21/5/18

Director de e-notícies: ¿Qué nos ha pasado a los catalanes? El proceso ha sido una obra de ingeniería social. Las élites soberanistas calcularon mal. Diseñaron una operación para tapar los recortes, la corrupción y su mala gestión. El problema es que, a la vista de los hechos, la cosa salió mal. Y, en política, hay que juzgar a la gente por lo que consigue, no por las intenciones...

"El exconsejero Santi Vila explica en su último libro que un día fue a comer a Sarrià -un barrio pijo en la parte alta Barcelona- y recibió un “auténtico baño de masas": peticiones de selfies, muestras de afecto e icluso invitaciones a formar un nuevo partido que recogiera el espíritu de la antigua Convergencia.

De vuelta, pilló los Ferrocarriles de la Generalitat y se bajó en la estación de Provenza, a la altura de la calle Balmes. En el andén, un grupo de “estudiantes adolescentes” le dijeron de todo: “vete a España, hijo de puta, aquí no hay sitio para cobardes y traidores”.

Unos días antes ya vio como una señora de unos cincuenta años, "vestida reglamentariamene con lazo y bufanda amarillas", lo increpó desde el coche durante un semáforo en rojo: “¡botifler, traidor!". Luego se añadió un motorista aunque, para su sorpresa, fue para defenderlo: “¿y vosotros qué?, pandilla de inútiles, ¿dónde nos habéis llevado?” (1).

Sirvan ambas anécdotas para ilustrar la situación explosiva que se vive en Catalunya. Esto es como un bosque en verano tras muchos meses de sequía. Sólo falta que alguien prenda la llama.

La pregunta es: ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Que nos ha pasado a los catalanes? La versión oficial es que el proceso ha sido un movimiento de masas tras la sentencia del Estatut. "De abajo arriba", decían.

Sin embargo, el que fuera secretario de comunicación de Mas durante cinco años -y por tanto uno de los responsables de haber estado echando leña al fuego- admite en otro  libro que “el proceso no hubiera sido posible sin la gente exigiendo en la calle, pero a su vez, esa exigencia fue espoleada por el soberanismo institucional y político que aspiraba y aspira a sacarle provecho” (2). 

La segunda confesión es todavía más atroz que la primera y ya la publicamos en su día: el propio Govern "deseaba" las cargas policiales el día del referéndum.
Por eso sospecho que el proceso ha sido más bien una obra de ingeniería social. Desde luego, hay gente que legítimamente se pasó al soberanismo. Aproximadamente, un 20% son sobrevenidos.

 El independentismo, en efecto, ha alcanzado el 40%, pero la mitad son conversos. Algunos tan ilustres como el propio Artur Mas, Raül Romeva o Ernest Maragall. A éste último lo acaban de hacer consejero de Exteriores en agradecimiento por los servicios prestados. Así cualquiera.

Recuerdo, por ejemplo, una encuesta del CEO de marzo del 2015 en la que el 24% admitía que era independentista de “de toda la vida” mientras que el 18% confesaba que se había convertido “en los últimos años”. Y estos últimos esgrimían diversas razones: “la actitud del gobierno central" (42%), el déficit fiscal (13,2%), la esperanza de mejorar (8,4%) o la crisis económica (6,2%).

Pero las élites soberanistas -con el propio Mas a la cabeza y toda su panda de asesores y gurús- calcularon mal. Diseñaron una operación para tapar los recortes, la corrupción en CDC -con una decena de casos- e incluso su mala gestión. Siempre es más fácil echarse al monte que gobernar. La prueba es también el gobierno nombrado por Quim Torra.

En el fondo, el proceso es una herencia de Pujol: aquel famoso documento que publicó El Periódico en 1990 (“La estrategia de la recatalanización”) y que se tradujo en el lema “hoy paciencia, mañana independencia”. Al fin y al cabo llevan veinte años machacando que somos un pueblo oprimido e incluso, según opinión del nuevo presidente, hasta superior.

Sin la labor de TV3 y de la escuela seguramente tampoco habríamos llegado hasta aquí. No es el momento ni el lugar -ni tendría espacio suficiente- para abordar la polémica sobre el supuesto “adoctrinamiento” en las escuelas.

Pero hay que recordar que, unos día antes del referéndum, hubo un acto en Palau con directores de centros educativos que, llaves en mano, exigían poder votar. En realidad, se comprometieron hasta a abrir las escuelas pese a la prohibición del TC.

Por supuesto, puede resultar también un caso aislado pero siempre recordaré aquel director de un instituto de Vilafranca que, sin venir a cuento, soltó un míting en TV3 para sorpresa incluso del presentador.

“Vamos -dijo entonces- hacia un camino de poder tomar nuestras propias decisiones” y defendió “el marcó mental y político de nuestra nación”. No tengo ninguna duda de que, por la convicción con la que habló, él mismo contribuyó como profesor o como director a impulsar el citado marco. Hasta agradeció a la cadena púlbica que apostar por “el futuro proyecto nacional de educación”.

El problema es que, a la vista de los hechos, la cosa salió mal. De momento, el proceso sólo es una nueva página gloriosa en la historia del catalanismo -como el Memorial de Greuges, el Tancament de Caixes o la Solidaritat Catalana- pero sin resultados tangibles. Y, en política, hay que juzgar a la gente por lo que consigue, no por las intenciones.

(1) Santi Vila: "D'herois i traïdors". Editorial Pòrtic. Barcelona, marzo 2018, págs. 70-72
(2) Josep Martí: "Cómo ganamos el proceso y perdimos la República", ED Libros, Barcelona, abril 2018, pág. 42"                 (Xavier Rius, director de e-notícies, 19/05/18)

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