"La elección del No Molt Honorable Torra ha tenido un
efecto inmediato sobre la percepción exterior de Cataluña.
Hasta ahora
el secesionismo había logrado imponer su relato de “esto va democracia”
—en la mirada internacional siempre vende más la épica que la realidad—,
pero ahora ha asomado la sustancia del procés.
En Francia, Le Monde y Libération hablan de racismo y supremacismo, y Le Figaro,
sin la corrección a menudo cínica del objetivismo anglosajón, asocia el
pensamiento de Torra a Milosevic; todos recogen los excrementos del
nacionalismo etnicista llamando “bestias con forma humana” a los
castellano hablantes y apelando al ADN en el siglo XXI.
Los 400 golpes
de Torra —esos 400 artículos suyos— no son una mancha en su biografía;
son su biografía.
Pero más interesante que el efecto exterior —esa
obsesión acomplejada tan española— será el efecto Torra en el interior, y
en particular sobre la izquierda.
Torra puede ser la prueba del nueve
para examinar si la izquierda aún puede proporcionar una alternativa, un
discurso propio.
Queda descontada, va de suyo, la izquierda catalana.
El voto de Esquerra y la anuencia de la CUP a un presidente de
fundamentos filofascistas es otra vuelta de tuerca a su vaciado moral.
Esquerra se ha desvanecido desde Junts pel Sí y los antisistema de salón
de la CUP quedaron retratados cuando Anna Gabriel se quitó el disfraz
en Suiza: shows de CDR en la calle, pero plácet
al president racista en el Parlament.
Esa deriva de la izquierda
catalana ha contribuido a la deriva de la izquierda española,
secuestrada por el legado antifranquista del nacionalismo.
Han tardado
demasiado en caer del caballo, y alguno aún galopa creyéndose lo de
ladran, luego… Podemos ha servido de muleta demasiadas veces al procés, como los sindicatos, que venden una equidistancia hipócrita porque solo se han sumado a performances indepes; y el PSOE aún arrastra las hipotecas de una trayectoria sinuosa desde Maragall. (...)" (Teodoro León, El País, 19/05/18)
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