"La supuesta naturalidad de la secesión es el tema recurrente del
discurso independentista. Si “un pueblo” quiere ser independiente, ahora
Cataluña, todo demócrata debe apoyarlo. ¿Qué hay de malo en ello?, como
decía Ibarretxe. Para empezar, ha de subrayarse la excepcionalidad de
tal hecho.
Ni la ONU ni la declaración de Derechos Humanos amparan el
derecho de autodeterminación, salvo para situaciones coloniales. En el
mundo democrático, solo existe el antecedente de Quebec, la excepción
que confirma la regla, y no lo es precisamente de ejercicio de la
democracia, ya que consiste en que los independentistas, que andan ahora
por el 30% lo, planteen una y otra vez.
“Si no sale, lo volveremos a
intentar”, explicaba una independentista en TV-3. Con semejante
procedimiento, el Girona puede arrebatarle al título al Barça. Hay
autodeterminaciones recientes, caso de Kosovo, pero ni Serbia ni
Yugoslavia eran marcos democráticos. La secesión era emancipación. Estos
requisitos faltan en los casos catalán y vasco.(...)
En suma, de natural lo que está ocurriendo no tiene nada: una
ciudadanía que durante décadas, en elecciones estrictamente
democráticas, vota en sentido autonomista, experimenta por causas
conocidas una radicalización. El 20% se ha convertido en 50%. (...)
En tales circunstancias, lo menos que cabe exigir es comprobar la
permanencia de ese nuevo “sentimiento” político, mediante elecciones no
plebiscitarias, esto es, confirmadas en condiciones normales, sin
consultas tipo Gibraltar que son referéndums encubiertos, y respetando
al Estado constitucional vigente.
A Rubalcaba le faltó esto;
ciertamente, la Constitución es revisable, pero antes —lo que ignora ya
un PSC roto— resulta exigible su cumplimiento. La manifestación de la
Diada impone su ley, arrastrando literalmente a los catalanes a aceptar
el decisionismo de Mas. Un proceso cuyos antecedentes en la historia
europea no son precisamente democráticos.
La secesión no es algo normal y necesariamente tiene efectos
traumáticos, incluso para Europa, cuya fragmentación —Cataluña, Euskadi,
Padania, Escocia, Flandes— supone una catástrofe. Además, España no es
Yugoslavia. Tres siglos de vinculación y multitud de intereses comunes
debieran contar.
A pesar de los efectos de una siembra de odio, entre la
extrema derecha centralista y el catalanismo, que ya pudo ser apreciada
en la historia interminable del Estatut. El menosprecio de España forma parte de la tradición catalanista, desde sus primeras manifestaciones, como Lo catalanisme de Valentí Almirall. Y la “transición nacional” no disminuirá la xenofobia, ni el carácter ultraconservador de CiU." (Antonio Elorza, El País, 29 SEP 2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario