9/10/12

Una ciudadanía que durante décadas, en elecciones estrictamente democráticas, vota en sentido autonomista, experimenta por causas conocidas una radicalización. El 20% se ha convertido en 50%

"La supuesta naturalidad de la secesión es el tema recurrente del discurso independentista. Si “un pueblo” quiere ser independiente, ahora Cataluña, todo demócrata debe apoyarlo. ¿Qué hay de malo en ello?, como decía Ibarretxe. Para empezar, ha de subrayarse la excepcionalidad de tal hecho.

 Ni la ONU ni la declaración de Derechos Humanos amparan el derecho de autodeterminación, salvo para situaciones coloniales. En el mundo democrático, solo existe el antecedente de Quebec, la excepción que confirma la regla, y no lo es precisamente de ejercicio de la democracia, ya que consiste en que los independentistas, que andan ahora por el 30% lo, planteen una y otra vez.

 “Si no sale, lo volveremos a intentar”, explicaba una independentista en TV-3. Con semejante procedimiento, el Girona puede arrebatarle al título al Barça. Hay autodeterminaciones recientes, caso de Kosovo, pero ni Serbia ni Yugoslavia eran marcos democráticos. La secesión era emancipación. Estos requisitos faltan en los casos catalán y vasco.(...)

  En suma, de natural lo que está ocurriendo no tiene nada: una ciudadanía que durante décadas, en elecciones estrictamente democráticas, vota en sentido autonomista, experimenta por causas conocidas una radicalización. El 20% se ha convertido en 50%. (...)

En tales circunstancias, lo menos que cabe exigir es comprobar la permanencia de ese nuevo “sentimiento” político, mediante elecciones no plebiscitarias, esto es, confirmadas en condiciones normales, sin consultas tipo Gibraltar que son referéndums encubiertos, y respetando al Estado constitucional vigente.

 A Rubalcaba le faltó esto; ciertamente, la Constitución es revisable, pero antes —lo que ignora ya un PSC roto— resulta exigible su cumplimiento. La manifestación de la Diada impone su ley, arrastrando literalmente a los catalanes a aceptar el decisionismo de Mas. Un proceso cuyos antecedentes en la historia europea no son precisamente democráticos.

La secesión no es algo normal y necesariamente tiene efectos traumáticos, incluso para Europa, cuya fragmentación —Cataluña, Euskadi, Padania, Escocia, Flandes— supone una catástrofe. Además, España no es Yugoslavia. Tres siglos de vinculación y multitud de intereses comunes debieran contar. 

A pesar de los efectos de una siembra de odio, entre la extrema derecha centralista y el catalanismo, que ya pudo ser apreciada en la historia interminable del Estatut. El menosprecio de España forma parte de la tradición catalanista, desde sus primeras manifestaciones, como Lo catalanisme de Valentí Almirall. Y la “transición nacional” no disminuirá la xenofobia, ni el carácter ultraconservador de CiU."             (Antonio Elorza, El País, 29 SEP 2012)

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