"(...) ElCatalán.es: En el momento de realizar esta entrevista, se
cumplen exactamente 72 horas de la convocatoria de la mayor
manifestación que se haya dado en Barcelona contra la independencia, de
signo “españolista” o “unionista” (como dirían los soberanistas), como
prefiera. (...)
Yo estaba como representante de un amplio grupo de izquierdas que va creciendo, que se llama Izquierda No Nacionalista.
Por tanto, esos
calificativos que ha mencionado no me corresponden. Estaba en la
manifestación, repito, como persona que ha sido siempre de izquierdas,
originalmente en el PSUC y ahora en una izquierda de las que no se
doblegan, de las que no se rinden y de las que no pactan con los
independentistas. Lo digo para dejar las cosas claras.
Yo soy quien soy.
He sido siempre de izquierdas, y donde ha estado la izquierda, ahí he
estado yo.
E.C.: Comprendo. ¿Pero qué me puede decir de la manifestación?
(...) Yo iba en la cabecera, así que hice todo el recorrido y pude ver
masas y masas y masas; multitudes de personas que abarrotaban las calles
(la de Pau Clarís, la Vía Layetana sobre todo, y luego el trecho hasta
la Estación de Francia), ocupando incluso las aceras y desbordando los
límites fijados para que la manifestación pudiese avanzar.
Las aceras
estaban llenas, llenas de gente. Y tuve la sensación de que hacía mucho
tiempo que no veía la cara de las clases populares en Cataluña, en el
sentido estricto de la palabra: gente sencilla, modesta, que está harta
de que a lo largo de tantos años, sobre todo estos últimos, le estén
estafando democráticamente, maltratando desde el punto de vista de los
ideales democráticos.
E.C.: Pero había muchas banderas españolas.
J.V.: Pues sí. Pero es que, nos guste o no, es la bandera de España.
Yo no la comparto, porque mi espíritu es el republicano. Ojalá
tuviéramos pronto una república (española). Obvio. Pero respeto que la
gente lleve banderas españolas, como también había muchas senyeras,
banderas republicanas y de la Unión Europea. Una vez hecha esta
consideración, he de decir que para mí fue una manifestación
excepcional. (...)
Empecé en plaza Urquinaona y llegué hasta la Estación de Francia y
aquello era una permanente multitud que gritaba a favor de la unidad de
España, pero que también lanzaba gritos de “Puigdemont a prisión”. Algo
que, más allá de que sea posible o realizable, era lo que le salía de
dentro.
Básicamente porque están hartos de aguantar un gobierno
independentista, que gobierna en contra de una parte importante de la
población que nada tiene que ver con sus planteamientos separatistas.
Una parte que yo considero francamente mayoritaria, como se expresó el
día 8 en la calle.
E.C.: Sin embargo, desde el lado soberanista se está intentando desvirtuar la manifestación. Concretamente, el diario ARA titulaba al día siguiente: “El españolismo desembarca
en Barcelona a las puertas de un nuevo choque”, en alusión a los
manifestantes venidos de otros puntos de España en autocar, coche o AVE.
J.V.: Claro, tienen que hacerlo porque son unos mentirosos casi enfermizos. (...)
E.C.: Ahora que menciona el tema, usted se define como
miembro de esa izquierda que -cito sus palabras- “no se doblega, no se
rinde y no pacta” con independentistas. Pero la cruda realidad es que la
mayor parte de lo que llamamos “izquierda” comprende o justifica
-cuando no apoya directamente- al nacionalismo. ¿Por qué cree que ocurre
un fenómeno tan curioso?
J.V.: Porque el independentismo se ha venido construyendo desde hace
muchos años (no es un fenómeno de los últimos tiempos ni mucho menos)
como una aparente alternativa de progreso para Cataluña. Y esa
izquierda convencional ha querido unirse a ese carro, porque si se
descolgaba parecía que ya no era de izquierdas.
El independentismo es un
movimiento reaccionario, en cuanto apuesta por la ruptura de la
comunidad, de la convivencia, por el menosprecio de los más excluidos y
los más pobres… Como todo nacionalismo, por otra parte. Esto no es
ninguna novedad. Y ahora esa izquierda está fuera de lugar y se
encuentra que no ha apostado seriamente por lo que tenía que apostar:
por la liberación de las clases oprimidas, por los servicios básicos a
la comunidad, por la aplicación de las leyes que garanticen cultura,
educación, dependencia, trabajo… en fin, lo que vienen a ser los
principios básicos de una cultura izquierdista.
