"(...) Es indudable que podemos hablar de vascos o catalanes, por ejemplo,
según su estirpe familiar: los famosos ocho apellidos, más o menos, que
últimamente han dado lugar a versiones cinematográficas humorísticas.
También hay vascos o catalanes (y andaluces, gallegos, extremeños…) de
acuerdo con sus costumbres, su lengua materna, ciertos aspectos de su
forma de vida, su lugar de nacimiento o sus principales identificaciones
simbólicas.
Y por supuesto existen con gran frecuencia combinaciones bastante
complejas de varios de estos elementos en una misma persona: nace en un
lugar de padres llegados de lejos, se traslada a otro por razones de
trabajo o de amores, siente entusiasmo por formas gastronómicas o
rituales religiosos ajenos a su infancia, aprende una nueva lengua que
termina prefiriendo a la suya materna o se mantiene fiel a las
tradiciones de lo que considera su linaje, etc…
Si alguien le pregunta
qué se siente, responderá con el gentilicio que en ese momento le
resulte más entrañable pero en realidad debería contestar: «Me siento un
ciudadano libre de un Estado de derecho, no un nativo atado por la
tierra y la sangre a una forma de ser o parecer.
Como acepto la ley
común que comparto con mis compatriotas constitucionales, tengo libertad
para diseñar según mi gusto personal o los azares de la existencia el
perfil propio de mi identidad o, mejor, de mis identidades culturales.
Tengo derecho a parecerme a quien quiera o a ser diferente a todos los
demás».
Las identidades culturales difieren así de la condición política: en
cuanto personas que a lo largo de la vida van adoptando o desechando
formas de ser de acuerdo a las circunstancias o a nuestras elecciones,
somos vascos, catalanes, murcianos, bisexuales, forofos de Osasuna,
filatélicos sin fronteras o lo que ustedes gusten.
Pero en cuanto
ciudadanos, somos ciudadanos del Estado de España, porque sólo los
Estados de derecho conceden la ciudadanía que nos permite todas las
demás opciones que se dan precisamente gracias a ella. Dentro del demos
de cada Estado democrático se da siempre una pluralidad más o menos
amplia (más amplia cuanto más avanzada es la democracia constitucional)
de etnos diferentes y de mestizajes entre ellos.
Pero el fundamento de la alianza política en democracia es el demos,
es decir el fundamento legal compartido, y no ninguno de los etnos que
se basan en condicionar la ciudadanía según requisitos prepolíticos
genealógicos o tradicionalistas. Conscientes de que hoy reclamar la
vuelta al etnos como condicionante de la ciudadanía es un retroceso en
el largo proceso de universalización democrática, algunos reclaman
varios demos dentro de cada Estado, lo cual no es sino un intento de
hacernos aceptar formas de etnos travestidos en ‘demos’ para que
resulten menos abiertamente reaccionarios.
Ningún paso que nos acerque a
convertirnos en oriundos o nativos forzosos, ningún ‘derecho a decidir’
(el que precisamente todos tenemos como ciudadanos y sólo así)
entendido como derecho a decidir que el resto de los compatriotas
constitucionales no decidan sobre determinado territorio del país que
legalmente compartimos, sirve para profundizar la democracia o hacerla
más real, sino para desnaturalizarla y retrotraerla al derecho tribal.
Tantas veces se ha dicho, pero no hay más remedio que insistir: el
derecho a la diferencia se basa precisamente en que no haya diferencia
de derechos." (FERNANDO SAVATER, EL CORREO – 26/10/14, en Fundación para la Libertad)
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