"Si hay algo que me pone de los nervios del debate sobre la referensulta catalana es la insistencia en el argumento que en una democracia lo único que realmente importa es votar. (...)
Es un argumento directo y en apariencia lógico, pero es
peligrosamente simplista. Las votaciones y el gobierno de la mayoría son
un componente clave de una democracia, pero no son suficientes para que
esta sea válida o efectiva. Si queremos que las decisiones sean
respetadas y aceptadas por todos los participantes, la democracia no
puede ser sólo un ideal, sino también un procedimiento.
La democracia, en su versión más visceral, es la tiranía del número:
la voluntad de la mayoría es quien decide qué es ley, y la minoría debe
callar y aguantarse. Esto, obviamente, tiene varios peligros
potenciales. Primero, y más evidente, una mayoría de la población puede
decidir que una de sus minorías debe ser maltratada de un modo u otro. (...)
Para evitar que esto suceda las constituciones modernas acostumbran a
dejar un número substancial de temas fuera del alcance de la simple
regla de la mayoría. Cosas como el derecho a voto, igualdad ante la ley,
libertad de asociación y demás derechos fundamentales están protegidos
bajos reglas de mayoría reforzada para evitar que una mayoría enfurecida
penalice a los perdedores de unas elecciones hasta el punto de hacer
imposible su participación política.
Estas salvaguardas son claves para
asegurarse que la democracia es un sistema viable a largo plazo,
evitando que las minorías vean sus derechos vulnerados.
El segundo punto a tener en cuenta es la posibilidad que existan
minorías permanentes. Dentro de una democracia puede haber un grupo
social que tiene preferencias políticas que nunca tendrán suficiente
apoyo como para ganar elecciones, hasta el punto de ver como sus ideas
nunca serán viables.
Los habitantes de una región, por ejemplo (...) pueden estar a favor de la poligamia debido a sus creencias religiosas.
La simple votación democrática, en estos casos, es insuficiente para dar
una respuesta satisfactoria a largo plazo, especialmente si alguna de
las preferencias de la minoría son vistas como una vulneración de los
derechos fundamentales por parte de la mayoría.
El debate actual en Estados Unidos sobre el matrimonio homosexual es
fascinante en estos dos aspectos: muchos estados lo ilegalizaron en
votación (algunos incluso vía enmienda constitucional) pero los
tribunales federales han establecido que esta prohibición es
inconstitucional y vulnera el derecho a la igualdad.
Tenemos, por tanto,
mayorías estatales, en ocasiones muy amplias, votando restringir
derechos a minorías dentro de su territorio, pero que acaban perdiendo sin votación democrática alguna a favor de una mayoría nacional que acepta el matrimonio gay. (...)
En Cataluña, en un orden de cosas distinto, estamos viendo un debate
similar. Tenemos una minoría catalana que cree que la mayoría española
está constantemente restringiendo y atacando sus derechos, y que se ve
incapaz de ganar una mayoría suficiente como para revertir esta
tendencia (1).
La reacción de esa minoría es apelar a los resultados de
la democracia dentro de su territorio, alegando que dentro de Cataluña
hay una mayoría de ciudadanos que quieren dejar de seguir perdiendo. Por
supuesto, esta apelación los derechos fundamentales de los catalanes
que quieren independizarse se repetiría una vez hubiera secesión, con
los perdedores en este caso queriendo ser españoles pero siendo minoría
perpetua.
El Tribunal Constitucional, en este caso, puede tumbar una ley
aprobada por mayoría en Cataluña por el mismo motivo que el Supremo de
los Estados Unidos ha derogado las prohibiciones al matrimonio
homosexual: los derechos fundamentales de una minoría dentro de Cataluña estarían por encima de los derechos fundamentales de los catalanes como minoría.
El debate catalán no es sobre el derecho a decidir, ni sobre si el
pueblo catalán es un sujeto soberano o no. El debate es sobre bajo qué
circunstancias una minoría de perdedores perpetuos puede pedir a la
mayoría que renuncie a aceptar lo que esta ha decidido de forma
colectiva que es un derecho indiscutible fuera del debate político.
En
este caso, el debate versa sobre el derecho a vivir en territorio
español sin que nadie te mueva la frontera y te deje fuera. Algo válido,
ya que una secesión haría que un montón de gente fueran extranjeros en
su propia casa. (...)
La insistencia de los nacionalistas catalanes estos días de votar como
sea, cuando sea y sin prestar la más mínima atención a las legítimas
objeciones de quienes se oponen a la secesión parece democrática, pero
ignora el hecho que una democracia sin derechos no es viable. (...)" (
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