"Hacer como que se declara una independencia que no se deletrea oficialmente y suspender sus efectos “por unas semanas” inconcretas. Es la surrealista conclusión esencial de ayer.
Parece que con el discurso de Carles Puigdemont
—y con él, el del conjunto del secesionismo—, ha quedado prendado y
prisionero del modelo de Eslovenia. De aurora boreal, los Balcanes como
ejemplo. Acuérdense de su final: tuvo un desenlace trágico.
Antes de esta nueva moda, el nacionalismo acarició el modelo
bávaro, el lituano, el escocés o el quebequés. Siempre hay uno a mano
para cada circunstancia y momento. El penúltimo fue Kosovo —evocado sin
citarlo directamente en el preámbulo de la pretendida ley del
referéndum— y ahora recalamos en Eslovenia.
El modelo esloveno, según la lectura light que del mismo hacen sus nuevos fans, consiste en declarar la independencia y suspender su aplicación durante un tiempo, tirar la piedra y esconder la mano. Como si lo primero fuera un juego de niños y lo segundo, algo fácil una vez se ha sacado el genio de la botella.
Una versión ingenuista de este modelo la sintetizó horas
antes el eurodiputado posconvergente Ramon Tremosa: Eslovenia “hizo una
cosa muy interesante”, sostiene, unas “elecciones al Parlamento esloveno
con una especie de Junts pel Sí, que sacó mayoría absoluta, intentó
negociar con Belgrado, no hubo manera, convocó un referéndum unilateral,
lo ganó y después declaró la independencia y la suspendió durante unos
meses con el fin de negociar un referéndum acordado con Belgrado”.
Menos cuentos de hadas. Y más diferencias con Cataluña: en
Belgrado (la capital serbia) mandaba un dictador, Slobodan Milosevic, y
España es una democracia; en el referéndum de 1990 participó un 93,3%
del electorado, y no un 40%; hubo garantías, mientras en Cataluña,
ninguna; y la declaración unilateral de independencia (DUI) de 25 de
junio de 1991 tuvo el apoyo del 94% de los diputados (no de la mitad
dispensada a las leyes de ruptura), además de las simpatías de Bonn y
Washington (y no la unanimidad europea en contra, como ahora).
Y sobre todo, dos días después de la tal DUI, Eslovenia
(21.000 uniformados) se lio a tiros contra 20.000 efectivos del Ejército
(ex)yugoslavo. Fue una guerra de los diez días, hasta el de
San Fermín, seguida de un alto el fuego: murieron, pequeño detalle, 74
personas de ambos bandos y extranjeros, éstos, periodistas y camioneros.
Mientras fallecerían a miles en la guerra vecina de Croacia, la
república que centraba la atención de Serbia: aquí no hay nada de eso.
Por la paz de Brioni, Milosevic retiró sus tropas, cedió
todo el poder militar y fronterizo a Liubliana y acordó un plazo de tres
meses antes de oficializarse la independencia de Eslovenia: no se
negoció nada. Al final, la comunidad internacional validó el proceso, al
esfumarse Serbia de la mesa, como de otra forma hizo con Kosovo.
La pregunta clave para el eurodiputado Tremosa es si la
guerra y sus muertos fueron efectivamente “una cosa muy interesante”.
¿De verdad no le tiembla la voz cuando lo dice?
De lo trágico a lo ridículo, el otro modelo más cercano es
el de la Padania. La secuencia fue inversa: la DUI se proclamó el 15 de
septiembre de 1996 en la isla del Lido de Venecia, ante unas 10.000
personas, incluido el emisario Àngel Colom i Colom.
Como nadie reconoció la DUI ni nadie se dio por enterado de
que habían ofendido a la bandera italiana (“pliéguese y mándese a Roma”,
ordenó el corrupto líder de la Lega, Umberto Bossi), el secesionismo
norditaliano convocó un referéndum donde votaron el 25 de mayo de 1997
casi 5 millones de ciudadanos (por 20 millones de habitantes), con un
97% a favor, a la búlgara.
Como tampoco hubo nada, el empeño acabó evaporado. De
aquella República Federal de Padania apenas queda nada más que
nostálgicos despistados y alguna decepción. Y un concurso de belleza:
Miss Padania." (Xavier Vidal-Folch , El País, 11/10/17)
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