10/10/14

A la Barcelona, controlada, global solo en lo turístico, le valdría la pena... ¡independizarse de Cataluña!

"¿Qué ha sido de Barcelona? ¿Por qué la ciudad más poderosa del Mediterráneo ha cedido el liderazgo del país a las comarcas del interior? ¿Por qué es incapaz de generar una posición que responda a sus intereses y potencialidades, tan distintos del resto de Cataluña, ante un conflicto que la va a perjudicar más que a nadie?

Recientemente el alcalde de Barcelona encargó a un grupo de expertos afines estudiar el impacto en la ciudad de una Cataluña independiente, ya que, como el propio Xavier Trias reconoció, en los trabajos sobre construcción de un Estado catalán del Consejo de Transición Nacional esta cuestión, increíblemente, no se había examinado.(...)

No fue un lapsus del Consejo de Transición. Ni falta de entusiasmo soberanista del Consistorio. Ni que el turismo sea la deliberada estrategia de la ciudad. Son ilustraciones de lo que Barcelona y su comarca representan para el independentismo: un enclave a vaciar políticamente primero —imprescindible objetivo ya conseguido— y social y económicamente después; limitar Barcelona a exitosa villa turística costera, más eventos y congresos; a una comarca, una más, de una Cataluña homogénea, de mínimo común denominador, el de las comarcas no metropolitanas.

Este designio, implementado en una maniobra de años, comenzó en 1987 con la decisión del expresidente Pujol de suprimir la Corporación Metropolitana de Barcelona, a la que evaluaba, correctamente, como contrapoder de la Generalitat. Al catalanismo empresarial y burgués de la CiU de entonces le asustaba la doble condición del cinturón barcelonés: obrero e inmigrante. 

El vaciado político de Barcelona continuó por décadas con una normativa electoral todavía vigente, basada en una disposición transitoria de una ley de 1985 que privilegia el “territorio” sobre los votos de la provincia de Barcelona. En nombre del “equilibrio territorial”, el voto de un barcelonés vale menos que el de un votante de Girona, Lleida o Tarragona. Lo local, agrícola (salvo zonas de la Tarragona costera) y turístico pesa más que lo metropolitano, industrial y cosmopolita. 

La base emocional y electoral de Convergencia ha estado en las comarcas del interior, pero puesta al servicio de los intereses de las clases medias altas barcelonesas. Sin embargo, en el verano-otoño de 2012 estas clases pierden el control del nacionalismo a manos de los enragés del interior, como ERC.

 La progresión del soberanismo ha ido del campo (lo territorial, comarcal) a la ciudad cosmopolita. Solo es en los últimos comicios cuando los resultados electorales de algunas zonas de la ciudad de Barcelona se empiezan a parecer a los de la Cataluña comarcal. (...)

La prolongada maniobra de desgaste para doblegar a Barcelona culminó, como toda buena ofensiva, en un furioso ataque final liderado brillantemente por la prensa nacionalista, apalancado en la torpe ocurrencia populista del alcalde socialista Jordi Hereu de convocar ¡un referéndum! sobre una reforma urbana. 

El PSC, partido de administradores sin alma, tácticos sin estrategia, rindió la ciudad a los soberanistas, espléndidos tácticos y estrategas, para colmo tan económicamente saneada —no como Madrid— ¡que incluso ayuda a financiar la Generalitat!

Todavía existen bolsas de resistencia al intento de fagocitación de Barcelona por el proyecto de homogeneidad nacionalista. Este sigue sin penetrar los barrios barceloneses donde residen los trabajadores inmigrantes españoles, muchos ya jubilados, que tanto han respetado la cultura y la sociedad catalanas, hasta la ingenuidad. 

En las autonómicas del 2012, en El Carmel, Ciutat Meridiana y Prosperitat, tanto el PSC como el PP lograron más votos que CiU y Esquerra. Incluso Ciutadans sobrepasó a ERC y, en algún barrio, a CiU. También fuera de la ciudad se da el fenómeno: en Cornellá y L’Hospitalet, la segunda ciudad de Cataluña, el PSC obtuvo más votos que CiU y ERC sumadas, el PP más votos que CiU, y Ciutadans más votos que Esquerra. 

Y en Badalona gobierna el PP. Como contraste, en la comarca leridana del Pla d’Urgell, agrícola y ganadera, en las últimas autonómicas CiU y ERC capturaron el 70% de los votos. No es la única ilustración de la abismal diferencia entre el territorio y Barcelona. Política, social y económicamente son países distintos. 

El cinturón de Barcelona se parece más al sur de Madrid que al Pla d’Urgell. El capitalismo industrial genera las condiciones materiales para la solidaridad internacional entre trabajadores. El nacionalismo, premoderno, los separa. (...)

De esta manera, Barcelona ha quedado atrapada en una estrategia por defecto: el turismo. Como por su éxito la bolsa ha seguido sonando, y ya se sabe las bondadosas consecuencias de su tintineo en Barcelona, no se genera el necesario sentido de urgencia de cambio hacia un nuevo posicionamiento en un horizonte global.

La composición de los partidarios de la consulta es reveladora de los peligros para Barcelona del independentismo: la nueva Convergencia, ERC, ICV, CUP. Solo Unió desentona en tan anticosmopolita coalición de “agropecuarios” y antisistema. El soberanismo ha pasado a ser liderado por quienes nada tienen que ganar de Europa y la globalización —precisamente ambos ámbitos son lo que necesita Barcelona para seguir siendo la mejor ciudad del mundo para vivir—.

Barcelona —cosmopolita, irresistiblemente bella, inquieta— lo tiene casi todo. Sin ella, Cataluña no es. Pero la Barcelona que requiere el soberanismo es una ciudad controlada, global solo en lo turístico, homogénea con el “territorio”. Sí que hay un independentismo que valdría la pena: el de Barcelona."               ( , El País 9 OCT 2014)

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