"(...) Por supuesto, aunque estuviera en Barcelona no iría a votar. ¿Cómo
voy a participar en una votación en la que no hay censo, ni junta
electoral, ni posibilidad de recurrir?
¿Cómo voy a legitimar, con mi
participación, un proceso que incluye, por ejemplo, el hecho de que
nuestros datos anden errando por el ciberespacio, y los manejen, según
parece, hackers rusos, pagados por cierto con el dinero de las y los
contribuyentes?
¿Cómo voy a dar mi voto a unos gobernantes que no se
dignan aclararme qué harán con él? Unos consellers aseguran que si gana
el sí (sobre qué porcentaje mínimo del censo, es un detalle que no han
concretado) declararán la independencia, otros dicen que no, y también
los hay que dicen una cosa u otra según el día.
En una palabra: denos
usted el cheque en blanco que ya lo rellenaremos nosotros según la
inspiración del momento.
Esta
falta de concreción y garantías se debe, se quejan ellos, a que el
referéndum es ilegal por culpa del Estado y la Constitución españoles.
Falso: es ilegal, para empezar, porque no respeta la mayoría cualificada
(2/3 del Parlament, o sea 90 escaños, mientras que el bloque
independentista solo tiene 72) que requiere el Estatut para cualquier
cambio importante.
Así se lo hizo notar Jordi Évole al president
Puigdemont, el cual respondió con toda naturalidad que él habría
preferido, claro, contar con más votos, pero actuó como lo hizo porque
fue la única manera que encontró de convocar el referéndum. Traduzco:
"-Señor president, ¡ha hecho usted trampa! -Hombre, yo habría preferido
no hacerla, pero entiéndame: fue la única manera que encontré de ganar"
El 1-O para mí será un día triste. Teníamos una sociedad catalana
pacífica, próspera, agradable, creativa, con una admirable calidad de
vida y calidad humana... y lo estamos tirando todo por la borda.
Ahora
tenemos, de un lado, una mitad de la población eufórica, convencida de
encarnar la democracia y otros valores morales, supuestamente pacífica y
festiva pero peligrosamente arrolladora, y exaltada por la promesa de
un paraíso que es como una pantalla en blanco: cada uno proyecta en ella
sus fantasías,sin importar que sean irrealizables o contradictorias
entre sí.
Del otro, otra mitad de catalanes, aburridos, exasperados,
alarmados, hartos... pero que no salen, no salimos, a la calle, en parte
porque sus opiniones políticas son muy diversas (en contraste con la
unánime comunión de los primeros), y en parte porque, hablando en plata,
tienen miedo. Aunque casi mejor que así sea: que se queden -nos
quedemos- en casa, porque si a las multitudes y banderas de los unos
respondemos (como ha habido ya algún amago de hacerlo) con multitudes y
banderas de los otros, entonces sí que estamos perdidos.
No sé
cómo hemos podido llegar a este punto, cómo hemos dilapidado el capital
de convivencia que teníamos, cómo lo hemos hecho tan mal. No quiero
perder la esperanza de que seamos capaces de tranquilizarnos todos y
encauzar la confrontación en forma de negociación y diálogo. Pero hay
días en que... (...)" (
No hay comentarios:
Publicar un comentario