"El hermano borde, aunque gemelo, de la España Imperial, del Faro de
Occidente, de la España que descubrió el Atlántico y conquistó Perejil
es este país que se propone cada día a sí mismo como la agonía de la
civilización y el dorso de la democracia.
Este aire flatulento a
tertulia de ateneo. Este pesimismo impostado y casposo. Esta incurable
anacronía. España no es una gran nación, sino algo mucho más importante:
una nación normal. (...)
Una nación moderna que se enfrenta al grave problema de la
democracia mediática: la exhibición agobiante de los idiotas. No es que
haya aumentado su número. Es seguro que la alimentación, la higiene y la
educación los han reducido. Pero ahora participan en lo que llaman, con
su despótico atrevimiento, la conversación.
Una buena parte de la
política y los medios han decidido servirles y adularles. ¡Al fin y al
cabo son negocio y mayoría! El problema no es solo que se hayan fundado
recientemente partidos que satisfacen ese nicho, supuración ellos mismos
de la idiotez: es que su influencia se detecta de modo transversal en
la política. Y no digamos en los medios: la ignorancia se ha convertido
en el más grande espectáculo contemporáneo.
Esta idiotez realmente gobernante ha adoptado ahora el sobado cuento
de la decadencia de la nación. De probada eficacia universal. No hace
falta ser español para estos dramitas. Ahí está el francés: un
napoleonote al sentarse a la mesa; y preguntándose luego, en cada
encharcada digestión, où sont les grands hommes? Ahí gime el pobre
leoncito brit: desdentado por la indeleble humillación de tener que
preguntarle a otro brit si quiere seguir siéndolo.
En cualquier época y
en cualquier lugar el infecto populismo utiliza el relato de la nación
decadente para medrar. Fíjense: allí donde haya un idiota se comprobará
cómo echa la culpa de su intransferible idiotez a la nación.
España solo tiene un problema con denominación de origen, endémico
como la malaria en Myanmar o el hielo en Noruega: la cíclica emergencia
de grupos xenófobos, eso que el ministro Catalá llama con tanta gracia
la singularidad –la misma palabra, por cierto, con la que se refiere al
ébola–.
Desde hace tres décadas el nacionalismo se ha dedicado al
sabotaje del Estado democrático con una obstinación que no ha excluido
la sangre.
Este es todo el problema español. No solo el sabotaje. También la
respuesta dada. Es conocido el rasgo principal de la democracia, que es
el de incluir a sus enemigos. Pero con la seca condición de
identificarlos como tales." (EL MUNDO 13/10/14,
ARCADI ESPADA, en Fundación para la Libertad)
ARCADI ESPADA, en Fundación para la Libertad)
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