"(...) Es difícil sostener que la corrupción familiar de los Pujol sea
independiente del tipo peculiar de impunidad que da el nacionalismo, una
ideología que como prueban estos últimos 30 años catalanes pervierte la
democracia hasta hacer irreconocibles algunos de sus rasgos básicos.
Y,
por supuesto, el intento de secesión, por la ley, o como aquí y ahora
se pretende, por la fuerza, es el destino natural de todo nacionalismo.
La descomposición del régimen pujolista ha traído y traerá a Cataluña y al resto de España malas consecuencias. (...)
El derrumbe de un régimen autoritario (y lo fue el pujolismo, la
«dictadura blanca» que tan precozmente observó Tarradellas: su última
expresión es el desprecio a la democracia que supone la tentativa
secesionista) suele comportar zozobras de todo género. Los happenings
familiares de las últimas Diadas se han acabado.
En el horizonte se
vislumbra la intervención de la autonomía y algunos disturbios en las
calles: quizá vuelvan, desastrosamente, a Barcelona aquellas violencias
que cesaron casi por ensalmo, y de modo tan curioso, hace tres años. La
duración e intensidad de la crisis dependerá de la firmeza y del sentido
político del Gobierno. De este, pero sobre todo del Gobierno que venga." (Arcadi Espada, El Mundo, 28/10/2015)
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