"(...) Te pido ahora, abusando de tu generosidad, un breve resumen por
siglos: ¿el siglo XVIII fue un desastre para Catalunya tras las nuevas
condiciones políticas?
Esta es una cuestión polémica. Sin
ser un especialista en este período, como te decía, creo que la
evolución de la economía catalana durante el XVIII no permite hablar de
desastre alguno; más bien de todo lo contrario.
A veces se ha atribuido
el crecimiento económico de Cataluña en el XVIII (con el corolario de
los inicios de la industrialización en el XIX) a los beneficios del
catastro, introducido por los Borbones. No pocos historiadores han
impugnado esta idea con la afirmación de que los cambios económicos y el
“despegue” de la economía catalana del setecientos tienen sus raíces en
las décadas finales del siglo XVII. No estoy en condiciones de decir
quién tiene razón.
Pero una cosa parece evidente: si la segunda
interpretación fuese la correcta, lo que no se podría decir es que el
nuevo modelo impuesto por los borbones propició que esos procesos que
estaban en marcha se viesen interrumpidos.
Quizás no podamos adjudicar
al nuevo modelo político la responsabilidad del crecimiento económico,
pero tampoco parece que se le puedan adjudicar efectos negativos en esta
cuestión, salvo que aceptásemos el indemostrable contrafactual de que
sin los cambios introducidos por la Nueva Planta el crecimiento
económico hubiese sido aún mayor.
¿Y el XIX? ¿Mejoraron las cosas? ¿Hubo intentos de separación, de independencia de Catalunya del resto del Estado?
Durante el XIX, Cataluña tiene una presencia constante en los asuntos
españoles. Es imposible explicar la historia española de ese siglo (como
la del XX) sin atender continuamente a los procesos económicos,
políticos, sociales y culturales catalanes.
A veces en forma de
conflicto con el Estado, es cierto, pero otras muchas veces por la
intensa y voluntaria participación catalana en los asuntos españoles y
por la implicación del Estado en las dinámicas internas catalanas, y no
precisamente para fomentar siempre la reacción sino más bien todo lo
contrario.
Pienso, en relación con esto último y a título de ejemplo, en
las guerras carlistas o en algunas de las breves pero intensas
experiencias de carácter democrático que se desarrollaron en España
durante el ochocientos.
Por supuesto, durante el XIX no hubo
intentos de independizar Cataluña de España. Esa cuestión no estaba
sobre la mesa, no fue nunca un tema central ni de la política española
ni de la catalana.
Eso no quiere decir que no hubiese posiciones
contrarias al modelo de estado unitario y centralizado que impuso el
liberalismo, pero en sus formulaciones más radicales, durante el siglo
XIX, esa crítica se plasmó en la defensa de un estado federal (casi
siempre vinculado con una República española).
Y aunque los republicanos
federales tuvieron sin duda su mayor fuerza en Cataluña y sus líderes
más destacados –con Pi y Margall a la cabeza- eran catalanes, el
republicanismo federal tuvo una importante presencia en otros muchos
lugares de España.
Me sitúo en el XX. Unas preguntas
básicas: ¿la dictadura de Primo de Rivera fue apoyada por la burguesía
catalana o fue contraria a los intereses de Catalunya en su conjunto?
Yo creo que hablar de los intereses de Cataluña (España, Alemania o
Ruanda) en su conjunto no tiene mucho sentido. ¿Cuáles son los intereses
de Cataluña? ¿los de sus clases dominantes o los de sus clases
subalternas? Tengo para mí que los intereses de unas y otras son más
bien incompatibles y, en casi todo, contradictorios.
La dictadura de
Primo de Rivera tuvo efectos claramente negativos para las clases
trabajadoras y benefició sin duda a las clases propietarias. Luego tuvo
efectos negativos para la cultura catalana, y para la lengua en primer
lugar, por supuesto. Y sí, esa dictadura se implantó con el apoyo de la
burguesía catalana.
De hecho, no sólo la dictadura sino el conjunto del
régimen de la Restauración contó con ese apoyo, lo que no quiere decir
que en determinados momentos y en determinadas cuestiones los
representantes de esa burguesía (significativamente, la Lliga
Regionalista) no tuviese propuestas políticas y económicas que podían
llevar al choque con las instituciones del Estado.
Pero cuando las cosas
se ponían duras en el plano del conflicto social (la crisis de 1917 o
los años de la guerra de clases que tuvo lugar en Barcelona y que
conocemos como los años del pistolerismo), el cierre de filas de la
burguesía con el régimen era absoluto.
Hasta el punto de que la deriva
militarista de las políticas de orden público (que se remontan, como
mínimo, a 1905, con los hechos del Cu Cut! y la Ley de Jurisdicciones
aprobada el año siguiente) se alimentó claramente desde Barcelona, donde
las autoridades militares y la patronal fueron forzando soluciones cada
vez más duras contra la creciente movilización de la clase obrera.
La
huelga de La Canadiense, en 1919, es un buen ejemplo de cómo los
sectores más duros del ejército y la policía en Cataluña pudieron contar
con el apoyo de los prohombres de la patronal, incluyendo a
significativos lligaires, para llevar a cabo una ofensiva contra las
clases trabajadoras que incluyó tanto la violencia policial como la de
bandas de pistoleros a sueldo como un durísimo lock out patronal que
buscaba quebrar la resistencia obrera.
El apoyo de la burguesía catalana
al golpe de Primo de Rivera no fue sino la culminación “lógica” de lo
que venía ocurriendo desde unos años antes. Dicho lo cual, hay que
recordar que las causas de la Dictadura fueron complejas, iban más allá
de las cuestiones de orden público y no se entenderían sin incorporar al
análisis a otros actores sociales, políticos y militares de fuera de
Cataluña. (...)" (Entrevista a Francisco Morente, Salvador López Arnal, El Viejo Topo, Rebelión, 26/12/2013)
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