"(...) En la mayoría de las cuestiones, la sociedad catalana es liberal: uno
puede ser lo que quiera, opinar como le dé la gana, ser de derechas o
izquierdas, religioso, ateo o agnóstico, heterosexual u homosexual, es
liberal en todo menos una cosa: en el nacionalismo, la identidad, la
lengua catalana, ahora la independencia, todo eso.
En este punto, media Cataluña es profundamente antiliberal y a
quienes no piensen en voz alta como ellos, es decir, de acuerdo con los
cánones oficialmente prescritos, se les deforman sus ideas hasta
extremos grotescos, se les amenaza para infundirles miedo y, si no
rectifican su conducta, de forma directa o indirecta, genérica o
concreta, se les expulsa de la comunidad. Esto es así hoy, esto es así
desde hace muchos años.
Un ejército de escribanos al servicio del régimen, amparados en el
poder autonómico y con grandes medios a su disposición, se encarga de
ello. Y como los que deberían hablar callan, el resto de la sociedad, en
sus relaciones privadas, calla también y, en muchos casos, da la razón a
esta virtual mayoría que, al final, lo acabará realmente siendo. Es la
tan famosa, como mal entendida, “espiral del silencio”.
En efecto, la espiral del silencio es un proceso mediante el cual un
punto de vista llega a dominar la escena pública cuando los demás
—aunque al principio sean mayoría— abandonan y enmudecen. En este
sentido, como sostenía la socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, en
una contienda gana quien tiene más “energía, entusiasmo, ganas de
expresar y exhibir sus convicciones”.
No hay duda que la escena pública catalana ha sido protagonizada
durante décadas por los nacionalistas, de unos u otros partidos, y los
demás, con excepciones, han ido transigiendo y acomodándose a la
situación con la solidez y aguante del membrillo, es decir, con la moral
baja, el ánimo decaído, los complejos a flor de piel y admitiendo
culpas imaginarias. En estos casos, al final, siempre vencen los más
enérgicos, los que están impulsados por un ideal claro, los dotados del
ímpetu que suministra la virtù maquiaveliana.
Durante 35 años, se ha ido creando una situación en la que muchos
catalanes han cambiado de ideas y han entrado en el consenso
nacionalista, entre otras, por dos conocidas razones: apuntarse al bando
que creen vencedor y tener miedo a quedar socialmente aislado.
Para
conseguirlo, los nacionalistas han seguido una vieja estrategia:
primero, intentar persuadir, si no es suficiente, amenazar y, por fin,
excluir. La exclusión de algunos irradia a los demás para que el miedo
psicológico se interiorice y mute en convencimiento. De ahí la
ampliación del consenso nacionalista.
Entre quienes pueden ser escuchados en Cataluña, el miedo ha vencido
al coraje moral, esa gran virtud, tan admirada por Viggo Mortensen. No
es extraño, pues, que los sin voz ni siquiera se atrevan a hablar del
monotema con los amigos, compañeros de trabajo, familiares. Una triste y
anormal situación, muestra de la precariedad democrática de Cataluña.
Un foso del que no será fácil salir." (
Francesc de Carreras , El País,
14 OCT 2015)
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