"(...) Las derechas saben muy bien que las grandes palabras simbólicas
movilizan a las masas más allá de sus intereses de clase, borrando
cualquier diferencia social y política en torno de una idea visceral que
nos remite a pasados gloriosos y singulares.
Este condicionante
llevado a extremos radicales ha dado como resultado, en caso de
necesidad imperiosa para la clase dominante, al nazismo, a los fascismos
varios, a dictaduras militares y asonadas golpistas de diverso signo,
según cada contexto histórico (Franco, Hitler, Mussolini, Pinochet,
Videla...).
Las palabras esconden tanto como expresan y son
excelentes vehículos de conveniencia para conducir a las masas a
objetivos tácticos de naturaleza muy diferente. El juego de CiU es
doble: atizar a la ciudadanía y poner freno a su capacidad de legítima
decisión democrática; movilizar emociones en su provecho y detener
capacidades críticas en su contra.
No es muy distinto a lo que
realiza el PP en España, con ayuda implícita o expresa del PSOE, rol que
en Cataluña está reservado a Esquerra Republicana.
Palabras o
conceptos más usados desde la transición por el nacionalismo catalán:
hecho diferencial, proceso participativo, consulta, referéndum, derecho a
decidir, elecciones plebiscitarias, enemigo, adversario, independencia,
autodeterminación, pueblo, soberanismo, sujeto legal o legítimo… Todas ellas tratan de definir en la superficie un momento histórico determinado sin expresar una voluntad política definitiva.
La capacidad camaleónica de CiU (y del PNV en el País Vasco) para
adaptarse a las circunstancias más adversas del momento político
concreto son casi perfectas. Su nacionalismo recalcitrante deja en
segundo plano su genuina ideología de derechas, captando votos en
cualquier caladero o segmento de población, incluso en aguas
tradicionales de la izquierda.
Y ahí permanecen,
instalados en el poder de manera inamovible, votando con el PP la
mayoría de veces en el Congreso de los Diputados en materias económicas,
de sanidad, educación y orden público, desmarcándose estéticamente
en asuntos sensibles que conciernen a los marcos del autogobierno de sus
respectivas comunidades autónomas o nacionalidades constitucionales.
En ese escenario ad hoc, las izquierdas transformadoras navegan a la
deriva entre las emociones patrióticas alentadas por la derecha y sus
principios clásicos de defensa y representación de la clase trabajadora.
Engancharse al carro sentimental de la independencia obliga a
reducir sus reivindicaciones sociopolíticas profundas, una renuncia que
difumina sus señas de identidad ideológicas de modo muy acusado. (...)
Hacer patria sin conciencia de clase solo traerá decepciones y
estados ficticios bajo el dominio férreo de la globalidad capitalista.
La independencia en sí misma no resolverá la dualidad capital-trabajo
por arte de magia ni terminará con la crisis de la noche a la mañana.
Los sujetos legítimos se hacen en la historia cotidiana enfrentados a la realidad social de su época. Las
leyendas solo nutren al imaginario popular de iconos y símbolos
contradictorios ajustados a gregarismos primarios de índole emocional y
pasiva.
En los tiempos que corren, los nacionalismos representan opciones o alternativas trasnochadas. El
origen étnico, cultural o nacional son convenciones, a veces
artificiales, que cumplen una función social y política fundamental:
establecer diferencias en el orden capitalista para crear conflictos de
orden público secundarios.
Por supuesto que hay que dejar
que la gente se exprese con sus rasgos propios y su idiosincrasia
particular desde el respeto escrupuloso al otro. Ahora bien,
exacerbar las diferencias históricas y culturales en detrimento de
causas comunes más elevadas es entrar en el juego de intereses de las
clases altas globalizadas y de los mercados anónimos mundiales.
El verdadero derecho a decidir reside en la autodeterminación de la
clase trabajadora como elemento esencial e indispensable que crea toda
la riqueza de la Tierra. Las diferencias culturales no deben ser jamás
óbice u obstáculo para un mundo solidario y en paz sostenible. Pero
nunca hay que olvidar tampoco que esas “diferencias” son alimentadas y
utilizadas siempre por las derechas en su propio beneficio.
Las clases trabajadoras no van a la guerra (social o militar) por
voluntad propia sino atizadas por los intereses partidarios de la clase
hegemónica, que cuando la competencia entre países o territorios se hace
insostenible dejan que las armas diriman por la tremenda el nuevo statu
quo de conveniencia. Así es el sistema capitalismo desde sus mismos
orígenes.
Si las izquierdas continúan en la actitud subalterna de
colgarse de caminos independentistas sin salida hacia la izquierda
coherente e internacionalista, los nacionalismos de derechas seguirán
teniendo la sartén por el mango para presentarse ante el electorado como
paladines de las emociones y sentimientos patrióticos.
La lección catalana puede servir para abrir los ojos a las izquierdas de muchos países. Ni Pujol ni Mas son independentistas. Su
nacionalismo instrumental es una forma de gestionar los intereses de
las clases catalanas dominantes con el concurso pasivo del pueblo de
Cataluña mediante añagazas y tretas de salón que van del derecho a
decidir a la autodeterminación y del proceso participativo a las
elecciones plebiscitarias. Su inventiva semántica no parece tener límites. (...)" (Armando B. Ginés , Rebelión, 16/10/2014)
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