"Estamos alcanzando niveles dignos de la Edad Media y sus discusiones de altura. El nominalismo, por ejemplo. ¿Las cosas se limitan a ser nombres o hay algo más allá de cómo las bautizamos? ¿Qué es lo que define al terrorismo? ¿La violencia del Estado sobre los ciudadanos o el acoso
con amenazas de muerte de un grupo de individuos sobre otros?
¿Lo de
Alsasua se reduce a una pelea de bar entre borrachos o es el ataque
premeditado de un grupo de simpatizantes de una ETA ya disuelta pero sin
desaparecer del todo?
Como aseguran que vivimos en tiempos líquidos, el
último estímulo teórico para nominalistas del siglo XXI, hay que
conformarse con acercarnos a las cosas
pero nunca decirlas de manera concreta.
¿Cuántas hostias y patadas y
agresiones han de recibir dos guardias civiles fuera de servicio y
mientras se toman unos vinos con sus novias, para que la violencia
alcance la categoría de terrorismo? El agudo jurista de turno que sería
capaz de pedir la máxima pena y sin atenuantes que conduzcan a la
represión, el mismo que en su plácida vida de toga y café con leche no
dudaría si le afectara a él, a su patrimonio o a su familia directa,
considera imprescindible que en los casos de terrorismo no sea tan
importante la violencia como la organización.
Una panda de fanáticos, borrachos o no, entre pincho de tortilla y
chistorra, le pueden abrir la cabeza, incluso matarle como hacen los hooligans
futboleros semana tras semana, pero no forman una red terrorista. Les
falta organización e intención de cambiar las estructuras del Estado. De
momento se conforman con echarte del pueblo en el que gozan de
propiedad e impunidad.
De un tiempo a esta parte, el terrorismo se limita al fanatismo islámico;
cualquier otro similar debe ser tratado de altercado, falta por
lesiones, o alguna de esas palabrejas con las que se designan los
delitos de menor cuantía. Luego la ley es susceptible de la
interpretación que le pete al señor juez, siempre respetuoso con la
letra de la legislación y menos considerado respecto a sus contenidos.
Un par de ancianos acaban de ser atracados en su casa. Los jóvenes
asaltantes no se han parado en barras a la hora de apalearlos con ensañamiento.
Aprovechando la oportunidad, el viejo en vez de regalarles sus
miserables ahorros agarra un revólver y dispara a uno de sus verdugos.
Le da en la cara y le mata, pero según el juez o la jueza eso constituye
un exceso. Cabían otros procedimientos.
Por supuesto que cabría que
hubiera obligado a los violentos asaltantes a leer en voz alta unas
páginas de Santa Teresa, o unos versos de Fray Luis, y luego cada uno a
su casa. Es una suerte gremial el que los chorizos no tengan inclinación
por los domicilios de los magistrados.
Casi se puede decir que están exentos de tomar decisiones que afecten a
sus vidas, como qué se hace con un atracador violento o la agresión
sañuda a sus familiares más queridos. Son como espíritus puros que sólo
interpretan la ley. Los demás tenemos también que interpretar nuestros
peligros, actos y decisiones.
A mí hay un gesto de un vecino del juez Llarena
en Das que me provocó arcadas y que, siguiendo la costumbre, no fue
registrado con los pelos y señales que merecería el caso. Cuando un
grupo de amigos de la butifarra y la señera, asimilados a la CUP, le
pintaron amenazas e insultos en la casa, se equivocaron y dejaron su
cagarruta política en el chalet del vecino.
Hasta aquí todo normal como
la vida misma en la Cataluña de las Sonrisas. Lo llamativo, al menos
para mí, fue que el vecino se aprestó a anunciar incluso en el mismo
lugar del ataque, que se habían equivocado de casa y que él no tenía
nada que ver con el juez Llarena. Es decir, no meteos conmigo porque soy de los vuestros
o al menos me siento más cercano a vosotros que al temerario magistrado
del Supremo.
Esta era una práctica corriente en el mundo de la Alemania nazi
o durante la atufante dictadura estaliniana. Convenía decirlo para
evitar problemas futuros y presentes. Yo no me meto en líos y soy un
probo ciudadano. El que algunos añadamos que además es un cobarde y un cómplice pasivo de la violencia se limita a una apreciación que cuenta con muy pocos partidarios.
¿Qué dosis de violencia y de odio se necesitan para
ser un cómplice del terrorismo? Los que conocimos lo de Euskadi
afrontamos ahora algo muy diferente. Aquí no hay sicarios armados sino
colaboradores autosatisfechos. Ahí está la diferencia entre una sociedad
violenta y una sociedad mafiosa." (Gregorio Morán, Crónica Global, 21/04/18)
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