3/1/19

El nacionalismo, cuando es coherente, es de derecha: la noción de nación implica el privilegio de los que pertenecen a ella y la exclusión de los que no. Y esa es la base de cualquier idea posible de derecha: que hay unos que sí y otros que no... Aunque están, por supuesto, esos nacionalismos que se pretenden “de izquierda” que terminan acordando en que lo malo no es que te exploten sino que te exploten extranjeros, y aceptan con cierta amabilidad patriótica a los explotadores y patrones locales

"(...) Espein era diferen del resto de Europa porque no tenía un partido de extrema derecha realmente existente. La bestia, que se había despertado en muchos sitios, aquí seguía durmiendo. (...)

La bestia ya no duerme. Ahora se empezará a discutir quién la despertó, cómo, por qué. Se puede pensar en esa paradoja: esta nueva internacional nacionalista. 

Se puede pensar, también, en otro nacionalismo: el catalán. Queda dicho: hace cuatro o cinco años, un partido de centroderecha, representante de la gran burguesía barcelonesa, que había gobernado décadas sin mentar ninguna independencia, pasaba por un mal momento: recortaba salud, educación y otros derechos, y sus ciudadanos se lo reprochaban en la calle; por otro lado, muchos de sus mandos enfrentaban juicios por corrupción. 

Así que recurrieron al Viejo Truco de la Patria: salieron a revolear banderas. Con su primer eslogan, “Espanya ens roba” —España nos roba—, constituyeron el Sujeto España como el enemigo a derrotar y se lanzaron.

Ahora, cuando la independencia catalana parece más lejana, ciudadanos que habían protestado los recortes vuelven a protestarlos en la calle, y el gobierno de aquel partido de centroderecha les dice que no se fijen en minucias tales como no conseguir turnos en los hospitales. 

Pero el Sujeto España ya quedó cristalizado, legitimado por el peligro catalán: como se vio a lo largo de este último año, cierto patrioterismo español empezó a revolear su propia bandera so pretexto de “defender la unidad amenazada”. La bestia nacionalista se desperezaba y gritaba “A por ellos”.

 El nacionalismo, cuando es coherente, es de derecha: la noción de nación implica el privilegio de los que pertenecen a ella y la exclusión de los que no. Y esa es la base de cualquier idea posible de derecha: que hay unos que sí y otros que no.

Aunque están, por supuesto, esos nacionalismos que se pretenden “de izquierda” porque pelean contra supuestos poderes “foráneos”. En la práctica, más allá de discursos, terminan acordando en que lo malo no es que te exploten sino que te exploten extranjeros, y aceptan con cierta amabilidad patriótica a los explotadores y patrones locales: prefieren a la clase la bandera.

Porque hay pocas cosas más fáciles de vender que una bandera y todo el sentimentalismo que con ella se despliega; lo difícil es encontrar relatos parejamente directos, eficaces, que puedan desarmarla. 

Así que la bestia está despierta: la extrema derecha ha irrumpido en España. (...)

Pero su gran valor, su diferencia —y seguramente su sex appeal principal— está en su reivindicación nacionalista: la palabra España les chorrea de los labios, su defensa ante la amenaza separatista es su bandera, la extirpación del chancro inmigrante su misión más proclamada. 

 Proponen construir un muro à la Trump en Ceuta y Melilla y sacaron más votos en las zonas donde viven más inmigrantes: aprovechan este miedo actual de los más pobres locales ante los más pobres visitantes.  (...)

 Vivíamos con ese alivio y ese orgullo de no tener lo que ahora sí tenemos: nos toca aceptar que no somos los que creíamos —y es duro—. Nunca es fácil ser otro.  (...)"               (

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