"(...) La democracia es proporcionalidad. De ahí que resulte
raro que nadie haya acusado a los nacionalistas catalanes de
desproporcionados.
Una élite política que goza de los mayores niveles de
bienestar del mundo y que ha logrado para su tribu el mayor
reconocimiento social, político y cultural de su historia planea el asalto a un impecable Estado democrático europeo,
porque se siente incómoda en él.
Es verdad que la incomodidad solo es
un eufemismo de xenofobia, y que la xenofobia es un sentimiento vulgar,
pero adictivo y letal. ¿Aún así, no hubiese sido mejor distraer la
xenofobia (¡y acaso afianzarla con causa!) tratando de hacer de Cataluña
un auténtico hecho diferencial basado en la calidad de todas las cosas?
Se comprende que el gran fracaso nacionalista -el no haber podido
distinguirse por lo real y haber tenido que recurrir en consecuencia a
lo simbólico para levantar cabeza- sea la base más sólida y empírica de
la crisis.
¿Pero requería este drama -aunque indudable- la desproporción de una conducta basada en el desprecio de la democracia,
en la ignorancia de la moralidad pública, en el derroche de energías y
de recursos y en la indiferencia ante la fractura civil?
Nunca se habla de la innoble desproporción nacionalista. De la
enorme distancia que hay entre sus fracasos y sus problemas, y el
delirante camino que han seguido para intentar resolverlos. El Proceso ha sido una enorme, monstruosa desproporción. (...)" (Arcadi Espada, El Mundo, 21/09/17)
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