"El narcisismo herido de una sociedad opulenta pero traumatizada por la crisis y las negras expectativas de futuro es una de las causas más profundas del actual movimiento nacional separatista o prusés
(y no la tan traída y llevada "sentencia del Estatut", que no es más
que un argumento o explicación socialista para derivar hacia el PP la
responsabilidad de lo que los socialistas posibilitaron en los años del
tripartito y de Zapatero). (...)
Una multitud acomodada y burguesa que se toma el privilegio de actuar también como insurreccional y revolucionaria. El tortell dominical después de la misa se ha visto transubstanciado en guerrilla urbana, sin que ello afecte ni al menú ni a los ahorritos ("el patrimoni") ni al mismo, sagrado tortell,
y además estrechando los lazos familiares intergeneracionales, pues el
vuelo, los papás y el crío van juntos a la gran fiesta de la democracia. ¿Qué más puede pedir una familia filistea?
En esta revolución ridícula quizá el episodio más cómico sea el del futbolista Piqué, preguntándose lloroso si debería, o no debería, renunciar a seguir participando en la selección española de fútbol: el dilema del niño mimado del fútbol y multimillonario
es el perfecto resumen narcisista de una revolución que pretende para
sus insurgentes la doble nacionalidad, la doble moneda, todos los
beneficios y ninguna deuda, la seguridad sin fuerzas armadas, la
destrucción sonriente... y que el equipo nacional catalán juegue en la
liga que le apetezca, pues es tan deseable que todos los países se
pelearán por conseguir que compita en la suya: ser separatista y bocazas
y contribuir en la medida de tus posibilidades al malestar general,
pero seguir jugando en La Roja.
En fin, esa cosa tan burguesa y a la vez tan
posmoderna de salir de casa y preguntarse: "¡Qué cabeza tengo! ¿Adónde
iba? ¿A misa o a la mani? ¿A tomar el palacio de invierno o a comprar el
tortell?". (Ignacio Vidal-Folch , Crónica Global, 02/10/17)
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