"Pesimismo, un aire raro, viciado, triste. El gobierno catalán está
escribiendo unas páginas muy sombrías estas semanas.
Prima a toda costa
la voluntad de aparecer, de decir que hay un gobierno, que hay una
autonomía, que hay un país, cuyo presidente se permite el lujo de convocar a los medios extranjeros
para criticar sin ningún complejo ni vergüenza al Gobierno de todos los
ciudadanos de España, o del Estado español –como se especifica una y
otra vez desde hace décadas desde TV3. (...)
En una situación como ésta, un gobierno autonómico puede discrepar,
claro, y buscar otras alternativas, pero se debe hacer en las reuniones
oportunas, en los contactos constantes que se tengan. Si ese fuera el
problema, la necesidad de unificar criterios, y mejorar situaciones
adversas, el nacionalismo no utilizaría esos canales. Porque el objetivo
es otro: es el de sacar la cabeza, el de decir que hay un país que le dice a los periodistas extranjeros que si fuera independiente lo gestionaría todo mejor.
La traición en tiempos de pandemia tiene el nombre de Torra.
Y cuesta decirlo, porque la tradición del nacionalismo catalán, a pesar
de sus adversarios, que los hay por principios y por convencimiento, no
ha actuado siempre así. (...)
Por eso para muchos dirigentes que proceden de aquella tradición
constructiva, el sentimiento que más prima en ellos en estos momentos es
el de vergüenza ajena, por no mencionar otros adjetivos.
El Ministerio de Sanidad, que dirige el catalán Salvador Illa, procedente
de esa tradición catalanista constructiva, se ha visto en la obligación
de emitir una orden para fijar a las comunidades autónomas un modelo
único de notificación para una gestión más eficaz sobre la información
de los afectados y fallecidos por el Covid-19. Y lo ha hecho por las
"distorsiones" de una comunidad, en una clara alusión a Cataluña.
A
estas alturas, después de varias semanas, el seguimiento de la famosa
curva de la pandemia es más complicado, porque, sin consultar, ajeno a
las indicaciones de la OMS, el Gobierno catalán ha decidido contabilizar de otra manera,
exigiendo, además, que el Gobierno central y el resto de autonomías
haga lo propio. Curiosa alianza la que ha establecido Torra con el PP,
que un día sí y otro también, en boca de Pablo Casado, reclama al Gobierno que esclarezca el número real de muertos por el Covid-19.
Es igual que los fines sean distintos. El hecho es que el Gobierno de
Torra ha decidido acorralar al Gobierno de Sánchez, con esa especie de
tenaza al lado del PP. ¿Por qué? Para existir, porque el nacionalismo ha comenzado a interiorizar dos cuestiones: que no está a la altura de la gestión que se precisa, que tiene un capital humano al frente de la Generalitat muy deficiente; y que su proyecto político independentista no se aguanta por ningún lado.
Puede que los cambios que los expertos auguran a partir de esta
pandemia no alcancen la dimensión que dibujan, pero, en todo caso, es
evidente que las prioridades serán otras, que una de las peticiones con
más apoyos será la de colaborar, la de unir esfuerzos. ¿Tanto le costaba
ahora al gobierno de la Generalitat acompañar al Ejecutivo de todos
--con las pertinentes críticas en el seno de las reuniones que
mantiene-- para proyectar una imagen de máxima entereza para superar una
situación tan grave?
De hecho, ese mismo gobierno catalán está anulando la mayor fuerza de
la Generalitat en todos estos años: la idea de que el mejor gobierno es
el más próximo al ciudadano. Con consejeros y consejeras como
Buch, Budó, Vergés o Puigneró, o el propio presidente Torra, ¿para qué
sirve realmente la Generalitat?
Atentos todos, porque eso también será objeto de debate cuando todo
esto pase: ¿cómo se gestiona, con qué poderes públicos, y cuántos
organismos públicos se necesitan. ¿De verdad eso no está en las cabezas
de Torra o de Buch?" (Manel Manchón, Crónica Global, 18/04/20)
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