"El recurso a la cruz como símbolo de una causa política
--la liberación de media docena de cautivos que aguardan en prisión
preventiva el juicio, en el que probablemente se les condenará a seguir
entre rejas durante una larga temporada-- es exagerado, pero
ilustrativo.
En efecto, el nacionalismo siempre ha sido por definición victimista, tiene una inclinación natural al masoquismo, a considerar que “algo” muy importante ha sido agraviado, oprimido, colonizado, extorsionado, ultrajado en su dignidad (...)
El problema del recurso a la cruz es que el símbolo es desproporcionado, y en este sentido ridiculiza
la causa sobre la que pretende llamar la atención. Pues es demasiado
evidente la distancia que separa el símbolo de la realidad.
Era más
proporcionada, más exacta, más ajustada a los hechos la jaula, o celda, que a finales del año pasado de 2017 la ANC y Òdium,
con la complicidad del ayuntamiento de Vic, instalaron en la plaza
mayor de esa localidad, donde los voluntarios, previa cita y según
riguroso turno de inscripción, podían meterse, y pasar allí dentro dos
horas, y así comulgar fraternal y místicamente con los sentimientos y
los padecimientos que se les supone a los cautivos.
Seguramente esas dos horas que los voluntarios pasaron dentro de esa
jaula o celda reforzó su determinación de combatir sin desmayo por la independencia
de Cataluña y denostar siempre la democracia española, además de que
proporcionaban a la causa una imagen de contundente plasticidad. Esas
jaulas o celdas en las playas harían mucho efecto.
No se comprende que la iniciativa de Vic no se haya copiado en muchos otros pueblos,
cuyos ayuntamientos con toda seguridad no le pondrían trabas, sino al
contrario. Acaso haya temor a una escasez de voluntarios a encerrarse y
correr el riesgo, además, de que algún gracioso se acerque a arrojarles
cacahuetes.
Esa jaula de Vic fue una metáfora precisa, y proporcionada, del hecho
al que aludía y que se proponía denunciar.
Vayan y pasen los lacitos amarillos
que suelen lucir en la solapa algunos ancianos con aspecto de estar
abrumados por la derrota incomprensible, y que empiezan a sospechar
--sin atreverse aún a admitirlo, a saberlo-- que se les ha engañado.
Pero en cambio las cruces, no habiéndose todavía producido ningún muerto por la patria, son un símbolo claramente exagerado.
Los mismos cristianos antes de decidirse por la cruz probaron suerte
con el pez, pues la cruz en que se atormentaba hasta la muerte a
determinados malhechores en el imperio romano era considerada oprobiosa, una mala publicidad para la causa.
Es posible que las cruces, en las playas, consigan el efecto contrario
al que persiguen. Si se irguiesen frente al mar de Andalucía para
llamar la atención sobre los inmigrantes que huyendo de la miseria se
ahogan en las aguas del Estrecho mientras tratan de alcanzar las playas
de la afortunada Europa, tendrían pleno sentido y proporción: pues donde
hay muertos se levantan cruces. Y hasta cementerios marinos.
Como en la
Costa da Morte el melancólico cementerio dos ingleses que
conmemora a los desdichados náufragos del Iris Hull, el Serpent y el
Trinacria y que tuve ocasión de visitar, hace ya algunos años.
Pero en las suaves playas de la costa catalana en la temporada de vacaciones, esas cruces amarillas son una parodia
de las tragedias verdaderas, y un fastidio para los veraneantes, a
quienes, cuando están disfrutando de la holganza tumbados en la arena,
se les recuerda de manera tan chapucera e intempestiva su condición
mortal y se les recuerda también a los presos de la causa nacionalista; y
esto probablemente hace que la causa y los presos caigan más antipáticos, además de que en las cruces puede verse una latente amenaza de violencia
futura, lo cual no ayuda a la industria turística --gran fuente de
riqueza regional-- y explica muy bien el malestar de los hoteleros.
Esto de llevar la propaganda política amarillista incluso a las playas se compadece mal con la actitud del sociólogo Salvador Cardús,
que en vísperas de Semana Santa, el 25 de marzo de 2018, publicó este
tuit: "Que Llarena encarcele a nuestra gente el viernes, justo al
principio de Semana Santa, no puede ser casual. Pero tranquilos: ¡El día
3, todos al pie del cañón!".
¿El día 3? ¿Y qué pensaba hacer Cardús
hasta el día 3? ¿Acaso se proponía cavar un túnel hasta la cárcel de
Estremera, para liberar a los patriotas? No. Lo que se proponía era
esquiar en Baqueira, disfrutar de las comodidades de la segunda
residencia, gozar al máximo de las vacaciones.
Actitud pantuflista que demuestra que el eminente sociólogo sabe
distinguir perfectamente entre la urgencia de la lucha política y el
espacio pacífico de los puentes vacacionales. Todo un ejemplo de cuajo pequeñoburgués que la gente de las cruces amarillas haría bien en estudiar." (Ignacio Vidal Folch, Crónica global, 29/05/18)
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