""Todo esto es culpa vuestra. No habéis hecho nada y al final hemos llegado hasta aquí», y Manuel Valls se levantó y se marchó sin tomar el café.
Marián Puig, uno de los principales y más prestigiosos empresarios de
Cataluña le había invitado a cenar a su casa para que explicara su
proyecto a sus amigos empresarios y a otros destacados personajes de la
sociedad catalana.
Estaban, entre otros, el economista Antón Costas, el
exvicepresidente del Gobierno Narcís Serra, el notario Juanjo López
Burniol, el empresario Emilio Cuatrecasas y Màrius Carol, director de
«La Vanguardia».
Valls había acudido a la cena, tal como se le
pidió, a explicar sus ideas y su proyecto para Barcelona, pero fue
constantemente interrumpido por los asistentes, que le reprochaban su
eventual implicación con Ciudadanos y se quejaban de la supuesta falta
de capacidad de diálogo del Gobierno.
«Os habéis pasado el aperitivo
despotricando de los independentistas, y ahora que trato de explicaros
lo que quiero hacer os quejáis del Gobierno y de España. Os quejáis de
todo pero no habéis hecho nada. Sois la burguesía catalana, la élite del país, y no habéis hecho nada. Una burguesía que no lidera, que no guía, no es una burguesía: sólo es un club de petulantes y de ricos».
A veces la distancia da una lucidez que los lugareños -con ese deprimente orgullo del «jo sóc d’aquí»- no podemos tener. Habríamos podido respetar, aunque desde la discrepancia, una burguesía que hubiera pensado que la independencia era la solución, y que hubiera empeñado su dinero, su autoridad y su vigor para conseguirla.
También hubiéramos
podido respetar, aunque con el pesar de los independentistas, que la
clase dirigente catalana hubiera apostado decididamente por la unidad de
España, prestando sin reserva sus recursos morales, y los tangibles, al
propósito de preservarla.
Pero la
burguesía catalana no ha hecho nada. Absolutamente nada. Sólo han
lloriqueado por las esquinas en el indigno papel de hacerse la niña
tonta en medio de una orgía. Convergència se suicidó renunciando a la centralidad política,
y hoy ha quedado reducida a un subpartido de comisionistas y forajidos.
«La Vanguardia», bajo la dirección de José Antich, fue la punta de
lanza de la primera revuelta de Cataluña contra el Estado.
La burguesía
catalana se ha puesto de perfil, no ha defendido nada. No ha demostrado
ningún amor por su sociedad. No ha sido burguesía sino un club de ricos
avariciosos, pedantes y cobardes sin ninguna empatía, sin ninguna altura
moral.
Una burguesía puede equivocarse, pero no puede no hacer
nada. Una burguesía puede arruinarse, pero nunca renunciar a su
liderazgo ni a reforzar su autoridad mediante su generosidad, su
compromiso y su ejemplaridad.
Un país que no puede estar orgulloso de
sus burgueses es un país condenado a la revolución y al caos. Os
merecéis la CUP, os merecéis los CDR. «Todo esto es culpa vuestra. No
habéis hecho nada».
Manuel Valls hizo bien en levantarse y marcharse.
Si quiere mantener su frescura, sus ganas y su nobleza, es un buen
primer paso en la correcta dirección no mezclarse con lloricas. Si
puede, que tire de ellos hacia posiciones más dignas. Y si no puede, que
les ponga ante el espejo y que sientan toda la vergüenza de estar
lamentando como cínicos lo que no tuvieron la decencia de defender como
ciudadanos privilegiados y libres.
Por comodidad y por provincianismo
miraron hacia otro lado mientras un populismo de todo impregnaba la vida
y las calles. Y ahora se hacen las indignadas porque justo delante de
su puerta les han levantado una barricada. Os mereceríais que os
entraran hasta el cuarto de la plancha, pero no os preocupéis, que aquí
estamos y os ayudaremos a echarlos." (Salvador Sostres, ABC, 28/05/18)
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