"El exconsejero Santi Vila explica en su último libro que un día fue a comer a Sarrià -un barrio pijo en la parte alta Barcelona- y recibió un “auténtico baño de masas": peticiones de selfies, muestras de afecto e icluso invitaciones a formar un nuevo partido que recogiera el espíritu de la antigua Convergencia.
De vuelta, pilló los Ferrocarriles de la Generalitat y se bajó en la
estación de Provenza, a la altura de la calle Balmes. En el andén, un
grupo de “estudiantes adolescentes” le dijeron de todo: “vete a España, hijo de puta, aquí no hay sitio para cobardes y traidores”.
Unos días antes ya vio como una señora de unos cincuenta años,
"vestida reglamentariamene con lazo y bufanda amarillas", lo increpó
desde el coche durante un semáforo en rojo: “¡botifler,
traidor!". Luego se añadió un motorista aunque, para su sorpresa, fue
para defenderlo: “¿y vosotros qué?, pandilla de inútiles, ¿dónde nos
habéis llevado?” (1).
Sirvan ambas anécdotas para ilustrar la situación explosiva que se
vive en Catalunya. Esto es como un bosque en verano tras muchos meses de
sequía. Sólo falta que alguien prenda la llama.
La pregunta es: ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Que nos ha
pasado a los catalanes? La versión oficial es que el proceso ha sido un
movimiento de masas tras la sentencia del Estatut. "De abajo arriba",
decían.
Sin embargo, el que fuera secretario de comunicación de Mas durante
cinco años -y por tanto uno de los responsables de haber estado echando
leña al fuego- admite en otro libro que “el proceso no hubiera sido
posible sin la gente exigiendo en la calle, pero a su vez, esa exigencia
fue espoleada por el soberanismo institucional y político que aspiraba y
aspira a sacarle provecho” (2).
La segunda confesión es todavía más
atroz que la primera y ya la publicamos en su día: el propio Govern "deseaba" las cargas policiales el día del referéndum.
Por eso sospecho que el proceso ha sido más bien una obra de
ingeniería social. Desde luego, hay gente que legítimamente se pasó al
soberanismo. Aproximadamente, un 20% son sobrevenidos.
El
independentismo, en efecto, ha alcanzado el 40%, pero la mitad son
conversos. Algunos tan ilustres como el propio Artur Mas, Raül Romeva o
Ernest Maragall. A éste último lo acaban de hacer consejero de
Exteriores en agradecimiento por los servicios prestados. Así
cualquiera.
Recuerdo, por ejemplo, una encuesta del CEO de marzo del 2015 en la
que el 24% admitía que era independentista de “de toda la vida” mientras
que el 18% confesaba que se había convertido “en los últimos años”. Y
estos últimos esgrimían diversas razones: “la actitud del gobierno
central" (42%), el déficit fiscal (13,2%), la esperanza de mejorar
(8,4%) o la crisis económica (6,2%).
Pero las élites soberanistas -con el propio Mas a la cabeza y toda su
panda de asesores y gurús- calcularon mal. Diseñaron una operación para
tapar los recortes, la corrupción en CDC -con una decena de casos- e
incluso su mala gestión. Siempre es más fácil echarse al monte que
gobernar. La prueba es también el gobierno nombrado por Quim Torra.
En el fondo, el proceso es una herencia de Pujol: aquel famoso documento que publicó El Periódico
en 1990 (“La estrategia de la recatalanización”) y que se tradujo en el
lema “hoy paciencia, mañana independencia”. Al fin y al cabo llevan
veinte años machacando que somos un pueblo oprimido e incluso, según opinión del nuevo presidente, hasta superior.
Sin la labor de TV3 y de la escuela seguramente tampoco habríamos
llegado hasta aquí. No es el momento ni el lugar -ni tendría espacio
suficiente- para abordar la polémica sobre el supuesto “adoctrinamiento”
en las escuelas.
Pero hay que recordar que, unos día antes del referéndum, hubo un
acto en Palau con directores de centros educativos que, llaves en mano,
exigían poder votar. En realidad, se comprometieron hasta a abrir las
escuelas pese a la prohibición del TC.
Por supuesto, puede resultar también un caso aislado pero siempre
recordaré aquel director de un instituto de Vilafranca que, sin venir a
cuento, soltó un míting en TV3 para sorpresa incluso del presentador.
“Vamos -dijo entonces- hacia un camino de poder tomar nuestras
propias decisiones” y defendió “el marcó mental y político de nuestra
nación”. No tengo ninguna duda de que, por la convicción con la que
habló, él mismo contribuyó como profesor o como director a impulsar el
citado marco. Hasta agradeció a la cadena púlbica que apostar por “el futuro proyecto nacional de educación”.
El problema es que, a la vista de los hechos, la cosa salió mal. De
momento, el proceso sólo es una nueva página gloriosa en la historia del
catalanismo -como el Memorial de Greuges, el Tancament de Caixes o la Solidaritat Catalana- pero sin resultados tangibles. Y, en política, hay que juzgar a la gente por lo que consigue, no por las intenciones.
(1) Santi Vila: "D'herois i traïdors". Editorial Pòrtic. Barcelona, marzo 2018, págs. 70-72
(2) Josep Martí: "Cómo ganamos el proceso y perdimos la República", ED Libros, Barcelona, abril 2018, pág. 42" (Xavier Rius, director de e-notícies, 19/05/18)
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