"(...) La inmersión, afirma la doctrina, tiene dos
virtudes indiscutibles y una tercera más ambigua. Su primera virtud es
que trae cohesión social, pues sin ella Cataluña se fracturaría entre
los de arriba, catalanohablantes, nativos, etc. y los de abajo,
inmigrantes, castellanohablantes y demás. (...)
- (...) El argumento de la cohesión impresiona, pero no resiste el mínimo examen. Con treinta años de inmersión, Cataluña no es hoy más cohesiva que antes. Entre 1973 y 2007, el índice de Gini, que mide la desigualdad en ingresos de una sociedad (0 y 1 serían la igualdad y la desigualdad absolutas) se mantuvo en Cataluña en 0,29, mientras que en el conjunto de España (donde la desigualdad es mayor por las mayores dimensiones y los desequilibrios territoriales) se redujo de 0,36 a 0,31. En el ámbito escolar, es decir, en materia de igualdad educativa, Cataluña no está ni mejor ni peor.(...)
(...) La segunda es que todos la apoyan, como
muestra el dato, tan repetido, de que sólo ocho familias (a veces son
ochenta, pero sigue siendo una cifra ridícula) hayan reclamado la
escolarización en castellano.(...)
- (...) Se basa en que sólo un puñado de familias
han llevado a la Generalitat a los tribunales para exigir la
escolarización en castellano, pero ignora deliberada y esforzadamente
que, cuando se manifiestan en un contexto libre de cualquier coerción,
la mayoría de las familias no quieren esa inmersión lingüística en la
sola lengua propia. Aunque está muy mal visto preguntar esto en
Cataluña, y por tanto cada vez se pregunta menos, varias encuestas han
arrojado esta mayoría: el CIS la cifró en el 70% (1998), ASEP en el 78%
(2001) y el 68% (2009), DYM en el 91%.
¿Cómo se reduce la amplia mayoría de aquellas encuestas, incluso la sospechosa pero apreciable minoría de esta, a la quantité négligeable de ocho familias con que los nacionalistas suelen hacer sus chistes? Muy sencillo: la presión ambiental. En definitiva, el hiato entre la amplia proporción de población que quiere una educación bilingüe y la exigua proporción que la exige indica que en Cataluña no hay un problema, sino dos: el segundo es la falta de libertad, aunque no se deba a los mossos sino a los conciudadanos; o, como podría haber dicho Althusser, no a su aparato represivo sino a su aparato ideológico, la escuela.
(...) Además, y esta es la tercera virtud, el
catalán está en retroceso ante el dominio del castellano en los medios y
en la calle, por lo que precisa ser defendido en la escuela. (...)
- (...) Queda, en fin, la cuestión de la salud de la lengua, que comprende dos partes. Una es que, descontando a los inmigrantes extranjeros, todos hablan castellano pero no todos hablan catalán (ni euskera, ni gallego); la otra es si ese desequilibrio crece o se reduce. Lo primero tiene que suceder de manera residual simplemente por la libertad de movimiento y residencia en el territorio nacional (siempre habrá un flujo de otras comunidades hacia Cataluña -y viceversa), pero va más allá por el legado histórico reciente y por la base demográfica más amplia del castellano. Esto justifica la discriminación positiva a favor del catalán (y de otras lenguas propias, en sus territorios), en particular en la escuela, pero no la evacuación del castellano. De hecho, catalán, gallego y euskera, aun con distintas políticas lingüísticas, han mejorado espectacularmente su posición a lo largo de la existencia de la democracia, aunque sigan por detrás del castellano, lo que arroja a la vez un balance de éxito y una tarea pendiente.
Seguramente
nunca acabaremos con esto y siempre habrá una tensión entre la
preferencia emocional por la lengua propia (identidad) y la ventaja
funcional de la lengua común (alcance), o entre la ventaja local de una y
la global de otra.
Pero hoy disponemos de los medios para
manejar de manera eficaz y sin conflictos esa tensión: por un lado, un
profesorado competentemente bilingüe; por otro, un control continuo y
localizado de la competencia de los alumnos en cada lengua, a través de
las pruebas de diagnóstico y otras.
Nada nos impide reforzar en la
escuela la lengua en desventaja y hacerlo precisamente en la proporción
debida, modulándola en el tiempo y diversificándola por territorios, por
centros, por grupos-clase, regulando el horario -e incluso por alumno,
regulando las tareas. Nada salvo la inercia burocrática y el sectarismo
nacionalista, claro está.
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