favor decía que, para casarse, mejor una Roseret o una Montserrat o una clueca catalana con garantías. Las charnegas íbamos a nuestro aire… Pero, fuera coñas, algunas catalanas, hay que decirlo, también eran muy liberales. Fue una época magnífica; aunque no me parece que esta sea mala.

Has dicho que es una de las mejores épocas para contar al mundo. ¿Seguro?

Es interesante; otra cosa es vivirla, por supuesto. (...)

Dices que el relato de la Transición le pesó mucho a vuestra generación. ¿Por qué?

De la Transición, opinas poco cuando la vives. Murió mucha gente. Había ese grupo de falangistas, como los de ahora; la derecha era brutal y ETA —todo hay que decirlo— mató a gusto cuando murió Franco. Estábamos en una fragilidad permanente, intentando proteger lo poco que estábamos consiguiendo; por tanto, ni beatos ni hostias, se hizo lo que se pudo en un país donde Franco ganó en 1939 y, encima, murió en la cama. Además, las potencias no ayudaron; más bien al contrario: ayudaron a los demás. No había caído el muro, y eso fue fundamental, porque los fachas y la derecha española -que es la propietaria de la finca- no sabían en ese momento que la URSS era un tigre de papel.

¿Y después?

Que los españoles votaron a la UCD. Y, ¿qué quieres que te diga? En eso estamos y nunca saldremos de ahí. Ahora miras atrás y ves que Suárez, pues bien; pero, en su momento, nos parecía un zoquete. Queríamos pasar a la izquierda dominante y todo se fue al garete, como en la vida misma. Hay que leer a Scott Fitzgerald para darse cuenta de que el fracaso es la constante en la vida. (...)"      (Entrevista a Maruja Torres, Txema Seglers  , La Marea, 03 mayo 2022)

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