"(...) Tras la investidura del vicario de Carles Puigdemont en Catalunya ha quedado una izquierda humillada y otra rescatada. Es evidente que Torra resulta un epítome de todo lo que una Esquerra Republicana de Catalunya
no debería aceptar, no tanto por independentista, como por organización
instalada en la izquierda.
La dócil entrega de los republicanos a los
peores designios de Puigdemont les ha llevado a aceptar a un personaje
que les provoca -y lo hará mucho más en el futuro- toda clase de
contradicciones.
Tantas que resulta humillante para la izquierda que ERC quiere representar y que trata de aunar los valores del progresismo con los del republicanismo secesionista de España.
Supeditar la identidad ideológica a la étnica o a la pertenencia
telúrica ha sido uno de los gravísimos errores de la izquierda en
Catalunya.
Está aún caliente el ensayo del catedrático de literatura de la Universidad de Barcelona Jordi Gracia.
Es un gran pensador que titula su última obra de manera sugestiva:
'Contra la izquierda. Para seguir siendo de izquierdas en el siglo XXI'
(Anagrama). He leído solo el adelanto que publica Letras Libres (nº 200)
y pareciera que el autor hubiese conocido el triste episodio de la
investidura de Torra.
Aduce Gracia:
"A pesar de las tamborradas de la
izquierda en Catalunya, me temo que tampoco es de izquierdas ser
independentista. El 'procés' ha llevado
a la izquierda al colapso porque ha respondido a las movilizaciones
populares sumándose acríticamente a ellas. A la izquierda le ha sobrado
inercia revoltosa y le ha faltado coraje para oponerse a un discurso de
fondo insolidario y antiguo; ha aceptado la caricatura de una España
reducida a los despachos del poder conservador y no ha encontrado el
momento para promover la discusión sobre por qué, contra qué, a cambio
de qué y a qué precio se aspira a ese destino redentor."
Y continúa:
"No ha planteado (la izquierda) siquiera
el debate de la legitimidad ideológica, o se ha acobardado al abordarlo.
La nueva izquierda ha creído de forma oportunista y táctica que sus
banderas no podían faltar entre las banderas callejeras del
independentismo. Ha sido el síntoma más flagrante en Catalunya de su
debilidad argumental y de la pobreza de su idea de solidaridad y
cohesión social, de su olvido de las clases trabajadoras inmigradas a lo
largo de todo el siglo, y no ha sido de izquierdas tampoco su adopción
de un relato ajeno y tácitamente supremacista."
Con Torra, los hechos
dan la razón a Gracia de una manera tan rotunda que le granjean a este
catedrático dotes verdaderamente premonitorias.
El nuevo presidente de la Generalitat, sin embargo,
ha significado un motivo de reflexión para otra izquierda catalana: la
de los comunes y la que encarna el PSC.
Si Miquel Iceta
-en una posición tan difícil como tantas veces injustamente criticada-
ha sabido mantener el timón en la tempestad política procesista, Xavier Domènech ha restablecido en el Parlament el rumbo de su estrenado partido rehuyendo cualquier complicidad con los atributos ideológicos y tácticos de Torra.
La pesadumbre de los verdaderos izquierdistas en ERC y de los que militan en ese partido y en JxCat procedentes del socialismo catalán (me vienen a la cabeza Ferran Mascarrell o Ernest Maragall
y algunos otros) se corresponde con el alivio de comprobar que hay otra
izquierda catalana que no ha sucumbido a esa patria tan tóxica,
democráticamente hablando, como la que diseña el presidente vicario de
la Generalitat en sus escritos.
De ahí que pueda sospecharse que Torra,
al tiempo que provoca una quiebra crítica en los paradigmas cívicos de
Catalunya y del catalanismo, representa también un punto de inflexión
para una izquierda que no terminaba de encontrarle el pulso a la
situación del país." (José Antonio Zarzalejos, El Periódico, 19/05/18)
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