Ante este contexto, el
independentismo ha descolocado a la izquierda y la ha atraído de forma
perjudicial para ella. Por eso se encuentra desconcertada, está pasando
un momento difícil, momento que será aún peor, más adelante.
E.C.: Esa “Izquierda No Nacionalista” ya se está movilizando activamente, ¿no?
J.V.: En efecto. La Izquierda No Nacionalista convocó un acto antes
del referéndum, el pasado 26 de septiembre, en el Centro Cívico La
Sedeta, de Barcelona. Y abarrotó la sala donde nos reunimos: acudieron
más de quinientas personas de diversas tendencias.
No fue para nada una
reunión monolítica, todo lo contrario, fue muy plural. Pero eso sí,
éramos personas que estábamos convencidas de que con el independentismo
no se puede ni pactar, ni ceder ni mostrarse más débil para acabar
convertidos, como ya he dicho, en su aliado o acólito.
E.C.: Usted ha dejado muy claro que no es sociólogo. Pero
permítame hacerle una pregunta que seguro se ha planteado más de una
vez: ¿Por qué cree que esa “mayoría silenciosa” no se ha hecho visible
hasta la manifestación del 8 de octubre? ¿Por qué ha esperado tanto para
salir del armario?
J.V.: Puede ser razonable, porque hasta ahora la gente no había visto
de verdad el riesgo de la ruptura. Es que llevamos cinco años con este
tema; no puedes tener cada domingo a la gente en la calle por lo que
entonces era un futurible y ahora es ya un riesgo cierto de fractura y
ruptura con España, con el perjuicio que ello supone para una inmensa
comunidad de personas que se sienten catalanas, españolas, europeas o
incluso mundiales, como es mi caso.
Pienso que ha habido un factor
determinante que es el momento presente, que es crucial, algo que nadie
puede dudar. Un momento que ellos han ido preparando a lo largo del
tiempo a base de concentraciones masivas de independentistas muy fieles.
No se ha hecho una manifestación tan masiva hasta que se ha alcanzado
un punto crítico como el actual.
E.C.: En la manifestación usted dirigió un parlamento a la
multitud donde calificó al independentismo catalán de “racista y
excluyente”. ¿Por qué?
J.V.: No eran palabras mías. Me limité a citar un artículo del diario francés Libération. Por
tanto, la responsabilidad de estos términos corresponde a este medio.
Ahora bien, ¿por qué utilizo estas palabras? Porque detrás de todo
nacionalismo, quiérase o no, hay una exclusión de aquellos que no
comparten la ideología dominante.
Esto ocurre en todo nacionalismo, sea
de aquí, de América o de cualquier país del mundo. Por tanto, cualquier
exclusión social por no profesar la ideología nacionalista es una forma
de racismo, porque éste no siempre va asociado a la raza o al color de
la piel. Los primeros que sufrieron esta lacra en el siglo XX fueron los
judíos, y en su caso no era un problema de color de la piel.
Era un
problema donde convergían varios factores, como la religión, el origen
social, formas de vivir, culturas diferentes… Sin embargo se cometió un
genocidio con ellos. Y eso que eran ciudadanos alemanes, que convivían
pacíficamente.
Hasta que apareció el nacionalsocialismo de Hitler, que
los excluyó, los persiguió y los asesinó en masa. Y aunque no era
cuestión de un signo externo, de la raza o el color, nadie puede dudar
que detrás de esa ideología había un elemento fundamental que se llama
racismo.
E.C.: ¿Cree por tanto que el nacionalismo catalán supura
cierto racismo, tanto hacia el resto de España como hacia la mitad de la
población que no comulga con sus ideas?
J.V.: No digo que sea racista, sino que posee ciertos elementos
característicos y propios del racismo. Más que racismo, le cuadraría
mejor el nombre de supremacismo, es decir, la sensación de que
hay un sector social que, por sus características históricas,
lingüísticas, culturales, etc., es superior a otros que, ocupando un
estrato social inferior -hablen o no la lengua-, se considera que no
pertenecen a una Cataluña pura, o simplemente, a la idea que ese sector superior tiene de Cataluña. " (Entrevista a Carlos Jiménez Villarejo, ElCatalán, 15/10/17)
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