"¿Qué ha sido de Barcelona? ¿Por qué la ciudad más poderosa del
Mediterráneo ha cedido el liderazgo del país a las comarcas del
interior? ¿Por qué es incapaz de generar una posición que responda a sus
intereses y potencialidades, tan distintos del resto de Cataluña, ante
un conflicto que la va a perjudicar más que a nadie?
Recientemente el alcalde de Barcelona encargó a un grupo de expertos
afines estudiar el impacto en la ciudad de una Cataluña independiente,
ya que, como el propio Xavier Trias reconoció, en los trabajos sobre
construcción de un Estado catalán del Consejo de Transición Nacional
esta cuestión, increíblemente, no se había examinado.(...)
No fue un lapsus del Consejo de Transición. Ni falta de entusiasmo
soberanista del Consistorio. Ni que el turismo sea la deliberada
estrategia de la ciudad. Son ilustraciones de lo que Barcelona y su
comarca representan para el independentismo: un enclave a vaciar
políticamente primero —imprescindible objetivo ya conseguido— y social y
económicamente después; limitar Barcelona a exitosa villa turística
costera, más eventos y congresos; a una comarca, una más, de una
Cataluña homogénea, de mínimo común denominador, el de las comarcas no
metropolitanas.
Este designio, implementado en una maniobra de años, comenzó en 1987
con la decisión del expresidente Pujol de suprimir la Corporación
Metropolitana de Barcelona, a la que evaluaba, correctamente, como
contrapoder de la Generalitat. Al catalanismo empresarial y burgués de
la CiU de entonces le asustaba la doble condición del cinturón
barcelonés: obrero e inmigrante.
El vaciado político de Barcelona
continuó por décadas con una normativa electoral todavía vigente, basada
en una disposición transitoria de una ley de 1985 que privilegia el
“territorio” sobre los votos de la provincia de Barcelona. En nombre del
“equilibrio territorial”, el voto de un barcelonés vale menos que el de
un votante de Girona, Lleida o Tarragona. Lo local, agrícola (salvo
zonas de la Tarragona costera) y turístico pesa más que lo
metropolitano, industrial y cosmopolita.
La base emocional y electoral
de Convergencia ha estado en las comarcas del interior, pero puesta al
servicio de los intereses de las clases medias altas barcelonesas. Sin
embargo, en el verano-otoño de 2012 estas clases pierden el control del
nacionalismo a manos de los enragés del interior, como ERC.
La
progresión del soberanismo ha ido del campo (lo territorial, comarcal) a
la ciudad cosmopolita. Solo es en los últimos comicios cuando los
resultados electorales de algunas zonas de la ciudad de Barcelona se
empiezan a parecer a los de la Cataluña comarcal. (...)
La prolongada maniobra de desgaste para doblegar a Barcelona culminó,
como toda buena ofensiva, en un furioso ataque final liderado
brillantemente por la prensa nacionalista, apalancado en la torpe
ocurrencia populista del alcalde socialista Jordi Hereu de convocar ¡un
referéndum! sobre una reforma urbana.
El PSC, partido de administradores
sin alma, tácticos sin estrategia, rindió la ciudad a los soberanistas,
espléndidos tácticos y estrategas, para colmo tan económicamente
saneada —no como Madrid— ¡que incluso ayuda a financiar la Generalitat!
Todavía existen bolsas de resistencia al intento de fagocitación de
Barcelona por el proyecto de homogeneidad nacionalista. Este sigue sin
penetrar los barrios barceloneses donde residen los trabajadores
inmigrantes españoles, muchos ya jubilados, que tanto han respetado la
cultura y la sociedad catalanas, hasta la ingenuidad.
En las autonómicas
del 2012, en El Carmel, Ciutat Meridiana y Prosperitat, tanto el PSC
como el PP lograron más votos que CiU y Esquerra. Incluso Ciutadans
sobrepasó a ERC y, en algún barrio, a CiU. También fuera de la ciudad se
da el fenómeno: en Cornellá y L’Hospitalet, la segunda ciudad de
Cataluña, el PSC obtuvo más votos que CiU y ERC sumadas, el PP más votos
que CiU, y Ciutadans más votos que Esquerra.
Y en Badalona gobierna el
PP. Como contraste, en la comarca leridana del Pla d’Urgell, agrícola y
ganadera, en las últimas autonómicas CiU y ERC capturaron el 70% de los
votos. No es la única ilustración de la abismal diferencia entre el
territorio y Barcelona. Política, social y económicamente son países
distintos.
El cinturón de Barcelona se parece más al sur de Madrid que
al Pla d’Urgell. El capitalismo industrial genera las condiciones
materiales para la solidaridad internacional entre trabajadores. El
nacionalismo, premoderno, los separa. (...)
De esta manera, Barcelona ha quedado atrapada en una estrategia por
defecto: el turismo. Como por su éxito la bolsa ha seguido sonando, y ya
se sabe las bondadosas consecuencias de su tintineo en Barcelona, no se
genera el necesario sentido de urgencia de cambio hacia un nuevo
posicionamiento en un horizonte global.
La composición de los partidarios de la consulta es reveladora de los
peligros para Barcelona del independentismo: la nueva Convergencia,
ERC, ICV, CUP. Solo Unió desentona en tan anticosmopolita coalición de
“agropecuarios” y antisistema. El soberanismo ha pasado a ser liderado
por quienes nada tienen que ganar de Europa y la globalización
—precisamente ambos ámbitos son lo que necesita Barcelona para seguir
siendo la mejor ciudad del mundo para vivir—.
Barcelona —cosmopolita, irresistiblemente bella, inquieta— lo tiene
casi todo. Sin ella, Cataluña no es. Pero la Barcelona que requiere el
soberanismo es una ciudad controlada, global solo en lo turístico,
homogénea con el “territorio”. Sí que hay un independentismo que valdría
la pena: el de Barcelona." (
José Luis Álvarez
, El País, 9 OCT 2014)
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